Dos indios de película (II): Quanah
Parker, el comanche
Por Federico Bello Landrove
Entre la historia
real y el cine se mueven infinidad de personajes interesantes. Siguiendo la
senda iniciada en mi ensayo El western, trato ahora con cierto detalle de dos
jefes indios señeros, reflejando su biografía, su entorno y su proyección cinematográfica.
En segundo lugar, en este ensayo abordo la figura de Quanah Parker (c. 1845-1911), el jefe comanche (mestizo de
indio y blanca) que tanta influencia tuvo en el destino de su pueblo y en la
consolidación de la llamada Iglesia Nativa Americana, con la legalización del
peyote como sacramento
de comunicación con el Gran Espíritu.
1. Los comanches y la guerra por el
búfalo
Hay dos vías
complementarias para llegar a la figura histórica de Quanah Parker[1]:
seguir brevemente la historia del pueblo comanche en su tiempo y establecer la
relación de este personaje con el proceso de su mestizaje, tan esencial para su
biografía, como para su leyenda cinematográfica. De manera complementaria, me
propongo abordar la gran labor de Quanah en la formación de la Iglesia
Nativa Americana[2]
y penetrar con cierto detalle en la verdad y la mentira de una gran película
implícitamente relacionada con él: la llamada en España Centauros del
desierto, una cinta de 1956, dirigida por John Ford[3].
En este primer capítulo del ensayo resumiré la historia de los comanches en el
tercer tercio del siglo XIX, siguiendo el conocido libro de Dee Brown, Enterrad
mi corazón en Wounded Knee[4].
He aquí mi resumen del citado texto, en todo lo pertinente al presente
trabajo:
Kiowas y comanches
compartían las zonas de caza de búfalos -y, subsidiariamente, antílopes-, al
sur de la frontera de los territorios de Kansas y Nebraska, pero ambas
naciones, aunque muy relacionadas, eran muy diferentes en la organización
tribal: Los kiowas eran más unitarios y se regían por jefes importantes, en
tanto los comanches funcionaban, más bien, por bandas nómadas[5]
y su jefe aparente de entonces, llamado Diez Osos, era más un filósofo y
consejero, que un jefe con mando[6].
Al concluir la Guerra de Secesión (1865), kiowas y comanches, junto a arapajos
y cheyennes mantuvieron una guerra conjunta contra los blancos, en defensa de
sus territorios de caza, pero fueron vencidos en 1867 por las tropas mandadas
por el general Sheridan y dirigidos luego a una reserva general, o Territorio
Indio, en el actual Estado de Oklahoma[7],
fundándose diversos fuertes para controlar a la población india, entre
ellos, el famoso Fort Sill. En aquel entonces, Quanah Parker era
un comanche mestizo prácticamente desconocido, de unos veinte años de edad.
La desviación
forzosa de los comanches hacia tierras más áridas y montañosas que las primitivas
de la Comanchería[8]
los privó de mantenerse del búfalo,
como su principal medio de subsistencia. Con todo, unos dos mil quinientos
aceptaron establecerse en las reservas de Oklahoma. Ello los forzó a
convertirse en agricultores (maíz), como ya lo habían sido mucho tiempo antes
en la zona de Texas y otras, llamada la Comanchería por los españoles.
Completaban su economía alimenticia con mediocre e insípida carne muy seca de
vacuno, facilitada por los agentes del Gobierno. Todo ello era obviamente insuficiente
para mantenerse ellos y sus caballos por lo que, hacia 1870, muchos guerreros
abandonaron las reservas y fueron a cazar a Texas, chocando duramente con los
cazadores blancos -sobre todo, de Kansas-, que esquilmaban los rebaños de
búfalos. A mayores, los granjeros y los soldados talaban los bosques para
obtener tierra cultivable y conseguir madera y leña. Todo ello indignaba a los
indios que, no obstante, al llegar el invierno se vieron obligados a regresar a
las reservas, ante el rigor del frío, aconsejados por sus propios jefes. En
aquel momento, los kiowas tenían un poderoso jefe, llamado Satanta.
En 1871, todo lo que hemos relatado,
agravado por el progreso del tendido del ferrocarril, impulsó a los indios a la
guerra, obligando al Gobierno a enviar al general Sherman a negociar con Satanta
y otros jefes. El fracaso de las conversaciones concluyó con la prisión y
juicio de Satanta, quien fue condenado a muerte, posteriormente
conmutada por cadena perpetua. Seguidamente, bajo la presidencia de Ulysses S. Grant, la política de Washington cambió hacia una mayor benignidad: Satanta fue
liberado y se celebró en la capital estadounidense una gran conferencia de
naciones indias, en la que los comanches, por su falta de jefes indiscutidos,
apenas tuvieron representación. Se prometió a los indios mejoras en el sistema
de provisiones gratuitas o subvencionadas, así como agentes más eficaces y
honrados, pero a condición de que los pieles rojas no salieran de sus reservas,
bajo pena de muerte. El acuerdo fue ignorado por los comanches y Diez Osos murió
por aquellas fechas (1872), totalmente marginado por su propio pueblo. El
enfrentamiento frontal de los comanches con los soldados y la dureza de las
mutuas represalias, forzaron a la unión de la mayoría de las bandas comanches,
bajo la jefatura de Quanah Parker, de unos 27 o 28 años de edad a la
sazón. La guerra, bajo su dirección, se tornó implacable.
Mientras los
kiowas seguían aguantando medidas draconianas (privarles de armas y de
caballos, para asegurarse de que no saldrían de las reservas, ni cazarían), los
comanches se mantenían irreductibles. Era inevitable que algunos de los kiowas
se unieran a los comanches para cazar y robar caballos, sobre todo, en Méjico,
generando incidentes mortales. En 1874, las incursiones y la unión de las
tribus se hicieron más intensas, llegando a bailar en común la danza del sol. Y
es que los búfalos llevaban camino de desaparecer: se había matado a 3.700.000
en tres años, de los que solo 150.000 habían sido aprovechados por los indios.
Ello provocó el odio a los cazadores blancos, que mataban la mayoría de los
bóvidos por arruinar a los indios, hasta el punto de que dejaban que los
animales se pudriesen al sol. De ahí, la decisión de Quanah de dar un
escarmiento a los cazadores blancos en su posición fortificada de Adobe
Walls (Texas). Pero los cazadores estaban preparados y los comanches, aunque
muy superiores en número, no pudieron tomar aquella fortaleza.
La mediocre marcha
de la guerra llevó a los kiowas a abandonar la alianza y retornar a la reserva;
pero, a la falta de búfalos, se añadió la de los víveres que suministraba el
Gobierno, lo que generó disgustos y nuevos levantamientos. Los kiowas volvieron
a salir de las reservas y a cazar, junto con los comanches, los búfalos que
encontraban, en una situación de tolerancia -parecida a la paz-, que duró poco.
Sherman dirigió los movimientos de cinco columnas de soldados, con el objetivo
de recluir definitivamente en las reservas a los indios que habían salido de
ellas para cazar. El principal campamento kiowa fue destruido, y sus ocupantes
masacrados, en septiembre de 1874. Tras malvivir en el invierno, los restantes
kiowas y los comanches de Quanah Parker se rindieron en Fort Sill,
entre febrero y mayo de 1875, siendo acogidos y mantenidos en circunstancias
lamentables.
Los jefes y los
guerreros más levantiscos fueron desterrados a Florida y algunos de los que
permanecieron en Oklahoma fallecieron misteriosamente -tal vez, envenenados por
sus antagonistas de la misma raza-. Así, en menos de diez años, se acabaron los
búfalos y los orgullosos comanches y kiowas quedaron reducidos a una mínima
representación, sin libertad de movimientos.
2. Ascendencia blanca de Quanah
Parker
Es posible que
buena parte de la biografía de Quanah -sobre todo, en su periodo de
sometimiento a los blancos- no pueda explicarse sin su apellido Parker,
es decir, ignorando que su madre fue una mujer blanca, raptada por los indios a
los nueve años de edad, que llegó a ser esposa del jefe de banda comanche, Peta
Nocona, con el que tuvo tres hijos, el mayor de los cuales fue el citado Quanah.
Por la trascendencia que el episodio del rapto y posterior recuperación de
dicha mujer, Cynthia Ann Parker (1827-1871), tendrá para los aspectos
cinematográficos de este ensayo, voy a presentar un resumen amplio del caso,
utilizando una fuente antigua y de toda solvencia: un artículo de John Marvin
Nichols, aparecido en la revista tejana clásica, Frontier Times Magazine,
en el año 1927[9]. Este es
mi extracto de dicho texto:
Desde 1834, varias
familias de pioneros habían levantado un recinto fortificado para vivir,
protegido con empalizada de madera, en una zona salvaje del este de Texas[10],
en las proximidades del río Navasota. En 1836, constituía ya un pequeño poblado
en que moraban cerca de cuarenta personas -casi la mitad de ellos, niños-
pertenecientes a diez familias. En la mañana del 19 de mayo de 1836, hallándose
buena parte de los moradores en el campo, el recinto fue asaltado por un grupo
muy numeroso de comanches -se ha exagerado, hasta los quinientos guerreros-,
produciéndose una importante refriega, que acabó con cinco muertos y tres
heridos de importancia entre los blancos, así como el secuestro por los indios
de dos mujeres y tres menores. Entre estos últimos, se hallaban los hermanos
Cynthia Ann -de nueve años- y John Richard -de seis- Parker. Al acabar la
incursión, los indios incendiaron el fuerte.
En los años
sucesivos, el esfuerzo de familiares y autoridades -incluido el mismo Sam
Houston[11]-
permitió el rescate de tres de los cautivos, de modo que en 1842 ya habían
regresado a sus casas. No obstante, Cynthia no pudo ser recobrada, pasando a
ser la esposa de Peta Nocona, jefe de los comanches de la banda Nokoni,
quien al parecer estuvo muy enamorado de ella. La pareja tuvo, al menos, dos
hijos y una hija, como luego precisaré. Tampoco fue rescatado John, el hermano
de Cynthia, convertido luego en importante guerrero y, curiosamente, en marido
de una hermosa cautiva de origen mejicano, que fue quien lo salvó y recuperó
para la civilización, cuando los indios lo abandonaron por haber
contraído la viruela.
Pese a los
denodados intentos de localizar a Cynthia, hechos por algunos miembros de su
familia, pasaron los años sin tener noticias de ella; un largo periodo de casi
veinticinco años, en que la mujer casi olvidó su idioma y costumbres nativos,
hasta llegar a sentirse una verdadera comanche[12].
A lo largo de esos años, dio a luz a tres hijos de Peta Nocona -dos
varones y una mujer-, el primogénito de los cuales alcanzaría luego la fama
como Quanah Parker, el llamado último jefe de los comanches. El
hermano segundogénito fallecería en combate con los blancos y la hija, Topsannah
-Flor de la Pradera-, fallecería de la gripe, todavía en edad
infantil. En definitiva, fue la casualidad la que permitió a los tejanos y a
sus aliados indios dar con Cynthia, en el otoño de 1860, tras el combate de Pease
River, en el que fue casi aniquilada la banda de Peta Nocona, que
murió en la huida. Junto a él, fueron halladas Cynthia y su hija, siendo
identificada como blanca la primera de ellas por sus ojos azules y porque
-contra la costumbre india- estaba llorando la muerte de su esposo.
Los diez años
siguientes fueron muy duros para Cynthia y su familia. La ex cautiva no se
adaptó al impuesto papel de figura emblemática para los tejanos blancos, ni
siquiera con el cariño de su familia de sangre. Intentó escapar varias veces y
no dejó de rendir culto al Gran Espíritu,
o Dios de los indios. Solo
mantenía su esperanza la convivencia con su pequeña hija. Cuando esta murió de
gripe, la resistencia moral de Cynthia se desplomó y entró en una situación de
caquexia psicofísica, negándose a ingerir alimento. Finalmente, falleció en
1871, a los cuarenta y cuatro años de edad. Actualmente, sus restos reposan en
un cementerio de Oklahoma, al lado de los de su ilustre hijo Quanah, fallecido cuarenta años después que su madre.
***
De cuanto llevo escrito, no parece
inferirse transcendencia ninguna de que Quanah fuese
mestizo, como no sea la inversa de lo previsible: Que sintiese aún más rencor y
violencia ante las presuntas injusticias de su media raza blanca.
Sin embargo, la cuestión cambia radicalmente cuando se analiza la vida del jefe
comanche a la luz de la segunda parte de su existencia, es decir, desde 1875,
cuando se produjo la definitiva rendición y pase a las reservas de toda su
nación. Es entonces cuando empezó a hablar con fluidez el inglés, a practicar
hasta cierto punto las costumbres de los blancos y a tratar de dar a su pueblo
una vía de espiritualidad y de esperanza. El hecho de que ese sendero supusiera
mucho de adaptación y sumisión a las
formas de vida y al Gobierno de los rostros pálidos le ha
sido criticado con acritud por buena parte de los comanches y sus estudiosos,
que vendrían después de él; de modo que la figura de Quanah Parker ha sido objeto de controversia, cada vez más
apagada -todo hay que decirlo- por el benéfico influjo que el paso del tiempo
tiene, a la hora de juzgar a las figuras históricas.
Quizá el Gobierno estadounidense, y el
propio Quanah, alimentaron las críticas. El
primero, al reconocerle una condición emblemática y de jefatura indiscutida de
su nación que -como ya he dicho- Quanah nunca tuvo
realmente. Y, en lo que respecta al segundo, porque su relativamente fácil
adaptación a las costumbres blancas, le permitió alcanzar en vida un éxito y
una posición como ranchero, que contrastaba llamativamente con la relativa
miseria de la mayoría de sus compañeros de la reserva.
Esto dicho, me parece interesante insistir
en un punto clave de la tarea vital de Quanah Parker: Su papel
de fundador de la American Native Church, institución
de la que tendré que decir algunas cosas, como curiosidad y para fijar la obra
de Quanah en su contexto y relevancia ulterior.
3.
Quanah Parker y la Iglesia
Nativa Americana
Se dice que Quanah Parker entró en
contacto con el peyote[13] como
planta curativa de ciertas dolencias y heridas, experimentando con ella una
gran mejoría. También le era conocida su llamada función enteógena, es decir, para los cultos sagrados, a fin de entrar en contacto con la divinidad. Todo ello le fue de gran
ayuda cuando decidió fundar, o apoyar el funcionamiento, de un culto indígena
intermedio del Cristianismo y las generales creencias indias en el Gran Espíritu[14]; una
labor de sincretismo que brotó en el Territorio Indio de Oklahoma hacia 1890 y
que quedó definitivamente elaborada a comienzos del siglo XX (hacia 1907). La
función del peyote en esta religión equivale en cierto modo a la de la
Eucaristía en el Cristianismo: un sacramento que implica la posibilidad de
comunicarse directamente con Dios, mediante una unión mística con Él.
De todas formas, lo que nos interesa
reseñar no es tanto el peyotismo, como el
hecho de que esta Iglesia -llamada
en inglés Native American Church- se ha
extendido entre los indoamericanos de los Estados Unidos, Canadá y Méjico,
hasta alcanzar una importante cifra de adeptos, estimada a finales del siglo XX
en unos doscientos cincuenta mil. Por ello, ha estado en la punta de lanza del
esfuerzo de los indígenas -incluidos
los esquimales y aleutianos de Alaska y norte de Canadá, y los hawaianos- para
conseguir el pleno respeto de sus religiones peculiares; algo que finalmente
han logrado en buena medida, mediante la aprobación de la ley llamada American Indian Religious Freedom Act, de 11 de agosto de 1978[15].
***
El citado texto legal pone fin casi
totalmente a la situación anterior en los Estados Unidos, que ha sido
oficialmente reconocida como contraria a la Primera Enmienda de su
Constitución, al prohibir sin suficiente fundamento religiones y ceremonias sagradas
de los Nativos americanos. En tal sentido, la
Ley ha sido dirigida a reconocer las libertades civiles de indoamericanos,
esquimales, aleutianos y nativos hawaianos, en lo referente a la práctica de
sus religiones tradicionales y prácticas espirituales y culturales. Entre los
derechos que se reconoce, figuran el acceso a los lugares sagrados; la libertad
de cultos a través de los ritos ceremoniales tradicionales, y la posesión y uso
de objetos considerados tradicionalmente como sagrados por sus respectivas
culturas. Es en este último punto donde puede verse la legalización, dentro de
un orden, del uso enteogénico del peyote, entre otras sustancias.
En ese aspecto, ha sido muy recordada la
frase de Quanah Parker, probablemente a propósito de los
efectos sagrados del uso del peyote: El hombre blanco va a la iglesia a
hablar de Jesús, pero el indio va a su tienda para hablar con Jesús[16].
4.
Los Parker y el cine. Centauros del desierto
Resulta llamativo que, hasta el momento en
que escribo (agosto de 2019), no haya ninguna película biográfica de Quanah Parker, que yo sepa. En el año 2016, en el curso de unas
declaraciones en el Festival de Venecia, el director de cine estadounidense,
Derek Cianfrance, anunció como inminente la subsanación de tan llamativa
omisión, que habría de llevarse a cabo tomando como base del guion una
biografía publicada en 2010[17]. El
empeño -bien en forma de película, bien de serie de televisión- se ha ido
demorando y esta es la fecha que no consta haya empezado su rodaje. De lo poco
que puede decirse, por inferencia de la obra literaria en que piensa basarse,
es que puede tener dos líneas complementarias de fuerza: el triste caso de
Cynthia Parker, madre de Quanah, y la
peripecia vital de este, como cabeza y modelo de los comanches en la hora de su
ocaso[18].
***
No queda, pues, más remedio que aludir a
la gran película que tiene como argumento el secuestro y la búsqueda de la
susodicha Cynthia, con todas las licencias que suele permitirse el cine en
estos casos, sobre todo cuando se basa en una versión novelada de los
acontecimientos. La película es Centauros del desierto[19], dirigida
por John Ford en 1955 y estrenada al año siguiente. La novela base para el
guion es de Alan Le May, bajo el título de The searchers[20]. La cinta
tiene tan alta calidad que cineastas de mucho prestigio, como Steven Spielberg,
han llegado a calificarla de la mejor película de la historia[21]. Sea ello como fuere, acogeré literalmente el resumen de sus peripecias
y valoraciones, como los refleja un conocido Diccionario de cine en
español[22]:
Entre una puerta que se abre al principio de la película y otra que se
cierra al final, transcurren los diez años que el tío Ethan Edwards (John
Wayne), el tradicional héroe solitario que no se sabe ni de donde viene, ni a donde
va, con la ayuda del mestizo Martin Pawley (Jeffrey Hunter), un personaje mucho
más definido y convencional, tardan en descubrir que lo único que queda de la
familia de su hermano Aaron, atacada en 1868 por los indios en Texas, es su
sobrina Debbie (Natalie Wood), que se ha convertido en una muchacha comanche.
Gracias a sus colaboradores habituales de la época, el productor Merian C.
Cooper, el guionista Frank S. Nugent, el director de fotografía, Winton C.
Hoch, que logra unas impresionantes imágenes en Technicolor y VistaVision, y el
actor John Wayne, que hace uno de sus mejores papeles al dar vida al
atormentado, obsesivo y vengativo sudista, Ethan Edwards, el maestro John Ford
dirige uno de sus mejores westerns y da una
gran lección de sabiduría narrativa, donde trata de demostrar que no existe la
menor posibilidad de entendimiento entre blancos e indios. Rodada en unos
espléndidos paisajes del Monumental Valley, resulta
extraño la utilización de decorados en las escenas nocturnas en exteriores y de
algunas transparencias en escenas diurnas aisladas.
Cualquiera que fuese la moraleja que el
muy conservador John Ford quisiera transmitir a
los espectadores, cierto es que el tema del rescate de cautivos blancos en
manos de los comanches atrajo de nuevo la sabiduría profesional del director de
Maine en Dos cabalgan juntos (1961). Por su parte, el
novelista Le May volvió a dar su obra para un guion cinematográfico en la
tormentosa Los que no perdonan, dirigida por John Huston
en 1960, en la que la raptada era una
niña india. Sin ánimo de exhaustividad, el problema del mestizaje tiene
acomodo, en mayor o menor grado, en otros westerns notables
de mediados del siglo XX, como Río de sangre (Howard
Hawks, 1952), Un hombre (Martin
Ritt, 1967) y La noche de los gigantes (Robert
Mulligan, 1969). El mensaje que, de
modo general, transmiten estas películas es el de la gran dificultad de
armonizar la mezcla de razas en conflicto, con la necesidad de ser fiel a una
de ellas.
Mas, dejando a un lado consideraciones generales,
convendremos en que el desarrollo argumental de Centauros del desierto y, en
particular, su desenlace, presenta importantes diferencias con lo realmente
acaecido[23],
que hace agradecer que no se empleen los nombres de Peta Nocona y de los
Parker en la película, por más que resulte indudable que está basada en los
incidentes de Fort Parker de 1836 y en lo sucedido a Cynthia Ann Parker, la
madre de Quanah. Entre las principales variantes,
me referiré a las siguientes:
·
La cronología está considerablemente alterada, con
pérdida parcial de verosimilitud. La película traslada la acción a los años 1868
y siguientes, con el objetivo probable de insistir en la soledad del
protagonista y en la decepción del mismo, como sudista derrotado en la Guerra
de Secesión (1861-1865); pero, en cambio, pierde realismo o coherencia, en
relación con la importancia que se da a las autoridades e instituciones tejanas
(no se olvide que Texas fue República independiente entre 1836 y 1845), así
como sobre la probabilidad de que los comanches pudieran asolar el territorio y
campar por sus respetos durante años. Otras modificaciones cronológicas -quizá
de menor importancia en sí mismas- son la reducción de veinticuatro años a cinco
del tiempo de cautividad de la niña secuestrada y,
en consecuencia, que esta fuese rescatada todavía en plena adolescencia (con
unos quince años de edad).
·
Más relevancia tiene -en lo que se refiere al
origen de Quanah Parker- que su hipotética madre cinematográfica fuese rescatada cuando, aunque
casada con un jefe comanche, no consta que tuviese descendencia[24]. Se
ve que el film no tenía ningún interés en parar
mientes de los espectadores en el tema del mestizaje.
·
Es cierto que la película recoge la recalcitrante
actitud de la secuestrada, en
cuanto a seguir en su tribu india y con su marido indígena, pero parece aceptar
en el desenlace que la joven retornara de buen grado a su primitivo mundo. Ya
hemos visto que no fue así con Cynthia Parker, quien llegó hasta dejarse morir,
antes que envejecer entre sus hermanos blancos.
·
Adicionalmente -y para concluir- me refiero a las
notables diferencias entre la realidad y la ficción cinematográfica, en el
emocionante episodio del ataque comanche y el secuestro de la niña. Me remito a
lo expuesto en el capítulo 2 de este ensayo, para fijar los detalles reales del
suceso.
Claro es que lo expuesto no desmerece la
precisión y autenticidad del guion de Centauros del desierto[25], aunque
solo sea por la circunstancia de que pretende narrar unos hechos que hemos sido
otros -quizá con erudición malévola- quienes hemos pretendido acomodarlos a
unos datos históricos: los que tuvieron que ver con la aparición en el mundo de
un comanche de la máxima relevancia, Quanah Parker. A él
dedico, con respeto e interés, esta verídica historia.
Los seis
jefes indios invitados a la toma de posesión del Presidente Theodore Roosevelt,
en marzo de 1905. Quanah Parker es el tercero por la derecha.
[1]
El nombre del caudillo comanche procede de la palabra india Quanah,
traducible por olor o aroma, y el apellido Parker, que era el de su madre. Para
simplificar, ahorraré en muchos casos el apellido.
[2]
Traduzco literalmente la expresión inglesa Native American Church,
aunque quizá sería preferible traducir como Iglesia de los Nativos
Americanos.
[3]
El título original en inglés es The
Searchers. En las últimas décadas, viene siendo considerada como una de las
mejores películas de la historia del cine. Véase, más adelante, el capítulo 4.
[4] Dee Brown, Bury mi heart at Wounded Knee, edit.
Holt, Rinehard & Winston, Nueva York, 1970. Sigo su traducción española,
publicada por Editorial Bruguera, Barcelona, 1973, en particular la sección
titulada La guerra por el búfalo, pp. 331-366.
[5] Por ejemplo, el padre de Quanah Parker,
llamado Peta Nocona, era jefe de una banda llamada Nokoni (errantes
o nómadas), en tanto su hijo llegó a serlo de los Quahadi (antílopes).
[6] Aunque las cosas cambiaron mucho
posteriormente, no fue lo bastante para que los comanches consideraran a Quanah
Parker como un verdadero jefe de su nación. Fue el Gobierno americano el
que le dio ese rango, para poder negociar con alguien concreto, en nombre de
todos los comanches. Los indios posteriores sí han aceptado el considerarlo, en
efecto, como el último jefe de los comanches.
[7] En realidad, el origen remoto de un
Territorio Indio, al oeste del Missisippi, data de 1830 y se mantuvo sin
grandes cambios hasta 1889, cuando se autorizó el establecimiento en parte de
él de colonos blancos (la famosa Carrera de la Tierra). Después de
ciertas vacilaciones sobre considerar la creación de un Estado indio dentro de
la Unión, Oklahoma se constituyó en Estado en 1907, con las mismas
características interraciales que los demás de los EE.UU., salvo por la gran
cantidad de territorio destinado a reservas indias.
[8]
La Comanchería (en inglés se elide la tilde) fue una extensa tierra del
sur de los Estados Unidos, de fronteras imprecisas, denominada así por los
españoles quienes, ante la imposibilidad de dominar a los indios, se limitaron a
ciertas labores de comercio y misión. Ya entonces la nación preponderante en la
zona era conocida como comanches, palabra que significa enemigos
y que, probablemente, los hispanos tomarían de los navajos o de los utes.
[9]
Véase J. Marvin Nichols, White squaw of the Comanches. Tragic tale of
Cynthia Ann Parker, en J. Marvin Hunter’s Frontier Times Magazine,
vol. 04, no. 6, march, 1927. Esta Revista, propiamente como tal, se publicó
entre 1923 y 1952, año este en que aparecieron sus últimos números editados. El
artículo que resumo tiene un enlace de libre acceso por Internet.
[10]
Actualmente, se corresponde con las inmediaciones de la localidad tejana de
Groesbeck, condado de Limestone.
[11] Samuel
Houston (1793-1863), Presidente a la sazón de la República de Texas.
[12] Los
comanches le dieron el nombre de Naduah, al parecer, equivalente a Alguien
encontrado.
[13]
Planta cactácea oriunda del norte de Méjico y el sur de los Estados Unidos, de
importantes cualidades terapéuticas (analgésico, antirreumático,
anti-estreñimiento; se le suponen también valores de antídoto contra la
picadura de algunos ofidios, así como de antifúngico y antibacteriano) y
psicotrópicas (de tipo alucinógeno o super-perceptivo). Su nombre científico es
Lophophora williamsii.
[14]
Esta creencia, muy generalizada entre las tribus amerindias de los Estados
Unidos, fue bien resumida por el apache Gerónimo, en lo relativo a sus
similitudes con el Cristianismo: Son comunes la creencia en un Dios personal, una
vida de ultratumba para el alma y la noción de premio o castigo más allá
de la muerte, en función de la vida moral que se haya llevado. Véase mi ensayo Dos
indios de película (I): Gerónimo, el apache, en este mismo blog, capítulo
1.
[15]
Ha sido objeto de enmiendas posteriores (1994). Véase 42 U.S.C. 1996 -
Protection and preservation of traditional religions of Native Americans.
[16]
The White Man goes into his church house and talks about Jesus, but the
Indian goes into his tipi and talks to Jesus.
[17]
S.C. Gwynne, Empire of the summer moon. Quanah Parker and the rise and fall of
the Comanches, the most powerful indian tribe in American history, Simon
& Schuster, Nueva York, 2010.
[18] Véanse,
respectivamente, los capítulos 2 y 1 de este ensayo.
[19]
Ese es el hermoso, aunque confuso, título de la cinta para España, frente al
descriptivo, pero vulgar, de The searchers en el original inglés,
coincidente con el de la novela en que se basa. Lo que ya se sale de madre,
coloquialmente hablando, es el título para Méjico, Chile y Argentina: Más
corazón que odio.
[20]
Alan (Brown) Le May (1899-1954), The searchers, Harper & Brothers,
Nueva York, 1954. Searcher es sinónimo aquí de buscador o rastreador.
[21]
Menos discutible sería calificarlo del mejor western americano de la
historia, como lo hizo en 2008 el American Film Institute.
[22]
Augusto M. Torres, Diccionario Espasa del Cine mundial, edit. Espasa,
Barcelona, 2001. He manejado la quinta edición, p. 166.
[23]
De todas formas, la inspiración de Le May en el caso Parker no fue
exclusiva. El autor, excelente conocedor de la historia del Oeste, llegó a
estudiar un total de 64 casos de secuestro de blancos por los indios, a fin de
documentarse para The Searchers, algunos de los cuales también son
rastreables en la novela.
[24] En el guion de la película se recoge que el
jefe Cicatriz tenía dos hijos, que habían sido matados por los soldados
estadounidenses, pero como tenía varias esposas (en su tienda se vislumbran
hasta cuatro), no se puede afirmar que alguno de ellos hubiera sido engendrado
por Debbie Edwards.
[25]
El guion -no original- viene acreditado a Frank S. Nugent (1908-1965),
colaborador habitual de John Ford (escribió el guion de once de sus películas,
y de diez más para otros directores) y uno de los más grandes en el mundo de
los westerns. Las diferencias entre la novela de Le May y el guion de
Nugent han sido estudiadas por Arthur M. Eckstein, Darkening Ethan: John
Ford’s The Searchers (1956) from novel to screenplay to screen, en Cinema
Journal, vol. 38, No. 1 (autumn 1998), pp. 3-24, accesible en Internet por
gentileza de University of Texas Press.
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