Vivir de cine y
morir de amor
Por Federico Bello
Landrove
Recreación novelada del triste destino que
tuvo en Río de Janeiro Maurice Pecqueux, uno de los mejores directores de
fotografía de su tiempo. La época en que suceden los hechos, centrados en 1950,
contribuye con su agitación a hacer más realista y vívido el relato.
1. Un giro de 180 grados…
El ministro
Mariani[1]
llevaba media hora tratando de convencer al poderoso productor Adhemar Gonzaga[2]
de la conveniencia de tomar un nuevo rumbo en el cine brasileño. No cabe duda
de que las razones esgrimidas por el político eran compartidas por el Gonzaga
artista, que había legado al acervo patrio más de una película notable; pero
los argumentos chocaban con un muro de hormigón en cuanto el cineasta recordaba
que, ante todo, era el dueño de los estudios cariocas de Cinédia que, después de casi veinte años de existencia, no pasaban
por su mejor momento.
-
No
puedo creer -se lamentaba Mariani- que el director de Cinearte[3],
productor de Ganga bruta y O ébrio[4],
se empeñe en apoyar el rodaje de chanchadas[5],
que no hacen más que embrutecer al público y avergüenzan a nuestro país en el
extranjero.
-
Yo
creo que el señor Ministro exagera. De cualquier forma, yo no soy sino la
cabeza de una empresa de la que dependen muchos puestos de trabajo, que solo
puede sostenerse si las películas que produce tienen un razonable éxito en
taquilla.
-
Ye
veo -replicó adusto Mariani- que el señor considera primordial el tema
monetario. Siendo así -prosiguió tras un momento de pausa-, no tengo más
remedio que tocarle el bolsillo, en vez de conmoverle el corazón.
Iba Gonzaga a
replicar de forma bastante airada, pero el Ministro no le dejó meter baza, sino
que se enfrascó en una larga exposición, cuyo núcleo era tan económico como el
planteamiento de su interlocutor. A grandes rasgos, se trataba de lo siguiente:
En el año 1939, el
Presidente Vargas, movido a la vez por el nacionalismo y la propaganda, había
implantado en Brasil la cuota de pantalla[6],
que obligaba a proyectar un cierto número de películas brasileñas, proporcional
al de las extranjeras que se estrenasen. La caída de la dictadura varguista no
había ido seguida de la derogación de tal Decreto, con la lógica irritación de
las distribuidoras americanas. El nuevo Presidente, mariscal Dutra, entusiasta
del liberalismo económico y de las buenas relaciones con los Estados Unidos,
había acabado por acoger la crítica y tratado el tema en Consejo de Ministros.
-
¿Se
percata de por dónde van los tiros?, preguntó Mariani.
-
Ya
veo, ya -concedió Adhemar-. Sería un golpe muy duro para nuestra incipiente
industria cinematográfica, pero no alcanzo a entender qué tiene que ver con
ello el tipo de películas que produzcamos en Brasil.
-
¡Ahí
está el meollo del asunto!, exclamó Mariani. Aunque no me crea, lo cierto es
que me batí como un león en favor de ustedes, pues no se me oculta que el cine
norteamericano nos puede devorar en un par de años, si logra la libertad plena
de exhibición.
-
¿Libertad?,
protestó el cineasta. ¡Menuda libertad! Si las salas quieren proyectar una
buena película americana, tienen que cargar con otras mediocres o malas en el
mismo paquete, impuestas por la distribuidora.
-
Lo
sé, concedió Mariani, pero el Presidente no me aceptó ese tipo de argumentos. Usted es Ministro de Educación -me
dijo-. Deme motivos culturales para
mantener la cuota y deje las razones de mercado a sus colegas económicos.
El político bebió
un sorbo de agua y, ante el silencio de Adhemar, reanudó el relato:
-
Vi
perfectamente a dónde quería llegar el Presidente, pero objeté que difícilmente
podrían hacerse buenas películas si, por la agobiante competencia de las
americanas, las brasileñas se quedaban en un cajón. Él me abrumó: Llevamos casi diez años de proteccionismo y
¿qué hemos conseguido? Yo se lo diré: la apoteosis de la chanchada. ¿Qué le
parece, Gonzaga? Tuve que agachar la cabeza y reconocer calladamente que tenía
toda la razón.
-
Yo
no lo creo así, señor Ministro -replicó Gonzaga-. La chanchada es una forma de llegar al pueblo, que tiene muy diversos
niveles de calidad. Por otra parte, de los casi diez años que dice el
Presidente, más de la mitad estuvimos atados de manos con la censura y la
propaganda gubernamental[7].
-
También
eso se lo hice notar al Presidente, concedió Mariani, pero no hubo cáscaras.
Tan solo he conseguido aplazar el ultimátum. Si en dos años no se aprecia una
notable mejora de calidad y variedad en nuestras películas, el Presidente llevará
a la Cámara de Diputados la derogación del Decreto de Vargas.
-
¡Pero
es imposible cambiar las cosas en dos años! Las películas se preparan y ruedan
muchas veces en más tiempo que ese. Se necesitarían lo menos cinco.
-
Ya,
pero estamos a finales de 1948 y al Presidente le quedan dos años y pico de
mandato. Quiere dejar el tema resuelto. Además -confesó el Ministro, bajando
mucho la voz-, parece que le hizo una promesa a su mujer antes de morir.
Adhemar dio un
salto en el sillón:
-
¡Atiza!,
exclamó. ¿También andaba en esto Dona
Santinha[8]?
-
Esa
conclusión saqué, pero guárdeme el secreto. Si se lo he dicho, es para que
ponga de su parte todo cuanto pueda. De no ser así…
El Ministro meneó
la cabeza y puso cara de circunstancias. Se levantó dando por terminada la
audiencia. Mientras estrechaba la mano del productor, dejó caer la idea
salvadora:
-
Al
Presidente le gustó mucho O ébrio.
Tal vez si consiguiéramos un éxito parecido -aunque fuera uno solo-, lográsemos
un aplazamiento.
***
Han transcurrido
apenas unos días y ya no nos encontramos en el Palácio Capanema, sino en el luminoso despacho del presidente de
los estudios Cinédia, con vistas al
parque de Boa Vista[9].
Por lo demás, también tenemos a dos interlocutores frente a frente y están
hablando de cine, de la tremenda amenaza que pesa sobre las nonatas películas
de Brasil, de la que ya tenemos conocimiento. También acaba de enterarse de
ello quien tal vez sea el director de cine más famoso y prolífico del país,
llamado Luis de Barros o, simplemente, Lulú[10].
-
…
Así que ya ves a lo que nos enfrentamos -concluía Adhemar Gonzaga-. Se han
confabulado contra nosotros las fuerzas de este mundo… y las del otro.
Barros lo miró de
hito en hito:
-
¿Y
por qué te has acordado de mí? Si el ejemplo a seguir es O ébrio, llama a Gilda[11].
-
¡No
me la recuerdes! Fiado de su enorme éxito anterior, le puse en las manos una
película de gran presupuesto y ya lleva año y medio de rodaje, que no sé si me
va a llevar a la ruina[12].
Así que déjala que siga en lo que está. Cuento contigo: por formación, por
carrera y por experiencia. Solo necesitamos encontrar un guion excelente y ¡a
rodar! Tendrás todo cuanto necesites.
Lulú se envaneció:
-
Ya
sabes que necesito poco. Comparto contigo que esto es una industria que tiene que vender y dar beneficios. Y para
eso no hace falta mucho tiempo ni mucho dinero. Al menos yo, no los necesito
-
Mira
lo que nos jugamos. ¿No necesitarías algún técnico de primera? Piensa, piensa.
Estoy dispuesto a echar el resto.
-
¡Hombre!,
ya que insistes, no me vendría mal un director de fotografía de calidad.
-
Pues
no se hable más, repuso Gonzaga. Daremos un vistazo a Hollywood.
Lulú torció el
gesto:
-
Hollywood
para ti, que lo conoces bien. Yo me formé en Francia, en la Gaumont[13],
y prefiero entenderme con los técnicos franceses. Además, si lo que andas
buscando es sofisticación, daremos con la persona indicada, no te apures.
Barros emitió un
suspiro de alivio:
-
Quedamos,
dijo, en que yo me ocupo de buscar el tema y tú…
-
Sí,
sí, interrumpió Barros, pero no olvides que tengo por acabar Inocência[14] y me esperan algunas de mis
despreciables chanchadas.
-
Olvídate
de ellas, gruñó Gonzaga. En cuanto tengamos preparado el guion y contratado el
director de fotografía, empezaremos el proyecto
salvador. O triunfamos, o nos hundimos.
***
Cuando salió
refunfuñando del despacho de Gonzaga, Lulú ya tenía una imagen en la mente: la
del actor, fotógrafo y cámara Romain Lesage, de sólida formación en la Francia
de la ocupación nazi[15]
y niño mimado de las jóvenes revistas de cotilleo, Images du Monde y France
Dimanche[16]. Desde
mediados de aquel año cuarenta y ocho, Lesage se había establecido como
corresponsal en Rio y estaba en contacto con los medios cinematográficos de la
ciudad, con vistas a llevar a efecto sus deseos de dirigir películas[17].
Pero al recibir de parte de Barros el ofrecimiento de incorporarse al proyecto
redentor de la chanchada, Lesage se
echó atrás y ofreció una interesante solución de recambio:
-
Lo
siento, Luis -dijo-, pero tengo mucho trabajo con las revistas y ya llevo
avanzados los planes para dirigir una película importante, que tal vez pueda
ayudaros a convencer al Presidente de las bondades del cine de este gran país.
Pero soy buen amigo de una persona pintiparada para vuestro proyecto: Tiene
mucha más experiencia que yo y ha sido cámara y director de fotografía de los
mejores directores franceses: Renoir, Carné, Bresson, Moguy… Te sonará el
nombre: Maurice Pecqueux[18].
-
No
me digas más. Hablaré con Gonzaga para que se ponga en contacto con él y le
ofrezca un buen contrato. Mientras tanto, anímalo tú a que cruce el océano y se
una a nosotros. Claro que, siendo francés y tan acreditado, no sé yo si Brasil
no le resultará demasiado… exótico.
-
¡Huy,
no creas! Tal vez podamos convencerlo, precisamente, por el exotismo.
Lulú no entendió
la alusión, ni tampoco que, al hacerla, Lesage sofocara la risa. Es posible que
nosotros sí lo comprendamos, de tomarnos la molestia de leer la carta que aquel
dirigió a su amigo, para ponerle en antecedentes de lo que se pretendía:
Rio de Janeiro, a 30 de octubre de 1948.
Querido Romain:
No
sabes lo preocupado que estoy por tu salud y por lo poco que la cuidas. Cuando
me despedí de ti para venir al Brasil, te noté muy deprimido y desinteresado de
todas las cosas que antaño te entusiasmaban, incluso del trabajo, que ahora
asumes por razones meramente alimenticias y porque eres un profesional sin
tacha. Pero, si las cosas siguen igual, como parece, acabarás enfermando o
haciendo un disparate. Tienes que olvidar de una vez por todas a tu mujer, una
vez que tomaste la decisión de separarte de ella. Creo yo que una temporada
lejos de París, con su mal tiempo y peores recuerdos, te vendría de maravilla.
Y esto no es un consejo, sino una oferta en firme. Te cuento.
Hay en el mismo Rio unos estudios muy
amplios y bien dotados, donde se hacen no menos de media docena de películas al
año, casi todas ellas comedias ligeras con abundantes números musicales. Es lo
que gusta por aquí y podrás tener una idea, si has visto alguna cinta de Carmen
Miranda[19]. Mas resulta que el Presidente de Brasil no está conforme con los
argumentos ni la mediocre calidad de tales productos y ha amenazado a los
cineastas brasileños con quitarles la cuota de pantalla que protege sus
películas desde hace unos diez años. Así que están como locos por buscar temas
serios y traer a buenos técnicos de otros países. En estos estudios, llamados
Cinédia, me han pedido consejo sobre buscar a un gran director de fotografía y,
como es natural, les he dado tu nombre. El productor jefe va a ponerse en
contacto contigo y no hace falta que te diga que es una oportunidad que no
puedes perder. Estoy seguro de que va a ofrecerte unas condiciones muy
atractivas -sobre todo, teniendo en cuenta los precios de por acá-. Pero eso no
es nada comparado con lo que yo te voy a prometer, y gratis: una eterna
primavera; una naturaleza que es el jardín del Edén; una ciudad maravillosa, a
orillas de un mar de ensueño; unas mujeres bellísimas y acogedoras y… el
anfitrión perfecto para mostrarte y poner a tu alcance todas esas irresistibles
medicinas para tu tristeza: Yo.
No consiento que digas “no”. Haz el
equipaje y vente a Rio. Desde hoy empiezo a buscarte un apartamento con vistas
al mar, a unos pasos de la playa de Copacabana. No te digo que inicio también
la búsqueda de compañía para ti porque te aseguro que no hace ninguna falta.
Aquí no se busca; aquí se encuentra.
Hasta muy pronto, pues. Te abraza
cordialmente,
Romain.
(En la fotografía, Robert Bresson, tras la cámara; Maurice Pecqueux, de pie tras ella)
2. …Y de otros 180 grados más
Han pasado casi dos años, a juzgar porque la hoja del
calendario reza agosto, 1950. El
Ministro Mariani ha abandonado la poltrona del Palácio Capanema y anda por Bahia haciendo campaña para su posible
elección como senador por aquel Estado. El Presidente Dutra agota sus últimos
meses de mandato y parece tener otras preocupaciones que las de escuchar la voz
de ultratumba de Dona Santinha para
que fulmine las chanchadas. El ex
Presidente Vargas, benemérito promotor de la cuota de pantalla, anda muy
ocupado preparando su retorno a Catete[20],
aunque parece tener tiempo también para otras cosas, como luego veremos. El
bueno de Gonzaga tendría que estar feliz de que Dutra se hubiera olvidado de
fastidiar el cine nacional, pero no para de hacer cuentas pues las matemáticas
parecen conducir sin remedio al cierre de sus amados Estudios Cinematográficos Cinédia. ¿Y el resto de nuestros
conocidos? Precisamente sentados a una mesa del restaurante del hotel Copacabana Palace, encontramos a Lulú y
a Romain Lesage, dando buena cuenta de sendas cazuelas de moqueca capixaba[21].
Es el primero de los citados comensales quien está en el uso de la palabra:
-
No
deja de ser una chanchada más, una comedia
de enredo, con varios números musicales[22].
Pero, entre tu amigo Maurice y yo, estamos preparando un alarde técnico, que va
a ser la monda. ¿Recuerdas lo que hizo Hitchcock en La Soga?[23]
Pues vamos a hacer lo mismo.
-
No
agobies mucho a mi amigo -rogó Lesage-. Cada día que pasa en Rio lo veo más
desanimado y morriñoso. ¿Quieres creer que ha cruzado el Atlántico para
ennoviar con una chica francesa?... Lo que oyes, una tal Claude, a la que
conoció paseando por el Paseo de Copacabana, donde da la casualidad que ambos
tienen sus apartamentos. No es precisamente la mulata de rompe y rasga que yo
había imaginado, pero congenian bastante bien.
-
Cada
uno es como es -filosofó Lulú-, aunque se vaya al otro lado del mundo. Tu amigo
Maurice es un buen profesional y un hombre educadísimo, pero…, en fin, que no
lo veo yo ambientado en Rio, y no será porque en los estudios no hayamos
tratado de animarlo.
-
Falta
hace -apoyó Romain-. En fin, con alardes técnicos y sin ellos, lo que vais a
rodar me huele a chanchada. No veo que
estéis siguiendo el camino trazado por el Ministro.
-
Los
políticos han aflojado el dogal y hasta no sería extraño que el viejo GéGé[24]
volviera al poder y nos diese una seguridad plena. No obstante, Adhemar y yo ya
tenemos entre manos el proyecto inicialmente previsto. Creo que va a resultar
una bomba, a ver si todos salimos ganando: los estudios, el cine brasileño y tu
amigo, que, al fin, va a encontrarse con un dramón naturalista, al estilo de
Zola[25].
La verdad es que
la comparación era poco afortunada puesto que la novela escogida para basar en
guion de la película era un trasunto de La
dama de las camelias, hasta el punto de que la heroína de dicha novela, Lucíola, había sido calificada en su
época de la Margarita Gautier brasileña[26].
Con una peripecia muy atractiva para el cine, ya había dado lugar a una
película muda, treinta y cinco años atrás[27].
Para la que ahora se preparaba, aprovechando la relajación gubernamental
respecto de las chanchadas, Gonzaga
había tenido una idea que habría sido impensable, de no estar endeudado hasta
el cuello: asignar el papel protagonista a la vedette más famosa y cálida del
momento. Lulú le había hecho algunas objeciones:
-
Virginia[28]
no tiene experiencia como actriz dramática y el personaje se presta muy poco a
la inserción de números musicales.
-
Está
en su mejor momento como mujer de rompe y rasga -replicó, autoritario, el
productor- y alguna alegría musical en
las escenas del burdel no resultará fuera de lugar. Tú abre la mano, que para
la fecha del estreno, es muy probable que tenga un valedor decisivo en las
altas esferas.
Lulú sonrió y
dijo:
-
Vamos
que, para octubre, Cinédia en bloque irá
a votar por el P.T.B.[29]
***
En efecto, las
elecciones del 3 de octubre supusieron la victoria del valedor decisivo. Y el 20 del mismo mes empezaba el rodaje de Anjo do lodo[30],
romántico y sugestivo título que habían buscado para la Lucíola de los estudios Cinédia,
con Virginia Lane en el rol estelar. No es cosa de seguir los avatares de los
dos meses de la filmación ni, menos aún, opinar sobre su resultado artístico.
Lo que sí resulta fundamental para nuestro relato es recoger parte de la
conversación que están manteniendo Lesage y Barros mientras meriendan a modo en
la confitería Colombo[31],
una tarde tormentosa de fines de noviembre:
-
¿No
decías que lo que buscabas para tu amigo Maurice eran alicientes femeninos?
-preguntaba Lulú-. Pues ya los tiene, y de lo mejorcito que puede ofrecer este
país.
-
Claro
-respondía Romain, mohíno-, pero alicientes
que le hiciesen caso, no que le dieran tales achares, que está al borde de
la desesperación. ¿No podrías hacer tú algo? Virginia te tiene mucho afecto.
-
¡Oye,
oye!, que soy director de cine, no alcahuete. Además, no se trata de que la
chica se esté haciendo de rogar, ni que no le guste el francés. Es que lo que él pretende es imposible.
-
¿Qué
hay de imposible en que una vedette como esa se deje querer y le anime un poco?
-
Eso
es lo que tú crees. Maurice no es hombre fácil de contentar. Me han dicho que
el otro día se presentó en el camerino de Virginia con un anillo de compromiso;
y cuando ella, muerta de risa, le preguntó por cómo se le ocurría semejante
cosa, él replicó muy serio que nada de malo había, dado que ella era soltera y
él había roto con su novia.
-
Ya
sabes cómo es, insistió Romain: serio y responsable, de los de todo o nada.
Pero, si tu le hablaras a Virginia y yo a Maurice, podríamos lograr un ten
contén hasta que acabase el rodaje. Luego, poco a poco, espaciando los
encuentros, viajando… Pero, chico, ahora todo el santo día con ella y
fotografiando escenas tan apasionadas y ligeras de ropa, no me extraña que esté
fuera de control.
Lulú sonrió:
-
¡Y
tan ligeras de ropa!; como que hemos rodado un desnudo integral, tipo danza de
Salomé, que nos animó a todos un
montón. ¡Para que te fíes de Maurice y su seriedad! Fue él quien tuvo la idea
de que el desnudo se viera como una sombra en la pared de la taberna. Aunque,
con todo y con eso, ya veremos si nos lo da de paso la censura.
Habían acabado de
merendar y estaban como al principio en lo que a Maurice se refería. Romain
hizo un último intento:
-
Ya
sabes que he empezado a trabajar fuerte en publicidad[32].
Tal vez si lo hablara con Virginia y le ofreciera hacer alguna campaña de
perfumes o de ropa…
-
¿Interior
o exterior? -bromeó Lulú-. Yo que tú, prosiguió, no haría el intento. No creo
que Virginia ponga en riesgo, por el momento, la exclusiva que va a tener con…
el señor Presidente de la República[33].
Anda, paga y di que nos llamen un taxi, que está lloviendo a cántaros.
***
El doble desenlace
de este relato puede justificar la rúbrica de los capítulos pues ya es sabido
que, si giramos 180 grados y otros ciento ochenta más, acabaremos estando como
al principio. Y yo creo que eso es lo que van a opinar ustedes, si tienen la
bondad de leer las líneas que siguen. Empecemos por el tema de la película de prestigio y el destino de los
estudios Cinédia.
Anjo do lodo fue terminada en vísperas
de la Navidad de 1950 y, como por ley correspondía, fue presentada al comité de
tres censores encargado de autorizar o prohibir su exhibición. Por dos votos
contra uno, su proyección fue autorizada para mayores de 18 años. El estreno se
produjo en abril de 1951, en dieciséis salas de São Paulo y diez de Rio de Janeiro.
Conforme a la costumbre de sesiones continuas de aquella época, algunos de los
cines ofrecían entre siete y diez sesiones diarias. Con todo, muchos
espectadores salieron de la proyección molestos y escandalizados, en
particular, por la escena del desnudo de Virginia Lane proyectado como sombra
en la pared -me refiero a los que se ofendieron de la sombra en sí, aunque
seguro que hubo otros muchos que se molestaron por el truco de Pecqueux, que
les impedía escrutar las delicias de la vedette con mayor precisión-. Aquellos,
que no estos, clamaron contra la lenidad de los censores, lo que supuso que, en
algunos Estados -como São Paulo- se suspendiera la exhibición
de la película hasta que se cortó la escena en cuestión. Con todo, se produjo
una polémica nacional entre los detractores de la moralidad del film -liderados
por el diputado federal, Janio Quadros, futuro Presidente de la República- y
sus partidarios, dominantes en el mundo de la literatura y el periodismo[34].
La discusión no tuvo ya más resultados prácticos, como no fuera la avalancha de
público a los cines para ver el objeto del pecado/deseo; pese a la cual, Cinédia no levantó el vuelo económico y
Adhemar Gonzaga tuvo que cerrar los estudios en ese mismo año 1951.
***
En cuanto al cineasta Maurice Pecqueux, el de
los amores frustrados y la profesionalidad a prueba de bomba, vino a finar su
vida de manera trágica, quizá no muy diferente ni peor de como la habría
acabado de no viajar hasta Brasil.
Apenas concluido
el rodaje de Anjo do Lodo, Maurice -que
tenía 37 años de edad- se recluyó en su apartamento y, tras sellar
escrupulosamente puertas y ventanas, abrió la espita del gas y murió asfixiado.
No deja de resultar curioso que -según el diario carioca A manhã[35]- el cineasta se recluyera en el cuarto de
baño para consumar su suicidio, no en la cocina, habitual origen de los escapes
gasísticos. Caben algunas explicaciones plausibles, que dejo a la fecunda
imaginación de mis lectores.
El cadáver de
Pecqueux fue descubierto unos cuatro días después del fallecimiento, por la
señorita Claude Connier quien, al parecer, en la vida real seguía siendo -o sintiéndose- novia del difunto y, en concepto de
tal, se alarmó por no saber de él en varios días y acudió a su piso, provista
de la llave que de él poseía. Ella misma, apenas repuesta del trauma de tan
macabro hallazgo, avisó a la Policía, comenzando así las diligencias oficiales
pertinentes, incluso la autopsia.
La prensa, con ese
laconismo con que suele encubrir falta de información suficiente, aludió a que
Maurice había dejado dos notas de suicidio. La dirigida a Claude era una suerte
de testamento ológrafo, pues la dejaba heredera de todas sus pertenencias. En
la dirigida a su amigo, nuestro conocido Romain Lesage, afirmaba que la muerte
era debida a su propia y espontánea voluntad.
¿Hubo una tercera
nota, o es que la dirigida a Lesage era más explícita de lo que la prensa hacía
constar? El hecho es que Lulú de Barros, en las Memorias que publicó muchos años después[36],
recoge que, en su testimonio póstumo, Pecqueux afirmaba que se había casado en
Francia, sin lograr por eso sanar de su nostalgia y de su desinterés por la
vida; que, en vista de ello, se había separado y se había echado novia en
Brasil, sin curar tampoco la desafección que tenía por la vida, la cual se
había tornado para él enfadosa y aborrecible; y así, aconsejaba a todo aquel
que se creyera inteligente que se librase de la vida suicidándose, como él.
El bueno de
Adhemar Gonzaga, a través de los estudios Cinédia,
providenció y abonó todo lo relativo al entierro. Es un dato en que insisten
las fuentes, no sé si para apuntar la pobreza del difunto, o la generosidad de
una empresa que estaba en las últimas, económica y vitalmente hablando.
[1]
Clemente Mariani Bittencourt (1900-1981), Ministro de Educación y Salud Pública
del Gobierno brasileño entre 1946 y 1950.
[2]
Ad(h)emar Gonzaga (1901-1978), actor, director y productor de cine, así como
periodista de tal materia. En 1930 fundó los estudios cinematográficos Cinédia en Rio de Janeiro, los cuales
dirigió hasta que se vio obligado a cerrarlos en 1951 por problemas económicos
insolubles.
[3] Prestigiosa
revista de cine, fundada y codirigida por Adhemar Gonzaga, entre 1926 y 1942.
[4] Importantes
películas producidas por Adhemar Gonzaga en 1933 y 1946, respectivamente.
[5]
Sustantivo coloquial con el que se designa en Brasil las películas populares
melodramáticas o de tipo comedia bufa, generalmente acompañadas de números
musicales y carnavalescos. Fue un género que dominó la filmografía brasileña
durante unos veinte años (1935-1955, por fijar dos años orientativos).
[6]
Decreto 1949/39. Hasta la fecha (2018) las películas brasileñas siguen
protegidas por cuota de pantalla, que actualmente les garantiza un mínimo de 28
días al año, para no menos de tres películas diferentes por sala (Ley
12.485/2011).
[7]
Entre 1937 y 1945, Brasil vivió un periodo dictatorial (Estado Novo), bajo
presidencia de Getúlio Vargas. Véase, para el cine de esa época, Paula Assis, Cultura, política e mercado: o cinema
nacional na Era Vargas, Temáticas, Campinas, 22(43), fev./jun. 2014, pp.
159-182.
[8]
Apelativo, entre respetuoso y burlesco,
dado popularmente a la esposa del Presidente Dutra, Carmela Teles Leite Dutra
(1884-1947), famosa por su acendrado catolicismo e influencia ejercida sobre su
marido, entre otras cosas, para la prohibición del juego y -tal vez- del
Partido Comunista brasileño. Falleció en octubre de 1947, víctima de un
probable error médico en la atención de una apendicitis aguda.
[9]
Palácio
Capanema es denominación usual del edificio que albergó el Ministerio de
Educación y Salud Pública de Brasil entre 1943 y 1960, hito y joya de la
arquitectura brasileña del siglo XX. Los estudios cinematográficos Cinédia ocupaban un solar de 9.000
metros cuadrados en el centro histórico de Rio de Janeiro (barrio de São
Cristóvão), zona en la que está
enclavado el hermoso y extenso parque de Boa
Vista.
[10] Luis (Lulú) de Barros (1893-1981), uno de los
más notables y prolíficos directores de cine de Brasil.
[11]
La película O ébrio fue dirigida por
Gilda (de) Abreu (1904-1979).
[12]
Alusión a la segunda película dirigida por Gilda (de) Abreu, titulada Um pinguinho de gente. Rodada “a lo
grande” a partir del 22 de abril de 1947, no fue estrenada hasta el 2 de
octubre de 1949 en première de Rio, y
hasta el 10 de abril de 1950 en São Paulo. Su relativo fracaso comercial
fue la puntilla para los estudios Cinédia, que ya venían arrastrando
problemas económicos anteriores.
[13]
Histórica productora y distribuidora francesa fundada en 1895, con estudios en
La Villette (Calvados). La empresa continúa hoy (2018) activa, con oficinas
centrales en Neuilly-sur-Seine, al lado de Paris.
[14]
Película dirigida por Luis y Fernando de
Barros en 1949, con guión del primero, basado en la famosa novela homónima de
Alfredo d’Escragnole Taunay, aparecida en 1872.
[15]
Jean Romain Lesage (1924-1996), famoso
fotógrafo y actor y director de cine (películas de ficción y documentales), que
se formó en Francia entre 1942 y 1945. Pasó a Brasil en 1948.
[17]
En efecto, entre 1949 y 1950 rodó A
beleza do Diabo (en curiosísima sincronía con la película homónima, La beauté du Diable, 1950, dirigida por
Réné Clair). Se cree que, a poco de su estreno, los negativos y todas las
copias de esa película desaparecieron en un incendio.
[18]
Maurice Pecqueux (1914-1951). Véase Antônio Leão da Silva Neto, Diccionário de Fotógrafos do Cinema
Brasileiro, Imprensa Oficial do Estado de São Paulo, São
Paulo, 2011.
[19]
Maria do Carmo Miranda da Cunha (1909-1955), famosa actriz y cantante
luso-brasileña, cuya carrera se desarrolló principalmente en los Estados Unidos
a partir de 1939.
[20] Palacio
de Rio de Janeiro, entonces sede de la Presidencia de la República.
[21] Estofado de pescados, acompañado de harina de
mandioca, que se sirve en cazuela de barro negro tintada de rojo. Suele
considerarse un plato oriundo del Estado de Espírito Santo.
[22]
Por todo lo que Barros cuenta, se trata sin duda de la película Agüenta firme, Isidoro, producida por
Adhemar Gonzaga (Cinédia), con guión
y dirección de Luis de Barros y dirección fotográfica de Maurice Pecqueux. El
rodaje comenzó el 23 de agosto de 1950 y, según la proverbial rapidez del
director, estuvo concluida a tiempo de empezar el de la siguiente el 20 de
octubre del mismo año. Fue estrenada el 29 de enero de 1951, en seis cines de
Rio de Janeiro y en cinco de São Paulo.
[23]
La Soga (The rope), película dirigida por Alfred Hitchcock en 1948, contaba
con un alarde técnico que hizo la fama del film,
aunque luego su director abominara del mismo: el de desarrollar toda la
película como un continuo, sin cortes aparentes ni división en secuencias.
Véase Donald Spoto, Alfred Hitchcock (traducción
española), Ultramar editores, Estella (Navarra), 1984, pp. 300-306.
[24] Forma
coloquial de referirse a Getúlio Vargas.
[25]
Maurice Pecqueux había intervenido en la película La bête humaine (Jean Renoir, 1938) como cámara, siendo director de
fotografía Curt (Kurt) Courant.
[26]
La dama de las camelias (1848),
novela de Alejandro Dumas, hijo, luego convertida en obra teatral por el propio
autor. Lucíola (1862), novela de la
serie Perfiles de mujer, obra de José
de Alencar.
[27]
Lucíola, dirigida por Franco Magliani
o Carlos Comelli en 1916. Con posterioridad a la versión a que me refiero en
este relato, lo ha sido una tercera vez: Lucíola,
o anjo pecador (Alfredo Sternheim, 1975). Participa de la duda sobre el
director de la versión de 1916, Salete Paulina Machado Sirino, Cinema brasileiro: O cinema nacional
producido a partir da literatura brasileira e uma reflexão sobre suas posibilidades educativas,
Disertación para la obtención del título de Maestro en la Universidad
Estatal de Ponta Grossa, Ponta Grossa, 18 de noviembre de 2004.
[28]
Virginia Giaccone (1920-2014), conocida en el mundo del espectáculo como
Virginia Lane.
[29]
Partido de los Trabajadores del Brasil, que auparía a su candidato, Getúlio
Vargas, a la Presidencia de la República, tras ganar las elecciones celebradas
el 3 de octubre de 1950.
[30]
Creo que la película nunca se distribuyó en España, por lo que acudo a la
traducción literal: Ángel del lodo.
Fue dirigida por Luis de Barros y se estrenó en abril de 1951.
[31] Confeitaria
Colombo, fundada en 1894, ubicada en el número 32 de la calle Gonçalves Dias,
en Rio de Janeiro.
[32] Ante el parón profesional después de dirigir
la película A beleza do Diabo, Jean
Romain Lesage empezó a trabajar en publicidad, como guionista y montador de la
productora Cine Castro.
[33] Suele darse por sentado que Getúlio Vargas y
Virginia Lane fueron amantes en determinados periodos de sus vidas. Por lo
demás, quede claro que este es un relato de ficción, aunque se mezcle con mucho
de historia.
[34]
Con nombres tan destacados de la intelectualidad y el periodismo, como José Lins
do Rego, Vargas Neto, Antônio Olinto, Prudente de Morais Neto y Edmundo Lyz.
[35]
Número 2.889, correspondiente al día 29 de diciembre de 1950, página 2. La
consulta resulta clave para desmentir a los autores -algunos, presuntamente
bien informados- que insisten en que la muerte de Pecqueux se produjo un año
más tarde, en las navidades de 1951. Creo que, aunque solo sea por desmentirlos
definitivamente, este relato merecería la pena de escribirse y de leerse.
[36]
Luis de Barros, Minhas memórias de
cineasta, edit. Artenova/Embrafilm, Rio de Janeiro, 1978.
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