Historias de
traición (II)
La bomba o la vida
Por Federico Bello
Landrove
In memoriam, Clara Haber-Immerwahr (1870-1915)
Ya se sabe que los
alemanes intentaron conseguir la bomba atómica durante la Segunda Guerra
Mundial. Las razones de no conseguirlo fueron
varias; entre ellas, una que siempre ha parecido muy extraña a los
comentaristas. Este relato ofrece una explicación verosímil de ella, aunque
nacida de la imaginación del autor.
1. Der Gasenkavalier
Me licencié en
Química en la Universidad de Hannover en el año 1934. En aquella época, casi
todos los graduados en mi Facultad se disputaban el honor de hacer el doctorado
con el profesor Bergius[1],
que había obtenido el Premio Nóbel apenas tres años antes. Yo tenía casi
imposible tal aspiración, a pesar de mi notable expediente académico pues,
entre otras cosas, el tema de tesis que había propuesto estaba muy alejado de
la línea de investigación del susodicho Profesor. Me había dado por explorar
las posibilidades como refrigerante del sodio puro, o sodio mineral, en estado
líquido, una sustancia barata e ideal para tales menesteres, muy por encima del
enfriador hasta entonces utilizado casi en exclusiva: el agua. Claro que la
manipulación del sodio no estaba exenta de riesgos, incluidos la corrosión, el
incendio o la explosión; pero yo era muy terco y pensaba que las ventajas
compensaban con creces los inconvenientes. Y, después de todo, para eso
estábamos los científicos: para sacar a los mortales corrientes de los
problemas… y de los caminos trillados.
Vislumbré alguna
posibilidad de apoyo en la concesión de una modesta beca por las Industrias
Solvay[2],
que mostraban un interés general por las técnicas de refrigeración y el empleo
para las mismas de soluciones salinas o halógenos en estado de fusión; pero era
necesario, para que se aceptara como tesis, el apoyo de algún profesor
destacado, ya que en mi Ciudad ninguno se atrevía a refrendarla. Inmediatamente
pensé en el profesor Strassmann[3]
quien, aparte de sus méritos, había estudiado en Hannover, en cuya Universidad Técnica
permaneció hasta 1929, que se trasladó a Berlín. Curiosamente, un químico tan
brillante se habría perdido para la cátedra, de haber habido algo más de
trabajo en la industria alemana de los años veinte. En efecto, como él había
reconocido con sorna en alguna ocasión, entonces
era más fácil habilitarse como profesor que emplearse en la industria química. Me
pareció, pues, que podría tener esperanzas y decidí invertir mis ahorros en
viajar hasta la Capital para entrevistarme con Fritz -como de todos era conocido Strassmann-, previo envío de una
carta muy respetuosa pidiendo audiencia, que me contestó con cuatro palabras: Venga. Saludos a Bergius.
No sé si la
situación actual de Fritz me benefició o me hizo
la pascua: Juzguen ustedes. Lo cierto es que, cuando se percató en 1933 de
que los nazis pretendían controlar la prestigiosa Sociedad Alemana de Químicos,
renunció a presidirla. Como represalia, pasó a formar parte de la lista negra
de científicos desafectos al régimen, lo que le supuso perder su plaza en el
Instituto Káiser Guillermo[4],
en la que llevaba casi cinco años. Era su única fuente de ingresos, por lo que
quedó en situación de ganarse el pan como buenamente pudiera. Fue entonces
cuando sus famosos colegas de Universidad, Otto Hahn[5]
y Lise Meitner[6], le
habían ofrecido gentilmente todo lo más que podían, sin sufrir la interferencia
política: una plaza de ayudante con media paga.
-
Así
que conozco de propia mano lo que es la injusticia y la pobreza -me dijo-.
Aunque si tuviese que picar piedras para preservar mi libertad, dejaría la
Química, por mucho que me guste.
Me había citado en
su pensión, desde donde nos dirigimos a una cervecería de la lujosa avenida Unter-den-Linden. Ello me dio ocasión
para bromear, por triste que fuera nuestra situación:
-
Pues
entonces, Profesor, permítame que pague yo las consumiciones: Tengo un padre
empleado en la Hanomag[7],
división de locomotoras.
Se echó a reír y
replicó:
-
Pues
no lo dude, amigo Max, y busque colocación junto a su padre. La atmósfera en
las Universidades alemanas se está volviendo irrespirable.
En seguida,
recobró la compostura. Sacó una libreta de su gabardina y una pluma de la
chaqueta y me dijo:
-
Pero,
por ahora, doctorando Redensart, tenga la bondad de ponerme al corriente de sus
proyectos con el sodio líquido.
Mi esquema para la
tesis le agradó visiblemente. No hacía falta insistir en las indudables
ventajas del litio o del sodio como refrigerantes, respecto del agua. La
cuestión era minimizar los riesgos, cosa que yo consideraba mucho más factible
en sistemas cerrados y con el halógeno fundido, lo que permitiría disolver el
hidrógeno y el oxígeno en él, sin peligro de explosión. Era algo que resultaba
familiar a Strassmann, cuya tesis había versado sobre la disolución de yodo
gaseoso en ácido carbónico. El punto más original de mi futura tesis podría ser
el de superar la crítica negativa del sodio, como corrosivo de las paredes de
los recipientes, algo que yo opinaba que podía deberse, no al elemento en sí,
sino a determinadas impurezas que contuviera.
Tomó numerosas
notas de mi pequeña disertación y, al despedirnos, me citó para cuatro días
después, en su laboratorio de prestado.
-
Voy
a repasar lo que hemos estado hablando; incluso, es probable que consulte con
algún otro colega, experto en la materia. ¿Podrá esperar en un hotel hasta
entonces? De no ser así, le buscaré acomodo en mi pensión.
-
Ya
le he dicho, mi buen samaritano, que
tengo un padre técnico en locomotoras. Tómese los días que necesite. Solo
quiero su opinión bien fundamentada y ojalá que sea favorable.
***
El martes, 29 de
enero de 1935, fue un día gélido. Mi desconocimiento del transporte público
berlinés y la lejanía del barrio de Dahlem, donde se levantaba la Universidad,
me obligaron a hacer uso del taxi, para acudir a mi cita con Strassmann, ¡a las
ocho y media en punto! Haciendo honor a mi apellido[8],
habré de recordar el refrán, al que algo
quiere, algo le cuesta.
La primera parte
de la mañana fue plácida y, para mí, muy gratificante. Fritz me tenía preparado un breve informe, con el membrete del
Instituto de Química Kaiser-Wilhelm,
apoyando el valor teórico y la utilidad práctica de mi proyectada tesis; el informe
iba firmado por Strassmann, bajo la sarcástica y beligerante fórmula de Asistente, pero avalada por el visto bueno, conforme del profesor, Otto
Hahn. Por este motivo, pregunté al Asistente
con media paga si podría saludar al doctor Hahn y darle las gracias por su
atención. De forma sibilina, Fritz me respondió:
-
Dudo
que el profesor Hahn se pase hoy por su despacho. De hecho, dudo que sea hoy un
buen día para saludar a nadie en la Universidad…, salvo quizás al profesor von
Laue[9].
Venga, vamos a ver si Hahn está disponible.
De camino hacia el
despacho del insigne profesor, Strassmann me puso en antecedentes de lo que
yo ignoraba fuera a ser una efeméride notable para la Ciencia alemana. Un año
antes, había fallecido en Suiza el famoso químico, Fritz Haber[10],
quien había tenido que abandonar Alemania por sus connotaciones judías. Von
Laue -que ya había dado la nota publicando
en la revista Die Naturwissenschaften una
necrológica de Haber[11],
con críticas hacia los nazis, había tenido la ocurrencia, junto a Max Planck[12]
y Otto Hahn, de celebrar una conmemoración académica en la Universidad de
Berlin-Dahlem, al cumplirse el primer aniversario del citado óbito. Hasta aquí,
nada que no se hiciera corrientemente con otros
profesores. El problema estaba en que la parte civil del servicio fúnebre había
sido prohibida por las Autoridades académicas[13]
y, de ahí, las sospechas de que casi todos los profesores convocados al acto se
sintiesen indispuestos, para no
indisponerse con el Gobierno que, para mayor coincidencia, iba a celebrar
solemnemente al día siguiente el segundo aniversario de su acceso a la
Cancillería. Yo, ante esas noticias, comenté que, por lo menos, los
organizadores acudirían, si es que no habían desconvocado el evento. Fritz me
miró sonriente y golpeó con los nudillos la puerta acristalada que teníamos
justo delante. El silencio respondió. Strassmann manipuló la manilla, tratando
de abrirla. En vano.
-
Va
a ser una experiencia aleccionadora para usted, Herr Redensart, si se queda por aquí hasta mediodía -me dijo-.
Entre tanto, le enseñaría el edificio y podríamos tomar un café caliente por
aquí cerca.
-
Me
quedo, afirmé. No tengo nada mejor que hacer esta mañana.
El acto
conmemorativo de Haber me resultó muy ilustrativo, en efecto, de la disciplina de los más grandes
científicos residentes en mi patria. Desde el fondo del salón de actos de la Harnack-Haus[14],
Fritz y yo pudimos contemplar cómo se iba llenando el recinto de esposas de
profesores, diplomáticos extranjeros, periodistas y personalidades del mundo
científico sin vinculación con el Estado. Al fin, apareció el previsto orador
en el homenaje, profesor von Laue -a quien reconocí inmediatamente por las
fotografías que había visto de él-, acompañado de otro colega, ya veterano, de quien
Strassmann me dijo que era Heubner, el Director del Instituto de Farmacología[15].
Para nuestra sorpresa, el acto se desarrolló sin obstáculos, ni reacción
policiaca a su conclusión[16],
pese a que von Laue se despachó con claridad y valentía, tomando como guion del
discurso su nota necrológica del año anterior, alusión a Temístocles incluida[17].
Al concluir, Strassmann me llevó a empujones a saludar a von Laue, para superar
mi timidez. Tras hacerlo y felicitarlo por su notable discurso, Fritz tuvo con él este breve diálogo:
-
Ya
que el doctorando Redensart ha tenido la cortesía de venir desde Hannover a
escucharle, sería hermoso que le devolviera la gentileza, acudiendo en su día a
la lectura y defensa de su tesis.
-
Delo
por hecho, si llegamos allá. Incluso me postularía como miembro del tribunal, pero
mi dedicación principal no es la Química.
De regreso al
centro de la Ciudad, Fritz me comentó:
-
Verdad
es, amigo Redensart, que von Laue escribe derecho con renglones torcidos.
Quiero decir que el acto ha sido magnífico, por lo clarificador, pero el
honrado no me parece que se lo mereciera, por muy judío que fuese. Ya sabes
cómo se las gastaba en la Guerra Europea nuestro colega Haber. Seguro que su
primera esposa habría tenido algo que alegar[18]
acerca de la canonización del Gasenkavalier[19].
Y, aprovechando la
lentitud y abundantes paradas del autobús, se enfrascó en un extenso monólogo
sobre la necesidad de tomar partido por una ciencia que estuviese siempre a
favor de la vida, como había sostenido en todo momento Clara Haber-Immerwahr,
frente a la moral situacionista de su esposo, quien había llegado a decir que
en la paz ponía su ciencia al servicio de la humanidad pero, en la guerra, al
de su patria. Yo asentía de corazón, aunque me preguntaba si algún día tendría
que poner en práctica aquellos elevados valores. Se ve que no había
reflexionado aún lo bastante acerca de lo que había presenciado aquella mañana.
2. Espectrometría de masas… y de personas
Los tres años que
siguieron fueron de un trabajo agotador. Por las mañanas me metía en el
laboratorio de la Facultad y trataba de llevar adelante la experimentación de
la tesis, contando con poco más que una benévola supervisión del catedrático de
Ingeniería Química, poco versado -y apenas interesado- en el objeto del
trabajo. Por las tardes, gracias a la soltura que iba adquiriendo en el manejo
del espectrógrafo de masas, encontré acomodo en los laboratorios de Solvay,
cuyos aparatos ad hoc eran mucho más
modernos que el viejo modelo de Aston[20],
del que disponía en la Universidad. Y todavía tenía que encontrar tiempo para
mi visita mensual a Strassmann, quien se sintió obligado, ante mi desamparo
hannoveriano, a ser mi guía y animador para llevar la tesis a buen puerto.
Pronto aquellos viajes tuvieron un nuevo atractivo: la novia de Fritz, Fraulein Maria Heckter[21],
una encantadora paisana mía, ya mayorcita, que bromeaba con mi complicidad,
haciendo ver a su enamorado que solo los profesores que aplican su ciencia en
concepto de tecnología consiguen el dinero suficiente para alquilar una buena
casa y comprarse un traje a fin de mes. La feliz pareja contraería matrimonio
en 1937, sufriendo poco después la desgracia de perder a su primer hijo por un
aborto espontáneo.
A nuestras charlas
de laboratorio, se unía con frecuencia el profesor Hahn, que parecía muy
interesado en el poder de la espectrometría, no solo para diferenciar átomos
extraños y posibles impurezas -como era mi interés-, sino algo tan mínimo como
el peso atómico de los distintos isótopos de un mismo elemento -que era lo que
a él parecía preocuparle cada vez más, aunque no lo expusiera claramente-. La
verdad es que yo me estaba convirtiendo en un técnico bastante bueno en la
materia, contando además con unos aparatos tan actuales como los de su
Instituto. Un día, me llevó al laboratorio donde estaban trabajando en la
separación de los isótopos radiactivos del uranio y me puso frente al espectrómetro,
en presencia de la profesora Meitner y de sus ayudantes. ¡Vamos, joven -exclamó risueño-,
demuestre sus habilidades a estas vacas sagradas!
Valiéndome de ciertas mañas de los
técnicos veteranos de la Solvay, no me fue difícil, al cabo de un par de horas,
graduar el aparato en forma de afinar al máximo los cálculos de las masas
atómicas, desde luego, algo más de lo que lo venían haciendo las vacas sagradas. La gráfica fue mostrando
cada vez perfiles más nítidos, aunque insuficientes, desde luego, para llegar a
una disociación plena. En cualquier caso, quedaba evidenciada la idoneidad de
la técnica para diferenciar isótopos de elementos pesados, con una variación de
más menos dos neutrones.
-
Lo
siento, Profesor -dije con forzada humildad, al presentarle el boceto
alcanzado-, pero para llegar a más tendrá usted que adquirir un mejor espectrómetro,
o bien, cambiar de técnico.
-
O
invertir más tiempo, completó Hahn. Esta mañana, agregó, me ha convencido de
que también los prácticos tienen
mucho que enseñarnos.
En aquel momento,
no me percaté de que mi modesta demostración de habilidad en el manejo del
aparataje podría ponerme en el sendero de la investigación nuclear.
***
Le lectura de mi
tesis doctoral fue todo un acontecimiento en la Universidad de Hannover, si
bien, en honor a la verdad, he de confesar que no por la calidad excelsa de mi
trabajo, sino por la brillante asistencia de algunas de las lumbreras germanas
de la Física y la Química. Es probable que me hubiera ganado a pulso la
presencia de Hahn y de Strassmann. En cuanto a la de von Laue, tuvo que ver con
mi insistencia en que el acto se celebrara, precisamente, el 29 de enero,
aunque fuese sábado. Ello le permitió a Fritz recordar al Nobel que, hacía justo tres años, yo había estado a su lado en el
homenaje a Haber. Laue, entonces, decidió no ser menos y acompañarme en el
evento.
Hahn, como químico
de origen, formó parte del tribunal, lo que animó a Bergius a hacer lo propio y
presidirlo. Laue y Strassmann, físicos, prefirieron sentarse entre el público,
en primera fila, justo delante de mi padre y del resto de la familia. Por
cierto, cuando presenté a mi progenitor, Fritz le dijo muy serio:
-
Por
favor, Herr Redensart, no permita que
su hijo abandone la Solvay, como no sea para montarse en una locomotora de la
Hanomag.
Y, en efecto, así
fue. A pesar de mi summa cum laude[22]
y de la publicación de un resumen en los Annalen[23],
seguí en la Solvay, ahora con contrato a tiempo completo, dedicado a detectar
impurezas en los materiales con mi espectrógrafo. Y ya estaba ahorrando para
comprarme un equipo y montar un pequeño laboratorio por mi cuenta, cuando
recibí una carta irresistible de Fritz, convocándome en Berlín. Hasta los
hombres más firmes acaban incurriendo en flagrantes contradicciones.
La verdad es que
el cambio de criterio tenía su aquel. Después de años de trabajo, el
laboratorio de Hahn y Meitner, con Strassmann como destacadísimo ayudante,
estaba a punto de lograr la revolución
atómica, a base de bombardear isótopos radiactivos del uranio con neutrones.
Más que nunca precisaban de especialistas en analizar y separar los átomos del
muy escaso uranio-235 de los vulgares de
uranio-238[24], así
como analizar los productos resultantes. Y se habían acordado del chico del espectrógrafo[25]
para reforzar al equipo. Fritz insistió en que se trataría de una labor
temporal, para ayudar a los colegas;
de modo que podría volver a mi trabajo de la Solvay al cabo de un año,
aproximadamente. Hahn fue más explícito:
-
Como
Director de la sección de Química del Instituto, con el apoyo del Ministro Rust[26],
me he dirigido a la Solvay ordenando que
le concedan la excedencia por un año, sin suspensión de sueldo. Así que, con un
complemento como técnico de laboratorio, espero que tenga bastante para
mantenerse en Berlín.
-
Sin
duda, Profesor; pero no puedo consentir que un doctor a quien usted calificó de
summa cum laude pase por ser un mero
técnico, como si lavase probetas. O me dan la consideración de ayudante, o me
vuelvo a Hannover.
-
Sea.
La consideración la tendrá de
inmediato, pero el sueldo correspondiente habrá de esperar al próximo otoño.
Acepté, y pronto
me abrí paso con mis conocimientos; tanto más, cuanto que Hahn se quedó sin su
mano derecha en julio de aquel mismo año. Una vez quedó Austria anexionada al Reich alemán[27],
Lise Meitner perdió su consideración de ciudadana extranjera, que la libraba de
las mayores amenazas por su judaísmo, y, de la noche a la mañana, desapareció
de Berlín[28]. Luego
me enteré de que había escapado a Holanda, seguramente con la ayuda de Hahn y
Strassmann. Fue una gran pérdida, en mi opinión, pues ella dominaba la Física
teórica de la fisión nuclear a un nivel, que los demás colaboradores de Hahn, simples químicos, no podíamos alcanzar.
***
Mi progreso en el
Instituto se debió casi a una
nimiedad, después de los arduos trabajos anteriores. Tan es así, que no
recuerdo la fecha exacta de mi sobresaliente intervención, ni he considerado
necesario importunar al profesor Hahn para que consultara al respecto sus
inolvidables cuadernos de laboratorio. En todo caso, tengo claro que fue hacia
octubre de 1938, cuando ya lucía el título de Assistant, bordado en mis batas. Strassmann me dijo, muy intrigado:
-
Max,
¿sabes lo que la acémila de Schmitt[29]
dice haber encontrado entre los productos de desecho?
-
¡Vaya
usted a saber!
-
¡Bario!
¿Te imaginas?
-
Pero,
¿en qué cantidad? Si solo son trazas, cualquiera sabe.
-
No,
no, abundante, como si se tratase de un resultado directo de la fisión.
¿Querrías repetir los análisis?
Así lo hice, no sé
cuántas veces. Para mí no había duda: se trataba de bario, y del corriente, es decir, el de 74 neutrones[30].
Otto Hahn se hacía de cruces. Repetimos los análisis e hicimos otros sobre
nuevas muestras de uranio desintegrado. Los resultados coincidían. Por una vez,
aquel científico tan concienzudo decidió jugársela y, tras cambiar impresiones
en un congreso de Copenhague con Böhr, Meitner y otros, lanzó la bomba en la revista Natur[31],
antes de que el sobrino de Lise, Otto Frisch[32],
repitiera el experimento, con los mismos resultados.
¿En qué pudo
afectarme a mí, simple analista, aquel descubrimiento sustancial? Por un
tiempo, Hahn se convirtió en una estrella y tuvo la gentileza de iluminar con
su brillo a algunos de nosotros. Los genios físicos del momento en el
Instituto, Heisenberg[33]
y Debye[34],
supieron de mí y, cuando se creó el Uranverein[35],
se acordaron de nosotros. Con el tiempo, he llegado a juzgar que para nuestra
desgracia; pero entonces ello era la consecuencia lógica de nuestro trabajo
anterior. El hecho es que me convencieron y, al concluir mi primer año de
excedencia en la Solvay, pedí un segundo, con el mismo aval político y análogas
condiciones económicas. Lo que más sentí fue distanciarme de mis maestros de
entonces, así como tener que viajar con frecuencia a Gotinga la broma de trescientos kilómetros. He de
confesar que, en un principio, pocos de nosotros sabíamos que nos incorporaban
a un programa nuclear que tenía, como fin último, la producción de bombas
atómicas. No quiero que se tome esta ignorancia por una disculpa, sino por una
constatación veraz.
***
Como es natural,
la creciente militarización de nuestra Organización a partir del comienzo de la
Guerra Mundial[36] fue un
aldabonazo lo suficientemente fuerte, como para que nadie pudiese dudar de
nuestros objetivos. Yo estaba convencido de que Fritz abandonaría entonces el
Instituto y se alejaría de una línea de investigación que ya era evidente hacia
dónde podía llevarnos, pero tanto Hahn como él[37]
siguieron en su trabajo hasta el fin de la guerra, incluso trasladándose a
lugares más seguros, cuando los bombardeos del enemigo pusieron en riesgo la
integridad de los laboratorios. En el fondo, su fidelidad al Instituto me hizo
superar la vergüenza de estar yo bajo la férula del Uranverein. Lo visité en su casa y tuve la satisfacción de saber
que Maria estaba nuevamente embarazada. Esta vez, el proceso llegó a feliz
término, pese a que la mamá rebasaba los cuarenta y dos años, y pronto un niño,
Martin, alegró la casa. No sería esa la única nueva presencia en el domicilio
de los Strassmann, como tendré ocasión de indicar posteriormente.
Desde luego, Fritz
y yo hablamos ampliamente de las perspectivas que se abrían a esta Alemania,
hasta entonces victoriosa, pero donde la libertad y la ciencia estaban tan
limitadas. En particular, aludimos a Heisenberg, a quien casi todos
considerábamos la mejor garantía de avance y de respeto en aquel mundo del
uranio. Noté que Fritz lo admiraba como científico, pero no las tenía todas
consigo como persona de fiar. Tal vez por ello me decidí a solicitarle una
entrevista para tratar del futuro de mi trabajo, si bien pretendía al mismo
tiempo plantearle bastantes de las dudas que me atenazaban como hombre de
ciencia metido, por así decir, en la boca del lobo.
Cuando me
contrataron para el Uranverein,
querían sacar partido a mi trabajo sobre el sodio líquido como refrigerante;
ignoro si para reactores nucleares de reacción lenta o para preparativos de la
bomba. Tomando la iniciativa, resumí y puse al día las medidas y conclusiones
de mi tesis, destacando las ventajas del sodio para temperaturas de alrededor
de los quinientos grados Celsius -más o menos, la calculada para la fisión
nuclear-, y envié la comunicación a Hamburgo, al profesor Harteck[38],
de quien había oído hablar como el alma
del Programa en aquel entonces. Me contestó de una manera cortés, aunque poco
propicia a usar un producto que él calificaba de ideal para la función de refrigeración, pero de resultados dudosos en
cuanto a la captación de átomos y partículas. Le repliqué, a vuelta de correo,
que tenía experiencia de la absorción y disolución en el sodio de átomos de
hidrógeno y de oxígeno, pero que era un problema que tenía fácil solución, si
era eso lo que le preocupaba. Ya no me contestó, pero fue suficiente para
entender que no era la refrigeración su mayor preocupación, sino la absorción
no deseada de partículas -para
entendernos, de neutrones- por sustancias en contacto o proximidad con el
combustible nuclear. En resumen: salvo que volvieran a necesitarme para tareas
de espectrografía, me iba a quedar en vía muerta. Tal vez esa resultara la
mejor salida de la boca del cánido salvaje.
Para finales del
año 1939, en efecto, me incorporaron al equipo de enriquecimiento de uranio.
Como yo había supuesto, mi labor no era otra que la de comprobar, espectrómetro
en mano, los porcentajes de uranio-235. Tales niveles no solían rebasar el 5%,
muy lejos de los exigibles para una reacción en cadena de tipo armamentista.
Era una noticia esperanzadora para los detractores de la bomba. No obstante,
resolví reiterar mi petición de audiencia a Heisenberg, hasta por dos veces
más. Tengo la convicción de que su desatención no era fruto del desprecio por
un ayudante de laboratorio, sino para evitar una entrevista sin mucho motivo
con un conocido amigo del antinazi
Strassmann.
La verdad es que,
aunque tardía, la charla con el mago de
la incertidumbre[39] me resultó bastante ilustrativa. Para
empezar, me tranquilizó en cuanto al futuro de mi trabajo, muy importante para
la construcción de reactores nucleares de producción controlada de energía, no
de bombas, cuya realización era teóricamente posible, pero que él no
contemplaba que pudiera lograrse durante la presente Guerra. En plan retador,
yo argumenté que nadie sabía lo que la guerra podría durar, pero que no me
cabía duda de que la Física alemana había perdido el tren, desde que los
científicos judíos tuvieron que exiliarse y los Institutos y Academias habían
ido cayendo en manos de personas cuyo mérito más valorado era la fidelidad al Führer. Pareció sentirse incómodo con la
deriva de la conversación, pero yo insistí, poniéndolo ante el espejo, con su imagen de judío blanco[40],
que para mí era un marchamo de decencia. Heisenberg se mostró complacido y me
dejó continuar mi diatriba sobre el estado presente de nuestro País, señalando
que nuestra economía era un gigante con los pies de barro, que no permitiría
los enormes dispendios de una investigación nuclear suficiente, teniendo que
compartir el presupuesto con las enormes necesidades de la guerra. Heisenberg
convino en ello, aventurando la cifra -nada exagerada- de ciento veinte
mil personas volcadas en la investigación físico-química, como una cifra
suficiente. Puesto a criticar, ironicé con la presencia de decenas de premios
Nobel en nuestras Universidades, cuando tan bajos estábamos de técnicos e
ingenieros: Napoleón sin los batallones
de la Guardia, comparé. Heisenberg parecía sentirse feliz de hablar con
alguien sincero y crítico; me replicó que le permitiera romper una lanza por
los mariscales napoleónicos, ya que
yo lo hacía por los sargentos de la
Guardia Joven. Finalmente, agregó:
-
Todo
lo que usted me ha expuesto con tanta efusión debe hacernos recordar que, más
allá de Alemania, otros batallones de científicos trabajan y luchan por conseguir
lo mismo que nosotros. Me preocupa Inglaterra, que tiene una buena Ciencia y
los inagotables recursos de su Imperio; pero, sobre todo, me inquietan los
Estados Unidos[41]. Si,
como es probable, llegan a entrar en la guerra, tendrán todos los medios y la
tecnología precisos para ganarnos la carrera. Sólo les faltaban grandes
teóricos y se los estamos enviando desde aquí con la etiqueta de judíos.
La entrevista ya
duraba demasiado y, sin embargo, no le había planteado las quejas sobre mi
trabajo, que llevaba pensadas. Mientras nos despedíamos, le dije algo así como mire a ver si puede hacer algo para que mis
espléndidas dotes no se desaprovechen. Sonrió abiertamente y me contestó:
-
Veré
que pueda hacerse pero, siendo sus ideas las que son, será mejor para usted que
siga haciendo lo que hasta ahora.
Comprendí que
tenía toda la razón.
3. La hora de la verdad
La falta de algo consistente que hacer me llevó a frecuentar
nuevamente a Strassmann, no tanto en su domicilio, como en el laboratorio, donde
se seguía trabajando a pleno rendimiento en la búsqueda de nuevos elementos e
isótopos[42].
Recuerdo que un día me gastó la broma de que habían descubierto los elementos
95 y 96, para los que pensaban proponer los nombres de hahnio y estrasmanio[43]. Como consecuencia de seguir ligado al Uranverein, no estaba autorizado a
colaborar con el Instituto de Química, ni seguramente estaría bien visto que
confraternizara tanto con Fritz, aunque a mí me tenía sin cuidado. Así que
llegué a pasar más tiempo en la cafetería próxima, donde la proporción de grano
era menor a cada mes que pasaba. Llegué a hacerme algo famoso en el Instituto
como autor de un informe de dos páginas, titulado Análisis espectroscópico de una taza de café del Kaiser-Wilhelm-Institut,
por un sufrido consumidor habitual de dicho brebaje. Del contenido de dicho
documento les dará una idea su conclusión final: En cuanto a los efectos de las citadas impurezas en la fisiología de
los consumidores, se aconseja su investigación por el Kaiser-Wilhelm-Institut
para la Investigación Médica[44].
En cuanto a mis
escasas visitas a su domicilio, noté que Strassmann trataba de eludirlas, pese
a mi amistad con su esposa y mi afecto hacia el pequeño Martin. Andando el
tiempo, llegué a conocer el motivo. Una señora, a quien conocí en casa de Fritz,
no era una visitante ocasional, sino una amiga judía a quien habían acogido en
secreto, con el fin de librarla de la persecución y quién sabe si del
exterminio[45]. Cuando
lo supe, lo que más me admiró no fue su probada valentía, sino que se
arriesgaran a que Martin se fuera de la lengua, una vez empezara a hablar de
forma inteligible para los extraños.
Entre tanto, mi
sodio líquido era definitivamente derrotado, como refrigerante, por el agua, y
el agua pesada[46] y el
grafito se abrían certeramente camino como los medios para enlentecer la marcha
de los neutrones, algo indispensable para la reacción nuclear en cadena.
También en este último aspecto el agua -pesada- tenía las de ganar, tanto por
la abundancia de estudios técnicos, como por su producción -presuntamente importante-
por la empresa noruega Norsk Hydro[47],
cuyas fábricas estaban bajo dominio alemán desde junio de 1940. Mas acaeció que
las fuerzas aliadas y las de la Resistencia noruega, comprendiendo el valor
militar del agua pesada, sometieron las instalaciones a sucesivos bombardeos
aéreos y sabotajes que, hacia febrero de 1943, acabaron con cualquier
posibilidad de producción[48].
Quedó entonces la única vía del grafito, como moderador de la energía cinética
de los neutrones; algo muy práctico para Alemania, dado que había explotaciones
y minas del mismo dentro del territorio germano y austriaco, así como en las
ocupadas Noruega y Ucrania.
***
Un tanto aburrido
de la inactividad, Strassmann me aconsejó que obtuviera la habilitación para
ejercer la docencia universitaria:
-
Perteneciendo
al Uranverein, no te resultará
difícil políticamente. Así podrás vincularte con alguna Universidad de nivel
medio y alejarte de un puesto que, el día menos pensado, puede exigirte una
colaboración militar.
-
Pero
dar ese paso me obligará a rendir pleitesía al Partido nazi -objeté-[49].
-
¡Pamplinas!
No se trata ahora de conservar la pureza política, sino de no participar en un
holocausto nuclear.
Obedecí, tras
solicitar el permiso de los rectores del Uranverein,
justificando que no tenía por el momento ninguna tarea asignada, pero dejando
bien claro que no pedía desligarme de ellos, pues temía que me llamasen a filas
como represalia. Conseguí la habilitación sin ningún problema y, en la
primavera de 1943, recibí una oferta de trabajo en la Universidad de Graz, para
una de las muchas vacantes que iba dejando la Guerra. En consecuencia, fui a
despedirme de los amigos y personas de respeto, entre ellas, Heisenberg, a
quien encontré bastante menos seguro de sus planes que cuando Hitler estaba en
la cresta de la ola:
-
Lamento
su marcha, dijo cortésmente. Cada vez somos menos y los programas se
empantanan. Sin ir más lejos, acaban de comunicarme que vamos a tener que
abandonar el grafito como moderador.
-
¿Y
eso?
-
Se traga los neutrones como por ensalmo; algo
así como lo que pasaba con su sodio
fundido. Es una gran pena, pues el agua pesada resulta carísima, pero el
grafito lo conseguimos prácticamente gratis y su refinado es muy sencillo.
-
¡Qué
se le va a hacer!, repliqué filosóficamente. ¿No hay alternativas?
-
No,
que se sepa. Tendremos que abandonar el proyecto de reactores nucleares…
-
…
Y el de la bomba, agregué con malicia.
-
Con
ese ya no contaba, amigo Redensart. Y ¿sabe una cosa? Que me alegro. Nunca
confié en lograrlo durante esta guerra, pero mejor abandonarlo del todo. Ojalá
que los enemigos pensaran lo mismo.
Fueron contadas
mis conversaciones con Heisenberg hasta el final de la guerra. Quizá por eso se
me quedaron grabadas estas últimas palabras. Su recuerdo surgiría, por
supuesto, en agosto de 1945, cuando los americanos lanzaron sobre población civil japonesa
las dos primeras bombas atómicas.
En fin, por
entonces abandoné Berlín, sin gloria y sin pena, camino de mi primera
experiencia como profesor, en Graz. Alemán y señorito del Kaiser-Wilhelm y del Uranverein, no fui muy bien recibido, salvo por la gente del
Partido. Decidí aislarme de los colegas y abrirme a los alumnos, aunque el
curso iba ya muy avanzado. Ya llegará
septiembre y podré empezar de cero, pensaba. Pero el hombre propone y
Werner Heisenberg dispone. Estaba visto que me había convertido en el hombre
indicado en el sitio justo. Verán…
***
Todo empezó con
una carta de Heisenberg, en la que el Profesor reflejaba algo que me había
dejado turulato cuando nuestra última
entrevista: ¿Cómo demonios descartaban con tanta ligereza el grafito, teniendo
la decisión unas consecuencias cruciales? La misiva que recibí, fechada el 13
de mayo de 1943, reconocía implícitamente el error y solicitaba mi concurso
para subsanarlo:
Estimado Profesor Redensart:
En una reciente reunión del equipo
directivo, Harteck ha expuesto dramáticamente que el grafito ha fracasado como
moderador, al absorber tal cantidad de neutrones, que hace imposible la
reacción en cadena. Posteriormente, he imaginado la posibilidad de que ello
sucediera, no por sus propiedades, sino por contener alguna impureza que se
haya pasado por alto. Como a unos 30 kilómetros de Graz se encuentra la famosa
mina y explotación grafitera de Kaiserberg, le ruego tome muestras suficientes
de las barras y placas de grafito puro que nos están enviando para utilizarlas
en los reactores nucleares, y que las analice concienzudamente por
espectroscopía de masas, a fin de comprobar si contienen algún otro elemento
distinto del carbono, que pueda estar operando una notable absorción de
neutrones.
Conviene que cumplimente mi encargo con la
mayor rapidez posible y en secreto. Una vez haya concluido su trabajo, habrá de
entregármelo personalmente, previa llamada telefónica para concertar la cita.
Confía plenamente en usted y lo saluda muy
atentamente
Werner Heisenberg
Mi primera
reacción fue de frustración ya que, por el momento, no contaba en la
Universidad con aparatos de suficiente precisión para cumplir mi tarea con
total seguridad. Mas, como la cosa era urgente y no quería desairar a
Heisenberg, decidí viajar hasta Kaiserberg y ver cómo estaban dotados los
laboratorios de la fábrica[50].
El director de la empresa me recibió, en principio, con mucho agrado, ya que
era un nazi convencido y tenía una idea aproximada de la importancia bélica de
su grafito. Yo enmascaré mi gestión, so capa de hacer un estudio comparativo
del grafito de Kaiserberg con el alemán y el noruego, algo que podía disminuir
drásticamente los ingresos de su sociedad. Haciéndose hipócritamente de cruces
porque los científicos de Berlín tuvieran dudas sobre la superioridad de su
yacimiento, puso a mi disposición los laboratorios, incluida su jefa, la
doctora Widmaier, una atractiva mujer de unos treinta años. De mi imprevisión y
falta de perspicacia da prueba que, en un primer momento, me fijase menos en
ella que en los dos excelentes espectrógrafos, año cuarenta, que lucían en las
vitrinas. Es más, adivino que mi interés por la Doctora no surgió sino en el
instante en que, recordando la necesidad de guardar secreto, decidí sonsacarla
acerca de las impurezas, sin necesidad de emplear aparatos para detectarlas.
Nuestra
conversación sobre posibles impurezas del grafito se desarrolló en un grato
chalé, a las afueras de la explotación, donde la doctora Widmaier vivía con su
hijito Andreas, de año y medio de edad, y una criada para todo, que también
hacía las veces de niñera. La Doctora, de nombre Gudrun, me invitó a una cena,
frugal e imprevista, como hospitalario gesto de bienvenida. A los postres, en
tentadora proximidad de una botella de Marillenschnapps[51],
empezamos una especie de torneo de florete, en el que yo pretendía tocarla en el punto de la contaminación
del grafito y ella a mí, en el de la gran calidad del que se producía en
Kaiserberg. La velada avanzaba y ninguno de los contendientes lograba triunfar
del contrario, aunque iba quedando muy claro que uno y otro actuábamos por
encargo: Yo estaba constreñido por el deber de secreto impuesto por Heisenberg
y Gudrun, con toda probabilidad, por las instrucciones de Herr Berentzen, su jefe. Harto de fintas, a eso de las ocho,
aprovechando la entrada de la niñera con Andreas para dar las buenas noches, me
levanté con propósito de despedirme y le anuncié:
-
Bien,
me retiro, que mañana temprano tengo que iniciar la espectrometría del grafito
que nos mandan ustedes a Berlín. ¿No habrá algún gasthaus[52]
pasable en el pueblo? No me encuentro en condiciones de conducir hasta Graz.
La atención de
Gudrun había quedado clavada en la primera parte del periodo:
-
¡Ah!,
conque conoce el manejo del espectrógrafo…
-
Desde
luego. Llevo más de diez años metido entre ellos.
Fue entonces
cuando pasó a contestar a mi pregunta:
-
No hay ninguna hostería en Kaiserberg digna de
recomendarse. Ya que tiene que ir mañana temprano al laboratorio, permítame que
le ofrezca pasar la noche en mi casa. Tengo preparada siempre una habitación
para huéspedes.
Estaba tan cansado
-y achispado-, que acepté de inmediato el ofrecimiento:
-
Gracias,
dije. Salgo un momento hasta el coche, para coger lo necesario.
Tras pasar por el
cuarto de baño, me confundí de pasillo y acabé dando con la habitación de
Gudrun, que permanecía con la puerta entreabierta y la luz encendida. Me
disculpé por el error, pero ella salió en camisón, me sujetó dulcemente por el
brazo y dijo:
-
No
te marches. Así no tendré que dar yo el paso de ir a visitarte en tu
dormitorio.
***
Como es natural,
la noche dio para todo, incluso para conversar sobre muchas cosas y para que yo
me percatara de haber sido víctima de
una encerrona, no por mis encantos varoniles, sino para convertirme, de celoso
inspector y analista, en suave y propicio visitador. Que aquella complaciente
joven pudiera haberse sentido tentada por una noche de amor improvisada,
después de tantas pasadas y sufridas en soledad, con su marido en el frente
ruso, es algo de lo que ahora no me cabe duda, sobre todo, a juzgar por lo que
más tarde sucedió.
En parte por
gratitud y, en parte, por alcanzar nuevas esperanzas, le prodigué buenas
palabras, asegurándole que mis indagaciones no traerían sanciones o pérdida de
pedidos a su empresa, sino, si acaso, la corrección de las deficiencias que
pudieran haberse producido. No descubría con ello las razones últimas de mi
presencia en Kaiserberg pero, desde luego, desmentía la ominosa explicación que
había ofrecido horas antes a Berentzen. Gudrun, a su vez, relajada y cariñosa,
se sinceró:
-
Tengo
que confesarte que no tengo ninguna práctica en espectrometrías. Es un
ingeniero químico de Graz quien nos las hace. Viene por aquí una vez al mes.
-
Ya
me figuré yo algo así, cuando vi los espectrógrafos tan guardaditos en las
vitrinas -repuse jocosamente-. ¿Cuánto hace que no analizáis una muestra?
-
La
verdad es que confiamos en los medios tradicionales de la purificación térmica[53]
y la cloración a bajas temperaturas. Calculamos que así se alcanza una pureza
en carbono del 99,99%. Lo cierto es que no hemos tenido quejas por la presencia
de impurezas. De hecho, tu llegada nos ha caído como una bomba, pues Berlín no
nos había hecho saber de su disgusto con nosotros.
-
Y,
de hecho, no están disgustados. Se
trata de un control rutinario -mentí-. Yo estaba disponible, sin hacer gran
cosa, y me enviaron a husmear.
-
¡Qué
suerte, tener poco que hacer! Y seguro que ganas un buen sueldo.
-
Claro,
chica, y además, en ocasiones, me sale gratis el hospedaje… y la compañía.
Comprendí que
había llevado la ironía demasiado lejos, pues Gudrun se dio la vuelta y no
volvió a dirigirme la palabra en el resto de la noche. Cuando estaba yo cayendo en
brazos de Morfeo, me pareció que sollozaba contenidamente.
***
Suelo levantarme
temprano, costumbre que extremé a la mañana siguiente, para que nadie pudiera
verme salir de la habitación de Gudrun. Deshice un poco la cama, me aseé y
vestí, y bajé para la cocina. Ya estaba allí la que yo supuse era criada, que
pegó la hebra en cuanto le di los buenos días:
-
No
sé si le ha dicho Gudrun que soy tía suya, por parte de madre. Lo que pasa es
que me quedé viuda y, como no tengo hijos, me vine con ella cuando se quedó
sola, por la marcha de su marido a la guerra. Ignoro lo que ella le habrá
contado…
-
Poca
cosa, le aclaré, que su esposo está en el frente ruso y poco más.
-
¡Pobre
Wolfgang! Era muy de Austria y se opuso cuanto pudo al Anschluss[54].
Gudrun y él se conocían de la Universidad y estaban acabando sus carreras:
ella, la de Química y él, Derecho. A duras penas se libró de la cárcel pero, en
cuanto estalló la guerra, lo movilizaron. Gudrun insistió en casarse antes de
partir Wolfgang para Polonia, aunque él se mostraba reticente. En fin, solo lo
ha vuelto a ver en el único permiso de que ha disfrutado, y ya ve, mi sobrina
quedó embarazada, va para dos años. Ella es apolítica o, por mejor decir, se
significa poco. Gracias a eso, pudo acabar sus estudios y doctorarse, que es
una lumbrera; pero no le concedieron la habilitación como profesora y tuvo que
colocarse en la Grafitenbergau. No es
mal puesto, pero este es un lugar perdido e insano. Además, está el tal
Berentzen.
-
¿Qué
pasa con él?
-
Aunque
está casado, su mujer se ha quedado en Graz y él pasa muchos días aquí,
mariposeando alrededor de mi sobrina, aprovechándose de que su trabajo depende
de que él esté contento de ella…,
usted ya me entiende. Una chica con el marido en el frente del este y un niño
pequeño que sacar adelante. Gracias a que yo la apoyo y no me muevo de casa,
salvo para ir a comprar pero, aún así… No debería meterme donde no me llaman,
pero usted me parece una persona importante y de fiar… Vamos, que Gudrun no ha
tenido más remedio que aguantar. Siendo del Partido y jefe de la fábrica, usted
me dirá qué va a hacer la pobre.
Ni sabía qué
contestarle, ni me parecía que su sobrina fuese la pobre chica desvalida que
ella presentaba; de modo que resolví poner fin a la conversación:
-
Señora,
tengo que trabajar hoy desde muy temprano. ¿Me puede preparar un desayuno
ligero? Un par de tostadas con margarina y un café con leche bastarán.
A los pocos
momentos, bajó Gudrun, tan fresca y ágil, que nadie habría dicho que había
tenido una noche agitada. Cuando nos
vio a su tía y a mí juntos, torció el gesto: Se ve que no le agradó la
perspectiva de que su tía me hubiera puesto al corriente de su vida y milagros;
demasiado al corriente.
***
Acabamos el
desayuno y pedí a Gudrun que pasásemos a la sala, para cambiar impresiones sin
que nadie nos importunase, como podría suceder en la fábrica.
-
Veamos
-le dije-, antes de meterme con las espectrometrías, quiero que me indiques,
según tu experiencia, cuáles son las impurezas más frecuentes en el grafito de
Kaiserberg.
-
Solo
hay una bastante corriente, como en otros muchos yacimientos: el boro. Se encuentra
con frecuencia en forma de hidruros y, en ocasiones, de carboranos[55].
-
Ayer
me hablaste -proseguí- de un técnico que mensualmente venía por aquí y
utilizaba los espectrómetros. ¿Qué opinas de su solvencia?
-
De
eso puedes saber más tú que yo, pues es un ayudante de la Facultad. Se llama
Otto Boschke. Lo que sí puedo decirte es que trabaja muy rápido, pues tiene que
cumplir con bastantes encargos en una sola jornada. No sé si eso será
significativo, pues ya te he dicho que nunca he manejado el espectrómetro en
plan profesional.
Era suficiente
para empezar. Me levanté y dije:
-
Vamos
para el laboratorio y, por favor, encárgate de que no me moleste nadie durante
el trabajo.
-
¿Ni
siquiera el jefe?
-
Ese,
menos que nadie. Si no coincido con él ahora, puedes decirle que no me
importaría que me invitase a almorzar en el comedor de la fábrica. Excúsate tú
con cualquier pretexto, pues quiero hablarle a solas.
No me llevó mucho
tiempo detectar en las muestras del grafito listo para enviar al Uranverein elementos distintos del
carbono, en una proporción superior a ese 0,01% que Gudrun había aventurado
como de imperfecta depuración. Tal vez, un 0,05% sería un límite máximo más
realista, aunque divergía según las diferentes porciones analizadas. Y, en
cuanto a los elementos intrusos que
identifiqué, suponía que serían los culpables de la absorción de los neutrones
libres, pero tendría que hablar con Strassmann para confirmarlo, ya que era el
único a quien podía confiar mi hallazgo. Di por concluido el trabajo; pasé a
limpio unas notas, de manera que solo yo pudiese entenderlas y, como ya habían
dado las doce, salí del laboratorio, en busca de Herr Berentzen. Apenas me vio aparecer, exclamó con su mejor
sonrisa:
-
¿Qué?
¿Terminó ya su trabajo? Espero que no haya encontrado nada desagradable.
-
Puede
estar tranquilo. Su grafito es de suficiente calidad, como para ayudar al
esfuerzo de guerra del Reich.
Se empeñó en que
no comiésemos con los trabajadores en la sala común. Ello me permitió aumentar
la potencia de mi voz, cuando abordé con franqueza la cuestión de su
comportamiento con Gudrun:
-
Por
cierto -dije-, ha llegado a mis oídos que está usted propasándose con una
trabajadora de su fábrica, que tiene al marido jugándose la vida en el frente
ruso. Le juro que, o la deja usted en paz, o me encargaré de hacerle la vida
muy difícil en la fábrica, y hasta puede que pierda el empleo. Y conste que no
fanfarroneo. Mientras trabaje para el Ministerio de la Guerra y permanezca en
Graz, puedo hacerle una visita de inspección cada quince días. Así que ¡pobre
de usted como no cambie radicalmente de conducta!
Aguantó el
chaparrón impertérrito, como si no acabase de creer que yo pudiese fastidiarle,
siendo miembro del Partido y medalla del Anschluss.
Pero no podía hacer más por Gudrun sin descubrir que la calidad del grafito era
mediocre para su uso por la Uranverein.
Y eso era lo último que se me habría ocurrido.
***
Pasé la tarde con
Gudrun y el pequeño Andreas en Sankt Michael, un pueblecito encantador a tres
kilómetros de la mina, adonde nos desplazamos en mi pequeño Volkswagen. Estábamos a finales de mayo
y el campo era toda una explosión, no de bombas, sino de flores y de trinos. Le
referí mi conversación con Berentzen y la esperanza de que contuviera sus
rijosidades en vista de mis advertencias. Gudrun enrojeció y manifestó su
disgusto porque su tía me lo hubiera revelado, trayéndome preocupaciones que no
me concernían.
-
Tal
vez -dijo Gudrun-, terminen pronto estos problemas, pues mi marido lleva
combatiendo desde el principio de la Guerra, lo que unido a su edad y a estar
casado y con un hijo hace probable que lo licencien, no tardando mucho.
-
¿Y
a tu hermano?
-
Él
lo tiene peor, porque lo llamaron con los de su reemplazo hace poco más de un
año.
Regresamos al
chalé e hice ademán de subir para recoger mis cosas. Gudrun me detuvo y sonrió.
No necesité nada más para comprender y aceptar.
Momentos antes de
que sirviera la cena tía Gretchen, en vista de que no regresaría a Graz hasta
la mañana siguiente y de que me quemaba en la cabeza la cuestión de los
elementos intrusos, no me dejó el
genio y decidí telefonear a Strassmann desde casa de Gudrun. Así, para el caso
de que Fritz manifestase alguna duda razonable sobre la eficacia nefasta del
boro y el cadmio que había detectado, podría volver al laboratorio de la Grafitenbergau y proseguir los análisis
con cualquier disculpa.
El aparato estaba
en la sala donde nos encontrábamos y Gudrun, algo alejada, no hizo ni intención
de salir de la habitación; de modo que decidí hablar en voz sospechosamente
baja y empleando el menor número posible de palabras y alusiones. Lo primero no
resultó como pretendía, pues la línea con Berlín tenía poca potencia.
En treinta
segundos, tuve la respuesta de Fritz. En efecto, los dos intrusos captaban neutrones, impidiendo la reacción en cadena,
sobre todo, el cadmio, que podría incluso resultar útil para controlar el flujo
de aquellos[56]. Me
pidió alguna aclaración más, pero yo corté tajante la comunicación con un ya te contaré en Berlín, dentro de poco.
***
Nuestra segunda
noche resultó muy diferente a la primera. Pasados los momentos de pasión,
Gudrun me preguntó directamente si había encontrado en las muestras del grafito
alguna impureza que lo hiciese inadecuado para el uso por el Uranverein. Sin referirse para nada a mi
conversación telefónica, me dijo que estaba segura de que algo de boro tendría que haber y, probablemente, alguna cosa más. Comprendí que no tenía
sentido entrar en un juego de mentiras con quien también era una buena química,
y abordé su interrogante de manera drástica:
-
No
puedo darte ninguna información sobre el resultado de los análisis. Como
comprenderás, el contenido es secreto y solo puedo revelarlo a mis superiores del
Uranverein.
También ella me
respondió de forma clara y precisa, demostrativa de que sabía de mí bastante
más de lo que yo creía -vaya usted a saber por qué medio-:
-
Mira,
Max, si te pregunto no es por curiosidad, sino porque tengo razones para creer
que vas a engañar a tus jefes, de modo que se abstengan de fabricar la bomba
ante los obstáculos que, por tus informes mendaces, crean encontrar.
-
¡Esta
sí que es buena!, exclamé. Si tan segura estás de que soy un mentiroso, y hasta
un traidor a mi País, ¿de dónde viene tanto cariño y tanta entrega a mi malvada
persona? ¿O es que tú también estás engañando, en este caso, con tus
sentimientos?
Pareció que mis
palabras la conmovían. El hecho es que replicó:
-
Nunca
he pensado que, por evitar la fabricación de la bomba, seas un malvado ni un
traidor. Comprendo tus motivos y hasta puedo compartirlos, pues he sufrido
bastante con los nazis y sus delirios de grandeza: Sin ir más lejos, mi marido
pena en el frente porque se opuso a la anexión de Austria, nuestro País. Pero mi enfoque de la situación es totalmente
distinto al tuyo. Tú no tienes a nadie íntimo en el frente y puedes optar entre
Alemania y la Humanidad. Yo puedo perder a mis seres queridos en una guerra,
que la bomba puede hacernos ganar y, en todo caso, que termine pronto. Esa es
mi opción, mi única opción, y por eso no puedo consentir que te erijas en juez
de la situación y decidas que mis hombres deben morir y que Alemania y Austria
han de ser vencidas y, tal vez, aniquiladas.
Intenté hacerle
ver que nuestras posturas podían converger, gracias al punto de vista que
Heisenberg me había expuesto, poco tiempo antes:
-
Sea
el grafito puro o impuro, el más grande de los físicos del Uranverein -puedes creerme- está convencido de que Alemania no
tiene medios ni conocimientos para fabricar la bomba atómica antes de que acabe
esta Guerra, contando con que lo haga en dos o tres años. A lo más que podemos
aspirar es a encontrar una aplicación de la energía nuclear a la industria y el
transporte. Eso sería muy importante para el esfuerzo bélico, pero tampoco
resultaría definitivo en orden a ganar la guerra, o a concluirla con rapidez.
-
Creo
en lo que me dices, pero seguro que otros científicos bien informados son de
otra opinión, más optimista que la de quien me hablas; y, en todo caso, demos
la oportunidad de conseguirlo, en vez de anular todas las posibilidades
mediante una mentira que, además, poco o nada solucionará. ¿Cuántas armas
importantes o decisivas han dejado de fabricarse o emplearse en la Historia,
más tarde o más temprano? ¿Qué me dices de nuestros enemigos? ¿Crees que están
de brazos cruzados, o ellos también tratan ya de fabricar la bomba?
-
No
puedo responderte a esas preguntas. Solo pienso en que no puedo dar de lado a
mi conciencia y poner mi escasa ciencia al servicio, no de la vida, sino del
exterminio.
-
Entonces
-replicó Gudrun-, ¿qué haces trabajando para el Uranverein? Si te remuerde la conciencia, apártate de él, en lugar
de traicionar, no a algo abstracto, como la patria, ni a alguien concreto, como
Hitler, sino a tus deberes y a tus compañeros. Desde luego, yo nunca abandonaré
a los míos, ni renunciaré a la esperanza de conseguir salvarlos de la muerte.
Me pareció que la
discusión había llegado a un punto muerto. O alguno de los dos cedía en su
empeño, o mi engaño estaría condenado al fracaso y seguramente me traería la
muerte. Así se lo hice saber a Gudrun:
-
Presentaré
mi informe, tal y como lo tengo decidido. Si tú quieres contradecirme, hazlo.
No lograrás salvar a tu marido ni a tu hermano, pero es probable que consigas
que me maten a mí.
Acto seguido, me
levanté de la cama, me vestí, recogí mis pertenencias y conduje hasta Graz. Una
vez en mi departamento, redacté un breve informe indicativo de que el grafito
analizado no presentaba impurezas detectables por métodos espectrográficos y,
evitando al máximo seguir dando vueltas a mi decisión, tomé el primer tren de
la mañana a Berlín. Una vez en la Capital, localicé a Strassmann en su casa a
la hora del almuerzo y le expliqué todo lo sucedido, así como mi propósito de engañar a Heisenberg, tan pronto me
diera audiencia. Fritz alabó mi postura y, con ánimo de tranquilizarme,
pronunció una frase que entonces juzgué un mero rasgo de ingenio:
-
Esperemos
que un premio Nobel incierto sea más
flexible que una mujer enamorada.
4. Un final imprevisto
Heisenberg me recibió a última hora de la tarde, en el mismo
día de mi llegada a Berlín. Como yo esperaba y deseaba, se hallaba solo y, al
parecer, bastante cansado de todo un día de trabajo y gestiones
administrativas. Muy rápido actúa usted,
fue su saludo. Repliqué:
-
Me
indicaba en su carta que el trabajo era urgente. En fin, fui a Kaiserberg,
analicé concienzudamente una docena de muestras y este es el informe que, con
la necesaria rapidez, puedo presentarle.
-
Más
tarde -dijo, dejando el sobre sobre la mesa, sin abrirlo-. Expóngame ahora sus
conclusiones de palabra.
-
La
Grafitenbergau tiene un excelente y
contrastado sistema de purificación del grafito, mediante altas temperaturas y
cloración. La jefa de laboratorio es una doctora por la Universidad de Graz,
muy concienzuda, con buenos ayudantes y técnicas al día. Un ayudante de dicha
Universidad viaja hasta la fábrica todos los meses para hacer los análisis
espectrométricos, con aparatos modernos. No han detectado otras impurezas que
las sales de boro, que obviamente eliminan con los métodos que antes le
indiqué…
-
Bien.
¿Y usted? ¿Encontró algo en sus exámenes?
-
Nada
en absoluto. Las muestras eran completamente puras.
-
¿Al
ciento por ciento?
-
¿Bastaría
con el 99,99?, pregunté sarcástico. No me atrevo a negar una incertidumbre en mis análisis menor del
0,01 por ciento.
Heisenberg sonrió,
o por la alusión, o de complacencia. Concluyó:
-
Entonces,
es problema de las propiedades del grafito. Nos ha fallado inesperadamente.
-
Quizá
podría servir para reacciones controladas, ya que no para la bomba.
-
Ya
veremos, profesor Redensart. En todo caso, le sigo pidiendo absoluta reserva;
más ahora, en que mi hipótesis se ha evidenciado errónea. Figúrese el ridículo
frente a todos los demás colegas, que acertadamente dieron por bueno el
fracaso, sin imaginar siquiera que el grafito estuviera levemente impurificado.
Me lo decía muy
serio, pero el contenido de las frases era, más bien, de una ironía sangrante:
No era él quien podía quedar en ridículo -incluso sin mi falacia-, sino los
demás ilustres profesores, incapaces de sospechar lo que habría imaginado cualquier
ayudante de laboratorio.
Solo entonces,
Heisenberg utilizó el abrecartas y leyó seguidamente el escueto informe. Yo me
temí, por el momento, una bronca, bien por la brevedad, bien por no ir
acompañado de las gráficas del espectrómetro. Pronto me tranquilizó:
-
Perfecto
-dijo-. Como esto quedará exclusivamente entre nosotros, ¿para qué más?
¿Seguía el
sarcasmo, ahora para conmigo? No sabría decir.
-
¿Qué
tal por la Facultad de Graz?... No me diga; me lo figuro; pero, por lo menos,
tendrán por allí pocos bombardeos.
-
Así
es, al menos, hasta ahora. Cuídese usted aquí y no dude en llamarme, si quiere
que su esposa y sus hijos[57]
pasen unos días de vacaciones en Estiria: aquello es muy bucólico. Y tengo una
casa demasiado grande para un solterón.
-
Le
agradezco el ofrecimiento, Max, pero no desespere: las jóvenes austriacas son
muy cariñosas.
Salí del despacho
de Heisenberg ligero como una pluma, caminando a zancadas, sin otra idea que la
de encontrar cuanto antes a Strassmann y contarle lo sucedido. Me estaba
esperando con inquietud pero, cuanto se enteró de lo sucedido, exultó y rompió
a hablar a voces:
-
¡Qué
te decía yo! ¡Werner el incierto! ¡Al
fin muestra sus cartas! ¡Está con nosotros; no sé por cuanto tiempo, ni con qué
seguridad, pero está con nosotros! ¡La suerte de la Humanidad está a salvo! ¡Y
tú, pequeño ferroviario de Hannover tienes mucha culpa en ello! ¡Dios te
bendiga, Max! ¡Vamos a salir a celebrarlo! ¡Por ahora, los neutrones pueden
irse al diablo!
María reía
incontenible. Andrea, al piano, atacó el Himno a la Alegría. Y el pequeño
Martin, ya en pijama, con una pelota en las manos, exclamaba en su media
lengua: ¡teufel, teufel![58]
***
De tanto pensar y
temer a Heisenberg, casi me había olvidado de Gudrun, aquella austriaca muy cariñosa, de cierto, pero con
muchísimo peligro, si le daba por acudir a mis superiores, denunciando la falsedad
de los análisis. Verdad es que no le iba a ser fácil, de momento: una química
desconocida, tratando de conectar con una de las instituciones más inaccesibles
de Alemania, sin tener otra cosa contra mí que meras sospechas, aunque con un
excelente fundamento. No la creía capaz de utilizar intermediarios más
poderosos, como el director Berentzen o, inclusive, la Gestapo. De cualquier forma, no podía hacer otra cosa que esperar.
Strassmann, siempre positivo, me recomendó coger las ya inmediatas vacaciones
de verano cerca de la frontera suiza o en el Báltico. Siempre puedes tomar un camino de montaña, o gobernar un velero, y
plantarte en lugar seguro en un santiamén. No veía llegado el final del
curso y la acogedora ciudad de Graz ahora me parecía demasiado cerca de mi
perdición. No sé cuántas veces imaginé encontrar a Berentzen entre los cliente
de un café, o la esbelta silueta de Gudrun, en las jóvenes que paseaban por la Sporgasse.
Poco antes de
finalizar el curso, tuve conocimiento de que, ante la frecuencia de los
bombardeos sobre Berlín, Heisenberg había trasladado a su mujer e hijos a la
localidad bávara de Urfeld, a orillas del lago Walchen. Y, apenas unos días más
tarde, me llegó una comunicación del Uranverein
avisándome de que, por razones de seguridad, su sede se establecía en
Haigerloch, en las montañas del Jura, junto a la Selva Negra. A mí no se me
ordenaba desplazarme hasta allá, dado que temporalmente estaba excedente en sus
trabajos, por lo que resolví permanecer el curso siguiente en Graz; pero, para
mantener lazos personales y estar enterado de la marcha de los trabajos, fui a
pasar las primeras semanas de mi asueto veraniego en la Felsenstädchen[59],
dejando dicho en la Facultad que me enviasen la correspondencia a la pensión
donde, a duras penas, había encontrado alojamiento. En cumplimiento de mi
indicación, cuando ya estaba a punto de marchar hacia Hannover, para pasar unos
días con mis padres, me llegó una carta. Reconozco que, al ver el remite, se me
pusieron los pelos de punta. Afortunadamente, el texto nada tenía de peligroso,
aunque sí de lamentable… para otros. Decía así:
Apreciado
Max:
El pasado mes de junio, mi hermano pequeño
fue evacuado desde el frente a un hospital militar de Linz, tras haber perdido
la pierna derecha en un ataque artillero en el frente de Leningrado. Ahora ya
está dado de alta y, rechazando mi ofrecimiento de traerlo a vivir en
Kaiserberg, ha preferido acogerse al domicilio de mis padres, en el distrito de
Liezen. Como comprenderás la guerra ya se ha acabado para él, al menos, la que
se hace con las armas en la mano contra un enemigo externo.
Y anteayer recibí la notificación oficial
de que mi marido falleció el 20 de julio pasado en el frente ruso, en esa gran
batalla que dicen se está desarrollando en el sector de Kursk, al parecer,
aplastado por un tanque enemigo al que trataba de parar con bombas de mano. Lo
sé porque el mismo sargento que me trajo en persona la comunicación, dejó junto
a ella la cruz de hierro que le concedieron a título póstumo.
Verás que el destino ha querido privarme
en muy poco tiempo de los motivos que en tiempos tuve para denunciarte, cosa a
la que, de todas formas, aún no me había decidido, por motivos que tal vez tú
comprendas, pero que yo no voy a explicarte. En fin, ahora toda razón de
enfrentamiento entre nosotros ha concluido, lo que me apresuro a comunicarte
para tu tranquilidad, con toda la alegría de que es capaz mi atribulado
corazón.
Perdona la preocupación que te haya
causado y te ruego que, si has de recordarme, sea por aquellas noches en que
ambos gozamos de tan dulce intimidad.
Hasta siempre,
Gudrun.
Decidí
responder a esta carta en forma presencial, de manera tan sensible y acertada,
que Gudrun y yo nos casábamos dos meses después, en la capilla de la Facultad
de Teología de mi Universidad, con el padrinazgo de Strassmann y la presencia
-por mí suplicada hasta la extenuación- de los testigos de mi tesis, von Laue y
Hahn. Heisenberg aceptó de inmediato la invitación, con todo lujo de ironías
sobre lo blando que es el corazón de los solterones
y lo difícil que es sustraerse a la dulzura de las austriacas. Fue la última
vez que estuvimos todos juntos durante los tremendos tiempos que restaban de
guerra. Espero volver a verlos pronto, una vez las injustificadas sospechas que
contra ellos se han concitado[60]
sean disipadas por los vientos de la vida y de la justicia.
A ello he querido
contribuir con estas páginas, sin duda, modestas, pero también sentidas y
sinceras[61].
[1]
Friedrich Bergius (1884-1949), profesor e industrial químico alemán, Premio
Nobel de Química de 1931.
[2]
Importantísima empresa (o grupo de empresas) química, de origen belga, fundada
en 1863, cuyas instalaciones principales en Alemania se ubicaban en Hannover,
en la época a que se contrae este relato.
[3]
Friedrich (Fritz) Wilhelm Strassmann (1902-1980), muy destacado investigador y profesor
alemán de Química-Física, decidido antagonista de las armas nucleares.
[4]
Kaiser-Wilhelm-Institut, fundado en
1911, desde su origen, la más importante red de instituciones científicas
alemanas. Desde 1948 lleva el nombre, abreviado, de Max-Planck-Gesselschaft.
[5] Otto
Hahn (1879-1968), gran químico-físico alemán, Premio Nobel de Química de 1944.
[6] Lise
Meitner (1878-1968), notabilísima física nuclear de origen austriaco.
[7]
Hanomag (abreviación de Hannoversche
Maschinenbau AG), industria fundada en 1871 y dedicada a la fabricación de toda
clase de vehículos, incluidos tractores y locomotoras. Su sede central radica
en la ciudad de Hannover.
[8]
Redensart es equivalente de nuestro refrán.
[9] Max von
Laue (1879-1960), gran físico alemán, Premio Nobel de Física de 1914.
[10] Fritz
Haber (1868-1934), químico alemán, Premio Nobel de Química de 1918.
[11] Die Naturwissenschaften, vol. 22,
entrega 7 (febrero de 1934), p. 97.
[12]
Max Planck (1858-1947), físico alemán, fundador de la Teoría Cuántica, Premio
Nobel de Física de 1918.
[13]
En concreto, la prohibición fue comunicada personalmente a Max Planck por el
Ministro de Ciencia, Educación y Cultura Nacional, Bernhard Rust. El veto
alcanzaba, no solo a los Profesores universitarios, sino a todos los
funcionarios públicos.
[14]
Uno de los edificios del complejo universitario de Berlin-Dahlem, cuyo gran
salón de actos solía acoger los actos más solemnes del Kaiser-Wilhelm-Institut.
[15] Wolfgang Heubner (1877-1957), uno de los
pocos grandes profesores alemanes que supo cohonestar durante el nazismo su
ejercicio profesional con la independencia de sus ideas y el apoyo decidido a
otros colegas, incluso salvándoles la vida.
[16]
Posteriormente, von Laue recibió una reprimenda
ministerial, como ya la había sufrido por su nota necrológica de Haber,
citada en este relato.
[17] Se ha hecho famosa. Comparaba la necesidad de
Haber de marcharse de Alemania, con el destierro ordenado a Temístocles por los
atenienses (472 o 471 a.C.), pese a ser su ciudadano más destacado o, quizá,
precisamente por serlo.
[18]
Clara Haber, de soltera Immerwahr, (1870-1915) se suicidó en disconformidad con
la decidida intervención de su marido, en apoyo de la guerra química decidida
por el Gobierno alemán. Fue una destacada química.
[19]
El
Caballero de los Gases, en similitud con Der Rosenkavalier (El Caballero de la Rosa), la famosa ópera de
Richard Strauss, estrenada en 1911. Posteriormente -y no por culpa de Haber-
del gas de su invención Zyclon-A, usado como insecticida en agricultura, se
derivaría el Zyclon-B, presunto antiparasitario, usado por los nazis para
exterminar a los judíos y otros, en los campos de concentración.
[20]
Francis Aston (1877-1945), Premio Nobel de Química de 1922, inventó el primer
espectrógrafo de masas en 1919. De la apariencia del mismo puede dar una idea
la ilustración que acompaña a estas líneas.
[21]
Maria Caroline Heckter (1898-1956), nacida en Hannover, notable química, casada
con Fritz Strassmann el 20 de julio de 1937. Doctorada en 1934, trabajaba como
técnica (Asistente) en el Instituto
Kaiser Guillermo, en investigación de silicatos, como especialista en vidrio y
cerámica.
[22] Máxima
calificación de las tesis doctorales.
[23]
Annalen der Physik und Chemie,
revista puntera en la materia, fundada en 1799, que en la época del relato se
publicaba en Berlín y en lengua alemana. Actualmente (2019) se publica solo en
inglés.
[24]
El uranio-235 es un isótopo con 143 neutrones, y es natural y artificialmente
fisible. El uranio-238 es un isótopo con 146 neutrones, solo fisible mediante
una técnica compleja que lo transforme en uranio-239 y, sucesivamente, en
neptunio-239 y plutonio-239. La proporción media de uranio-235 en la naturaleza
es de un 0,72% del total de uranio existente.
[25]
Era un apodo discutible pues Max Redensart había nacido en enero de 1910; de
modo que el chico ya había cumplido
28 años.
[26]
Bernhard Rust (1883-1945), Ministro de Ciencia, Educación y Cultura Nacional
(1934-1945), nacido en Hannover. Véase también la nota 13.
[27] Lo que
acaeció en marzo de 1938.
[28] Ello
sucedió el 13 de julio de 1938.
[29]
Personaje imaginario. En realidad, el propio Otto Hahn quedó sorprendido con el
hallazgo de bario en los materiales resultantes.
[30] Hay
otros muchos isótopos del bario (de 74 a 78 neutrones), bastantes de ellos
estables.
[31]
Abreviación por Die Naturwissenschaften, ya citada en la
nota 8. El número en que se publicó el enorme hallazgo de Hahn apareció también
suscrito por Strassmann, el 6 de enero de 1939.
[32]
Otto Robert Frisch (1904-1979), físico austriaco, había abandonado Alemania al
acceder Hitler al poder, en 1933.
[33]
Werner Karl Heisenberg (1901-1976), físico alemán, Premio Nobel de Física de
1932, Director de la sección de Física del Kaiser-Wilhelm-Institut (1942-1945)
y uno de los componentes más destacados del Uranverein
(véase nota 35).
[34]
Petrus Josephus Wilhelmus Debije (1884-1966), químico-físico holandés de
origen, Premio Nóbel de Química de 1936, Director de la sección de Física del
Kaiser-Wilhelm-Institut (1934-1939). Declinó la oferta de formar parte del Uranverein (ver nota 35) y, a comienzos
de 1940, es estableció en los Estados Unidos, cuya nacionalidad obtuvo en 1946,
cambiando entonces la ortografía de sus nombres y apellido.
[35]
Denominación vulgar del programa nazi de energía nuclear, encaminado a fabricar
-infructuosamente- bombas atómicas. Su nombre técnico era Arbeitsgemeinschaft für Kernphysik y empezó a funcionar en abril de
1939.
[36]
La Segunda Guerra Mundial comenzó para Alemania el 3 de septiembre de 1939, con
las declaraciones de guerra de Inglaterra y Francia, consiguientes a la
invasión de Polonia por los nazis, iniciada dos días antes.
[37]
Durante la II Guerra mundial, fueron los principales ayudantes de Otto Hahn los
profesores Hans-Joachim Born, Siegfried Flügge, Hans Götte, Walter
Seelmann-Eggebert, y Fritz Strassmann.
[38] Paul
Maria Harteck (1902-1985), químico-físico alemán, enlace con el Ministerio de
la Guerra y cabeza más visible de la investigación encaminada directamente a la
obtención de la bomba atómica alemana.
[39]
Redensart hace aquí un juego anfibológico con el hecho de que Heisenberg, no
solo era el creador del esencial Principio de Incertidumbre, sino una persona
reputada generalmente de escurridiza y de convicciones no expresadas con
claridad.
[40]
Sinónimo despectivo de amigo de judíos, para quien no era de esa raza. En 1938, Heisenberg había sido
objeto de un duro varapalo verbal por parte del Gruppenführer de las SS, Reinhard
Heydrich, que fue aplacado por el propio Jefe máximo de SS, Heinrich Himmler, con la mediación de las madres de Heisenberg
y Himmler, que se conocían entre sí.
[41] Puede extrañar que Heisenberg no se refiriese
a Francia, donde el matrimonio Joliot-Curie encabezaba un equipo de larga
tradición en el campo de la radiactividad artificial. Ello induce a pensar que
la charla entre Heisenberg y Redensart pudo haberse producido a mediados del
año 1940, cuando Alemania invadió Francia y la forzó a pedir un armisticio.
[42]
Esta sorprendente normalidad quebró
en el año 1944, cuando un bombardeo aéreo destruyó el laboratorio y los
archivos de Hahn, forzando el traslado de la sección de Química del Instituto
Kaiser Guillermo a un lugar recóndito del sur de Alemania.
[43]
En realidad, estos elementos llevan los nombres de americio y curio, habiendo
sido producidos y aislados en 1944, pero en la Universidad de Berkeley (EE.UU)
por el equipo de Glenn T. Seaborg. Actualmente (2019), ni Hahn ni Strassmann
han llegado a ser epónimos de ningún elemento químico, aunque en el caso de
Hahn se ha propuesto en varias ocasiones, sin aceptación definitiva por la
IUPAC.
[44] Dicha sección o Instituto funcionaba en
Heidelberg, a partir de 1929, habiendo sido fundado por Ludolf von Krehl
(1861-1937), gran internista y patólogo alemán.
[45]
Se trataba de la pianista, Andrea Wolffstein, de 46 años a la sazón, que
sobrevivió a la época nazi gracias a los Strassmann. Por ello, a título
póstumo, Fritz fue designado Justo entre
las Naciones por el Yad Vashem israelí, en 1985.
[46] O agua cuyos átomos de hidrógeno pertenecen
al isótopo deuterio que, a diferencia del hidrógeno habitual o protio, tiene en
su átomo un neutrón.
[47]
Sociedad industrial química noruega fundada en 1905, actualmente (2019)
existente. Su producción de agua pesada comenzó como un subproducto de la
electrólisis necesaria para la producción de abonos nitrogenados, a partir del
nitrógeno atmosférico. Tanto los aliados, como los nazis, magnificaron
erróneamente la calidad del producto, pues las investigaciones posteriores han
permitido concluir que la proporción de moléculas de agua pesada en el total
del agua electrolizada por la Norsk Hydro
no rebasaba el 1% (el porcentaje en la Naturaleza es del rango del 0,02%).
[48]
Tanto más, en las cantidades precisas para su aplicación nuclear. Se calcula
que un reactor nuclear de entonces habría precisado 5 toneladas de agua pesada,
y 10 la producción de una bomba atómica de plutonio. El agua pesada -de muy
mediocre calidad- transportada a Alemania durante toda la Guerra no rebasó la
media tonelada.
[49]
El trabajo como profesor de Universidad exigía una habilitación concedida por
el Partido Nacional-Socialista Obrero Alemán, llamada Habilitationsschrift für Privatdozent, así como la integración en
el Nationalsozialistischer Deutscher
Dozentenbund.
[50]
Grafitenbergau Kaiserberg, radicada
en la región Estiria (Austria). Es una de las empresas extractoras de grafito
más antiguas (1832) entre las que siguen funcionando. Los yacimientos de
grafito de Kaiserberg empezaron a explotarse en 1755.
[51]
Aguardiente de albaricoque.
[52] Fonda o
pensión. En alemán -lo digo por el artículo empleado- tiene género neutro.
[53]
La doctora Widmaier no concretó la temperatura máxima a la que el grafito era
sometido. En aquel tiempo no era corriente pasar de los 1.200 grados Celsius.
Actualmente, suele llegarse hasta los 2.500o.
[54]
Incorporación de Austria al Reich alemán
como una provincia (Mark) más. Dicho
proceso se consumó en marzo de 1938.
[55]
Los hidruros de boro son sales binarias de boro (comportándose como no metal
trivalente) y un metal. Los carboranos son uniones cristalinas de un reducido y
variable número de átomos (cluster)
de carbono, hidrógeno y boro.
[56]
La hipótesis de Strassmann ha sido llevada a la práctica posteriormente: El
cadmio es modernamente utilizado en barras de control del flujo de neutrones en
los reactores atómicos.
[57]
Werner Heisenberg contrajo matrimonio en
1937, a sus 35 años de edad (por tanto, mayor de lo que lo era Max Redensart en
1943), De su único matrimonio con Elisabeth Heisenberg -de soltera, Schumacher,
nacida en 1914-, tuvo seis hijos: Wolfgang, Jochen, Martin, Barbara, Christina
y Verena.
[59]
Sobrenombre de Haigerloch: Pequeña ciudad
de piedra.
[60] El texto alude al periodo en que estuvieron
detenidos en la localidad inglesa de Farm Hall, nada más terminar la Guerra,
sometidos a investigación acerca de la contribución que hubieran podido prestar
al esfuerzo de guerra nazi para fabricar la bomba atómica. La investigación
concluyó sin cargos, pero no desvaneció las sospechas que pesaban sobre
Heisenberg.
[61] Esta oración final pone de manifiesto que el
relato de Max Redensart fue enviado a los investigadores de la Misión Alsos, cuyo objetivo se explica
en la nota 60.
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