¿El mayor engaño a la española?
Por Federico Bello Landrove
Esta es una
versión novelada del caso de El mentiroso de Annual, cabo Jesús
Arenzana Landa, calificado por algunos de El mayor engaño a la española[1].
Los hechos acaecieron en 1921 y se procuró su olvido oficial apenas dos años
después. Con todo, son lo suficientemente conocidos, como para que yo no
pretenda hacer un ensayo más acerca de ellos, pero sí una reflexión
equilibrada que ponga a Arenzana en su sitio que, en mi opinión, es más el de
héroe que el de villano[2].
Juzguen también ustedes.
Cruz Laureada de San Fernando
1. El héroe que se cayó al pozo
Con la finalidad
de aumentar las ventas de los domingos, estábamos tratando en El Heraldo de
Aragón[3]
de poner en marcha un suplemento dominical, que habría de llamarse Negro
sobre blanco. Me llevé una reprimenda de Filomeno Mayayo, el director del
periódico, cuando puse en solfa el nombre de la nueva empresa:
-
¿A
quién se le ha ocurrido tan original nombre, jefe? Me recuerda vagamente
a uno que se viene publicando en Madrid desde hace unos añitos[4].
-
La
ocurrencia ha sido mía -me replicó, adusto-. Y puedes irte preparando porque
cuento contigo como uno de los reporteros que van a trabajar en tan poco
original empeño.
Me estaba bien
empleado, por bocazas, aunque tal vez me habría tocado la china de todas
maneras: Mi título universitario y algunos pinitos literarios me convertían en
un candidato aparente para colaborar en tareas periodísticas de cierto empaque.
De todas formas, Mayayo no me dejó hacer muchas ilusiones en lo tocante a lo
que esperaba de mí, pues agregó:
-
Se
trata de hacer para cada número un reportaje de dos o de cuatro páginas, con
ilustración gráfica e interés humano; sobre todo, algo con garra, con mucho
sentimiento, que enganche a los lectores de domingo…
-
Y
de paso los anime a seguir comprando El Heraldo el resto de la semana,
bromeé.
-
Me
conformo con que vuelvan a leerlo al domingo siguiente, gruñó Filomeno, y de
eso va a depender el plus que se pague a los encargados de cada
reportaje. Así que espabílate, que te vas haciendo mayor y todavía no has
pasado de los sucesos y la crónica de tribunales.
Esta última
andanada me alcanzó en la línea de flotación. Acababa de cumplir los treinta y
empezaba a darme cuenta de que se me acababa la juventud, fungiendo de plumilla
y de oficial de notaría a media jornada. ¡Adiós a mis ambiciones de convertirme
en registrador o notario, como permitía augurar mi notable expediente de
licenciado en Derecho! Después de un par de revolcones como opositor, me empleé
como buenamente pude y llevé al altar a mi novia de toda la vida. Menos
mal que ella tenía unas manos primorosas y un corazón más primoroso aún; de
modo que, cuando le hice saber que, de casarnos enseguida, no podría retirarla
del taller de costura, me dio un alegrón:
-
Si
tuviera que dejar la aguja -me confesó con sospechoso énfasis-, no sabría qué
hacer en todo el día. Eso sí, estoy harta de la academia de Doña Rita; así que
me instalaré por mi cuenta. Un par de habitaciones de la casa me servirán.
Y así fue como
cogimos un piso en el barrio de Torrero. Estaba lejos, pero era grande,
luminoso y de pocos años. A Benita se le alegró el ojo cuando lo visitó por
primera vez:
-
Es
ideal para montar el taller, dijo, y tiene sitio de sobra para lo que venga.
-
Lo
que venga no será muy distinguido, a juzgar por el vecindario, repliqué,
simulando no haberla entendido.
-
¡Qué
tonto eres!, sonrió. Tú hazme propaganda en la notaría y en el periódico, y ya verás
qué pronto te dejo atrás.
En fin, aquello
había sido un par de años antes. Ahora estábamos a mediados de 1923 y se me
presentaba una buena ocasión de hacerme valer en la redacción de El Heraldo.
Estuve pensando en temas de actualidad, que encerraran interés humano,
cualquiera que fuera el significado de tan manida expresión. Fui a Mayayo con
una triple sugerencia y él eligió sin dudar:
-
¡Algo
sobre Marruecos! Me parece bien. Pero nada acerca de Ministros o generalotes,
que bastante hinchamos la cabeza de los lectores todos los días con cabilas,
posiciones militares y rifirrafes en las Cortes. Algo que emocione a la gente
corriente y vulgar[5].
-
¿Qué
le parece un reportaje sobre algún aragonés de los que en enero liberaron del
cautiverio de Abd-el-Krim?[6]
-
Deja,
deja, que todavía colea lo del rescate y las gallinas. Mejor sobre
alguno de esos muchachos que, al contrario que los oficiales, se jugaron la
vida por sus compañeros. Que alguno de ellos te cuente su historia y se sepa
qué ha sido de él después de su hazaña… Espera un momento, que voy a telefonear
a alguien que sabe un rato largo sobre el tema.
Descolgó el
aparato y estuvo hablando unos momentos con el redactor jefe de política
nacional. Cuando colgó, ya me tenía listo el encargo:
-
El
cabo Arenzana -me espetó-. Cuando lo de Annual[7],
se portó como un héroe. Luego, como de costumbre, se apagaron los ecos de la
noticia y no se ha vuelto a saber nada de él: ni siquiera si está vivo, ni
dónde pueda parar. Además, creo que era riojano: de aquí al lado, como quien
dice.
Tomé buena nota de
los escasos datos que me proporcionó. La despedida fue de las que Filomeno
solía:
-
Andando,
Ballesteros, y quiero el reportaje para dentro de un mes, a más tardar. ¡Ah!,
con fotografías. ¿Tienes cámara?
Así que un mes,
como máximo… Poco imaginábamos él y yo que el caso del cabo Arenzana tardaría
unos setenta y cinco años en aclararse. De modo que, como ustedes comprenderán,
me fui para el otro barrio sin terminar el reportaje: Hubo de ser un
nieto mío quien tomase el relevo. Si Filomeno hubiese levantado la cabeza,
tendría que haberse tragado uno de sus tópicos favoritos: Aquel que dice que la
historia puede permitirse llegar tarde; el periodismo, no.
***
El cabo Jesús Arenzana Landa, del 68º
de Infantería
(del libro de José María Campos
citado en la nota 2, p. 91)
Como era natural,
mi primera salida en busca del Cabo fue a la ciudad calagurritana. Me habían
facilitado previamente en Zaragoza las señas de un tío de Arenzana, que vivía
en la calle Pastores. Me las prometía muy felices, al presentarme como un periodista
del Heraldo -nada menos-, dispuesto a hacer un reportaje a su sobrino,
pero el recibimiento que me hizo fue glacial:
-
Jesús
no vive en Calahorra desde que era niño. Se fue para Bilbao.
-
¡Qué
contrariedad!, opiné. ¿Me podría facilitar su dirección allí?
-
Podría,
si fuese usted un familiar o un amigo pero, tratándose de un periodista
dispuesto a husmear en su vida, no creo que mi sobrino me lo autorizara.
Me quedé
boquiabierto. Salvo en el caso de acusados o convictos, nunca me habían dado
con la puerta en las narices. Por si acaso me había explicado mal, se lo hice
notar:
-
Pero
es que no se trata de husmear en su vida, sino de recordar al público
aquellos hechos heroicos, tan prontamente olvidados. Además, agregué, mi diario
estaría dispuesto a compensarlo por las molestias.
-
No
creo que Jesús esté tan pobre, como para vender su intimidad al primero que
llegue.
¡No te fastidia,
el tío! Iba a soltarle una fresca, cuando cerró la puerta con estrépito,
dejándome los tímpanos temblando. ¡Pues empezábamos bien! Mientras volvía a
casa, iba pensando -bastante enfadado, por cierto- en la manera de llegar hasta
el tal Arenzana, sin necesidad de viajar hasta el Bocho[8]
a la ventura. Todo, menos admitir ante Filomeno que habían mandado a paseo
a un gacetillero del Heraldo en acto de servicio. Se me ocurrió apelar
al excelente archivo de mi periódico y consultar cuanto hubiese sobre el cabo
Arenzana, allá por el verano de 1921, cuando se había convertido en noticia de primera
página. De paso, me haría con ciertos detalles que podían serme útiles para ir
pergeñando el esquema del futuro reportaje. Aunque resulte un poco extenso, me
voy a permitir una amplia transcripción de la noticia, tal y como la recogía El
Heraldo en su número del 15 de agosto de 1921, sobre los datos ofrecidos
por el cabo Arenzana por carta desde Orán (Argelia), dirigida al Jefe de su unidad,
el Regimiento de Infantería África, número 68, de guarnición en Melilla:
En el camino entre
Dar Drius y Monte Arruit, un poco a la izquierda del mismo, había una pequeña,
pero sólida, edificación de planta y terraza aspilleradas, rodeada por una
alambrada, con el fin de proteger un pozo de agua salobre -verdadero tesoro
para los ganados de la zona-, cuya agua se extraía con una bomba alimentada por
gasolina, custodiada por un cabo y tres soldados de Ingenieros. La posición se
conocía por el Pozo número 2 de Tistutin, y su guarnición de cuatro
hombres, ante el peligro de levantamiento de los rifeños, había sido reforzada
el día anterior al desastre de Annual, por el cabo de Infantería, Jesús
Arenzana Landa, y otros dos soldados de su unidad, habiendo tomado Arenzana el
mando del pequeño fortín.
Entre el 23 de
julio[9] y el 4 de agosto siguiente, la posición fue rodeada y
atacada por decenas -si no unos cientos- de cabileños, pero sus defensores se
negaron a rendirse y contraatacaron, causando a los moros numerosas bajas. Mas,
faltos de alimento y muy escasos de municiones, Arenzana y los suyos llegaron a
un acuerdo con el enemigo: Este respetaría la posición y entregaría alimentos,
a cambio de lo cual se le seguiría suministrando agua del pozo para sus cabras
y ovejas. Así fue cumplido por ambas partes, lo que permitió, incluso, que se
acogieran al pozo un alférez, apellidado Tapiador[10]
y dos soldados, que venían huyendo de otras posiciones y se hallaban
completamente agotados.
Días después, se
acabó la gasolina para el motor del agua, lo que supondría el final del acuerdo
y el ataque final de los sitiadores. Ante esa eventualidad, Arenzana ordenó
-dado que el alférez no parecía estar en condiciones para tomar el mando-
inutilizar la bomba del pozo y los fusiles, puesto que ya no tenían munición, y
salir de noche y por sorpresa de la posición, para tratar de llegar a la
frontera con el Marruecos francés, que decían quedaba a unos noventa kilómetros
al sur. Efectivamente, tras algunas escaramuzas victoriosas, y con la ayuda de
un guía moro amigo, al que llamaban Chibani, lograron llegar todos sanos y salvos a una
posición avanzada francesa, desde donde fueron trasladados hasta Orán, en
espera de ser repatriados a Melilla, lo que se cumpliría sin contratiempos por
vía marítima, a los pocos días de recibirse en la ciudad melillense la carta de
Arenzana, relatando a sus superiores lo resumido en los párrafos precedentes.
El contenido de la carta del Cabo iba
acompañado en la reseña periodística por un informe del teniente coronel
Tamarit[11],
en que se encomiaba la personalidad de Arenzana, de quien decía que era un
voluntario, de 26 años de edad, licenciado en Filosofías y Letras, que tenía
una autoridad moral y un ascendiente beneficioso sobre sus compañeros, siendo
muy querido de todo el regimiento…; pero ni una sola palabra acerca de su
domicilio anterior a incorporarse a filas. Estaba a punto de tirar la toalla,
cuando Felipe, el encargado del archivo del periódico, se ofreció a ayudarme:
-
Tengo
un buen amigo de Bilbao, trabajando en El Noticiero[12],
me dijo. Seguro que puede darnos ese dato.
-
Pregúntale
de paso si anda por allí o todavía está pegando tiros en Marruecos, le rogué.
Y, por favor, que conteste urgentemente: Ya sabes cómo las gasta Mayayo.
-
Por
ser para ti -gruñó afectuoso-, le pondré una conferencia…, a tu cargo, por supuesto.
Al día siguiente,
tenía la respuesta. Jesús Arenzana vivía actualmente en Bilbao, calle Elcano,
24, principal, izquierda[13].
La segunda etapa de su búsqueda estaba en marcha. De camino a mi casa, todavía
me iba riendo del chiste que había hecho Felipe con aquello de las dificultades
para localizar al Cabo, después de tanto bombo que había tenido en un
principio:
-
A
ver si con tanto pote, acabó por caerse al famoso pozo[14].
2. La ley de silencio
Cuando me presenté de improviso en casa de Arenzana, iba
provisto de una doble protección para el caso de que me fuera a tratar como su
tío, el calahorrano. Por un lado, tenía autorización de Mayayo para pagarle
hasta doscientas pesetas por la entrevista, siempre que te cuente de pe a pa
cuanto quieras saber -me advirtió-. Por otro, no le preguntaría
directamente sobre los sucesos de Tistutin -de los que ya había informado con
profusión la prensa, dos años atrás-, sino que me centraría en su vida
presente, en sus recuerdos y en lo que podía depararle el futuro. Para sacarle
de sus casillas, en el mejor sentido de la expresión, le ofrecí:
-
No
querría importunarle en su casa. ¿Quiere que vayamos a algún sitio a tomar el
aperitivo? No conozco Bilbao pero tengo oído que hay unos bares estupendos.
-
Por
ahora estamos bien aquí -replicó, sonriendo-, aunque al final de la mañana sí
que suelo salir a tomar el aire, para despejarme de tanto estudio.
-
No
se hable más -dije, dándole una palmadita en la rodilla-. Tendré mucho gusto en
invitarle a comer. Así podremos charlar más distendidamente y hacer alguna
fotografía en algún sitio bonito[15].
-
Gracias,
contestó. De todas formas, no me gusta hablar de aquellos días: Me traen malos
recuerdos y tampoco creo que lo que hice fuese para tanto.
Yo estaba encantado pues parecíamos haber
roto el hielo sin ninguna dificultad. Vamos, que no había gato encerrado,
contra lo que me figuré en Calahorra. De lo primero que tratamos fue de sus
estudios presentes:
-
En
efecto, estoy preparando oposiciones para Oficial de Prisiones. No es que
tengan mucho que ver con mi licenciatura, ni siento mucha vocación por ese
trabajo, pero supongo que se puede hacer buena labor con los presos y, por otra
parte, las acaban de convocar y hay bastantes plazas. Ya se figurará usted que
no nos sobra el dinero en casa.
-
Me
lo figuro, como estoy convencido de que usted no es de los que gustan de vivir
a costa de los padres. De otro modo, no habría sentado plaza de voluntario[16],
corriendo grave riesgo de que lo mataran en África.
-
En
efecto -me confirmó-. Bastante esfuerzo habían hecho ya costeándome la Carrera.
De todos modos, cuando me incorporé a filas, nadie contaba con algo tan
terrible como lo de Annual y la guerra que vino después. Nos tocó apechugar con
unos sucesos terribles. Estamos vivos de milagro.
Había llegado el
momento de tocar la primera cuestión que podía ser conflictiva. La verdad es
que yo -así, de pronto- no podía explicármela:
-
En
efecto, no están las cosas como para permanecer en Marruecos indefinidamente.
No obstante, me parece extraño que usted, después de ascender a sargento por
méritos de guerra y haberse convertido en un héroe nacional, cuelgue el
uniforme y se avenga a un destino oscuro en las prisiones españolas…, si es que
logra aprobar las oposiciones.
Se quedó con la
boca entreabierta, como buscando una réplica verosímil. Por si acaso no la
encontraba y se ponía a la defensiva, invertí los términos de mi interrogante:
-
Bueno,
que los valientes se retiren tras unos años de brega es lógico. Lo que yo no
comprendo es que el Ejército los deje marchar, cuando tan buen ejemplo dieron
en momentos peliagudos, mientras muchos jefes y oficiales echaban a correr.
Noté que Arenzana
se tranquilizaba y escogía las palabras justas para quedar bien:
-
¡No
iban a retenerme a la fuerza! La verdad es que, ascendiéndome a sargento, me
dieron la oportunidad de quedarme de profesional en el Ejército[17],
pero no me veía paseando indefinidamente por los cuarteles mi fama de héroe, no
del todo merecida. Así que, con lo ahorros hechos, me vine para casa, dispuesto
a ganarme la vida como civil. De eso hace ya unos meses y, ya ve, casi nadie se
acuerda de mí.
-
Eso
no es del todo cierto, protesté. Aquí estoy yo, sin ir más lejos, para
refrescar la flaca memoria de la gente, que tan pronto olvida a los hombres
modelos, tal vez para no avergonzarse de no imitarlos.
Arenzana se puso
muy serio de repente y, bajando la voz, me confió:
-
Precisamente
eso es lo que no quiero que suceda, Señor Ballesteros. Lo pasado, pasado, y yo
no soy nadie para dar ejemplo, ni constituirme en un modelo. Si su reportaje se
reduce a contar qué ha sido de mi vida en los últimos tiempos y a qué pienso
dedicarme, estoy de acuerdo y lo ayudaré en su propósito. Pero, si van a
sacarme, una vez más, los colores con lo del héroe del Pozo número 2 y a
pedirme que narre los detalles de aquellos días tremendos, me niego en redondo
a colaborar. Ya se habló y escribió demasiado en los primeros meses. Ahora, mi
propósito es el de olvidar y que me olviden. ¿Que ya lo he conseguido? Pues
tanto mejor. No quiero otra cosa.
Era lo que me
temía. Por fin había tropezado con el muro de silencio que esperaba y que, por
otra parte, me era imposible superar. Estaba a merced del Cabo, pues razones le
sobraban para rechazar toda evocación adicional: timidez ante el papelón de
héroe; defensa psicológica para olvidar los peores momentos de su vida; deseo
de no repetir lo leído cien veces y de pasar desapercibido ante sus convecinos…
Por si acaso podía convencerlo por el interés, aludí a una sustanciosa
gratificación económica por su atención y por su tiempo. Todo fue en vano.
Acabó por disculparse de una forma que me llamó la atención:
-
…
Cuando se remueven tan tristes recuerdos, al final acaba por perjudicarse a alguien.
-
Pero
¿a quién? Todos sus compañeros del pozo también se comportaron como bravos y
así se hizo constar.
-
No
crea usted. Al alférez le buscaron las vueltas, el pobre, que estaba
completamente deshecho y con la cabeza perdida.
-
Pues
cuénteme lo que quiera sobre él y procuraré rehabilitar su figura.
Titubeó por un momento, pero volvió a
las andadas:
-
Deje
que se defienda por su cuenta, no vayamos a complicar más las cosas.
Se había hecho la
hora de comer. Así se lo hice saber:
-
¿Le
parece que vayamos bajando? De camino, o después, podemos sacar unas fotos.
No debí recordar
en ese momento lo de las fotografías porque le hizo cortar por lo sano:
-
Estoy
un poco cansado de tanto hablar. Gracias, pero mejor no le acompaño. Lo que sí
haré es recomendarle una buena casa de comidas aquí cerca, ya que no conoce
Bilbao.
Se negó a posar en
su casa. Según me dijo, no quería que lo volviesen a señalar por la calle.
-
No
creo que lean por aquí El Heraldo de Aragón, protesté.
-
Seguro
que en su periódico conservan alguna foto mía de hace un par de años, se
disculpó.
Por si acaso, ante
lo amable de la despedida, le adelanté que tal vez lo volvería a molestar,
para completar alguna parte de la entrevista, toda vez que no había tomado
notas durante ella. Sonrió enigmáticamente y tan solo agregó:
-
Si
no es mucha molestia, mándeme un ejemplar del número en que salga mi reportaje.
-
Descuide,
aseguré. Si lo que hemos hablado da para ello, se lo haré llegar.
Ya comprenderán,
por mi respuesta, que dudaba mucho de que mi trabajo pudiera cuajar en lo que
Mayayo consideraría digno de publicarse. Y, desde luego, estaba más dispuesto a
arrancarme una muela que a volver a tratar con un Arenzana: Por fas o por
nefas, era más circunspecto que un cortesano de la Casa Real.
***
Filomeno Mayayo
era un filón de sorpresas. Tras escuchar mi versión de los hechos y, al mismo
tiempo, hojear mi resumen de la entrevista con el Cabo, me miró de hito en hito
y aseveró:
-
Ese
tío oculta algo.
-
¡Hombre!
-repliqué-, puede haber otra media docena de razones más probables, por las que
haya decidido contar las cosas a medias.
-
¡Y
una mierda! -exclamó sin ninguna vergüenza-. No te ha dicho ni media. ¿O es que
crees que es una primicia el que esté preparando oposiciones para ir a la
cárcel?
-
Pues,
dicho así, sí que resulta una primicia -bromeé-. En fin, ya veo que lo que he
traído no le parece publicable. Lamento lo que he tenido que gastar, que
descontaré de las doscientas pesetas, y en paz: A pensar en otro tema.
Alférez Ildefonso Ruiz-Tapiador
(gentileza de www.villadeorgaz.es)
El Director dio un manotazo al aire:
-
¡De
eso nada! No va a librarse de nosotros, así como así. Vas a seguir con el
reportaje, solo que dando de lado al Cabo. Y, por si todavía estás un poco
verde, voy a darte dos nombres en los que escarbar: Picasso y ese alférez…
-
Tapiador.
-
Pues
Tapiador. Así que andando, que es gerundio. Demoraremos la publicación un par
de semanas.
Dijo esto último
como si me hubiese perdonado la vida. ¡Dos semanas más para descubrir lo que,
según él, parecía el misterio del siglo! Era inútil llevarle la contraria,
salvo con argumentos del bolsillo:
-
Puede
resultar caro, jefe. Picasso está en Madrid y Tapiador, a saber dónde.
Filomeno era
irreductible:
-
Acaba
de gastar las doscientas y voy a extenderte un cheque de caja por otras tantas.
Pero tienes que aprender a hacer economías.
Resultó que no
tenía tan mal corazón. El talón que me entregó era por quinientas pesetas. Se
lo hice saber y gruñó:
-
¡Cuándo
aprenderás que el Director no se equivoca nunca!
Primera plana de El Heraldo de
Aragón del 24 de julio de 1921
3. El Expediente y el pagano de
esta historia
Para mediados de 1923, cuando me vi enfrascado en el
reportaje que les cuento, el general Picasso había concluido su famoso Expediente[18],
aunque el mismo seguía dando vueltas en las Cortes y todavía no había dado
lugar a la celebración del consiguiente consejo de guerra, que casi todo el
mundo esperaba. Pero los periodistas somos gente avezada en hacernos con la
información…, siempre que nuestros editores y directores no quieran tapar
los asuntos. Uno de los profesionales más cultos y acreditados de Madrid, apellidado
así, precisamente, había decidido poner un amplio resumen del trabajo de
Picasso a disposición de la opinión pública[19].
El resultado fue un conocido libro, publicado en 1922, al que decidí acudir con
el propósito de ahorrarme la aventura de un viaje a la Capital, para tratar de
acceder a una copia íntegra del Expediente. Y, de entrada, no encontré mucho
más que lo reflejado en las noticias de prensa dadas en caliente, a las que me
he referido en el capítulo primero[20];
pero sí ofrecía novedades, al reflejar las decisiones que había tomado el
general Picasso ante los hechos del Pozo número 2 de Tistutin:
Una, la de apoyar
la solicitud de la Cruz Laureada de San Fernando[21]
para los dos cabos[22],
así como distintas recompensas para los soldados, ya que consideraba que su
actuación en las condiciones vividas había sido de heroicidad notoria. La otra
fue informar a la Fiscalía del Consejo Supremo de Guerra y Marina sobre la
actitud del alférez Ruiz Tapiador, por si fuera constitutiva de delito. En virtud
de esta última notificación, el Fiscal promovió proceso criminal contra dicho
alférez, con el resultado que más adelante reflejaré.
Eran pocas las
novedades, pero me abrían dos caminos razonables de investigación. Uno era el
del procedimiento de concesión de la Laureada que, según me informaron, no era
corto ni fácil, pues no se quería cometer ningún error al conceder una
recompensa tan prestigiosa[23].
El otro -que me agradaría transitar-, era el de charlar con el alférez
Tapiador. Nos informamos en El Heraldo y resultó que, después de pasar
mucho tiempo de baja por enfermo, se había reincorporado al Regimiento San
Fernando en Melilla. ¡Y no era nada, viajar de Zaragoza a Melilla, estando
en curso la guerra de Marruecos, y con mala pinta para los españoles! Tuve que
estudiar el tema a fondo y preparar una acción a dos bandas, con Mayayo y con
mi mujer. Desde luego, lo primero era convencer a mi Director de que el Alférez
era indispensable para descifrar el enigma. Fui a visitarlo, cuando ya empezaba
a calentar el mes de junio junto al Ebro, y le dije, faltando en parte a la
verdad:
-
He
estado leyendo el Expediente Picasso y todos los compañeros de Arenzana apoyan
cuanto este ha declarado; de modo que, si hay gato encerrado, el único que
puede abrir la gatera es el alférez Tapiador, que siempre se ha acogido al
cómodo subterfugio de que no recordar nada de lo sucedido.
-
Bueno
¿y qué? -replicó Filomeno-. Tal vez sea verdad, después de todo lo que le tocó
pasar. Además, con un consejo de guerra pendiente, ¿crees que se te va a abrir
como una margarita al amanecer?
-
¡Qué
poco confía en mis dotes de perspicacia y persuasión, jefe! Yo creo que
Tapiador, en el fondo, está esperando solo una oportunidad para poner a
Arenzana en su sitio y reivindicarse él. Si le tiramos de la lengua, seguro que
canta. Y, en último extremo, no habré perdido el viaje: Tendrá usted una
impresión de primera mano sobre Melilla en guerra, que seguro podrá aprovechar
para un reportaje de dos páginas en Negro sobre blanco.
Al Director se le
alegraron los ojillos. Me rectificó:
-
¿Y
por qué no de cuatro planas? Podrías dejarte caer por el frente y…
-
¡Ah,
no, jefe! ¡Ni se le ocurra! Yo soy un modesto reportero sobre temas de interés
humano, no un corresponsal de guerra. Además, estoy esperando mi segundo
retoño.
Mayayo recogió
velas de lo que quizá solo había sido una perversa sugerencia:
-
Está
bien, hombre, y que sea enhorabuena. Quedamos en que tienes una semana para ir
a Melilla, entrevistar al Alférez y a quien se te ocurra, y volver. ¿Te queda
algo del dinero del cheque?
Me enfadé un poco:
-
Seguro
que tengo bastante, si viajo de polizón en los mercancías y pernocto en algún
aduar.
El Director tiró
de chequera y dispuso en mi favor de otras quinientas pesetas. Pero aún faltaba
tratar de algo importante: preparar el campo con mi Benita.
-
Digo,
jefe -agregué-, que, para que mi mujer acepte lo del viaje sin echarme de casa,
voy a tener que decirle que marcho obligado, bajo amenaza de perder el puesto,
si me niego a ir a Melilla.
Mayayo sonrió, con complicidad:
-
Pierde
cuidado -aseguró-. Tengo experiencia con esposas a quienes les gustaría
tenernos atados a la pata de la mesa camilla.
***
Resultó que el
alférez -ya teniente- Tapiador era poco más que un chiquillo, que no había
cumplido aún los veintidós años. Moreno, de mediana estatura, de complexión
trabada, tenía más de labriego meseteño que de apuesto oficial de Infantería.
Su rostro, de gesto dulce, parecía aún menos enérgico por las secuelas
persistentes y visibles de lo que había sufrido cuando Annual:
-
Va
a hacer ya dos años -me confesó- pero todavía no me he repuesto del todo y
tengo que andar entrando y saliendo de la enfermería y tomando pastillas y
reconstituyentes. A veces doy en pensar si no habría sido mejor caer con todos
los compañeros de Azugar[24],
en lugar de pasar por este calvario.
-
No
diga eso, teniente. ¡Anda, que no le quedan años por delante! ¡Como para llegar
a general!
-
Sí,
sí, replicó. ¿No sabe que van a someterme a consejo de guerra por delito contra
el honor militar? Me veo volviendo avergonzado a Orgaz, a trabajar las tierras
de mi padre[25].
-
Precisamente
de algo de eso quería hablarle -aproveché la ocasión-. Por razones profesionales,
he analizado lo sucedido en el Pozo número 2 y, la verdad, hay cosas que no
están nada claras.
Seguidamente, le
hice un resumen de mis poco fructíferas indagaciones, así como de las sospechas
que había acabado por concebir respecto de la heroicidad de Arenzana, en
vista del secretismo del interesado. Para mi sorpresa, Tapiador no mostró mayor
interés, sino que insistió en su amnesia de lo sucedido. La verdad es que algunos
detalles eran espeluznantes:
-
Sabrá
usted -me relató- que, tan pronto fuimos saliendo de la posición de Azugar mis
quince hombres y yo, los moros, no respetando los términos de la rendición,
pasaron a todos a cuchillo, no siendo yo mismo -y quizás algún otro-, que logré
escapar a campo traviesa. Pasé cinco días vagando por la zona, tratando de
encontrar alguna fuerza amiga en retirada y, a la vez, ocultándome de los
rifeños. No tenía nada que comer y bebí mi propia orina para hidratarme. Al
final, desmayado y medio loco, me echó mano una partida de cabileños y, tal vez
compadecidos de mi estado[26],
me llevaron con ellos hasta el famoso pozo de Tistutin, pero la verdad es que
apenas recuerdo nada de lo que allí encontré, ni lo que sucedió en los días que
pasé con el cabo Arenzana y los demás.
-
A
mí -comenté- me parece extraño que los moros entreguen a un oficial español a
soldados de su mismo Ejército, en vez de pedir un rescate, como acostumbran.
¿No sería que también los de tropa eran ya prisioneros de los rifeños?
-
No
puedo decirle. Lo que sí estoy por asegurar es que, contra lo que me achaca el
Fiscal, a mí nadie me ofreció ponerme al frente de la posición; claro que
tampoco estaba en condiciones de tomar el mando.
-
Tal
vez no había ningún mando que tomar -deduje dubitativamente- porque eran los
moros los que controlaban la situación, también dentro del pozo.
-
¡Qué
quiere que le diga! Lo único cierto es que una noche nos escapamos del pozo y,
Dios sabe cómo, llegamos al Marruecos francés o, cuando menos, a una posición
avanzada, donde nos auxiliaron.
Poco más podía
aclarar por aquella parte; de modo que pasé a momentos más recientes:
-
¿Volvió
a ver a Arenzana, después de regresar de Orán?, inquirí.
-
No.
Los dos somos de Infantería, pero de regimientos diferentes. Me consta que,
mientras yo estuve dos meses hospitalizado, lo ascendieron a sargento y hasta
se dice que abrieron información para concederle la Laureada, pero todo lo
conozco de oídas.
-
A
mí -afirmé- no me cuadra que, después del ascenso y de la fama de héroe, deje
el Ejército y se vuelva a su casa a preparar oposiciones; y, a todo esto, sin
que se vuelva a oír hablar de él, ni de la condecoración. ¿Qué rumores han
corrido por Melilla a este respecto?
Tapiador se
mostraba remiso a hablar sobre el tema:
-
Mire
usted -me dijo-, Arenzana está considerado un héroe: así lo reconocen el
general Picasso y el Fiscal del Consejo Supremo de Guerra y Marina. Por otra
parte, doy por seguro que, de no ser por él y sus compañeros, yo habría muerto,
o permanecido cautivo hasta enero de este año[27].
Por tanto, les estoy agradecido y no contribuiré a esparcir basura sobre su
honra. Lo único que voy a informarle es que, según mi Defensor, debo estar
tranquilo respecto del consejo de guerra, pues no se me puede reprochar que no
asumiese el mando de la posición del Pozo, siendo así que Arenzana y los otros
compañeros ya habían sido dominados por los moros y, en realidad, estaban
prisioneros. Pero, ya sabe usted los inventos que urden los defensores ante los
tribunales, para sacar con bien del paso a los acusados. Él lo afirma, pero yo
no puedo corroborarlo: Ya le he dicho que no me acuerdo de nada.
Eso fue todo. Me
despedí con afecto, deseándole lo mejor para su próximo consejo de guerra, y
dediqué un par de días a merodear por Melilla, recogiendo confidencias y
haciendo fotos, para hacer feliz a Mayayo. Me habría gustado entrevistar a
compañeros de Arenzana, pero su regimiento, el África número 68, se
hallaba combatiendo en el Rif. Por tanto, recogí mis trebejos y mis
reflexiones, y volví para Zaragoza, con los bolsillos vacíos y algunos
regalitos para mi esposa e hija, pero no piensen mal: los obsequios corrieron a
cargo de mi propio peculio.
El Pozo nº 2 de Tistutin (gentileza
de www.villadeorgaz.es)
4. Más palos de ciego
En honor a la
verdad, les diré que, antes de tomar en Madrid el exprés de Zaragoza, di en
pensar que el Archivo General Militar radicaba en Segovia, bien cerca de la
Capital. ¿A qué hacer luego un viaje exprofeso a la Ciudad del Acueducto para
informarme del expediente sobre la Laureada de Arenzana? Así que cogí el
indescriptible autobús de La Sepulvedana y me planté en la recoleta
Segovia, no para hacer turismo, sino para dar con el otro extremo del hilo de Ariadna:
Cada vez tenía más claro que, si el Cabo no había sido aún condecorado, era
porque algo extraño se habría descubierto en el proceso contradictorio,
esa especie de investigación inquisitorial previa a la concesión de la máxima cruz
al valor militar.
Como seguramente
sabrán, me tocó subir la cuesta y las escaleras ilustres del Alcázar, que es
donde radica el Archivo Militar. Llegué jadeante, para toparme con la más
notoria obstrucción de que se me ha hecho objeto en mi ya dilatada vida de
reportero:
-
¿Arenzana,
dice usted? ¿Una Laureada? No me suena, voy a preguntar.
El inexpresivo
sargento que me recibió se levantó y pasó a un despacho adjunto, de puertas
encristaladas. Por él salió a los pocos momentos, acompañado de un capitán que
cojeaba ostensiblemente. Un inválido de guerra, me dije, al tiempo que
le ponía mi mejor sonrisa.
-
¿Así
que es usted periodista de El Heraldo?, me preguntó por retórica pues
acababa de confiárselo al sargento, a guisa de presentación.
-
Sí,
capitán. He hecho un largo viaje, pero es que en La Rioja y en Aragón se tiene
mucho interés en el héroe del pozo número 2.
-
Pues
me temo que haya hecho el esfuerzo en vano -me espetó-. La documentación sobre
las Laureadas es secreta durante cincuenta años.
Debió de verme tal
cara de indignada sorpresa, que se avino a que pasara a su despacho y me
sentara, para recibir la pertinente explicación.
-
Es
muy fácil de entender -resumió-. Si la Laureada se concede, aparece el Decreto
en la Gaceta[28]
y, si no, permanecen reservados los motivos, para no perjudicar al aspirante.
De otro modo, el solicitante quedaría en situación deshonrosa.
-
¿Quiere
eso decir que le han denegado la cruz al cabo Arenzana?, pregunté con toda la
intención del mundo.
-
Veo
que no está usted bien informado -replicó el capitán, saliéndose por la
tangente-. Arenzana ya no es cabo, sino sargento, y no fue él quien solicitó la
recompensa, sino sus superiores.
-
Pero,
en cualquier caso, ¿se la van a conceder o no?, insistí, levantando la voz un
poco más de la cuenta.
-
¿No
acabo de decirle que es materia secreta? -el oficial levantó la voz más
todavía-.
-
¿También
para el sargento Arenzana? Tengo el gusto de conocerlo y no creo que me oculte
la información, salvo que ustedes se lo prohíban.
El capitán se
encogió de hombros, al tiempo que se incorporaba para dar por terminada la
conversación:
-
Él
verá lo que hace. Es muy dueño.
Mi desastrada
gestión había durado un cuarto de hora. Tenía tiempo para relajarme antes de
coger el autocar de vuelta. Me di una vuelta por la catedral y entré a tomar un
bocadillo en un bar cercano. ¡Casualidad! En una mesa estaba el sargento
-Ayuso, me dijo que se llamaba-, que me hizo una seña amistosa.
-
No
lo tome a mal -justificó, cuando me acerqué-; son las normas. No sabe usted lo
puntillosos que somos los militares en lo tocante a condecoraciones. ¡Y la
Laureada! No se imagina lo que supone llevarla prendida al pecho: ¡la
inmortalidad!
-
Bueno,
concedí a regañadientes; pero supongo que, si no se la dan a uno, tampoco será
la muerte civil. Siempre pueden conseguirse otras medallas, aunque sean de
menos pelo.
-
Desde
luego, pero no es lo mismo, ni muchísimo menos. Además -me dijo en un susurró,
tirando de mi chaqueta hacia abajo-, ese no es el caso de Arenzana, que se ha
ido de vacío al licenciarse… Y no se le ocurra citarme en el reportaje, que me
busca la ruina.
-
Tiene
mi palabra, aunque no me ha dicho nada que no pueda leerse en la Gaceta;
mejor dicho, que no pueda no leerse[29].
Al salir le puse
una mano en el hombro en señal de afecto y, por supuesto, pagué también su
consumición. Todavía me acuerdo de cuál era: café solo y una copita de Anís
del Mono.
***
Mi primera
colaboración en el suplemento Negro sobre blanco llevaba por título Melilla
recupera sus fuerzas. Era una improvisación bastante ignara sobre lo
poquísimo que había visto y oído en el par de días que pasé allí, más tres
fotos, con vistas de la Plaza de España, el fortín de la Reina Regente y el
puerto, con un crucero en primer plano. Ni palabra, desde luego, de mi
entrevista con Tapiador, que hube de contar con pelos y señales a Filomeno
quien, haciendo de Sherlock Holmes, trataba de descifrar hasta la última
intención oculta en cada palabra. Otro tanto hizo con las del capitán y
el sargento Ayuso, del Alcázar segoviano. Finalmente, entre sorbo y sorbo del
café largo que encargaba a media mañana, decidió que era el momento de darme
una lección porque -según empezó diciendo- los buenos periodistas se
distinguen cuando les fallan las fuentes.
-
No,
si a mí, fantasía no me falta -repliqué amostazado-. Lo que pasa es que creí que
tenía que hacer un reportaje, no un cuento de moros y cristianos.
Como si hubiera
oído llover, la emprendió con su luminosa interpretación de lo poco que acababa
de escucharme:
-
La
cosa está clarísima -empezó Mayayo-. Hay un cabo pobre, pero con cultura, que
se ve metido de cabeza en un buen fregado y sale de él lo mejor que puede. Eso
no lo vas a negar: Toma el mando; no matan ni hieren a nadie y, a la postre,
consentido o no, logran llegar todos al Marruecos francés, que estaba a un
montón de kilómetros de Tistutin. ¿Sí o no?... Ese Arenzana es un tío de
recursos y que se mete a los compañeros en el bolsillo. ¿Estamos?
-
Estamos,
jefe, estamos.
-
Pues
vamos adelante. Ya sea porque en el Pozo haya contemporizado en demasía
con los moros, ya porque quiera apuntarse un tanto y ascender, va y desde Orán,
aprovechando el tiempo que han tenido entre los franchutes, convence a sus
compañeros, preparan un relato en común y se lo manda por carta a su jefe, en
Melilla. Nada del otro mundo, pero muy bien traído, gracias al pozo, la
gasolina y las cabras de los rifeños. Solo hay un pequeño incordio…
-
Usted
dirá, jefe.
-
Pues
el alférez Nosecuantos…
-
Tapiador.
-
Pues
eso. Un oficial no se deja convencer por un puñetero cabo; pero este
tiene dos ventajas: Tapiador no sabe lo que pasó los primeros días y, además,
está completamente ido, alelado por el agotamiento. Pueden decir lo que
quieran, que el alférez no se ha enterado de nada y, además, es un panoli.
-
¡Hombre,
jefe! Tanto como eso…
-
¡Un
panoli, un flojo, un primo de tomo y lomo! ¡Pues no ves cómo se despacha
todavía ahora, dos años después y con un consejo de guerra esperándolo!: Que lo
que dice su defensor será así, o no será, porque ya se sabe que los defensores
tiran para sus patrocinados… Ese es capaz de llegar al juicio y seguir con lo
de que no se enteró de nada y se bebió su orina. ¡Qué guarrada! Nada, lo dicho,
un tontaina pero, con todo y eso, Arenzana se pasó…, o no creyó que lo que
decía tenía la importancia que le dieron esos leguleyos de uniforme, mejores
para buscar las vueltas a sus compañeros, que para plantar cara a los rifeños.
-
Cada
uno cumple con su papel, jefe. Pero ¿en qué piensa que se excedió Arenzana?
-
Pudo
haber dicho -y habría sido verdad- que el alférez estaba tan desnortado, que
decidió seguir él mandando la fuerza, hasta que el pobre Tapiador se recuperara;
pero, en vez de eso, sale con que le ofreció tomar el mando y el alférez no
quiso; bueno, o eso es lo que han entendido los auditores militares, que han empapelado
al pobre oficial -un chavalillo, o poco más- por delito contra el honor
militar. ¡No te cruje! El honor militar… ¡Como si el Ejército no lo
hubiese perdido de antemano, cuando salieron huyendo de Annual! … El hecho es
que el fallo está ahí: la presunción de un cabo y sus amigos le puede costar la
carrera a un buen hombre sin culpa ninguna. Y, a la recíproca, el defensor de
Tapiador va a hurgar y hurgar, hasta que saque la verdad a la luz o, cuando
menos, pille a Arenzana en su renuncio. ¡Ojo a ese consejo de guerra! Me juego
una cena a que se van a oír allí cosas muy jugosas.
-
Eso
será si Tapiador se decide a hablar, que lo dudo.
Me miró con
condescendencia. Estaba cansado de perorar y todavía le faltaba ofrecer su
brillante versión de lo que había quedado implícito en las manifestaciones de
los dos militares del Alcázar de Segovia. Se levantó y me dijo:
-
Anda,
vamos a tomar el aperitivo. Por hoy, vienes con los redactores jefes y conmigo.
Luego, ya repuestos, volveremos aquí y te sigo contando.
Nunca había visto
a Filomeno tan orondo. No sé si no le habrían saltado los botones de la camisa.
***
Antes de pasar a
lo de Segovia, todavía tenía Filomeno cuerda para lo melillense:
-
¿No
has oído lo de morir de éxito? -me preguntó-; pues eso es lo que le pasó
a Arenzana cuando lo propusieron para la Laureada. Seguro que le sentó como una
patada en los mismísimos.
-
¡Hombre,
jefe!
-
¡Tu
dirás! Una cosa es contar un cuento corto y otra aguantar una investigación
como la que hacen para dar esa condecoración. ¿No te acuerdas de lo del famoso
comandante Franco[30]?
Pues, si a él le pusieron pegas, figúrate qué no harán con un pobre cabo.
-
¿A
dónde quiere llegar, señor Mayayo?
-
A
que le habrán apretado tanto las clavijas, que habrá tenido que acabar por
contar la verdad; y, si no ha sido él, lo habrán hecho sus compañeros.
Para quedar bien, le salí con un
italianismo, y errado además:
-
Si
non è vero, è ben trovato[31].
-
¡Bah!,
dijo fingiendo modestia. Y ahora vamos con lo del Alcázar de Segovia.
Filomeno estaba
embalado. Para empezar, sacó punta a lo alegado por el capitán:
-
Lo
primero de todo te aclaró que la cruz no la había pedido Arenzana, sino sus
jefes. Eso quiere decir que el cabo quería pasar lo más desapercibido posible,
pero sus superiores quisieron fabricarse un héroe de su Unidad, un
hombre del pueblo; se metieron donde nadie los había llamado y, queriendo hacer
un favor, la liaron parda.
-
No
creo que al cabo le amargase aquel dulce: Era la lógica consecuencia de la
carta enviada por él desde Orán.
-
Y
luego -prosiguió Mayayo-, lo que te dijo cuando le amenazaste con ir a
Arenzana a que te contase lo que él no podía, o no quería, relatar. ¿Cómo fue
la expresión exacta?
-
Que
Arenzana vería lo que hacía; que era muy dueño.
-
Eso.
¿Qué forma hay de decir con más claridad que, si hablaba, iba a ser en
perjuicio suyo? Por eso estuvo el Cabo tan esquivo contigo, y no creo que
merezca la pena que vuelvas por Bilbao, porque volverá a salirte por peteneras.
-
Descuide,
jefe. Ya he tenido bastante.
-
Y
ahora, prosiguió, lo de ese sargento tan locuaz. Te lo dijo con todas las
letras. A Arenzana, ni le van a dar la Laureada, ni siquiera una medalla de la
Virgen del Pilar. ¿Qué quiere decir eso? … Pues que no ha hecho nada que
merezca recompensarse y que se han quedado la mar de tranquilos viéndolo tomar
la de la puerta del cuartel.
Parecía como si,
¡al fin!, no tuviera ya más que decir, pero aún le quedaba algo:
-
No
creas que me doy por vencido y te dejo tranquilo. Ahora, más que nunca, estoy
dispuesto a llegar hasta el fondo; pero vamos a esperar a que nos den hecha una
parte del trabajo. Aguardaremos a la celebración del consejo de guerra contra
Tapiador, a ver qué trapos sucios saca a relucir su defensor. Luego, nos
pondremos en acción.
En amarillo, la zona geográfica donde
está Tistutin
5. La verdad casi se abre paso
El martes, 11 de septiembre de 1923, entré exultante, sin
avisar, en el despacho de Filomeno, con un ejemplar de La Voz[32]
en las manos:
-
¡Jefe,
jefe!, voceé, ¡ya está, ya lo tenemos! ¡Han absuelto a Tapiador!
Mayayo cogió
ávidamente el periódico, leyó por donde lo llevaba abierto y, al punto, me lo
devolvió con cara de decepción. ¡Pues vaya detallistas que son los colegas!,
exclamó con ironía.
-
Se
ve que es una noticia de agencia, disculpé. Más o menos traen lo mismo todos
los diarios que recogen la noticia.
El tenor literal
de lo que había desilusionado a mi Director era el siguiente:
El teniente
estuvo vagando hasta el día 29, en que llegó a Batel, donde le hicieron
prisionero. Fue conducido al pozo número 2 de Tistutin, donde ya se hallaban prisioneros
el cabo Arenzana, que luego inventó la defensa de dicho pozo, y seis soldados…
-
Pues
a mí me parece bastante, disentí. No es poco llamar invención a lo que Arenzana
dijo que había hecho.
-
Eso
es lo que afirma un periodista anónimo, seguramente por creer la versión del
defensor; pero lee lo que dice del Fiscal.
Lo hice en voz
alta. Era brevísimo, pero contundente:
-
El fiscal pidió para el procesado seis meses de prisión. El Consejo se
retiró a deliberar, y dictó sentencia, que fue absolutoria.
-
Ya
veo por dónde va usted, admití, pero no es menos cierto que el tribunal no le
dio la razón y absolvió a Tapiador.
-
Como
vienen haciendo la gran mayoría de los Consejos, por vergüenza o por piedad,
pero no en justicia. Ya se sabe -agregó-, la guerra sigue; así que borrón y
cuenta nueva.
Dejó pasar unos
momentos y prosiguió:
-
No
me vale, Ballesteros, no me conformo con buenas componendas. Hemos gastado
tiempo y dinero, y tenemos que llegar hasta el fin… Y creo que he dado con la
persona indicada para que te oriente: un capitán de Estado Mayor destinado en
Capitanía General. Estuvo a las órdenes de Picasso durante la confección del
Expediente y lo sabe todo del famoso dossier; y de lo que no sepa, no le
dolerán prendas en informarse, o en abrirte camino para que te informes tú.
-
Estupendo,
jefe. Mañana mismo voy a…
-
Alto,
alto, mi resuelto reportero. El capitán Plaza marchó el año pasado destinado a
Valladolid; pero voy a escribirle inmediatamente, exponiéndole el caso y
rogándole que te reciba a la mayor brevedad[33].
Por mucha prisa
que nos diésemos, estaba visto que, a partir de entonces, andaríamos con el pie
cambiado. En efecto, en la medianoche del 12 al 13 de aquel mes de septiembre,
el general Miguel Primo de Rivera sacaba las tropas a las calles de Barcelona,
y el 15 del mismo mes, Alfonso XIII lo llamaba a palacio y ponía en sus manos
el gobierno de España. Y todos decían que el militar y el rey tenían un mismo
objetivo: evitar que siguiese salpicando al Ejército y a la Corona la
inmundicia de Marruecos. De modo que -repito- andábamos con el pie cambiado,
buscando la verdad en el desastre de Annual, cuando los poderosos querían
olvidar. La verdad, yo habría mandado el reportaje a paseo, pero también estaba
Filomeno Mayayo, y ya se sabe lo tercos que son algunos maños[34]…
***
El capitán de
Caballería, del Cuerpo de Estado Mayor, Don Carlos Plaza López, era un
entusiasta del Expediente Picasso, si bien -no le dolieron prendas al
reconocerlo- estaba muy disgustado del uso que los políticos y los tribunales
militares estaban haciendo de él. Y ahora, con Primo de Rivera en el poder…
-
No
nos queda sino escuchar el sonoro carpetazo que van a dar a los resultados de
la investigación. Ya lo ha dicho el General, que concederá amnistía a los
acusados, si es que el Consejo Supremo se atreve a condenarlos. De hecho, vea
lo que está pasando con los oficiales y jefes de medio pelo en los
consejos de guerra de Melilla: absolución tras absolución.
Estábamos
charlando en una de las saletas de la residencia de oficiales del cuartel de Farnesio[35],
en Valladolid, en cuyo regimiento mandaba Plaza uno de los escuadrones.
-
Como
estoy soltero -me aclaró-, aquí estoy en la gloria: libre y bien atendido. Pero
vamos con lo que quiere usted saber pues el amigo Mayayo no ha sido muy
explícito en su carta.
Le puse en
antecedentes de todo cuanto ustedes ya conocen. En algún momento me pareció que
el capitán contenía la risa, pero mantuvo la compostura tomando algunas notas
en un bloc que reposaba en el velador. Al concluir mi exposición, cogió la
libreta y fue aclarándome cosas, sin dejar de mirar las hojas:
-
Para
empezar, ya cuenta usted con todo lo que de la hazaña del Pozo narraron en su
día los periódicos. En segundo lugar, puede dar por seguro que Arenzana fue
corroborado por sus compañeros y superiores pues, de otro modo, no se habría
pensado en concederle la Laureada. En tercer lugar, si a estas alturas no se
sabe nada de la condecoración, es lo más probable que hayan decidido archivar
la información y denegarla. Cuarto: lo que se deduce del juicio y absolución
del Alférez afianza el que se haya descubierto la falsedad del relato del Cabo.
Ahora bien: ¿Hasta qué punto llegó Arenzana con sus mentiras? Y ¿por quién fueron
descubiertas? Si dejamos de lado al Alférez que, por lo que a usted le dijo, no
recordaba nada, tiene que haberse ido de la lengua algún compañero del Cabo.
-
No
lo creo, repliqué. Por lo que yo sé, todos lo apoyaron.
-
¿Seguro?
Por mi experiencia acerca del Expediente, me consta que, en un principio, se
tomó declaración a todos los testigos presentes, pero luego hubo un goteo
durante meses de manifestaciones de ausentes, heridos o desaparecidos. Podría
ser que alguno de ellos, a posteriori y sin conexión con Arenzana, hubiese
dicho la verdad y descubierto el cotarro. Yo tengo medios de aclararlo, si es
que el testigo veraz ha declarado en el Expediente pero, como lo haya hecho en
el contradictorio de la Laureada… En fin, vayamos por partes.
Quedamos en que,
ante todo, comprobaríamos si el renuncio de Arenzana figuraba en el Expediente
Picasso. De no ser así, Plaza procuraría enterarse de quién había sido el
instructor del informe sobre la Laureada y procuraría sonsacarlo:
-
Eso
de que el informe es secreto por razones de honor es pura teoría -aseguró-, y
más si el afectado es un individuo cualquiera de tropa, como Arenzana. Con una
razón medianamente plausible, estoy seguro de que me darán toda clase de
explicaciones: Les encanta poner a los héroes de pacotilla a la altura del
betún.
Nos despedimos,
con el compromiso de mantenernos en contacto y compartir toda la información
que tuviésemos. Para acabar, me preguntó:
-
¿Y
qué, cómo ha digerido Don Filomeno el golpe de Estado de Primo?
-
Pues
no muy bien, la verdad. Ya sabe que siempre ha sido un liberal…, según dicen,
que yo lo conozco desde hace no mucho.
-
Recomiéndele
de mi parte que aguante la bilis. Siempre será mejor un progresista reprimido
que un carcunda sin reservas.
***
El repaso del
Expediente no arrojó ninguna claridad. Plaza me lo hacía saber en una carta que
me envió a finales de octubre del 23:
… En todo el
Expediente, aparte de la inconcluyente y confusa declaración del alférez
Ruiz-Tapiador, solo figuran sobre los sucesos del Pozo las manifestaciones de
los cabos Arenzana y Lillo. En consecuencia, si alguien levantó luego la
liebre, tiene que haber sido en el dossier de la Laureada, seguramente
después de junio del pasado año, fecha en que el informe del Fiscal del Consejo
Supremo seguía insistiendo en el valor heroico del cabo Arenzana y en el
mediocre desempeño del alférez Tapiador, hasta el punto de proponer a dicho
Consejo que se abriese causa penal contra él. Y, puestos a llamar a las puertas
de la verdad, he tenido una gran noticia: El instructor del contradictorio de
la Laureada ha sido -o sigue siendo, si es que aún no ha recaído archivo- mi
compañero, Juan Villazán García, capitán del regimiento de Caballería Alcántara,
número 14, según me han informado a regañadientes desde el Archivo Militar de
Segovia.
Empezábamos a
impacientarnos, Filomeno y yo, por no tener más noticias de Valladolid, cuando
poco antes de Navidades recibimos, al fin, la esperada misiva del capitán
Plaza, a la que adjuntaba la que le había enviado su compañero, Villazán,
explicándole con cierto detalle las dos declaraciones de Arenzana ante él, que
ciertamente habían sido tan extensas y detalladas, como lo exigía la solemnidad
de su objeto -en la primera- y la circunstancia de desdecirse de la anterior
-en la segunda-. En cuanto a la que había tenido por objeto procurar la
consecución de la Laureada[36],
el núcleo seguía siendo el mismo que en su día habían recogido los periódicos
y, por tanto, el relato que Arenzana había enviado por carta a su coronel desde
la ciudad de Orán. Si recuerdan ustedes, ya quedó expuesto en el capítulo 1 de
este extenso relato, por lo que no es del caso repetirlo[37].
Si acaso, el ya sargento había adornado el suceso con añadidos, no
siempre de buen gusto para algunos de sus compañeros. Por ejemplo, decía que,
para saciar su hambre canina, habían sacrificado y guisado un par de gatos que
vivían en la edificación del Pozo; que él y los hombres a sus órdenes habían
liquidado -que supieran- a cuarenta y tres moros sitiadores, más otros dos
durante la fuga hacia el Marruecos francés; que había utilizado un reloj de
pulsera como brújula, para orientarse hacia su citado destino[38];
que había tenido que relevar del mando al cabo Lillo porque no hacía más que
llorar, en vista de su situación y recordando a su madre; que había evitado el
suicidio de uno de sus soldados, apellidado Sordo, quien trataba de pegarse un
tiro para evitar caer en manos de los rifeños; y, para rematar la faena, que el
alférez Tapiador, extenuado y enfermo, se negó a hacerse cargo del mando del
puesto, así como a luchar, pues decía que, en las actuales condiciones, era un
suicidio. Por lo demás, todos los compañeros que depusieron lo hicieron
rezumando gratitud y respeto hacia Arenzana, cuyas declaraciones coincidían en
lo sustancial. Tampoco aportaba nada nuevo el ya teniente Ruiz-Tapiador, cuya
amnesia casi total no le permitía llegar a ninguna conclusión.
Todo habría acabado bien para Arenzana, a no
ser -según Plaza- por la puntillosidad de mi compañero, Villazán, que echó a
faltar a uno de los soldados de Ingenieros que estaban de guarnición en el
Pozo. Se trataba del citado Sordo -Rafael Sordo Colio-, el que intentó
suicidarse, quien no había declarado sobre el caso en ningún momento. Villazán
mandó buscarlo y se produjo una de las sorpresas del asunto. En la carta se
narraba así:
Al parecer,
durante un permiso en su tierra, el soldado Sordo, utilizando explosivos que
había sustraído en Melilla, realizó una pesca prohibida en las inmediaciones de
Ribadesella (Oviedo)[39].
Fue detenido por la Guardia Civil y, en espera de juicio, no se pudo
reincorporar a su unidad en Marruecos. Al punto solicité que se le tomara
declaración a presencia judicial, para incorporarla al expediente de la
Laureada. Tuve que esperar largo tiempo pues -Dios sabrá por qué- acabaron
trasladándolo a Galicia para cumplir con la diligencia. Pero yo decidí
aguardar, pues tenía el pálpito, de que ese dinamitero iba a
salirse del guion común a todos sus compañeros.
En efecto, parece que a Sordo le
indignó que Arenzana hubiese revelado su intención suicida -que a saber,
además, si era cierta-. El caso es que corrigió la versión del Cabo en un punto
clave: El Pozo había empezado por rendirse a los rifeños, a quienes se les
entregaron las armas. Luego llegaron al acuerdo de hacer trabajar la bomba del
agua, a cambio de la vida y de alimentos. Así pasaron varios días, hasta
acabarse la gasolina. Finalmente, era cierto que escaparon, entre el desinterés
de los moros, sabiéndolos desarmados y poco aptos para lograr de ellos un
rescate sustancioso. ¿El alférez? ¡A quién demonios iba a mandar, si estaban
prisioneros! ¿Los gatos? ¡Quiá!: un lechoncillo que les regalaron los rifeños
ya que, conforme a su religión, no podían comer carne de cerdo.
La carta de
Villazán proseguía:
… En vista de
las manifestaciones del soldado Sordo, volví a citar a Arenzana y, para no
perder más tiempo, le leí lo declarado por dicho soldado. El ya sargento,
demudada la color, tragó saliva y, en un susurro, me pidió confesar la verdad,
a cambio de presentarlo como una decisión espontánea. No me opuse pues, en el
fondo, el mentís de Sordo no privaba al sargento de libertad ni de iniciativa
-que, a fin de cuentas, eso es lo que creo que significa la
espontaneidad-. Se despachó en cuatro
folios[40],
coincidentes plenamente con lo aducido por su compañero, Sordo… Puedes
comprender que aquí concluyó la posibilidad de que condecorasen a ese farsante,
aunque he de admitir que, si no hubiese sido por sus mentiras, bien podría
habérsele citado meritoriamente en el Orden del Día de su Unidad: Es probable
que, de no ser por él, un oficial y nueve individuos de tropa habrían engrosado
las listas de muertos españoles en Marruecos. En ese sentido, bienvenido sea su
ascenso, que ha venido a premiar unas dotes de iniciativa y de mando que ya querrían
para sí otros sargentos mucho más veteranos.
La conclusión de
la extensa misiva no dejaba de ser llamativa y, en cierto modo, nos ataba las
manos en lo tocante al anhelado reportaje sobre Arenzana:
Aunque, si por mí
fuese, habría concluido el expediente con la palinodia del Cabo, he recibido el consejo de dar largas al
asunto, hasta que se enfríe la tensión social por los hechos de Annual y
concomitantes. Por tanto, te ruego encarecidamente que no hagas uso de mi
información hasta que yo te autorice. En cuanto a tus amigos interesados en el
asunto, tienen una forma sencilla de descubrir independientemente la verdad y
poder hacer uso de ella: Que visiten al soldado Sordo, que ya ha sido
licenciado, y le hagan hablar por unas cuantas pesetas. Seguro que acepta la
transacción.
¡Ah!, otra
noticia, que justifica por ahora la circunspección. No tardará ya mucho en
celebrarse el juicio contra Arenzana y el cabo Lillo, por delito contra el
honor militar. Fíjate la falta de lógica que supone, por una parte, no archivar
el expediente de la Laureada y, por otra, sentar ya en el banquillo por
deshonor al aspirante. En cualquier caso, Carlos, es una razón más para no
airear el asunto, hasta que el consejo de guerra lo haya sentenciado.
Ni que decir tiene
que Mayayo y un servidor aceptamos las limitaciones temporales impuestas, al
alimón, por Villazán y por Plaza. Pero, por desgracia, acabaría imponiéndose
otro género de prohibiciones, no a cargo de aquellos dos capitanes,
precisamente. Lo aclararé en el capítulo siguiente, que tal vez tengan la
amabilidad de leer.
El general Berenguer,
viéndolas/viéndolos pasar
6. Alfredo Ballesteros y El Heraldo llegan
hasta donde pueden
Todavía estábamos digiriendo las
noticias de Valladolid y preguntándonos si merecería la pena entrar en contacto
con el soldado Sordo, cuando nos llegó de casualidad la noticia que podía poner
fin a nuestras demoras. Un tal comandante Pita, que había sido el defensor de
Tapiador en el consejo de guerra, me remitió una breve nota por correo:
El teniente
Tapiador tiene de usted un buen recuerdo, por lo que me ruega le haga llegar la
siguiente noticia: El próximo día 21, se celebrará en esta Plaza de Melilla el
juicio contra el sargento Arenzana y el cabo Lillo, por los sucesos del Pozo
número 2 de Tistutin. Lo pongo en su conocimiento por si desea usted asistir
-la vista será pública-, o que le hagamos llegar la decisión del tribunal.
Atentamente, Comandante Pita[41].
Tanto Filomeno,
como yo, captamos inmediatamente que teníamos entre manos la solución para
poder tirar de la manta, sin esperar más: La audiencia era pública y cuanto en
ella se revelara podríamos publicarlo. De modo que me dispuse a viajar nuevamente
a Melilla y se lo hice saber de antemano a Pita, quien se ofreció a acompañarme
al consejo de guerra. Mejor que no se extrañen y se pregunten quién es usted
-me dijo-. Últimamente no les agrada que haya periodistas de la
Península merodeando por aquí.
Dentro de la
rapidez casi fulmínea con que se celebran este tipo de juicios, me quedó perfectamente
claro lo acaecido, en los mismos términos que ya nos había adelantado el
capitán Villazán. La verdad es que todo salió a la luz en el llamado apuntamiento[42],
de forma que Arenzana y Lillo apenas hicieron otra cosa que asentir a las
preguntas del fiscal. Yo procuré que el ex cabo no me viese, no fuera a creer
que le hacía objeto de una persecución malévola. Con todo, me las arreglé para
sacar un par de fotografías de la sala de vistas, una vez habían abandonado el
recinto los jueces y los acusados.
Me despedí de
Pita, dándole recuerdos para Tapiador. Le pregunté si este ya había superado
sus demonios:
-
Ahí
anda, casi repuesto del todo -me contestó-. Puede ayudarlo el que se haya echado
novia.
-
¡No
me diga! ¿Alguna orgaceña?
-
¡Qué
va!, negó sonriendo. Aquí casi todos los solteros se casan con las hijas de los
compañeros de guarnición[43].
Al día siguiente
del juicio, antes de subir al vapor de Málaga, compré El Telegrama del Rif[44],
para leer cómo narraba lo por mí presenciado el colega de la prensa. Para mi
sorpresa, la referencia era solo de media docena de renglones, tal y como sigue:
Melilla, 21.-
En la mañana de ayer, en el salón de actos del Regimiento África nº 68, se
celebró consejo de guerra contra los antiguos cabos, Jesús Arenzana y Rafael
Lillo, por delito contra el honor militar. El fiscal mantuvo la acusación y
pidió para ambos la pena de seis meses de arresto. Los defensores interesaron
la absolución de sus patrocinados. Se cree que la sentencia será absolutoria[45].
Por supuesto que
en ningún ejemplar ulterior confirmó el diario que los acusados hubiesen sido
absueltos, como efectivamente sucedió.
***
Una vez recibido
el conforme del capitán Plaza, Mayayo reservó para mi reportaje las
cuatro planas del suplemento del domingo, 10 de febrero, y yo me enfrasqué en
el relato del fiasco, con pelos y señales, parte gráfica y la miajita de mala
leche -llamémosla ironía- que yo me gasto, y que ustedes habrán percibido
sin duda en cuanto antecede. Ajusté el original al espacio disponible y recibí
el beneplácito de Filomeno, aunque tan poco efusivo como siempre. Pero pronto
empezaron los problemas.
Recordarán que la
Dictadura de Primo de Rivera se había estrenado con la censura previa de prensa[46].
Pues bien, pasado un par de días sin recibir de vuelta el texto, Mayayo llamó
para informarse.
-
Lo
sentimos -le dijeron-. No está permitido tratar tan pormenorizadamente los
temas de Marruecos.
-
¡Pero
este es de hace dos años y medio y no tiene nada que ver con cuestiones de
estrategia ni administración militar!
-
Ya, le replicaron, pero puede afectar a la
moral de la tropa. Además, sigue pendiente el expediente de concesión de la
Laureada.
-
¡Pues
solo faltaba que se la concediesen cuando ha estado en un tris que lo mandaran
a la cárcel!, exclamó Mayayo.
No hubo manera. Filomeno trató, al menos, de
insertar una extensa referencia al juicio de Arenzana, con base en los
materiales que yo había traído de Melilla. Fue en vano: Solo una gacetilla
de agencia, como hicieron los periódicos que la recogieron, fue la
respuesta. Y es que era una época difícil para Primo de Rivera, tal vez la peor
de sus primeros años, cuando se enfrentó con los militares africanistas, al
pretender que España se retirase de Marruecos. Luego -ya se sabe- el Ejército
se atrincheró en las ciudades de Ceuta, Melilla, Tetuán y otras seguras,
para evitar que Abd-el-Krim lo siguiera vapuleando. Y, en 1925, con la ayuda de
Francia, se produjo el bombazo del desembarco de Alhucemas[47],
clave en la derrota de los rifeños y en la anhelada paz, que llegaría año y
medio después. Con todos esos vaivenes, no es extraño que el Dictador
recomendara una vigilancia especial a la Censura de los temas marroquíes. La
torpeza y los excesos de aquella harían el resto. Y no solo la sufrieron los
periódicos. El expediente de concesión de la cruz para Arenzana no concluyó
hasta el 13 de octubre de 1925: estuvo durmiendo el sueño de los injustos, hasta
que lo de Alhucemas acabó en triunfo[48].
El capitán Plaza nos avisó:
Me informa mi
compañero Villazán de que, por fin, se ha archivado el expediente de Arenzana,
denegando la concesión de la Laureada. En consecuencia, ya pueden ustedes hacer
uso de la información que les di hace un tiempo, sin citar para nada el nombre
de mi compañero, ni el mío propio. Cuento con su absoluta discreción.
Llovía sobre
mojado. Mayayo estalló:
-
¿Y
cómo rayos vamos a dar los detalles del expediente sin aludir de algún modo a
nuestras fuentes? Ni que nos inspirara el Espíritu Santo.
-
Tal
vez aludiendo a fuentes bien informadas, o a personas próximas al
sargento, sugerí.
-
Ya…;
y la Censura caería sobre nosotros y nos chafaría el trabajo. Estoy hasta la
coronilla del Cabo, del Pozo y del Dictador.
-
Es
posible que, para cuando acabe la guerra[49]…
-
Para
entonces, Ballesteros, el reportaje habrá perdido toda su actualidad y
parecería que nos ensañábamos sin motivo con un pobre hombre, cuando los
generales han salido del trance sacudiéndose el polvo de la guerrera.
Filomeno, como de
costumbre, tenía razón. En junio de 1924, se había celebrado el consejo de
guerra contra los generales Berenguer y Navarro -Silvestre, tercero en
discordia, había fallecido tres años antes-. A Navarro, con bastante
equidad, lo absolvieron, mientras que a Berenguer lo condenaron a separación
del servicio del Ejército y pase forzoso a la reserva. Tan nimia sanción le
sería finalmente perdonada, al aprobarse a los pocos días un Decreto de
amnistía e indulto[50].
Así pues, el reportaje en Blanco sobre negro, que se iba a titular “Fábulas
marruecas[51]. El
cabo Arenzana y el Pozo número 2 de Tistutin”, ha quedado sepultado en mi
archivo personal donde, si tiene mucha suerte, es posible que lo recupere
alguno de mis descendientes, para su extrañeza y -espero- para su solaz y
provecho. Sit sibi terra levis[52].
El general Picasso, el del famoso
Expediente.
7. Un nieto de Ballesteros y yo ponemos buen
fin al relato
Un día de
septiembre de 2014, Nacho Ballesteros, nieto del difunto periodista de El
Heraldo, Alfredo Ballesteros, me llamó bastante excitado. El telefonazo
tenía que ver con nuestra común afición por los libros de Historia:
-
Fede -preguntó-,
¿has leído un libro de Ramón Tamames[53]
sobre el Dictador, Primo de Rivera?
-
Pues
no. ¿Acaba de salir?
-
No,
tiene ya unos cuantos años encima. Lleva un título impactante: “Ni
Mussolini, ni Franco. La dictadura de Primo de Rivera y su tiempo”[54].
-
Muy
definitorio -opiné-. ¿Y qué es lo que te ha llamado la atención sobre él?
-
Pues
que mete la pata hasta el corvejón, aunque solo sea en una cuestión anecdótica[55]:
Sigue considerando un héroe a un truhan de tomo y lomo. Se trata de un tal cabo
Arenzana, cuyo caso estudió mi abuelo, llegando a la conclusión inapelable de
que había estado a punto de conseguir la Laureada de San Fernando, a base de
contar patrañas.
Como yo vivía en
Salamanca, me ponía en un brete, de querer aclarar las cosas de modo presencial.
Sugerí:
-
Mándame
un resumen de lo de tu abuelo, que del libro de Tamames ya me encargo yo.
Me hizo llegar una
fotocopia de todo el trabajo llevado a cabo por su ascendiente, que
naturalmente conocen ustedes ya de sobra. Con todo, la cuestión estribaba en si
la mendacidad de Arenzana era ya conocida o seguía durmiendo en el Archivo de
Segovia. En esto que, por casualidad, cayó en mis manos otro libro que -para
mayor coincidencia- había sido editado en el mismo año que el de Tamames. Se
llamaba Rincones de Historia española[56]
y dedicaba al tema un buen número de páginas, en las que reflejaba con
nitidez que la heroicidad de Arenzana eran fábulas marruecas. Luego, en
mi incesante labor de pesquisa navegando por Internet, me volví a topar con
autores que, con ignorancia digna de mejor causa, seguían reputando al cabo
calagurritano uno de los mayores valientes de las poco sobresalientes gestas
hispanas en los incidentes de Annual[57].
Claro que eran textos bastante anteriores a 2008. La pregunta, pues, era esta:
¿Quién había sido el primer autor avispado -y laborioso- en dar con el fraude y
de qué modo lo había conseguido?
Puede que me
equivocase, pero esta fue la respuesta que le di a mi amigo Nacho, la
cual sigo sosteniendo, de no demostrarme alguien que estoy equivocado:
Creo que la
liebre fue levantada por el historiador y periodista, Juan Pando Despierto, en
su libro Historia secreta de Annual[58],
publicado por vez primera en 1999, gracias a habérsele ocurrido consultar
-fructuosamente, no como tu pobre abuelo- el expediente de la no conseguida
Laureada de Arenzana. El expediente, como sabes, está en el Archivo General
Militar de Segovia, concretamente, en la 1ª Sección, Legajo A-2206.
En efecto, patinazo
de Tamames aparte, la mayoría de los tratadistas ya no tropiezan en
la piedra de Arenzana desde hace bastantes años[59].
Nacho me contestó:
A ti, que se te da bien escribir, ¿por qué
no acabas lo que empezó mi abuelo y publicas un relato sobre su nonato
reportaje para El Heraldo? Se trataría de que lo
publicases en tu blog porque no quiero ni oír hablar del
presuntuoso diario zaragozano, desde que tan mal se portó con el abuelo cuando
nuestra guerra civil.
Pues bien, los deseos de Nacho son órdenes para mí. De hecho, ya he acabado el
grato encargo. Mas no quiero concluirlo sin poner algo de mi parte y reflejar,
con veracidad plena, algo de lo que les aconteció a los dos máximos protagonistas
del Pozo número 2, cuando todo hubo pasado. A ello dedicaré el resto de la
presente historia.
***
En lo que respecta al alférez
Tapiador, poco voy a poder añadir a los abundantes y fiables datos
-incluso gráficos- ofrecidos de forma anónima en su página biográfica de la web,
villadeorgaz.es, contando con el apoyo informativo de varios de sus
descendientes[60]. Si
acaso, los resumiré y solo en algún caso aportaré algún hecho nuevo, o indicaré
mediante nota la procedencia de los mismos.
Don Ildefonso
Ruiz-Tapiador Guadalupe nació en Orgaz (Toledo) el 31 de julio de 1901, en el
seno de una acomodada familia de propietarios rústicos. Ingresó tempranamente
en la Academia de Infantería de Toledo, de la que salió alférez a los 18 años[61],
siendo destinado a un regimiento en Granada, del que pasó como voluntario a
Melilla en el año 1921, poco antes de los hechos de Annual y siguientes. Aquí
interrumpo su biografía, pues viene a coincidir cronológicamente con los hechos
ya recogidos en capítulos precedentes. La reanudaré en los años treinta del
siglo XX en que, ya con la graduación de capitán, lo hallamos sirviendo en el
Regimiento de Infantería San Quintín, número 25, de guarnición en
Valladolid[62].
Al producirse el Alzamiento militar del 18
de julio de 1936, el grueso de su Regimiento pasó al Guadarrama, con la orden
de conquistar y mantener la línea de la sierra, previa toma del Alto del León.
Al mando de una de las compañías, el capitán Ruiz-Tapiador entró en combate,
logrando la fuerza insurrecta hacerse con el citado puerto el día 22 de julio y
sostener la posición en los sangrientos episodios ulteriores hasta que, en los
primeros días de agosto, quedó estabilizado el frente. En los combates de 23 y
24 de julio, Ruiz-Tapiador tuvo un desempeño distinguido, siendo herido en
ambas fechas. El día 24, las heridas -principalmente de metralla, procedente de
bombardeo aéreo- fueron tan graves, que inicialmente se le dio por muerto[63].
No obstante, evacuado al hospital de Segovia, logró salvar la vida, si bien a
costa de lesiones irreversibles que aconsejaron, si no la baja en el Ejército,
sí al menos que no volviese a participar en acciones bélicas. En consecuencia,
la labor de Ruiz-Tapiador fue orientándose a la docencia de las nuevas
generaciones de oficiales, tanto de los efectivos de Infantería en Toledo, como
de los provisionales en la Academia de Ávila; dedicación de la que son buena
muestra algunos libros de su autoría, que fueron de texto en las Academias[64].
Todavía durante la guerra civil, Tapiador ascendió a comandante, quedando a
disposición del General Jefe del Ejército del Norte[65].
Dando un gran
salto en la historia de su vida, en 1959 asciende al grado de general de
Brigada, coronación de su carrera militar[66],
siendo en su virtud nombrado Jefe de la 1ª Agrupación de la División de
Montaña, con sede en Huesca[67].
Por Decreto 611/1960[68]
se le concede la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
Finalizará su vida activa militar, en Madrid, como Jefe del Servicio de
Normalización del Ministerio del Ejército[69].
A la situación de
Destino de Arma o Cuerpo pasa al cumplir los sesenta y dos años de edad[70].
Cuatro años después[71],
pasa a situación de Reserva. Muy poco después, se le concede el ingreso, a
petición propia, en el Cuerpo de Mutilados de Guerra por la Patria, en calidad
de caballero mutilado permanente[72].
El general Ruiz-Tapiador
falleció en Madrid, el 9 de septiembre de 1990, a los ochenta y nueve años de
edad.
Ildefonso Ruiz-Tapiador, general de
Brigada (1959)
(gentileza de la www.villadeorgaz.es)
***
Voy ahora con el
cabo Arenzana, de quien nadie -que yo sepa- se ha ocupado en indagar su vida posterior al consejo de guerra que se le formó (1924) y a la
denegación de la Cruz Laureada de San Fernando (1925). Eso es tanto como decir
que buscamos una aguja en un pajar. Con todo, más de una noticia -y alguna sorpresa-
he hallado navegando por Internet, que corresponden a los años 1926 a 1953.
Recuérdese que, como año de nacimiento de Jesús Arenzana Landa, se da por
seguro el de 1895.
Para empezar, me
he encontrado con la perplejidad de que las dos ocupaciones que le he localizado tienen poco o nada que ver con la licenciatura en Filosofía y Letras,
que le atribuyó el teniente coronel Tamarit, cuando hizo su elogio ante el
general Picasso[73]. No
digo con ello que la citada licenciatura fuera también una patraña, pero -como luego
se irá viendo- resultaría más lógica la titulación académica en Derecho[74].
En fin, concluyo el inciso y paso a tratar, por orden cronológico, de los
diversos encuentros que he tenido con Arenzana, gracias a las huellas
por él dejadas en Internet.
·
El
10 de noviembre de 1926, tras la pertinente selección, es aprobado como Oficial
Letrado del Ayuntamiento de Bilbao[75].
·
Tras
reclamación formulada contra el nombramiento antes indicado, en agosto de 1930
Arenzana es confirmado en su puesto antes citado, por acuerdo del Pleno
municipal[76].
·
En
el nomenclátor municipal bilbaíno, correspondiente al año 1931, Jesús Arenzana
figura como Jefe del Negociado Segundo (Plusvalía) de la Sección de Hacienda
del Ayuntamiento de Bilbao, con residencia en la calle de Elcano, número 24,
principal, izquierda[77].
·
Durante
la guerra civil en Euzcadi -como se escribía entonces-, años 1936 y 1937,
Arenzana debía de ser persona de cierta confianza del Alcalde, D. Ernesto
Ercoreca Régil, quien le pidió, así como al Secretario municipal, D. Felipe
Elorrieta Artaza, un informe detallado de las personas detenidas por motivos
políticos en las prisiones bilbaínas, con vistas a gestionar posibles canjes o
liberaciones, bajo los auspicios de la Cruz Roja y otros organismos
humanitarios[78].
·
Hacia
agosto de 1937, Arenzana ocupaba el puesto de Asesor Jurídico de la
Habilitación de Defensa del Gobierno vasco[79];
un puesto que parece remedar el ocupado antes en el Ayuntamiento de Bilbao, por
su contenido jurídico y financiero.
·
El
8 de noviembre de 1937 -ya con los franquistas instalados en el País Vasco-,
Arenzana es citado judicialmente para que comparezca en su expediente de
responsabilidades políticas[80].
·
En
fecha indeterminada de 1937 o de 1938, Arenzana es condenado en consejo de
guerra, por delito de adhesión a rebelión militar, a una pena que no he sido
capaz de precisar. Inició el cumplimiento de dicha pena en la Colonia
Penitenciaria de El Dueso, de donde pasó a la Prisión Central de El Puerto de
Santa María. Ingresó en la prisión de El Puerto el 6 de agosto de 1938 y fue
liberado (libertad condicional) el 8 de septiembre de 1940[81].
Es seguro que Arenzana no pasó más de tres años en prisión, como también lo es que
la privación efectiva de libertad sería superior a dos anualidades.
·
Con
fecha 10 de febrero de 1943, en unión de un numeroso grupo de colegas de
profesión, se le declara de baja en el Cuerpo de Oficiales de Prisiones, por
razones políticas[82].
Es probable que, de haber ejercido durante algún tiempo ese cargo, hubiese
pedido pronto la excedencia, para pasar a servir en el Ayuntamiento bilbaíno.
·
En
el año 1950 aparece como suscriptor o socio en el País Vasco de la
editorial jurídica Aranzadi[83].
Parece un indicio más de que Arenzana tenía intereses jurídicos, más que de
Filosofía y Letras.
·
En
sesión plenaria del 5 de agosto de 1953, el Ayuntamiento bilbaíno, a petición
del Gobernador Civil de la provincia, emite informe sobre Arenzana y varios
más, en relación con su solicitud de revisión de expediente de depuración. El
extracto no indica en qué términos -favorables o desfavorables- informó el
Pleno municipal[84].
Aquí concluyen -a sus cincuenta y ocho años de edad- las huellas que Arenzana ha dejado en los textos que yo he consultado.
Y ahora, respondamos la pregunta planteada en el título de
este relato: ¿Fue Arenzana autor del mayor engaño a la española? No sé ustedes,
pero yo respondo: ¡Ojalá fuese así!
Ayuntamiento de Bilbao
[1]
Tomo la literalidad de ambas descalificaciones del artículo de Fernando Prado
Pardo y Manuel de Villena, El mentiroso de Annual (el mayor engaño a la
española), www.mundohistoria.org.blog.
[2]
Me acojo al título del libro de José María Campos, Protectorado de España en
Marruecos. Héroes y villanos, edit. Almed, Granada, 2017. Trata del caso de
Jesús Arenzana Landa en las pp. 91-97, bajo la rúbrica de “El falso héroe de
Annual”.
[3]
Diario zaragozano fundado en 1895 y felizmente vivo hasta el presente (2020). Casi
todo lo que en este relato se dice de él, como de su director en la realidad,
Filomeno Mayayo, es imaginario.
[4] Alusión al famosísimo suplemento del diario ABC,
llamado Blanco y Negro (1891-2000). En realidad, era entonces una revista
independiente, pero ligada al mismo empeño empresarial del famoso periódico
matritense, nacido en 1903 y que sigue publicándose actualmente (2020).
[5]
A mediados de 1923 (momento en que empieza este relato), proseguía la
interminable Guerra de Marruecos de 1921-1927, así como las discusiones en las
Cortes acerca de las responsabilidades por el desastroso inicio de dicha
contienda. Hago la observación de que -contra lo que se cree- la palabra cabila
es llana, tanto en árabe como para el diccionario de la Real Academia Española.
[6]
La mayoría de los prisioneros de guerra en poder del jefe rifeño, Abd-el-Krim,
en número de unos 357, fueron liberados el 23 de enero de 1923, previo pago de
algo más de cuatro millones de pesetas. Como se recoge luego en el texto,
muchos ciudadanos pusieron el grito en el cielo por haberse plegado el Gobierno
español a las exigencias del enemigo. El deslenguado Rey, Alfonso XIII, llegó a
decir que cómo había subido el precio de la carne de gallina, jugando con el
significado de gallina, como persona cobarde. Véase, Javier Ramiro de la
Mata, Los prisioneros españoles cautivos de Abd-el-Krim: un legado del
desastre de Annual, Anales de Historia Contemporánea, 18 (2002), pp.
343-354.
[7]
Desastre inicial para el Ejército español en la Guerra de Marruecos (julio de
1921), llegando su número de víctimas mortales a una cifra imprecisa, próxima,
en más o en menos, a las ocho mil. Véase Fernando Caballero Poveda, La
campaña del 21 en cifras reales, Revista del Ejército, Madrid, 1984, pp. 522-523.
[8]
Conocida forma coloquial de referirse a Bilbao. Véase Josu Gómez Pérez, El
bocho: Etimología del nombre de Bilbao, www.euskonews.eus.
[9]
Obviamente, del año 1921.
[10]
El nombre completo era Ildefonso Ruiz-Tapiador Guadalupe (1901-1990), siendo su
unidad el Regimiento de Infantería San Fernando, número 11, de
guarnición en Melilla.
[11] El nombre completo era Ricardo Fernández (de)
Tamarit (1874-1953). Alcanzó el grado de general de Brigada.
[12]
El Noticiero Bilbaíno, diario bilbotarra que se publicó entre 1875 y
1937.
[13]
En realidad, esa dirección fue la del domicilio de Jesús Arenzana unos años
después (hacia 1930), cuando ya era funcionario del Ayuntamiento bilbaíno.
[14]
Aunque dicen que un chiste pierde la gracia cuando se explica, diré que Felipe
jugaba con la polisemia de pote, como postín o tono, de una parte, y
como vaso de vino (en País Vasco y Navarra), de otra.
[15]
Aunque en 1923 no había en España cámaras “portátiles”, me he permitido este
anacronismo, que espero disculpen mis lectores.
[16]
En aquella época, los soldados voluntarios solían serlo con premio, es
decir, con una compensación económica que, en vísperas de la guerra de
1921-1927, alcanzaba las 900 pesetas por alistarse y 200 pesetas por cada
reenganche. Véanse: Guillermo Rivilla Marugán, La teórica universalización
del Servicio Militar: La ley de 1912, ISBN 978-84-617-1677-7, pp. 9-77;
María Luz Martín Gómez, Reformas en el reclutamiento y reemplazo del
Ejército Español en el siglo XX, resumen de proyecto de Tesis doctoral de
la Universidad Complutense de Madrid, 2016, espec. pp. 16-17 (ambas fuentes,
accesibles por Internet)
[17]
Era, en efecto, lo previsto para los voluntarios que llegaban a sargentos, en
la Ley de 5 de junio de 1912, que completó la general de 19 de enero de 1912 en
materia de voluntariado militar. Circulares de 18 de junio de 1912 y ulteriores
fueron actualizando el importe de los premios por presentarse voluntario y por
solicitar reenganche.
[18]
Sobre el Expediente Picasso, además de su consulta casi íntegra en diversas
fuentes por Internet, véase Julio Albi de la Cuesta, En torno a Annual,
Ministerio de Defensa de España, Madrid, 2014 (la reimpresión de 2016 es
libremente accesible por Internet).
[19]
Véase, Francisco Madrid, El expediente Picasso. Las acusaciones oficiales
contra los autores del derrumbamiento de la Comandancia de Melilla y el
desastre de Annual, Talleres Costa, Barcelona, 1922.
[20] Acojo, además de la versión de José María
Campos, Héroes y Villanos…, citado en la nota 2, la de León Arsenal y
Fernando Prado en Rincones de Historia española, EDAF, Madrid, 2008, pp.
147-162, plagiada por los blogueros citados en la nota 1 (todo sea para
que así pueda consultarse por Internet, sin necesidad de comprar el libro para
esa sola consulta. Que conste que yo sí lo he adquirido y estoy satisfecho de
ello).
[21]
Como es sabido, se trata de la máxima condecoración militar española para
méritos heroicos contraídos en acciones de guerra. En realidad, la noticia de que Arenzana estaba propuesto para recibir esta condecoración ya había sido noticia periodística, al menos, desde el 1 de febrero de 1922, en que se hizo eco de ella -incluyendo un retrato del Cabo, en pose sentada- el semanario madrileño Mundo Gráfico, núm. 535, de la expresada data.
[22]
Uno de los cabos era nuestro Arenzana. El otro, el de Ingenieros, Rafael
Lillo, a quien habría correspondido reglamentariamente el mando de la posición,
pero lo declinó en Jesús Arenzana.
[23]
El procedimiento era una amplia información contradictoria, con un informe
final, susceptible de impugnarse, o de reproducir más adelante la petición. La
concesión corría a cargo del Gobierno.
[24]
Azugar, o Dar Azugaj, fue la posición a cuyo frente estuvo Tapiador, la cual
resistió el ataque rifeño entre el 21 y el 24 de julio de 1921, en que se
rindió con honores, pero los moros masacraron a traición a sus defensores,
pudiendo escapar el Alférez, que posteriormente sería hecho prisionero y
respetada su vida.
[25]
Buen resumen biográfico sobre Tapiador, apoyado en aportaciones de familiares
próximos, en www.villadeorgaz.es, entrada
Ildefonso Ruiz-Tapiador, año 2000. En el último capítulo de este relato
haré algunas aportaciones personales al respecto.
[26]
A propósito del caso de Tapiador, se comentó algo sobre la piedad o respeto que
muestran algunos musulmanes con las personas que tienen perdido el seso.
[27] Véase
antes, nota 6.
[28]
El actualmente (2020) llamado Boletín Oficial del Estado se llamaba a la
sazón Gaceta de Madrid.
[29]
Es obvio que la Gaceta nunca recogió la concesión de condecoración
alguna a Jesús Arenzana, por méritos contraídos en la Guerra de Marruecos.
[30]
El futuro Jefe del Estado, siendo capitán en Marruecos (1916), aspiró a
conseguir la Laureada, que le denegaron por dos veces, al haber sido herido y
evacuado nada más comenzar el combate de El Biutz, en junio de aquel año. Su
maltrecho amor propio se repuso cuando, en 1939, se concedió a sí mismo la
Laureada por sus méritos militares durante la Guerra Civil de 1936-1939, en que
mandó el bando vencedor. Cuando habla del caso Mayayo, Franco ya había
ascendido a comandante.
[31]
No está de más recordar que la conjunción española si en italiano se
dice se (se non è vero, è ben
trovato).
[32]
Diario madrileño que circuló entre 1920 y 1939. Ballesteros alude a su número
de 11 de septiembre de 1923, página 3, que recoge una breve referencia al
consejo de guerra del día anterior, celebrado en Melilla contra el ya teniente,
Ruiz Tapiador.
[33]
El capitán Plaza es un personaje imaginario, protagonista de mi relato Del
expediente Picasso, a la droguería de Pasalodos, que pueden encontrar en
este blog, dentro de la etiqueta cuentos históricos (entrada del
22 de abril de 2020).
[34]
Filomeno Mayayo Solsona (1873-1934) nació en Alcalá de Ebro (Zaragoza). Estudió
Derecho, sin acabar la carrera, en Zaragoza. En 1901 entró a trabajar en El
Heraldo de Aragón, diario en que permanecería hasta su muerte, acaecida en
1934 en Zaragoza. Fue director de El Heraldo, de 1916 a 1933.
[35] Regimiento de Caballería Farnesio,
número 5 (entonces), a las órdenes del Coronel, Don Emilio Esparza Torres. Con
el cardinal 12, sigue actualmente (2020) de guarnición en Valladolid
(Santovenia de Pisuerga).
[36]
Esa primera declaración de Arenzana en el expediente de la Laureada fue hecha
el 10 de marzo de 1922. Amplio resumen en León Arsenal y Fernando Prado, Rincones
de Historia española, citado en la nota 19, pp. 153-157.
[37]
En cualquier caso, esta declaración en el Expediente Picasso, de 26 de
diciembre de 1921, había sido muy detallada: véase su resumen en el libro de
León Arsenal y Fernando Prado, Rincones de Historia española, ya citado
en la nota 19, pp. 151-153.
[38] Es algo
muy sencillo de hacer, sabiendo la técnica. En Internet lo describen numerosas
páginas.
[39]
En aquel entonces ese era el nombre de la actual provincia y comunidad autónoma
de Asturias.
[40]
Los que llevan los números 80 a 83 del expediente de la Laureada del cabo
Arenzana, obrante en el legajo A-2206 de la Sección 1ª del Archivo General
Militar de Segovia. La fecha de la declaración es el 5 de noviembre de 1922.
[41]
Comandante de Infantería, Federico Pita Espelosín (1874-1944), militar e
ilustre escritor sobre temas marroquíes.
[42]
Resumen de todo lo investigado, que lee al comienzo del consejo de guerra el
juez instructor militar o el secretario del juzgado castrense.
[43]
El teniente Ruiz-Tapiador se casó en octubre de 1924 con Doña María del Carmen
Lorduy Massot, hija del entonces teniente coronel, destinado en Marruecos, Don
Manuel Lorduy Dini, quien se retiraría del Ejército con el rango de General de
Brigada honorario.
[44]
Diario fundado en Melilla en 1902. Desde 1963 pasó a llamarse El Telegrama
de Melilla. Cerró en el año 2015.
[45]
Véase, por ejemplo, el diario La Época de Madrid, número 26.230, de 22
de enero de 1924, página 1. Llamo la atención sobre el hecho de que la gran
mayoría de quienes tratan el tema del cabo Arenzana ignoran su juicio y
sentencia, dando por sentado que se dio carpetazo (archivo) a la causa
penal incoada.
[46]
El mejor y más extenso libro al respecto fue escrito, precisamente, por el
máximo censor de la época, si bien bajo seudónimo: Celedonio de la Iglesia
(Eduardo Hernández Vidal), La censura por dentro, C.I.A.P., Madrid, 1930
(libro prologado por Rafael Marquina). Breve resumen de la cuestión en: Mathieu
Gérard, Prensa y censura en España durante la Dictadura de Primo de Rivera, Ab
initio, núm. 13 (2019), pp. 181-197, espec. pp. 181 y 184-188 (consulta libre
por Internet).
[47]
Iniciado el 8 de septiembre de 1925.
[48]
Entre tanto, el expediente siguió engordando inútilmente, hasta alcanzar
los 195 folios. Recuérdese que Arenzana ya había confesado su falsedad a los
folios 80-83 de las actuaciones.
[49] La
guerra de Marruecos se dio por concluida el 10 de julio de 1927.
[50]
Véase Gaceta de Madrid de 5 de julio de 1924. Poco después Dámaso
Berenguer sería ascendido a Teniente General y, en 1930, llegaría a ocupar la
presidencia del Gobierno español.
[51] Juego de palabras con la conocida obra
literaria Cartas marruecas (1789), publicada tras la muerte de su autor,
el coronel José Cadalso y Vázquez de Andrade (1741-1782). Acojo la facecia,
original de León Arsenal y Fernando Prado, en su obra Rincones de Historia
Española, cit. en nota 19, p. 147.
[52]
Expresión funeraria latina, traducible por: Que la tierra le sea ligera.
[53]
Ramón Tamames Gómez (1933), economista y político que, de vez en cuando, se ha metido
a historiador.
[54]
Editorial Planeta, 1ª edición, Barcelona, 2008.
[55] Véase
libro citado en el texto y en la nota anterior, pp. 35-36.
[56] Está
citado en la nota 19 de este relato. Véanse sus páginas 147-162.
[57]
Véanse, por ejemplo: Comandante de Infantería, Carlos Romero de Tejada
Martínez, El pozo nº 2 no se rinde, revista Ejército, año XL, núm. 471,
Madrid, abril 1979, pp. 55-59 (accesible por Internet); Ricardo Fernández de la
Reguera y Susana March, El Desastre de Annual, en Episodios
Nacionales Contemporáneos, edit. Planeta, Barcelona, 1981.
[58]
Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1999, pp. 136-137.
[59]
Véanse, como ejemplos de esa perspicacia: Alfonso Iglesias Amorín, El
Expediente Picasso. La memoria de un inusual ejercicio de memoria, No es
país para jóvenes, (Instituto Valentín Foronda), Vitoria 2012, 20 pp., espec.
pp. 12-14 del pdf; Julia Sáez-Angulo, Historias y personajes del
Norte de África, Espacio Cultura, La Coruña, 2019, relato nº 8: El cabo
Arenzana y la Laureada.
[60]
Tales datos figuran en la entrada Ildefonso Ruiz-Tapiador, desde el mes
de julio de 2000. Se hallan bajo amparo de licencia de Creative Commons,
en cuya benevolencia confío, al ser este blog gratuito y abierto, así
como por citar la fuente de procedencia.
[61]
Era miembro de la 23ª Promoción de Infantería, que ingresó en la Academia
toledana en 1916 y obtuvo sus despachos en 1919.
[62] Este
regimiento, en el que yo también tuve la satisfacción de servir, fue fundado en
1847 y disuelto en 1987, cuando tenía el número 32 de los de Infantería.
[63]
Sobre los combates en el Alto del León (julio-agosto de 1936), véase: Valentín
Fernández Cuevas, La gesta del Alto de los Leones, Publicaciones
Españolas, Madrid, 1952 (accesible en abierto por Internet).
[64]
Véanse, Ildefonso Ruiz-Tapiador, Elementos de Topografía Militar, Talleres
Gráficos de R.G. Menor, Toledo, 1938; El mismo, Elementos de Logística, Senén
Martín Díaz, Ávila, 1938.
[65] Boletín
Oficial del Estado del día 9 de abril de 1938.
[66] Decreto
2261/1959, de 17 de diciembre (B.O.E. del 22).
[67] Decreto
250/1960, de 11 de febrero (B.O.E. del 22).
[68] De
fecha 24 de marzo. Véase, Boletín Oficial del Estado de 4 de abril de 1960.
[69] Decreto
2473/1960, de 22 de diciembre (B.O.E. de 16 de enero de 1961).
[70] Decreto
2201/1963, de 3 de agosto.
[71] Decreto
1807/1967, de 31 de julio (B.O.E. de 8 de agosto).
[72] Decreto
2323/1967, de 7 de septiembre (B.O.E. del 25).
[73]
Declaración del Teniente Coronel, Don Ricardo Fernández Tamarit, ante el
General de División, Don Juan Picasso González, de fecha 5 de octubre de 1921,
al folio 1.197 del Expediente Picasso.
[74]
Que he tratado de indagar, a través del Colegio de Abogados de Vizcaya, que ni siquiera
ha contestado a mi petición (y eso que recordaba en ella mi antigua ocupación
como fiscal en dicha provincia).
[75] Véase
Boletín Estadístico del Ayuntamiento de Bilbao, diciembre de 1926, p. 39.
[76] Véase
Boletín Estadístico del Ayuntamiento de Bilbao, septiembre de 1930, p. 380.
[77] Véase
Nomenclátor del Ayuntamiento de Bilbao, año 1931, p. 183.
[78]
El Alcalde Ercoreca recogió el dato en sus memorias o recuerdos de la época:
véase Revista Bidebarrieta, número 11, 2002, pp. 117-198 (accesible por
Internet).
[79]
Véase Carlos María Olazábal Estecha, Pactos y traiciones, tomo 3,
Fundación Popular de Estudios Vascos, www.fpev
(pdf consultable por Internet).
[80] Véase
Boletín Oficial del Estado de 9 de febrero de 1938.
[81]
Véase Archivo Histórico Provincial de Cádiz: Prisión Central de El Puerto de
Santa María. Catálogo de expedientes de reclusos por rebelión, 1936-1955. Datos
recogidos por las entidades dedicadas a la llamada Memoria Histórica.
[82] Véase
Orden de 10 de febrero de 1943 (B.O.E. del 15).
[83]
En concreto, con el número de socio 169. Véase Boletín de socios de Aranzadi
en el País Vasco, cerrado a 31 de diciembre de 1950.
[84] Véase
Boletín Estadístico del Ayuntamiento de Bilbao, septiembre de 1953, p. 19.
No hay comentarios:
Publicar un comentario