EL DERECHO Y LA
GUERRA DE ESPAÑA (VI): EL MACABRO JUEGO DE LOS INDULTOS PARTICULARES
Por Federico Bello
Landrove
Por mi vocación, soy historiador; por
profesión, fiscal -ya jubilado-; por mi edad y vivencias, estudioso de la
Guerra Civil o Guerra de España. Creo que son motivos bastantes para abordar
esta serie de ensayos sobre El Derecho y la Guerra de España, en que procuraré aunar información veraz y brevedad amena. Su
lecturas y comentarios me dirán si he acertado o no en el empeño.
1. Algunas generalidades sobre los indultos particulares de
Franco
No llegaremos muy
lejos si, como parece suceder con Preston[1],
nos empeñamos en confundir la posible conmutación de la pena de muerte, al
comunicarse obligatoriamente esta al
Generalísimo[2], con la posibilidad de que, denegada tal
conmutación, alguien legitimado para ello volviera a insistir en que la pena
capital fuese perdonada. Esa confusión está detrás de la maliciosa afirmación
de que el Caudillo se las arreglaba para
que los indultos de las sentencias de muerte llegaran solo después de que
hubieran sido ejecutadas[3].
Voy a matizar lo que puede y lo que
no puede haber de cierto en la precedente aseveración que, por ahora y a falta
de estadísticas que la prueben, responde más al subjetivismo y la impresión de
la Memoria, que a la realidad probada y objetiva de la Historia.
Es obligado
recordar que la remisión a Franco de todas las sentencias en que se
hubiese impuesto pena de muerte solo adquirió carácter obligatorio en marzo de
1937, manteniéndose ya así a todo lo largo de su Régimen[4].
En estos casos, la ejecución de la pena de muerte permanecía legalmente en
suspenso, hasta que la Autoridad militar competente recibía de vuelta la
sentencia, con el enterado del Jefe
del Estado y Generalísimo de los Ejércitos. El rigor de Franco y la disciplina
de sus militares en el cumplimiento
de esta norma impedían, para estos casos, la demora dolosa y trágica a la que
antes se aludía. Está por demostrar -en lo que yo sé- que una sentencia de
muerte conmutada espontáneamente por Franco haya
llegado cuando el reo hubiese sido ejecutado. Mucho menos, que la famosa retranca gallega del Caudillo hubiese
ido contra sus propias órdenes y criterio.
Cosa distinta pudo
suceder -y, de hecho, sucedió, si aceptamos los respetables testimonios de los
antiguos jerarcas del Régimen, Serrano Suñer y Ridruejo- en los casos en que,
al margen del procedimiento legal del enterado,
antes o después de recaída sentencia, el propio reo u otras personas
recomendantes solicitaban el indulto de una posible o real pena de muerte, al
amparo de la legislación general sobre la gracia de indulto. En esos supuestos,
la ejecución de la pena de muerte no quedaba en suspenso y, habida cuenta de
que solían cumplirse con celeridad, podía ser frecuente que la solicitud y
tramitación del indulto llegaran tarde,
aun sin necesidad de demorarlo de forma voluntaria. Es más, estoy por afirmar
que Franco pudo utilizar en ocasiones esa argucia para hacer su voluntad, sin
quedar del todo mal con los peticionarios de la gracia. No deja de tener
sentido, en estos precisos términos, la frase franquista que dijo recordar su Cuñadísimo[5],
cuando este le pidió mayores garantías procesales en los Consejos de guerra: Mantente al margen de esto. A los soldados
no les gusta que los civiles se inmiscuyan en asuntos relacionados con la aplicación
de su Código de Justicia. Obviamente, el primero de esos celosos soldados era Francisco Franco
Bahamonde.
General Francisco Franco
***
Me temo que
tampoco se llegará a un criterio histórico en el tema de hasta qué punto se
tomaba Franco a la ligera el trámite del enterado[6].
En mi opinión, los curiosos datos invocados, como la hora del día en que Franco
examinaba las sentencias[7],
o la suspensión del escrutinio para echarse la siesta, tienen mucha menos
importancia que la necesaria brevedad del examen, ante el enorme número de
condenas de muerte que se dictaban y el deseo del Caudillo de examinarlas por
sí mismo, con el apoyo -si acaso- del jefe de su Auditoría, comandante (luego,
teniente coronel) Martínez Fuset[8].
Tiene también un gran interés, a este respecto, la voluntad de Franco de
decidir de modo tajante, sin dilaciones ni reexamen, salvo en casos
verdaderamente excepcionales. Quiero decir que, al revisar en último extremo
una Justicia sumarísima de urgencia, el
Generalísimo no se sentía inclinado a ser él quien provocase una demora importante
en la ejecución de las resoluciones.
En tales
circunstancias, sería absurdo pretender que Franco actuase sobre algo más que
sus impresiones y la experiencia en el manejo de los autos judiciales, así como
el buen conocimiento y confianza que dispensaba a su asesor, Fuset[9].
Con todo, algunos datos o circunstancias tendrían para él más importancia y
valor que otros. Conocerlos resulta de superlativo interés, habida cuenta de
que su juicio y decisión eran inapelables. Veamos sobre qué extremos paraba
mientes el Jefe del Estado, a la hora escribir una E roja o una C azul[10],
al margen de las sentencias o reos afectados por la pena capital[11]:
·
Por
supuesto -aunque me temo que no siempre, ni en toda su extensión-, le
interesaba el texto de la sentencia, que escuchaba de labios de Fuset, sin
interrumpirlo. Tal lectura no era muy farragosa, dada la brevedad y reiterados
tópicos de las resoluciones de la época, que bien conoce cualquiera que haya
accedido a unas cuantas de ellas.
·
A
la lectura de la sentencia, acompañaba Fuset la de la eventual decisión del
Tribunal, cuando proponía, en su caso, la minoración de la pena.
·
También
se consideraban los disentimientos que con la sentencia pudieran haber tenido
el Auditor de la Autoridad Militar, o esta última. Este es el sentido que puede
darse -si es que merece algún crédito- a la tajante afirmación de Millán
Astray: Ante la menor duda, la pena se ha
conmutado o se ha mandado en consulta al Alto Tribunal (de Justicia) Militar.
·
Ignoro
la frecuencia ni la razón con la que Franco pedía la lectura de tal defensa o de tal acusación[12].
No resultaría fácil conseguirla, toda vez que, al presidir ambos trámites
procesales en Consejo de Guerra sumarísimo la nota de oralidad, las sentencias
no solían recoger expresamente las conclusiones definitivas de las partes ni,
mucho menos, sus argumentos para llegar a ellas.
·
Su
primo, Franco Salgado, asegura que el Generalísimo pedía a Fuset aclaraciones
de detalle, como la lectura literal de las declaraciones de testigos[13].
Con independencia de que tal cosa fuera, o no, frecuente, me interesa, en la
medida en que pone de manifiesto, al menos, que Franco podía tener ante su
vista, no solo las sentencias, sino todo el proceso, como lo aseguraron Serrano
Suñer y Sáinz Rodríguez[14].
·
Parece
ser que la introducción de cada nuevo caso empezaba con la lectura en voz alta del nombre, la edad y la
profesión del condenado[15]. Así pues, desde el primer momento,
Franco quería tener claros estos extremos, algo digno de encomio por sí mismo,
pero que se presta a ciertas suspicacias. Bien sabida es la inquina del Régimen
por ciertos colectivos profesionales y lo poco que aprovechó a muchísimos
condenados a muerte el ser menores, no ya de edad civil, sino penal[16].
·
También
interesaba sobremanera a Franco -como a todos los Tribunales militares de la
época- la ideología del condenado;
pero aquí tenían su importancia las filias y fobias (mejor diría fobias y super
fobias) del Caudillo. Lo recuerda Garriga[17]:
Las dudas no surgían cuando se
especificaba que el condenado era masón o de ideología marxista; en cambio, se
mostraba benevolente con los anarquistas que no habían cometido crímenes, pues
expresó en varias ocasiones: “En la Legión tuve tres anarquistas que se comportaron
siempre con gran coraje y se ofrecían voluntariamente para las misiones
peligrosas; son gente engañada pero siempre españoles, ya que no dependen del
extranjero”.
***
¿A cuántas
personas indultó particularmente Franco, bien por conmutación de la pena al
comunicársele la condena a muerte, bien a
posteriori, a petición de persona legitimada?
Yo soy el primero en preguntarlo, con gran interés, pero me temo que la
respuesta es imposible de dar por ahora, en términos de seriedad y fundamento[18].
Piénsese que carecemos de un listado completo de sentencias mortales dictadas en Consejo de Guerra
por los Tribunales militares franquistas. Las especulaciones son infinitas[19]
y yo pienso que interesadas, cuando no fruto de la indolencia de los
historiadores especializados, pues la apertura de la mayor parte de los
archivos y la abundancia de trabajos a nivel local y provincial permitirían ya
dar una respuesta concluyente para toda España, al menos, en una determinada
época (Guerra Civil; años 1939 a 1945; resto del Franquismo)(19 bis).
Menos
significativo para la Historia, pero muy valioso para perfilar el carácter y la
actitud del Generalísimo sería, cuando menos, establecer el porcentaje de conmutaciones y de enterados. Pero tampoco aquí tenemos otra cosa que impresiones. Y
creo que cualquier estudioso imparcial del tema llegará a la conclusión de
Garriga: una buena parte (de las
consultas) recibieron la anhelada letra
azul C[20]. Más
atrevida -y mucho más interesada- es la conclusión a la que llegó el padre José
María Bulart -capellán de Franco, desde 1936 hasta su muerte-: Le aseguro a usted que Franco indultó a
muchísima más gente que condenó (sic)[21].
Así pues, a la
espera de que personas competentes y con medios se aproximen a las ces azules
(y, si es posible, a los indultos a
posteriori) y alcancen estadísticas sólidas, no me queda otra tarea que
aprovechar el modesto trabajo de las páginas precedentes y tratar de responder,
al menos, a la siguiente cuestión: ¿Qué criterios empleó Franco para acordar la
conmutación de la pena de muerte que se le comunicaba por las Autoridades
Militares? Aunque no concluyente y extenso, algo puede apuntarse.
Parte de lo poco
que puedo decir se infiere de lo expuesto antes. Según ello, la conmutación de
la pena de muerte era más hacedera si: A) La proponía el Tribunal
sentenciador. B) La condena no incluía los llamados delitos de sangre[22]. C) El reo no formaba parte de Partidos
marxistas ni tenía afiliación masónica.
A estos tres
presuntos elementos de valoración, Garriga añade un cuarto, que deduce de una
de las poquísimas revelaciones que de
Martínez Fuset obtuvieron quienes querían en esta materia desvelar los
criterios del Generalísimo. Se trataba del número de condenas de muerte que
hubieran recaído sobre el reo, en la misma sentencia o en varias. Dos o más
condenas capitales suponían la casi inexorable denegación del indulto[23].
De hecho, se conocen casos en que se conmutó una de las penas de muerte pero no
la otra, con los efectos letales que son de comprender.
Teniente Coronel Martínez Fuset
También las fobias
personales del Jefe del Estado tenían una notable incidencia, incluso por contagio o proximidad. Es el caso que
relató Serrano Suñer a Preston[24],
en que Franco denegó el indulto que el Cuñadísimo
apoyaba, dado que los militares no
pasan por esto, porque ese hombre fue jefe de la guardia de Azaña. Dicho
sin rebozo, porque Franco detestaba a Manuel Azaña y -por lo que se ve- a mucha
gente de su entorno.
Cerrando este
epígrafe, diré que, en mi modesta opinión, la concesión o no de las
conmutaciones de la pena de muerte fue en Franco bastante imprevisible y
caprichosa, como era casi inevitable, teniendo en cuenta que era omnímoda y no
tenía que motivarla. Hay infinidad de casos que lo evidencian. En el apartado
siguiente detallaré uno de ellos. Uno
cualquiera habría dicho, si no fuese porque afectó a un excelente escritor.
Si quieren saber de quién se trata y cuál fue el desenlace, no tendrán más
remedio que leer -u ojear- el capítulo siguiente.
2.
La muerte pende de un hilo y no se
sabe de cuál
La historia podría
empezar en un campo de concentración de la provincia de Castellón, en la
primavera de 1939. La Guerra ha terminado y los vencidos son hechos prisioneros
a miles en toda la zona levantina. Tan aglomerados están los detenidos y tan
desbordados sus guardianes, que las Autoridades toman una decisión
sorprendente: Poner el libertad provisional a quienes no tengan notoriedad ni
cargos importantes en su contra y mandarlos con un salvoconducto, carretera
adelante, con esta condición:
-
Lo
más rápido que podáis, os dirigís a vuestra localidad de procedencia y allí, en
llegando, os presentáis a la Policía o la Guardia Civil, enseñando este
documento.
Uno de los así
liberados es un joven moreno, espigado, de rostro serio, de quien los papeles
dicen que se llama Antonio y tiene 22 años de edad. Recibe el pase de un sargento, que le pregunta:
-
¿A
dónde tienes que ir?
-
A
Madrid.
-
Pues,
entonces, lo mejor es que te llegues a Valencia, a pie o en algún camión, y,
desde allí, hasta la Capital, como buenamente puedas.
El mozo se
pregunta si las alpargatas van a dar de sí para todo ese recorrido. Bueno,
también se ha preguntado por el sentido que tiene que los dejen ir,
arriesgándose a que vuelen. Pero no
es tonto y, para eso, ya ha encontrado respuesta:
-
Sin
papeles, trabajo, ni dinero, es tontería escapar. Además, con un poco de
suerte, lo mismo no encuentro a ningún enemigo. Madrid es tan grande…
Sí, ahí está el
meollo. No son tontos los fascistas cuando
los derivan a sus lugares de residencia anterior. Ahí es donde no van a poder
esconderse, ni dar el pego. Alguien habrá que, por unas razones u otras, lo
reconozca como secretario de la F.U.E. en Bellas Artes[25],
o como el manitas que dibujaba las
bocetos de murales y carteles para levantar el ánimo del Madrid sitiado. Había
que pensárselo…
Tuvo, en efecto,
tiempo sobrado para pensar. De Valencia a Madrid se tiró tres días, medio
escondido en un tren de mercancías. El cerebro y las tripas le daban vueltas.
Mas, cuando pisó los Madriles, ya lo
tenía decidido. Lo primero, a casa, a comer y abrazar a la familia, que llevaba
casi un año sin verlos. Luego, a la Comisaría más próxima, que no era cosa de
agravar su situación y comprometer a sus deudos con una fuga. Total, aunque se
sabía que los Consejos de Guerra no se andaban con chiquitas, tampoco las había
liado como para que llegase la sangre
al Manzanares.
El hombre propone…
Bastó que su madre y su hermano, con la mejor intención, lo pusieran en
antecedentes de lo que había empezado a vivirse en la Capital, para que a
Antonio no le llegara la camisa al cuerpo. Con todo, al cabo de unos pocos
días, se encaminó a la Comisaría más cercana, para encontrarse con que tenía
que guardar una cola quilométrica. Los españolitos de entonces estaban bien
acostumbrados a eso: bastaba con tener paciencia y pegar la hebra con los que
te habían dado la vez o de ti la habían recibido. En este caso, sin embargo, la
chismorrería le jugó una mala pasada al joven. Se comentaba, nada menos, que
los iban a mandar de nuevo a campos de concentración, solo que esta vez, bien
investigados y listos para formar batallones de trabajo. Fue demasiado para
Antonio. Saliose de la cola y se volvió para casa. Es probable que contase a
los suyos una piadosa mentira para tranquilizarlos.
***
Antonio Buero Vallejo en su juventud
A partir de aquí,
la vida de Antonio se vuelve tan disparatada, que voy a ceder el uso de la
palabra a las fuentes procesales, para que no se piense que estoy construyendo
un personaje de ficción. El 4 de agosto de 1939, tras las detenciones de algunos
compañeros de fatigas[26],
Antonio cae y se le conduce a la
Prisión de Conde de Toreno, donde es interrogado por la Policía Militar, tal
vez, previa la oportuna ración de tortura. La verdad es que nuestro
protagonista siempre se distinguió por ser veraz, aunque no prolijo. En esta su
primera declaración procesal, manifiesta:
“Que, después de
la liberación de Madrid, y una vez regresado a la capital, fue a visitarle a su
domicilio José Izquierdo, médico, a quien ya conocía como elemento comunista
cuando se encontraba en el frente rojo de Levante[27].
Que este individuo le dijo que el Partido Comunista estaba organizado
clandestinamente y que estaba en contacto con algunos dirigentes del mismo. Que
a dicho Izquierdo le habían asignado diversos encargos, tales como proporcionar
documentaciones falsas a los del partido que se encontraban sin ella y buscar
elementos para encuadrarlos en la clandestinidad. Que al exponerle lo anterior
al que habla, éste le dijo que estaba dispuesto a colaborar. Que de acuerdo con
éste, a los pocos días le llevó el José Izquierdo tres avales de Falange y un
documento de la Jefatura de Recuperación Mobiliaria ‘Orden Público’, para que
falsificase los sellos de los mismos, cosa que verificó. Que estos sellos los
confeccionó valiéndose de anilina y azúcar para hacer una tinta, estampándolos
después en papeles en blanco. De esta forma falsificó también la firma de un
militante de Falange Española apellidado Jiménez Villa”.
El sumario fue
avanzando a velocidad moderada. El 10 de octubre de 1939, Antonio es llevado en
situación de preso preventivo, ante el Juez Instructor Militar Especial, Sr.
Rodiles. Ha tenido tiempo de pensar en que se estaba poniendo con su
declaración paladina ante el pelotón de ejecución y, en lo posible, matiza lo
antes dicho, tratando de desmarcarse del confesado contubernio con los comunistas. En su indagatoria, rectifica: Los
avales no fueron tres, sino dos. Ignoraba que fueran a parar al Partido
Comunista. Izquierdo le pidió las documentaciones para sí y otras personas, en
lo que el citado médico le presentó como un
problema de orden personal. En resumen, que todo lo hizo por amistad hacia
Izquierdo y, en cualquier caso, sin pretender beneficiar a gente comunista,
tema ideológico del que no le hablaron quienes contactaron con él.
El 14 de enero de
1940 (otros dicen que fue el día 16), se celebró el Consejo de Guerra contra
diez de los comunistas detenidos entre finales de julio y primeros de agosto
del año anterior, entre ellos, el cabecilla Enrique Sánchez García, a quien
apenas le había dado tiempo de aterrizar en
Madrid, procedente de un campo de concentración valenciano. A siete de los
acusados se los condenó a muerte, entre ellos, a Antonio. La sentencia le
dedicaba cinco escuetas líneas, aunque no dejara de lado -para afrenta del
acusado- la bomba: aquel jovenzuelo
comunista era hijo de un jefe del Ejército asesinado por los amigos de su retoño en Paracuellos[28].
He aquí las pocas palabras que se necesitaban para condenar a muerte en aquel
tiempo:
Que Antonio B.V., no obstante el asesinato
de su padre por los rojos, era
afiliado a la F.U.E. en 1934 y al P.C.E. y el Socorro Rojo Internacional en
1938, fue durante la guerra propagandista rojo y facilitó, a petición de José
Izquierdo, sellos y firmas para documentar a elementos significativos del
P.C.E. clandestino.
Así que vuelta a
la Cárcel de Toreno, a esperar a la Parca. El enterado de Franco se recibió en pocos días, pero la ejecución no
llegaba. El 2 de julio ejecutaron, entre otros muchos reclusos, a cuatro de los
sentenciados con Antonio[29].
Algo pasaba y no acertaba a explicárselo. Claro está que su madre y el resto de
la familia estaban revolviendo Roma con Santiago para conseguir su indulto,
pero de nada valían sus poco elevadas gestiones
y, por lo que respecta a la memoria de su padre, para Franco no había servido
de nada: ¡Qué muestra mayor de perversidad y mala sangre que pasarse al
comunismo el hijo de un militar, mártir de la Cruzada!
***
Uno de los que se
iba librando resultó un extraviado pájaro, en la más espiritual definición de
un creyente en la paloma del Espíritu Santo. Era un tal Amable, sacerdote, que
durante la República había colgado los hábitos y hasta se rumoreaba que había
contraído matrimonio civil. Pero fue entrar en la cárcel con la pena capital
sobre su cabeza y recobrar incontinente el fervor y la vocación pasadas. Se
percató de ello el capellán de la prisión y, a partir de ahí, fueron
volviéndose las tornas a su favor: indulto de la pena capital, reducciones de
condena, libertad condicional, perdón eclesiástico, retoma de hábitos, y recuperación de prebendas religiosas: En 1952,
a propuesta del obispo de Ciudad Real, recibía su primer nombramiento estatal,
como profesor de Formación Religiosa en el Centro de Enseñanza Media y
Profesional de Daimiel[30].
Era el punto de partida de una existencia entregada a la vida parroquial y la
docencia religiosa, que concluía -al parecer- santamente en 1994[31].
Pero no todos eran
sacerdotes, por supuesto. Por ejemplo, ahí estaba el médico Izquierdo, el que
había metido a Antonio en todo aquel fregado. Ya lo decía la sentencia: a petición de José Izquierdo. Mal asunto
que no se tratara de un galeno cualquiera, sino de todo un Alférez Médico
Provisional[32]. Pero,
¿era justo que el médico inductor se salvara y fusilaran al estudiante de
Bellas Artes que, como había acabado declarando, se había convertido en
falsificador para resolver a Izquierdo un problema de orden personal? El bueno
de Antonio aplicaba al caso criterios de racionalidad y justicia. Tal vez
acertara. El caso es que, como él mismo decía:
Al fin, los titánicos esfuerzos de la mujer
de mi compañero lograron la conmutación para él y, de rechazo, para mí.
Otros decían que el mérito era de la madre de Izquierdo,
persona muy beata, que recurrió al arzobispo de Valencia y al obispo de Madrid
para lograr, gracias a Dios, el indulto de su hijo.
Al fin he
desvelado parte del enigma. Cierto, la cosa acabó bien. El 21 de septiembre de
1940, el Auditor Jefe de la Asesoría del Ministerio del Ejército, comunicaba
que SU EXCELENCIA (así, con todas mayúsculas) se ha servido conmutar la pena
impuesta a Antonio B.V. por la inferior en grado: treinta años de reclusión
mayor. Así que ocho meses en capilla, y a empezar un dilatado periplo por las
cárceles de la época, con origen en Toreno: Yeserías, El Dueso, Santa Rita,
Ocaña… En 1944, nueva conmutación, por veinte años de reclusión menor.
Y en 1946, por el
juego de los indultos generales[33],
Antonio era excarcelado, a los 29 años de su edad. Alguien podría decir que era
el momento de empezar a vivir. Para
Antonio resultó más bien el de volcar en su dedicación vocacional las
experiencias vividas. Lo interpretaba así su hijo Carlos, cuando su padre ya
había fallecido, con 83 años:
“Antes de la
guerra su vocación había estado orientada hacia la pintura, pero las
experiencias vitales durante la contienda y sus años de prisión le exigían un
medio de expresión que no se encontraba en la pintura, además de que pensó que
ya no tenía la destreza suficiente para continuar con dicha disciplina… Su
vocación estaba ya en la escritura”[34].
***
Así que, atentos
lectores, no me encuentro en disposición de aclarar, ni los motivos que
llevaron a nuestro escritor a jugarse tan ligeramente la vida en la inmediata
posguerra, ni las que pudieron tocar el poco sensible corazón de SU EXCELENCIA
para perdonarlo. Pero sí puedo
regocijarme de una y otra cosa, al revelarles a ustedes que nuestro amigo
Antonio era, y en sus obras es, Antonio Buero Vallejo, uno de los grandes
dramaturgos españoles del siglo XX[35].
Puntualización
Trabajando, tiempo después de acabado el precedente ensayo, en la causa 30.426 de la justicia militar, relativa a las acusadas conocidas por las Trece Rosas y otros cuarenta y cuatro acusados más, encuentro la afirmación -que viniendo de Fernando Herrero Holgado, serio especialista en estos temas, no pongo en duda- de que cincuenta y seis de los condenados en esa causa fueron ejecutados el 5 de agosto de 1939 en Madrid, no llegando el enterado de Franco hasta el 13 de dichos mes y año, firmado en Burgos. Esto abre la ominosa realidad de que, en ciertos casos de especial consideración, Franco podría haber dado su autorización para las ejecuciones por vía telefónica o similar, ahorrando hasta más tarde el formalismo de la escritura. De todas formas, en la citada causa no me consta que se aportaran peticiones de indulto y, desde luego, no lo solicitó el tribunal: De hecho es una de las sorpresas que se han llevado los historiadores del caso, pues les constaba que muchas o todas las condenadas solicitaron la gracia por escrito. La conclusión a la que han llegado es la de que alguien interrumpió el curso de las solicitudes, siendo la Directora de la Cárcel madrileña de Ventas la candidata más probable a tamaña fechoría.
Saludos al concluir la representación de Historia de una escalera
[1]
Ver Paul Preston, Franco y la represión:
la venganza del justiciero, en Actas del II Congreso de Historia de Nuestro
Tiempo, Universidad de La Rioja, Logroño, 2010, página 63.
[2]
Tanto en el Derecho republicano como en el de los nacionales, era obligado enviar a aprobación de las máximas
Autoridades todas las condenas a pena
capital. En lo que respecta a la España de Franco, lo indicaré con más
precisión acto seguido.
[3]
Preston (véase supra, nota 1) se basa
en meras manifestaciones o entrevistas hechas por/a Serrano Suñer y Dionisio
Ridruejo, unos cuarenta años después de los hechos
a los que se referían.
[4]
Se da por sentado que Franco se vio obligado a ello, ante las protestas
diplomáticas que le formuló su aliado, el Gobierno italiano fascista, a raíz de
la gran cantidad de penas de muerte impuestas por los Tribunales militares tras
la conquista de Málaga.
[5] Remoquete para referirse a Ramón Serrano
Suñer (1901-2003), casado con una hermana de la esposa de Franco.
[6]
Preston, obra citada, páginas 61-63, recopilando las opiniones de Millán
Astray, Serrano Suñer, Galinsoga y Sáinz Rodríguez.
[7] Da la impresión de que lo hacía en momentos perdidos, como el desayuno o la
sobremesa del almuerzo (la hora del café), así como en el vehículo en que
viajaba.
[8] El papel jugado por Lorenzo Martínez Fuset
(1899-1961) fue muy importante en esta materia como, en general, en otros
muchos aspectos jurídicos del naciente Franquismo aunque, desde luego, no tan
grande como para calificar a Fuset de valido
de Franco, como lo valora Ramón Garriga Alemany, en Los validos de Franco, editorial Planeta, Barcelona, 1981. Lo
referente a Martínez Fuset se recoge en las páginas 13-125.
[9]
Naturalmente, Martínez Fuset contó con un reducidísimo grupo
de colaboradores directos; fueron tres y todos con categoría de Jurídicos Militares:
Rafael Díaz Llanos, Rodrigo Molina y Felipe Polo. Así se expresa Garriga,
en ob. cit., página 73. Felipe Polo era hermano de la esposa de Franco, Carmen
Polo.
[10] E
equivalía a enterado y C, a conmutada. Para las es, Franco empleaba
un lápiz rojo y para las ces, otro azul.
[11]
Extracto y ordeno lo dicho por Preston, obra citada, páginas 61-62, y Garriga,
ob. cit., 70-74.
[12]
Luis de Galinsoga, con la colaboración del General Franco Salgado, Centinela de Occidente (Semblanza biográfica
de Francisco Franco), edit. AHR, Barcelona, 1956, página 302.
[13]
Francisco Franco Salgado-Araújo, Mi vida
junto a Franco, edit. Planeta, Barcelona, 1977, página 239.
[14] Según
Preston, ob. cit., página 63.
[15]
Aportación de Serrano Suñer: ver nota anterior.
[16]
Se recuerda que la mayoría de edad civil se alcanzaba a los 23 años, hasta
reforma del Código civil de 1943, que la estableció en los 21. La mayoría de
edad penal se fijaba -como actualmente- en los 18 años, si bien cabía ser
penalmente condenado a partir de los 16. La edad entre 16 y 18 años era una
atenuante muy cualificada, pero el Derecho penal militar la juzgaba de
discrecional aplicación, como todas las atenuantes, en general.
[17] En la
obra citada, página 72.
[18]
A mi juicio de manera inmotivada e imprecisa, los profesores Luis Suárez y
Manuel Espadas apuntan que se conmutaron la mitad de las penas de muerte
impuestas: Luis Suárez Fernández y Manuel Espadas Burgos, Historia general de España y América, tomo XIX-2, edit. Rialp, 2ª
edición, Madrid, 1991, pág. 69.
[19]
En 1981, Garriga, ob. cit., página 72, escribía: Sin posibilidad alguna de confirmación o control, he escuchado que las
consultas sometidas por los tribunales militares se referían a 82.000 condenas.
En las fechas (según mi cálculo hacia finales de 1942 o comienzos de 1943) en
que en las prisiones españolas había 103.000 internos, el profesor Luis Suárez
Fernández, en Franco y el Tercer Reich:
Las relaciones de España con la Alemania de Hitler, edit. La Esfera de los
Libros, Madrid, 2015, dice que eran 9.000 los condenados a muerte, de los que
Franco indultó a más de la mitad. Federico Jiménez Losantos y César Vidal, en
esrdio.libertaddigital.com, hablan de unas cien mil condenas a muerte para todo
el Franquismo, de las que solo se ejecutaron 27.966, cifra que me parece
llamativamente baja.
(19 bis) De manera cronológicamente muy ambigua, se ha dicho que hay más de 16.000 expedientes de conmutación de la pena capital depositados en el Archivo General Militar de Guadalajara: Pedro Oliver Olmo, Pena de muerte y proceso civilizatorio (sic) en España, página 17, nota 30, en blog.uclm.es.
(19 bis) De manera cronológicamente muy ambigua, se ha dicho que hay más de 16.000 expedientes de conmutación de la pena capital depositados en el Archivo General Militar de Guadalajara: Pedro Oliver Olmo, Pena de muerte y proceso civilizatorio (sic) en España, página 17, nota 30, en blog.uclm.es.
[20]
Garriga, ob. cit., página 72.
[21]
Entrevista en la revista semanal Blanco y
Negro, número de 20 de noviembre de 1976, página 7.
[22]
Es la terminología empleada por el padre Bulart en la entrevista citada en la
nota anterior. De todos modos, la interpretación del sacerdote mueve a risa o a
indignación: En el caso del Generalísimo,
solo a los que se probaba que tenían delitos de sangre se les juzgaba -dice-.
[23]
Garriga, ob. cit., páginas 80 y siguiente. Se dice que una de las contadas excepciones a
esta regla general fue la del sucesor de José Antonio Primo de Rivera en la
jefatura nacional de Falange Española, Manuel Hedilla Larrey (1902-1970); no obstante, en este caso concurrió una revisión de la sentencia a muerte del Consejo de Guerra por una reducción a veinte años de reclusión, por el Alto Tribunal de Justicia Militar: Fernando Díaz-Plaja, Los grandes procesos de la Guerra Civil española, Plaza y Janés, Barcelona, 1997, pp. 219-225.
[24] En
entrevista personal. Ver Preston, obra citada, página 63.
[25]
F.U.E., siglas de Federación Universitaria Escolar, organización de estudiantes
de Medias y Universidad, fundada en 1926, de ideología izquierdista y gran
capacidad de movilización e influencia durante la II República. “Bellas Artes”,
Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid.
[26]
Se trató de la caída de quienes, bajo
la jefatura de Enrique Sánchez García, intentaban reorganizar el Partido
Comunista de España en Madrid, a poco de acabar la Guerra.
[27]
He localizado el muy probable origen del conocimiento, pues José Izquierdo fue
Alférez Médico Provisional en el Ejército de Levante de la República. Véase
Diario Oficial del Ministerio de la Guerra (republicano), nº 87, 10 de abril de
1937, página 75.
[28]
Teniente Coronel de Ingenieros, Francisco Buero García. La familia aseguraba
que había sido asesinado el 7 de diciembre de 1936. La afirmación general de
los historiadores, de que las últimas sacas
de las cárceles madrileñas (como la de Porlier, donde se encontraba el teniente
coronel Buero) se produjeron el 4 de diciembre, invita a adelantar en alguna o
algunas fechas el asesinato. Por lo demás, la familia no fue informada oficialmente del crimen. Véase, por
todos, Ian Gibson, Paracuellos: Cómo fue,
edit. Plaza y Janés, Barcelona, 1987.
[29]
Según datos del Archivo Histórico del Partido Comunista, el 2 de julio de 1940
fueron fusilados, en las tapias del Cementerio del Este de Madrid, un total de
treinta reos de muerte, entre ellos, cuatro compañeros de expediente y juicio
de Antonio.
[30] B.O.E.
nº 63 (3 de marzo de 1952), página 1.013.
[31]
Esbozos de su biografía en las revistas Sumuntán,
nº 29 (2011), páginas 293-296, y Las
Tablas de Daimiel, Diciembre de 1994, página 7. Don Amable Donoso nació en
1908 y falleció en 1994, jubilado de la docencia, pero, al parecer, ejerciendo
aún de coadjutor de la parroquia daimieleña.
[32] Ver
nota 27.
[33]
Véase mi ensayo El Derecho y la Guerra de
España (I): Amnistías e indultos generales, en este mismo blog.
[34]
El presente ensayo es ampliamente deudor de estas dos publicaciones en
Internet: Carlos Fonseca, Antonio Buero
Vallejo: Historia de una condena a muerte, www.vozpopuli.com, 2016; Juan Antonio
Hormigón, Buero Vallejo y su compromiso,
Crónica Popular (Semanario digital de los lunes), 30 de enero de 2017.
[35]
No creo necesitar de argumento de autoridad, para reconocer que Ramón del Valle
Inclán, Federico García Lorca y Antonio Buero Vallejo (1916-2000) son tres grandes del teatro español del siglo XX.
Muchos dicen que son los únicos grandes.
Yo no me atrevo a cuantificar tanto.
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