“Con babuchas de oro”: Los
mercenarios de Franco
Por Federico Bello Landrove
Muchos achacan el
éxito de Franco en la Guerra Civil a su dominio del Protectorado español en
Marruecos, que le permitió hacerse con el Ejército de África y, además,
contratar como soldados mercenarios a unos 75.000 marroquíes del norte, que tuvieron un
importante papel en las operaciones bélicas de dicha guerra. Este ensayo
profundiza un poco en algunas cuestiones debatidas sobre tal aspecto de nuestra
guerra de 1936-1939.
1. La clave de un triunfo: Marruecos y
el paso del Estrecho
Como es natural,
nadie puede afirmar con rotundidad a qué debió Franco su promoción a la
jefatura civil y militar del bando sublevado contra la República y, finalmente,
el triunfo de este en nuestra larga y cruenta contienda civil de 1936-1939.
Pero en lo que todos los estudiosos parecen estar de acuerdo es que, entre las
primeras causas de sus éxitos -si no la primera-, está la siguiente: Los
alzados confirieron a Franco el mando del ejército español en Marruecos y,
haciendo efectivas las grandes posibilidades que ello le facilitaba, el
susodicho General tuvo el acierto, suerte y apoyo extranjero para trasladar ese
Ejército a la Península, convirtiéndolo en pieza clave de las operaciones
militares desde los primeros días de la guerra.
Aunque sean puntos
bien conocidos y en que las opiniones son coincidentes, no estará de más hacer
algunas consideraciones, para que sirvan de introducción al objeto de este
ensayo, que no es el de incidir machaconamente en cosas de sobra sabidas, sino
tratar de aspectos mucho menos conocidos y más controvertidos de la relación
militar de los nacionales con el Protectorado marroquí: los atinentes al
fenómeno del alistamiento de voluntarios marroquíes para luchar en la guerra de
España en contra de la República.
Tres
consideraciones básicas quiero hacer en esta introducción del trabajo:
1ª. Con todas las matizaciones que quieran
hacerse sobre su dotación y eficacia, es cierto que los alrededor de 42.000
hombres que constituían las fuerzas armadas y de orden público en el
Protectorado eran muy superiores a los 195.000 de guarnición en España[1],
tanto en armas, como en entrenamiento. Ello era especialmente cierto en el caso
del Ejército -es decir, exclusión hecha de las fuerzas de Orden Público-, que
constaba de unos 35.000 hombres, frente a otros 135.000 compañeros que se
hallaban en España, a mediados de julio de 1936. Naturalmente, también hay que
enfocar la cuestión desde el punto de vista de la proporción de fuerzas fruto
de la división de España en dos zonas, así como del hecho de que el Ejército de Marruecos
tuviera un comportamiento casi monolítico al unirse al levantamiento, mientras
que en España las fuerzas armadas se partieron en dos, si bien en cuantía
diversa, según se tratara de generales, jefes y oficiales, o suboficiales y
tropa[2].
2ª. No estuvo lejana
la posibilidad de que el Ejército de Marruecos hubiese quedado encerrado en el
Protectorado, Ceuta y Melilla, no pudiendo pasar a la Península, por la
superioridad naval y aérea de los efectivos republicanos al comienzo de la
guerra. Si pudo producirse el paso del Estrecho fue, en gran parte, por
el apoyo de Alemania e Italia, suministrando inmediatamente a Franco aviones de
transporte y caza. También en esto tuvo algo que ver el predominio nacional en
Marruecos, pues algunas de las personas más decisivas en convencer a Hitler
para apoyar a Franco fueron empresarios y dirigentes locales nazis, tanto en
Tánger, como en Tetuán.
3ª. Y, en tercer lugar, enlazando ya con el
núcleo de este ensayo, ha de consignarse el hecho de que en el Protectorado
español -aun excluyendo formalmente de él Ceuta, Tánger y Melilla-, había un
considerable venero de hombres magrebíes[3]
dispuestos a hacer la guerra en España, siempre que se les pagase a
satisfacción. Naturalmente, me refiero a los que voluntariamente se
incorporarían a las fuerzas nacionales a cambio de una soldada, no a los
que ya formaban parte de las tropas españolas (Regulares, Mehalla, Legión) antes de
la guerra, y que ascendían a unos diez mil hombres[4].
2.
Algunas aproximaciones al número y
procedencia de los reclutados
Siguiendo la inadecuada costumbre española
de minusvalorar las Matemáticas, quienes han abordado el tema de cuántos
voluntarios o mercenarios marroquíes vinieron a España para luchar en las filas
franquistas han manejado cifras que suponen una variación casi de uno a cuatro,
con el máximo -que yo sepa- en los 132.000[5]. Me
inclino por una cantidad bastante menor: de hecho, una de las mayores
especialistas en el tema, María Rosa de Madariaga, parece haber acudido a
fuentes documentales fiables y manifestó en el periódico El País que, según datos de la Delegación de Asuntos
Indígenas de Tetuán, fueron unos 80.000 los alistados[6].
Naturalmente, el alistamiento no se produjo de manera simultánea, aunque parece
lógico y constatado que se produjera de forma masiva en los primeros meses de
la guerra, bajando mucho con posterioridad. Y, como es natural, la presencia de
los primeramente alistados fue disminuyendo en los frentes, tanto por agotamiento
del tiempo pactado en el contrato[7], como
por las bajas que se fueron ocasionando.
En este último aspecto, las fuentes
coinciden habitualmente en señalar la cifra de 20.000 voluntarios marroquíes muertos
en acciones de guerra[8], lo
que supondría la elevadísima tasa de un veinticinco por ciento de fallecimientos[9].
Desde luego, es un dato que requiere de indagación acerca de sus causas. No es
mi objetivo hacerlo aquí. Sencillamente, aludiré a los dos motivos que
reiteradamente se aducen para explicar tan luctuoso porcentaje: 1º. Que, por
razones racistas o de hacerles ganarse el sueldo, los
soldados moros fuesen empleados en las acciones y posiciones más duras. 2º.
Que, por las sangrientas tácticas empleadas y/o la falta de medios o ideología
de protección, los mercenarios marroquíes estuvieran poco preparados para salir
del combate con bien, o con un resultado lesivo menor.
***
En cuanto a la procedencia de los
alistados, sin duda existió un pequeño número de residentes en el Marruecos francés que pasaron la frontera entre Zonas para apuntarse
en la española, y otro tanto sucedería entre los domiciliados en la pequeña
Zona Internacional de Tánger[10]. Con
todo, la inmensa mayoría fueron reclutados entre los residentes en el
Protectorado español, en alguna de las trescientas cincuenta oficinas o
banderines de enganche que se abrieron al efecto por toda la Zona. Y -como es
frecuente, por desgracia- los aficionados y pseudohistoriadores se perdieron
inicialmente por los vericuetos de un lugar común, muy atractivo: Discutir el
papel que el Rif había tenido en el reclutamiento. Al no acudir a las fuentes,
sus conclusiones fueron gratuitas y contradictorias. Mientras unos afirmaban
que los rifeños habían sido mayoría entre los alistados, por ser especialmente
violentos y pobres, así como por tener cuentas pendientes con España[11],
otros sostenían que los habitantes del Rif -no digamos los de la kábila de Beni-Urriaguel, que era la del antiguo caudillo
Abd-El-Krim[12]-,
no se habían alistado en cantidad significativa, después del enorme esfuerzo bélico
llevado a cabo entre 1921 y 1927. Con una osadía aún mayor, se argumentaba por
algunos con una grande y pertinaz sequía, que habría afectado al norte de
Marruecos en los años de la guerra civil española, animando a muchos campesinos
a alistarse; una sequía que -como acaeció en España- se produjo después, entre 1939 y
1941, anualidades que, por esa y otras razones, dieron lugar en nuestro país a
los años del hambre.
Un estudio más riguroso[13]
parece haber puesto de manifiesto que la mayoría de los voluntarios que se
enrolaron pertenecían a otras provincias o comarcas de la Zona española, en
concreto, y por su orden, las tres siguientes: 1ª. La región de Kelalia, en las
inmediaciones de Melilla, sin duda, por la asimilación de sus naturales por la
Administración española. 2ª. La Djebala -zona montañosa de la provincia cuya
capital es Xauen-, cuyos habitantes tenían fama de ser casi tan fuertes y
valientes como los del Rif, pero más inclinados a los europeos. 3ª. La Gomara,
también en la provincia de Xauen, donde parece que algunos de sus dirigentes
locales promovieron la recluta, llegando incluso a eliminar a un caid que se mostraba contrario a ella[14].
Y, volviendo a la polémica de la actitud
de los rifeños, llevan razón quienes sostienen una menor participación en el
alistamiento; cosa lógica por su actitud hacia todos los
políticos y militares españoles, así como por la sangría experimentada en los
combates sin cuartel de la década anterior a nuestra guerra civil.
3.
Razones de alistarse
Con más o menos matices, es una cuestión
pacífica la de por qué se alistaron tantos marroquíes para luchar en la Guerra
de España, como también lo es la de los motivos que a otros moros llevaron a no
hacerlo, o a desaconsejarlo. Comenzando por lo primero, es decir, los motivos
para ofrecerse como voluntarios, podemos indicar tres, por orden de
importancia: las causas económicas, las religiosas y las políticas.
3.1.
Causas económicas del alistamiento.
Sin necesidad de acudir a
problemas concretos en aquellas fechas -sequía, paro forzoso coyuntural-,
parece obvio que la situación estructural de la economía del Protectorado
español en Marruecos era muy negativa y propiciaba lo que podríamos calificar
de medidas desesperadas -jugarse la vida por dinero-, aunque las mismas
tuviesen precedentes -por ejemplo, en la Primera Guerra Mundial- y pudieran
responder a las costumbres y la idiosincrasia de muchos de los voluntarios. Es
sobre ese caldo de cultivo, donde pudo incidir de
manera decisiva la posición de cadíes, ulemas y
dirigentes políticos, fomentando el alistamiento, como en los apartados
siguientes se concretará.
En cualquier caso, me parece oportuno
hacer algunos apuntes sobre el contenido de las promesas económicas de los
agentes de reclutamiento, es decir, los beneficios que esperaban los marroquíes
firmantes del compromiso contractual que los ligaba a los españoles
insurrectos. En el conocido documental Los perdedores[15], se
recoge que el reclamo del alistamiento era una paga que rondaba las 180 pesetas
al mes, con dos meses de anticipo, así como cuatro kilos de azúcar, una lata de
aceite y tantos panes, como hijos tuviera la familia del alistado. Puede ser
oportuno consignar que el salario medio en la España de 1936 para un peón era
de 7,60 pesetas, con una oscilación entre sectores productivos y regiones de 5
a 10 pesetas. Quiere decirse que la soldada permitía teóricamente mantener a
una familia media, máxime contando con que el combatiente tenía cubiertas por
el Mando sus necesidades vitales. Y queda por determinar si -informalmente, por
supuesto- se incluía el derecho a tomar el botín que el combate o la oportunidad
les brindara, como de hecho sucedió de ordinario.
Haciendo un inciso, me permito recordar
que el nivel de precios en el Marruecos español era
inferior al de la Península, lo que implica que, con las seis pesetas/día
ofrecidas, se podían adquirir muchos más bienes o servicios que en España. En
consecuencia, la soldada que los nacionales ofrecían
merecía a los marroquíes, como mínimo, el calificativo de interesante[16]. Algo más que interesante debía de parecerle a Franco quien, según
dicen, prometió a los mercenarios que volverían a sus pueblos con babuchas
de oro.
La expectativa de morir o quedar inútil
para el combate habría de estar presente en la mente de los voluntarios. Dichas
contingencias tenían que ser cubiertas mediante pensiones, como también había determinadas
condecoraciones pensionadas. Me parece que el tema no ha sido estudiado con
precisión, dando lugar -muchos años después- a alegaciones de insensibilidad en
los que fueron vencedores en la contienda[17]. No
es mi intención, ni mi posibilidad, adentrarme en este tema ni, menos aún,
ponerlo al día, con sus actualizaciones posteriores. No obstante, para quien
pudiese interesar, recuerdo que la última ley promulgada en España sobre
derechos y pensiones de los marroquíes que tomaron las armas en favor del bando
franquista, fue la Ley 172/1965, de 21 de diciembre, que también incluye entre
los beneficiarios a los integrantes de la Guardia Mora de Franco[18].
Cerraré este apartado con una referencia a
las aportaciones económicas que vinieron, no de las arcas franquistas, sino del
propio Majzén, es decir, del erario del
Gobierno marroquí en nuestro Protectorado. Un decreto, o dahir, del Jalifa, fechado el 18 de noviembre de 1936,
establecía un cuantioso presupuesto de 3.328.838 pesetas, para dotar y crear
nuevas unidades militares oficiales del Protectorado,
que lucharían en la Península en favor de los insurrectos a la República. Este
impulso corrió paralelo con la creación en los Regulares de regimientos de
artillería y de compañías de morteros, algo a lo que hasta 1937 se habían
resistido los mandos españoles, temerosos de que esos medios fueran mal
utilizados, no solo por impericia de los moros, sino por presumírseles falta de
lealtad hacia un Ejército español.
3.2.
Argumentos religiosos: ¿Una guerra
santa?
La religión tuvo numerosas
concomitancias con la participación de marroquíes islámicos en la Guerra de
España; algunas tan indirectas, como la alusión a las cualidades de
agresividad, combatividad y falta de piedad, que hicieron de los moros unos
mercenarios temibles[19]. De
forma un tanto cándida, se argumenta: Si el Islam es una religión de paz, algo
religioso tuvo que producirse para cambiar la mentalidad de los moros
voluntarios, y eso sería el considerar la contienda española como una guerra santa, en la que los republicanos serían los enemigos de
la religión musulmana.
Desde luego, a juzgar por lo que había
pasado y estaba pasando en España, no ofrece muchas dudas el que una gran
parte de los políticos, sindicalistas y milicianos al servicio de la República
eran enemigos de la religión, pero de la religión católica. No se sabe de
excesos gubernamentales prebélicos en Marruecos contra el Islam, aunque se
hayan hecho algunas alusiones a cierre o destrucción de mezquitas. Con todo,
fue una torpeza del Ejército republicano la que exacerbó los ánimos en el
momento menos indicado, a saber, al siguiente día de producido el Alzamiento en
Marruecos[20].
Aviones republicanos bombardearon objetivos militares de Tetuán -capital del
Protectorado español-, con tal impericia, que ocho de los proyectiles cayeron
sobre la Medina de la ciudad, ocasionando 15
muertos y 40 heridos civiles indígenas, y causando serios desperfectos en dos
céntricas mezquitas. El sublevado teniente coronel, Juan Luis Beigbeder, y el
Gran Visir, Sidi Ahmed el Ganmia, aplacaron de momento los ánimos antiespañoles
de los tetuaníes y proyectaron su gran indignación hacia el bando republicano.
Juan
Beigbeder, ya coronel
A partir de este incidente, y con
indudable éxito, fomentaron el antirrepublicanismo musulmán destacadas figuras
del bando sublevado, como el general Orgaz, el citado Beigbeder o el general
Gómez Jordana[21].
Aunque no me consta una declaración formal de guerra santa por parte
de la Autoridad religiosa en el Protectorado, es obvio que la propaganda
conjunta de los sublevados y los dirigentes musulmanes de aquel acabaron por
crear un clima contra la República Española, como un Régimen sin religión y sin
fe en Dios que, lo mismo podría actuar contra el Islam que contra el
Catolicismo, como en efecto, venía realizando esto último[22]. El
mayor golpe de efecto, tras el citado bombardeo de Tetuán, fue la oportunista
generosidad de los sublevados -bajo la superior dirección de Franco-, al
ofrecer regalos y dinero al aparato sacerdotal islámico[23],
financiar peregrinaciones a La Meca, abrir mezquitas (algunas, en la Península,
con la vista puesta en los soldados marroquíes) y hasta sugerir a la Iglesia
que cesara en su proselitismo entre los moros, cosa que aquella aceptó, dadas
las circunstancias bélicas del momento[24].
El resultado de esta realpolitik fue que los voluntarios musulmanes vinieron a la
Península, si no inducidos, sí alentados por el clero islámico, que tildaba a
los españoles republicanos de perros sin religión.
Indudablemente, detrás de la labor de los
militares sublevados, estaba el apoyo económico de los capitalistas que los sostenían, en particular, terratenientes y banqueros, así como de los
intelectuales que, tratando de vencer la repugnancia y/o el miedo que los
españoles sentían hacia los moros combatientes, hicieron denodados esfuerzos
propagandísticos para convertir la islamofobia en islamofilia, cuando
menos, hasta que se ganase la guerra. En este aspecto, destacaron figuras, como
José María Pemán[25],
Jiménez Caballero[26]o Ignacio
Olagüe Videla[27].
Algunos remontan la islamofilia, incluso
a nivel religioso, hasta los insignes profesores, Codera y Ribera[28],
cuya semilla sería recogida por el gran arabista, sacerdote católico, Asín
Palacios[29],
quien no tuvo ninguna duda a la hora de conectar las armonías e influencias
recíprocas entre cristianismo e islamismo con el hecho de que los moros
islámicos hubieran abrazado sin vacilar, casi unánimemente[30], la
causa militar del Movimiento.
Por más que esta coyuntural islamofilia haya pasado a la historia, no puede por menos de
hallarse influencias de ella -y de la relativa gratitud de Franco hacia los
moros que lucharon a su favor- en episodios posteriores, dentro de la llamada
relación fraternal de España con los Países árabes, como el reconocimiento tan tardío del Estado de
Israel (1986) y la iniciativa Alianza de Civilizaciones,
promovida por el Presidente Zapatero[31] en
su discurso ante la ONU, el 21 de septiembre de 2004.
3.3.
Motivos políticos. Reclutamiento y
mayor libertad en el Protectorado.
Por diversas vías, las aspiraciones
marroquíes de mayor autonomía, o de decidida independencia, influyeron para
propiciar las buenas relaciones entre las Autoridades y los concienciados autóctonos y los militares españoles sublevados, lo
que, a su vez, favoreció el reclutamiento de mercenarios. Por la vía de la
masonería internacional, o de las relaciones entre Autoridades, o de los
contactos con determinados grupos políticos nacionalistas, la política de
cooperación y alistamiento de los franquistas resultó
mucho más eficaz que la contrapolítica republicana, constituyendo una fuerza
-tal vez, no de primer orden- para animar y exhortar a los voluntarios
marroquíes a alistarse bajo las banderas de los nacionales españoles.
Apuntemos a vuelapluma algunos datos y consideraciones a este respecto[32]:
-
La acertada y diligente labor llevada a cabo por el
teniente coronel Beigbeder quien, desde el primer momento de la sublevación y
sin contar aún con una posición política consolidada, convenció a algunos de
los líderes nacionalistas más acreditados[33] de
la supuesta posición de los alzados en favor de las pretensiones del mundo
árabe (Panarabismo), en general, y de los
independentistas marroquíes, en particular. Un refrendo, sin duda, convincente
de esos sentimientos lo supuso el éxito de Beigbeder al interceder ante el
general Orgaz, para salvar la vida del más influyente de los políticos nacionalistas
en el Protectorado español: Abdeljarrak Torres[34].
-
Una vez ganado el influyente Torres para la causa nacional, Beigbeder maniobró para darle un puesto relevante
en el Majzén, o Gobierno autóctono de nuestro Protectorado,
liderado por el Jalifa y el Gran Visir; en concreto, se le confirió la cartera
de Ministro de los Habús, lo que
suponía gestionar los bienes inmuebles del Majzén. A mayores,
y corriendo un indudable riesgo, se permitió a Torres formar un partido
político fascistizante, llamado Partido de la Reforma Nacional (hizb al-islah al-watani), con sus propias milicias
juveniles, los camisas verdes (al-fytian). Es obvio que tal política contó con el apoyo de
los políticos y empresarios nazis avecindados en el Protectorado, que tanto y
tan bien habían apoyado a Franco para ganarse la confianza y el apoyo militar
del inicialmente reticente Führer.
-
En paralelo a la notable labor de Beigbeder en el
Protectorado, Franco maniobraba a un nivel superior, aprovechando las
dificultades por las que pasaban las relaciones francesas con el Sultán, quien
sentía viva inquietud de que el Gobierno del Frente Popular en Francia
desvirtuara el espíritu del Tratado de 1912, transformando el Protectorado en
una asunción de soberanía de tipo cripto-colonial. El General Franco -sin duda,
bien orientado por su mentor al respecto, Gómez-Jordana- maniobró cerca del
Sultán, garantizándole el pleno apoyo de la España sublevada a la integridad
territorial, étnica y religiosa de Marruecos; como también, le encareció los
riesgos que podía correr con la República Española, también frentepopulista y
aliada de Francia. De aquí, a ofrecer ambiguas promesas, si proseguía con éxito
el alistamiento de mercenarios, solo iba un corto trecho. De suyo, las fuerzas
políticas tetuaníes imaginaron que pronto se llegaría a un compromiso verosímil
a favor de la independencia de su zona.
-
Una medida mucho más concreta, y muy bien recibida,
fue la llevada a cabo a comienzos de 1937, por la que se reservaba por Decreto
un 75% de las plazas de la administración del Protectorado para marroquíes. Se
ha reputado obligada esa medida, por cuanto por el momento no había españoles
prestos a ocupar esos puestos, pero lo cierto es que no me consta que la citada
resolución fuese derogada a la conclusión de nuestra Guerra. En todo caso,
entonces fue muy bien recibida, como es lógico.
-
El propio General Orgaz, máxima autoridad militar y
Alto Comisario en Marruecos, guardándose sus prontos violentos, hubo de hacer
declaraciones expresas de respeto hacia los Tratados suscritos por el Estado
Español para la administración de Marruecos y, a pesar de las necesidades por
las que tendría que pasar la economía de los sublevados, prometer que serían
respetadas las riquezas marroquíes, sin ningún tipo de exceso o incautación. El
coronel Sáenz de Buruaga -provisional antecesor de Orgaz en el Alto
Comisariado- no se privó de practicar las ejecuciones y detenciones precisas
respecto de los cadíes y jefes tribales más desafectos, pero más bien en las
zonas rurales y rifeñas, limitándose en cuanto a los nacionalistas de prestigio
a medidas de hostigamiento y retención, como acaeció con Al-Lal el Fassi, del
Partido Istiqlal, o con el propio Torres, antes
citado.
-
La consecuencia de lo antes expuesto fue que,
cuando el Sultán hubo de pronunciarse sobre la sublevación militar, lo hizo en
estrictos términos de tristeza formal y de riguroso respeto a la neutralidad[35].
Perfectamente habría podido advertir en contra del alistamiento mercenario -más
allá de lamentarlo-, o directamente prohibirlo -cosa
que seguramente habría tenido efectos importantes-, pero no lo hizo. Antes
bien, su delegado y pariente, el Jalifa, fue en
todo momento un decidido pro-franquista. Es posible que la larga mano del Sultán estuviera en las medidas de contención
que, el día 19 de julio de 1936, se acordaron en la región más conflictiva del
Protectorado español, el Rif, donde la mayoría de los cadíes fueron
predispuestos a respetar la paz o apoyar a Franco. La reunión fue promovida y
dirigida por un primo del mismísimo Abd-el-Krim, llamado Sulimán Al-Jatabbi, en
un momento en que el Sultán mantenía un desacuerdo con el desterrado líder
rifeño de 1921, por ejercer unas actividades políticas no avaladas por el
Palacio.
Como es natural, la República -antes y
después del Alzamiento de julio de 1936- tuvo su propia política en los asuntos
del Protectorado de Marruecos y trató de reaccionar -en general, de manera poco
diestra y eficaz- contra la incorporación al Ejército sublevado de las fuerzas
armadas regulares y mercenarias de extracción marroquí; pero este es un tema
que rebasa los términos del presente ensayo. Finalizaré, pues, con dos
consideraciones generales, que me parecen importantes para acabar de perfilar
ciertos aspectos internacionales del tema:
1ª. Se ha resaltado la poca iniciativa y
eficacia de la República española, en orden a ilusionar a los nacionalistas y
políticos marroquíes con promesas de independencia, tanto más, cuanto que ya
había perdido de facto el
dominio del Protectorado. Pero no puede olvidarse la indignación que ello
habría ocasionado en Francia, país amigo con intereses importantísimos en
Marruecos, e, incluso, en Inglaterra, por la inseguridad que una decisión así
podría haber traído a la zona del Estrecho de Gibraltar, clave para la
geoestrategia británica. Ciertamente, es menos comprensible la actitud negativa
de la República, a la hora de extender al Marruecos español una
autonomía, similar a la catalana, que fueron a pedirle algunos nacionalistas
marroquíes[36].
2ª. Las potencias europeas integrantes del
Comité de No Intervención en la Guerra de España contemplaron con sorprendente
lenidad la política de reclutamiento mercenario de los militares sublevados. En
el seno de ciertos movimientos desesperados del Ministro de Estado republicano,
Álvarez del Vayo[37],
que ante la Sociedad de Naciones pretendía hacer cesión de los derechos
españoles al Protectorado -con el fin de que no se siguieran reclutando en el
mismo mercenarios para Franco-, la Gran Bretaña respondió al memorando que la
presencia de marroquíes en el ejército franquista era una cuestión interna y
esencialmente española, dado que aquellas unidades eran integrantes del
Ejército español. Por su parte, los representantes de Francia tampoco
descalificaron la utilización de tropas nativas, habitual en las guerras
francesas. Hasta hay quien dice que, detrás de esa postura que tan poco decía
de la amistad gala, se hallaba la extensión del reclutamiento para España a
zonas del Protectorado francés, con la tolerancia y beneficio de oficiales
franceses quienes, incluso, llegaron a alistarse a título personal, para cobrar
una paga superior a la que Francia les abonaba.
4.
En conclusión
Se ha dicho que la victoria de
Franco y sus nacionales habría
sido impensable sin las tropas marroquíes y la cooperación alemana. Es algo
discutible y, probablemente, intenta una tacha de contradicción: sentirse muy nacional, pero triunfar con fuerzas extranjeras. Dejémoslo
estar. Lo cierto es que el reclutamiento de mercenarios marroquíes fue un
episodio crucial de la Guerra Civil española, a cuyo conocimiento dedico este
ensayo-resumen, que espero se haya ajustado sustancialmente a la verdad y sirva
a la ilustración de sus lectores.
Mapa
político del Protectorado español de Marruecos
[1]
Aunque en las cifras totales hay un verdadero baile según fuentes, asumo
que los hombres bajo las armas en España y el Protectorado marroquí en vísperas
de la guerra civil eran 237.000, desglosados en 195.000 en España y 42.000 en
el Protectorado. En dichas cifras se incluyen las Fuerzas de Orden Público (Guardia
Civil, Guardia de Asalto, Carabineros…), que suponían un total de más de 67.000
agentes, de los que unos 7.000 servían en Marruecos.
[2]
Cálculos asumibles, aunque dudosos, indican que unos 90.000 hombres armados
permanecieron fieles a la República, en tanto unos 120.000 quedaron del lado de
los alzados. Entre los jefes y oficiales, se dice que el 30% optaron por
los republicanos, mientras que el 70% se sublevaron. En el caso de los
generales, quizá podrían invertirse los citados porcentajes.
[3]
Según datos del Instituto Nacional de
Estadística, la población indígena del Protectorado ascendía en 1935 a 795.000
habitantes. Cinco años después (1940) había experimentado un llamativo
incremento: 991.000 personas. Por esas mismas fechas (1936), se apunta una
población total de Marruecos de unos 7 millones de habitantes, lo que nos da
idea de la superioridad demográfica del Marruecos francés.
[4]
Por tanto, en números redondos, el Ejército español en Marruecos estaba formado
por unos diez mil hombres en la Unidades indígenas, y otros veinticinco mil en
la Legión y las Unidades homólogas a las de la Península. Los efectivos de la
Legión (seis Banderas) estaban cifrados en 4.200 hombres, en julio de 1936, de
los que se calcula que fueran marroquíes no más de trescientos.
[5]
Eso, en cuanto a la cifra mayor. La cantidad menor fue cifrada por algunas
fuentes antiguas en unos 35.000. Véase Adnan Mechbal, Los Moros de la Guerra
Civil española: entre memoria e historia, Amnis (en línea), 2/2011.
[6]
Véase el diario madrileño El País, número del 25 de abril de 2009. María
Rosa de Madariaga Álvarez-Prida (Madrid, 1937) es autora, entre otros, de los
libros España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada (1999), Los
moros que trajo Franco. La intervención de tropas coloniales en la guerra (2002)
y Breve historia del Protectorado español (2013), entre otros
varios sobre temas hispano-marroquíes.
[7]
Ignoro la duración del contrato. En la Legión Española, por aquellas fechas,
era de tres años.
[8]
Algo podría aminorar el porcentaje el hecho de que, a los
mercenarios muertos, se agregasen los fallecidos entre los soldados regulares moros (en
especial, de los Regulares, propiamente dichos), que ya eran unos diez mil al
comienzo de la contienda, ampliándose dicha cifra mucho durante las operaciones
militares.
[9]
Notaré, a título de ejemplo, que las bajas mortales de los legionarios parecen
no haber rebasado las 8.000 en toda la guerra. Para fijar un porcentaje, sería
preciso conocer el número de legionarios que entraron en combate durante toda
la contienda pero, contando con que las seis Banderas iniciales (unos 4.200
hombres), llegaron a convertirse en dieciocho (tal vez, unos 15.000 hombres),
supongo que la razón muertos/combatientes de la Legión Extranjera no sería muy
inferior a la de los marroquíes voluntarios.
[10]
Su extensión no alcanzaba los 400 km2, por lo que familias amplias y
tribus o kábilas no tenían en cuenta la frontera con la Zona española,
de no ser inevitable.
[11]
Alusión a las anteriores campañas de Marruecos, iniciadas en 1909 y 1921. Se
llegó a poner en boca de algunos combatientes, tomados como modelo, que tanto
daba luchar contra Franco, antes, que por Franco, ahora: el caso era matar a
españoles.
[12]
Jefe de la sublevación de 1921 contra la ocupación española, a la sazón
confinado por los franceses en la isla de la Reunión. Nació en 1882 y falleció
en 1963.
[13]
Véase José Fernando García Cruz, Las fuerzas militares nativas procedentes
del Protectorado de Marruecos. Transcendencia de su aplicación en las
operaciones militares durante la Guerra Civil española, Hispania Nova, nº 2
(2001-2002).
[14] En
concreto, el de la tribu de los Beni Hamed.
[15]
Confeccionado por el director Driss Deiback (Melilla, 1959) en el año 2008,
sobre la base de numerosas entrevistas a marroquíes que lucharon en nuestra
Guerra Civil. Véase Tomás Bárbulo, Los moros de la “cruzada” de Franco,
diario El País, número de 1 de marzo de 2008.
[16]
Que es el que le atribuye José Fernando García Cruz, en el artículo citado en
la nota 13.
[17]
Véase fuentes recientes citadas más arriba, en la nota 15. Además, Miguel
Riaño, Los restos de la Guardia Mora de Franco, El Independiente, 3 de
junio de 2017. Se atribuyen al citado General las siguientes palabras floridas,
que completan las de las babuchas de oro: Cuando florezcan los rosales de la
victoria, nosotros os entregaremos las mejores flores. Valientes soldados
marroquíes, os prometo que, cuando acabe la contienda, a los mutilados les daré
un bastón de oro (Miguel Riaño, lug. cit.).
[18]
El propio Gobierno español, en respuesta a una interpelación en el Congreso de
los Diputados, año 2019, admitió la citada Ley como la todavía vigente en la
materia. Es de recordar que la situación de los áscaris marroquíes quedó
congelada hacia 1956 cuando, por la independencia del Reino de Marruecos, se
disolvió la Guardia Mora y los militares del Protectorado español, bien se
integraron como funcionarios al servicio del Estado Español, bien pasaron a
formar parte de las fuerzas armadas alauitas. Para 1996, Manuel Leguineche afirma una pensión de 15.600 pesetas mensuales y el doble para los ex-oficiales, según datos de la pagaduría española en Tetuán: véase Manuel Leguineche, Annual 1921, edit. Alfaguara, Madrid, 1996, p. 152.
[19]
Para todo este apartado, véase Francisco Sánchez Ruano, Islam y Guerra civil
española. Moros con Franco y con la República, La Esfera de los Libros,
Madrid, 2004.
[20] Véase, por ejemplo, Josep María Solé y Sabaté
y Joan Villarroya, España en llamas. La guerra civil desde el aire, Edit.
Planeta, Barcelona, 2003.
[21]
Luis Orgaz Yoldi (1881-1946) y Juan Luis Beigbeder Atienza (1888-1957) fueron
los sucesivos Altos Comisarios de España en Marruecos, entre octubre de 1936 y
el final de la Guerra Civil. Francisco Gómez-Jordana Sousa (1876-1944) lo había
sido entre 1928 y 1931, llevando ese conocimiento de la Zona al Gobierno de
Franco, del que formó parte entre 1937 y 1944.
[22]
Véanse: José Fernando García Cruz, trabajo citado en la nota 13; Bernabé López
García, Los moros amigos, Al-Ándalus y la Historia, 21 de junio de 2019.
[23]
De forma amplia y general, véase Francisco López Barrios, La conspiración de
los ulemas. ¿Es posible un Islam Occidental?, edit. Almuzara, Córdoba,
2008.
[24] Véase
Francisco Sánchez Ruano, obra citada en la nota 19.
[25]
José María Pemán y Pemartín (1897-1981), cuyas principales obras a este
respecto son: Los moros amigos, artículo publicado en el periódico “Presente”
de Tánger el 16 de noviembre de 1937, y, con enfoque mucho más general, La
Historia de España contada con sencillez. Para los niños… y para muchos que no
lo son, edit. Cerón y Cervantes, Cádiz, 1939. La tesis sostenida en ese
libro es la de que España tuvo la buena suerte de integrarse en un mundo
mediterráneo y parcialmente musulmán durante la Alta Edad Media, mucho más
abierto, tolerante y civilizado que el que parte de Europa sufría a manos de
los Bárbaros del Norte.
[26]
Ernesto Jiménez Caballero (1899-1988), importante escritor y diplomático
español, de ideología falangista.
[27]
Ignacio Olagüe Videla (1903-1974), historiador, autor del polémico libro La
revolución islámica en Occidente (1974), conocido en francés como Les
árabes n’ont pas envahi l’Espagne (1969), cuyas ideas ya venía sosteniendo
mucho tiempo atrás.
[29] Miguel Asín Palacios (1871-1944). Véase de
este autor el artículo, Por qué lucharon a nuestro lado los musulmanes
marroquíes, aparecido en el Boletín de la Universidad Central, Madrid,
1940. Más ampliamente y con menos oportunismo, del mismo autor, El Islam
Cristianizado. Estudio del «Sufismo» a través de la obra de Abenarabi de
Murcia, edit. Plutarco, Madrid, 1931.
[30] No puede olvidarse que entre 700 y 1.000
musulmanes, de diversos países, lucharon en las Brigadas Internacionales a
favor de la República. Es de suponer que, entre ellos, habría marroquíes de
nuestro Protectorado.
[31] José Luis Rodríguez Zapatero (Valladolid,
1960), Jefe del Gobierno español entre 2004 y 2011. La Alianza de
Civilizaciones no es sino la apoteosis de la menos pretenciosa multiculturalidad,
tratada recientemente por el historiador Gustau Nerín Abad, por ejemplo, en La
guerra que vino de África, edit. Planeta, Barcelona, 2005.
[32] Me acojo a las obras, ya citadas, de Adnan
Mechbal (véase nota 5), Bernabé López García (véase nota 22) y José Fernando
García Cruz (véase nota 13).
[33] Como Mohammed Daud y Tuhami El Ouazzani.
[34]
Personaje de gran fascinación y complejidad, Aldeljarrak Torres (1910-1970),
muy joven cuando el Alzamiento, cuenta con una discutible biografía: Jean Wolf,
Maroc: la verité sur le Protectorat franco-espagnol. L´épopée d’Abd El
Khaleq Torres, edit. Eddif-Billand, París y Casablanca, 1994.
[35]
El Manifiesto del Sultán, Mohamed V, de 6 de septiembre de 1936, expresaba cómo
los dirigentes imperiales marroquíes asistían con tristeza a las luchas que
desgarraban a un País amigo y lamentaba que parte de sus súbditos
fueran llamados a sostener la causa de quienes pretendían derribar a un
Gobierno con el que estamos en relación.
[36]
Fue una postura unánime de los políticos republicanos, de Giral a Azaña,
pasando por Largo Caballero y Prieto. La visita a España se produjo en los
primeros momentos de la Guerra, a cargo de dos importantes nacionalistas
marroquíes residentes en París, Mohamed Hassan El Ouazzani y Omar Ben
Abdeljalil. Entre los visitados, estuvo el Presidente de la Generalitat
de Cataluña, Lluis Companys. También el izquierdista marroquí, Chakib Arslan,
viajó a Ginebra y Madrid con un memorándum, pretendidamente conocido por el
Sultán.
[37] Julio
Álvarez del Vayo (1891-1975), Ministro de Estado entre septiembre de 1936 y
mayo de 1937, así como de abril de 1938 al final de la Guerra (31 de marzo de
1939).
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