Historias de
traición (8). Cartas de Ugo Ghiberti, notario florentino
Por Federico Bello
Landrove
De manera muy común, las Autoridades
florentinas de la Baja Edad Media consideraban traidores a sus contrarios
políticos que, condenados al destierro -a veces, también a muerte, en ausencia-
y privados de la ciudadanía, trataban de regresar en triunfo a Florencia,
de la mano de fuerzas armadas extranjeras. Tan severo e injusto juicio afectó a muchas personas famosas: a Dante,
por poner un ejemplo muy destacado. A esto, y a otras muchas cosas, se refiere
el notario florentino, Ugo Ghiberti da Montepulciano, en el presente relato.
1. Carta proemio
En Oxford (Reino Unido), a 13 de abril de
2019.
Señor Procurador de la República en
Florencia (Toscana, Italia)
Estimado Dottore:
Pongo en su
conocimiento que, días atrás, he tenido conocimiento por mis trabajos
históricos de que, en la biblioteca del B. College[1]
de la Universidad de Oxford se guarda un manuscrito en italiano antiguo,
intitulado Cartas de ser Ugo Ghiberti da Montepulciano, notario florentino,
que consta en el catálogo de la citada biblioteca como adquirido en pública
subasta, en Londres, el mes de julio del año 1861. Comoquiera que se trata de
un manuscrito ciertamente valioso, de origen florentino y con sorprendente
coincidencia de fechas con las ventas torticeras realizadas por el conocidísimo
ladrón de bibliotecas, Guglielmo Libri[2],
me permito poner el hecho en conocimiento de Su Señoría, a los efectos que
juzgue oportunos.
Para facilitarle
las pesquisas que decidiere realizar, adjunto una transcripción literal del
expresado manuscrito, permitiéndome aclararle estos dos extremos:
1º. Que los textos
parecen constituir copias literales archivadas por su autor, de las cartas
enviadas en su día por el señor Ghiberti a sus corresponsales.
2º. Que no he
podido obtener fotocopias o escáneres de las mismas, al no contar con la
expresa autorización del bibliotecario del College,
ni permitirse el acceso a la biblioteca con teléfonos móviles.
Le ruego, señor
Procurador, que mantenga reserva, en principio, sobre mi identidad, así como
que, en su día, me haga saber su decisión respecto de esta misiva, si no lo
considera legalmente improcedente.
Acepte, señor, el
testimonio de mi más distinguida consideración,
Francesco Beffardo.
2. Introducción y Carta primera
Las copias de las seis cartas de Ugo Ghiberti estaban
precedidas de lo que seguramente era una epístola de acompañamiento a las
anteriores, que se hacían llegar, a su vez, por copia literal a quien las había
solicitado. Se trataba de un tal Pietro di Parenzo di Garzo, a quien en el
cuerpo de la misiva Ghiberti se refería como ser Petracco, colega de aquel en el Arte dei Notai de Florencia[3].
Las razones por las que el destinatario había solicitado conocer las cartas y
los motivos por los que el remitente le enviaba copia de ellas, se infieren del
texto de la misiva con que aquellas se adjuntaban. Hela aquí:
A Pietro di Parenzo di Garzo, notario de
Florencia, actualmente ejerciente en Padua[4], salud.
Ha sido para mí una gran satisfacción
recibir noticias vuestras y conocer que, aunque lejos de la Toscana y de
vuestra familia[5], podéis seguir ejerciendo nuestra ilustre profesión en tierras paduanas.
Quiera Dios traeros de vuelta a las orillas del Arno, donde güelfos y gibelinos
parecen estar en camino de limar sus asperezas, en torno a la capitanía de
Moroello Malaspina que -como sin duda sabéis- la primavera pasada rindió a
Pistoya[6], trayendo la gloria a Florencia y la fortuna a su familia.
Me decís, ser[7] Petracco, que vuestro patrono y protector,
el Cardenal de Prato[8],
continúa interesado por los asuntos de Florencia, en cuya pacificación se siente
concernido, razón por la cual desea conocer el parecer de quienes -como yo-
seguimos año tras año en esta República, tratando de ser agentes de armonía y
de no resultar devorados por los perros del odio y la revuelta. Indicáis que el
Cardenal se sintió favorablemente inclinado a mi humilde persona por algunos
elogios -sin duda, inmerecidos- que me prodigasteis en su presencia.
Pues bien, por poco que sirvan mis
consideraciones, no he de echar en saco roto tan alta solicitud, viniendo
además apoyada por un colega al que tengo en alta estima. He de dirigir al
Cardenal, por tanto, una respetuosa, pero sincera, misiva acerca de cómo veo yo
los poderes de la Iglesia en estas cuestiones y cómo podría el Papa hacer de
ellos el mejor uso para la paz y la felicidad entre sus hijos de Italia. Mas,
siendo esta cuestión solo una de las facetas de la situación, aunque la más
importante, me permitiré acompañar por copia otras cinco cartas, que
recientemente he remitido a poderosas o ilustres personas, las cuales pondrán
de manifiesto la plenitud de mis ideas y sentimientos, sin que pueda
tachárselas de premeditadamente acondicionadas para los oídos del Cardenal,
dado que ya han sido enviadas de antemano y, por lo que yo sé, recibidas por
sus destinatarios.
Las copias de dichas epístolas son
completas y veraces, como consta de mis archivos y del juramento de fidelidad
que tan gravemente se exige a quienes ejercemos la ilustre profesión notarial.
Que Dios se sirva cuidar de vos y de
vuestra familia, conservándoos para bien de la Ciudad a la que espero que
pronto podáis retornar, y en la que concluyo y firmo esta carta en el año de
Nuestro Señor de mil trescientos y seis, a los catorce días del mes de
septiembre.
***
Carta primera, dirigida
al Cardenal de Prato
A su Eminencia reverendísima, Niccolò
Alberti, Cardenal de la Santa Iglesia Católica, besa filialmente su mano Ugo
Ghiberti da Montepulciano, florentino. Cumplo con el deseo de Vuestra Eminencia
-que es un mandato para mí-, transmitido por pluma de mi colega, ser Pietro di
Parenzo, vuestro Secretario, de exponeros humildemente mi parecer sobre los
pasos que habrían de dar las Autoridades de nuestra santa madre, la Iglesia,
para lograr esa pacificación de los ánimos y las conciencias en Toscana, por la
que tanto y tan bien obrasteis hace dos años, por encargo del Santo Padre
Benedicto[9], que gozará ya de la felicidad eterna, si es
la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo.
En efecto, yo estuve entre los notarios
presentes en Santa Maria Novella[10] cuando se llegó al acuerdo de reconciliación entre las Autoridades del
Común de Florencia y una delegación de los ciudadanos proscritos, gracias a los
buenos oficios de Su Eminencia; un acuerdo generoso y bienintencionado que, sin
embargo, ambos bandos tuvieron escasos deseos de cumplir. De ello tuvo buenas
pruebas Su Eminencia, que acabó por abandonar la Ciudad, como también lo
hicieron los delegados de los florentinos desterrados. De la dudosa voluntad de
acuerdo de estos últimos dio prueba el que, apenas un mes después de vuestra
partida, un numeroso y plural ejército llegado de diversas ciudades toscanas y
de Bolonia, intentó por sorpresa el asalto de la Ciudad[11], cuando esta se hallaba casi desguarnecida[12]. Esta conducta ha sido generalmente juzgada como una traición[13], rompiendo por ahora toda posibilidad de reconciliación entre los
gobernantes de Florencia y los florentinos que promovieron y participaron en
aquella jornada. Es mi opinión, reverendísimo padre, que el asalto a la ciudad
ha vuelto los ánimos de la mayoría de sus habitantes contra los exiliados,
siendo así que antes creo que estos contaban con una mayoría de partidarios.
Yo pienso,
Eminencia, que los dos años transcurridos desde aquel funesto 20 de julio han
cambiado mucho las cosas, en un sentido favorable a la paz que, sin duda,
anheláis. Por una parte, los florentinos enemigos de quienes gobiernan la
ciudad parecen haber abandonado, por convicción o por necesidad, el propósito
de regresar y triunfar por las armas y, en cambio, tornan a solicitar indultos
y perdones, que ya no son mal recibidos por nuestras Autoridades, siempre que
medie reconocimiento de culpa y pago de daños. Por otra, parecen haberse
suavizado las querellas y venganzas entre familias que, como sabéis,
complicaban mucho la posibilidad de armonizar los bandos florentinos, a saber, las
facciones de blancos y negros dentro de la facción güelfa. Hoy, los blancos se
alían con los gibelinos y combaten unidos, como sucede en las mesnadas del
famoso marqués de Giogavallo[14]. Finalmente -y si me permite hacer una consideración estrictamente personal-,
encuentro que los partidarios del Emperador se sienten muy desasistidos, ante
la larguísima ausencia de un legítimo titular de tal dignidad en Italia[15], siendo, por el contrario, cada vez mayor la fuerza de casas
extranjeras, sean estas francesas o de Aragón[16].
Es, por tanto, un buen momento para que la
Iglesia, a través de Su Santidad, el Papa, pueda asumir en Italia el papel de
fortaleza y de paz que le corresponde. Es claro que el Pontífice habrá de
reinar en aquellos territorios que secularmente le han pertenecido y que son la
garantía de su siempre amenazada libertad. Pero no más. Hacer uso de títulos
dudosos -no para mí, sino para los Señores de la Tierra-, como la Donación de
Constantino, o la de Pipino, o la de Carlomagno[17], o superados por una nueva realidad -como la donación de la Condesa
Matilde[18]-, es algo que muy pocos verán con agrado e impedirá que la Iglesia pueda
ejercer su función pacificadora.
Es, así mismo, de notar el hecho doloroso
-seguramente Vuestra Eminencia así lo considerará- de la reciente decisión del
Santo Padre de establecerse fuera de Roma, y aún de Italia, cayendo de un modo
u otro en la órbita del Rey de Francia[19].
Así lo entienden los florentinos, que aún no han olvidado la conducta parcial y
violenta del hermano de aquel Rey, Carlos de Valois, que no pudo ser
contrarrestada por la siguiente acción pacificadora del bondadoso Cardenal
D’Acquasparta[20].
Concluyo esta misiva, ya larga en exceso,
haciéndome portavoz del deseo de la gran mayoría de los florentinos, en el
sentido de que acogerían gozosos nuevas iniciativas pacificadoras del Santo
Padre, siempre que las mismas estuvieran inspiradas exclusivamente en el
equilibrio y armonía de las diversas facciones, en el abandono por Su Santidad
de cualquier reclamación de dominio sobre la Toscana y en retirar su apoyo a
las interferencias y abusos de los franceses, que, desde el norte y el sur de
Italia, tratan de suplantar a nuestras legítimas Autoridades supremas, el Papa
y el Emperador. Si esto puede ser posible mientras el Pontífice haya dejado de
ser Romano, es cosa que Vuestra Eminencia podrá juzgar, con su superior
sabiduría y conocimiento.
Es cuanto, en conciencia y con la mayor
sinceridad, me atrevo a exponer a Vuestra Eminencia, conforme a lo que me
habéis solicitado; ante cuya autoridad doblo la rodilla y beso vuestras manos,
en Florencia, a los veintiún días del mes de septiembre del año de mil
trescientos seis.
3. Carta segunda, enviada a Durante di Alighiero
La segunda carta
en el orden del manuscrito -primera de las que Ghiberti había escrito sin estar
preordenadas al conocimiento del Cardenal de Prato- iba dirigida al inmortal
literato[21],
utilizando el nombre y apellido empleados en su partida de bautismo. Decía así:
A Durante di Alighiero degli Alighieri,
florentino, acogido a la hospitalidad de la ciudad de Bolonia, salud y buena
fortuna.
Me ha llegado, por conducto de un criado
de nuestro común conocido, el Conde Oberto da Romena, vuestra carta fechada en
Bolonia, a 14 de diciembre de 1305, en la que, haciendo inmerecidos elogios de
mi imparcialidad y conocimientos, solicitáis mi consejo en el complicado tema
de vuestra posible recuperación de los derechos como ciudadano de esta
República, así como de algunos de vuestros bienes, tan necesaria para subvenir
a vuestras angustiosas necesidades, personales y familiares[22]. Voy a procurar responderos con la atención y el acierto que bien
merecen, tanto vuestros méritos, como las graves e injustificadas calamidades
que os afligen.
He consultado en los archivos de la Ciudad[23] la sentencia que recayó contra Vos en 10 de marzo de 1302, agravando por
contumacia y razones políticas no expresadas, la primera -más benigna- de 27 de
enero anterior. Como sabéis, los delitos por los que fuisteis encontrado
culpable en la segunda y vigente sentencia fueron los de corrupción, fraude,
falsedad, dolo, malicia, ingresos ilícitos y pederastia[24]. Igualmente, os constará que las penas impuestas y pendientes de
cumplimiento son las de cinco mil florines de multa, interdicción perpetua para
los oficios públicos, exilio perpetuo, en contumacia, y, si se os prende en
Florencia o por sus agentes, la pena de muerte en la hoguera. También debéis
conocer que, de no pagar la multa -como, en efecto, no lo habéis hecho- de
forma inmediata y en su totalidad, la Señoría tiene el derecho de incautarse de
todos vuestros bienes y, como castigo adicional, derribar vuestra casa hasta
dejar sus muros a ras de suelo.
Es pública opinión que, una vez desterrado
de Florencia, no abandonasteis las confabulaciones contra ella. Antes bien, se
os considera inductor de la conducta de Scarpetta Ordolaffi, señor de Forlì,
que en el año de 1303 movió guerra contra nuestra República al frente de seis
mil peones y ochocientos caballeros, de manera tan torpe, que nuestro Podestà[25], con fuerzas mucho menores, lo derrotó
decisivamente en Castel Pulciano. Igualmente, se opina que apoyasteis la
jornada del 20 de julio del año siguiente, cuando gibelinos y blancos asaltaron
la Ciudad y llegaron hasta San Giovanni, donde fueron rechazados con
importantes pérdidas. Estos rumores que sobre vos corren seguramente han de
dificultar la concesión de un perdón, por considerar una traición[26] los contubernios con otras ciudades para
atacar a Florencia, por más que por esta hayáis sido desterrado, condenado a
muerte y hasta privado de los derechos de ciudadanía: Es algo que por nuestras
Autoridades se juzga indiscutible, aunque pueda entenderse que, si ya no sois
ciudadano de Florencia, solo obligaciones morales podéis tener contraídas aún
con ella.
Desde el cargo de Prior, que ejercí en los
meses de agosto y septiembre últimos, he podido comprobar de primera mano que
existe una tendencia favorable a suavizar o perdonar los duros castigos
impuestos hace tres años, que tan duramente os golpearon. Mas también es claro
que el perdón no será incondicionado, sino sujeto al pago de las multas y a determinadas
formas de expresión por los beneficiados de su contrición y enmienda. Sería
bueno que, ya que no os será fácil resultar incluido en el futuro indulto,
empecéis a mover los ánimos e influencias de quienes os son favorables, como
Moroello[27], Guittoncino dei Sigibuldi[28] o aquellos miembros de la familia Donati[29] que puedan influir sobre Corso. Tampoco estaría de más que, siendo tan
experto y famoso con la pluma, la empleaseis para manifestar de algún modo
vuestro arrepentimiento por pasadas acciones vuestras poco favorables para el
gobierno de la Ciudad.
Pasando del consejo de amigo, al legal
como notario, he comprobado que la dote de vuestra esposa está garantizada
-como es usual- por una parte estimable de vuestros bienes propios.
Ciertamente, la dote no fue cuantiosa, pues se ve que la esposa aportaba al
matrimonio otros valores, como un nombre ilustre y unas excelentes prendas como
mujer. Con todo, os recuerdo que, conforme al Derecho de esta ciudad, el
secuestro de los bienes del marido, para asegurar sus responsabilidades, no
priva a la mujer del derecho a gozar de los intereses y rentas de los mismos,
siempre que no se ponga en riesgo su persistencia y buen estado. Pero, para
poder ejercer tal derecho, vuestra esposa habrá de hallarse en Florencia y
presentar los documentos acreditativos de aquel. Por supuesto, ella nada tiene
que temer por el hecho de estar casada con un proscrito, máxime estando
emparentada con Corso Donati[30]. En
cualquier caso, me pongo a vuestra disposición para cualquier gestión para la
que mi persona, por razón de profesión, pueda seros de alguna utilidad.
Es cuanto se me ocurre a propósito de los
temas en que habéis pedido mi humilde consejo, por lo cual concluyo esta
misiva, a los seis días del mes de marzo del año de Cristo de mil trescientos y
seis[31].
4. Carta tercera, remitida a Guittoncino dei Sighibuldi
La tercera carta
de la recopilación fue dirigida al famoso jurista, poeta y político, conocido
desde hace siglos como Cino de Pistoya, si bien era en ella citado con nombre y
apellido de la época[32].
Su contenido es el siguiente:
A mi admirado poeta y legista Guittoncino
dei Sighibuldi, actualmente exiliado en Prato, salud y paz.
Con menos frecuencia de la que desearía,
llegan a mis manos sonetos y canciones de vuestra mano, que llenan de belleza y
dulzura mis oídos, haciéndome olvidar las diarias preocupaciones, y hasta volar
más allá de las paredes de mi escritorio frente a la iglesia de San Miguel.
Pero, seguramente para que no olvide las fuentes y argumentos que aprendí en mi
alma mater paduana, ni me aleje de las inquietudes
cotidianas del notariado y la lucha política, también han empezado a circular
por esta Ciudad ciertos comentarios vuestros al Codex justinianeo[33], que no estoy en condiciones de juzgar en
su estricto aspecto jurídico, pero que sí me voy a permitir valorar en términos
políticos, rogándoos asumáis mis observaciones como muestra de atención y de
amistad. También pueden ser oportunas si, como se comenta en Florencia, es
posible que os tengamos pronto entre nosotros, pues esta Ciudad es puntillosa y
cruel con quienes pretenden exponer opiniones políticas radicales o, cuando
menos, firmes. De hecho, quienes aquí tenemos el placer de morar en paz nos
inclinamos por no significarnos en demasía y por servir a todos con el mayor equilibrio.
Es sabido que habéis sido desterrado de
vuestra ciudad de Pistoya por sus gobernantes, güelfos de la parte blanca, pese
a haber emparentado con dicha facción por vuestro matrimonio. Sin embargo, de
vuestros comentarios a las leyes de Justiniano se infiere -al menos, así creo
entenderlo- que sois opuesto a las tesis de todos los güelfos, en el sentido de
que el gobierno del mundo o, al menos, de aquella parte en que nos ha
correspondido vivir, no puede consistir en una hierocracia, en la que el Santo
Padre gobierne las vidas y las conciencias, bien directamente, bien a través
del Emperador, como una especie de delegado, subordinado a aquel. Si me
guardáis el secreto, no estoy yo lejos de ese argumento, en su faceta negativa,
pues entiendo que el Papa fue puesto por Cristo como padre y guía de sus
seguidores y solo puede aspirar en lo temporal a que se respeten sus facultades
de nombramiento y gobierno de la Iglesia, así como su libertad de acción y
decisión, para lo que basta con que mantenga el dominio de un modesto
territorio y el mando de un moderado ejército. No debe de pensar de otro modo
nuestro Santo Padre felizmente reinante, cuando ha abandonado la ciudad de Roma
para ir a residir en algún villorrio de la Provenza, cambiando a los Colonna
por los Valois[34]. Por tanto, en este aspecto estoy conforme con vuestras tesis, pero no
en su vertiente positiva.
En efecto, desde hace unos pocos años,
observo cómo las importantes diferencias antes existentes entre los güelfos
blancos y los gibelinos están difuminándose y convirtiéndose en meros matices,
aunque, por ahora, se mantengan enfrentamientos y odios, por razones
estrictamente de personalidad o poder. Unos y otros camináis hacia un mismo
fin: considerar que el Imperio Germánico de nuestros días es heredero de los
grandes predecesores romanos y de Carlomagno. Por tanto, existiría una línea de
unidad y necesidad, que parece exigir al Emperador como fuente de paz y de
progreso.
Nada de eso comparto yo, admirado ser Guittoncino, pues en modo alguno contemplo en los actuales emperadores
la grandeza y la gloria de los antiguos. Antes bien, decaídos los Stauffen[35], los aspirantes a sucederlos se han
enzarzado en una serie de luchas entre ellos, que les impiden ocuparse de los
asuntos italianos. ¿Afortunada o desdichadamente? Yo pienso que la germanorum
barbaritas[36] no puede ser el precio de la armonía entre
italianos, la cual no tiene por qué significar unidad de todos nosotros, sino
buenas relaciones entre ciudades, ligas entre estas y, si acaso, formación de
varias unidades superiores, al modo de las poleis[37]
griegas.
Me parece estar oyendo vuestra templada
refutación: ¿Cómo podrían las repúblicas italianas evitar la agobiante
superioridad del Papa y los abusos de los podestá o
capitanes de mercenarios sin escrúpulos? Yo replico que, si no nos bastamos
para ser libres y gobernarnos a nosotros mismos, seremos siempre como niños.
Con todos los dolores del alumbramiento de una nueva era, Florencia señala el
camino de la libertad; la misma Florencia que, si finalmente os decidís a venir
a ella, os recibirá con el aprecio que merecen vuestras elevadas dotes y
trabajos.
Que Dios bendiga unas y otros, para que
puedan ser estimados en lo que valen y aprovechen a quienes os admiramos y
sentimos, a la vez, colega y maestro.
Firmada en Florencia, a los 27 días del
mes de noviembre del año del Señor mil trescientos cuatro.
5. Carta cuarta, enviada a Tedaldo della Bella
Constituye una
carta de condolencia por la muerte del ilustre hermano del destinatario, Giano
della Bella[38], con
quien Taldo compartió algunos de los acontecimientos más decisivos de su vida[39],
así como el destierro de Florencia[40].
Al propio tiempo significa un terminus ad
quem para fijar el momento del óbito del citado Giano, que hasta el momento
permanece discutido[41].
He aquí la transcripción de la copia de esta carta:
Al Señor Tedaldo della Bella, florentino,
exiliado en la ciudad de Pisa, salud y buena fortuna.
Ignoro con cuánto retraso pueda haberse
recibido en Florencia la dolorosa noticia de la muerte en tierras de Francia,
de vuestro hermano mayor, Giano, perdido para el bien de nuestra Ciudad desde
que fuera desterrado de la misma hace diez años[42]. El transcurso de una década no ha hecho olvidar a la mayoría de
nuestros compatriotas las grandes cualidades de vuestro hermano, así como sus
servicios como Prior y Podestà, que culminaron en la promulgación de las
Ordenanzas de Justicia, en buena parte hoy felizmente vigentes.
Cual un Pericles redivivo, vuestro hermano
supo conciliar intereses y poner al pueblo en el lugar que justamente le
correspondía, ni más alto, ni más bajo, dando y esperando de cada uno según su
formación y servicios. Ni todos los avatares de la política, ni todas las
tormentas de la envidia y la violencia, podrán borrar aquel viento de libertad,
parangonable a la democracia ateniense, que está en la base de nuestra actual
prosperidad y brillo, ante todos los italianos y en el mundo culto en general.
Tal vez un día Italia pueda alzarse, más
allá de papas, emperadores y potestades, reclamando la unidad y la libertad
que, por derecho e historia, le corresponden. En ese feliz momento -que ni Vos
ni yo hemos de vivir-, las leyes de Florencia, que vuestro hermano, ahora
muerto según la carne, ayudó a alumbrar, serán faro y ejemplo para quienes
tengan a su cargo tan difícil tarea.
Reciba, pues, Señor, por esta carta el
testimonio de mi pesar y condolencia, que ya he tenido ocasión de transmitir
personalmente a los miembros de vuestra familia que afortunadamente siguen
viviendo entre nosotros[43].
Concluida en Florencia, a los seis días
del mes de febrero de mil trescientos cinco.
6. Carta quinta: A Aldebrandino Compagni
La quinta carta
del manuscrito iba dirigida a una persona que alcanzaría fama en la posteridad,
gracias a su Crónica de Florencia en
los tiempos que le tocó vivir: Dino Compagni[44].
Del texto de la misiva parece desprenderse una notable coincidencia de puntos
de vista políticos. Dicha epístola dice lo siguiente:
A Misser[45]Aldebrando Compagni, que reside
temporalmente en Fiésole, salud y fortuna favorable.
Vuestro hijo Niccolò me hace llegar la
noticia de que, desde el Año del Jubileo[46], ocupáis
algunos de vuestros momentos libres en la redacción de una Crónica de los
sucesos que ha vivido nuestra República en los últimos tiempos, de los que
habéis sido partícipe y testigo muy significado. Junto con la noticia, me
entrega algunas notas, a modo de esquema de la obra, aclarando de que son
meramente unos apuntes provisionales. También me hace saber que no tenéis
ninguna prisa en acabar vuestro trabajo, entre otras cosas, porque os proponéis
ir recogiendo los nuevos sucesos que se vayan produciendo a lo largo de vuestra
vida, que ya camina por su sexta década, pero que promete aún durar bastantes
años más, cosa que yo os auguro, pidiendo a Nuestro Señor por ello.
Ya sabéis, mi querido amigo, que ambos
cojeamos del mismo pie o, por mejor decir, de la misma virtud de la prudencia.
Vos, desde un destacado lugar en el convento di Calimala[47],
yo desde otro, bien modesto, en el de los
Jueces y Notarios, hemos procurado vivir la aurea mediocritas del Poeta[48], no dejando por ello de cumplir con nuestros
deberes y cargos cívicos, pero siempre con ecuanimidad y moderación. Por eso,
no dudo de que haréis un uso sumamente circunspecto de vuestras cualidades de
historiador y, a ser posible, de que no pondréis vuestras perlas al alcance, no
diré de cerdos ignaros[49],
pero sí de perros voraces y vengativos, que puedan castigar en vuestras letras
lo que hasta ahora no pudieron en vuestras acciones. Guardad, pues, a buen
recaudo vuestras líneas en el archivo familiar, hasta que la lejanía de los
tiempos historiados aleje así mismo la ominosa probabilidad del destierro[50].
Pero excusaré cualquier insistencia al
respecto, ya que vuestra edad y experiencia de la vida son muy superiores a las
mías.
Permitidme, al tiempo que devuelvo
vuestras notas, que haga algunas postilas a las mismas, comenzando por
reconocer que comparto con vos la admiración y el buen recuerdo de Giano della
Bella -ha poco fallecido-[51], a quien apoyasteis desde vuestros cargos de Prior y Confaloniero[52]. Menor es mi acuerdo con Vos respecto de vuestro papel de Sabio[53],
cuando en 1300 tomasteis la decisión salomónica de desterrar de Florencia a los
cabecillas de los dos bandos, blancos y negros, debilitando la posición difícil
de aquellos, con el pretexto de que los incidentes de la víspera de San Juan
habían sido provocados y sostenidos por unos y por otros. Afortunadamente, bien
por vuestras relaciones familiares, bien por vuestra reputación de hombre
conciliador y poco dado a la riña partidista, lograsteis evitar la multa y
destierro, que pronto alcanzaría a quienes habían sido tan justos, como para
rechazar la violencia de ambos bandos pero, a la vez, tan cándidos, como para
olvidar que el equilibrio y el término medio acaban por beneficiar a quienes
parten de una posición de mayor fuerza.
No soy inclinado a explicar la historia
por las concretas acciones y sentimientos de personas singulares, pero he de
convenir con Vos en que, cuando se trata de historia menuda -como lo es la que
se produce en las ciudades, aunque sean tan grandes como la nuestra-, los
crímenes y discordias entre particulares cuentan mucho. No estaba al corriente
del origen del enfrentamiento entre las familias de los Cerchi y los Donati[54], que tan oportunamente pensáis recordar en vuestra futura Crónica, pero
sí que soy consciente de la desgracia de que, por tales querellas, haya alcanzado
a Florencia una división insuperable del bando güelfo, el cual, dominando la
Ciudad desde hace más de un cuarto de siglo, habría permitido muchos años de
paz entre nosotros y de unión frente a los gibelinos -así considerados enemigos
nuestros-, como la guerra contra Arezzo puso de manifiesto, cuando todos los
florentinos combatieron codo con codo, bajo la dirección conjunta de Corso y de
Vieri[55].
Me habéis preguntado, por conducto de
vuestro hijo Niccolò, si opino, como Vos, en lo inoportuno que fue el
nombramiento de Giano como Podestà de
Pistoia[56], alejándolo de Florencia en momentos
decisivos para el afianzamiento de sus reformas, y colocándolo en un puesto
conflictivo, que obligaba a ejercer un mando riguroso, precisamente lo peor
para quien todos admiten que tenía un carácter fuerte y un tanto impulsivo. Estoy
totalmente de acuerdo con Vos. Es más, aunque ello pueda haber sido beneficioso
para robustecer sus designios, entiendo que Giano no fue consciente del alcance
e intensidad de la oposición que le hacían los magnates de Florencia, ni de lo
imprevisible de la conducta de los populares,en cuyas algaradas y excesos tanto
tuvo que ver la excitación de Taldo[57], tal vez, deseoso de que su hermano Giano
se pusiera al frente del pueblo sublevado y acabase con la tolerancia judicial
para con los poderosos.
En efecto, comparto con Vos la crítica
severa de la contradicción que se viene produciendo en nuestra República, en
que -por una parte- los jueces prevarican y retardan la decisión de los
asuntos, y hasta mis propios colegas notarios osan faltar a la fe pública y
alteran lo ya escrito, sin que el Podestà los controle ni
corrija, en tanto -por otra- las discrepancias y faltas políticas son
severamente castigadas con el destierro, la confiscación de bienes o la
muerte. Me parece, Misser Dino, que, sobre esto último, arrojáis demasiada
responsabilidad sobre los responsables de las proscripciones del año 1302 y, a
sus resultas, sobre el comportamiento de los exiliados, que se han aliado con
los gibelinos enemigos de su Ciudad y mueven guerra contra ella. El recurso a
la punición para castigar las discrepancias políticas, como la conversión de
estas en la fuente de violencias, odios y venganzas, no viene de ayer ni -para
nuestra desgracia- terminará mañana. Discrepo de Vos, que parecéis creer que la
prudencia, la moderación y la paz se habían entrelazado en la barandilla del
Consejo, siendo bruscamente desprendidas de allí en octubre de 1301. Pero no
puedo menos de rezar para que se cumplan vuestros vaticinios de que regresen a
Florencia quienes antes, desde lejanos países, venían a ella, no por necesidad,
sino para aprender de las bondades de sus artes y oficios y para contemplar la
belleza y adorno de la Ciudad[58]. Eso sí, mi bien intencionado amigo, echo más
en falta a nuestros conciudadanos expulsados, muchos de los cuales eran el
mejor ornato de su patria.
Voy concluyendo. Observo en vuestras notas
constantes alusiones al desorden civil y moral que impera hoy en Florencia,
fruto de pecados capitales, como la soberbia -generadora de una funesta
competición entre los oficios-, la avaricia -que inclina a obtener lucros
ilícitos y ganancias ilícitas-, o la ira, que alimenta divisiones y discordias.
Es cierto cuanto decís, pero yo os aconsejo que, cuando redactéis de forma
detallada vuestra Crónica, no dejéis los aspectos económicos como mera fuente
de pecados, que deben y pueden ser evitados, sino como la explicación basilar
de la historia que hemos vivido en nuestros tiempos y como un constante
trasfondo ambiental de los acontecimientos de los que hemos sido -y seremos-
testigos.
Os ruego perdonéis el atrevimiento y la
prolijidad que, sin duda, se han deslizado por estas líneas y juzgadlos fruto
del afecto que os profeso y del interés que me ha producido vuestra iniciativa,
por la que hago votos de feliz finalización, como para todas vuestras empresas.
Dada en Florencia, en el año de Cristo de
mil trescientos seis, a los cuatro días del mes de febrero.
7. Carta sexta, dirigida a Cante Gabrielli
La sexta y última
carta de Ugo Ghiberti iba dirigida al competente hombre de armas, Cante
Gabrielli[59], Podestà de Florencia en el primer
semestre de 1302 y en el segundo de 1306, en ambos casos, al frente del partido
güelfo, que en la Ciudad mantenía a la sazón los intereses e ideas del bando
negro. Parece ser que la carta fue una iniciativa valiente de su remitente, que
conocía bien las hazañas del
destinatario -en particular, su desempeño en Florencia en 1302- y quiso ilustrarlo sobre la verdadera naturaleza
de los bandos y desavenencias de la Ciudad, de cara a su segundo ejercicio del
cargo de Podestà. He aquí el
contenido completo de la misiva, debidamente traducido al español:
Al caballero Cante dei
Gabrielli di Gubbio, en esa ciudad o en la de Roccacontrada, de parte de Ugo
Ghiberti di Montepulciano, actualmente Cónsul del Arte de los Notarios de
Florencia, salud y buena fortuna.
No puedo olvidar, señor, los difíciles
meses del año 1302 en los que el príncipe Carlos de Anjou, pacificador de
Florencia por encargo del Santo Padre, os designó Podestà y cómo vuestras
decisiones tomadas en bien de la concordia cívica, expulsaron de la Ciudad,
primero, y condenaron a muerte[60], después, a tantos buenos ciudadanos, en su mayor parte solo culpables
de haber seguido las descarriadas indicaciones de los Cerchi, no menos
violentas y excesivas, por otra parte, que las de sus antagonistas, encabezados
por Corso Donati. Como bien podéis saber por vuestro propio hermano, Bino[61], la
situación en Florencia ha cambiado mucho en los últimos cuatro años, como
consecuencia de haber sido desterrados de la Ciudad los dirigentes y los más
conspicuos integrantes de la facción blanca. Es cierto que, expulsados de
Florencia, muchos de ellos se han aliado con el bando gibelino y han intentado
infructuosamente regresar en triunfo a la Ciudad, pero no es probable que
realicen nuevos esfuerzos en tal sentido; de tal suerte que vuestro gobierno
podrá dar aquellas muestras de flexibilidad y benevolencia a las que, sin duda,
os inclina vuestro carácter y el afecto del Pontífice por sus hijos de
Florencia.
No he citado, señor, al Santo Padre por
capricho, sino para manifestaros lo que todos los florentinos sabemos, desde
que nuestra ciudad fue desgarrada, no ya por las discrepancias entre el Romano
Pontífice y el Emperador, a propósito del dominio eminente sobre toda Italia,
sino por las querellas entre blancos y negros, hijos todos de la misma matriz
güelfa. ¿Qué puede llevar a unos y otros al encono, el odio y la venganza, así
como a sus hijos espurios, el crimen y la traición? Yo os lo diré en pocas
palabras: los intereses económicos, el ansia por prevalecer en el gobierno y el
deseo de estar por encima de las leyes y de las resoluciones de los jueces.
Escuchad, si no, los motivos de enfrentamiento y ved si se habla para algo del
Papa o del Emperador. Nunca. ¿Qué se invoca, qué preocupa? Que si una familia
es germánica o ítala, o si procede de la nobleza de cuna o de la que se gestó
en el esfuerzo del taller o del comercio. Que si deben acceder a los cargos
públicos los gremios mayores, o también menores. Que si deben decidir en los
Consejos y Asambleas las personas pudientes del pueblo, o también las que
carecen de medios significativos de fortuna. Que si tal o cual familia o
persona debe ser autorizada a participar de la vida pública gracias a
matricularse en algún gremio, o si le debe estar vedado por nobleza o por
falacia[62]. Que si tal o cual grupo de personas deben gozar, o no, de exenciones
tributarias. Que si la Ciudad debe vigilar celosamente, o no, que los poderosos
no invadan con sus casas los terrenos de dominio público. Que si los
magistrados florentinos deben, o no, tener jurisdicción sobre los campos y
burgos que rodean la Ciudad, según cuya respuesta los que los temen se
trasladarán o no, a vivir en aquellos. Que si los inmensos capitales,
acumulados por muchos güelfos particulares por las confiscaciones a los
gibelinos, deben incorporarse, o no, a las arcas públicas, como es de derecho.
En fin, Señor, que si ha de prevalecer la ley y el acceso a la justicia, o se
ha de permitir que la vara de la justicia sea torcida por los poderosos.
A fin de cuentas, son las mismas
cuestiones que se vienen debatiendo en Florencia desde hace más de un cuarto de
siglo; las mismas a que tendréis que responder, con arreglo a los grandes
poderes que se os han concedido y muy pronto ejerceréis; las mismas a las que,
con parcial acierto, trató de contestar vuestro ilustre antecesor, el Podestà
Giano della Bella -recientemente fallecido-; las mismas, en fin, que, en el
fondo, inquietan a esta Ciudad, que nunca ha puesto en duda la autoridad y la
bondad de los santos sucesores de San Pedro, moren en Roma o en la Provenza.
Todo lo cual, Señor, me he atrevido a
poner ante vuestra consideración, como testigo fiel y honrado ciudadano, que
desea lo mejor para la Señoría y lo espera de vuestro recto gobierno. Que Dios,
Nuestro Señor, os conceda salud y acierto para conseguirlo.
Escrita en Florencia, a los veinticinco días
de mayo del año de Cristo de mil trescientos y seis.
8. Breve respuesta del Procuratore
a mi carta del capítulo 1
Estimado Profesor
Beffardo:
En contestación a
su carta del pasado día 13 de abril, tengo a bien informarle lo siguiente:
1º. Consultados
los archivos de la Biblioteca Laurenciana de esta ciudad, no se ha encontrado
alusión alguna al manuscrito que ha examinado en el College B. de la Universidad de Oxford, ni antes ni después de la
época en que Guglielmo Libri pudo tener acceso a los fondos laurencianos.
2º. Los expertos a
que he pedido dictamen coinciden unánimemente en que el lenguaje y contenido
del susodicho manuscrito no coinciden con los propios de la época a que se
refiere, considerando que se trata de una simulación realizada por algún
historiador de finales del siglo XVIII o de la primera mitad del siglo XIX.
3º. Comprenderá
usted que la ubicación del manuscrito en la biblioteca de una respetable
institución en país extranjero, aconseja -visto lo que antecede- no ir adelante
con una más profusa investigación.
En cualquier caso,
agradezco mucho su interés por el patrimonio bibliográfico florentino y le
indico que, si no queda de acuerdo con mi resolución, puede reproducir la
denuncia ante el Juez único de primer grado de Florencia, a la mayor brevedad
posible.
En Florencia, a 30
de mayo de 2019.
El Procurador de
la República, …
Les confieso que,
aunque no muy gustoso, decidí respetar la decisión del Procurador, sin poner el
caso en manos de los jueces. No sé si lo hice por desidia o por coincidencia de
criterio: En ustedes está, si lo desean, opinar al respecto y, de paso, hacerlo
sobre la autenticidad del manuscrito que he transcrito en este relato.
[1]
En tanto no se realicen las indagaciones pertinentes, he decidido mantener
secreto el nombre del Colegio oxonense de referencia. En cuanto al empleo de la
inicial B, dejo a la elección de los
lectores decidir si es casual o intencionada.
[2]
Guglielmo o Guillaume Libri (1803-1869), uno de los más famosos y exitosos ladrones
de libros de las bibliotecas públicas (de Italia y Francia) de todos los
tiempos, respecto de cuyas sustracciones continúan aún en nuestros días las
reclamaciones y devoluciones. Del total de manuscritos hurtados por el Conde
Libri en la Biblioteca Laurenciana de Florencia puede dar idea que, en 1884, el
Estado italiano logró recuperar por recompra unos dos mil manuscritos.
[3]
Pietro di Parenzo di Garzo, o Pietro dall’Incisa, llamado corrientemente ser Petracco, es obviamente el padre del
gran poeta Francesco Petrarca. El padre había nacido en Incisa en 1266 o 1267,
y falleció en Avignon en 1326. El Arte
dei Giudici e dei Notai era el gremio mayor florentino de los jueces y
notarios, seguramente el más ilustre de todos ellos (eran en total siete, en las
fechas indicadas).
[4]
Hay constancia documental de que, tras ser desterrado de Florencia y pasar por
Arezzo, ser Petracco ejerció como
notario en Padua, al menos, entre 1306 y 1308.
[5]
Siempre se ha sospechado, o sabido, que la esposa y los hijos que fueron
naciendo del matrimonio, no siguieron a ser
Petracco a Padua, sino que permanecieron en su localidad natal de Incisa,
en la casa familiar en que residía el abuelo paterno del Poeta, la cual
visitaba de vez en cuando ser Petracco,
lo que, entre otras cosas, le dio la oportunidad de engendrar en 1307 a su hijo
Gherardo.
[6]
Moroello Malaspina (c. 1268-1315) fue un hábil militar y gobernante del bando
gibelino, que supo aunar en torno suyo a partidarios del bando güelfo negro. La
conquista de Pistoya por tropas de Florencia y Lucca se produjo el 11 de abril
de 1306, suponiendo la definitiva pérdida de la autonomía de la ciudad.
[7] Tratamiento
de respeto asignado a notarios, abogados y otros, equivalente a nuestro señor.
[8]
Niccolò Alberti (o Albertini) (c. 1250-1321), nacido en Prato, Cardenal desde
1303, por encargo papal intentó sin fruto una pacificación entre las facciones
políticas de la Toscana (1304). Tuvo como secretario, entre otros, a ser Petracco, que también lo seguiría a
Francia (Carpentras, Avignon) cuando el Papa se trasladó allí, por presiones
del rey francés, Felipe IV.
[9]
Benedicto XI, Papa entre 1303 y 1304.
[10]
Iglesia y casa madre de los dominicos en Florencia, donde el Cardenal de Prato
había profesado y enseñado. Su condición de Procurador General de la Orden
Dominicana (1299) puede explicar que se escogiera dicha iglesia para las
reuniones preliminares y el acuerdo de reconciliación (26 de abril de 1304).
[11]
El Cardenal de Prato abandonó Florencia el 10 de junio de 1304. Los delegados
de los güelfos blancos y de los gibelinos lo hicieron dos días más tarde. El
asalto a Florencia (batalla de La Lastra) tuvo lugar el 20 de julio siguiente.
Para detalles del combate, véase Mirko Tavoni, La cosidetta battaglia della Lastra e la biografia politica di Dante, Nuova
Rivista de Letteratura Italiana, XVII,2 (2014), edizioni ETS, pp. 51-87, en
especial, pp. 51-54.
[12]
Debido a que, por indicación de Cardenal de Prato, los principales caballeros
de Florencia iban de camino a Perugia, para presentarse ante el Papa y
disculparse por no haber sido obedientes a su legado pacificador. De todos
modos, también el viaje resultó infructuoso, al haber fallecido el Pontífice el
7 de julio.
[13] El empleo de letra negrita es de la exclusiva
responsabilidad del transcriptor de la carta.
[14] Título nobiliario del jefe militar Moroello
Malaspina, citado en la nota 6.
[15] Ghiberti alude a la larga guerra entre
aspirantes suabos y bávaros a la dignidad imperial, que no concluiría hasta el
nombramiento de Enrique VII, de la casa de Luxemburgo, en el año 1308, cuya
venida y estancia en Italia (1310-1313) haría recobrar renovados bríos a los
Gibelinos.
[16] Las casas francesas eran las de Anjou -que
ostentaba el reino de Nápoles- y la oficial
de Valois, cada vez más fuerte en el norte de Italia y con el Papa. Aragón
dominaba ya Sicilia y estaba en vías de hacerse con Cerdeña.
[17]
Hechos y documentos apócrifos, en los que los Pontífices basaban sus derechos
de soberanía sobre los luego llamados Estados Pontificios, hasta extremos de
reivindicar, en algunos casos, la totalidad de Italia.
[18]
Última heredera del Condado de Toscana, fundado por Carlomagno. Fallecida en
1115, legó sus posesiones (que alcanzaban también a Lombardía y la actual
Emilia-Romagna) al Papa, al fallecer sin sucesión directa.
[19]
El Papa Clemente V (que lo fue entre 1305 y 1314) tomó la decisión de
trasladarse, sucesivamente, a Carpentras y Avignon, donde permanecería la sede
papal hasta 1377.
[20] Estos
sucesos acaecieron en los años 1301 y 1302.
[21] Se
alude a Dante Alighieri (1265-1321).
[22]
No parece que hubieran cambiado significativamente las condiciones económicas
del Poeta que en 1304 -otros dicen que en 1305-, en su Epístola II (dirigida a
Oberto y Guido da Romena), calificó su situación de inopina paupertas, es decir, de pobreza para la que no estaba
preparado.
[23]
En concreto, actualmente se halla en el Libro
del Chiodo, Archivio di Stato di Firenze, 10 de marzo de 1302 (66).
[24] En los casos en que las actuales tipicidades
delictivas no son claramente compatibles con las antiguas, he renunciado a la
traducción libre y mantenido la puramente literal, tal como se recoge en el
libro citado en la nota 24.
[25]
Se trataba de Fulcieri di Calboli (c. 1270-1340), cuya fiereza y habilidad
guerrera le depararon cargos de primer rango en su ciudad natal de Forlí, Milán,
Módena, Florencia, Bolonia y otras.
[26] Como en
el caso de la nota 13, el uso de la negrita es de libre decisión del transcriptor.
[27] Véase
la nota 6. Moroello era partidario de los güelfos negros.
[28]
Mucho más conocido como Cino de Pistoya (c. 1270-1336), gran jurista y notable
poeta que, por las fechas de esta carta, residía en Florencia, aunque no de
manera constante. Era de ideología gibelina.
[29]
Familia que encabezaba el partido güelfo negro, dominante entonces en
Florencia. Su jefe era Corso Donati y la esposa de Dante, Gemma Donati,
pertenecía a una rama menor de la estirpe, como prima en tercer grado de Corso.
[30] Corso Donati (1260-1308) fue, entre 1295 y su
muerte, cabeza de su influyente familia y de los güelfos negros, que gobernaron
Florencia casi sin interrupción durante dicho periodo.
[31] La fecha y el tiempo probable de demora en
llegar al destinatario inducen a pensar que Dante hubiera ya salido de Bolonia por
motivos políticos (lo hizo hacia febrero de 1306). Con todo, no parece que los
consejos de Ghiberti hubiesen caído en el olvido, por lo que Dante bien pudo
haber recibido la misiva, ya por algún propio o intermediario, ya por reenvío
desde Bolonia.
[32]
El apellido o gentilicio del destinatario tiene grafía confusa (Sighibuldi,
Sinisbuldi, Sigisbuldi…). Escojo la primera de ellas, siguiendo el criterio del
especialista en Cino da Pistoia (c. 1270-1236 o 1237), Christopher Kleinhenz,
por ejemplo, en su artículo Cino da
Pistoia, en Medieval Italy: An
Encyclopedia, Routledge, Nueva York y Londres, 2004, pp. 225-227.
[33]
El Códex es una de las cuatro grandes partes en que se divide el magno Corpus Iuris Civilis del emperador
bizantino Justiniano I (reinó entre 527 y 563). El comentario más temprano de
Cino da Pistoia al Códex pudo iniciar sus primeras entregas en manuscrito hacia
1304, si no antes, aunque la versión completa y definitiva data de hacia 1315.
[34]
Alusión a la decisión -no muy voluntaria- del Papa Clemente V, de trasladar la
sede pontificia a Avignon, donde el rey francés, Felipe IV de Valois, resultaría
bastante más potente interferencia que los levantiscos Colonna, prototipo de la
indisciplinada aristocracia romana.
[35]
Stauffen o Hohenstauffen, dinastía suaba que ostentó la dignidad imperial entre
1138 y 1250. El último de ellos, Federico II, estuvo cerca de hacer efectiva su
soberanía en toda la Italia meridional y central.
[36]
Expresión peyorativa, equivalente a barbarie de los alemanes, la cual acabó
utilizando el propio Cino de Pistoia, aunque con la esperanza de que no vejara a la dulce Italia.
[37] O
ciudades-Estado.
[38]
Giano della Bella (c. 1240-c. 1305), gran figura de la política florentina en
los años decisivos (1292-1295), en que se aprobó las Ordenanzas de Justicia, verdadera Constitución florentina, de largo
y transcendental recorrido histórico. Resumen biográfico de este personaje por
Giuliano Pinto, Diccionario biografico
degli Italiani, edit. Treccani, 1988, volumen 36, voz Della Bella, Giano.
[39]
En particular, la incitación al pueblo para sublevarse por la benevolentísima
sentencia contra Corso Donati (23 de enero de 1294), algarada que constituyó el
principio del fin del gobierno de Giano della Bella. Taldo había nacido hacia
1250 y falleció en 1313.
[40]
El destierro, hecho efectivo el 18 de febrero de 1295, alcanzó a los hermanos
Giano, Taldo y Comparino della Bella, así como al hijo del primero, Cione.
[41]
Se han manejado por los historiadores fechas entre 1300 y 1311. El realidad, el
terminus a quo es el año 1300 y el terminus ad quem, el año 1306.
[42]
Tras el destierro (abril de 1295), se pronunció condena a muerte (octubre del
mismo año), nunca ejecutada. En septiembre de 1311, aunque ya fallecido, Giano
della Bella fue excluido de la amnistía general concedida a los exiliados
florentinos. Hubo de esperarse hasta 1317, para que Florencia rindiera un
mínimo tributo a su ilustre hijo y gran gobernante, restituyendo a su hija
Caterina los bienes que habían sido confiscados a su padre, veintidós años
atrás.
[43]
Se trataba, cuando menos, de la esposa de Giano della Bella, Saracina, y de su
hija, Caterina, hasta que esta contrajo matrimonio con Guido di Baldo
Castellani, Podestà de Pisa.
[44]
Aldebrandino o Ildebrandino (Dino) Compagni (c. 1250-1324). Su Cronaca no fue impresa hasta el año
1726. La edición crítica actual (2019) de referencia es la del Istituto Storico
Italiano per il Medioevo, a cargo de Davide Cappi, Roma, 2000. Sobre Dino
Compagni, de manera breve pero suficiente a nuestros efectos, véase Girolamo
Arnaldi, voz Compagni, Dino, en el Diccionario biografico degli italiani,
edit. Treccani, volumen 27 (1982).
[45]
Equivalente al Ser, explicado en la
nota 7.
[46] El año
1300, que el Papa Bonifacio VIII decretó como Año Jubilar.
[47]
Uno de los gremios o artes mayores
florentinos, constituido por los mercaderes dedicados a la importación y
exportación de materias primas textiles y tejidos debidamente elaborados.
[48] Consejo del poeta latino Horacio, de vivir
con prudencia y moderación, en un término medio.
[49] Alusión a la expresión latina margaritas ante porcos, del Evangelio
según San Mateo (7, 6).
[50]
En efecto, la Crónica de Compagni
tardó unos doscientos años en ser conocida, y cuatrocientos en imprimirse;
hasta tal punto, que se dudó por muchos y durante largo tiempo de la
autenticidad de la misma.
[51]
Véase carta anterior y notas 38 a 42. Con carácter de resumen, Giuliano Pinto, Della Bella, Giano, en Diccionario biografico degli Italiani,
edit. Treccani, volumen 36 (1988).
[52] Miembro del Consejo de Priores, con funciones
adicionales de representación (portador de la enseña de la ciudad) y de
justicia, en particular, para mantener a
raya a la nobleza, excluida del gobierno de Florencia por las Ordenanzas de
Justicia de 1293. Dino Compagni fue Gonfaloniere
di Giustizia en el bimestre del 15 de junio al 15 de agosto de 1293.
[53]
Los savi eran ciudadanos selectos,
encargados de aconsejar a los priori de
Florencia en los asuntos más relevantes y complejos. En la ocasión a que se
refiere la carta, formaba también parte de los savi Dante Alighieri, quien aconsejó lo mismo que Dino Compagni.
[54]
Fueron las familias que encabezaron, respectivamente, los bandos güelfos blanco
y negro. Compagni remonta la discordia a hechos producidos en el año 1215, es
decir, noventa años antes de la carta que transcribo. Véase Dino Compagni, Cronaca, libro I, capítulo 2.
[55]
Se alude a una campaña bélica desarrollada en los años de 1288 y 1289, cuyo
hecho de armas más sobresaliente fue la batalla de Campaldino, ganada por los
florentinos, en la que se distinguieron especialmente Corso Donati y Vieri de’
Cerchi.
[56] Ejerció
el cargo en el primer semestre de 1294.
[57] Véase carta cuarta y nota 39, en este mismo
relato.
[58] Véase la Cronaca
de Dino Compagni, libro I, capítulos 1 y 24.
[59]
Sobre Cante Gabrielli (c. 1260-c. 1322), váse Giovanni Ciappelli, Diccionario Biografico degli Italiani,
voz Gabrielli, Cante, edit. Treccani,
volumen 51 (1998). A sus páginas me atengo en los detalles y referencias
biográficas del personaje, aliviando así el aparato de las notas a pie de
página.
[60]
Se calculan unas 170 sentencias a pena capital (generalmente, muerte en la
hoguera) acordadas por Cante Gabrielli, si bien muy pocas serían efectivas, al
haber precedido una orden de destierro de la ciudad de los sentenciados. El
sucesor de Gabrielli, Podestà
Gherardo da Gambara, condenó a muerte a otros 389 ciudadanos florentinos, con
el mismo resultado, es decir, generalmente en contumacia.
[61]
Bino Gabrielli había sido nombrado Podestà
y Capitán de Guerra de Florencia para el primer semestre de 1306; de modo
que hubo una sucesión continua de Bino por Cante en el primero de los cargos
citados.
[62]
Ejemplo bien conocido de ello es el de Dante Alighieri que, para participar en
el gobierno de la Ciudad, hubo de matricularse en el gremio mayor de los
médicos y boticarios, profesiones para las que no tenía estudios ni nunca
ejerció, como no sea -se dice por algún autor con ironía- porque se vendieran
sus obras literarias en las oficinas de farmacia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario