Robin Hood en la
Ciudad Universitaria
Por Federico Bello
Landrove
Sobre el sorprendente viaje de Errol Flynn
a España en la primavera temprana de 1937 existen muchos datos conocidos pero,
también, muchas incógnitas. Para resolverlas, he puesto mi consabido noventa
por ciento de estudio y diez por ciento de imaginación. Espero que de la
lectura saquen ustedes, a un tiempo, contento y erudición.
1.
De cuánto vale saber español para que
te manden a España
Estábamos tomando
café en el snack bar, The Solecito, ya
saben, semiesquina de la Primera con South Spring, cuando Hotchkiss tuvo la ocurrencia
de coger de la barra el ejemplar del día del Examiner[1]. Al cabo de unos segundos, soltó un
taco resonante. No era su costumbre, ni mucho menos, por lo que sus compañeros
en Los Angeles Times[2]
interrumpimos refrigerio y charlas, mirándolo de hito en hito.
-
¡No
te digo!, exclamó. A este paso van a coger el fusil y se van a ir a pegar tiros
a Europa. ¡Y con esa compañía! ¡Hay que ser panoli!
Aunque yo era el
último mono, L.D.[3] me
tendió el diario, supongo que para que lo leyese en alto para todos los
colegas; de modo que cogí y leí:
El famoso actor, con contrato de la Warner,
embarcará próximamente rumbo a Europa, a fin de entregar al Gobierno de la
República Española un cheque por valor de millón y medio de dólares, que el
mundo del cine ha recaudado en Hollywood para ayudar a quienes luchan contra
los militares sublevados. El señor Flynn, de cuyas cualidades de escritor ya
han tenido nuestros lectores conocimiento, aprovechará su estancia en España
para visitar los frentes, como reportero de la revista Photoplay[5].
Según nuestras noticias, acompañará al señor
Flynn en el viaje su amigo, el doctor Hermann F. Erben[6], quien cuenta con el patrocinio de la
Fundación Rockefeller[7].
Se hizo un
silencio de perplejidad, no de sorpresa. Ninguno de nosotros entendió la
importancia que Hotchkiss daba a la noticia. Todo lo más, se produjo algún
comentario ácido acerca de mezclar cine y guerra, o de que un guapo mocetón se
fuera a casi seis mil millas para correr riesgos innecesarios. L.D. nos miró
conmiserativo y cambió de conversación. No obstante, cuando ya salíamos rumbo a
la sede del periódico, me tomó del brazo para hacer un aparte:
-
Dime,
Ventura, tú hablas español, ¿no es cierto?
-
Como
el inglés.
-
De
acuerdo. ¿Estás soltero?
-
Ando
a la espera de que encuentre trabajo mi novia para casarnos. El sueldo que gano
en el Times no me llega para formar
una familia.
Hotchkiss sonrió.
-
Entonces,
te vendría mejor un poco de acción bien pagada, que no seguir calentando la
silla de adjunto al cronista de tribunales.
-
¿Qué
me estás preparando? ¡Mira que no quiero líos! Prefiero ir subiendo poco a
poco.
-
Tú
déjame hacer. Ya verás como me lo acabarás agradeciendo. Y, por otra parte, lo
mismo queda la cosa en nada.
No hubo manera de
sonsacarle. De todas formas, tuve cumplida información unos días más tarde.
***
En efecto, el
poderoso Hotchkiss, redactor jefe de temas locales, fue a buscarme al archivo,
cuando yo buceaba en los precedentes de un caso de narcóticos. Nos sentamos,
mano a mano, en sendas escaleras de alcance y L.D. prosiguió desde donde lo
había dejado a la puerta del Solecito.
-
No
hace falta que te informe de la total disparidad de ideas entre el señor Hearst[8]
y los artistas que crearon el pasado año el Comité de Nueva York[9],
entre los cuales se halla nuestro pinturero Errol Flynn.
-
Algo
he oído al respecto -le contesté, de manera preventiva-.
-
Pues
bien, ¿qué explicación le encuentras a que el Examiner difunda a bombo y platillo el viajecito de Flynn,
encaminado a regalar un millón y medio de pavos
a los antifascistas españoles?[10]
-
Hombre,
es una estrella de moda. Su vida interesa a los lectores, se esté conforme con
ella o no.
-
Entonces,
¿por qué no se ha difundido como comunicado general a los medios, sino como patrocinio
del Examiner? … Y hay algo más: me lo
ha contado Hedda Hopper, que no sé si sabes que está interesada en entrar en la
nómina del Times[11].
Flynn ha solicitado la mediación de Hearst para que Jack Warner[12]
le dé permiso para el viaje, aplazando los numerosos proyectos de rodaje que
tenía[13].
Yo estaba
perplejo. No me explicaba el interés de L.D. por la cuestión. Faltaba un dato
decisivo, que en seguida me transmitió:
-
¿Y
qué me dices de que lo acompañe el doctor Erben?, me preguntó.
-
Aparte
del apellido y el retintín con que lo llamas doctor, nada veo de raro. Según el
periódico, son buenos amigos.
-
O
sea, que tú no sabes que el tal Erben nació en Austria y se rumorea que espía
para Hitler.
-
Vaya,
vaya; ya voy atando cabos. El tipo está financiado por la Fundación
Rockefeller…
-
…
con la recomendación de Hearst. ¡Eso sí que tiene sentido! Lo que no tiene pies
ni cabeza es que, haciendo el viaje juntos, Flynn vaya a ayudar a los
republicanos y Erben apoye a sus contrarios.
-
¡Qué
mejor coartada para espiar para los fascistas! Flynn y sus dólares le servirán
de tapadera y podrá entrar en donde le dé la gana.
-
Por
supuesto, pero la pregunta es: ¿acaso Flynn es también espía o es que no sabe a
qué va a España su amigo? O, dicho de otro modo…
-
…
¿a dónde demonios irán a parar los dólares recaudados para la República?
Hotchkiss silbó
con admiración:
-
Chico,
no solo sabes español y estás graduado en leyes por la UCLA[14],
sino que en seguida vas al fondo del asunto.
-
Ya,
para lo que me sirve… Estudie usted leyes para tomar notas en las comisarías y
los juzgados.
-
Me
parece que eso se va a acabar, amigo Alex. Con este tema del millón y medio
puedes conseguir un buen pellizco, suficiente para casarte. ¿Qué te parece?
Me parecía que,
aunque listo, no me estaba enterando de maldita la cosa. Así que no contesté y
dejé que Hotchkiss soltara la bomba final:
-
Cómprate
una pajarita a la moda, que un día de estos vamos a tomar café con Chandler[15].
***
La mansión de la familia Chandler, en el barrio de Echo Park, era un
palacete de estilo español que, como es habitual en California, poseía la
intimidad de celarse a la calle con una tapia beis pastel de portón enrejado,
abriéndose en cambio a un patio interior a medias porticado, con fuente
central, parterres con palmeras y rododendros, arcos soportantes de adelfas y
rosales, y muros tapizados de buganvillas magenta y albos jazmines, que apenas
se dejaban franquear por los arcos de las terrazas y las celosías de las
ventanas. Recuerdo todo ello ahora, no por mero alarde descriptivo, sino porque
íntimamente pensé que, si alguna vez llegaba a coronarme como rey del
periodismo, querría vivir en un paraíso semejante.
Harry Chandler, como quien dice, había heredado el Times, al ser yerno de Harrison Otis[16],
alma del periódico durante treinta años. En 1917 Chandler había tomado el
testigo. Era un hombre corpulento y autoritario que, sin embargo, había conseguido
superar la terrible etapa del atentado terrorista de 1910[17].
Yo apenas lo había conocido de vista, por lo que el café de aquella tarde de
finales de diciembre supuso mi primera conversación vis a vis con él, con
Hotchkiss de intermediario.
Lo primero que me preguntó el Jefe fue por mi apellido:
-
…
Ventura: padre mejicano, supongo.
-
Pues
no, señor. Mi tatarabuelo luchó hace un siglo a las órdenes de Fremont[18].
Supongo que en su momento se cambiaría el apellido por el topónimo del condado
en que combatió[19].
Al conocer mi casi
centenaria prosapia, Chandler cambió radicalmente de tono; tanto, que me sentí
obligado a puntualizar:
-
Pero
sí es cierto que tengo sangre mejicana. Mi padre se casó con una joven
sonorense, apellidada Gisbert. Así que mi nombre completo quedó en Alexander G.
Ventura -la ge por Gisbert, naturalmente-.
-
Y
de ahí viene tu dominio del español, que L.D. me ha asegurado; conocimiento que
te va a venir de perlas para lo que quiero encargarte, de modo particular y muy
reservado. Claro que puedes rehusar, pero lo consideraría un grave error por tu
parte.
Pasamos a prestar atención al humeante café
durante unos pocos minutos. Luego, el magnate de la prensa prosiguió:
-
Sé
que tienes formación jurídica y que prestas buenos servicios en la crónica de
tribunales. También esto te va a servir de mucho, pues se trata de un caso que,
como Hotchkiss te habrá adelantado, tiene mucho de criminal o, cuando menos, de
policiaco.
En fin, por
abreviar y enlazar con lo que ya les he contado, Chandler me indicó que se
trataba de desenmascarar a esa víbora de
Hearst, dejando de paso en evidencia al siniestro doctor Erben y al arrogante
Errol Flynn, cuya comisión de tesorero ambulante estaba seguro mi interlocutor
que iba a ser desbaratada de alguna manera. Si todo salía como L.D. y él
esperaban, quedarían de relieve el filo fascismo de Hearst, la connivencia de
este con la muy respetable Fundación Rockefeller y, de paso, la vergonzosa
tomadura de pelo que sufrirían el judío Jack Warner y el liberal Flynn,
juguetes en manos de individuos sin escrúpulos.
Yo volví con la
cantinela que Hotchkiss me había ponderado:
-
Todo
ese montaje, en mi opinión, tiene dos hilos conductores, que hay que seguir.
Uno es evidenciar que Erben es un espía nazi. El otro, descubrir en manos de
quien acaba el millón y medio de dólares. Pero, lo que es yo, no sé cómo
podría…
-
Pues
viajando a España muy poco antes que Flynn y Erben, esperándolos en la frontera
francesa y, haciéndote el encontradizo, ganarte la confianza del actor y la
tolerancia del doctor. Con tu dominio
del español y tus dotes de periodista, no tendrás muchas dificultades para
ello.
-
Perdone,
señor Chandler, pero creo que es usted demasiado optimista. Lo de ayudarles con
el idioma, pase, pero no veo de qué me va a servir ser periodista, cuando el
propio Flynn conoce la materia y va contratado por una revista de campanillas.
Chandler se echó a
reír, secundado por L.D., quizá por servilismo.
-
Así
que te has creído lo de ir como embajador y reportero de Photoplay, ¿eh?, balbuceó mi Jefe, todavía riendo. Sería la primera
vez en su vida que Errol se toma algo en serio en favor de los demás.
-
¡Caramba,
señor! -exclamé, por hacer justicia al simpático actor-. Algo serio y altruista
es ofrecerse él para hacer un largo viaje, y ciertamente peligroso, mientras
sus compañeros de la cuestación se quedan en casa[20].
-
Anda,
L.D., explica al muchacho qué es lo que le mueve a Flynn a largarse de América,
pidió Chandler todavía risueño.
Y Hotchkiss, con
todo lujo de detalles, explicó que el actor estaba harto de su esposa, Lili
Damita[21],
y de su jefe, el opresivo Jack Warner[22],
y había urdido una escapatoria a lugares lejanos, con la interesada cooperación
del millonario Hearst. A mí todo aquello me pareció una milonga, de no haber detrás un sincero interés político de Flynn
por la República española. No obstante, no quise discutir y, careciendo de
alternativa, pasé al aspecto práctico de la cuestión:
-
Perdóneme,
señor Chandler, pero ando muy mal de fondos y aspiraría a una salida próxima
para esas cualidades periodísticas que le han llevado a fijarse en mí. Si usted
quisiera…
-
Cualidades
personales, amigo Ventura, que las periodísticas todavía tienes que
demostrarlas -ahora tendrás ocasión de ello-. Claro, claro, estoy al corriente
de tus propósitos matrimoniales y ya le he dado a Hotchkiss instrucciones, que
él te detallará. Ahora solo me queda decirte: discreción y éxito. Si sales con
bien de esta prueba, no dudes de que habrás dado un paso de gigante en el Times.
Chandler carraspeó
y ello fue la señal para que L.D. se levantase del sillón, y yo tras él. El
apretón de manos con el Jefe fue largo y fuerte:
-
Cualquier
cosa que te preocupe o necesites -me dijo-, háblala con L.D. Por mi parte, te
deseo éxito y aquí tengo algo para tus primeros gastos.
Sacó del bolsillo
de su chaqueta un talón por importe de quinientos dólares. Me dijo en voz baja
y guiñando el ojo:
-
No
te lo gastes en el banquete de boda… Mejor lo dejáis para la vuelta.
2. Un cheque millonario
Estaba claro que
primero tendría que ganarme a Flynn y, luego, no despertar las sospechas de
Erben. Para ello, decidí aprovechar al máximo el poco tiempo de que dispondría
hasta viajar a España, como una semana
antes que Errol, según indicación de Hotchkiss. De modo que, para empezar,
di un buen repaso a cuanto de serio se había publicado sobre la vida y la obra
del famoso Capitán Blood[23],
así como acerca del escurridizo doctor Erben quien, por cierto, no era tan
amigo del actor como muchos creían. A través de L.D., me enteré de que Flynn
viajaría sin fotógrafo asignado, cosa que me inspiró la brillante idea de meter
en mi equipaje, no solo la máquina habitual que usaba para mis trabajitos de morgue y calles oscuras -expresión
literal de mi colega, Bruce Russell[24]-,
sino una moderna cámara de cine Bolex
de 16 mm, verdaderamente portátil y muy sencilla de manejar. Con eso y mi
dominio del español, malo habría de ser que Flynn no me aceptara como
compañero, aunque Hotchkiss me advirtió:
-
Nada
de incorporarte a la comitiva de Errol, pues despertarías sospechas por tu
condición de periodista del Times.
Solo hazte el encontradizo y sigue un itinerario paralelo. Yo te informaré de
sus planes de viaje con suficiente antelación.
En efecto, antes
de tomar mi barco, ya sabía la fecha en que abordarían a su vez Flynn y Erben
el Queen Mary; que atracarían en
Southampton, para seguir viaje a Londres y cruzar el Canal; que, finalmente,
pararían en París y seguirían viaje hasta la frontera de Port Bou, por donde
entrarían en España. A partir de ahí, Barcelona, Valencia, Albacete y Madrid
serían sus paradas fundamentales, para una estancia hispana de quince días. Yo
estaba asombrado de la precisión. Hotchkiss sonrió y me dijo:
-
Una
estrella viaja con grandes preparativos de billetes, reservas en hoteles,
visitas y entrevistas programadas… Luego cambiará de plan cuantas veces le dé
la gana y, conociendo a Flynn, puedes asegurar que lo hará. Respecto de eso,
tendrás que arreglártelas tú solito.
Así que ya estaba
avisado. Una semana antes que Flynn lo hiciera en el Queen Mary, yo embarqué en el Normandie,
con la ventaja de llevarme hasta Le Havre. Desde allí, pasé a París, donde
apenas me entretuve tres días. Luego, por tren hasta la frontera española, a donde
llegué el 20 de febrero, sin contratiempo ninguno. Los tipos que me atendieron
en la aduana parecieron encantados de recibirme.
Yo pensé que era por el
pretexto de cubrir las actividades de la Brigada
Lincoln[25], pero
la razón era otra:
-
Alexander
Gisbert, leyeron. ¿Eres descendiente de catalanes?
-
De
catalanes mejicanos, repuse inventando.
-
¿Y
no sabes catalán?
-
No,
lo siento. Mis antepasados marcharon de aquí hace doscientos años.
-
Bueno
-convino un teniente miliciano-, conociendo el español, tendrás bastante para
moverte por acá.
Con arreglo a lo
previsto, me desplacé hasta la ciudad de Gerona, en donde habría de esperar la
supuestamente inmediata llegada de Flynn a la frontera. La cosa, no obstante,
se complicó, como me informó L.D. por telegrama, a la semana de estar yo varado
a orillas del Oñar:
Actor en complicaciones por persecución esposa. Espera en Barcelona, hotel ya sabes.
Así que obedecí en
parte pues, encontrando la capital de Cataluña tan atractiva, como desordenada
y peligrosa, me dediqué a hacer turismo durante una semana y, al cabo, me
presenté en el Consulado americano y le eché cara al asunto:
-
Verás,
Norman -dije al primer funcionario californiano que encontré-, ando tras la
pista de Errol Flynn, que se está haciendo de rogar.
Norman abrió ojos
como platos:
-
¿Qué
Errol Flynn va a venir a Barcelona?
-
Seguro,
como también que el Cónsul General ya estará al tanto. Si me avisas cuando
llegue, te compensaré con cien pavos.
-
Puedes
guardártelos. Favor por favor. ¡Pues no se va a poner contenta mi esposa,
cuando le consiga una foto dedicada y firmada por su actor favorito!
-
Está
bien. Aquí te dejo mi dirección y teléfono. La pensión de Sitges me cuesta tres
veces menos que un hotelucho de la Plaza Real. ¡Y con una playa estupenda a la
puerta!
En efecto, todo
eran ventajas, siempre que no se enteraran en el Times que me había alejado 25 millas de mi objetivo. No tendría más
remedio que viajar a Barcelona una vez por semana, para cobrar mi cheque y, de
paso, preguntar a Norman por las novedades. Y así durante tres semanas, pues
creo recordar exactamente que Erben y Flynn aparecieron por España el domingo,
29 de marzo de 1937. ¡Adiós a la playa! Nunca había tenido tanta paz como en
aquel tiempo de guerra.
***
Flynn y Erben se
hospedaron en el hotel Majestic del
Paseo de Gracia. Vestían de modo informal y no llevaban mucho equipaje. Para el
fresco reinante, más que para la lluvia, Errol se cubría con una gabardina y
tocábase con un airoso sombrero a juego. No parecía que la gente que llenaba el
vestíbulo lo identificase. A duras penas, logró ocupar plaza de asiento en uno
de los sofás frente al mostrador de recepción. Aprovechando que estaba solo y
parecía esperar a alguien, me adelanté atrevido y le dije, de buenas a
primeras:
-
Aquí
no hay quien pare del barullo, señor Flynn. Venga conmigo al ambigú. Pese a la
guerra, tienen un buen güisqui irlandés.
Aunque mi acento
me delatara, como también la máquina de fotos en bandolera, me presenté a
continuación:
-
Perdone,
estoy perdiendo modales. Soy Alex Ventura, reportero del Times de Los Ángeles. Acabo de llegar a Barcelona para cubrir el
tema del batallón Lincoln, que se está batiendo en el frente de Madrid[26].
-
Mucho
gusto. Yo soy -sonrió como había admirado tantas veces en la pantalla-…, bueno,
ya sabes quien soy. ¿Estás hospedado en el hotel?
-
¡Qué
más quisiera! El Times da prestigio,
no dinero. Paro en la Fonda España, no lejos de aquí, que es un
verdadero museo del arte modernista.
Con la ayuda de
una propina al camarero, conseguí una mesa discreta, en un rincón bastante
oscuro. Errol me advirtió:
-
Estoy
esperando a unos sujetos que me dijeron en el Consulado que se mueren por
hablar conmigo. Son de no sé qué rayos del General Tat.
-
Ya,
de la Generalitat. Son los tipos que
mandan en Cataluña. No te preocupes, vamos a advertir en la recepción de que estamos
aquí.
Nos sirvieron lo
pedido pero, viendo que la botella de Bushmills[27]estaba
menos que mediada, hice seña al camarero de que la dejase sobre nuestra mesa.
Bebimos un trago y pregunté con cierta sorna a mi interlocutor:
-
¿Has
venido solo en este viaje?
Errol, aparentando
toda la seriedad del mundo:
-
He
venido con un hombre.
Y se echó a reír,
añadiendo luego:
-
No
te vayas a creer que estamos liados… Es un amigo que viene becado por la
Fundación Rockefeller para hacer un informe sobre los niños de la guerra. Por
ahí anda ya, buscando orfelinatos.
-
Santa
tarea -bromeé-. La tuya, ¿es tan santa como esa?
-
Está
más en tu línea. Vengo como enviado de Photoplay,
para contar lo que vea por aquí. Ya sabes que en Hollywood estamos muy
concienciados con las cosas que están pasando en España.
-
Sobre
todo, en la España republicana.
-
No
creas, yo procuro ser imparcial. Si me dan salvoconducto, intentaré pasar a la
zona fascista.
-
Lo
que es, Errol, si los bautizas así, no te extrañes de que te den con la puerta en
las narices.
-
Perdona
-rectificó conteniendo la risa-; son los aguerridos militares del Caudillo
Franco.
Apenas acababa de
pronunciar el apellido nefando, cuando vimos venir a un botones, acompañado de
dos caballeros pulcramente vestidos. Eran los emisarios de la Generalitat, dispuestos a rendir al
señor Flynn toda clase de pleitesías.
***
Los visitantes
resultaron ser Jaume Miravitlles[28],
Comisario de Propaganda de la Generalitat,
y Josep Carner[29], que lo
era de Espectáculos en la misma Institución. Ambos hablaban inglés con bastante
fluidez, razón adicional para que yo hiciese ademán de retirarme, pero Flynn no
lo consintió, empeñándose en hacer de mí una especie de intérprete de
confianza; algo que los otros aceptaron de buen grado, en especial, cuando hice
ostentación de mi apellido catalán y oriundez mejicana por parte de madre. Por
lo demás, la conversación se mantuvo en un contenido insustancial de gratitudes
y zalemas, hasta que el actor planteó de sopetón lo que yo ya sabía de
antemano:
-
Aparte
mi tarea e interés por pulsar la situación en España y visitar el frente, vengo
comisionado por los muchos cineastas americanos amigos de su República, para
hacer entrega de una importante suma que hemos recaudado para las necesidades
que provoca la guerra.
-
Ya
estamos al tanto de su generosidad -repuso Miravitlles-. Aún recordamos con
emoción su reciente donativo de 60.000 dólares para comprar ambulancias.
-
Donación
-apostilló Carner- que no sé si se han enterado en Hollywood de que ha
provocado que no se proyecten en la España fascista las películas de algunos de
los cineastas más acreditados, entre otros, usted mismo[30].
La conversación se
fue centrando en el tema dinerario. Me di perfecta cuenta de que los dos
Comisarios trataban de liar a Flynn para que les entregara a ellos el donativo,
y reaccioné con cierta viveza:
-
Si
me lo permiten, me siento obligado a recordar a Mister Flynn que la Generalitat
de Cataluña y el Gobierno de la República Española son dos cosas totalmente diferentes,
así como que dicho Gobierno se está trasladando en estos momentos de Valencia a
Barcelona, con lo que le resultará muy fácil entregarles directamente la
cantidad aquí mismo. De hecho, tengo entendido que la Embajada de los Estados
Unidos va a instalarse en la Carretera del Tibidabo, en el palacete que ahora
ocupa nuestro Consulado General.
Los catalanes se
miraron, disgustados por mi intervención. Desdichadamente, Errol parecía un
niño en política:
-
Bueno,
pero ustedes están con la República, ¿no? Luego carece de importancia a quién
se le entregue el dinero: ya lo distribuirán entre unos y otros, como mejor le
parezca a Caballero[31].
-
¡Claro,
claro! -se adhirió Carner, con entusiasmo- Nosotros, como honrados hombres del
cine, haremos solo de intermediarios. Así, el señor Flynn podrá seguir su
camino más pronto y desembarazadamente.
-
¿Y
de qué cantidad estamos hablando, Mister Flynn?,
preguntó ávidamente Miravitlles -quien no habría leído el Examiner, que había publicado la cifra-.
El actor no era tonto del todo. Sonrió y dijo:
-
No
tengo el cheque a la mano pero seguro que es por un montante bastante mayor que
el de las ambulancias.
Tras unos minutos
más -que los Comisarios emplearon en cantar las excelencias de la política
cinematográfica de Cataluña- se disolvió la reunión, quedando citados para el
siguiente día, a las cinco de la tarde, en el palacio de la Generalitat. También yo estaba deseando
pasear y tomar el fresco, pues el aire en el Majestic estaba muy cargado. Dije a Flynn:
-
Me
gustaría esperar a que regresara tu amigo Erben, pero voy a tener que dejarte
solo. Aún no he mandado al periódico mi crónica de hoy.
-
Con
la diferencia horaria -me contestó- en Los Ángeles será aún media mañana. De
todos modos, no te preocupes por mí, que acabo de ver entrar a dos mozas
despampanantes.
-
Ten
cuidado, Errol, que lo más probable es que sean unas furcias. Este hotel tiene
fama de huéspedes adinerados y en gran parte está ocupado por oficinas y
dependencias públicas, con funcionarios de alto nivel. Así que ojo con los
contagios.
-
Siempre
pueden tomarse precauciones… En fin, hasta mañana.
-
¿Hasta
mañana? ¿A dónde quieres que te acompañe y a qué hora?
-
No
vengas muy temprano. A mediodía estaría bien. Pasearemos, tomaremos el almuerzo
y -ya lo has oído-, a las cinco iremos a llenar los bolsillos a esos amantes
del cine. Por cierto, no me has preguntado de cuánta pasta se trata.
Lo miré de arriba
abajo con fingida displicencia, al tiempo que le decía:
-
Un
buen periodista del Times tiene sus
propias fuentes de información.
***
Al día siguiente,
me presenté en el Majestic con mi
cámara Bolex, dispuesto a hacer
alarde de operador y, de paso, inmortalizar el paso de Errol Flynn -y del
cheque millonario- por Barcelona. Para mi disgusto, allí estaba también el
doctor Erben, a quien en seguida noté suspicaz y a la defensiva. Decidí
ignorarlo en lo posible, respondiéndole con parquedad y no dirigiéndole la
palabra. Menos mal que, siguiendo un horario muy poco español, mis acompañantes
decidieron almorzar a las doce y media, lo que les fue consentido por el
servicio de restauración del hotel, gracias a la imprevista intervención de un
par de individuos corpulentos y bien trajeados, que imaginé policías o
guardaespaldas, puestos por la Generalitat
para proteger a la gallina de los huevos de oro. Luego, durante un par de
horas, recorrimos el Paseo de Gracia, las Ramblas, el inicio de la calle San
Pablo -donde tuve ocasión de mostrarles las bellezas de la Fonda España, donde yo
paraba- y, por Jaime I arriba, nos plantamos en la Plaza de Sant Jaume a las
cinco y unos minutos. Ya nos esperaban en el zaguán de la Generalitat nuestros conocidos, Miravitlles y Carner, junto a otro
hombre joven, que nos presentaron como director
de cine y ayudante de Jean Renoir[32]. Seguidamente, tras un breve recorrido
por los lugares más hermosos del edificio, fuimos conducidos a la segunda
planta, al despacho del Consejero de Cultura, señor Sbert[33],
no sin antes ponerme ciertas limitaciones en la labor de rodaje. El Consejero,
esquemáticamente, habló así:
-
Esta
mañana he mantenido una conversación telefónica con el Ministro de Educación y
Sanidad de la República, señor Tomás[34],
actualmente de visita al frente del Jarama, y me ha autorizado para recibir en
su nombre el cheque del que, al parecer, es portador el señor Flynn, y
extenderle el recibo correspondiente, si don Errol lo juzga necesario. Así
mismo, me ha rogado transmita al ilustre portador la gratitud del Presidente
del Consejo de Ministros y la suya propia.
Flynn, tras la
oportuna traducción de las palabras de Sbert y del recibo que, en efecto,
solicitó para constancia del Comité que
lo enviaba, hizo una seña a Erben, quien sacó de un bolsillo interior de la
americana una billetera y, de dentro de esta, el famoso talón bancario,
expedido al portador por el Banco de Manhattan. La excitación de los receptores
al ver la cantidad fue tan grande, que no pararon mientes en otros extremos. El
más importante era el de que la fecha del cheque era el 20 de abril de 1937,
hasta cuyo día no podría ser cobrado.
Seguidamente,
Errol me rogó tradujese al pie de la letra sus palabras:
-
En
principio, traía el dinero en billetes de cien dólares, pero el maletín era
bastante voluminoso y tenía miedo de que me lo pudiesen robar. En consecuencia,
opté por llevarlo a la sucursal del Banco en París y pedir que me extendieran
un cheque al portador, avalado por la Entidad bancaria. No obstante, dado su
alto valor, me pidieron que les diese un tiempo prudencial para conectar con
Nueva York y, siendo el objetivo entregarlo a otras personas, hacer las
oportunas comprobaciones de identidad. La verdad es que no recordaba que lo
hubiesen posdatado en tantos días.
-
No
hay problema -contestó Sbert-. Tenemos mucha necesidad de dinero pero las cosas
van lo bastante bien en el frente, como para que la urgencia no sea máxima. De
hecho, en el Jarama les hemos parado los pies a los fascistas y en Aragón, otro
tanto.
Terminado el gran
momento, todos nos relajamos. Recuerdo las últimas palabras del Consejero de
Cultura, a la puerta del Palacio:
-
Señor
Flynn, usted y sus acompañantes nos tienen a su entera disposición, y lo
recalco, para cuanto necesiten. No tienen más que ponerse en contacto con el
amigo Miravitlles, lo mismo aquí en Barcelona, que dondequiera que vayan.
El aludido debió
de ver los cielos abiertos de poder librarse por unos días de la rutina
burocrática, porque añadió:
-
Mejor
aún, con permiso del Consejero, yo mismo los acompañaré. La Generalitat pondrá a su disposición un
buen coche y un policía conductor, y yo haré para ustedes de cicerone e
intérprete. Claro que el señor Gisbert puede desempeñar esta última función
mejor que yo.
-
Lo
dudo mucho, señor, pero, de cualquier forma -repliqué-, ha hecho bien en
ofrecerse, pues yo he de seguir mi propio plan y camino. Como periodista a
sueldo, me debo al editor y a los lectores.
-
Así
pues, ¿nos dejas?, inquirió Flynn.
-
No
del todo. Valencia ya no tiene para mí interés informativo, pero es probable
que coincidamos en Albacete. Puedes telefonearme o mandarme un telegrama al
Gran Hotel. Aunque no me hospede allí, me harán llegar el recado.
3. Atando casi todos los cabos
Durante el viaje,
ni corto ni fácil, de Barcelona a Albacete, vía Valencia, tuve tiempo de sobra
para recopilar todos los datos obtenidos acerca del cheque del millón y medio
de dólares, así como para ordenar las muchas interrogantes que aún permanecían.
Estaba claro que el dinero había salido de los Estados Unidos en billetes de a
cien, que habían sido convertidos en cheque bancario en la sucursal parisina
del Banco de Manhattan. También resultaba obvio, en mi opinión, que Flynn se
había liberado con gusto de dicho título, entregándolo a la Generalitat, que maldita la intención
que tenía de hacérselo llegar al Gobierno de la República, su legítimo
destinatario. Por lo demás, aún no tenía ninguna prueba de conexión del doctor
Erben con el dinero, pero sí de que el austriaco-americano era más falso que un
billete de ocho dólares. La tarde de la Generalitat
había captado fragmentos de conversación en un aparte entre Miravitlles y
él, en que Erben le pedía recomendación para visitar el Castillo de Montjuïc y
los cuarteles militares y de milicias. ¡No eran lugares para acoger a los
pobrecitos niños abandonados, por los que él decía velar!
Todo esto, como
cosas sabidas. Otras muchas permanecían en el limbo de las dudas. Por ejemplo, ¿quién
podría haber animado a Errol para cambiar dólares por un cheque?; ¿con qué
objeto?; ¿era real el frágil motivo aducido para posdatarlo tres semanas?;
¿sabía Flynn que Erben era un espía al servicio de nazis y franquistas?;
¿podrían uno y otro entrar en la llamada zona nacional?... Y así, sucesivamente.
Llegado a
Albacete, recorrí con interés los campamentos en que se entrenaban las Brigadas
Internacionales, cuya presencia daba mucha vida y ánimos a la población de
aquella pequeña capital de provincia. Mi solicitud pronto languideció, al
constatar que los brigadistas americanos estaban luchando o guarneciendo las
trincheras a unas doscientas millas de distancia. Decidí, pues, disfrutar del
delicioso ambiente modernista del Gran Hotel que, por cierto era lugar de
reunión de los combatientes extranjeros, de forma que bien podría decirse que,
si yo no iba a las Brigadas Internacionales, estas venían a mí. Lo malo es que
el alojamiento era muy caro para mi modesta economía, por lo que hube de optar
por la pernocta en una pensión que daba a los jardines frente a la Fábrica de
Harinas, pasando parte de la mañana y de la tarde en la recepción y la
cafetería del Gran Hotel. Y así, una semana, hasta que aparecieron por Albacete
Flynn, Erben y Miravitlles, sin previo aviso, en un flamante turismo, con
banderín y letrero de la Generalitat.
Eso debió de ser el día 5 de abril, o el
6. ¡Han pasado ya tantos años!
Como no quería que
pensaran que los estaba esperando, escurrí el bulto y me dirigí a la fonda en
que paraba, corriendo el albur de que no se acordaran de mí. Afortunadamente,
no fue así. Al cabo de un par de horas, me telefonearon de la recepción del
Gran Hotel: El señor Flynn ha llegado y
solicita su presencia en el hotel, a la mayor brevedad. ¡Qué gran honor!
Encontré al actor solo
en el bar del hotel, francamente preocupado:
-
Alex,
mi dijo, quítame de encima a ese Jaume del demonio. No nos deja a sol ni a
sombra, ni me permite trabajar. Todo se le vuelve presentarme a gente
importante y presumir a mi costa.
-
No
sé cómo pueda yo hacer tal cosa. Mándalo tú a hacer puñetas. Seguro que te hace
más caso que a mí.
-
¡Claro!,
pero te necesito para desenvolverme con el idioma.
-
¡Ah,
vamos!, el señor precisa de un
intérprete de confianza… Eso será si me dejas tiempo para escribir mis
crónicas, que para eso he venido a España.
Errol me dio toda
clase de seguridades de que dispondría de tiempo, así como de compartir las
facilidades que se le estaban brindando por la Generalitat y el Gobierno.
-
Ya
veo que estás muy bien atendido, rodeado de asistentes.
-
Demasiados,
suspiró-. ¿Quieres creer que me siguen dos individuos que, según Erben, son del
FBI[35]?
Claro que tal vez esté paranoico. Dice que el otro día vio a otros dos tipos,
coincidentes con la pareja de policías que nos habían puesto en Londres.
-
¡Toma!
-repuse, medio en broma, medio en serio-; esos serán del MI5[36].
Si es que con el doctor Adolf Erben[37]
no se puede ir ni a por tabaco a la esquina…
-
Ya
me voy dando cuenta, ya. Yo lo tenía por un simple aventurero al que le gustaba
correrla, como a mí, pero está
resultando un espía en toda regla. ¿No sabes que los orfanatos que visita están
resultando…
-
…
Instalaciones militares. A ese, amigo Flynn, no lo guía la Fundación
Rockefeller, sino el medio fascista de Randolph Hearst.
Errol se quedó
pensativo unos momentos. Luego:
-
¿Estás
seguro? A mí también me facilitó Hearst el viaje, hablando con Jack Warner y la
revista Photoplay. Y, por otra parte,
si Hermann está a favor de los de Franco, ¿cómo es que…
-
…Te
ayuda a traer millón y medio para la República? No es mala pregunta, no, pero
yo no le encuentro respuesta. A fin de cuentas, tú has podido entregar la pasta, aunque haya sido a esos
aprovechados de la Generalitat.
Nuevo silencio
breve. El actor trataba de atar cabos y recordaba cosas al tuntún:
-
El
caso es que Hermann pareció en todo momento muy interesado en que llegara a
buen fin la entrega del dinero. Incluso, para mayor seguridad, fue quien me
sugirió que lo convirtiera en un cheque y me indicó el Banco más adecuado en
París para realizar la operación.
Se me volvieron
los dedos huéspedes:
-
Pues,
sea como fuere, ya no hay nada que hacer, pues el cheque se entregó. Lo que te
aconsejo, si de verdad de interesan los republicanos, es que te confíes lo
menos posible al Doctor y no le des
facilidades para que espíe a tu costa. Y, en cuanto a librarte de Miravitlles,
déjalo de mi cuenta, pues creo tenerlo cogido por donde los hombres menos
esperan.
***
Esa misma tarde,
aunque un poco apretados, viajamos hasta unas diez millas de Albacete, para
visitar un campamento de las Brigadas Internacionales, donde, una vez
reconocido, Flynn fue objeto de un recibimiento entusiasta. A la vuelta,
paramos en el kilómetro 15 y allí saqué al resto un par de fotos, en medio de
un ventarrón de cuidado[38].
Errol Flynn, Erben y otros a 15 km. de Albacete
Reanudada la
marcha, ataqué a Miravitlles:
-
Amigo
Jaume, ¿ya habéis hecho entrega del cheque al Gobierno nacional?
-
Supongo
que sí -contestó- pero, como estoy fuera de Barcelona…
-
¡Hombre!
Según tengo entendido, aún permanecisteis allí varios días. Lo cierto es que yo
telefoneé a Negrín[39]
este mediodía y me dijo que no tenía ninguna noticia de la espléndida donación
de los amigos americanos.
(Por supuesto que no se me había
ocurrido llamar al Ministro)
Miravitlles
balbuceó:
-
¡No
vais a dudar de nuestra honradez! Por otra parte, aún no hemos podido
cobrar nada, puesto que el efecto lleva fecha del 20 de abril.
-
Por
si sí o por si no -insistí-, mejor sería que te desmarcaras ya de esta
operación de marketing a costa de
nuestra estrella de Hollywood; máxime, teniendo en cuenta que, estando tan
lejos de Cataluña, tendremos que dar algunas explicaciones embarazosas del por
qué del protagonismo de la Generalitat.
El Comisario de Propaganda cedió al fin, bien
por la fuerza maliciosa de mis palabras, bien porque no le agradara correr los
riesgos de un viaje al Madrid sitiado y de la visita al frente de la Ciudad
Universitaria. Entonces, Errol, que ya chapurraba algo de español, apostilló:
-
Pero
coche y chófer, quedamos nosotros.
-
Por
supuesto -me anticipé yo a la aceptación de Miravitlles-. La publicidad para la
Generalitat queda asegurada con la
bandera y rótulo del vehículo. ¡Y anda que no es llamativa la bandera barrada!
Quedamos en que, a
la mañana siguiente, los catalanes -salvo el chófer- nos abandonarían. Cenamos
aquella noche en buena relación. Entre plato y plato, percibí que Erben me
miraba fijamente y susurraba unas palabras al oído de Flynn. Este, sin bajar la
voz, le replicó adusto:
-
Ha
hecho muy bien, sacando el tema del cheque. Por cierto, antes de irnos a
acostar, tú y yo tenemos que hablar. Los del FBI no han aparecido aquí por arte
de magia.
Todavía hice algo
más en favor de Errol, aunque en esta ocasión sin consultarlo. Poco antes de
montar en el coche para viajar hasta Madrid, me pasé por la Comisaría de
Policía albacetense y pedí hablar con el inspector jefe de guardia:
-
Inspector,
le dije, el señor Flynn se ha percatado de que lo siguen dos individuos
extranjeros, que utilizan un Ford azul,
matrícula de Barcelona. Si nos los quitan de en medio durante unas horas, le
quedará muy agradecido, pues teme por su seguridad.
-
¿Solo
unas horas?
-
Basta
con eso, sin otras medidas. Salimos en unos momentos hacia Madrid y, con que
nos garantice una delantera importante, no creo que den con nosotros; y si
dieren, los milicianos de la Capital ya les dirán cuatro palabritas.
-
Cuente
con ello, señor Gisbert.
Nada, estaba visto
que en España me iba a quedar con el Gisbert como identificativo. ¡Con lo
bonito que suena Ventura en español!
***
Durante el viaje,
Flynn se empeñó en que leyera las numerosas notas y algunos borradores que
tenía preparados para su colaboración en Photoplay.
La verdad, me parecieron ingeniosos y bien escritos. Más adelante tuve ocasión
de constatar que, detrás de esa máscara de astro de la pantalla, vivía un
hombre luchador, inteligente y de un buen humor envidiable. Entonces, aún sin
mucho fundamento, lo felicité y animé a seguir por el camino de la prensa, del
modo ocasional que su trabajo en el cine le permitiese. Fue entonces cuando me
dijo que llevaba muy avanzada una novela[40],
que era poco más que una versión imaginativa de sus años aventureros anteriores
a Hollywood. Llegó a asegurarme que me citaría en los agradecimientos del
libro, a lo que respondí que ni se le ocurriese:
-
Mejor
-añadí con mala intención-, acuérdate de Hermann. Él sí que es un modelo de
emoción y de riesgo. Figúrate, sin ir más lejos, que en llegando a Madrid,
descubrieran los comunistas que es un espía de los nacionales.
-
Eso
ha tenido muy poca gracia, gruñó el aludido con cierta desgana, como si
comprendiera que ya estábamos al cabo de la calle.
-
Pues
compórtate como se espera de un becario Rockefeller e investiga en los asilos,
no en las fortificaciones -le reprendí-.
No sé cómo me
aguantaba o, por mejor decir, sí que lo sé: No podía indisponerse con Errol y,
tal como estaban las cosas por el momento, yo era intocable por ese lado.
4. No pasarán y otras emociones
Este relato no es
de aventuras, sino de misterio: versa sobre la niebla y las sombras que han
oscurecido -y supongo que lo seguirán haciendo hasta el día del Juicio Final-
la realidad y el destino del regalo de millón y medio de dólares a la República
Española, en forma de maletín de billetes de cien dólares, primero, y de cheque
del Banco de Manhattan, finalmente. Las aventuras, aquellos hermosos días en
que fuimos jóvenes y nos jugamos la vida, las dejo para ser contadas por su
protagonista, Errol Flynn, quien sin duda acabará haciéndolo, o yo no lo
conozco[41].
De todas formas, si en algún punto el relato de Flynn se aparta del mío, no le
hagan caso a él: tiende a exagerar -cuando no a fantasear- y hasta es posible
que, en estas cuestiones, alguien le
haga callar.
Pero hay otra
razón por la que yo abreviaré al máximo esta parte del relato, y su confesión
les demostrará que, a diferencia de otros, no me callo lo que pueda menoscabar
mi prestigio. Me refiero al hecho de que yo no era un corresponsal de guerra,
ni maldito lo que se me daba que venciesen los republicanos o los franquistas.
Así pues, me escabullía cada vez que Errol tomaba la vía de los baluartes o de
las trincheras para saludar a sus compatriotas del Batallón Británico[42]
o a los míos del Lincoln, o bien,
aparecía de repente entre los milicianos y los soldados de la República,
provocando los más encendidos aplausos y elogios, a los que él respondía con
verdadera facundia oratoria y una sincera emoción. De su acercamiento a la línea
del frente da pruebas el que, en la zona de la Ciudad Universitaria, le
estallase muy cerca un obús, siendo retirado casi sin sentido por la conmoción.
A ello parece responder la noticia de agencia que afirmó había sido herido,
cosa que difundió sin desmentir, desde Londres, su esposa Lili.
No quiero decir
que no pasáramos apuros en segunda línea, pues los bombardeos aéreos y con
cañones de larga distancia eran constantes. Nuestro hotel estaba en la Plaza de
Cibeles y, a unas doscientas yardas de allí, empezaba la zona realmente
peligrosa, donde la metralla podía alcanzarte en cualquier momento. Así que
bien podía mi jefe Chandler opinar que me estaba ganando con creces el sueldo.
De quien no
volvimos a saber en varios días fue del doctor Erben. Poco antes de llegar a
Madrid, se separó de nosotros, con la disculpa de que iba a visitar el campo de
batalla del Jarama, donde aún permanecían los dos ejércitos frente a frente,
con sus trincheras separadas por muy
escasa distancia. No dudo de que tomaría buena nota de las circunstancias
militares, para hacerlas llegar en su momento a los fascistas. Más aún, es
posible que, aprovechando la proximidad, estableciera contacto ya entonces con
militares nacionalistas, a juzgar por lo que en seguida contaré.
No quiero dejar de
recoger aún un par de anécdotas de nuestra estancia en Madrid. De la primera no
fui yo testigo, sino que vi llegar muerto de risa a Flynn, acompañado de un par
de oficiales de bajo rango, y me costó trabajo entender lo que me decía entre
carcajadas. Finalmente, oyendo a unos y otros, me hice la siguiente composición
de lugar, que creo correcta. La pondré en boca de Errol:
-
Para
festejar mi presencia entre ellos, un grupo de milicianos se lio a tiros de
fusil y ametralladora contra las posiciones enemigas fronteras, las cuales
replicaron con igual brío. Se contagiaron las unidades próximas de uno y otro
bando y empezó una ensalada de disparos, pronto acompañados de morterazos y
bombas de mano. Al ser la fiesta en
mi honor y tener fama de bravo, no quise guarecerme en demasía y permanecí
erguido y en primera fila, hasta que un teniente tiró de mí hacia atrás, con
unos gritos, de los que solo entendí cojones
y fiambre. Me manché de barro la
gabardina y toda la culera del pantalón. Figúrate, como si estuviese cagado de
miedo.
Pregunté a los
oficiales que lo acompañaron al hotel:
-
¿Se
portó bien mi amigo? Hay cosas que solo se hacen en las películas.
-
¡Qué
dice! Este tío es justo al revés. Estuvo más impasible que en La carga de la Brigada Ligera[43].
La segunda
anécdota que quiero contar sí que me implicó directamente. Al final de nuestra
visita a Madrid, algunos periodistas aparecieron por el hotel para entrevistar
a Flynn. Ante la dificultad del idioma, Errol, bastante cansado, me dijo que les
contestara de mi cosecha, como si estuviera traduciéndole, para que él quedara
en buen lugar y la República y sus
soldados también, me pidió literalmente. Así que todo eso que ustedes
pueden haber leído de que me trae a
España una misión impuesta por mi condición de hombre libre; Hollywood experimenta una gran inquietud por
España; somos antifascistas,
republicanos, demócratas y amigos de ustedes…; todo eso y más, fue de mi
cosecha, independientemente de que Flynn lo sintiera en su corazón. ¡Menos mal
que ninguno de los entrevistadores dominaba la lengua de Mark Twain que, si no,
habríamos quedado como payasos![44]
***
La publicidad que
los diarios de Madrid habían dado a la visita de Errol Flynn y al hecho de que afirmasen
que era portador de un importante donativo para la República, me hizo suponer
que, de un modo u otro, Gobierno y Generalitat
habrían llegado a un entendimiento sobre la forma de repartirse aquel. Lo
cierto es que los catalanes seguían dejando a nuestra disposición su buen -para
la España de entonces- Renault Monaquatre
de 1935, así como al policía chófer que lo conducía. La única diferencia es
que habíamos retirado la ostentosa bandera cuatribarrada, que había portado
hasta la entrada en Madrid: Nos parecía una propaganda excesiva de su
propietaria.
Los días iban
pasando y se echaba encima el 11 de abril, domingo. Errol parecía fatigado y
algo deprimido pero quien suspiraba por marchar de España era Erben. No
obstante, había algo más que hacer -o que intentar, al menos-, tanto desde el
punto de vista del cineasta como del doctor: echar un vistazo a la otra zona.
Lo que yo nunca he tenido claro ha sido si las razones de ambos eran las
mismas.
Desde luego, Flynn
quería visitar a los fascistas por cumplir con el prurito de ser imparcial. Por
lo demás, se mostraba muy solidario, hasta entusiasta, del pueblo de Madrid y
de sus aguerridos defensores. Se había hecho costumbre que, cuando lo
reconocían por la calle, levantase el puño y, casi sin acento extranjero,
exclamase aquello de No pasarán[45].
Ya se imaginan la vibrante respuesta de los así saludados.
Errol comprendía lo
poco probable de que los franquistas le autorizasen la entrada, siendo él uno
de sus más conocidos detractores[46].
Además, los republicanos no verían con buenos ojos esa llamativa muestra de
imparcialidad. De modo que nos encargó a Erben y a mí la preparación del
conato. Tengo que admitir que el paso de la línea se hizo con la conformidad de
ambos bandos, por el punto que se nos indicó como el más adecuado.
Según eso, al
atardecer del 9 de abril, en un camión militar, Erben y yo entrábamos en
Talavera. Nos llevaron directamente al Ayuntamiento, a presencia del Alcalde,
un señor mayor que, según creo, era general retirado[47].
El hombre parecía equilibrado y culto, pero no se atrevió a conceder la
autorización que pedíamos hasta hablar con el Comandante Militar de la plaza,
con quien consultó telefónicamente en nuestra presencia. Supusimos la negativa
por las voces que salían del auricular.
-
Me
dice el coronel -nos transmitió el Alcalde- que el señor Flynn es un destacado
enemigo de nuestro Movimiento, un recaudador de fondos para la República y un actor
cuyas películas han sido prohibidas por la Delegación de Prensa y Propaganda.
Así que no nos será posible darle la autorización que pretende.
-
Es
una lástima, contesté. El señor Flynn no viene a España como estrella de la
pantalla, sino como periodista, y sería bueno para ustedes que pudiese pulsar
también el ambiente de su zona.
-
¡Qué
quiere que le diga! Por ahora, no es posible. Ahora bien, si quiere presentar
una petición en regla para nuestro Gobierno, yo me encargaré de hacérsela
llegar a Autoridades más altas.
-
No
es posible, señor -aclaró Erben-. Volvemos a Francia de manera inmediata. Así
que le rogamos nos facilite transporte para regresar en seguida por donde hemos
venido.
Así lo prometió el
Alcalde. Pero, mientras esperábamos en el vestíbulo del Consistorio, bajo
discreta vigilancia, Erben me hizo una confusa seña y echó escaleras arriba a
toda prisa. Cuando volvió, como una media hora después, me explicó
sucintamente:
-
He
pedido al Alcalde que haga llegar a mi primo Christoff una carta mía y otra de
su madre, que vive en New Jersey. Anda con los franquistas, como mecánico en la
Legión Cóndor[48].
Me pareció una
explicación tonta, pues no era lógico que se hubiese olvidado de hacer el
encargo cuando yo estaba presente. Supuse que aprovechó la oportunidad ulterior,
para pasar sin testigos a los fascistas sus notas de espionaje. Si también les
entregó algo más, es cosa que procuraré desentrañar más adelante.
El caso es que,
momentos después, teníamos un Fiat
Balilla de Falange a nuestra disposición, para devolvernos a la zona
republicana. El chófer y su acompañante iban armados y uniformados en azul y
negro. Casi todo el viaje me fueron hablando de las películas de Flynn y de
cuánto les habría gustado estrechar su mano, aunque después tuviésemos que fusilarlo.
Errol Flynn tomando notas en la Ciudad Universitaria durante el asedio de Madrid
***
Finalmente, no
pudo ser el día 11, sino el 12 muy de mañana, cuando Flynn y Erben abandonaron
Madrid, rumbo a Francia. Presencié cómo el chófer catalanista porfiaba para que
el retorno se hiciese por Barcelona, pero Erben se puso hecho una furia,
defendiendo a capa y espada el paso por Irún. La cosa era lógica, si no se
quería alargar innecesariamente el viaje, pero tampoco era como para hacer de
ello cuestión de honor, pues era razonable que el conductor quisiera pasar por
su casa, en vez de recorrer para ello todo el Pirineo, por el lado español o
por el francés. Les dispensaré de la narración de la despedida, pues yo tenía
decidido permanecer aún unos días en España. Flynn me hizo toda clase de
protestas de amistad y ofrecimientos para seguir cultivando su trato. Bien por
timidez, bien por vergüenza de haberlo utilizado como medio para llegar al
fondo del misterio del millón y medio de dólares, no hice por volver a verlo.
Tampoco él me buscó o llamó al periódico durante los tres años que seguí en el Times. Luego pasé a trabajar en el Denver Post y ya le habría sido más
difícil localizarme.
5. Dos cheques y un tío
listo
Si bien se mira,
hasta entonces había tenido una agradable estancia en España, gracias a Flynn.
Tal vez podría calificársela de triunfal, en lo referente a ganarme la confianza
del divo. Pero, en cuanto a por lo que yo había venido, la cosa estaba tan
oscura como la barba de Surat Kan[49].
No tuve más remedio que mandar a Hotchkiss un amplio resumen de mis
indagaciones y una solicitud de prórroga por un mes de mi estancia en Europa,
aunque no se me pagase una cantidad extra. Me lo autorizó, con una apostilla: Muchacho, nunca ofrezcas a un editor el
trabajar gratis.
Había un dato que
me rondaba por la cabeza: la fecha de cobro del cheque, es decir, el 20 de
abril. Tenía tiempo sobrado de viajar a Barcelona para esperar y ver. Contaba
con la benevolencia y poca discreción de Miravitlles, aunque hubiésemos acabado
en una relación algo tirante. El Comisario de Propaganda se extrañó de verme y,
más aún, de que me sincerase con él de forma radical:
-
Para
ser claro, don Jaume, a estas alturas me importa un bledo quién cobre el
cheque. Lo que necesito saber, en interés de mi periódico y de los cineastas
que recaudaron el dinero, es si se va a hacer efectivo o no.
-
¡Hombre!,
¿tienes alguna razón para dudarlo?
-
Mi
razón, si tengo alguna, se llama Hermann Erben.
Y sucintamente le
expuse mis sospechas, fundadas en la ideología pro nazi del Doctor y en el
hecho de que fuese él quien moviera en París el cambio del dinero contante por
un talón bancario. Miravitlles prometió tenerme al corriente, tan pronto se hubiese
gestionado el cobro del efecto bancario.
Las noticias me
llegaron el día 22 de abril, a las ocho de la mañana, en forma de una pareja de
policías de paisano, que me levantaron de la cama y, a toda prisa, me llevaron
al Palacio de la Generalitat. El
Consejero Sbert y Miravitlles me estaban esperando, con caras bastante menos
amistosas que la primera vez que me vieron. El segundo de ellos me hizo un
esquema de lo sucedido:
-
Fuimos
a París a cobrar el cheque en el Banco de Manhattan y nos dijeron que ya habían
abonado el millón y medio el pasado día 10. Todavía tenían en la sucursal el
talón abonado, a punto de enviarlo a Nueva York. El cheque lo había cobrado un
apoderado de la Banca March[50].
Como tenían plena confianza en esa Banca, no hicieron indagación alguna sobre la
forma o motivo en que tan sustancioso talón había llegado a sus manos, y lo
pagaron inmediatamente.
-
Pero,
entonces, el fechado anteayer, que les entregó Flynn, ¿cómo se explica?
-
Se
explica -respondió Sbert- porque resultó ser una falsificación de mediana
calidad. Tanto es así, que ni siquiera el documento se corresponde con el papel
oficial del Banco, usado en los talonarios.
-
Lo
lamento mucho. Yo no tenía ni idea de lo que me dicen y estoy por asegurar que
el señor Flynn tampoco.
-
Según
eso, ¿quién cree usted que pueda haber sido el falsario?
De buena gana
habría manifestado total ignorancia, pero me di cuenta de que yo era el único posible
sospechoso que permanecía en España, a merced de su Gobierno y de la Generalitat. Tenía que salir adelante
como pudiese, aunque eso supusiera poner al señor Erben a los pies de los
caballos. Así pues, punto por punto, sin omitir nada que pudiese inculparlo,
fui exponiendo a los catalanistas todos los extremos que hacían verosímil, por
no decir plausible, la culpabilidad del Doctor. Lo debí de hacer bastante bien,
pues los dos burlados fueron aplacándose y mirándome cada vez con más atención.
Al concluir mi narración -cuyo contenido ustedes sin duda intuyen-, Sbert mandó
llamar al comisario de guardia en el Palacio y dijo:
-
Tome
usted una declaración detallada y por duplicado al señor Gisbert. Al concluir,
envíe una copia al Ministro de Hacienda y deme la otra a mí. Seguidamente, deje
que el declarante se marche, sin vigilancia ni traba de ningún género.
-
¿Quiere
ello decir que podré pasar a Francia cuando quiera?, inquirí. Mis jefes en
Nueva York están apremiándome para que regrese.
-
Confío
plenamente en su buena fe e inocencia, dijo Sbert. En efecto, puede marcharse
cuando quiera y volver luego, si le place.
-
Gracias,
Consejero. Permítame, para concluir, una pregunta. ¿Qué van a hacer ustedes y
los señores del Gobierno de la República para deshacer este entuerto?
Sbert y
Miravitlles se miraron y sonrieron. Aquel me dijo:
-
Comprendo
su curiosidad como periodista, pero aún no hemos tomado ninguna decisión al
respecto. Hemos de realizar consultas.
-
Pues
yo no me quedo tranquilo así, les confié. Si descubro algo más que resulte
interesante, tendré mucho gusto en compartirlo con ustedes, si hacen lo propio
conmigo.
-
¿Sabe
una cosa, amigo Gisbert?, preguntó formulariamente Miravitlles. Creo que si le
hubiesen dado el dinero a usted, en vez de a Flynn, Erben no habría tenido nada
que hacer.
-
Es
que yo desciendo de catalanes, don Jaume, contesté jocosamente.
***
A estas alturas,
yo tenía clarísimo que todo había sido una jugada de Erben. La duda podría ser
si se había quedado él con el dinero o lo había hecho llegar a los franquistas.
La intervención de la Banca March movía
a pensar lo segundo, pero la seguridad no la tendría hasta que dichos banqueros
me informasen en nombre de quién actuaban. ¿Qué ardid emplearía para que tan
encopetados caballeros infringiesen la confidencialidad bancaria?
Comprendiendo que
me las había con gente muy poderosa, expuse mis intenciones a Hotchkiss y le
pedí que conferenciase con Chandler. Dos días después, L.D. me telefoneó:
-
Dice
el Jefe que no te centres en la Banca esa, puesto que no hay duda de que han cobrado
el cheque y, en cuanto a las razones, están bien claras: o se trata de entregar
a Franco lo percibido, o bien de reintegrarse parte de lo mucho que March ha
adelantado a fondo perdido a los fascistas para comprar toda clase de material
bélico. Lo que sí interesa es confirmar la falsedad del doctor Erben para con
Flynn y sus compañeros de Hollywood, pues eso constituye un verdadero delito y
en él estarían pringados Hearst y la
Fundación Rockefeller.
-
Eso
podría hacerse mejor desde Estados Unidos: Le contamos a Flynn todo lo sucedido
que el ignora y él se encargará de sacarle a su amigo la verdad, aunque sea a
bofetadas.
Hotchkiss me dio
varias razones para no actuar de ese modo:
-
En
primer lugar, provocaríamos un escándalo que salpicaría al actor, bien por
haber sido un necio, bien como amigo oculto de los nazis. En segundo
lugar, a Chandler no le interesa una pieza menor, como Erben, sino Hearst, como
sabes, su competidor en la prensa de Los Ángeles. Y, en último lugar, pero no
el menos importante, porque… porque Erben no ha vuelto todavía de su viaje.
Dicen que anda por Alemania[51].
-
¡No
cabe mayor confesión de culpabilidad! -afirmé-. ¿Qué más quiere Chandler para
desenmascarar a esa gentuza?
-
Parece
mentira que me lo preguntes tú. ¿No fuiste a clase en la Universidad cuando
explicaron el libelo y la difamación?
***
Estuve a punto de
dar por cerrada la investigación pero temía la reacción de la dirección del Times. A la desesperada, recordé que
alguien me había hablado del hermano de Franco, Nicolás, como uno de los
responsables de la prohibición de las películas de Errol Flynn en la zona
sublevada[52]. Como
amigo de Flynn y periodista americano, podría entrevistarle sobre ese tema y,
de paso, aprovechar su influencia y carácter abierto, para preguntarle otras cosas relacionadas. Así pues, logré
un salvoconducto para pasar a territorio franquista y, ni corto ni perezoso, me
encaminé a Burgos y pedí audiencia a don Nicolás.
No era fácil
conseguirlo, pues mi objetivo era un noctámbulo irreductible, que volvía loco a
su entorno con sus horarios de despacho y atención pública. Como ya lo sabía,
convertí mi solicitud de entrevista en una invitación a cenar en el mejor
restaurante de la ciudad[53].
La velada -de la
que participaron discretamente en otra mesa dos individuos del séquito o de la
seguridad del prócer- fue sumamente agradable. Don Nicolás me contó múltiples
anécdotas de la censura católico-franquista y yo me explayé con las referentes
a Errol y a las estrellas de Hollywood que me eran conocidas. Como nadie
discutía los puntos de vista del otro, el diálogo era ligero y divertido.
Avanzada la cena y sus libaciones, me atreví al fin a tratar de llevarme al
huerto a don Nicolás:
-
Le
voy a contar lo más extraño del viaje de Flynn por la España roja. Es muy probable que no esté al
tanto de ello.
Y de pe a pa, le
referí cuanto ustedes ya saben del cheque incobrado y de su hermano gemelo, que fue a parar a la
caja de la Banca March. El mayor de
los Franco siguió con interés mi versión. Al final, con seriedad fingida, me
dijo:
-
Todo
eso está muy bien, pero hay en ello una gran mentira.
-
…
-
Pues
que, no solo estoy al tanto de todo, sino que metí a March en el ajo.
Yo también fingí
-estupor, en mi caso-, hasta el punto de hacerle reír. Luego prosiguió:
-
En
todo lo demás, Ventura, tienes más razón que un santo. Erben -con quien
mantenemos contactos desde hace meses- nos ofreció la operación, que naturalmente aceptamos. A principios de mes, cruzó
las líneas y nos hizo llegar el cheque auténtico. Como tenía un valor tan
grande, recelamos alguna comprobación enojosa por parte del banco americano y
fue a mí, a mí -recalcó- a quien se le ocurrió rodear de respetabilidad el
cobro, a través de la banca de Juan March.
-
Pues
entonces -bromeé- teníais que estarle agradecidos al burlado Capitán Blood[54]
y sacarle de la lista negra.
Don Nicolás
asintió muy risueño. Yo me atreví a preguntarle:
-
¿Y
que vais a hacer con esa cantidad tan importante? Lo mismo os da para un
acorazado.
Mi interlocutor
picó el anzuelo, no sé hasta qué punto por inadvertencia:
-
Los
hay listos, muy listos -como yo, modestia aparte- y Juan March. Ese pirata ha
decidido que se quedará con el millón y medio de dólares para descontar parte
de la gran deuda que mantenemos con él desde que empezó la Guerra.
-
¡No
es posible! ¿Cómo puede atreverse un banquero a usar de semejante abuso frente
a su Gobierno, por muchas deudas que este tenga con él?
-
Es
que no es un banquero cualquiera, amigo mío; es don Juan March.
Y, por si yo no lo
creía, agregó:
-
Si
dudas de lo que te digo, te llevo mañana a hablar con Reygondaud[55].
Yo le dispensé del
trámite, entre otras cosas, porque aquel apellido me producía hilaridad, aunque
se pronunciase a la francesa.
6. Epílogo del editor
Aquí y así
terminan las extensas notas que redactó el notable periodista Alexander G.
Ventura acerca del viaje de Errol Flynn a España en marzo y abril de 1937, y de
sus consecuencias económicas. Desconozco porqué no las publicó en vida -falleció
el 23 de septiembre de 1984-, ni el motivo por el que sus herederos se
desembarazaron de ellas en forma tan impiadosa, que acabaron en manos de un
librero de viejo de la ciudad de Denver, en la que Ventura vivió, con algunas
ausencias, desde el año 1972, hasta su muerte.
Quiso la
casualidad que, en el verano de 2007, me invitara la Universidad de Colorado en
Denver a dar una ponencia en un curso sobre Influencia
de la Guerra de España en la Cultura y la Economía Americanas de la Época. En
un descanso, paseando por Park Avenue West, entré en aquella librería de lance
y el librero me dio la sorpresa:
-
Señor
-me dijo-, hace muchos años que mi padre compró en almoneda los libros y
papeles de un conocido periodista de esta ciudad. Al hacer el inventario,
encontró un extenso folleto titulado Robin
Hood en la Ciudad Universitaria; lo leyó, le interesó y decidió no
vendérselo a nadie que no estuviera verdaderamente interesado en el tema. Yo
entiendo que este es su caso: español, profesor y tratadista sobre la Guerra
Civil española. Si lo quiere, se lo vendo por el precio simbólico de un dólar.
Eso sí, ha de prometerme que hará uso de él en sus trabajos y lo publicará.
-
Caramba,
muy agradecido. Acepto la compra y las condiciones que me pone. Tendrá noticias
mías sobre ello. Por cierto, ¿qué le movería a su señor padre a ser tan respetuoso
con este documento?
-
Muy
sencillo -respondió-: Su padre -mi abuelo- combatió en la Brigada Lincoln y, como Errol Flynn, estuvo a punto de palmarla en
la Ciudad Universitaria.
[1]
Los Angeles Examiner, diario de la
mañana, fundado en 1903 por William Randolph Hearst. En 1962 se fusionó con el
vespertino Los Angeles Herald-Express. Dejó
de aparecer en 1987.
[2] Diario
de la mañana de Los Ángeles, fundado en 1881 y actualmente (2018) en activo. En
las fechas del presente relato (año 1937), el editor jefe del periódico era
Harry Chandler.
[3] El señor Hotchkiss se llamaba Loyal Durand,
por lo que no es extraño que todos abreviaran a L.D.
[4] Celebérrimo actor de cine (1909-1959), quien
en 1938 protagonizaría su film más famoso, Las
aventuras de Robin Hood (dirigido por Michael Curtiz y William Keighley). A
ello alude el título de este cuento.
[6] Hermann F. Erben (1897-1985), médico, espía y
activista pro nazi, buen amigo de Errol Flynn, lo que ha generado la infundada
sospecha de que el actor compartiera sus ideas o actividades políticas. Había
nacido en Austria pero estaba nacionalizado estadounidense. Rechazando un supuesto espionaje de Errol Flynn a favor de los franquistas o de los nazis, véase, Doménec Pastor Petit, Hollywood responde a la Guerra Civil (1936-1939), Edic. de la Tempestad, Barcelona, 1998, pp. 107-132
[7] Muy importante y rica fundación
norteamericana, creada en 1913, de la que se afirma que estuvo influida por
William Randolph Hearst en la época a que se contrae la presente narración.
[8]
William Randolph Hearst, político, empresario y publicista norteamericano
(1863-1951). Entre sus múltiples intereses, figuraban la prensa y el cine.
[9] Motion
Picture Artists Committee, creado en Nueva York en 1936, para ayudar a las
Repúblicas de España y China, en su lucha contra los militares rebeldes y los
japoneses, respectivamente. Estaba presidido por el novelista y guionista
cinematográfico, Dashiell Hammett.
[10] Puede calcularse que, desde 1937 hasta la
fecha, el valor del dólar se ha multiplicado, al menos, por 18. Siendo así, 1,5
millones de dólares de aquel año equivaldrían a 27 millones, a comienzos de
2018.
[11]
Hedda Hopper (1890-1966), actriz y periodista (en particular, sobre cotilleos
de Hollywood). Se incorporó a la plantilla de Los Angeles Times en 1938, con un éxito popular extraordinario.
[12] Jacob
Warner (1892-1978), director de los estudios cinematográficos Warner Brothers.
[13] Pese al
receso, Errol Flynn rodó en 1937 un total de cuatro películas, además de
concluir y publicar su primera novela, autobiográfica, Beam Ends, título traducido al español como Se acabó el carbón.
[14]
Universidad de California en Los Ángeles, fundada en 1919.
[15] Véase
nota 2.
[16]
Los cuatro primeros propietarios del LA
Times fueron familia: A Harrison Gray Otis (1837-1917), le sucedió su
yerno, Harry Chandler (1864-1944); a este, su hijo, Norman Chandler
(1899-1973), y a este último, su hijo Otis Chandler (1927-2006), que dejó el
cargo en 1980.
[17]
Un atentado anarquista con bombas, en
respuesta a la postura del LA Times contraria
a la sindicación filo anarquista de sus trabajadores, supuso el 1 de octubre de
1910 la destrucción del edificio del periódico y la muerte de 21 empleados, más
otros cien heridos. Los considerados principales autores, hermanos John y James
McNamara, fueron condenados un año después a cadena perpetua y 15 años de
prisión, respectivamente. John murió en el penal de San Quintín en 1941,
víctima de cáncer. Su hermano James salió en libertad a los nueve años de
condena.
[18]
Charles C. Fremont (1813-1890), interesantísimo personaje histórico
norteamericano, que jugó un grande y complejo papel en la incorporación de
California a los Estados Unidos.
[19]
Ventura, condado costero californiano,
al sur del Estado, cuya capital es la Ciudad de San Buenaventura, generalmente
conocida también como Ventura.
[20]
Parece ser que encabezaron la cuestación, además de Flynn, los actores James
Cagney, Fredric March y Donald Woods. Ver diario ABC (edición de Madrid) del 11 de abril de 1937, página 4.
[21]
Actriz francesa (1904-1994), que estuvo casada (1935-1942) con Errol Flynn, del
que tuvo un hijo, Sean Flynn, nacido en 1941. El matrimonio pasó por diversas
crisis y periodos de separación.
[22]
Se le atribuye un comportamiento muy dominante con sus actores bajo contrato.
En el caso de Errol Flynn, se añadía el enfado del actor por su inicial
encasillamiento en papeles de guapo aventurero.
[23] Película
de gran éxito, protagonizada por Errol Flynn en 1935 y dirigida por Michael
Curtiz.
[24]
Nota del editor.- Uno de los más famosos dibujantes norteamericanos para
diarios (1903-1963). Empezó a trabajar para LA
Times en 1934, obteniendo el premio Pulitzer de su especialidad en 1946. Es
probable que colaborase con Alex Ventura, tomando apuntes gráficos en los
juicios que este último cubría como cronista.
[25]
Brigada -más correctamente batallón- del que formaba parte la mayoría de los
voluntarios estadounidenses que lucharon en las Brigadas Internacionales, en
pro de la República Española. Se calcula que pasaron por sus filas más de dos mil norteamericanos.
[26]
En aquellos momentos, concretamente, en la batalla del Jarama, cuyos combates
más violentos habían concluido dos días antes, el 27 de febrero de 1937.
[27]
Producto de las destilerías irlandesas del mismo nombre, con licencia concedida
en 1608, lo que hace de ellas -según se dice- las más antiguas del mundo.
[28]
Jaume Miravitlles i Navarra (1906-1988). En su calidad de Comisario de
Propaganda de la Generalitat, intervino
en la fundación de los estudios de cine Laya
y de la distribuidora de películas Catalonia
Films.
[29]
Josep Carner i Ribalta (1898-1988), implicado también en los proyectos
cinematográficos de la Generalitat durante
la II República y la Guerra Civil. Publicó en 1934 su trabajo Cómo se hace un film.
[30]
Este episodio se produjo en febrero de
1937, afectando a las películas de veintidós profesionales norteamericanos del
cine, de los que diez eran actores, cinco directores y siete guionistas. Todos
los nombres pueden consultarse en la web de
Emeterio Díaz, Historia Social del Cine
en España. El cine a través de sus documentos, entrada del 25 de septiembre
de 2011: Errol Flynn y la Guerra Civil
Española.
[31]
Francisco Largo Caballero (1869-1946), a la sazón Presidente del Gobierno de la
República Española.
[32]
Nota del editor.- Los recuerdos escritos de Alexander G. Ventura no recogen el
nombre de este cineasta pero, por el dato preciso que proporciona, estoy por
asegurar que se trataba de Joan Castanyer (1903-1972), conocido en Francia como
Jean Castanier, que fue ayudante de dirección de Jean Renoir en su film, Le crime de Monsieur Lange (1936).
[33] Antonio
María Sbert i Massanet (1901-1980).
[34] Jesús
Hernández Tomás (1907-1971).
[35] Oficina Federal de Investigación
norteamericana. Se da por seguro dicho seguimiento a Flynn y Erben.
[36]
Una de las dos ramas del Servicio Secreto británico. En este caso se escribe
sobre tal vigilancia, aunque sin la seguridad que en el de la del FBI.
[37]
Recuérdese que Hitler se llamaba Adolf.
[38] Copio
las dos instantáneas al pie de este párrafo del relato.
[39]
Juan Negrín López (1892-1956), Ministro de Hacienda del Gobierno republicano, a
la sazón. En mayo de 1937 llegaría a ser Presidente del Consejo de Ministros,
hasta marzo de 1939.
[40] Véase
la nota 13.
[41]
Nota del editor.- En efecto, en 1959 -coincidiendo con su muerte-, apareció en
Nueva York (G. Putnam’s sons) la tercera y más extensa parte de la
autobiografía de Flynn (con la colaboración, en plan negro, de Earl Conrad): My
wicked, wicked ways, traducida al español bajo el título de Errol Flynn: Aventuras de un vividor.
Mucho más interés tiene, para el viaje a España de Flynn, el libro de Lincoln
Douglas Hurst, The true adventures of a
real-life rogue, Scarecrow Press, Lanham (USA), 2009, desgraciadamente
imperfecto por la muerte, en 2008, de su autor -que custodiaba los diarios de
Flynn, relativos a esta época-.
[42]
Unidad perteneciente a la XV Brigada Internacional, formada por ingleses y
otros angloparlantes, constituida por unos 450 efectivos. Muy maltratada en la
batalla del Jarama, permaneció sobre el terreno hasta junio de 1937. Es de
recordar que Flynn tenía en aquella época la nacionalidad británica (había
nacido en la isla de Tasmania, territorio integrado en el Dominio de
Australia).
[43]
Famosa película ambientada en un episodio de la guerra de Crimea (1854),
protagonizada por Errol Flynn y dirigida por Michael Curtiz en 1936.
[44] Ejemplo de esa referencia periodística, en ABC (edición de Madrid) del día 11 de
abril de 1937, páginas 4 y 5. Tiene, además, interesantes ilustraciones.
[45]
Inmortal lema, atribuido fundadamente a Dolores Ibárruri Gómez, Pasionaria (1895-1989), que resumió la
voluntad de que los sitiadores franquistas no entraran en Madrid. Luego, se ha
usado en otros muchos lugares y ocasiones.
[46] Ver
nota 30.
[47]
Nota del editor.- Las referencias de Alexander G. Ventura coinciden en la
persona del General de Brigada, Emilio Borrajo Viñas (1868-1959), quien
precisamente cesó en su cargo de Alcalde de Talavera de la Reina en ese mismo
mes de abril de 1937.
[48] Importante unidad aérea alemana, puesta por
Hitler a disposición de Franco durante la Guerra Civil. Por supuesto, en alemán
sobran los acentos: Legion Condor.
[49] Personaje que encarna al malo de la citada película La
carga de la Brigada Ligera. Fue representado por el actor C. Henry Gordon
(1883-1940).
[50]
Entidad bancaria fundada en Palma de Mallorca en 1926, por Juan March Ordinas
(1880-1962), persona firmemente ligada en la guerra civil española al bando
franquista, al que sirvió en numerosas ocasiones de prestamista y gestor.
[51] Erben
se afilió al Partido Nazi por esas fechas. Su carnet de miembro del Partido es
de 1938.
[52]
El hecho sucedió en febrero de 1937, y en su gestación coincidieron los
servicios secretos franquistas, la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda
de Falange Española y la Junta Técnica del Estado, cuyo Jefe de facto era Nicolás Franco Bahamonde
(1891-1977), como Secretario General de la Jefatura del Estado.
[53]
Nota del editor.- Probablemente, el señor Ventura alude a Casa Ojeda, fundada en 1912 y todavía hoy (2018) felizmente en
activo.
[54] Véase
nota 23.
[55]
Andrés Amado Reygondaud de Villebardet (1886-1964), español de Alicante, estuvo
al frente de la Hacienda franquista y española, entre octubre de 1936 y agosto
de 1939.
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