Suicidio por amor
(I): Presentación de la serie
Por Federico Bello Landrove
La compra, por mi parte, de un hermoso ejemplar de la conocida obra de
Durkheim, El
suicidio. Estudio de Sociología, me acabará poniendo ante relatos y
reflexiones de una antigua dama desconocida, en materia de suicidios por amor.
¿Quieren ustedes seguirme en la lectura de un ajado manuscrito de mano
femenina? Pues aquí empieza la serie. Lleguen en ella hasta donde les plazca.
1. Un
libro viejo y una charla de café
Para los amantes de lo antiguo –entre los que me cuento-, nada más
divertido que asistir a una almoneda. Allí se recuerda, se aprende y, si a mano
viene, puede comprarse un retazo de historia a muy buen precio. En aquella
ocasión, se desmantelaba el Colegio Mayor Pelayo, tras setenta años de
servicio a los universitarios de Castellar. Los cinco o seis mil volúmenes de
su biblioteca se ponían individualmente a la venta, tras la selección o
escamoteo previo de las mejores obras, camino de los seminarios de la
Universidad o de las librerías de tutores, colegiales y aprovechados. Encaminé
mis pesquisas a la signatura de Derecho Penal y Criminología, por aquello de la
dedicación profesional, y allí me lo encontré.
Se trataba de una primera edición de la traducción española de la
conocida obra de Émile Durkheim, El sucidio: Estudio de Sociología,
aparecida en Madrid, allá por 1928. Extenso, famoso y sólidamente encuadernado,
el libro me pareció una ganga, por las trescientas pesetas a que se ofrecía.
Pagué, lo puse bajo el brazo y, muy ufano, me encaminé a tomar el habitual
aperitivo con los colegas. Dejé el volumen sobre la mesa, como al desgaire, y
en seguida picó Joaquín, abogado de ilustre saga de criminalistas, quien
lo tomó, hojeolo y ponderó:
-
Excelente
ejemplar y casi con tantos años como yo. Veo que lo has tomado del Pelayo.
-
Oye,
oye, que de tomar nada. Mis buenos dineros me ha costado, aunque bastante menos
de lo que vale: Como están liquidando...
-
Perdona,
chico, y no creas que me corroe la envidia –se disculpó el veterano abogado-.
De hecho, tengo en casa un Suicide de 1897. Lo adquirió mi abuelo quien,
como sabrás, era un denodado positivista, profesor universitario y letrado de
postín. Y, además, el tal libro tiene tras de sí una historia y un anexo del
mayor interés.
Los contertulios nos disponíamos a escuchar una de esas sabrosísimas
anécdotas con que Joaquín salpicaba nuestras pláticas. Sin embargo, aquél mediodía debía tener cierta prisa,
pues excusó la historia:
-
Lo
siento. No es materia a tratar con premura, entre pestilentes efluvios de
calamares fritos. Si queréis, una tarde en el café os pondré al corriente del
tema... y con el susodicho libro ante vuestros ojos.
Esa tarde tardó en llegar más de un mes. Así era mi admirado amigo, tan
poco dado a urgencias, como fiel cumplidor de sus compromisos. Cuando le vino
en gana, apareció con el libro prometido y, al presentárnoslo, manifestó:
-
Observad
el ex libris y el apéndice manuscrito. Es lo relevante para el relato
casi policial que voy a hacer, contando con vuestra benévola atención.
En efecto, en la portada del tomo, enmarcada por grecas y dos palmeras,
figuraba la siguiente referencia: Zorita. Nº 376. 1900. Al final del
libro, figuraban varios cuadernillos de papel rayado, cubiertos por menuda
escritura redondilla a pluma, bajo la rúbrica El suicidio por amor, que
yo he tomado prestada para la transcripción de los varios relatos que encierra.
La encuadernación del tomo distaba
de ser la original; por el contrario, su cartoné evidenciaba una datación circa
1950.
Para nuestra sorpresa, Valentín, el maestro, tan pronto vio la parte
manuscrita, dijo:
-
Se
trata de una letra de mujer, habituada a escribir y con una grafía anterior a
nuestra Guerra.
Joaquín asintió:
-
Ciertamente.
Y, por varios de los casos de suicidio que narra, estaría por asegurar que
perteneció a la familia de los Zorita, propietarios primeros del libro. Ya
sabéis que una rama de esa familia, tan castellarense ella, estuvo afincada en la
cubana Cienfuegos, hasta la declaración de guerra por los Estados Unidos. Luego
retornaron a nuestra ciudad y, aprovechando su capital y experiencia, montaron
una tienda de tejidos y confección, y participaron en empresas de harinas y
azucareras.
Decidí intervenir:
-
Entonces,
si sabes todo eso, ¿cuál es el enigma?
Prosiguió Joaquín:
-
No
solo doy eso por sentado, sino que estoy por asegurar que mi abuelo se esforzó
en hacerse con este libro, por ser un texto clásico de la Escuela Positiva, aunque
los puristas pongan en duda su naturaleza criminológica, opinando que sus
claves y su relevancia son sin duda propias de la Sociología.
-
¿Entonces?
-
Entonces,
amigo Federico, el meollo de la cuestión es el siguiente: Los relatos de la
Zorita escritora, ¿son verídicos o imaginarios? ¿Puede darse uno u otro
calificativo a todos ellos, o hay parte y parte? Naturalmente, yo tengo mi
personal punto de vista, pero me agradaría contrastarlo con el tuyo, como
persona versada en la Historia y la Literatura fin de siglo.
Era un ditirambo, pero acepté el reto, más por curiosidad que por amor
propio:
-
De
acuerdo. ¿Cuánto tiempo me das para hallar la solución?
-
Yo
creo que seis meses pueden ser suficientes: a mes por caso. Eso sí, fotocopia
el manuscrito y me lo devuelves cuanto antes. Total, como ya tienes la
traducción castellana de El suicidio...
-
Cuando
se presta un libro, se pierde un amigo –salté un poco amoscado-.
-
A ti, nunca –enfatizó Joaquín-. De perder un amigo, ese sería el
libro.
2. Reflexiones de una dama
desconocida
El apéndice manuscrito comienza
por una breve introducción, en la que su autora enlaza la obra de Durkheim con
sus propios pensamientos e inquietudes. Sin duda, resulta de la máxima
importancia para desentrañar su personalidad, pero nada aporta a la parte
–digamos- casuística y literaria de los comentarios. Así pues, me van a
permitir que la extracte, remarcando las consideraciones que me han parecido
más pertinentes. Vamos con ello:
… ¿Vive nuestro tiempo una era de suicidios amorosos por imitación, como
el de la fiebre de Werther, un siglo atrás? Don Émile no excluye esas
epidemias, aunque pone en duda que las pocas golondrinas que voluntariamente ponen
fin a su vida puedan adelantar la llegada de la primavera, en el inmutable
ciclo social de la evolución. El hecho es que yo he conocido de cerca algunos
casos, que me llevan a la perplejidad, incluso a nivel individual. ¿Es que
existe en realidad el suicidio por amor? Y si, como parece, la respuesta tiene
que ser positiva, ¿hasta qué punto no pueden otros motivos encubrir o cooperar
a su producción? ¡Ah, si yo les contara! Y lo voy a hacer. Encerraré mis
pesquisas y mis experiencias entre las páginas de este libro provocador, como
quien entierra en un panteón al ser querido y echa la llave, anhelando y
temiendo, a un tiempo, que su espíritu lo visite por las noches…
… ¿Fueron mis suicidas unos
psicópatas? ¿Actuaron por egoísmo o de manera altruista? ¿Eran del tipo
lánguido o del epicúreo? ¿Querían realmente morir y escogieron libremente el modo
de lograrlo? Arduas preguntas que yo no
puedo responder, al carecer de datos suficientes y de conocimientos
científicos. Ni siquiera me atrevo a afirmar, con el Autor, que su mundo se
derrumbaba, ni que se sintieran frustrados, o que su vida careciese de sentido.
El suicidio es tan ilógico cuanto previsible, tan inexorable como casual, tan
ínsito como provocado. ¿Quién osará decir que de esa agua no beberá? ¿O qué
balanza será capaz de pesar el valor y el desvalor de una vida?...
… Claro, -dicen- es natural: Fulano acababa de enviudar, o Zutana había
sido abandonada de su amante; aquel no alcanzaba mérito a los ojos de su amada,
o esotra había visto morir en los brazos al hijo de sus entrañas. Pero
muchísimos más, en parecidos o peores trances, encuentran el consuelo en la
religión, el apoyo de su familia, la esperanza de un mejor futuro, o en el Más
Allá. ¡Ah, la ambigüedad, la educación, la suerte!... Y el ser mujer, por
supuesto…
… Las necesidades sexuales de la
mujer tienen un carácter menos mental, porque por lo general su vida mental
está menos desarrollada…Como la mujer es un ser más instintivo que el hombre,
para encontrar la calma y la paz, no tiene más que seguir sus instintos. Naturaleza
y civilización, subjetividad y vida social: calma y paz con las primeras,
tensiones y desarreglos en las segundas. Así opina el señor Durkheim. ¿Sabrá él
lo difícil y rechazado que está en la vida pública el que la mujer, o el
hombre, decidan dar rienda suelta a sus fuerzas naturales?
***
Con esa pregunta concluyen las dos páginas y media de la Introducción al folleto, escrita por la
dama desconocida de nuestro relato para los seis episodios suicidas, que a
continuación narró. Tengo para mí que formó pieza separada entre las páginas
del libro hasta que alguna mano sensible, al reencuadernarlo, resolvió integrar
el manuscrito con el texto impreso, a modo de apéndice al mismo. ¿Sería, tal
vez, alguna mujer de la familia de mi contertulio, el abogado Joaquín Merediz?
El hecho es que la guillotina recortó las prolongaciones del cuaderno, hasta
decapitar algunas palabras, y que la lezna perforó el mínimo margen, de modo
que ciertas voces quedaron enhebradas por el bramante, como los ahorcados por
su dogal –valga el símil, dado el asunto del que estamos tratando-. Con todo,
su lectura no es materialmente penosa y el contenido es legible en su
integridad. Por tanto, no tengo excusa para trasladarles las fotocopias –ya, un
tanto brunas- del manuscrito, siguiendo casi textualmente el relato de la dama,
por el mismo orden en que ella colocó los diversos episodios. No obstante, he
juzgado oportuno dedicar a cada caso una separada historia de esta serie del Suicidio por amor, lo que me obliga a
emplear subtítulos de mi cosecha y exclusiva responsabilidad. Cuando haya transcrito para ustedes
los seis episodios de autolisis –como
ahora llaman algunos amantes del Griego al suicidio-, les contaré cómo acabó
mi apuesta con Merediz. Ello les permitirá conocer las presuntas identidades de
los suicidas y de sus amantes, para deleite de curiosos y aficionados a la
Historia.
Vamos, pues, con el primero de los casos, que he decidido denominar, de
forma ambigua y tópica, El bizarro
general. Mas, para acceder al
mismo, mis amables lectores habrán de pulsar el registro o abrir las páginas
que específicamente llevan dicho título. Espero que lo hagan pues creo no se
han de arrepentir. Adiós.
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