Guerra en el mar
Por Federico Bello Landrove
En un escenario
rigurosamente histórico se desarrolla una historia de amor imaginaria. En el
primero juega un papel fundamental la guerra en el mar -de ahí, el título del
relato-, a través de los acontecimientos más luctuosos de la Guerra Civil
Española en el Mediterráneo. En cuanto a la relación amorosa, tan clásica,
entre una enfermera y un militar, tendrá continuación en el tiempo, de la mano
de un hotel histórico de Benicásim (Castellón) y de la película berlanguiana
que en él se rodó[1].
1. Una carta y un encargo
Puede que haga
diez años desde que recibí la siguiente carta:
Estimado Señor:
Por consejo de mi
marido, he leído varios de sus relatos, titulados Crónica Sentimental de la Guerra
Civil, que me ha parecido aúnan satisfactoriamente la historia y el ambiente
de aquella época, con la memoria y los sentimientos de muchas de las personas
que nos vimos obligadas a vivir en ella.
Soy depositaria,
desde hace más de cincuenta años, de unas memorias que se ajustan como anillo al dedo a su
forma de ver aquella incivil contienda y de cómo fue esta afrontada y, a veces,
superada por los jóvenes, sin perder sus anhelos de amor ni sus esperanzas de
un futuro en paz de conciencia. Ello me mueve a enviarle copia literal del
citado documento, para que vea de publicarlo en su blog, dentro de la
etiqueta de dicha Crónica sentimental.
Se preguntará
usted por qué no me encargo yo misma de la publicación. Hay dos motivos
coincidentes para no hacerlo. El primero es que no estoy segura de que estas
presuntas memorias
no sean un simple cuento o relato de ficción, pues apenas conocí a su autora y
no es precisamente mi fuerte la pequeña historia de nuestra guerra civil. El
segundo, ¡ay!, es que no estoy lejos de cumplir noventa años, edad poco
propicia para emprender un trabajo de investigación, para el que carezco de
base cultural y de conocimientos de informática suficientes.
Así pues, le ruego
tenga a bien examinar a fondo el contenido del documento que le adjunto y, si
llega a la conclusión de que es verdadero, lo publique en la forma antes
indicada. Caso contrario, le pido que lo ignore y destruya, pues como obra de
ficción no creo que tenga valor literario alguno, además de suponer que su
autora me habría tomado el pelo, presentándome como realmente vivido lo que no
dejaría de ser un divertimento
para unas vacaciones pasadas en el hotel Voramar, entre la placidez
del Mediterráneo y el bullicio de una troupe de cineastas, de la que
tuve la suerte de formar parte.
Para que actúe
usted con mayor libertad, he decidido permanecer en el anonimato. De todos
modos, en el contenido de esta carta hallará ciertas claves para entretenerse
en buscar mi identidad, si es que se aburre algún día hasta ese punto.
Agradecida a su
atención, le saluda afectuosamente,
J.
Ignoro las razones
que pudo tener Doña J. para haber tardado tantísimo tiempo en dar curso al
relato con vistas a su posible publicación, que habría sido factible tras la
muerte de Franco y de su Régimen[2].
Las de mi demora las tengo claras y, curiosamente, siguen vigentes, aunque vaya
a dar el paso de publicar las Memorias de Milagros: No he sido
capaz, hasta ahora, de asegurar si las mismas son veraces o solo verosímiles.
Desde luego, la verosimilitud es aplastante, máxime habiendo sido
redactadas a quince años de los hechos. Por otra parte, la clave histórica -esa
venganza en caliente que ordena el Generalísimo por la tragedia del
crucero Baleares[3]-
es de aquellas que suelen mantenerse en secreto, por su escasísima ejemplaridad.
En fin, cumpliendo
a medias la voluntad de mi mandante, me he decidido a publicar la historia de
Milagros, sin poder afirmar si los hechos concretos y personales que narra son
verdad, o fruto de su imaginación. No he querido demorarme más pues, si mi olfato
no me engaña, Doña J. tiene hoy noventa y ocho años[4]
y todo el derecho del mundo a recibir ya mi respuesta a su carta. Si, de paso,
ustedes leen este relato y les aprovecha, seguro que ella y yo seremos muy
felices.
Hotel “Voramar” de Benicásim (postal
antigua)
2. Preparativos para una represalia
En la noche del 5
al 6 de marzo de 1938, en las proximidades del Cabo de Palos, el crucero franquista,
Baleares, fue torpedeado y hundido por un destructor republicano.
Fallecieron más de setecientos cincuenta hombres de su tripulación y, de no haber
sido socorridos inmediatamente por dos destructores británicos, habrían
fallecido otros cuatrocientos treinta y cinco. Durante las operaciones de
salvamento, varios aviones republicanos atacaron los barcos ingleses, llegando
a causar en uno de ellos varias bajas. Los mandos de la aviación se
justificaron en que habían confundido dichos buques con otros franquistas que navegaban
por la zona, pero la disculpa era muy pobre y, desde luego, no fue aceptada por
el bando de los náufragos, que entendió el ametrallamiento aéreo como un
esfuerzo por lograr que muriesen todos los tripulantes del Baleares. La
indignación creció cuando, al desembarcar a los supervivientes en Palma de
Mallorca, se constató que muchos de ellos estaban gravemente heridos, en
particular, con severas quemaduras.
Las noticias, más
o menos tergiversadas, llegaron inmediatamente al cuartel general de Franco
quien, a tenor de las Memorias que ahora publico, se indignó sobremanera
y decidió una acción de represalia que, por un lado, tuviera carácter urgente
y, por otro, se acomodara en lo posible a lo sucedido en la batalla del Cabo de
Palos. La venganza tendría que cumplirla la Marina, y sus consecuencias habrían
de afectar a enfermos o heridos de guerra. Claro que resultaba casi imposible
conseguir unos resultados del gran nivel de los del Baleares, dada la
inmediatez exigida a la respuesta y la superioridad naval que a la sazón tenía en
la zona el bando republicano, pero las mentes pensantes de los nacionales pergeñaron
un plan que recibió el beneplácito del Caudillo. La censura histórica lo ha
sepultado en el olvido y, en consecuencia, no tenemos otro documento para
conocerlo que las Memorias de Milagros, que ahora les estoy libremente
transcribiendo.
De ellas se deduce
que el objetivo a atacar era el importante complejo sanitario y asistencial
que, en torno a las Brigadas Internacionales[5],
se había montado en la línea de playa de la localidad castellonense de
Benicásim, formado por un hotel-hospital -llamado en origen Voramar y,
durante la guerra civil, Frente Popular-, y como una treintena de villas
de veraneo y otros edificios aledaños, que completaban al citado hospital general
o desarrollaban otras funciones asistenciales, culturales, de alojamiento,
etcétera, habiendo sustituido los nombres de sus antiguos propietarios por los
de destacados políticos y escritores izquierdistas del momento. No es fácil
determinar el número de enfermos y personas acogidas en todo el conjunto pero,
en el mes de marzo de 1938, es probable que alcanzara unas dos mil personas, de
las que unas mil doscientas eran militares republicanos heridos de guerra o
enfermos, tanto brigadistas, como españoles[6].
Crucero “Baleares”
A la exigencia de
Franco de que la represalia se hiciese en caliente, se añadía una razón
más para atacar Benicásim con prontitud: Dado el acercamiento del frente a la
zona -los franquistas acababan de conquistar Vinaroz-, estaba a punto de
producirse la evacuación del hospital benicense con destino a Cataluña
-Barcelona y Mataró-. Era, pues, indispensable actuar a toda prisa, sin pararse
a pensar en los preparativos, ni programar una acción marítima en gran escala.
En consecuencia, se optó por una intervención fulminante, de apenas unas horas,
cuyas líneas maestras serían las siguientes:
Una compañía de
infantes de marina, compuesta por tres secciones de unos treinta hombres cada
una, embarcaría en el puerto de Palma de Mallorca en el destructor Velasco,
el buque más rápido y aparente para la operación que se intentaba. El barco
haría la travesía hasta Benicásim en la noche del 26 al 27 de marzo de 1938,
con luces apagadas y radio inactiva, para llegar de improviso a la altura de la
villa hacia las cinco de la mañana del domingo, día 27. Una vez frente a la
playa, se llevaría a cabo la operación de desembarco, en botes y lanchas, que
habrían de realizar dos viajes cada embarcación. Una vez en la playa, una de
las secciones se encargaría de ocupar el Hospital principal, situado en uno de
los extremos de la playa, en tanto otra unidad análoga realizaría un rápido
asalto a las principales villas del frente playero. La tercera sección se
mantendría en la playa, custodiando los botes y presta a acudir en socorro de
las otras fuerzas, si se necesitaba. La sección del Hospital se encargaría a la
mayor brevedad, con el auxilio forzado del personal de aquel[7],
de sacar a los heridos y enfermos a la explanada frente a la fachada,
procediendo a la destrucción de la mayor cantidad de material y, una vez
evacuados los enfermos, a prender fuego a muebles y ropas de cama, ayudándose
de algunas latas de gasolina, hasta provocar el completo incendio del edificio.
La sección de las villas entraría en las mismas haciendo fuego contra el
personal que allí encontrara, resistiera o no el ataque, en el entendimiento de
que se trataba de personas afectas al servicio del Frente Popular; solo se
haría exclusión de niños y de enfermos. Siendo posible, dada la premura de
tiempo, se harían prisioneros a los militares de grado igual o superior al de
capitán, siempre que pudieran, por su menor gravedad, soportar el traslado al Velasco.
De igual modo, serían detenidos aquellos individuos que, por su rango o
personalidad, pudiesen luego ser objeto de canje por presos nacionales en
poder de la República. Se calculaba un máximo de una hora para llevar a cabo la
operación, a fin de que las tropas republicanas de tierra o mar no tuviesen
oportunidad de interceptar a los infantes de marina, ni al destructor en su
viaje de regreso. Como es lógico, de amanecida, podía contarse con la acción de
cazas enemigos, pero estos se librarían muy mucho de disparar, ante la carga de
prisioneros que el buque transportaba, perfecta garantía de inmunidad.
Todas esas
instrucciones -deducidas de lo que luego sucedió- fueron entregadas en sobre
cerrado al capitán del Velasco, capitán de corbeta, Francisco Núñez, con
la orden de abrirlo al hallarse a mitad de camino entre Palma y Benicásim.
Hasta entonces, marinos e infantes solo sabrían, una vez embarcados, que su
destino era la costa levantina, donde iban a realizar una operación de castigo,
para vengar la impiadosa muerte de sus compañeros del Baleares.
3. Un teniente con pocas tragaderas
No parece muy
prometedora la forma en que las Memorias de Milagros introducen al
protagonista masculino de esta historia. Claro que Milagros no lo conoció hasta
el mismo 27 de marzo de 1938, y no fue mucho el tiempo que tuvieron de estar
juntos. En cualquier caso, la presentación del personaje se hace como sigue:
La sección a la
que se encargó la toma y destrucción del Hospital estaba bajo el mando del
teniente Jaime Rossell, mallorquín, de 27 años de edad, hijo de un comandante
médico del Hospital Militar de Palma de Mallorca…
Como es lógico,
según vamos leyendo las Memorias y avanza el conocimiento de Jaime[8],
tenemos más datos de su persona, pero nunca los relativos a cómo había llegado
a alcanzar rango de oficial del Ejército, si por la vía profesional de
Academia, o por ascenso eventual desde el de alférez provisional. En
cualquier caso, se recoge su vinculación con el Ejército por vía paterna, al
ser su padre un jefe del Cuerpo de Sanidad Militar; mención que no resulta
ociosa pues puede explicar, en buena parte, la reacción del teniente Rossell al
recibir la orden de destruir el hospital instalado en el antiguo hotel Voramar.
Dos vistas parciales del Hotel “Voramar”
durante la guerra civil
En efecto, llegado
sin novedad el Velasco al punto medio de su singladura, su capitán abrió
el sobre de las órdenes, en presencia del capitán y de los tres tenientes de
Infantería de Marina que, como oficiales, mandaban la fuerza de tierra
embarcada en el destructor. Su contenido ya ha quedado expuesto en el capítulo precedente.
La lectura no implicó objeción o protesta ninguna por parte de los oficiales
encargados de cumplirlas; de modo que el capitán de la compañía distribuyó
entre las tres secciones los diversos cometidos, dando la casualidad de que
Rossell recibió el de destruir el hospital.
¿Por qué no
objetó nada el teniente a la orden recibida? Aplicando el sentido común,
podemos colegir que, cuando se leyeron las órdenes, Rossell ignoraba que iba a
ser él el directamente encargado de incendiar el Voramar, al no haberse
distribuido todavía la operación entre las secciones. Una vez encargado de tal
destrucción, es muy probable que pensara en que, de alegar algo en contra de su
cumplimiento, el capitán haría el encargo a otro compañero, con lo que el daño
para el hospital sería el mismo. Y, por otra parte, callando su propósito de
incumplir lo ordenado, tal vez podría explicar en su día la presunta
desobediencia como fruto de razones de urgencia o de errores a la hora de
provocar el incendio. Más bien que justificar por qué calló Rossell ante lo que
se le ordenaba, sería necesario indicar qué motivos tenía para no cumplir la
orden de incendiar el hospital pues, por muy draconiana que ella fuera, la
desobediencia a la superioridad en acción de guerra estaba llamada a
ocasionarle graves consecuencias. Es un punto que Milagros recogió en su
escrito de manera breve, pero suficiente:
Aunque no tenía
un ejemplar a mano, Jaime recordaba perfectamente que el Convenio de Ginebra obligaba
a respetar la integridad de los hospitales militares, así como a los enfermos y
heridos acogidos en ellos, y al personal y medios sanitarios, en especial,
cuando unos y otros no estuviesen guardados por una fuerza militar[9].
A su conciencia de hombre íntegro y de militar, se unía la vivencia de aquellas
normas y establecimientos, propia del hijo de un comandante médico destinado en
un Hospital Militar.
En fin, queda
claro que el teniente Rossell tomó la decisión de no cumplir al pie de la letra
las órdenes recibidas, así como de mantener para su fuero interno dicha
resolución. Es de suponer que, durante las horas que todavía faltaban para
llegar ante Benicásim, fuera madurando, no tanto el propósito, como la forma de
desarrollarlo y, si era posible, de disimularlo.
***
Desde el punto de
vista de los atacantes, la operación resultó un éxito. Sorprendidos los
enemigos en pleno sueño dominical, sin que hubiese fuerza armada que resistiese
de manera organizada y eficaz, la sección encargada de asaltar las villas,
entró a sangre y fuego en las denominadas en origen Elisa, Margarita, Victoria,
Pilar y Beutel[10], no
aplacando su violencia salvo en la primera de ellas, al constatar que estaba
destinada a albergue para niños huérfanos o abandonados. La necesidad de
repartirse entre varios edificios y la dificultad de determinar, entre la
oscuridad y la barahúnda, quién era quién, impidió a esta sección seleccionar a
personas de calidad, a fin de detenerlas y llevarlas al barco para futuros
consejos de guerra o canjes. Como se vanaglorió un sargento de la sección, los
rojos ya se han llevado “puesta” la sentencia de muerte, si bien nadie se
detuvo a contar las víctimas, ni en comprobar su estado. El trabajo se
completó con la destrucción de mobiliario y material, produciéndose algunos
conatos de incendio, avivados por los productos inflamables que había en las
villas destinadas a albergar heridos leves, convalecientes o infecciosos.
En el hospital
principal, la sección al mando del teniente Rossell, con la obligada
cooperación de quienes cuidaban a los enfermos y de los más válidos de estos,
procedió a la evacuación de los heridos menos graves al patio frente al
edificio. Los más graves, fueron sacados -algunos en sus camas- a las terrazas
delanteras que tenían las dos plantas del edificio, las que habitualmente
hacían de solario. De manera superficial y precipitada, causaron desperfectos
en armarios e instrumental. Apilaron ropas de cama y derramaron por encima
alcohol, prendiendo algunos fuegos. El propio teniente dio orden de respetar
los dos quirófanos que había en este recinto.
Simultáneamente,
fue agrupado en el patio todo el personal que había en aquel momento cuidando a
los hospitalizados o velando su sueño. Ordenaron a voces que se identificasen
los heridos que tuviesen graduación igual o superior a la de capitán, así como
los médicos en quienes concurriera análoga condición, saliendo voluntariamente
un capitán médico -apellidado Becker, alemán, que estaba de guardia- y siete u
ocho enfermos, de entre los que el teniente escogió a los que parecían
capacitados para resistir el traslado y viaje en el barco. Y, sigue narrando
Milagros, a los voluntarios del pueblo que cuidaban a los enfermos por la
noche no se les molestó y, en cuanto al resto del personal civil -enfermeras,
limpiadoras, etcétera- se nos preguntó por nuestra filiación, procedencia y
profesión antes de la guerra. Afortunadamente, al ser un domingo de madrugada,
estábamos muy pocos, pero, aún así, fuimos detenidos un tal Silva, comisario
político en el hospital, y yo misma, Milagros Gómez, como supuesta hija del
Presidente del Tribunal Supremo, Don Mariano Gómez, ya que me presenté como
tal, con la sola intención de que los enfermos detenidos tuviesen durante la
travesía la atención sanitaria que pudieran requerir, a cuyo fin, el teniente
nos autorizó al capitán médico y a mí para que recogiésemos el instrumental y
medicamentos más necesarios, lo que fue controlado por un cabo y un soldado,
que nos acompañaron.
Si la presentación
del teniente Rossell era muy lacónica, más aún puede decirse de la que Milagros
hace de sí misma. Tan solo aclara con precisión que, en efecto, era parienta
del magistrado Gómez por parte de padre y natural, también, de la localidad
almeriense de Huércal-Overa. Debía de tener entonces entre veinte y veintidós
años, pues acababa de obtener plaza de maestra, que abandonó para servir como
enfermera voluntaria, tarea para la que había seguido en Valencia los cursillos
oportunos. Al volver a coincidir en la capital valenciana con Don Mariano
Gómez, entabló amistad con su hija María, lo que le permitió un perfecto
conocimiento de las personas y forma de vida de la familia, a efectos de aparentar
ser uno de ellos. A finales de 1937, el Presidente del Tribunal Supremo pasó a
vivir en Barcelona hasta principios de 1939, en que se exilió.
***
El reembarque, en
unión de los apresados, se realizó todavía casi de noche, sin mayores
contratiempos. Llegados al destructor, tras dos viajes de cada lancha, los
detenidos fueron encerrados bajo vigilancia en un compartimento a popa, con lo
que Milagros no tuvo ocasión de conocer el diálogo explicativo que medió entre
los jefes de la expedición. En sus Memorias, supone que el teniente Rossell
daría cuenta de lo sucedido en el hospital, conforme a la versión edulcorada
de su desobediencia, según tenía previsto, así como sobre el número e
identidad de las personas que había traído detenidas al barco, conforme a lo
ordenado. Tampoco es razonable pensar que la involuntaria pasajera conociera
que, en la travesía de regreso a Palma, aparecieron aviones republicanos que,
advertidos de algún modo de la presencia de prisioneros de cierta importancia,
se abstuvieron de disparar contra el Velasco. Por lo demás, el
destructor, navegando a toda máquina[11],
llegó hacia las diez de la mañana del mismo día al puerto de Palma. Los cazas
republicanos que lo habían escoltado liberaron entonces la ira de sus
pilotos ametrallando las instalaciones portuarias, sin que conste la causación
de víctimas.
4. Compás de espera
Parece ser que, en un primer momento,
no se pensó que la relativa incolumidad del hospital de Benicásim se hubiese
debido a la desobediencia del teniente Rossell. En algunas zonas del edificio
se habían visto llamas y, por otra parte, el conjunto de la acción había
resultado exitoso. Ignoro -como también lo desconocía Milagros- el alcance y
contenido de la disculpa que inicialmente podría haber ofrecido por lo
sucedido, en el caso de que hubiese brindado espontáneamente alguna: Ya se sabe
que, quien se excusa antes de que se lo exijan, viene a reconocer de forma
implícita e innecesaria que ha cometido alguna falta.
En lo que respecta
a Milagros, su versión de los primeros momentos en Palma es confusa, como
corresponde a quien desconoce los lugares a que se la lleva y la identidad de
las personas que la interrogan o vigilan. Esto es todo lo que recoge al
respecto en sus Memorias:
Al ser la única
mujer presa, me apartaron de los demás detenidos y fui vigilada y trasladada de
un sitio para otro en soledad. Nadie parecía preocuparse de darme comida ni
agua, hasta el punto de que tuve que pedirlo dos o tres veces. Finalmente, en
una de las conducciones de que fui objeto dentro de Palma, advertí al jefe de
la guardia que no diría una palabra de cuanto se me preguntara, a no ser que me
facilitaran agua y comida. La advertencia surtió efecto y, a eso de las cuatro
de la tarde -me habían respetado el reloj de muñeca-, me trajeron un plato de
sopa y un bocadillo de sardinas. Me supo a gloria y, un poco en broma, pregunté
si no me darían postre, ya que era una detenida de calidad. La respuesta llegó
en forma de una naranja que, por cierto, estaba muy seca…
Hacia las seis de
la tarde, anocheciendo casi, me llevaron a un gran despacho, que parecía más
una sala de juzgado. Detrás de una mesa grande, se hallaba un militar que, por
las estrellas, creo que era un capitán. Cerca de él, a la misma mesa, se
encontraba otro individuo uniformado, un sargento, que pasaba a máquina lo que
le dictaba su superior, tras formular su pregunta y esperar mi respuesta. En
aquel momento, echando la culpa del error a mis captores, aclaré que yo no era
hija del Presidente del Tribunal Supremo de la República, sino una familiar
suya, buena amiga de María, su verdadera hija. Insistí en que no tenía ideas
políticas frente marxistas, sino que era una simple enfermera voluntaria,
maestra de profesión, con plaza en un pueblo de la provincia de Madrid que, a
consecuencia de la guerra, tenía sus escuelas cerradas. La declaración duró una
media hora y, terminada la misma, me devolvieron al anterior encierro, donde
permanecí hasta primera hora de la noche, en que me trasladaron a la Prisión de
mujeres de Palma, que luego supe que se llamaba Can Sales[12]. Allí permanecí, mezclada con las
reclusas, hasta que vinieron a rescatarme, cinco días después, de la forma que
más adelante relataré.
Mientras Milagros
permanecía cautiva, el teniente Rossell expuso su situación a su padre,
con un interés que podría ser fruto de sentirse responsable de su seguridad,
aunque lo que sucedió después permite albergar la sospecha de un interés
especial o, digamos, sentimental. El Comandante, bien relacionado con
las autoridades militares de Palma, incluso por razón de su abundante clientela
en la consulta privada, hizo gestiones para mejorar todo lo posible el encierro
que padecía la enfermera. Habida cuenta de que su futuro próximo parecía el de
ser canjeada por alguno o algunos presos nacionales, pronto llegó a un
acuerdo satisfactorio. Milagros, como enfermera, pasaría a servir en el
Hospital Militar de Palma, a la sazón, sobrecargado con los heridos del Baleares;
el Comandante se responsabilizaría de que estuviera debidamente asegurada, para
lo cual se le fijaría una habitación propia en el desván del edificio, del que
no podría salir sin vigilancia. La joven permanecería a disposición de las
autoridades para presentarse ante ellas cuantas veces fuese convocada. Toda esa
tramitación debió de llevar los cinco días que -como hemos visto- Milagros
recordaba, años más tarde, como de reclusión en la cárcel de mujeres palmesana.
Villa histórica de Benicásim (estado
actual)
… Cuando me
sacaron de la cárcel y me llevaron al Hospital Militar -escribe Milagros-
me pareció soñar. Me estaba esperando un médico militar mayor, revestido con
bata blanca, que se me presentó como el comandante Antonio Rossell y me dijo
que, en lo sucesivo, sería mi fiador, si le daba mi palabra de no intentar escapar.
Naturalmente, así lo hice y me explicó cuál sería, en consecuencia, mi nuevo
estado, como enfermera en la planta de quemados y sin poder salir, en
principio, del hospital. Me condujo a mi alojamiento, que tenía poco más que
una cama, una mesa, una silla y un armario; el wáter se hallaba en el mismo
pasillo y, para ducharme o bañarme, habría de hacerlo un piso más abajo, en las
dependencias para las enfermeras de guardia. Me pidió que, para aquella misma
tarde, le hiciera una relación con todas las cosas que necesitara y me entregó
una credencial para moverme por el edificio, aunque lo menos posible, y ser
admitida al comedor de personal. En aquella primera ocasión, estoy segura de
que no me dijo que era el padre del teniente que había dirigido el asalto al
hospital de Benicásim y evitado lo peor de las posibles consecuencias del
mismo.
… En el Hospital
Militar trabajaban algunas monjas de un convento aledaño, parte de cuyas
instalaciones se habían ocupado temporalmente para ampliar las dependencias
hospitalarias. No eran enfermeras, pero mostraban caridad y buena voluntad con
los enfermos; a algunas de ellas procuré enseñarles algo de cuidados médicos.
En pago, me ofrecieron instalarme en el convento entre ellas, para evitar los
peligros de pernoctar sola en aquel desván tan aislado. Yo no acepté la
invitación, pero fue lo bastante para que me provocase cierto miedo y cerrara
siempre con llave mi habitación; incluso pedí al comandante Rossell que me
pusieran un buen cerrojo en la puerta, para encerrarme durante la noche.
Con el tiempo, la
oportunidad y la confianza permitirían que la villa urbana de los Rossell, Sa
Reixa, en la Plaza del Olivar, acabase convirtiéndose en la segunda
residencia de Milagros en Palma, a la que acudía, no solo de visita, sino para
asearse con mayor decoro, así como para atender las invitaciones a comer o a
merendar de Doña Francina Alomar, la esposa del Comandante, estimuladas por la
buena relación que la huésped iba entablando con sus hijos, Jaume y Margarida.
Naturalmente, Milagros no se alaba en sus Memorias, pero está claro que su
carácter alegre y los conocimientos y disponibilidad como enfermera, ganaron a
toda la familia Rossell y otros muchos que la conocieron en el Hospital. En
todo caso, fue respetada la obligación de pernoctar en el mismo, para evitar
toda clase de habladurías, pero se eludió con frecuencia la de no salir del
Hospital Militar sin custodia.
Otra villa histórica de Benicásim
(estado actual)
***
Durante un mes,
aproximadamente, el Teniente y la Enfermera fueron entablando relaciones de amistad,
conversando ampliamente e, incluso, dando paseos juntos. Con Margarida como carabina,
Jaume fue enseñando a Milagros los monumentos de Palma y los lugares más
pintorescos. El comandante Rossell les prohibió que llevaran el turismo más
allá de la ciudad y su bahía, por más que les atrajese el visitar las bellezas
naturales de toda la Isla: Don Antonio no quería que le llamasen la atención
por sus tolerancias con Milagros, lo que podría haber redundado en perjuicio de
la joven.
Al cabo de ese
intervalo, el tema del comportamiento del Teniente en la acción de Benicásim
acarreó consecuencias. Al parecer, fueron declaraciones de sus subordinados,
con mejor o peor intención, las que evidenciaron que Rossell había impedido que
las labores de daños e incendio alcanzaran los términos ordenados por la
superioridad. El Juzgado Militar lo citó, finalmente, para tomarle una extensa
declaración acerca de lo sucedido en la que, al parecer, el Teniente insistió
en su versión inicial de los hechos, a saber, que fue la premura de tiempo y la
insuficiencia de materiales combustibles y comburentes lo que había determinado
que los fuegos provocados no hubiesen tenido el efecto destructor apetecido.
Estas manifestaciones eran contradictorias con las de otros miembros de su
sección y, no siendo creídas, determinaron que se le abriese causa criminal por
desobediencia a las órdenes recibidas en acción de guerra. Como es natural, de
prosperar la acusación, el juicio se vería ante un tribunal militar.
Por unas razones u
otras, Jaime Rossell no había informado a su familia, ni a Milagros, de la
investigación en curso, hasta el momento en que aquella se convirtió en una
instrucción judicial en toda regla. Entre otras cosas, esta suponía la prisión
preventiva del investigado, ya que el delito de desobediencia frente al enemigo
era muy grave, castigado en ocasiones con la pena de muerte[13].
En este caso, el Teniente fue tratado con mucha consideración pues la prisión,
como si de un simple arresto se tratara, fue cumplida en el propio
acuartelamiento de Infantería de Marina, con un régimen de tolerancia, que
permitió al Comandante y a otros familiares próximos visitar al preso y, por
supuesto, hacerle llegar paquetes y efectos personales. Con todo, la
gravedad de la noticia, así como el poco tiempo tenido para asimilarla,
provocaron una terrible conmoción en todos los allegados de Jaime. Milagros
precisa alguno de los motivos por los que ella quedó consternada:
Cuando nos
enteramos del contenido de la desobediencia, la verdad es que todos nos
sentimos orgullosos del comportamiento de Jaime. Su padre se llevaba las manos
a la cabeza, de pensar cómo podía exigirse penalmente el cumplimiento de una
orden que era manifiestamente ilegal, como contraria a lo que él llamaba el
Derecho de Gentes. Yo que, aunque presente en los hechos, no había apreciado
los detalles y transcendencia de la conducta de Jaime, me sentí, si cabe, aún
más solidaria de su decisión, pues imaginaba el riesgo de presente y de futuro
que podría haber supuesto para los heridos el que el Hospital hubiese ardido de
manera total y fulminante. Enseguida me ofrecí para declarar y dar mi versión
humanitaria y profesional sobre lo sucedido y sugerí que se buscara al capitán
médico alemán, Becker, para que también apoyara la decisión de Jaime. Lo
primero fue, de entrada, descartado por el Defensor militar que su padre había
buscado para el juicio. Lo segundo no resultó posible pues nadie supo, o quiso,
dar noticia de su paradero…
Las Memorias no
recogen el nombre del defensor de Jaume, indudablemente un jefe u oficial
militar, pues en aquel tiempo de guerra no se autorizaba la designación de
abogados civiles. Por lo demás, como más adelante explicaré, las actuaciones
judiciales de este caso han desaparecido de los archivos pertinentes, como
consecuencia del complejo final del proceso, muy poco favorable a los intereses
franquistas. Ignoro si la familia Rossell fue advertida de que la sanción penal
del Teniente podía llegar hasta la pena de muerte, siquiera tal posibilidad era
poco probable. De hecho, Milagros nada dice al respecto; se limita a señalar:
… El afecto que
había llegado a sentir por Jaime se agigantó cuando comprendí que se estaba
jugando su libertad y su carrera por cumplir con las leyes de la guerra y
respetar a los enemigos heridos y a quienes los cuidábamos. Fue entonces
cuando, por cariño, pero también por solidaridad y por respeto, decidí que
haría por él cuanto me pidiera, con tal de hacerle su vida futura algo más
llevadera.
En un primer
momento, los esfuerzos defensivos de Rossell fueron encaminados a conseguir una
pena lo menor posible, quitando importancia a la acción militar sobre Benicásim
y magnitud a la desobediencia de no haber gestionado más a fondo la destrucción
del Hospital. Con ello, se pretendía excluir la aplicación de tipos penales que
supusieran la posible imposición de la pena de muerte e, incluso, la de una
larga condena a prisión[14].
La aplicación de atenuantes, basadas en el humanitarismo y la familiaridad del
Teniente con la atención a los heridos de guerra, podría contribuir a que el
consejo de guerra se comportara con el acusado de forma benévola.
Antiguo Hospital Militar de Palma de
Mallorca (patio principal)
Tales esfuerzos no
obtuvieron el resultado apetecido. El escrito de acusación del fiscal tan solo
admitía que el golpe de mano en Benicásim no había sido una verdadera acción de
combate ante un enemigo organizado y armado, lo que ahorraba la imposición de
la pena de muerte. En lo demás, acogía sin vacilar que la conducta de Rossell
había sido desobediente y sin ninguna excusa, solicitando se lo condenase a
doce años de prisión mayor y a la definitiva separación del servicio del
Ejército. Y era muy poco probable que el tribunal rebajase lo pedido, dada la
habitual forma de comportarse de los jueces en los consejos de guerra[15].
En consecuencia,
el Comandante decidió tomar iniciativas que, aunque fuesen mal vistas por el
Ejército, pudieran contribuir a evitar a su hijo una larga condena. La clave,
como de inmediato comprendió, era la completa ilegalidad de la orden
desobedecida, la cual podía ser obviada por los militares españoles -máxime
habiéndose gestado en el Cuartel General del Generalísimo-, pero resplandecería
y provocaría escándalo, si se aireaba a nivel internacional; tanto más, cuanto
que las consecuencias habrían recaído sobre combatientes de las Brigadas
Internacionales, es decir, hombres de las más diversas nacionalidades. Pero la
urgencia del caso no permitía orquestar una campaña por la vía ordinaria, sino
hacer uso de los medios más a mano y hacer ver a las autoridades militares
franquistas el daño que podría causarles la divulgación de un evidente intento
de crimen de guerra. En consecuencia, el padre de Jaume puso formalmente los
hechos en conocimiento de los cónsules en Palma de Suiza y de Italia,
presentando como documento justificativo el propio escrito de acusación del
fiscal militar. Involucrar a los italianos no tenía otro objeto que el de que
intercediesen ante sus aliados franquistas, aprovechando la posición de
influencia privilegiada que aquellos tenían en las Islas Baleares desde el
comienzo mismo de nuestra guerra civil.
… Una vez
presentada la denuncia en los Consulados -explica Milagros- el
Comandante se personó en el Gobierno Militar de Palma y expuso al General al
mando[16] la
gravedad de la decisión que, como médico militar y como padre, se había visto
obligado a tomar. Verdad o mentira, el General manifestó su desconocimiento de
la próxima celebración del consejo de guerra del que le hablaba, así como su
sorpresa por el alcance tan duro de la orden incumplida, aunque se lo explicara
por la actitud de los rojos en el reciente caso del Baleares. El
comandante insistió en que no tenía otra intención que la de evitar la
injusticia que iba a cometerse con su hijo, hasta el punto de que, de pedírselo
él, el Cónsul de Suiza estaría dispuesto a entender la denuncia como un
malentendido, que sería zanjado a cambio del archivo de la causa contra su hijo
o, como mucho, con una condena corta de prisión. El General le aseguró que tomaría
cartas en el asunto y que lo resolvería a la mayor brevedad.
De un modo u otro, el esfuerzo del
comandante Rossell surtió efecto pleno, tanto en lo relativo a librar a su hijo
del juicio penal, como de parar la denuncia del Consulado de Suiza. De esto
último, tengo prueba suficiente en el hecho de que el incidente de Benicásim
no está recogido -que yo sepa- en libro o artículo histórico ninguno. De lo
primero, debe de haber constancia en los archivos militares, aunque yo doy por
bueno el testimonio de Milagros Gómez, recogido así en sus Memorias:
Las autoridades
militares decidieron que, ya que habrían de dar su brazo a torcer en el caso
Rossell, era preferible evitar el escándalo que podría levantar un consejo de
guerra, aunque acabase con sentencia muy benigna. En consecuencia, el asunto se
archivó y, en principio, toda la sanción a Jaime consistió en sacarle de su
cómodo destino en Palma y destinarlo a un regimiento de Infantería, que
combatía duramente en la Península: el Zamora, número 29. Según decían, esa
Unidad había estado antes de la guerra de guarnición en La Coruña, por lo que
estaba formada casi exclusivamente por soldados gallegos. La orden era de
incorporación inmediata pero la necesidad de transporte seguro hasta la costa
de Levante en poder de los franquistas retrasó en varias semanas la marcha de
Jaime, lo que nos pareció una bendición. En efecto, lo cerca que había estado
de arruinar su vida nos decidió a ambos a expresar libremente nuestros mutuos
sentimientos, comprendiendo además que teníamos muy poco tiempo de estar
juntos.
Y, entre tanto, el
canje en que había de ser parte Milagros se concretó. Las negociaciones
contaron, entre otros, con el apoyo de Don Mariano Gómez, el ilustre pariente
de Milagros, y culminaron de la manera que esta dejó escrito:
… El Jefe de
Falange de Mallorca era un individuo ilustre y muy poderoso, aunque no tenía
nada de buena fama por lo que se había ensañado al principio de la Guerra con
sus contrarios políticos[17].
Un primo del mismo estaba preso en Cuenca, en poder de los republicanos. El
canje de él por mí se convino sin dificultad aunque tampoco en este caso pudiera
realizarse de forma inmediata, hasta que se encontraron los oportunos medios
aéreos para hacer el viaje entre Palma y Barcelona.
5. Una triste conclusión
El tiempo
transcurrido hasta la marcha de Jaume -que fue el primero en ausentarse de
Palma- fue bien aprovechado por la pareja, como hemos visto. Lo que tal vez
ignoraríamos, de no relatarlo Milagros, es la forma en que se estableció el
acuerdo entre ellos, para un anhelado reencuentro, una vez acabase la guerra.
Ella lo recordaba así, a quince años vista:
La tarde anterior
a su partida, estuve comiendo con la familia Rossell en su casa. En un breve
aparte, al concluir el almuerzo, Jaime y yo nos prometimos que, tan pronto
terminara la guerra, haríamos todo lo posible por reencontrarnos, para así
poder contraer matrimonio y vivir juntos los años de vida que Dios nos diese. No
hubo mayores muestras de amor ni de tristeza: Nos habíamos dicho ya cuanto
necesitábamos. Claro es que intentaríamos escribirnos entre tanto. Su
regimiento estaba entonces cubriendo una zona del frente, al sur de Castellón[18]; y, en cuanto a mí, estaba
convencida de que, en principio, mi tío Mariano me acogería en su casa o, al
menos, bajo su protección.
Lo cierto es que
los avatares de la guerra y el hecho de hallarse en zonas enemigas impidieron
que llegasen a Milagros algunas de las cartas que, sin duda, Jaume Rossell le
enviaría. Con tal motivo, al finalizar la guerra civil el 1 de abril de 1939,
Milagros ignoraba cuál podría ser el paradero de su prometido. En realidad, la
contienda había terminado para ella a fines de enero, cuando hubo de cruzar la
frontera francesa, siguiendo a la familia de su tío, Mariano Gómez. Desde
Francia, descartando secundar la decisión del Presidente del Tribunal Supremo
de exiliarse en América[19],
Milagros escribió varias cartas a los Rossell, a su domicilio de Palma, pero no
recibió ninguna contestación.
Dispuesta a
arrostrar todos los riesgos, antes que a incumplir su palabra, Milagros regresó
a España por vía terrestre en las navidades de 1939. Felizmente para ella, en
sus gestiones en la Embajada española en París, había dado con un empleado
balear, que conocía al metge del racó[20],
apodo por el que era conocido el Doctor Rossell por quienes acudían a su
consulta privada, debido a que la tenía en un piso alquilado exprofeso en una
rinconada del carrer dels Forners. El improvisado amigo le gestionó el
visado del pasaporte y le entregó un oficio, con membrete de la Embajada,
indicando a quien pueda interesar, que su portadora entraba en España
con el propósito de visitar a la familia palmesana de los Rossell y, en
concreto, al comandante médico del citado apellido, destinado en el Hospital
Militar, en el que había estado trabajando como enfermera la Srta. Gómez. Gracias
a ello y a disponer de una importante cantidad de francos franceses, que le
había entregado su tío al despedirse de ella, Milagros llegó sin contratiempos
a Barcelona y, al cabo de una semana, logró pasaje en el barco que hacía el
servicio regular hasta Palma. Una vez allí, comoquiera que arribase de mañana,
se encaminó directamente al Hospital Militar, esperando encontrar en él al
Comandante. Pero…
… En el
Hospital me recibió su Director, Don Ramón Anglada[21],
que se acordaba perfectamente de mí. Me explicó que, a raíz del problema con
su hijo, el Comandante había pasado a ser malquisto de las autoridades
militares, quienes parecían dispuestas a perjudicarlo, hasta conseguir que
decidiera abandonar el Ejército. Mal que bien, había continuado prestando
servicio hasta el final de la guerra, por la necesidad que se tenía de médicos
militares de calidad, pero, al concluir la contienda, había solicitado la
excedencia, para dedicarse con exclusividad a la medicina privada. Por lo que
él sabía, no le iba mal y seguía viviendo en su casa de siempre, en la Plaza
del Olivar. Me despidió muy cariñoso, ofreciéndose a gestionar mi
reincorporación al Hospital, en tanto -si me parecía bien- seguía los cursos y
exámenes de enfermera militar.
Así pues, Milagros
tomó el camino de Sa Reixa, donde fue recibida por Doña Francina entre
expresiones de sorpresa y emoción. Enseguida quedó claro el origen de buena
parte de esta última:
… Pronto se
convirtió la alegría en un mar de lágrimas pues me informó entre sollozos de
que su hijo Jaume había desaparecido en el hundimiento del Castillo de
Olite[22],
sin que hubiese ninguna posibilidad de que estuviese vivo. La señora me confesó
que habían recibido mis cartas, pidiendo noticias de Jaime, pero que su marido
había optado por no contestar, en la esperanza de que el silencio me determinara
a seguir a mis familiares en su nueva vida americana, sin pasar el dolor que
indudablemente la noticia de la muerte de Jaime habría de causarme. Ahora
comprendía que su esposo había cometido un grave error pues, sobre no evitarme
el sufrimiento, había hecho que regresara a España, para encontrarme sola y con
un Régimen hostil.
Transporte de tropas “Castillo de
Olite”
Si Milagros
hubiese podido, esa misma mañana se habría marchado de Palma, deseosa de
alejarse cuanto antes de los lugares que tanto le recordaban a Jaume y, además,
enfadada por la irresponsable actitud del Comandante, que la había creído capaz
de incumplir el juramento hecho a su hijo antes de agotar todas las
posibilidades de volver a encontrarse con él. Finalmente, aceptó la petición de
Doña Francina para que se quedara a esperar la llegada de su marido y de su
hija para la hora de comer. Entre tanto, se le ocurrió telefonear desde Sa
Reixa al Hospital Militar, para que su Director tuviese la amabilidad de
extenderla un certificado acreditativo de los servicios prestados por ella en
la institución, meses atrás. Así lo hizo el Teniente Coronel, añadiendo
palabras muy elogiosas acerca de su desempeño en el hospital, en particular, en
la atención a los heridos del Baleares y los del bombardeo de la ciudad
del 30 de mayo de 1938, durante el cual Milagros, decidida e impertérrita,
había permanecido en su puesto, ayudando a evacuar a los enfermos menos graves
y tranquilizando a los restantes.
Poco más añadía
Milagros en sus Memorias referente a aquellos años. Simplemente agregaba que:
Regresé a
Madrid y traté de incorporarme a mi plaza de maestra en Villanueva del
Pardillo, pero caí inmediatamente en las garras de la represión política, que
exigía a todos los funcionarios -cuando menos, a los que hubiesen cesado en sus
funciones durante la guerra- un expediente de depuración, que solía acabar en
sanciones. El hecho de que Villanueva hubiese permanecido en zona de frente y
la circunstancia de que hubiese prestado servicios como enfermera en Palma de
Mallorca no fueron bastantes para poder recuperar mi plaza de maestra nacional.
En consecuencia, tome la decisión de completar mis estudios de enfermera,
manteniéndome mientras tanto con los ahorros y con trabajos eventuales en
clínicas particulares. Finalmente, a finales de 1941 obtuve plaza en el Hospital
General de Atocha, del que pasé en 1949 al nuevo Hospital Clínico de San
Carlos, en donde actualmente sigo de plantilla.
6. El sorprendente destino de las Memorias
de Milagros
Protagonista femenina (Josette Arno)
y Director (Luis García Berlanga) de “Novio a la vista”
¿Cuándo, dónde y
por qué redactó Milagros las Memorias que he resumido en los capítulos
precedentes? Son preguntas que ella misma contesta al final de las mismas:
En el otoño del
año pasado, me fue detectado un cáncer de estómago, contra el que los médicos y
yo hemos venido luchando desde entonces con el resultado negativo que era de
esperar, máxime teniendo en cuenta mi oposición a una extirpación del órgano,
que me impida hacer una vida medianamente satisfactoria. En consecuencia,
decidí hacer lo mejor que se puede cuando una sabe que muy pronto le llegará el
final de sus días. No es del caso explicar aquí todo lo que he venido haciendo
en ese sentido; sí lo es indicar que una de las cosas que decidí fue la de
recoger por escrito lo referente a mi breve relación con Jaime y las
circunstancias históricas en que la misma se produjo. Disfrutando -es un decir-
de una licencia indefinida por enfermedad, me animé a regresar a Benicásim para
escribir aquí lo que tenía que decir acerca de Jaime y yo. Me informé de que el
hotel Voramar había vuelto a serlo[23] y no resistí la tentación, pese al
largo viaje desde Madrid, de volver a donde había empezado todo. De lo que no
me habían advertido era de que, a los diez días de hallarme yo tranquilamente
hospedada, el hotel sufriría una nueva invasión; en este caso, más ruidosa y
pacífica que la del 38, pues corrió a cargo del equipo de rodaje de una
película, parte del cual -seguramente, de los más distinguidos- tomó habitación en
el propio hotel. ¡Adiós a mi relativa tranquilidad hasta entonces, aunque el
verano[24] sea
la época más frecuentada de Benicásim! Con todo, seguí tecleando a la máquina
de escribir portátil que me había traído y, mal que bien, muy de mañana, fui
cumpliendo con mi tarea y poniendo fin a ella.
Dicen que no hay
mal que por bien no venga. Aquel rodaje me permitió conocer a muchas personas,
de las que había tenido noticia por las películas. Sin embargo, la única con la
que llegué a tener amistad fue una actriz en el límite de la juventud con la
edad adulta, que tenía en Novio a la vista un papel secundario. Esa circunstancia y el
intervenir en varias escenas en diversas secuencias de la película, le permitió
pasar dos semanas en Benicásim y aburrirse lo suficiente, como para
hacer amistades. No sé por qué -quizá porque me pareció que pudiera ser de
la cáscara amarga[25]-
acabé por contarle lo que había ido a hacer allí. La actriz, a la que llamaré
Juana, mostró un vivo interés por leer mis recuerdos, en el entendimiento que
de ninguna manera podrían ser publicados bajo aquella situación política. Le
gustaron mucho y le parecieron dignos de conocerse por los interesados en la
historia de nuestra guerra civil. Sabiendo que a mí me quedaba muy poco tiempo
de vida, se ofreció a guardarme esas memorias, a fin de publicarlas en
mi nombre en cuanto fuera posible hacerlo sin censura, para lo cual tenía
amigos editores y periodistas. Yo no quise separarme del original, pero sí le
facilité una de las dos copias que había hecho gracias al papel carbón.
Y así concluye esta
historia que, si alguien llega a leer un día, será cuando yo haya encontrado a
Jaime en el otro mundo, esperanza poco fundada, pero muy reconfortante en mi
estado.
***
Como les decía al
principio de este relato, finalmente ha sido la copia precautoriamente
entregada a la actriz misteriosa la que llegó a mis manos y ahora, al
fin, publico. Les recuerdo las observaciones que, acerca de la veracidad de los
sucesos, dejé hechas ya en dicho preámbulo; y, en su nombre, me permito dar las
gracias a quien supo guardar durante tantos años la palabra dada a Milagros
Gómez que, según esquela periodística sufragada por sus compañeros del Hospital
Clínico de Madrid, falleció el 3 de enero de 1954. Que descanse en paz.
[1]
El hotel es el Voramar, inaugurado en 1930 y todavía (2020) felizmente
operativo. La película es Novio a la vista (Luis García Berlanga, 1953),
estrenada en Madrid el 15 de febrero de 1954.
[2] Lo
primero acaeció en 1975. Lo segundo puede darse por sucedido hacia 1978.
[3] Véase
más adelante, el capítulo 2.
[4]
He decidido que, si ustedes quieren, participen del juego de adivinanzas para
dar con la identidad de Doña J., dándoles -eso sí- algunas pistas, a mayores de
las recogidas en la carta de esa señora.
[5]
Como es sabido, las Brigadas Internacionales eran unidades militares de
voluntarios al servicio de la República Española, formadas por ciudadanos
extranjeros de las más diversas nacionalidades.
[6]
El complejo hospitalario-residencial de Benicásim entre 1936 y 1938 ha sido
objeto de diversos trabajos. Entre otros, he consultado por Internet los dos
siguientes: Guillermo Casañ Ferrer, El hospital de Benicàssim en el contexto
del servicio sanitario de las Brigadas Internacionales (Guerra Civil,
1936-1939), en Manuel Requena Gallego y Rosa María Sepúlveda Losa
(Coordinadores), La sanidad en las Brigadas Internacionales, 2006, pp.
161-197; Guillermo Casañ Ferrer, Evacuación del Hospital de las Brigadas
Internacionales de Benicàssim a Cataluña (Guerra Civil 1936-1939),
en R. Monlleó (Coordinador), Castelló al segle XX, Castelló, Universitat
Jaume I, 2006.
[7] Dicho
personal, en su conjunto, alcanzaba unos 20 médicos, 25 enfermeras, 40 miembros
del personal de limpieza y los voluntarios que ayudaban a vigilar a los enfermos,
en especial, por la noche. Quedan al margen, servicios complementarios, como
cocina, lavandería, etc., que radicaban en edificios próximos.
[8]
En el texto de Milagros, se alternan los nombres Jaime y Jaume, de lo que se
deduce que ella era castellanohablante, resultándole extraño el nombre en
catalán del teniente.
[9]
Véanse artículos 1, 2 y 3 del Convenio de Ginebra de 28 de agosto de 1864,
vigente en tiempos de la Guerra Civil española. Posteriormente, se han dictado
normas de actualización, que mantienen íntegramente el espíritu y contenido del
texto original. Puede consultarse al respecto, Vicente Otero Solana, La
normativa de protección y actuación del personal y medios sanitarios en los
conflictos armados, Ministerio de Defensa de España, Madrid, 2013 (folleto
de 68 pp., totalmente accesible por Internet).
[10] Otras
villas, con finalidad hospitalaria complementaria, eran las denominadas Pons y
Oliag.
[11] El Velasco había llegado a alcanzar en
pruebas una velocidad de 37 nudos, si bien la de 34 era la que se consideraba
máxima para sus condiciones medias. La carga adicional que llevaba en aquella
ocasión permite suponer que ir a toda máquina supusiera una velocidad de poco
más de 30 nudos, en todo caso, más que suficiente para no temer ser alcanzado
por barcos republicanos, en una persecución con ventaja para el citado
destructor.
[12] Véase Guerra
y repressió franquista a les Illes Balears, en “Memòria antifranquista del
Baix Llobregat”, any 10, Núm. 15 (extraordinari), Barcelona, 2015, espec. pp.
14-18. Es accesible en abierto por Internet.
[13]
Para los aspectos penales que se recogen en el relato, véase Código de Justicia
Militar de 27 de septiembre de 1890, artículos 173, 232, 266 y 267. El texto
puede consultarse en PDF por Internet.
[14]
Recuerdo, por una vez, lo indicado en la anterior nota 12.
[15]
Conviene señalar que todos ellos, salvo uno, eran militares no jurídicos,
designados por el Mando para formar parte de cada consejo de guerra.
[16] Debía
de tratarse de Enrique Cánovas Lacruz (1877-1965).
[17] Por la
fecha y referencias, parece segura la alusión a Alfonso de Zayas y Bobadilla
(1896-1970).
[18] Ello
nos puede dar una orientación sobre la fecha de la despedida de Jaume y
Milagros, pues Castellón fue tomada por los franquistas el 14 de junio de 1938.
[19] En concreto, en Argentina, donde fallecería en
1951.
[20] En catalán, el médico del rincón.
[21] Se
trataba del teniente coronel médico, Don Ramón Anglada Fluxá.
[22]
Transporte de tropas franquistas que, al intentar un desembarco en costa
enemiga de Cartagena, fue cañoneado y hundido por las baterías costeras
republicanas, falleciendo casi 1.500 hombres y salvándose 636. Casi la mitad de
los 2.100 hombres que llevaba constituían dos batallones del Regimiento de
Infantería “Zamora”, número 29. El suceso acaeció en la mañana del 7 de marzo
de 1939.
[23]
Acabada la guerra y su función hospitalaria, el establecimiento siguió
incautado a sus propietarios, para dedicarlo a las actividades de Servicio
Social y, luego, las generales de la Sección Femenina de Falange. A
principios de la década de 1950, fue finalmente devuelto a la posesión de sus
dueños (familia Pallarés), que reanudaron en él la actividad de hostelería, en
la que ya ha seguido de forma ininterrumpida hasta el presente (escribo a finales
de 2020).
[24] En concreto, el verano de la invasión
cinematográfica fue el de 1953. Véase también la nota 1.
[25]
Forma coloquial de aludir a las gentes
de izquierdas por parte de los franquistas de la época del relato.
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