Un español entre los Decembristas rusos
Por Federico Bello Landrove
In memoriam, Benito Pérez Galdos, en el centenario de su
muerte (1920)[1]
La compra de
un cartapacio en una librería de lance gaditana nos pone en relación con un
personaje ficticio, que vive en Rusia la vibrante realidad de la sublevación de
los Decembristas (1825) y ciertos avatares posteriores. A sus corresponsales
españoles -aunque residentes fuera de España-, les transmite noticias y
opiniones de todo aquel embrollo. Cea Bermúdez, Martínez de la Rosa,
Speransky, Pushkin o la conocida familia Volkonsky-Rostov de la novela Guerra
y Paz, pasarán por las páginas que siguen, dejando una huella, a la vez,
verosímil y original.
Fortaleza petersburguesa de (San) Pedro y (San) Pablo, en la
actualidad
1. De
mis indagaciones sobre el personaje
Creo haber
escrito algo sobre la ya desaparecida librería gaditana rotulada “La
Carpeta. Libros de lance”, en donde por casualidad encontré hace bastantes
años la fotografía de Chopin que adorna una pared de mi despacho[2].
Como recordarán los seniors de Cádiz, aquel establecimiento estaba en la
calle Argantonio y lo regentó en sus últimos tiempos un librero, sabio y artero
a la vez -como deben serlo los llamados de segunda mano-, llamado
Edmundo, quien, pese a no haber sido yo su cliente más allá de dos o tres
veces, tuvo la gentileza de hacerme llegar a mi domicilio de Castellar la
cuartilla impresa en que anunciaba el cierre de La Carpeta, por
jubilación, y la consiguiente liquidación de sus existencias a precio de
ganga. Aunque no estaba pasando por un buen momento -o, tal vez,
precisamente por ello-, me dio por hacer las oportunas reservas y sorprender a
Charo, mi mujer, con una estancia de tres días en la Tacita de Plata,
parando en el mismo hotel de nuestra primera vez. Y allá que nos fuimos, manteniendo
yo todavía en secreto el motivo último de mi aparentemente romántica
invitación. Tiempo habría de dejarnos caer por el agonizante comercio, como
quien no quiere la cosa, para saludar al viejo Edmundo, cuya edad sin duda
rebasaba con mucho la setentena, la que suele implicar el inexorable retiro.
***
Cuando llegamos a
la tienda, nos llevamos una desilusión tras otra. El joven que nos atendió
-nieto de Edmundo, según dijo- dejó claro que su abuelo ya no estaba en
condiciones de salud para ir por la librería; tanto más -agregó-, cuanto
que cerrar La Carpeta le parece algo así como matar a su madre. En cuanto a
la liquidación, estaba ya en las últimas y poco o nada de valioso habían dejado
para nosotros quienes nos habían precedido. Y a mayores, cuando señalé hacia el
fondo del establecimiento, donde se amontonaban cajas y cajas de cartón, el
nieto de Edmundo me paró en seco:
-
Todo eso -aclaró- es para la
Biblioteca Pública de La Caleta. Mi abuelo lo seleccionó y embaló
personalmente. ¡Bueno se iba a poner como alguien le birlara uno solo de
esos libracos y papelorios!
-
No hemos venido de tan lejos
para birlar nada, repliqué secamente. Es más -agregué-: conociendo a su
abuelo, estoy seguro de que esa donación a una biblioteca pública es lo único
que le reconfortará en este trance.
-
Tiene usted razón, reconoció
encogiéndose de hombros. Habría podido sacar bastante pasta vendiéndolo
todo, pero, como ya no tendrá mucho tiempo de gastarla…
Estuve en un tris
de mandarlo a paseo pero Charo, siempre práctica, me detuvo:
-
Ya que hemos venido hasta acá,
echa al menos un vistazo a esos anaqueles, con el permiso del señor. Seguro que
encuentras algo.
-
Por mí -concedió el señor-,
miren todo lo que quieran, hasta las siete, que cerramos.
No les aburriré a
ustedes con el relato de mis pesquisas, en las que pronto me quedé solo, pues
Charo prefirió -según me dijo- ir a rezar y poner una vela al Crucificado de
San Francisco. Puede que esa vela me iluminase pues, al cabo de media hora,
di con una carpeta, cuya etiqueta simplemente rezaba:
Sebastián Agúndez
Correspondencia
Aunque pueda
parecer mentira, con tan solo comprobar que los documentos -meras copias o
minutas de cartas- tenían datación o apariencia de la primera mitad del siglo
XIX-, me animé a comprarlos. El precio era conveniente, aunque no la ofrecida ganga,
y estaba deseando perder de vista aquel triste lugar, casi siniestro, y
reencontrar a mi mujer lo antes posible, con vistas a la prometida merienda en
el Royalty[3].
Pagué sin rechistar lo reclamado y, aunque el dependiente de circunstancias no
tuvo ni la gentileza de ofrecerme una bolsa de plástico para enfundar la
fatigada y polvorienta carpeta, no dejé de pedirle -ignoro con qué resultado-:
-
Dé recuerdos de mi parte a su
abuelo. Dígale que soy el de la foto de Chopin.
Un rato después,
mientras dábamos cuenta de la tarta de manzana, Charo se echó a reír, de
pronto:
-
Sabes, Rafa -aclaró-, si el
gaznápiro del nieto se digna dar tus recuerdos a Edmundo, a saber qué
referencia le da. Lo de Chopin le ha debido de sonar a sánscrito.
Café Royalty de Cádiz, en la actualidad
***
Pronto me percaté
de que la correspondencia del tal Agúndez era una mínima parte de la que
habría remitido a sus corresponsales en los años que le dio Dios de vida:
apenas copia de una veintena de cartas expedidas a, o desde, Rusia en los años
de la década de 1820. Pero ¡cuán interesantes!, en mi opinión. Tanto, que me he
decidido a publicar en este relato las que me han parecido más notables,
bendiciendo al propio tiempo la ignorancia de quienes dejaron de lado el
cartapacio sin adquirirlo al punto. Pero, antes, permitan que les presente un
resumen de la biografía de aquel desconocido Sebastián Agúndez, cuya mayor
relevancia pudo ser la de encontrarse en lugar y momentos de gran interés,
cultivando la amistad o el trato con personas que, entonces o más tarde,
encontrarían la fama, y hasta la humana inmortalidad. Les advierto: No intenten
comprobar mis hallazgos biográficos en fuentes fácilmente accesibles. La
mayoría de ustedes habrán de fiarse de mi palabra y esfuerzo. Y, si no les
parece suficiente razón de fe, allá cada cual con sus suspicacias.
***
Sebastián
Salvador María Agúndez de la Fuente, hijo de Manuel y de María de los Remedios,
había nacido en Cádiz, el 14 de enero de 1792, recibiendo el bautismo en la
parroquial de San Antonio. Debió de cursar con aprovechamiento sus estudios
primarios pues, a los trece años de edad, entró como ayudante de escribiente en
el despacho que el famoso armador Colombí[4]
tenía en la capital gaditana. Tres años más tarde, al comenzar nuestra Guerra
de la Independencia, Sebastián era ya agente comercial de la empresa,
especialmente comisionado para la adquisición de vinos de Jerez que, junto con
los de Málaga, constituían uno de los más importantes artículos de exportación
hacia el norte de Europa. Este fue el punto de coincidencia del joven Agúndez
con el bastante más añoso Francisco de Cea Bermúdez[5], que
a la sazón llevaba los negocios comerciales de su familia desde Málaga, en
amplia y eficaz colaboración con Colombí, quien también tenía casa comercial
abierta en la capital malagueña. Pero, por entonces, sus caminos se separaron:
Cea entró un tanto casualmente en política y pasó a desempeñar diversos
encargos diplomáticos[6],
en tanto que nuestro Agúndez ejerció con valentía de militar voluntario en la vigorosa
defensa de Cádiz contra los franceses, alcanzando el grado de sargento. La
permanencia de Cea en el exterior prosiguió acabada la guerra contra Napoleón,
con cortos retornos a España para recibir instrucciones, alcanzando finalmente
el cargo de ministro plenipotenciario ante la Corte de los zares en San
Petersburgo, puesto que mantuvo durante el quinquenio 1816-1821[7],
cesando bruscamente en tal representación, como consecuencia de la ruptura de
relaciones diplomáticas entre Rusia y la España liberal, alumbrada por la
sublevación de Riego[8].
Entre tanto,
Sebastián Agúndez, al levantar los franceses el sitio de Cádiz en agosto de
1812, se incorporó como teniente de infantería al Regimiento de Burgos, con el
que participó, entre otros, en los combates de Vitoria y San Marcial,
alcanzando el grado de capitán de cazadores, por méritos de guerra. Concluida
esta, sus notables conocimientos contables y mercantiles -adquiridos en su
etapa comercial de Cádiz- le animaron a permanecer en el Ejército, al ofrecérsele
el cargo de ayudante general de División, el cual comportaba notables
responsabilidades docentes y organizativas, sin perjuicio de los pertinentes
ascensos escalafonales. Y así, ya con el grado de comandante, le correspondió
incorporarse con el Segundo Batallón del Rey de Infantería, al llamado Ejército
de Andalucía[9],
reunido en esta región con el objetivo de pasar a América y domeñar los
movimientos insurreccionales e independentistas, que estaban a punto de
desgajar aquellas tierras del Imperio Español. A partir de aquí, bueno será que
no prosiga mi narración biográfica, pues el propio Agúndez se explicará en otro
capítulo de forma más personal y vívida. Solo apuntaré un hecho, para que no
tomen ustedes la omisión por olvido: El comandante Agúndez, a punto de cumplir
los veintiocho años, aún no se había decidido a tomar estado, vale decir, a
casarse, lo que finalmente haría al retornar de su estancia en Rusia, bastantes
años después.
***
Muchas cosas más
he logrado saber -o eso creo- del autor del pequeño epistolario que adquirí en
Cádiz en la forma que dejo dicha, pero son circunstancias que no vienen al
caso, o resultan innecesarias para entender las misivas de él que he
seleccionado y voy a transcribir a continuación. Dejaré, pues, para otro
momento la completa descripción de la peripecia vital del que he llegado a
considerar mi amigo por muchos conceptos, aunque nos separe ese obstáculo
inexorable, aunque relativo, que hemos dado en llamar tiempo.
- Carta de Sebastián Agúndez a Francisco de Zea, fechada en Málaga, a 14 de agosto de 1820[10]
“Mi respetado benefactor y amigo:
“Por conducto de
los agentes de la Casa Colombí en esta ciudad[11], he
recibido la doble y generosa oferta que don Francisco[12] y
Su Excelencia[13]
me hacen, para pasar a esa Capital[14],
bien como agente mercantil, bien como miembro militar de la Legación española
ante los zares, para lo cual me aseguran que ninguna objeción se pondrá desde
nuestro Ministerio de la Guerra, gracias a los buenos oficios del de Estado. No
me cabe duda de que la marcha de mi humilde persona a tan lejanas tierras
habría de ser bien recibida por el Capitán General de Galicia[15]
quien, desde que tuve el honor de oponerme a sus traicioneros manejos de
principios de año[16],
no ha perdido ocasión de perjudicarme, hasta lograr mi traslado forzoso a esta
ciudad de Málaga, donde permanezco, va para seis meses, comisionado como
segundo jefe de la guarnición que protege desde tierra las instalaciones
militares del puerto. Y bien sabe Su Excelencia que no es la disparidad de
opiniones lo que más me apartó de sumarme al levantamiento, sino la falacia y
cobardía de sus motivos, así como las funestas consecuencias de que el mismo
prosperara, dejando en el desamparo a las fuerzas españolas en América y a
nuestros hermanos compatriotas en ese Continente[17].
Entre tales exageraciones o mentiras, ya sabrá que tuvo un lugar destacado el
deficiente estado en que parecían encontrarse los barcos que Rusia nos había
vendido para paliar nuestra falta de Marina, después de Trafalgar y de la
guerra contra los franceses[18].
Por mi parte, le diré que los soldados de mi Batallón quedaron impresionados
por algo muy diferente y más verídico que las palabras de Riego, como fue una
cosa de la que pocos han escrito para evitar el pánico, a saber, la epidemia de
tifo ictérico que se propagó entre los hombres concentrados para la marcha a
América. Aunque la enfermedad fue frenada a base de repartir las unidades por
diversos acuartelamientos de la comarca, dícese que murieron por ella hasta mil
hombres, de los quince mil que allí aguardaban[19]. En
fin, Vuecencia seguramente estará mejor informado que yo del triste episodio
que se consumó hace meses en Andalucía cuando, por domeñar a un Rey, se ha
perdido la oportunidad de salvar un Imperio[20],
que habrá de perderse pronto y definitivamente[21]. Me
atrevo, como testigo presencial de los
hechos, a manifestar mi impresión de que la masonería tuvo un papel fundamental
en la preparación y éxito de la sublevación, en la que el entonces comandante
Riego no tuvo un papel tan destacado como se cree -y del que a él le gusta blasonar-.
A mayor abundamiento, detrás de la masonería, creo descubrir la mano de
Inglaterra, cuyos intereses han de salir fortalecidos con una probable
independencia de nuestras tierras americanas[22].
Francisco de Cea Bermúdez y Buzo
“Me hace llegar
Vuecencia la contradicción que existe en ese País[23]
acerca de la recepción de los sucesos de España: La Corte los ha acogido con
recelo, y hasta con enfado, que Su Excelencia y los demás agentes diplomáticos
hispanos tratan de paliar con prudencia, dado que no están muy lejos de
compartir análogos sentimientos[24].
Por el contrario, los partidarios de las novedades liberales -entre los cuales
figuran numerosos oficiales jóvenes del Ejército y la Marina- consideran a
Riego un héroe y personifican en él las supuestas virtudes del triunfante
levantamiento de meses pasados[25].
Esta confusión, que incluso crea muchas complicaciones a alguien experimentado,
como lo es Su Excelencia[26],
temo que me resulte casi imposible de superar y acabe por obligarme a dejar el
uniforme militar por los arreos de corredor mercantil. En cualquier caso,
siempre será mejor que vegetar en esta guarnición malacitana, a riesgo de que
me expedienten y expulsen por desafecto quienes nos desgobiernan desde
Madrid. Acepto, pues, muy agradecido el ofrecimiento de Vuecencia y me pondré
en viaje hacia esa, tan pronto me llegue la autorización o el nombramiento
ministerial pertinente. Me tranquiliza la seguridad recibida de que, para
iniciar mi futuro cometido, me será bastante con el dominio del idioma francés,
que parece ser generalmente conocido y empleado por la aristocracia y las
personas cultas de San Petersburgo…”
Rafael del Riego y Flórez
Concluyo aquí mi
transcripción de la citada carta de Sebastián Agúndez a Francisco de Cea. De
las epístolas que iré trasladando a continuación se infiere que Agúndez logró
finalmente un razonable acomodo como agregado militar de nuestra
Legación en San Petersburgo, y ello durante varios años, capeando los cambios
políticos habidos en España. Sin duda que en ello fue favorecido por el ascenso
en Madrid de la carrera política de Cea[27],
así como por el nombramiento como encargado de negocios en San Petersburgo del
culto jurista y bisoño diplomático, Juan Miguel Páez de la Cadena[28]
-gaditano, como Agúndez-, con quien estableció muy armoniosas relaciones.
- Carta de Sebastián Agúndez a Francisco de Cea, fechada en San Petersburgo, a 1 de agosto de 1826
Desgraciadamente
se ha perdido la carta -o cartas- en que Sebastián Agúndez comunicaba a
Francisco de Cea[29]
el levantamiento decembrista y las circunstancias del mismo[30]. En
cambio, en el cartapacio que compré en Cádiz figura la carta, que voy a
transcribir, fechada muy pocos días después de recaer la sentencia contra los
decembristas[31].
Aunque la misiva es poco más que una exposición del contenido de dicha
resolución judicial, la voy a recoger casi completa, dado que -por lo que yo
sé- en los textos históricos en español, o no se encuentran referencias amplias
al tema o, al hacerlas, se cometen errores de bulto. Vamos, pues, con dicha
carta.
Revuelta decembristas en San Petersburgo (26-XII-1825)
“… En mi
anterior, exponía a Vuecencia que, en la persecución y represión policiaca de
los sublevados que huyeron por las calles de San Petersburgo, bien podrían
haber muerto unos ochenta de los decembristas[32].
También quedaron al margen del juicio unos dos mil quinientos soldados y clases
de tropa, que fueron ejecutados o severamente castigados de las más variadas
formas[33].
Aún así, todavía quedó pendiente el examen del comportamiento dudoso de unos
seiscientos oficiales, tanto de la guarnición petersburguesa, como de las
sublevadas en Ucrania; pero, bien por falta de pruebas concluyentes, bien por
conveniencias políticas, el enjuiciamiento solo afectó a unos ciento veinte
oficiales[34].
Su selección incumbió a una llamada Comisión para la Investigación de las
Sociedades Maliciosas, cuyos miembros fueron designados por el Ministro de
la Guerra, Alejandro Tatischev[35],
la cual empleó unos seis meses en agotar las pesquisas, aunque estas se
limitaron a poco más que tomar declaración a los sospechosos, procurando que
los unos delatasen a los otros.
“En el seno del
Tribunal Supremo, se formó una sección o comisión especial encargada de
enjuiciar los hechos y sentenciarlos, sin perjuicio de la revisión que
correspondería al Zar. Dicho tribunal especial fue presidido por el príncipe
Lopukhin[36]
y estaba compuesto por 72 miembros designados por Su Majestad, de los que la mitad
eran senadores; una cuarta parte, consejeros de Estado; tres, representantes
del Santo Sínodo, y quince eran personalidades elegidas por el Zar. Resulta
curioso que -como Vuecencia sin duda sabrá- se nombrara a tres eclesiásticos
sinodales quienes, por razones religiosas, no podían apoyar ni votar la pena de
muerte.
“Las normas
procesales y sustantivas por las que había de regirse este tribunal, o no
existían, o resultaban de la aplicación analógica de las ya vetustas, fijadas
en los tiempos de Catalina II[37]
para sancionar a los rebeldes contra su autoridad. La confección de las reglas
aplicables corrió finalmente a cargo del consejero Speransky[38],
a quien es posible conociera Su Excelencia cuando él retornó a San Petersburgo,
tras un largo exilio y estancia en los Urales y en Siberia, habiéndose ahora
convertido en una persona de honda influencia para el nuevo Zar[39].
Como es habitual en este país, el Soberano remitió unas directrices a Speransky
y a Lopukhin, en el sentido de actuasen con la severidad rigurosa que merecía
la gravedad del crimen cometido[40].
Tengo el propósito de pedir audiencia al señor Speransky, para tratar de
aclarar su postura y participación en el juicio que le resumo, haciéndole ver
mi presunto interés en comparar la reacción rusa con la que el Gobierno de
nuestro Rey, Fernando VII, que Dios guarde, viene manteniendo con nuestros
compatriotas que se apartan del camino recto. En su momento, haré llegar a
Vuecencia el resultado de tan interesante gestión.
“Prosiguiendo con
mi relación, diré que el juicio se llevó a cabo en la fortaleza de San Pedro y
San Pablo de esta Capital, en sesiones que se iniciaron el 28 de junio pasado y
concluyeron el 9 de julio. En realidad -según he podido informarme- no se
practicaron otras pruebas que las declaraciones de los ciento y tantos
acusados, limitadas a ratificar o rectificar escuetamente lo ya declarado y
firmado en la investigación preliminar[41]. A
tenor de tan limitado acervo probatorio, el tribunal fue incluyendo a todos los
acusados en doce categorías de responsabilidad previamente fijadas, cada una de
las cuales llevaba aparejada una determinada pena. En las dos clases más graves
quedaron encasillados treinta y seis de los reos, lo que suponía la imposición
de la pena capital en la horca, salvo para los cinco considerados jefes máximos
de la rebelión o autores de las peores violencias[42],
que habrían de perecer por descuartizamiento. Inmediatamente, el Zar aplicó el
indulto a los treinta y uno que habían de ser ahorcados y, en cuanto a los
cinco a desmembrar, juzgó suficiente que se los ahorcase, ahorrándoles el
bárbaro suplicio. Las cinco ejecuciones se llevaron a cabo en la madrugada del
25 de julio, no sin ciertos accidentes tan llamativos, que sus rumores han
llegado a mis oídos: En tres de los casos se rompieron las cuerdas inicialmente
preparadas para colgarlos, lo que obligó a un segundo intento, mal recibido por
quienes tradicionalmente comprendían un episodio así como muestra de la
voluntad divina de que se perdonase la vida del reo; y en otro, era tan alto el
condenado, que rozaba con sus pies el suelo, lo que le permitió conservar la
vida durante una media hora, dando saltitos para poder tomar aire. Los nombres
de los ajusticiados -todos ellos, oficiales y de buenas familias- eran Kondraty
Ryleyev, Pavel Pestel, Sergey Muraviov-Apostol, Mijail Bestuzhev-Ryumin y Piotr
Kakhovsky.
“El resto de las
condenas más graves incluyeron dieciséis castigos de trabajos forzados a
perpetuidad[43];
cinco, por diez años, y quince, por seis años[44].
Penas de menor entidad han incluido servicio en batallones disciplinarios,
exilio y otras. En todos los casos, los militares condenados han perdido su
condición de tales o fueron degradados, incluso a la condición de soldado raso.
Los primeros penados ya han salido para Siberia, el mismo día 25 de julio en
que se cumplieron las penas de ahorcamiento…”
- Carta de Sebastián Agúndez a Francisco de Cea, fechada el 9 de noviembre de 1826, relativa a su entrevista con Mijail Speransky
No tardó ni tres
meses Sebastián Agúndez en visitar y entrevistar a Speransky, como le había
anunciado a Cea Bermúdez en la carta transcrita en el capítulo anterior. Como
es sabido, el personaje ruso era, ya en 1826, una gran figura -reconocida como
tal hasta por el propio Napoleón-, no solo en su mundo propio de las leyes[45],
sino en el tan prometedor de la colonización y aprovechamiento de las enormes
posibilidades de Siberia. Curiosamente, esto último tuvo como causa remota el
haber sido desterrado a aquellas tierras por el zar Alejandro I en 1819[46].
Con todo, lo que Agúndez quería saber de él era solo referente a su
intervención en relación con el juicio de los decembristas, cuestión que sigue
siendo polémica a día de hoy[47].
En los años venideros, Speransky seguiría dando pruebas de su gran inteligencia
y capacidad de trabajo en las más variadas tareas[48],
hasta su fallecimiento en febrero de 1839.
El contenido de
la carta en que Agúndez refiere a Cea los pormenores de su audiencia con
Speransky es el siguiente:
“… No sé si recordará
Vuecencia al personaje que tenía yo ante mí: Maduro, como de unos cincuenta y
tantos años, pero alto, delgado y erguido como un huso; el cabello, escaso y de
ese color indefinido entre lo rubio y lo cano; ojos azules, dulces y
penetrantes a la vez; el rostro, huesudo y ovalado; trajeado de manera sencilla
y elegante, sin otro aderezo que la placa de alguna Orden[49]
-para mí indescifrable- de las varias con que cuenta en su admirable historial…
Mijail Speransky
“Ya conoce Su
Excelencia mi sinceridad, y aún atrevimiento, al dirigirme a las personas de
alcurnia que, al propio tiempo, poseen una mente preclara. Así pues, sin más
preámbulo, manifesté a Speransky mi satisfacción porque, en Rusia como en
España, se hubieran conjurado los peligros de un liberalismo exaltado,
encarnado en aquellos que más y mejor habían de servir al orden establecido,
como son los oficiales del Ejército. En ese sentido, le recordé la triste
consecuencia que para nuestro país habían traído las sublevaciones militares,
haciéndonos perder incontinente nuestro secular imperio americano. Como de
pasada, le hice saber que yo mismo había sido uno de los militares que, por no
secundar las algaradas y manifestar a las claras mi aversión a aquella rebelión
que una traición implicaba, me había visto obligado a solicitar un destino en
lejanas tierras, en el que había decidido permanecer, tanto por servir a mi
país, como por alejarme de esa funesta política que consiste en extremismos,
que odian al contrario y trituran a quienes desean el equilibrio y el término
medio, como es el caso de Vuecencia. Al oír su nombre, Speransky dijo conocerlo
superficialmente, teniendo, no obstante, de Monsieur Zéa las mejores
referencias.
“Pasando a la
cuestión que allí me había llevado, mi interlocutor no vaciló en destacar que, como
cuantos pensadores y hombres de acción han traído la fortuna a sus naciones,
entendía que las ideas de libertad e igualdad han de ser establecidas de forma
paulatina y sin violencias. No es admisible -agregó- que personas cultas
y de prosapia, en cuyas manos se han puesto armas y las vidas de sus soldados,
se alcen contra la majestad de los reyes y la tranquilidad de los pueblos; cuanto
menos en la pasada sublevación en Rusia, aprovechando un interregno y buscando
enfrentar a un hermano contra otro hermano[50].
En suma, creí sentir una especial
indignación hacia los oficiales rebeldes, no solo por la circunstancia de ser
gente organizada y armada, sino porque habían defraudado la confianza
inveterada que Speransky había puesto en las clases altas y preparadas de
Rusia, como la avanzada decisiva hacia su progreso y su libertad[51].
“Me atreví a pedirle que me detallara su
papel en el juicio a los decembristas. Tal vez halagado en su vanidad, me
confesó que tal labor había sido importante e ímproba, ante la falta de leyes y
de precedentes utilizables. Ante todo -y lo expuso de manera velada, como era
natural-, desde abril del pasado año, por encargo del zar, hubo de preparar la
normativa del futuro juicio, así como las instrucciones que Nicolás I daría al
Tribunal especial acerca del mismo. De ello puedo inferir que, lejos de la
oficiosidad o del servilismo, Speransky no fue un simple jurista que dio forma
a las ideas áulicas, sino un concienzudo experto que aconsejó y matizó los
criterios del zar. Y, si pudo excederse en algunos puntos severos, acháquese al
franco rechazo con que repudiaba la gravedad de lo sucedido, así como -¿me
atreveré a decirlo?- al desprecio que mostraba hacia sus ejecutores, oficiales
de apariencia noble y competente, pero un modelo de mediocridad la inmensa
mayoría de ellos,
vino a decirme. Con todo -añadió-, le manifestaré mi particular opinión de que la premura y
la anomia dieran lugar a un proceso de pocas garantías, que difícilmente
resistiría la encuesta de otros Estados más modernos que el nuestro; como
también la dureza de algunas penas, afortunadamente paliada con los indultos
regios.
“En cambio, parece que de lo que más
satisfecho se encuentra mi entrevistado es de haber fijado numerosas categorías
de reos, en función de su diversa responsabilidad en los sucesos de Diciembre
y, por tanto, en orden a las penas impuestas. El hecho de no haberse ejecutado
más que cinco condenas de muerte -una de ellas, no tanto por rebeldía, cuanto
por asesinato[52]- es
otro punto de encomio, que bien podría servir de modelo -destacó-, aunque solo sea para no crear
mártires, fuente ulterior de emulación y de venganza.
“Tras una media hora de franca
conversación, Speransky me dio a entender que la audiencia tenía que concluir.
Sus últimas frases fueron para señalar que Su Majestad Imperial tenía el firme
propósito de poner al día y mejorar las leyes de Rusia, labor en la que
esperaba tener un puesto tan significado, como lo acordara el Zar, en atención
a sus méritos y conocimientos.
“Estando a punto de datar y firmar esta
carta, me llega casualmente la siguiente información, que traslado a Su
Excelencia, aunque no me haya sido dado contrastarla. En resumen, apunta a que
las buenas relaciones previas de Speransky con varios de los decembristas[53]
habrían sido conocidas del Zar, por conducto del Secretario del Comité de
Investigación preliminar al juicio. Este, llamado Borovkov[54],
estuvo a punto de añadir a Speransky a la lista de los inculpados aunque,
finalmente, no juzgó suficientes las sospechas contra él. Sin embargo, supongo
que no dejaría de informar de ello al Zar, cuando se enterase de que este
confiaba a un sospechoso una tarea tan crucial como la que tuvo en la
preparación del juicio. Que, pese a ello, Nicolás I siguiera confiando en
Speransky me parece sorprendente, por no decir admirable. Y que Speransky
decidiera mostrarse especialmente frío y severo con los decembristas -incluidos
sus antiguos amigos y conocidos-, es algo muy de esperar de la humana
naturaleza.”
- Carta de Sebastián Agúndez a Francisco Martínez de la Rosa[55], datada a 16 de abril de 1828, relativa al gran escritor Alejandro Pushkin
Por lo que se deduce del texto de esta
carta, Cea Bermúdez, a instancias de su amigo y colega político, Martínez de la
Rosa, se había dirigido a Sebastián Agúndez, en solicitud de información sobre
la situación de Alejandro Pushkin, el gran escritor ya conocido en ambientes
literarios de París; una posición precaria por las relaciones y afinidades de
Pushkin con los decembristas condenados. En consecuencia, Agúndez se comunicó
directamente con Martínez de la Rosa y le rindió informe sobre lo que este
deseaba conocer. Esta es la misiva en que cumplió con tal encargo:
Francisco Martínez de la Rosa
“Mi respetado y admirado escritor y
compatriota:
“Nuestro común amigo, Don Francisco de
Zea, me ha informado de su exilio en París[56]
y del interés que Vuecencia le ha manifestado por tener noticias del poeta de
estas tierras, Alejandro Pushkin[57], como
consecuencia de haber llegado a la Capital francesa alarmantes rumores sobre su
participación en la pasada revuelta decembrista y la consiguiente reacción del
Gobierno del Zar. Antes de proseguir, para calmar su razonable preocupación, le
aseguro que -por lo que yo sé- el señor Pushkin goza de buena salud y, hasta
cierto punto, del aprecio de Nicolás I, en los términos que luego detallaré.
“También quiero expresarle que, en lo
sucesivo, me tiene a su disposición para cuanto guste en esta espléndida ciudad
de San Petersburgo, pudiendo dirigirse directamente a mí, sin intermediación
ninguna. Pues ha de saber que, en el ya lejano otoño de 1812, fui uno de los
entusiasmados espectadores que presenciaron el estreno de su drama, La viuda de Padilla[58], y, aunque haya sido de lejos,
he tenido ocasión de seguir su carrera política, tan en la línea de la del
señor Zea[59]. Va de
sí que lamente, por Su Excelencia y por España, que sus servicios no hayan sido
aún reconocidos y tenga que esperar mejores tiempos en la dulce Francia. Ojalá
que ello le permita, cuando menos, servir a las Musas con más asiduidad de la
que le consentiría una tarea política intensa en nuestra patria.
Alejandro Pushkin
“Y ya, sin más preámbulos, expondré a
Vuecencia cuanto sé acerca de Pushkin, si bien mis iniciales referencias las
tuve por el señor Zea quien, tanto por su puesto de Encargado de Negocios de
España en Rusia, como por la gestión de algunos asuntos derivados de la famosa compra de buques, así como de
los negocios de importación e importación de la razón comercial Casa Colombí, visitaba con asiduidad el
Ministerio de Asuntos Exteriores y conocía bien a la mayoría de los allí
empleados. Uno de ellos era Alejandro Pushkin, que lo estaba en el Secretariado
Colegiado del Ministerio, a un nivel muy modesto, como correspondía a su corta
edad e inexperiencia[60]. Al
señor Zea le llamó la atención, no solo su juventud, sino su apariencia: alto,
desgarbado, vestido con cierta estridencia y, sobre todo, su cabello crespo y
rostro cetrino, de rasgos levemente negroides. Pronto sabría que esto último
derivaba del hecho curioso de haber sido un bisabuelo materno suyo negro
etíope, apellidado Aníbal, que llegó a ser hombre del afecto y confianza del
zar Pedro el Grande[61]. Antes
de que yo llegase a Rusia, Pushkin ya había sido expulsado del Ministerio, por
sus veleidades de mezclar política y literatura, en forma de cáusticos
epigramas, iniciando su serie de exilios interiores por orden del zar Alejandro
I[62]; de
modo que poco puedo referirle de primera mano, más allá de los datos y los ecos
de su cada vez más destacada labor como escritor, que es precisamente lo que
mejor conoce Vuecencia. Sí puedo confirmar que el asendereado literato no ha
dejado de mantener algunas relaciones con nuestra representación diplomática.
En efecto, tras el confuso periodo liberal[63],
se ha hecho cargo de la Legación en San Petersburgo Don Miguel Páez de la
Cadena[64],
hombre culto y abierto, que mantiene numerosas relaciones con artistas y
escritores de acá, con vistas -incluso- al intercambio de obras artísticas, de
las que parece ávido el importante Museo del Hermitage[65].
Y, entre las personas distinguidas con que Don Miguel mantiene contacto, se
encuentra el poeta Pushkin, de cuyos avatares le seguiré contando, una vez que,
hallándome yo ya en San Petersburgo, él ha recibido la autorización imperial
para residir en la Capital[66].
“Cualesquiera que hayan sido las
similitudes e influencias de Pushkin en los decembristas, resultó obvio para
los investigadores policiacos que poco o nada había podido intervenir el poeta en
el levantamiento, por encontrarse recluido bajo vigilancia en su casa familiar
de Pskov, de la que no salió hasta recibir autorización imperial, meses después
de los hechos de Diciembre. En consecuencia, el escritor apenas fue objeto de
pesquisas y, de hecho, obtuvo el permiso regio para retornar a San Petersburgo
poco después del juicio y condena de los decembristas. Las condiciones de dicho
regreso me son desconocidas, pero corre la especie de que Pushkin es víctima de
un seguimiento constante por la gendarmería y que el jefe de esta, Conde
Beckendorff[67], envía
periódicamente al zar los pertinentes informes. Así mismo, se cuenta que el zar
ha tomado sobre sí la tarea de censurar los trabajos literarios futuros de
Pushkin, lo que Su Excelencia convendrá conmigo que es un honor muy dudoso,
habida cuenta de la mentalidad de Nicolás I y de la carga de trabajo que, en
buena lógica, pesará sobre sus hombros.
“Al saber del interés de Vuecencia por el
poeta, hice por localizarlo en alguno de los cenáculos que Pushkin frecuenta
aunque, a fuer de sincero, reconoceré que tuve más éxito con una taberna de
moda a la que acuden diversos escritores de esta capital. Tras la presentación
y saludos protocolarios, hice saber a Don Alexandr la preocupación por su vida y
estado de numerosos colegas de París y, entre ellos, de Su Excelencia. Mostrose
el escritor muy complacido, llegando a decirme -no sé si por mera cortesía- que
sabía de los méritos políticos y literarios de Monsieur de la Rose, a quien deseaba un pronto
regreso a Madrid. Y, en lo tocante a su situación actual, Pushkin me dijo, casi
literalmente, lo que sigue:
“No quiero ni puedo ser una excepción en
la forma que el Gobierno de mi país trata a los artistas y hombres del
pensamiento, pero estoy convencido de que nuestro Zar ha comprendido la
importancia de nuestra obra y cada vez es más complaciente e inclinado hacia
ella. Esto me permite estar esperanzado con el futuro cultural de nuestra
patria y, en concreto, de los diversos trabajos que tengo entre manos o
pendientes de publicarse. Creo que el Zar me aprecia y, desde luego, yo le
profeso una genuina admiración. En estos momentos, en que Rusia ha derrotado a
Persia y se apresta a combatir a Turquía, todos debemos estar orgullosos de
nuestro país y cooperar con todas nuestras fuerzas para alcanzar la victoria y,
con ella, el progreso y la gloria de la Santa Rusia.
“Ignoro lo que de veraz y de firme pueda
haber en tales palabras y sentimientos. En todo caso, Su Excelencia sabrá
valorar lo que un gran hombre puede verse obligado a decir para sobrevivir en
un mundo hostil y llevar a cabo en él la alta misión a la que se sienta
llamado…”
- Carta de Sebastián Agúndez al Coronel D. Alejandro O’Donnell[68], fechada a 6 de agosto de 1828, relativa a personajes de la futura novela Guerra y Paz[69]
Quizá sea esta carta la más notable de las
que transcribo en el presente relato. Aunque el origen de la misma ya es de por
sí interesante -la preocupación del coronel
Alejandro O’Donnell por su conocido, el príncipe y mayor general ruso,
Sergey Grigorievich Volkonsky-, la epístola se convierte en un documento de
primerísima entidad cuando se infiere de ella que varios de los personajes
centrales de la novela Guerra y Paz existieron realmente y fueron conocidos por
Sebastián Agúndez. Con ello, no hace sino corroborarse lo que era de por sí
bastante probable, habida cuenta del parentesco de Tolstoy con el citado
Volkonsky y el realismo de que el gran novelista hace uso en su obra cumbre. La
fecha de la carta -en mi opinión, auténtica-, evita que lo expuesto pueda
considerarse una superchería oportunista: Obsérvese que el 6 de agosto de 1828
León Tolstoy ni siquiera había nacido, pues lo hizo el 9 de septiembre de ese
mismo año. Y, por lo demás, las alusiones de la carta a Lysie Gori, la finca de los Volkonsky, y a
sus moradores se ajustan sin dificultad a las recogidas en la inmortal novela.
Caballería rusa de 1812
Desechando tan solo su encabezamiento, el
texto de la aludida misiva reza así:
“… Parece mi sino el escribir a
compatriotas que residen forzadamente fuera de España, como es el caso de Usía,
que se halla exiliado en Francia desde el triste año de 1823. Y conste que lo
considero triste, no porque el viento de la
Historia se llevara por delante los años del bienintencionado desbarajuste
liberal, sino porque nuestro Gobierno hubo de caer sin pena ni gloria bajo la
fuerza de las bayonetas francesas[70], que
pocos años antes, ni aún comandadas por Napoleón, habían conseguido domeñar a
nuestro pueblo. Mas, ¿qué tendré que explicar al hombre que, tras recorrer con
honor media Europa bajo las banderas del Marqués de la Romana[71], acabó
mandando el Regimiento Imperial Alejandro, en defensa de la libertad,
tanto en Rusia, como en España[72]? En
todo caso, puedo asegurarle que, si en nuestra patria se le repudia, en estas
tierras se le recuerda con respeto. Por mi parte, he tenido ocasión de recibir,
de labios del señor Zea[73], los
recuerdos de los días en que se constituyó el Imperial y de la magnífica labor de Usía
al dirigirlo. Pero voy con lo que es el objeto de mi carta, que no es otro que
informarle de mis relaciones con algunos de los miembros de la familia Volkonsky,
por la que siente especial aprecio, a raíz de sus contactos con el general
Sergey Grigorievich[74]
durante la guerra contra Napoleón.
“He de decirle que, aparte haber eludido
la pena de muerte gracias al indulto del zar, el príncipe Volkonsky fue condenado
a la mayor pena impuesta a los decembristas: la de treinta años de trabajos
forzados. Por los datos que poseo, los dos años que lleva de condena los está
cumpliendo en las minas cercanas a la ciudad siberiana de Irkutsk, hasta donde
-cosa admirable- ha sido seguido por su esposa, María Nikolaevna[75],
quien, hallándose ya en Siberia, ha tenido la inmensa desgracia de perder a su
hijito Nikolay, fallecido en esta ciudad de San Petersburgo a los dos años de
edad[76].
“La información que acabo de darle me ha
sido corroborada por parientes próximos del príncipe y mayor general, gracias a
una cadena de casualidades, que voy a detallarle, dado el interés de Usía por
la familia Volkonsky en su conjunto.
“Es el hecho que los sucesos de España, a
partir de 1820, tuvieron gran repercusión en estas lejanas tierras, donde se
personificó en el comandante Riego cuanto de valiente, generoso y positivo
supusieron aquellos inicialmente para su patria. Considere, pues, el dolor y
abatimiento con que fueron recibidas las noticias del desastrado fin del, ya
entonces, Capitán General, ajusticiado en Madrid, va para cinco años[77]. Por
tanto, no me extrañó el que, cursando una visita a la Academia militar Mijailovskaya[78], dentro de mis normales
actividades de agregado militar, fuera interpelado por un grupo de cadetes, que
querían recibir mi información e impresiones sobre el ahorcamiento de Riego. No
consideré oportuno responder en aquel momento y, un poco para quitármelos de delante, les invité a que me visitaran
en la Embajada, previo aviso. Aprovecharon la ocasión tres de los cadetes, uno
de los cuales se llamaba Nikolay Andreyevich Volkonsky, quien resultaría ser
primo segundo del conocido de Usía…
“No le expondré los matices ni las razones
de mi negativa opinión del difunto Riego, para evitar polémica y no hablar mal
de quienes ya nos han dejado. Baste decir que hice a mis tres oyentes una
amplia exposición de los motivos por los que yo consideraba una felonía la
sublevación del Comandante y de un funesto sectarismo y enfrentamiento interno
los tres años que la siguieron. Terminé, invitándolos a no dejarse engatusar
por el ejemplo español y, en cualquier caso, a no aprovecharse de las armas y
la disciplina para promover levantamientos contra el zar, por justos que pudiesen
parecer. Creo que, cuando se despidieron, iban bastante mohínos y cabizbajos.
Esto sucedía, según mis notas de la Legación, en el mes de marzo de 1824. Desde
entonces, y a lo largo de dos años, no volví a saber del joven Volkonsky, si
bien hube de recordarlo cuando, tras el levantamiento de diciembre de 1825,
supe de la prisión de su familiar, el príncipe y mayor general, Sergey
Grigorievich. ¿Habría participado también el cadete Volkonsky en la sublevación
y, de ser así, cuál sería su situación y estado? Hice algunas averiguaciones y,
felizmente, me aseguraron que se había mantenido dentro de la legalidad, a
diferencia de otros compañeros de estudios, entre los cuales tampoco se
encontraban los dos que lo habían acompañado a la entrevista.
“En un primer momento, ni se me ocurrió
imaginar que mis palabras hubieran estado detrás de la quietud de los tres
jóvenes, pero hete aquí que, en agosto de 1826, recibí por un criado una carta
de la princesa María Volkonskaya -tía de Nikolay- agradeciéndome vivamente los oportunos y eficaces consejos dados a
su joven sobrino Nikolenka[79] e invitándome a visitar la
mansión campestre familiar en la provincia de Esmolensco[80],
mientras durase el buen tiempo, dado que no era costumbre de varios de los
miembros de la familia acudir a San Petersburgo, tanto más, en las actuales
circunstancias.
Aunque la familia me resultase desconocida -salvo Nikolenka- y el viaje fuese largo, me
encontraba por entonces ocioso y un tanto melancólico; de modo que acepté la
invitación, para hacer efectiva la cual la familia Rostov, emparentada con los
Volkonsky y con casa palaciega en San Petersburgo, puso a mi disposición un
landó de tres caballos, con cochero y lacayo. Y así, un día de finales de
agosto, tras un agotador viaje de unas seiscientas cincuenta verstas -unas
ciento veinte leguas[81]-, di
con mis pulverizados huesos en una gran hacienda, llamada Lysie Gori [82], a unas tres verstas de la
carretera de Esmolensco a Moscú y -según creí entender al lacayo- a unas
sesenta verstas al oeste de la primera de dichas ciudades; no lejos, por tanto,
del río Beresina, de tan funesto recuerdo para las tropas napoleónicas[83].
“No es mi especialidad la descripción de
lugares o paisajes, ni creo que a Usía le interese especialmente la propiedad
solariega de los Volkonsky. No obstante, le daré algunos datos de la amplísima
heredad, para que puedan servirle de orientación acerca, no tanto del tren de
vida de la familia, cuanto de su interés y dedicación a la vida rural, que
llevan a cabo y dirigen con colonos y renteros, libres en su mayoría, pues el
anterior príncipe, fallecido a consecuencia de las heridas recibidas en la
batalla de Borodinó[84],
liberó a muchos de los siervos de su propiedad[85],
lo que -según creo- ha sido proseguido por los actuales dueños.
“Llegamos hasta la mansión, después de
traspasar una verja con zócalo de piedra y enrejado de hierro, a lo largo de
una hermosa alameda, salpicada así mismo de tilos. El edificio principal, con
su pórtico columnario, era una gran construcción en piedra, revocada en yeso
rosa y estucados blanco y aguamarina, si bien se notaba, en la pátina y los
desconchones, que no había sido restaurada desde hacía varios años. La casona tenía
a su vera o en su entorno, una gran capilla con dimensiones parroquiales, el
invernadero, corrales y caballerizas, así como algunas otras construcciones de
moderna apariencia[86]. En el
jardín frontero se erigía un sencillo monumento, en recuerdo del difunto
Volkonsky, fallecido en 1812 y padre de Nikolenka. La madre de aquel era
honrada con una severa capilla funeraria, que guardaba en su interior la tumba
de dicha princesa. Del interior de la mansión solo recordaré aquí el salón
principal, cuyas dimensiones bien le habrían permitido fungir de salón de
baile, aunque la ceremonia más solemne y concurrida que en él presencié fue la
de tomar el té a la caída de la tarde. También disponían de un hermoso gabinete
de música que, como muestra de tradición, que no de abandono, presidía un
clavicordio de mediados del siglo pasado.
“Aunque permanecí en aquella hacienda una
semana, no hice un recorrido completo por la misma, y hasta estoy por asegurar
que sus moradores eludieron mostrarme lo más pobre y laborioso de ella, cuando
ya estaba recogida la cosecha y los labriegos mostraban tanto atraso -supongo-
como es habitual en este país. Sí se me invitó a recorrer los bosquetes y a
participar en una partida de caza, lo que fue suficiente para que me percatase
de lo injusto del nombre de Colinas peladas, que lleva la hacienda, así como de los amenos y
abundantes cursos de agua que, a no dudar, desaguarían más tarde o más temprano
en el ancho caudal del Dniéper. Y, a pesar de encontrarse a 40 verstas de mi
alojamiento en la mansión, Nikolenka insistió en llevarme a la heredad de
Bogucharovo, como homenaje a su padre, que aquí residió habitualmente y
ensayaba nuevos cultivos. Era poco más que una casita[87] pero para mi anfitrión suponía
una verdadera reliquia. Según me expuso con orgullo, los avances agrícolas de
su padre habían resultado todo un éxito y allí había iniciado el proceso de
liberación de muchos de los siervos de su familia.
“Si me permite la expresión, mientras yo
estuve allí, la voz cantante en casa de los Volkonsky la
llevaban dos caballeros de mediana edad, que no pertenecían realmente a dicha
familia por la sangre. Me refiero al marido de la princesa, Nikolay Rostov,
hombre rudo y práctico, curtido por los aires del trabajo en el campo y los
rigores del trato con los campesinos, siempre indolentes y rutinarios, en su opinión. Yo diría que es
persona de trato franco, conservador en política y muy imbuido en la necesidad
de cohonestar la alcurnia con la laboriosidad: Ya estuve una vez a las puertas de la miseria
y no me libró de ellas el llamarme Rostov y ser conde, sino los bienes de mi
esposa, que durante los no muchos años que llevamos casados, he contribuido a
multiplicar. Eso
me confesó en voz baja mientras tomábamos el té, para cuya ceremonia no se había
despojado de otra prenda de trabajo que el sombrero de paja. Puede gustar o no,
pero es un hombre de una pieza.
“El otro caballero que parece tener una
gran influencia en la familia, aunque no reside de fijo en Lysie Gori, es el esposo de la hermana del
citado Nikolay Rostov y amigo íntimo del difunto Andrey Volkonsky. Todos lo
llaman Pierre, no solo porque utilicen
habitualmente el francés para comunicarse, sino porque pasó buena parte de su
juventud en París. Por lo que me dijo, su etapa juvenil fue muy desorientada,
hasta que, además de por la guerra, se fue centrando con el cultivo de otras
personas, que le inspiraron valores e ideales filosóficos. Fueron los primeros
los masones de una de las logias de San Petersburgo[88],
con los cuales rompió abruptamente luego. Durante la guerra contra Napoleón
vivió una especie de sueño de patriotismo y religiosidad, estoica y entregada.
Actualmente -según me confesó[89]- está
interesado por la tendencia prusiana, llamada Tagebund[90], y -aunque bastante menos- por
los trabajos de la Sociedad Bíblica petersburguesa[91].
Me pareció una inestable mezcla de patriota desengañado y de idealista algo
frívolo, con el que no obstante congenié por nuestra común aversión al papel
entrometido de la Masonería en los cuarteles, que no pueden tener otra divisa
que la disciplina y el patriotismo. Quizás una personalidad tan desquiciada
pueda responder a la circunstancia de ser un gran terrateniente aristócrata con
alma de mujik[92]. Su cuñado me hizo saber que el
tal Pierre, conde Bestuzhov, tiene grandes propiedades en la región de Ucrania:
más precisamente, en la provincia de Orel, a unas 360 verstas al suroeste de
Moscú.
León Tolstoy
“En cuanto a las mujeres de la casa, he de
reconocer la profunda diferencia entre ellas. La de sangre de los Volkonsky, la
actual princesa María, me pareció una persona fría y poco comunicativa, aunque
muy responsable y apegada al cumplimiento de sus deberes como anfitriona. En
efecto, fue de ella de quien partió formalmente la invitación para que yo los
visitara, en señal de gratitud por cuanto presuntamente había yo hecho para
apartar a Nikolenka de sus propósitos levantiscos. Ya en su mansión, la princesa
tuvo una breve charla vis a vis conmigo, de la que deduje que, pese a la edad
de su sobrino, sigue considerándose responsable de él, dada su orfandad. Me
dijo que era tal la devoción que en aquella casa se sentía por el difunto
príncipe Volkonsky, que su hijo escogió la carrera militar por seguir el
ejemplo paterno. Ítem más: De siempre tuvo la obsesión de hacer alguna cosa que
lo hiciera digno de su progenitor, hasta el punto de que este hubiera estado
orgulloso de su hijo, de haber vivido aún. Seguramente, la adhesión a los
decembristas habría sido esa celebrada hazaña, de no haber enfriado yo sus
ánimos. A eso, me atreví a replicar a la princesa: ¿Y cree Su Excelencia que hice bien,
quitándole de la cabeza ese servicio a su país? María Nikolaievna no cayó en la
capciosidad de mi pregunta y respondió sabiamente: Caballero, como tía de Nikolenka y como
mujer, he de juzgar forzosamente bueno cuanto haya redundado en evitarle el
riesgo de una muerte en plena juventud. Cualquier otra consideración precisaría
de un distanciamiento y de una cultura política, que estoy lejos de poseer.
“Estoy seguro de que habría obtenido una
contestación más explícita de la otra mujer de la casa -aunque no resida
establemente en ella-. Me refiero a Natascha Rostova, la esposa del conde
Bestuzhov, mucho más abierta y de mundo que su cuñada. Aunque comparte la común
veneración por el difunto Volkonsky y trata a Nikolenka como a un hijo, es
obvio que sus largas estancias en San Petersburgo y en Moscú, así como la vida
con su complicado
esposo, han
afirmado su criterio sobre la situación en Rusia y acerca del papel del
Ejército y de los aristócratas para mejorarla. La conjunción de milicia y
nobleza que se dio entre los decembristas, le parece un buen soporte moral y de
hecho para conseguir
cosas -me dijo
ambiguamente-; pero nada se hizo en Diciembre con unidad y preparación, sin
duda, animados los alzados por la oportunidad que ofrecía la sucesión en el
trono. A diferencia de otros próceres a quienes he tenido ocasión de tratar, la
Condesa Bestuzhov no tiene ninguna confianza en la acción de la Iglesia, ni a
través del Santo Sínodo[93], ni de individualidades metidas en
política o en el entorno del Soberano, como acaeció en los últimos años de
gobierno del anterior Zar[94]. ¿Y qué me dice de la liberación
de los siervos?,
inquirí maliciosamente, sabiendo del gran número de ellos que tiene su marido. Tarde o temprano, se producirá
-contestó muy
convencida-, pero habrá de pasar un siglo antes de que los siervos
cuenten para algo más que como carne de cañón, como en el Año Doce. No quise insistir más, siendo
súbdito de un país que sigue admitiendo la esclavitud[95],
con todo y ser -o decirse- católico.
“Bien podría proseguir esta carta, con
referencias a otros sujetos a quienes conocí en Lysie Gori, donde son tratados, no como
huéspedes, sino casi como personas de la familia. Es el caso del ya
valetudinario general Denissov[96], de
cuyas gestas probablemente oiría hablar Usía durante su estancia en Rusia, o
del excéntrico antiguo preceptor de Nikolenka, un suizo que vaga por la casa
como un fantasma, con un libro entre las manos, cuyo texto salmodia de forme
ininteligible[97]. Mas
esta epístola está a punto de alcanzar la extensión de las más largas del
incansable Saulo de Tarso[98]. De
modo que me decido a concluirla, poniéndome a las órdenes de Usía para cuanto
guste mandar a quien sabe lo admira por su pasado, respeta en su presente y
desea todo lo mejor para el futuro.”
7. Epílogo
Dije al principio de este relato que he
llegado a saber de Sebastián Agúndez muchas más cosas que las que se desprenden
de sus cartas precedentes y de lo recogido en el capítulo 1 de la presente
historia. Con todo, he de anticiparles a ustedes que su vida fue corta: Murió
en Madrid, víctima de la epidemia de cólera morbo, el 3 de junio de 1834[99]. Y ese
es un hecho totalmente cierto: Nunca se me ocurriría propasarme con mis
personajes hasta el punto de matarlos por conveniencia del guion, o de la pereza del
guionista. Si he de escarmentar en cabeza ajena, me remito al conocido caso de Los peces rojos[100], buen ejemplo del castigo que
puede alcanzar a los padres de las criaturas de ficción cuando las matan por
interés o como recurso y, además, sin confesión.
Anuncio de época (1955) de la
película Los
peces rojos
(por amabilidad de
www.gijonenelrecuerdo.blogspot.com)
[1] Nada mejor, para
ambientarse antes de acceder a este relato, que leer la primera novela de Galdós,
La Fontana de Oro, 1ª edición, “La Guirnalda”, Madrid, 1870. Puede
hallarse en abierto por Internet, en Wikisource.
[2] Véase, en este mismo blog, el relato Una
vieja fotografía, bajo la etiqueta de Cuentos de música y bellas artes.
Ciertas referencias de este cuento aluden, precisamente, a dicho relato.
[3] Restaurante y café de época, fundado
en 1912. Tras cerrar en los años treinta, ha reabierto felizmente en 2012, con
apariencia y mobiliario de su primera época.
[4] Sobre este personaje,
véase la biografía por Mario Zucchitello, Un català a la cort dels Tsars:
Antoni Colombí i Payet, Edit. Generalitat de Catalunya, Barcelona, 2016.
[5] Luego, destacada figura de
la diplomacia y la política españolas, Francisco de Cea (o Zea) Bermúdez y Buzo
(1779-1850) ha sido biografiado hace ya bastantes décadas por Eduardo Rodolfo
Eggers y Enrique Feune de Colombí, Francisco de Zea Bermúdez y su época (1779-1850),
Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1958.
[6] Principalmente, ante la
Corte rusa y el Gobierno británico, a partir de 1810. Véase el resumen que
ofrece la nota biográfica de la Real Academia de la Historia -entrada “Francisco
de Cea Bermúdez y Buzo”-, de la que es autor Javier María Donézar y Díez de
Ulzurrun.
[7] Sobre la diplomacia
española de la época en relación con Rusia, véase Miguel Ángel Ochoa Brun, Historia
de la diplomacia española, vol. XI (La Edad Contemporánea. El siglo XIX,
I), edit. Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Gobierno de
España, espec. pp. 267-297. Agradezco al Embajador de España, D. Javier
Jiménez-Ugarte Hernández, las facilidades concedidas para consultar esta
obra.
[8] A partir del Trienio
Liberal (1820-1823), las relaciones diplomáticas entre Rusia y España entraron
en un periodo conflictivo, que prosiguió durante la Primera Guerra Carlista, y
no cerró las tensiones hasta el ascenso al poder del zar Alejandro II
(1855-1881). En general, véase el libro de Olga Volosyuk (Coordinadora), España
y Rusia: diplomacia y diálogo de culturas. Tres siglos de relaciones, Escuela
Superior de Economía de Rusia y Agencia Española de Cooperación Internacional
para el Desarrollo, Moscú, 2019.
[9] Formaban a la sazón dicha
unidad un total de 959 hombres, de los 15.912 que llegaron a concentrarse en la
provincia gaditana y sus inmediaciones, con el propósito de pasar a la América
española, al mando del Conde de La Bisbal. Véase Antonio María Alcalá Galiano, Apuntes
para servir a la Historia del origen y alzamiento del ejercito destinado a
ultramar en 1º de enero de 1820, Madrid, 1821. He manejado la reedición de
edit. Lingkua, año 2010.
[10] En todas las cartas recogidas en este relato
he optado por actualizar en lo posible el lenguaje y la ortografía, para hacer
más grata su lectura a los que en nuestros días las leyeren. En lo demás he
respetado íntegramente el texto, sin perjuicio de saltar sus partes menos
interesantes, objetivamente hablando, lo que se evidencia mediante puntos
suspensivos. En las cartas, he respetado la grafía Zea para el apellido
del prócer ya citado en la nota 4.
[11] He de hacer notar que el seguimiento de la
Carrera militar había apartado a Agúndez de sus labores mercantiles en dicha Casa,
para la que -como he dejado dicho- trabajó en su adolescencia. Dio, no
obstante, la casualidad de que el citado militar estuviera destinado a la sazón
en Málaga, sede central de Colombí en España y ciudad natal de Cea.
[12] Debe de tratarse de
Francisco Colombí, hijo de Antonio Colombí i Payet, a quien sucedió en la
llevanza de los negocios navieros en San Petersburgo, a la muerte de su padre
en 1811, con la asociación en los mismos de Cea Bermúdez.
[13] El título honorífico
corresponde al hecho de que Francisco Cea era, desde 1816, Ministro
Plenipotenciario de España ante la Corte rusa.
[14] Alude a San Petersburgo.
[15] Puesto para el que había sido nombrado el
Mariscal de Campo, Rafael del Riego y Flórez (1784-1823), aunque parece que no
llegó a tomar posesión del mismo, siéndole revocado el nombramiento por
imputaciones de republicanismo.
[16] Se alude al levantamiento
de 1 de enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan (Sevilla), que tuvo el efecto
inmediato de impedir que el Ejército expedicionario se embarcase para América,
lo que fue decisivo para impedir a corto plazo que España mantuviese su gran
Imperio ultramarino: De ahí la severa crítica (traición) que le hace
Agúndez en su carta.
[17] En esquema, Agúndez alude
a las afirmaciones de Riego a la tropa, en el sentido de que no tenían ninguna
posibilidad de sobrevivir al viaje y estancia americana, debido a la pésima
calidad de los barcos, a las enfermedades tropicales y a la gran fuerza militar
de los insurrectos. Por lo demás, nadie duda de que fue decisivo para el
resultado de aquella guerra colonial el que no llegase a América el Ejército de
más de 15.000 hombres, que le estaba destinado. Con carácter general, véase
Agustín Barroso Iglesias, España en la formación del sistema internacional
posnapoleónico (1812-1818), Universidad de Castilla-La Mancha, Madrid, septiembre
de 2009, espec. pp. 138-145 y 151-155 (es accesible libremente por Internet).
[18] Este episodio histórico
menor ha provocado oleadas de tinta, con trabajos frecuentemente partidistas o
sesgados. Véanse: Nikolay W. Mitiuckov y Alejandro Arce Alamillo, La
escuadra rusa adquirida por Fernando VII en 1817, edit. Damaré, Pontevedra,
2009; Antonio Acomparte Guerrero, La escuadra vendida por Alejandro I a
Fernando VII en 1817, “Cuadernos monográficos del Instituto de Historia y
Cultura Naval”, nº 36, Madrid, 2001 (accesible en abierto por Internet); José
María Madueño Galán, Vázquez de Figueroa, un marino ilustre, en la web
“www. Armada.mde.es"; Anónimo, Barcos rusos para Fernando VII, en la web
“Singladuras por la Historia naval”.
[19] Más optimista, aunque muy
bien informado, estaba el Médico militar jefe de los expedicionarios, Manuel
Codorniú y Ferreras, que tituló su informe, impreso en 1820, Historia de la
salvación del ejército de ultramar de la fiebre amarilla. En aquel también
se alude a la enfermedad como tifo ictérico epidémico. El número de
fallecidos por él, en efecto, se aproximó mucho a los mil expedicionarios: así,
documentadamente, Ismael Almagro Montes de Oca, en la www. “Historia de Alcalá
de los Gazules”, entrada de 22 de noviembre de 2012.
[20] Buena visión de primera
mano sobre los manejos de Riego y sus correligionarios, así como acerca del
desarrollo de los argumentos y hechos en el Cádiz de la época (1819-1820), en
Adolfo de Castro y Rossi, Historia de Cádiz y su provincia, desde 1814 hasta
el día de hoy, Imprenta de la Revista Médica, Cádiz, 1858, espec. pp. 31 y
ss. Junto con el volumen anterior de la obra (Historia de Cádiz y su
provincia, desde los tiempos remotos hasta 1814), ha sido reeditado en
facsímil bajo los auspicios de la Diputación de Cádiz, Cádiz, 1982. La versión
original es accesible en abierto por Internet.
[21] Por afectar directamente a la acción de Cea,
recojo el siguiente fragmento de su nota biográfica por la Real Academia de la
Historia, citado ya en la nota 5: Por esos meses, finales de 1820, se
reanudaron las hostilidades en América, y Cea Bermúdez propuso a Bolívar crear
una confederación americana independiente que presidiría Fernando VII, pero fue
rechazada.
[22] No ofrece duda el papel de la masonería en
los sucesos de 1820. Más difícil es acreditar que Inglaterra se valiera de
ella, aprovechando que las logias más activas eran de obediencia inglesa.
Véanse: Fernando Álvarez Balbuena, Rafael del Riego, el héroe que perdió un
imperio, “El Catoblepas”, nº 54 (agosto de 2006), nódulo.org; José María
García León, La masonería gaditana, desde sus orígenes hasta 1833: Una
contribución al estudio del liberalismo gaditano, Quorum editores, Cádiz,
1993, espec. capítulo V.
[23] Se alude a Rusia.
[24] Pocos meses después, el
Gobierno del Zar prácticamente rompería las relaciones diplomáticas con España,
aceptando incluso la llamada doble diplomacia de Fernando VII,
consistente en enviar, por sí y ante sí, representantes personales a las Cortes
europeas. Véase Miguel Ángel Ochoa Brun, Historia de la Diplomacia española,
citado en nota 6, pp. 285-286.
[25] Véanse: Richard Stites, Decembristas
con acento español, Cuadernos de Historia Contemporánea, Univ. Complutense,
vol. 33 (2011), pp. 15-30; Isabel de Madariaga, Spain and the Decembrists, European
Studies Review, vol. 3, no. 2 (April 1973), pp. 141-156. Ambos son libremente
accesibles por Internet.
[26] De hecho, Cea Bermúdez
estuvo por esas fechas en situación ineficaz y desairada ante la Corte rusa,
siendo finalmente nombrado embajador ante la Sublime Puerta (Imperio Turco) en
junio de 1821. Véase Miguel Ángel Ochoa Brun, Historia de la Diplomacia
española, citado en nota 6, pp. 271, 280 y 281.
[27] Alcanzó el rango de
Secretario de Estado -análogo al de presidente del Gobierno- en julio de 1824,
manteniéndose en el mismo hasta octubre de 1825.
[28] Juan Miguel Páez de la
Cadena (1772-1848), natural de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), encargado de negocios
ante la Corte rusa entre 1824 y 1834. En lo que interesará para este relato,
llegó a ser amigo de Alejandro Pushkin y otros literatos rusos. De hecho, Páez
hizo sus pinitos literarios, siendo conocidas unas Composiciones
poéticas suyas, publicadas en Bilbao en 1828, dedicadas a Fernando
VII.
[29] Tras cesar en la
Secretaría de Estado, Francisco Cea Bermúdez fue nombrado, el 20 de noviembre
de 1825, representante de España ante el Reino de Sajonia, y en Dresde
permaneció con dicho cargo diplomático hasta mediados de 1828, cuando fue
designado por segunda vez Embajador en Londres.
[30] Resulta innecesario y pretencioso, en un
relato como este, recoger una nota bibliográfica sobre el famoso episodio de la
revuelta decembrista rusa de 1825. Me han sido de especial utilidad estas dos
obras: Derek Offord, Ninetenth-Century Russia. Opposition to autocracy,
Rutledge, London, 1999; Richard Stites, Decembristas con acento español, citada
en la nota 24.
[31] Dicha sentencia fue finalmente aprobada por
el zar, Nicolás I, el 22 de julio de 1826. Como en las demás fechas recogidas
en esta historia, traslado la fecha del calendario ruso antiguo al gregoriano
usado en la generalidad de Estados europeos, incluida España.
[32] Los decembristas muertos
en la jornada del 26 de diciembre de 1825 fueron solo una pequeña parte de los
fallecidos de resultas del levantamiento, que fueron 1.271, incluidas 9 mujeres
y 19 niños: véase Presidential Library, The decembrist revolt, en www.prlib.ru.
[33] Las fuentes divergen
sobre el número de afectados (se dice más de cuatro mil fueron enviados a
luchar al Cáucaso, como una curiosa forma de castigo). En cuanto a las
ejecuciones, la mayoría de ellas se produjeron por los efectos del violento
castigo corporal de los baquetazos propinados por los compañeros de armas
(muchos de los doscientos sometidos a dicha sanción fallecieron de las
resultas).
[34]
La cifra suele elevarse en las fuentes modernas hasta los ciento treintaiún
acusados.
[35] No confundir con Dmitry
Paulovich Tatischev (1767-1845), Ministro Plenipotenciario de Rusia en España
entre 1815 y 1821 y, como tal, bien conocido por Cea Bermúdez.
[36] Piotr Vasilyevich
Lopukhin (1753-1827) presidió el Consejo de Estado (equivalente, en cierto
modo, a presidir un Consejo de Ministros) entre 1816 y 1827, en que falleció.
[37] Catalina II reinó entre 1729 y 1796 pero la
última rebelión destacada contra su gobierno fue la de Yemelián Pugachov,
dominada en 1774.
[38] Mijail Speransky
(1772-1839), una de las mentes políticas y jurídicas más preclaras de la Rusia
de su tiempo. Ha sido biografiado por Marc Roeff, Michael Speransky:
Statesman of Imperial Russia (1772-1839), edit. Martinus Nijhoff, The
Hague, 1957. Véase espec. el capít. X (Speransky and the decembrists),
pp. 308-319.
[39] Obviamente, se alude a Nicolás I, cuya
entronización en diciembre de 1825 dio ocasión a la revuelta de los
decembristas.
[40] Agúndez estaba muy bien informado por canales
privados pues, como es lógico, tales instrucciones imperiales no se hacían
públicas. Tras la Revolución de 1917, se han publicado las citadas consignas,
en las que podía leerse: “Con respecto a los principales instigadores y
conspiradores, una ejecución ejemplar será la justa retribución por violar la
paz pública”.
[41] El príncipe Nikolay Dmitriyevich Golitsyn
(1850-1925), último Primer Ministro de la Rusia imperial (diciembre de
1916-febrero de 1917), dio en 1916 la siguiente versión de estos hechos: El
tribunal hacía solo tres preguntas a cada acusado, incluso por escrito, si no
se encontraba presente en la sala: Si reconocía su firma en la declaración
preliminar, si había declarado en ella libremente y si había sido confrontado
con otros acusados o testigos de contradicción. Según Golitsyn, ello era
producto de una de las instrucciones procesales que redactó Speransky, a
propuesta y con beneplácito de Nicolás I.
[42] En concreto, herir
mortalmente al Gobernador General de San Petersburgo, Mijail Miloradovich, que
había comparecido ante los regimientos sublevados en la Plaza del Senado, con
el fin de lograr su sometimiento voluntario.
[43] Quien esté interesado en
conocer el régimen y contenido de tales castigos, puede consultar en cualquier
fuente digna de crédito la voz katorga, que era el nombre en ruso de
esas penas.
[44] Aunque se fueron
concediendo indultos parciales, o totales para las penas más leves, varios de
los reos llegaron a sufrir unos treinta años de condena, dado que el indulto
total solo se concedió por la subida al trono del Zar Alejandro II, en 1855.
Uno de los últimos indultados fue el príncipe y general, Sergey Volkonsky
(1788-1865), primo del literato León Tolstoy.
[45] Speransky (ver más
arriba, la nota 37) es autor de dos obras magnas de reflexión y de recopilación
legislativa: Sobre las Leyes Fundamentales del Estado donde formula como
tesis que los poderes de la monarquía necesitaban estar limitados por la
sociedad o, más exactamente, por una nobleza auto-consciente y poderosa; y el Cuerpo
de leyes del Imperio ruso, en quince tomos, publicado bajo su dirección
entre 1832 y 1839, auténtico Digesto de las leyes publicadas en Rusia
entre 1649 y 1825, rectamente ordenadas por materias. Sobre el Speransky hombre
de leyes, véase William Benton Whisenhunt, In Search of Legality: Mikhail M.
Speranskii and the Codification of Russian Law, Boulder, Colo., 2001.
[46] Desterrado primero a
Nizhni Nóvgorod en 1812 y a Penza en 1816, su labor administrativa en esta
última provincia le facilitó el ascenso al cargo de Gobernador General de
Siberia (1819), que ostentó durante dos años. De regreso a San Petersburgo, en
1822 logró que Alejandro I apoyara su plan de reformas, punto de partida para
la certera organización y reforma de la Administración siberiana.
[47] Las discrepancias
subsisten, al menos, en lo referente al papel jugado por Speransky en la
organización y reglamentación del juicio de los decembristas, así como en los
motivos y alcance de su denunciado rigor para con los inculpados, sorprendente
en su manera habitual de ser. En el relato se acogen, en boca de Agúndez, los
pareceres más solventes acerca de esos dos temas.
[48] Además de la codificación de las leyes rusas
(véase nota 44), Speransky tuvo intervención en la política exterior imperial,
en las tareas del Consejo de Estado y en la educación del zarevitch del
momento, el futuro Alejandro II. En recompensa a todos estos desvelos,
Speransky fue ennoblecido como conde, un mes antes de su fallecimiento,
producido el 23 de febrero de 1839.
[49] A lo largo de su vida,
Mijail Speransky fue recibiendo, entre otras, las siguientes condecoraciones:
Caballero de primera clase de la Orden de Santa Ana; Caballero de tercera clase
de la Orden de San Vladimiro; Caballero de segunda clase de la Orden de San
Vladimiro; Orden de San Alejandro Nevski; Orden de San Andrés; Orden de San
Juan de Jerusalén.
[50] En resumen, el
levantamiento decembrista trató de aprovechar ciertas discusiones sobre quién
habría de suceder al zar Alejandro I: si su hijo mayor -pero que había
renunciado al trono- Constantino, o el segundogénito, que sería Nicolás I. Se
consideraba que Constantino era persona más abierta y liberal que su hermano,
Nicolás.
[51]
Véase supra, nota 44.
[52] Véase la nota 41. El ajusticiado por matar al
general Miloradovich fue Piotr Kajovsky.
[53] Es el caso de los acusados Trubetskoy,
Bestuzhev, Ryleev o, especialmente, Batenkov. Sobre las relaciones con este
último, véase John Gooding, Speransky and Baten’kov, The Slavonic and
East Europe Review, vol. 66, no. 3, July 1988, pp. 400-425.
[54] Las Memorias de Alexandr
Dmitriyevich Borovkov fueron publicadas mucho tiempo después, al cuidado del
editor -familiar del anterior-, N.A. Borovkov, con el título A.D.
Borovkoviego Avtobiograficheskie zapiski (“Notas autobiográficas de A.D.
Borovkov”) en la revista mensual petersburguesa de Historia, Russkaia
Starina, nº 95 (noviembre de 1898).
[55] Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862),
nacido en Granada, fue diputado en las Cortes de Cádiz, Secretario de Estado
entre febrero y agosto de 1822, y Presidente del Consejo de Ministros entre
enero de 1834 y junio de 1835, sucediendo en este cago a Cea Bermúdez. Literato
de relevancia -sobre todo, como dramaturgo-, tuvo su momento mayor de gloria
con el estreno de La conjuración de Venecia (1834) que, junto a Aben
Humeya o la conjuración de los moriscos (1836) -estrenada en francés, en
Paris, en 1830, con regular recepción-, supusieron una gran aportación a la
introducción en España del teatro del Romanticismo.
[56] Martínez de la Rosa se
exilió en Francia durante el segundo periodo de gobierno absoluto de Fernando
VII (1823-1833).
[57]
Uno de los más grandes escritores de la literatura rusa, considerado el padre
de la misma en su idioma vernáculo. Vivió entre 1799 y 1837, falleciendo a
resultas de un duelo.
[58] Este drama, inspirado en la ética política
liberal, fue estrenado en el teatro Coliseo de Cádiz, el 21 de octubre
de 1812, con gran éxito de público y crítica. Fue impreso por vez primera en
Madrid (1814), pero la edición que se conserva y sirve de prototipo es
la de Valencia (1820). Sobre la recepción de la obra en su estreno, véase
Marieta Cantos Casenave, Fernando Durán López y Alberto Ramos Ferrer
(editores), La guerra de la pluma. Estudios sobre la prensa de Cádiz en el
tiempo de las Cortes (1810-1814), tomo II (Política, propaganda y opinión pública), Universidad de Cádiz, 2008 (He consultado la reimpresión de 2009,
donde la referencia está en p. 310, nota).
[59] Carrera que no estuvo
exenta de cambios de matiz en su liberalismo, cada vez más moderado, que
tuvo su expresión en el Estatuto Real (1834). Por ello, se le llegó a
conocer coloquialmente por Doña Rosita, la pastelera, haciéndose muy
impopular.
[60] Pushkin ingresó en el Ministerio de Asuntos
Exteriores a los 18 años, permaneciendo allí durante tres (1817-1820). Tenía
consideración de funcionario de la 10ª categoría, con un sueldo de 5.000 rublos
anuales.
[61] O Pedro I (1672-1725),
zar entre 1682 y 1725. Un bisabuelo por línea materna de Pushkin, Abram
Gannibal (c. 1696-1781) -que luego cambió su apellido por Hanibal-, fue
prohijado por el Zar, que le dio el apellido Petróvich. Entró primero al
servicio de Francia, siendo herido en combate y hecho prisionero por los
españoles entre 1719 y 1722. Posteriormente, sirviendo a Rusia, alcanzó el
grado de General de División y Gobernador de la plaza de Tallinn.
[62] Tales exilios,
fundamentales para su formación literaria, fueron casi constantes entre 1820 y
1826. El primero de ellos fue a Ekaterinoslav (hoy, Dniepropetrovsk), a las
órdenes del general Inzov.
[63] Durante los años del
Trienio Liberal (1820-1823), nuestra Embajada petersburguesa pasó por las
siguientes manos: Francisco de Zea Bermúdez (Ministro entre 1816 y
1821); Luis de Onís (Ministro en 1819-1820, que no llegó a tomar
posesión); Luis de Noeli (Encargado de Negocios en 1820); Manuel González
Salmón (Ministro en 1820, que no llegó a posesionarse); Pedro Alcántara de
Argáiz (Encargado de Negocios en 1821-1822); Antonio de Saavedra, Conde de
Alcudia (Encargado de Negocios en 1823, no llegando a tomar posesión);
nuevamente Francisco de Zea Bermúdez (Ministro en 1823, sin que alcanzara a
posesionarse del cargo). Así se recoge por Miguel Ángel Ochoa Brun, Historia
de la Diplomacia española, XI, citado por vez primera en la nota 6.
[64] Véase nota 28. Recte,
se llamaba Juan Miguel, pero el Juan fue, y es, sistemáticamente
elidido.
[65] En realidad, el Hermitage
no se convirtió estrictamente en museo (estatal) hasta 1852, pero sus
colecciones de propiedad imperial, iniciadas por Catalina II, alcanzaron con
Alejandro I el gran nivel museístico al que se refiere, avant la lettre, Sebastián
Agúndez.
[66] Autorización concedida en 1826.
[67] Alexander von Beckendorff
(c. 1783-1844) ejerció entre 1826 y 1844 la jefatura de la Tercera Sección de
la Cancillería Imperial de Rusia, de la que dependían la gendarmería, la
policía secreta y la censura.
[68] Alejandro O’Donnell y
Anhetan (c. 1763-1837), militar español de origen irlandés. Sobre él, véase la
nota biográfica publicada por la Real Academia de la Historia, a cargo de Hugo
O’Donnell y Duque de Estrada, Duque de Tetuán.
[69] Obvia alusión a la gran
novela de León Tolstoy, Guerra y paz, publicada por vez primera en
idioma ruso y por fascículos en la revista moscovita El mensajero ruso,
entre 1865 y 1869. He manejado la siguiente versión española de dicha novela:
León Nikolaievich Tolstoy, Obras Completas, tomo I (Prólogo biográfico.
Guerra y Paz), edit. Aguilar, Barcelona 2004. La traducción corrió a cargo de
Irene y Laura Andresco.
[70] Alusión a la invasión de España y triunfo
militar del ejército galo, denominado “Los Cien Mil Hijos de San Luis”.
[71] Pedro Caro Sureda
(1761-1811), militar español que dirigió el Cuerpo expedicionario mandado a
Dinamarca (1807), para luchar junto a franceses y daneses contra los intentos
británicos de invasión del país danés. Estaba formado inicialmente por unos
15.000 hombres. Véase, por extenso, Magnus Mörner (editor): La expedición
del Marqués de La Romana, Fundación Instituto de Empresa, Madrid, 2007.
[72] Regimiento de unos mil
trescientos hombres (divididos en tres batallones), formado en 1813 con el
remanente del Cuerpo expedicionario citado en la nota anterior, por orden del
zar Alejandro I. Se trataba de desertores -por razones políticas- del ejército
napoleónico que, tras luchar a favor de los rusos, fueron mayoritariamente
repatriados a España, donde se integraron como un regimiento más de nuestras
armas. Habiendo apoyado la causa liberal durante el trienio 1820-1823, la
Unidad fue disuelta en este último año por orden de Fernando VII. El jefe del
Regimiento, Coronel O’Donnell (véase nota 66), tras defender San Sebastián
contra los Cien Mil Hijos de San Luis, se exilió en Francia, hasta 1833.
[73] En la formación del
Regimiento Imperial Alejandro, tuvieron un papel primordial los políticos
españoles Cea Bermúdez, Bardají y Azara. Véase, con gran amplitud (1.734
páginas), Margarita Cifuentes Cuencas, El Imperial Alejandro. El Ejército en
los orígenes del constitucionalismo español, edit. Ministerio de Defensa de
España, Madrid, 2019.
[74] Sergey Grigorievich
Volkonsky (1788-1865), mayor general del Ejército ruso y uno de los más
destacados decembristas, por lo que permaneció en Siberia, condenado a trabajos
forzados, entre 1826 y 1856. Era primo de León Tolstoy, que tomó buena parte de
sus rasgos para el personaje de Andrey Volkonsky, uno de los principales de su
novela Guerra y Paz. La ortografía del apellido en español puede ser
también Bolkonsky.
[75] María Nikolaevna
Volkonskaya (de soltera, Rayevskaya) (1805-1863) siguió a su marido a Siberia
en 1807 y permaneció junto a él durante todo el cumplimiento de la condena. En
Irkutsk impulsó la erección de un hospital y una sala de conciertos. Su gesto
fue cantado, entre otros, por Pushkin y Nekrasov.
[76]
El niño había nacido el 2 de enero de 1826 y falleció el 17 de enero de 1828.
[77] En concreto, el 7 de noviembre de 1823.
Muerto por ahorcamiento, fue decapitado post mortem y llegó a correr por
el extranjero la especie de haber sido descuartizado.
[78] Academia radicada en San Petersburgo, fundada
en 1698 para formar a oficiales de artillería.
[79] Diminutivo de Nikolay.
[80] Versión españolizada del topónimo ruso Smolensk,
utilizada por Sebastián Agúndez en su carta.
[81] La versta -o verstá-
equivale casi exactamente al kilómetro (1.067 metros). La legua viene a
equivaler a 5,5 kilómetros.
[82] O Colinas Peladas. A
partir de aquí, la narración sigue de cerca los lugares y personajes novelados
por Tolstoy en Guerra y Paz, unos cuarenta años después.
[83] Como es sabido, el paso
del Beresina fue un tormento para las huestes napoleónicas en su retirada de
Rusia, en noviembre de 1812, calculándose sus bajas en unas 36.000.
[84] Sangriento combate habido
el 7 de septiembre de 1812, que franqueó definitivamente el paso a las tropas
napoleónicas hasta Moscú.
[85] La servidumbre de la
gleba -especie de semi esclavitud de origen feudal- subsistió en Rusia hasta
1861. Puede dar una idea de su volumen el que, en el censo de población de
1857, sobre un total de casi 61 millones de personas, 49,5 millones eran
siervos.
[86] Cuando Tolstoy se refirió
al estado que presentaba Lysie Gori en 1805, señalaba que, junto a la
casa había “otros edificios en construcción”, que probablemente serían los aquí
aludidos por Agúndez.
[87] Así la define León Tolstoy en Guerra y
Paz.
[88] Este episodio masónico de
la novela está recogido en la Parte 5ª, capítulos III, IV y XII, así como lo
relativo a la ruptura con la masonería en la Parte 6ª, capítulos VII, VIII y X.
La cuestión de si Tolstoy fue masón él mismo es muy debatida: véase la opinión
del biógrafo del escritor, profesor Walter Moss, al sostener que No, he was
not a freemason, but he was interested in it when he was writing War and Peace
because freemasonry attracted many intellectuals in the 1805-1820 period when
the novel is primarly set… and Tolstoy wrote to his wife when he was working on
it in 1866 that the Masons were all imbeciles.
[89]
Véase Guerra y Paz, Epílogo, 1ª parte.
[90] Sociedad secreta prusiana
parecida a la masonería, fundada en 1808, para fomentar el patriotismo y la vieja
cultura del país, en la triste ocasión de la derrota de Prusia a manos de
Napoleón.
[91] Fundada en 1813 con el objetivo aparente de
traducir la Biblia al ruso -lo que no logró-, desaparecida en 1826, tras el
cambio de zar y la revolución de los decembristas. La primera traducción al
ruso de la Biblia data de 1876.
[92] O campesino, en ruso.
[93] Institución oficial y
colectiva a la que correspondió el gobierno de la Iglesia ortodoxa rusa entre
1721 y 1917.
[94] Seguramente, Agúndez
alude a personajes como el político Arakchaiev y el archimandrita del
monasterio de Yuriev -en Veliky Nóvgorod-, Focio Spassky.
[95] La definitiva desaparición de la esclavitud
en la España metropolitana se produjo en 1837 y, en el Imperio español (Cuba),
en 1886.
[96] Vassily Dmítrovich Deníssov, personaje de Guerra
y Paz, general retirado, amigo de los Róstov, que volvió a la milicia
activa para dirigir a los partisanos que obstaculizaron la retirada de
Napoleón.
[97] Se trata de otro
personaje de Guerra y Paz, el señor Dessalles, de quien Agúndez ofrece
una visión acompasada a su senilidad posterior al tiempo recogido en la novela.
Por cierto, Agúndez no hace alusión a la anciana condesa Rostova -madre de
Nikolay y Natascha-, seguramente por haber fallecido ya cuando él visitó Lysie
Gori en 1828.
[98] Nombre inicial y ciudad
de nacimiento del apóstol San Pablo autor, al menos, de once de las Epístolas
canónicas del Nuevo Testamento católico. Como se sabe, hoy se considera muy
dudosa la atribución paulina de la Carta a los Hebreos.
[99] Sobre las epidemias de
cólera en España, véase Luis Sánchez Granjel, El cólera y la España
ochocentista, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1980 -folleto de 48
páginas-.
[100] Guion de película, obra
de Carlos Blanco Hernández (1917-2013), llevado al cine como Los peces rojos
(José Antonio Nieves Conde, 1955) y como Hotel Danubio (Antonio
Giménez-Rico, 2003), remake de la anterior. El texto ha sido editado por
“Ocho y medio. Libros de cine”, Madrid, 2016.
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