El ortodoxo
Por Federico Bello Landrove
La relectura de
una novela, El hereje, de Miguel Delibes, y la contemplación y estudio
de un cuadro, Huida de una hereje, de John E. Millais, me han dado pie
para imaginar un relato acerca de aquellos lugares y momentos de la Inquisición
en Valladolid. El estudio que creo haber puesto para fundar históricamente lo
que cuento puede ser el complemento instructivo de lo que, ante todo, he
querido que fuera una narración variada y entretenida. ¿Lo habré conseguido?
Monja herética camino del auto de fe
(grabado imaginario)
1. Espigando en los archivos de
Salamanca
No es infrecuente
que, con la benevolencia y asesoramiento de sus titulares, pase algunas mañanas
en los archivos de mi ciudad de residencia hojeando documentos y tomando notas
para mis historias y narraciones. Hace ya algún tiempo que me tropecé con un
infolio del siglo XVIII, en cuya primera hoja podía leerse:
Vidas de
hermanos ilustres de la Venerable Orden Tercera de San Francisco en Salamanca, contadas
por un Terciario de la misma. En Salamanca, año de 1746. Volumen primero: Desde
sus comienzos hasta 1550.
El tomo contaba
con un índice alfabético de personas biografiadas, cuya última entrada era,
precisamente, la de Don Gaspar Zumel[1]
de Valdajos. Quizá fuera eso lo que me llevase a enfrascarme inmediatamente en
las dos páginas de la lectura. Pero lo que me movió a tomar amplia nota de
todos los datos consignados sobre Don Gaspar fue la alusión al fraile dominico
Domingo de Soto, gloria imperecedera -como es bien sabido- de la Teología y del
Derecho[2].
Hilvanando mis apuntes en un relato comprensible, los he trasladado de la
siguiente forma, plenamente respetuosa de su prístino contenido:
Nació Don
Gaspar Zumel el año 1515, en la villa burgalesa de Lerma, de familia hidalga y,
a mayores, bien acomodada por la extensión y calidad de las tierras que
cultivaba. Cursó sus primeras letras en la villa de su nacencia, pasando
seguidamente a ampliarlas y adquirir un buen latín en el convento dominicano de
Santo Domingo de Silos, aunque no parece que con propósito de entrar en
religión. El hecho es que, llegado a la adolescencia, tomó el camino de
Salamanca para cursar en su Universidad la carrera de Derecho, licenciándose in
utroque iure[3] en el
año de 1538. Durante los años de estudio, fue colegial del Mayor de Santiago,
para lo que debió de conseguir alguna dispensa, al no ser gallego[4].
Como es bien
sabido, en los años de 1539 y 1540 se declaró en Salamanca y su tierra una
mortífera peste[5], acompañada de gran hambruna por la
parquedad de las cosechas. El ya licenciado Zumel -que continuaba en Salamanca,
preparando su tesis doctoral-, movido por el ejemplo del maestro Soto y por su
propio natural caritativo, cooperó en las tareas de recabar y repartir
alimentos, así como de recorrer las calles de casa en casa, pidiendo limosna
para comprar trigo producido en otros lugares, sin preocuparse de su propia
salud ni de los reproches que de las actividades como limosneros muchos hacían[6]. No es dudoso que el haberse
librado del pestífero contagio y haber contemplado tanta miseria y mortandad,
llevaran al licenciado Zumel hasta las puertas del convento de San Francisco el
Real de esta ciudad[7],
solicitando ser admitido en la Seráfica Orden Tercera, en calidad de miembro
secular. Objetáronle los Padres que el V Concilio Lateranense y el criterio del
Romano Pontífice, León X[8],
consideraban muy preferible que los aspirantes se acogieran al carisma de la
Tercera Orden en su forma regular, la cual suponía vivir en comunidad, al modo
de otras muchas Órdenes, y de jurar los votos de pobreza, castidad y
obediencia. A ello, Don Gaspar adujo que bien dispuesta estaba su alma para
asumir tales consejos evangélicos de manera voluntaria y en conciencia, pero no
a abandonar el servicio diario a sus conciudadanos, apartándose de lo que el
propio Santo de Asís había maravillosamente imaginado, como vocación de servir
al Señor en medio del mundo. Agregó que reyes y papas habían ido mostrándose
contrarios al modo secular de la Orden, debido a la indisciplina y a los
privilegios de muchos de sus miembros, pero que no era este su caso pues, con la
ayuda de Dios y de sus estudios, persistiría en su vida de piedad y tendría lo
suficiente para vivir de su trabajo, sin dejar de contribuir y pechar con lo
que por ley le correspondiere[9].
En fin, habló tanto y tan razonadamente, que el Padre prior decidió elevar al
Provincial la solicitud de Don Gaspar, que sería finalmente recibido en la
Venerable Orden Tercera en capítulo celebrado en su capilla de San Luis Rey en
el convento de San Francisco de esta ciudad, el martes, 25 de agosto de 1542,
festividad del santo patrón[10].
El licenciado
Zumel obtuvo el grado de doctor por la Facultad de Derecho salmantina en el año
de 1545, vinculándose a dicha Academia como profesor un año antes. Durante este
tiempo ha participado muy destacada y devotamente en los actos y ceremonias que
incumben a los terciarios franciscanos, particularmente en el cumplimiento de
los deberes caritativos de visita y cuidado de los hermanos enfermos y en los
sufragios por los difuntos. En especial, fue ilustre su labor de apostolado y
proselitismo con los estudiantes, sufragando en más de una ocasión los libros,
matrículas y manutención de los más adelantados, que se hallaban en necesidad.
La estancia del
doctor Zumel en Salamanca se vio brusca y positivamente interrumpida en el mes
de mayo de 1548, al ser promovido al puesto de alcalde mayor de la Real
Audiencia de Galicia[11], con sede a la sazón en la ciudad de
Santiago de Compostela[12]. Hasta la ciudad de Salamanca han
llegado noticias de que el magistrado ha proseguido su vida de trabajo y de
piedad en aquellas tierras, en consonancia con la fama que ha dejado en las
nuestras.
Hasta aquí, la
referencia a Don Gaspar Zumel en aquel libro de Vidas de terciarios
salmantinos. Pero me picó la curiosidad de seguirle la pista al doctor
burgalés, en Compostela y más allá. La cosa no es ahora difícil, pues los
estudiosos se van fijando en la otrora olvidada institución de las Audiencias
de la Edad Moderna, y hasta van apareciendo listas casi exhaustivas con los nombres
de las personas que en su día desempeñaron funciones tales, como las de
presidentes, oidores, alcaldes o fiscales de ellas. Este es el caso de la Real
Audiencia de Galicia[13].
Acudí, pues, a uno de esos índices y en él hallé esta breve referencia al protagonista
de nuestra historia:
Zumel de
Valdajos, Gaspar. Alcalde mayor, posesionado el 3 de junio de 1548. Cesó el 12
de febrero de 1552, al haber sido nombrado oidor de la Real Audiencia y
Chancillería de Valladolid.
Se ve que Zumel
progresaba en su profesión de manera bastante rápida: No resultaba habitual
llegar a oidor de Valladolid con tan solo treinta y seis años, sin órdenes
sagradas y -a lo que parecía- sin especial prosapia o recomendación. Así pues,
concluiré que parece que entró en la villa[14]
del Pisuerga con buen pie. Mas, si quieren conocer su ulterior fortuna en
aquellos delicados tiempos del final del reinado del emperador Carlos y
comienzos del de su hijo Felipe, habrán de hacer como yo: aplicarse a la
lectura de las páginas que siguen, fiel trasunto de cuanto yo descubrí, pues no
crean que, por usar a partir de ahora una forma novelada, he de desviarme de lo
que creo haber llegado a saber. Las notas al texto serán la mejor prenda de que
no miento.
2.
De oidores es escuchar
Año del Señor
de 1552. Don Gaspar Zumel acaba de instalarse en la villa de Valladolid, en una casa de dos plantas en la calle de la Cuadra[15].
Tuvo que explicar el rótulo a sus padres, cuando les escribió contándoles su
aposentamiento:
No penséis que
la que desde ahora es mi calle lleva su dudoso nombre por la instalación en
ella de las caballerizas de la villa, sino porque en esta contendieron otrora
por su dominio los bandos de los Tovar y los Reoyo, siendo los de la Cuadra una
de las cinco familias más distinguidas de estos últimos. Y, aunque los tiempos
modernos son menos propicios para violencias y banderías locales, aún siguen
unos y otros mirándose con desprecio y contendiendo por puntos de honra y el reparto
de los oficios concejiles. Reúnense periódicamente los Reoyo en la iglesia
dominicana de San Pablo, cercana a mi morada. Por lo demás, aunque mi casa es
modesta y no muy amplia, es lo bastante para un oidor, su ama de llaves y sus
muchos libros, que poco más precisa un hijo de San Francisco para desempeñar el
oficio al que su vocación le ha llamado. Por descontado, reservo una estancia
para el tan deseado momento en que decidáis visitarme en esta…
Domingo de Soto
Eso era por marzo.
A finales del mes siguiente, corrió por la Corte la inesperada y ominosa
noticia: Los protestantes habían estado a punto de hacer prisionero al
Emperador y, ante el peligro que representaban, las sesiones del Concilio de
Trento habían sido nuevamente suspendidas sine die. En consecuencia, los
padres conciliares regresaban a sus respectivas procedencias y, entre ellos,
dos de las lumbreras de la teología hispana, los frailes dominicos del Convento
de San Pablo de Valladolid, Bartolomé Carranza y Melchor Cano[16].
No habría sido ello razón bastante para que Zumel pretendiera ser recibido por
tan ilustres personajes a su llegada, por más que ya había sido presentado a Cano
en Salamanca cuando este alcanzó en su Academia la cátedra de Prima de Teología[17].
Pero la gran oportunidad le llegó poco después, al enterarse de que su admirado
Domingo de Soto viajaría desde las orillas del Tormes a las del Pisuerga, con
el presumible objeto de recibir de primera mano y en detalle las referencias de
sus hermanos de Orden, acerca de lo tratado y acordado en las más recientes
sesiones del Concilio, a las que Soto había renunciado a concurrir.
No parece que la
asendereada vida del dominico segoviano y la marcha a Santiago del terciario
burgalés les hubieran permitido fluidos y privados contactos, desde los lejanos
tiempos del banco de alimentos y de limosnear de puerta en puerta en pro de los
indigentes y los apestados. Con todo, aquellos duros momentos habían sido
suficientes para fraguar entre ellos una corriente de simpatía y amistad que,
ni la distancia, ni el tiempo, serían a deshacer. Tanto más, cuanto que la
primera obra impresa que preparó nuestro oidor había sido un prontuario ilustrado
sobre las opiniones de Soto acerca del movimiento de caída libre de los cuerpos
que, pese a su valor, tanto tardarían en conocerse y ser alabadas en su propio
país[18].
Luego todo había quedado en agua de borrajas, por culpa de la modestia del
insigne dominico, según se infiere del siguiente texto de una carta de Domingo
de Soto a Gaspar Zumel, que yo pude leer hace años, cuando visité la casa
solariega de los Valdajos en la villa lermeña:
… He recibido con
profundo agrado y gratitud el concienzudo trabajo intitulado De casus corporum
motu[19],
que con tanta humildad califica usted de Prontuario, en el que pretende
dar a conocer mis puntos de vista sobre el tema, esbozados en los Commentaria
y las Quaestiones[20],
que hace años dediqué a la Física aristotélica y publiqué en Salamanca.
Manifiesta usted en su carta de remisión que, dentro de libros tan extensos,
mis reflexiones están pasando injustamente desapercibidas. No pienso que sea
esa la razón por la que no se les haya prestado atención, sino la de que mis
pensamientos respecto del movimiento de caída de los cuerpos no están
debidamente fundados ni comprobados, ni creo que supongan un avance notable con
referencia a las recogidas con mucha mayor profundidad por mi maestro en París,
Luis Coronel[21], que
el Señor tenga en su gloria… La agradezco, por tanto, su amistosa atención,
pero le ruego que, caso de juzgar publicable el trabajo, lo haga como obra suya,
que yo no hubiese hecho otra cosa que inspirar…
***
Según tengo
entendido, Domingo de Soto recibió al oidor Zumel en la celda que sus hermanos
de Orden habían dispuesto para él en el Colegio de San Gregorio, aledaño al
convento de San Pablo. Es lo más probable que los primeros momentos de su
coloquio se dedicaran a recordar tiempos pasados y ponerse recíprocamente al
día de sus novedades vitales; pero pronto vinieron a parar a cuestiones religiosas,
pues no en vano era la penosa andadura de los trabajos conciliares la que había
traído a Soto hasta Valladolid, para oírsela referir de sus propios labios a
Cano y a Carranza. Seguramente hubo de sorprender, y agradar, al dominico el
que su interlocutor jurista no pusiera un especial interés en problemas
teológicos, aunque lo manifestara de una manera que a Soto hubo de parecerle
algo retadora:
-
Mire,
maestro -arguyó Zumel, dando a su interlocutor el justo título que solía-, en
temas de fe sigo cultivando el ejemplo de mi seráfico padre, San Francisco:
apartemos de nosotros cuanto pueda movernos a desunión y rencillas, y, en todo
caso, tratemos de todo en paz y con humildad. Si se me permite citar por una
vez a San Pablo sin despertar ecos de Lutero, por encima de la fe, está la
caridad[22].
Soto objetó
respetuosamente:
-
No
hay por qué tratar de cuestiones de fe abandonando la caridad.
-
Pues
los grandes de este mundo y sus respectivas santas Inquisiciones deberían
escucharos; pero, por si acaso vuestras palabras no hacen mella en su
severidad, no seré yo quien me arriesgue a caer en sus manos por disputar sobre
temas tan sustanciales de nuestra religión, como la comunión bajo una o
ambas especies, o si nuestros sacerdotes pueden o no casarse… Y cito estos dos
temas -prosiguió Don Gaspar-, por haber sido considerados aceptables hace tan
solo cuatro años por personas de tanto respeto, como el Emperador y vos mismo[23].
-
Aquellas
concesiones -replicó Soto- eran meramente provisionales, hasta tanto se convocase
el Concilio; y la ausencia del Papa le permitía, lógicamente, una ulterior
oposición, que no dejó de formular. En fin, de manera más penosa y lenta de lo
deseable[24], los
padres conciliares -entre los que en principio me conté, aunque sin mérito ninguno-,
van fijando definitivamente la doctrina de la Santa Iglesia, aunque aún no se
han pronunciado sobre los dos puntos a que antes se refería usted[25],
juzgándolos nimios: en mi opinión, con alguna ligereza.
-
Tiene
razón, maestro. No estoy en condiciones de valorar la transcendencia de todo
cuanto manda la madre Iglesia, por conducto del papa o del concilio. Tan solo
he querido poner de manifiesto que nunca pondré en duda, en el fuero externo,
las verdades de fe, pero sí ciertas formas de imponerlas, que atentan contra la
libertad que Dios concede al hombre, o al amor y las buenas obras que nos
debemos como hermanos.
-
No
anda lejos lo que dice de cuanto decidió el Concilio cuando trató de la
justificación de los hombres por la fe y las buenas obras, de manera
inseparable y sin que pueda afirmarse la absoluta prioridad de ninguna de ambas
virtudes[26]. De
todos modos, mi estimado doctor -bromeó Soto-, detrás de sus argumentos asoma
la oreja del santo de Asís.
-
…
Como en los vuestros -replicó Zumel-, tres siglos de escolástica dominicana. ¡Cómo
vais a poder negarlo, cuando llamándoos Francisco, habéis mudado tan hermoso
nombre por el de Domingo!
Ambos rieron de
buena gana con aquella pulla nominalista, que Don Gaspar ya había sacado a
relucir antaño, en Salamanca. Dando con ello por terminada la visita, todavía
el dominico le hizo un ofrecimiento, que Zumel consideró irresistible:
-
Aún permaneceré en esta villa una semana.
¿Queréis que volvamos a vernos y os facilite visitar a mis valiosos hermanos en
religión, Melchor Cano y Bartolomé Carranza?
-
Nada
me agradaría más, contestó el oidor. Aunque no sea nada dado a disputas y
sutilezas de fe, sé distinguir y valorar a las lumbreras del pensamiento
católico.
-
Os
mandaré recado a la Chancillería por un lego o algún novicio -prometió Soto-,
cuando esté todo dispuesto para tan amena conversación.
***
Es una suerte que,
en el archivo familiar de los Valdajos se haya conservado la carta que Don
Gaspar remitió a sus padres desde Valladolid, dándoles cuenta de sus
entrevistas con los Padres Carranza y Cano, en presencia de Domingo de Soto.
Transcribo el documento sin otra alteración que la actualización del lenguaje al
de nuestros días:
… Si bien se
produjeron en el mismo día, martes, 1 de julio del corriente año de 1552, las
visitas se realizaron de modo sucesivo. Tengo para mí que, aunque pudiese haber
razones de intimidad o de respeto, fue el principal motivo el de que dichos
Padres no se llevan bien, ni en lo personal, ni en lo teológico[27].
Fray Bartolomé
Carranza continúa siendo al presente profesor en este colegio de San Gregorio
de Valladolid, aunque todos le auguran un futuro mucho más esplendoroso, como
cumple a su preparación y virtudes. Su semblante plácido y afectuosa acogida
predisponen a confiarse y conversar amplia y francamente. Sabiendo que tenía
ante él a un oidor de la Real Chancillería y terciario secular, me hizo
numerosas preguntas acerca del funcionamiento de dicho tribunal, a las que
respondí de modo abierto, señalando cómo la lentitud en administrar justicia lo
viciaba todo, siendo la razón principal -en mi opinión- que, cuanto más culto y
elevado es el justiciable, más se presta a las triquiñuelas de sus abogados y a
obstaculizar la ejecución de lo mandado por las Salas. Se interesó por la forma
de armonizar mi rigor de juez con la benevolencia de un seguidor de San
Francisco, a lo que respondí que, siendo mi competencia los asuntos civiles, no
encontraba de ordinario contradicción ninguna, como no fuera en casos tocantes
a personas pobres y desvalidas que, a decir verdad, pocas veces llegaban en
apelación hasta la Audiencia. Terminó dándome la feliz noticia de que el
impulso que el Concilio pretende dar a la buena formación religiosa de seglares
y futuros sacerdotes está creando un clima favorable a la espiritualidad
secular, siempre que la misma se ajuste a reglas y disciplina estrictas,
evitando en lo posible abrir vías de aproximación a la actual herejía que azota
el centro de Europa[28]. Suponiendo fundadamente por dónde
iba el ilustrado Padre -que, como casi todos los de su doctrina y Orden, son
consultores de la Inquisición-, le pregunté si ello suponía cegar
definitivamente las fuentes del erasmismo y de los iluminados. Carranza me
contestó de modo indirecto, pero suficientemente claro: Cuide cada cual de seguir a su
conciencia, pero de modo que no venga en perder su vida. Su acento y su gesto
me hicieron ver que lo decía por circunspección, no porque ello se acomodase a
sus deseos[29].
Concluida mi
visita a fray Bartolomé, así mismo acompañado por el Padre Soto, pasé a
conversar con su compañero Melchor Cano quien, como creo que sabéis, es el
actual catedrático salmantino de Prima de Teología, aunque Soto me aseguró que
iba a dejar la Universidad ya que sería promovido a obispo de alguna sede
vacante, cosa que él sabía por haberle propuesto a él la citada Academia que lo
sucediera en la docencia[30]. Se hallaba paseando por el claustro
del Colegio y en ese mismo lugar se desarrolló toda la visita, bien caminando,
bien descansando en un banco adosado a una pared sombreada, pues el día era
caluroso y apenas corría aire.
Tiene fama el
Padre Cano de ser rígido y hasta un tanto impertinente, celoso de su fama y del
prestigio universal adquirido en el Concilio. Dirigiéndose más bien a concitar
la atención de su hermano allí presente, que no la mía, se explayó acerca de la
doctrina y cánones aprobados para el Sacramento de la Penitencia, supongo que
por el mismo orden con que lo fueron. Allí nos fue desgranando con rigor lo
concerniente a la necesidad del Sacramento, su institución divina, la exigencia
y forma de la contrición, la imprescindible confesión oral y pormenorizada de
todos los pecados, las condiciones y prendas que han de adornar a sus ministros
y, finalmente, la satisfacción de las penas por los pecados perdonados, que el
sacerdote debe imponer con la debida proporción y severidad. Apenas hubo
concluido su perorata sobre esa cuestión penitencial, se dirigió a mí con un
tono inquisitivo que me molestó, y dijo:
-
Supongo que el señor oidor estará al tanto de todas estas cuestiones,
dado que el trato del pecador no es tan diverso del que ha de darse al
delincuente.
-
Padre Cano -repliqué secamente-, no soy alcalde[31] y, como oidor, mi papel es el de
escuchar las confesiones y testimonios, no el de darlos yo.
Quedó corrido el
buen fraile, como comprenderéis, pero tuvo el buen criterio de encajar la
censura con una sonrisa, pasando seguidamente a narrar interesantes pormenores
sobre las circunstancias en que hubo de suspenderse el Concilio, ante la
amenaza armada de un ejército protestante mandado por el Elector de Sajonia[32]. Pronto alegó Soto la necesidad de retirarse
por encontrarse muy cansado y ello concluyó la visita, no sin que fray Melchor
me pidiera transmitiese sus saludos para el Prior de San Francisco, lo que me
hizo suponer que era conocedor por medio de Soto de mi pertenencia a la Orden
Tercera.
Quema de libros heréticos (Juan de
Juni, Museo de León)
***
Alguien podría
poner en duda la veracidad -que no la verosimilitud- de las precedentes
entrevistas de Don Gaspar Zumel con religiosos tan encopetados, como los
dominicos Carranza y Cano, con Domingo de Soto como introductor. Para mí,
tales reticencias se evidencian infundadas, desde que encontré en uno de los
archivos de la ciudad vallisoletana una especie de libro de actas de la Orden
Tercera de San Francisco de Valladolid, en el que, dejando constancia del
contenido de una reunión de la misma, correspondiente al año 1552, puede leerse
-con dificultad, por su mal estado de conservación- lo siguiente:
… A ocho de
octubre, dentro de la octava de nuestro seráfico padre, San Francisco, se
reúnen los hermanos de la Tercera Horden (sic) de Penitencia de esta
Villa, presidiendo el Ministro de la misma…
Por el hermano Gaspar
Zumel se expone que, hace cosa de tres meses, recibió de un fraile muy notorio
del convento dominicano de San Pablo, recién llegado a la sazón del santo
Concilio una vez suspendidas sus sesiones, la grata nueva de que los padres
conciliares miran la existencia y servicios que presta nuestra Horden con mayor
placer y benevolencia que en tiempos pasados, juzgando que su existencia sirve al
conocimiento de nuestra Santa Religión y a la santificación de los hermanos de
ambos sexos, de manera muy notable. El susodicho hermano comunica la máxima
conveniencia de que los terciarios se mantengan completamente apartados de toda
relación con personas que tengan la menor sospecha de herejía, así como con
erasmistas, alumbrados y personas que lean o trafiquen con libros no permitidos[33]… La asamblea de hermanos agradece su
celo y acuerda hacer suyos tan sabios consejos, elevándolos al Capítulo
provincial[34], para que sean tomados en
consideración como reglas de conducta, si procediere.
Que yo sepa, ese
pudo ser el primer momento y razón por la que Don Gaspar Zumel de Valdajos
empezara a ser considerado por muchos, si no el ortodoxo, sí un modelo de
doctrina a seguir por sus hermanos católicos.
3.
El Purgatorio en Valladolid
Año del Señor de
1556. Don Gaspar
Zumel, trabajador y devoto, empieza a ser conocido en una villa que, con
pretensiones de Corte, apenas rebasa las cuarenta mil almas, lo que quiere
decir que un profesional de calidad no tarda en ser reconocido. Sigue viviendo
en la calle de la Cuadra -que otros llaman del Saúco-, aunque ello le cueste un
buen paseo hasta la Chancillería, por calles de piso y olor poco gratos.
Habiéndose ganado un notable ascendiente entre sus hermanos terciarios, dedica
el poco tiempo que le deja libre el estudio y resolución de los autos, a las
caridades y devociones de la Orden de la Penitencia. Últimamente,
ilusionados por las noticias traídas de Trento por el Padre Cano, les ha dado
por hermosear la capilla que el Convento de San Francisco les ha prestado para
sus rezos y reuniones, y no han sido pocas las visitas de Don Gaspar al taller
del imaginero Juni[35],
con vistas a encargarle algún relieve u otra obra de pequeño formato, que
presida las reuniones de la Orden.
Celoso observante
del dogma y las prácticas católicas, no es nuestro oidor hombre que se cierre a
conocer las novedades de su tiempo y sacar de ellas las oportunas enseñanzas. Así,
no se ha privado de husmear por el nuevo Colegio de los Jesuitas[36],
ni ha desdeñado, pese a las diatribas de Melchor Cano, el dialogar con algunos hijos
de Ignacio de Loyola, cuya prédica y exposición teológica tanto se alejan del
escolasticismo dominicano, al que Don Gaspar está acostumbrado[37].
Y, desde luego, ha sentido un escalofrío cuando se ha sincerado con él su
colega Pedro de Deza[38],
recién llegado a Valladolid procedente de Compostela, donde ambos se habían
conocido:
-
Tiempos
recios nos vienen, amigo Zumel -afirmaba Deza-. De todos es sabido que el
Emperador es otro hombre desde que los protestantes se le han reído a las
barbas y el Duque de Sajonia le hizo correr en calzas prietas por el Tirol. Y
ahora se dice que el viejo Carafa -¡perdón!: el Santo Padre, Paulo IV[39]-
está tan a favor de la Inquisición y de sus rigores, que olvidará en lo posible
su inquina hacia España y se concertará con nuestro monarca para ajustar las
cuentas con todo rigor a los protestantes…
-
¿De
fuera o de dentro?, inquirió Don Gaspar, con parecida ligereza de lengua a la
que mostraba su confidente.
-
A
los que no puedan defenderse con las armas -repuso Deza-. Y aún diría más: a
los de aquí mismo. ¿No se ha percatado de los sermones y conciliábulos que se
tienen a diario y casi sin rebozo?
-
No
acostumbro a pasar las noches fuera de la cama, ni los días en coloquios más
atrevidos que las discusiones de las sentencias con los oidores de mi Sala.
-
Ahí
vamos, Don Gaspar. Ya sabéis que la Inquisición tiene el derecho
consuetudinario de pedirnos asistencia y colaboración en asuntos jurídicos que
a unos y otros conciernen; y a fe que lo hacen sin mucho respeto para nuestras
prerrogativas y competencias[40].
-
Allá
se verá, replicó Zumel, encogiéndose de hombros. De todos modos, ya que tan
enterado parecéis, ¿qué punto que huela a azufre es aquel en que más caen
nuestros ingenuos convecinos?
-
Anda
por ahí circulando un librillo en italiano[41]
que niega la existencia del Purgatorio, por ser sobreabundantes los méritos de
Cristo, una vez confesamos nuestros pecados y nos son perdonados.
-
Extraviada
ocurrencia es esa de teólogos, poco versados en las exigencias de la Justicia,
que en Dios Nuestro Señor es absoluta y perfecta, opinó el oidor.
-
Supongo
que detrás de todo ello estará la cuestión de las indulgencias -agregó Deza-.
Voy a procurar hacerme con un ejemplar de ese anti Purgatorio, y os
comentaré.
-
Seguro
que los inquisidores tendrán más de uno que puedan prestaros, bromeó Don
Gaspar.
***
No se demoró Don
Gaspar en recibir prestado aquel anti Purgatorio, que todos citaban,
abreviando, como El beneficio de Cristo; solo que él no tuvo el
atrevimiento de pedírselo a ningún inquisidor, sino al editor y librero
Sebastián Martínez[42],
al que le llevaban los demonios por haber mercado legalmente en Italia El
beneficio, para luego no poder venderlo, tras prohibirlo la Santa Sede muy
poco después. Sebastián había tomado menguada venganza por aquel dispendio,
ocultando los ejemplares prohibidos a la incautación inquisitorial, entre las
astillas de un saco de leña. Pero el librero, que estaba haciendo fortuna con
la edición y venta de los éxitos editoriales del franciscano, fray Antonio de
Guevara[43],
tenía una especial predilección por los hijos del poverello de Asís,
entre los que incluía en lugar de privilegio al oidor Zumel, uno de sus buenos
clientes y consultor informal para sus cuitas legales. De modo que, tan pronto
supo del interés de Don Gaspar por aquel libro inencontrable, que todo el
mundo decía haber leído, sacó un tomito de la leñera y lo deslizó entre las
manos de su admirado jurista y hermano de la Orden Tercera, a la que él también
pertenecía. Zumel lo aceptó en calidad de simple préstamo, con el compromiso de
devolvérselo incólume tan pronto lo hubiese leído, o empezara a oler a
azufre el bargueño en que lo encajonaría. Camino de casa con aquel Beneficio
tan perjudicial, Don Gaspar procuró no cruzarse con persona alguna y, en
llegado al hogar, no acababa de decidirse por un escondrijo inalcanzable para
el ama de llaves. ¡Hasta tal punto empezaban a afectarle las aprensiones que
Pedro de Deza había instilado en su mente, con habilidad tal vez heredada de su
ilustre deudo[44]!
El oidor, a la
tenue luz del candil, leyó en un par de veladas las ciento dos páginas del
trascendente librito, tomando notas y esforzándose por hacer un resumen de su
ambiguo contenido. Al tercer día, antes de acudir a la Real Audiencia, pasó por
la imprenta de Sebastián Martín y se lo devolvió con un gesto desdeñoso. El
librero captó el rictus y mostró su desacuerdo con el mismo:
-
No
lo desdeñe Su Señoría, que más de uno que yo conozco, si no al infierno, puede
que vaya por su causa a la cárcel de la Inquisición.
Don Gaspar no se
dio por afectado y bromeó, mientras se despedía:
-
De
una cosa puede estar seguro, mi generoso amigo: Lo que no hallarán, por efecto
de él, será el purgatorio.
Pese a una inicial
actitud tan despreocupada, Don Gaspar no dejó de meditar en las palabras de su
colega Deza y del librero Martín, de las que parecía desprenderse una peligrosa
extensión por Valladolid del morbo herético, de la que la aceptación del Beneficio
de Cristo parecía ser una de las muestras más destacadas. Para salir de
dudas, pidió ser escuchado en confesión por el abad de San Francisco, como frecuentemente
solía. Este lo acogió en su celda prioral, según acostumbraba por deferencia. Zumel le reconoció el
pecadillo de la lectura del Beneficio, movido por la curiosidad y
por la pertinencia, para el caso de que a alguno de los oidores de la Audiencia
solicitase auxilio o consulta la Inquisición. El franciscano coincidió con su
penitente en la opinión respecto del librito:
-
Me
parece -juzgó- un texto confuso y sentimental, guisado en la cocina de Erasmo y
adobado por nuestro Juan de Valdés[45].
El peligro está en que quien lo lea esté ya inficionado de la lepra luterana de
la inutilidad de las indulgencias[46]
y de la justificación por la sola fe.
-
Eso,
por no hablar de la negación del Purgatorio, agregó Zumel, que, a lo que se
dice, es el fruto y consecuencia más apetecida de tales doctrinas.
-
Bien
sabe usted -se atrevió a aseverar el abad- que no es muy sólido el apoyo que la
Biblia concede a ese estado temporal e intermedio entre Cielo e Infierno. En
cualquier caso, es constante tradición de la Iglesia, que no dudo será tratada
y definitivamente resuelta por el Concilio cuando reanude sus sesiones[47].
Don Gaspar quedó
un tanto sorprendido de que el Purgatorio tuviese tan vacilante asidero en la
Biblia y, como jurista, se permitió censurar cualquier duda respecto de su
existencia:
-
Pues
como hombre de leyes -adujo-, no tengo el menor titubeo sobre la necesidad de
un lugar de penitencia para después de la muerte. De otro modo, no sé cómo
podría cumplirse la exigencia de que Dios sea infinitamente justo.
El padre prior no
quería enfrascarse en una discusión teológica en plena administración de un
sacramento. Tan solo quiso poner un punto de humildad en la enfática afirmación
del penitente:
-
Tal
vez, la justicia de Dios no sea como la de los hombres…
-
Así
es en lo particular, padre -concedió Zumel-, pero no lo veo posible por modo
general, pues la recta conciencia se basa en la sustancial afinidad de ambas justicias. Por otra parte, en el Génesis se dice que Dios creó al hombre a su
imagen y semejanza[48]…
-
Veo
-opinó el prior- que está usted muy convencido de la existencia del Purgatorio,
por motivos que tal vez hayan pasado algo desapercibidos a los teólogos…
Cualquier razonamiento es válido si se conforma con la doctrina de la Santa
Madre Iglesia y puede servir para desengañar a quienes se dejan embaucar por
los cantos de las sirenas protestantes… Escriba en un par de páginas el esquema
de su argumento de forma que lo entienda el vulgo y hágamelo llegar. Yo lo
leeré y daré mi parecer. Cuando menos, sus hermanos terciarios podrán
aprovecharse de su sabiduría y buena intención.
***
Fernando de Valdés, Inquisidor General (retrato moderno idealizado)
No echó Don Gaspar
en saco roto la petición del confesor; solo que, en vez de dos páginas in
quarto, brotó de su pluma todo un pliego de apretada grafía, en el que
-como cumple a un jurista que no quería comprometerse en berenjenales
teológicos- defendía la razón de ser y existencia del Purgatorio en términos de
mera justicia, comparando dicho estado escatológico con la manera con que una
sociedad humana correctamente organizada trata a los delincuentes y personas
desvergonzadas. Cierto es que, con cumplir las penas o sanciones impuestas,
dichas personas remiten sus penas u obligaciones, pero no con ello las víctimas
agotan su derecho, ni la colectividad les abre de par en par las puertas de los
cargos de autoridad ni de todos los oficios. Y en ello no ha de verse una
desconfianza, ni una simple prueba, sino la tierna y fructífera ocasión para
reparar el mal causado, progresar en la bondad y servir a los semejantes. Decía
así el oidor Zumel:
… No se me
alcanza como algunos espíritus errados tomen por insustancial y hasta doloroso
el que, para complacer a Dios Nuestro Padre y ajustarse a su infinita justicia,
los pecadores ya perdonados se entreguen a la oración sincera, a la piadosa
limosna, al recuerdo amoroso de sus seres queridos ya muertos, o a las obras de
misericordia para con los más próximos o necesitados. Y justísimo es que
quienes no atiendan la voz de su conciencia en esta vida, purguen temporalmente
tras su muerte lo que no pudieron o quisieron reparar antes. La infinita
justicia de Dios no puede tratar de manera igual a quienes en vida se
comportaron de formas tan diferentes.
Claro está que de
algún modo tendría que entrar en el trampal de las indulgencias; pero nuestro
Don Gaspar salía de él con donosura y sin mácula:
… Nuestra
conciencia, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, hallará las mejores formas
de purificarnos y de alcanzar la perfección a que estamos llamados; pero todo
aconseja que nos dejemos guiar por nuestros pastores, que saben mejor que
nosotros lo que necesitamos y puede domeñar nuestra soberbia. Los confesores,
que tan bien conocen las almas de los penitentes, pondrán las primeras piedras
en la obra de nuestra perfección, que han de coronar los obispos y el Santo
Padre de Roma, otorgándonos con las indulgencias los frutos del poder que
Jesucristo les concedió en esta tierra, siempre que los recibamos con fe y cumplamos
con las exigencias de caridad que nos imponen.
Pero Zumel no
podía soslayar un punto, en el que un jurista parece tener poco que decir: El
de los sufragios en pro de los difuntos. ¿Qué términos de comparación podrían
hallarse en el Derecho de los hombres? Quizá podría aquel oidor acogerse a una
realidad jurídica entonces no olvidada, aunque hoy nos parezca un inconcebible
dislate: la de imponer penas a los difuntos por los delitos que en vida
cometieron. Sin embargo, Don Gaspar eludió esa institución y tomó el recto
camino de las voluntades testamentarias, a través de las cuales, con el apoyo
de herederos y de albaceas, los difuntos hacen mandas, otorgan legados,
estatuyen misas de difuntos y, en definitiva, proyectan sus virtudes y buenos
deseos más allá de su muerte. En lo que tal vez era la parte más hermosa del
texto, Zumel escribía:
… Con todo, los
ejemplos que ofrece la humana justicia no bastan a explicar la inefable
comunicación de bienes, consecuencia del Cuerpo Místico de Cristo,
maravillosamente descrito por San Pablo[49].
Pero ya no estamos en el campo de la estricta Justicia, sino de la infinita
Misericordia de Dios y de los méritos de Jesucristo, que corren por un inmenso
río de Gracia, que no corta por sí la muerte, si no va seguida de la eterna
condenación… Justicia y Misericordia, única e inescindible manifestación de la
Divinidad, que nos es dado conocer por medio de la razón y de las enseñanzas de
la Santa Iglesia.
El prior de los
franciscanos quedó encantado con la obra que Zumel le presentó. Él mismo se
encargó de llevar a cabo todos los trámites precisos para que aquel precioso
pliego alcanzara en la villa y su entorno la mayor difusión posible. La
correspondencia del oidor con sus padres nos ha dejado buena cuenta de ello:
… Puso mi
confesor el mayor empeño en la tarea. Tengo para mí que no era la razón
principal los menguados méritos de mi escrito, sino la mala conciencia que la
Orden de los Frailes Menores, vulgo, franciscanos, tenían por haber acogido en
su casa de Logroño a un noble italiano que dicen ha traído de su país las
semillas de la herejía. Llámase Don Carlos de Seso y últimamente no anda
lejos de Valladolid, pues lo han nombrado corregidor de la ciudad de Toro -sabe
Dios cómo habrá podido engañar a los muñidores de semejante designación-[50].
El caso es que el prior de San Francisco cree que mi escrito puede contribuir a
apagar el incendio de su palabra[51]
-que, a su vez, trata de extinguir el fuego del Purgatorio- y ha confiado
la confección del impreso al famoso editor Sebastián Martín, en número tal de
copias, que puedan distribuirse entre los fieles que acudan a todas las Misas
que se celebren en Valladolid el domingo de Pascua o, si no se llegare a
tiempo, el jueves de la Ascensión… ¿Tanto tiempo es preciso para la impresión?,
os diréis. La razón es que hay que obtener antes el plácet del obispo de
Palencia o, cuando menos, del abad de la colegiata de Santa María la Mayor de
esta villa[52]…
… No esperéis
ver el nombre de vuestro hijo en el impreso que os haré llegar, pues, de común
acuerdo el prior y yo, hemos resuelto que venga atribuido a “un oidor de la
Real Audiencia y Chancillería de Valladolid, hermano secular de la Venerable
Orden Tercera de San Francisco”. No creo que, al cabo de unos días, haya nadie
en Valladolid que ignore su autoría, pero la pequeñez de la obra y la humildad
recomendada por nuestro Seráfico Padre así lo aconsejan…
***
Poco faltó para
que la citada carta de Don Gaspar se hubiese cruzado con la de su padre, en la
que le comunicaba una noticia, aparentemente intranscendente, pero que tendría
una gran importancia para el futuro de nuestro oidor, como tendré ocasión de
exponer en los siguientes capítulos de esta historia. El progenitor de Zumel le
comunicaba que acababa de ingresar en el convento vallisoletano de Nuestra
Señora de Belén[53] la
joven, casi una niña, María Juana de Acuña y Valdajos, hija de una prima carnal
de la madre de Don Gaspar. Entre líneas, podía entenderse que se pretendía de
parte del oidor la atención y visitas que fueren posibles, a tenor de la
rigurosidad de la Orden cisterciense en lo tocante a la comunicación con las
novicias. Pero por el momento Zumel dejó pasar el tiempo, a la espera de algún
contacto u ocasión propicia para conocer a su joven prima.
4.
Obedecer a Dios antes que a los hombres
Ignoro a cuantos vallisoletanos libró
Don Gaspar Zumel de caer en la herejía. No ha llegado hasta nuestros días ni una
sola hoja intitulada De la existencia del Purgatorio a la luz de la Justicia
y del Amor de Dios, pues los fragmentos que he recogido en el capítulo
precedente resultan de cartas y otros documentos de la época. Lo que sí puede
darse por cierto es que unos cuantos cientos de crédulos vecinos, amantes de
novedades espirituales, se contagiaron con las miasmas protestantes[54].
La herética pústula reventó en el año de desgracia de 1558, el mismo en
que, tras dos años de relativo retiro en Yuste, se llevó Dios a aquel Emperador,
martillo de herejes y dilapidador de fuerzas y riquezas castellanas, que se
llamó en vida Carlos V[55].
Lamentablemente para Don Gaspar, aquella espiritualidad pervertida alcanzó a los
conventos, en particular, de monjas[56],
siendo el más afectado el llamado de Belén, donde la oleada protestante y la
consiguiente reacción inquisitorial, no perdonó a su pariente, María Juana de
Acuña, de quien ahora habremos de hacer una breve presentación.
María Juana -o,
simplemente, Juana- de Acuña y Valdajos era la hija primogénita del matrimonio
del Sargento Mayor[57]
del Tercio Viejo de Nápoles, Antonio de Acuña, y de Felipa Valdajos, parienta
de Don Gaspar por la línea materna. Como ya he dejado dicho, Juana abrazó desde
muy niña la vocación monjil en la Orden benedictina cisterciense y, comoquiera
que el convento vallisoletano de Nuestra Señora de Belén era de reciente
fundación y comunidad todavía escasa, decidieron sus superioras incorporarla al
noviciado de dicha congregación, en la que ingresó con dieciséis años en el del
Señor de 1555. Hallábase a la sazón el Tercio de su padre en tierras italianas,
desde donde pasaría a Flandes para participar en las brillantes campañas de los
años siguientes contra los franceses, que concluirían, ya en 1559, con la paz
de Cateau-Cambrésis. Era una razón más para que la familia de la joven
interesara de la de Don Gaspar el que este procurase visitarla y dar noticias
de su estado a padres y hermanos. Don Gaspar, poco dado a frecuentar otros
conventos que el suyo de San Francisco, demoró el cumplimiento del
encargo, pero no pudo por menos de atenderlo, en vista de las alarmantes
noticias que empezaban a trascender de aquel monasterio femenino. En efecto:
Para empezar, aquel convento de clausura parecía la casa de tócame Roque, si
bien los seglares solían utilizar la ventana enrejada de ritual. Los nombres
principales de tal afluencia aparecerían poco después, cuando la Santa
Inquisición llevase a cabo su amplia investigación acerca de la presunta
heterodoxia de las monjas y las novicias. Allí fueron surgiendo, entre otros,
el doctor Agustín de Cazalla, canónigo de Salamanca y antiguo predicador del
Rey; el ilustre dominico Fray Domingo de Rojas; Juan Sánchez, criado de unos y
de otros, auténtico y eficaz correveidile; Catalina de Hortega, dama del
conciliábulo luterano que dirigían los Cazalla; María de Rojas, monja dominica
del convento de Santa Catalina[58],
y algún monje franciscano, sobre el que había rumores, pero no certeza, acerca
de su identidad.
Como es lógico,
Don Gaspar decidió ganarse la confianza de su joven prima, antes de sonsacarle
sus ideas teológicas presuntamente desviadas, o acerca del ambiente y visitas
sospechosas que se tenían en el convento de Belén. Esgrimió su cargo y
parentesco, así como el encargo paterno, para que le permitiesen una visita vis
a vis, a fin de conocerla y facilitar la conversación, pero la madre superiora,
llamada Marina de Guevara[59],
puso la condición de estar presente en la entrevista, por el justificado motivo
de la diferencia de sexos y la regla de la Orden. Más adelante, Zumel
descubriría alguna otra razón más escondida, cual era que la priora sabía que él
era el autor del opúsculo sobre la existencia del Purgatorio, como así se lo
había advertido a su entregada novicia. En fin, no era la mejor forma de
empezar una relación amistosa, pero el oidor aceptó para que la Guevara no
recelase los motivos de su visita.
Juana resultó ser
una hermosa joven en quien, pese a lo cerrado y despegado de los hábitos, se
apreciaban algunos rasgos heredados de su padre, el militar, pues era una
doncella rubia, de ojos azules, bastante alta y notablemente corpulenta, como
habituada hasta hacía poco a la vida del campo y el ejercicio físico. Por su
parte, la madre superiora, a su lado, parecía un alfeñique, en cuyo rostro
-prematuramente envejecido por las penitencias- destacaban unos ojos negros
como carbones, vivos y penetrantes; y cuando hablaba, su voz tenía la decisión
y el imperio que delataban una noble cuna.
Don Gaspar, una
vez hizo conocimiento de su prima y enfatizó sobre las razones de atender las
justas preocupaciones de un padre, militar y en guerra, por una hija tan
tierna, solicitó de la Madre Marina licencia para visitar a Juana con cierta
asiduidad. La joven fue la primera en poner en duda la necesidad de tal
preocupación:
-
Decid
a mis padres que aquí me encuentro feliz y con buena salud. No deben pasar
inquietud ninguna por mí.
Zumel tuvo un
rasgo de ingenio, que encerraba una malicia inesperada, a modo del anzuelo
cebado que se pone al pez:
-
Así
se lo escribiré y no dudéis que será de gran alivio, tanto para vuestro padre
-que arriesga su vida constantemente-, como para vuestra madre quien, como
todas las madres en su situación, está pasando un verdadero purgatorio
en esta vida. ¡Quiera Dios que le sirva, cuando menos, para que le sea más leve
la penitencia en la eterna!
Las dos religiosas
cruzaron una mirada que, para Don Gaspar resultó tan ilustrativa, que lo que
acto seguido dijo la priora resultó casi redundante:
-
Olvidé
decirte, querida Juana, que Don Gaspar es un experto en materia del Purgatorio.
Y sin esperar la
contestación de Zumel, la Guevara se levantó, dando por acabada la visita.
Sonrió con un dejo de ironía y concluyó:
-
El
señor oidor puede visitar a Juana con una razonable frecuencia, pero habrá de
hacerlo en el locutorio, con las medidas de separación que impone nuestra santa
regla.
***
La primera visita
de Don Gaspar al convento de Belén fue en la primavera de 1557, no mucho antes
de que se diera la batalla de San Quintín[60].
Quiere decirse que, hasta que la Inquisición intervino severamente y practicó
las primeras detenciones, pasó un año[61],
durante el cual procuró el oidor evitar que Juana resultara arrastrada en aquel
vórtice de dolor y muerte. No consiguió nada práctico por la vía del
convencimiento: La joven había encontrado en un ámbito que habitualmente era de
rigor y soledad, la recepción abierta y cariñosa de las monjas profesas,
incluso de las veteranas y de la propia priora. Resultaba, por ello, muy
difícil alejarla de quienes la rodeaban de afecto y protección; máxime cuando
Zumel pudo percibir que otras hermanas del propio monasterio parecían
enfrentadas con las propensas a la heterodoxia, hasta el punto de denunciarlas
a la Inquisición.
Y, por encima de
todo ello, la asunción de las doctrinas del Beneficio de Cristo,
interpretadas de manera laxa, resultaban del mayor atractivo: La fe llevaba
aparejada la salvación; la penitencia por el pecado no se purgaba por el
culpable, sino con los méritos de Nuestro Señor en la cruz; los sacrificios y
disciplinas del claustro habían de tomarse con suavidad y de modo voluntario;
las oraciones en comunidad y a horas fijas pasaban a considerarse una rutina
sin valor. Mas lo que puso al oidor los pelos de punta fue la confidencia de
Juana a comienzos de 1558, al decirle:
-
No
está ya lejano el día de mi profesión y votos solemnes.
-
Pobreza,
castidad y obediencia, apostilló Don Gaspar.
-
¡Oh,
no!, corrigió la novicia jocundamente: alegría, fortaleza y unidad. Es cuanto
se necesita para alcanzar la así llamada perfección evangélica.
A la desesperada,
Zumel resolvió despertar la prudencia y la corrección de Juana poniéndole de
manifiesto lo que empezaba a ser un rumor insistente en la villa:
-
Juana
-le advirtió-, vuestras correcciones al dogma y a vuestra regla superan ya los
límites de lo opinable y de aquello que la Inquisición está dispuesta a
tolerar. Sé cauta y transmite de mi parte a la Madre Guevara esta advertencia:
Fuera de estas paredes, los propios espiritualistas e iluminados que os
han catequizado han suspendido sus conciliábulos y varios de ellos han
desaparecido repentinamente de Valladolid. Tengo entendido que varias de
vuestras hermanas han presentado denuncia por algunas de vuestras prácticas y
lecturas. Y, si no ves claras las cosas aquí dentro, pide una licencia para ir
a ver a tu madre y hermanos. Yo mismo procuraré llevarte a algunos de los más
grandes espíritus de la Iglesia española, como Soto y Carranza, para que te
aconsejen… Piénsalo muy seriamente; habla con tu superiora, y yo vendré dentro
de unos días para recibir tu respuesta.
Todo fue en vano.
En la siguiente visita, Zumel fue acogido en el locutorio por Marina de Guevara
y Juana. La primera le agradeció sinceramente su advertencia, que venía a
coincidir con la formulada por su hermana en religión, la priora de las Huelgas[62].
Seguidamente, se despidió para dejar por unos momentos, una frente a otro, a la
novicia y el oidor. La conversación fue lacónica:
-
¿Has
pensado ya en lo que te sugerí?
-
Así
es, Don Gaspar.
-
¿Y
cuál es tu decisión?
-
La
conforme con la Sagrada Escritura: Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres[63].
La suerte estaba
echada. A finales de abril de aquel mismo año, Marina de Guevara y un grupo
numeroso de monjas y postulantes del convento de Belén fueron detenidas por la
Inquisición y llevadas a su cárcel[64]
como sospechosas de herejía luterana. Comenzaba así un largo camino procesal
que, para varias de ellas, concluyó en el auto de fe de 8 de octubre de 1559[65].
No así para María Juana de Acuña, como tendremos ocasión de conocer en los
siguientes capítulos de este relato.
Bartolomé de Carranza, Arzobispo de
Toledo
5.
Curador a su pesar
Las masivas
detenciones inquisitoriales de abril de 1558 provocaron un terremoto en la
villa, y no solo entre curiales y eclesiásticos. Alentado -si necesario fuese-
por las severas indicaciones del Emperador[66],
el Inquisidor General Valdés tomó las riendas de la investigación y requirió
formalmente a las autoridades competentes para que prestasen el auxilio debido
a la Inquisición, y a los inquisidores de Valladolid, a fin de que agilizasen y
activasen los trámites judiciales en todo lo posible, sin dejar por ello de
llegar hasta la raíz del asunto o, dicho de otro modo, hasta sus máximos
responsables. Ello, sin duda, atañía a la Real Audiencia vallisoletana, cuyos
oidores podían ser requeridos como cooperadores y consultores en la labor
inquisitorial. Don Gaspar, con la cabeza hecha un avispero, comprendió que se
hallaba, por una parte, en el grupo de los predestinados para colaborar con la
Inquisición -no en vano era El Ortodoxo, hombre de piedad franciscana y
de defensa por escrito del Purgatorio- y, por otra parte, se vería en la
necesidad de prestar alguna ayuda eficaz a su pariente y recomendada, Juana de
Acuña. En tan complicada tesitura, decidió confiarse al Presidente de la
Chancillería.
Era este el obispo
de Ávila, Don Diego de Álava y Esquivel[67],
hombre mayor y abierto, curtido en el Consejo Real y en el Concilio de Trento,
donde adquiriría una cierta fama de proclive a la justificación por la fe y a
poner coto a los excesos papales y episcopales, como manifestación de una
necesaria reforma en la Iglesia. El Presidente escuchó a Zumel con atención y
le repuso:
-
Ha
hecho bien en acudir prontamente a mí, pues tenía el propósito de endosarle la
cooperación con nuestros hermanos de la Santa Inquisición. La verdad, no sabía
que tuviese tanta familiaridad con las desviadas benedictinas de Belén.
Había algo de
jocoso en la expresión de don Diego, pero el oidor se puso en guardia:
-
Tan
solo la derivada del parentesco con la madre de la novicia de que le hablo, a
cuyos deberes morales me debo de modo inexcusable, ya que no he sido capaz,
hasta ahora, de apartarla de los males que se dice aquejaban a varias de las
monjas del convento.
-
Bien
está, zanjó el Presidente. Le exoneraré de toda cooperación con la Inquisición
en este caso, siempre que me aporte justificante documental de que aquella
acepta la intervención en favor de su pariente en este caso… No piense que es
por desconfianza -agregó-, sino porque me temo que muchos de sus compañeros
pongan toda clase de pegas para ayudar en tan poco grata cuestión.
-
Dicen
que la Inquisición vallisoletana está en cuadro -comentó Don Gaspar- y que
están llamando aprisa y corriendo a inquisidores y agentes de otros tribunales
para salir del apuro.
-
Así
es, confirmó Don Diego. Y se cuenta con la inminente presencia del propio arzobispo
Valdés en esta villa, para hacerse cargo de la dirección de las diligencias en
persona.
Esa misma tarde,
Zumel se presentó en las casas de la Inquisición, que hervían de testigos,
parientes de los detenidos, familiares del Santo Oficio y agentes de este. A
duras penas, logró abrirse paso y, haciendo valer su alta condición jurídica,
exigir a un guardia que pasara recado de atención al primer inquisidor que
pudiera atenderlo. Lo recibió con respeto y cierta ceremonia el
licenciado, Francisco Vaca[68],
al que Don Gaspar vagamente conocía, por lo que resolvió halagarlo, a fin de
conseguir prontamente sus propósitos:
-
Ya
veo, señor licenciado -admitió-, que están ustedes desbordados de trabajo. La
verdad es que solo quiero una pequeña cosa, que le voy a exponer de inmediato,
para que pueda seguir con sus ineludibles labores.
Le tendió una carta
y, mientras Vaca la leía, Don Gaspar prosiguió:
-
Ya
ve. Se trata de que el Tribunal apruebe mi nombramiento como curador de la
detenida, acusada de herejía, María Juana de Acuña, dado que se trata de una
menor de edad y yo, como pariente suyo y oidor de la Chancillería, cuento con
la confianza de su madre, pues el padre se halla en Italia o en Flandes,
combatiendo en el Tercio Viejo de Nápoles[69].
-
No
creo que haya objeción alguna para lo que pedís, pero habré de consultar con el
otro inquisidor y con el fiscal, lo que haré cuanto antes, para evitar la
repetición de las diligencias con la presencia de Su Señoría.
-
Mucho
se lo agradeceré, como también que demore las declaraciones de Juana hasta que
pueda asistirla como curador… Por cierto, ¿sería posible que la viese, para
traerle algo de ropa y de comida?
-
Desde
luego -aceptó Vaca-. Venga por aquí mañana a esta misma hora y tendré aparejada
una estancia para que pueda desarrollarse la visita de la forma más digna y
desembarazada posible.
***
Zumel tuvo la
buena fortuna de que, al visitar a Juana la tarde siguiente, esta aún no había
sido interrogada por el fiscal ni los inquisidores. Gracias a ello, le
trasladó, con la eficacia posible, la técnica de respuesta para las preguntas
que sin duda le harían. Se había pasado diseñándola buena parte de la noche
anterior, con la ventaja de conocer cómo solían ser aquellas inquisiciones, y
el imponderable de desconocer los estrictos términos en que habían declarado
denunciantes y religiosas confesas. La clave estribaba en mantener un
equilibrio verosímil entre la negación de los cargos, la aceptación de los
menos graves con un margen de duda o de amnesia y la disposición a
rectificar cuanto estuviese en desacuerdo con la doctrina de la Santa Madre
Iglesia.
-
Sobre
todo, Juana -encareció Zumel-, no admitas haber hecho proselitismo ni pública
ostentación de las ideas luteranas, ni tampoco impliques en tus faltas a las
demás religiosas: Solo serviría para hacerte despreciable y cargar tu
conciencia.
-
Nunca
he pensado en delatar a mis hermanas -aseguró Juana-; pero me sabe mal negar mi
convicción en aquello de lo que esté cierta.
-
No
lo hagas, concedió Don Gaspar. Por ahora, bastará con que lo pongas en duda y
te sometas al veredicto de la Iglesia. No me vengas -fingió irritarse el oidor-
con que eres teóloga doctorada, o con que Dios te revela la verdad absoluta de
su divina providencia.
La joven no
acababa de dar su brazo a torcer:
-
Expondré
el caso a la Madre Guevara. Ha querido la Providencia -recalcó esta palabra-
que nos hayan puesto a las dos juntas, en una misma celda… Parece que la cárcel
está llena hasta los topes.
-
Sea,
pues -suspiró Zumel-. Dejemos que Doña Marina dicte también tu conducta ante el
Tribunal.
Dos días después,
Don Gaspar fue llamado a la Casa de la Inquisición, de orden del fiscal,
Jerónimo Ramírez[70], para
entregarle la credencial de curador de María Juana de Acuña en el
proceso que se le iba a seguir por el Santo Oficio por el crimen de herejía.
Por ausencia temporal del fiscal, recibió al oidor el canciller del tribunal,
Julián de Alpuche. Era un sujeto muy hablador, al que Zumel le sonsacó fácilmente
cuanto quiso:
-
Es
cierto, señor oidor, reconoció Alpuche. La cárcel está atiborrada y no sería
extraño el tener que alojar a los presos en tal promiscuidad, que se
infringieran las reglas de la Inquisición. Ya sabe Su Señoría que estas casas van
a ser abandonadas, para trasladarnos a un edificio más capaz en la calle Real
de Burgos, pero las obras aún no han concluido[71];
así que…
-
Siendo
así -apuntó Zumel-, tal vez sería posible que los inculpados menos peligrosos
fueran colocados en arresto domiciliario, en la forma que sus ordenanzas
permiten[72].
-
Siempre
que encuentren a alguna persona de confianza y respeto que cuide de ellos y
vigile sus movimientos -recordó el canciller-. Eso es cosa de convencer al
fiscal, que no es ciego, desde luego, ante el agobio que aquí ya tenemos… y lo
que se nos avecina.
Alpuche parecía
dispuesto a explicar con pelos y señales lo que se avecinaba, cosa que
yo les expondré dentro de poco. Pero Don Gaspar prefería atenerse a lo que
pudiese interesar a su tutelada:
-
¿Y
qué?, preguntó, ¿han declarado ya algunas de las monjas de Belén?
-
Ayer
lo hicieron dos de las más importantes -repuso el canciller- y por cierto que
de forma muy diversa. Una tal Catalina de Reinoso confesó de pe a pa todas sus
malas prácticas y herejías, y no se recató de meter en el mismo saco a otras
compañeras. En cambio, la Superiora, Marina de Guevara, lo hizo de manera tan
astuta y respetuosa para las demás monjas, que el fiscal llegó a decir que ni
el más sabio abogado lo habría hecho mejor[73]…
Claro que no va a servirle de mucho, siendo, como era, la priora, o sea, como
la abeja reina de una colmena de obreras luteranas.
Zumel se
tranquilizó interiormente. Era seguro que Marina y Juana habían hablado entre
ellas y aceptado la forma de contestar sugerida por él mismo. En cualquier
caso, cuando le tocase declarar a Juana, estaría presente y lo constataría. Se
despidió de Alpuche hasta el instante en que le tocase a Juana responder a los
inquisidores, lo que sería a los pocos días. Ese podía ser el momento de
intentar que la joven abandonase la prisión del Santo Oficio y se acogiera a su
domicilio de la calle de la Cuadra, como tenía decidido solicitar.
***
Concluida la
declaración de Juana ante el tribunal -que se desarrolló en presencia de su
curador y conforme a las indicaciones que este le había hecho-, Don Gaspar
pidió al fiscal Ramírez que le concediera unos minutos de audiencia para aclarar
el futuro de la tutelada. Lo encontró bastante enfadado y poco propicio a
aceptar solicitudes benévolas:
-
Estas
monjitas -gruñó- parecen aleccionadas por el Maligno, de lo ladinas que se han
vuelto. Y como además están en esta cárcel revueltas unas con otras, se
comunican las malas mañas. No sé si ha podido apreciar que su protegida ha
declarado exactamente igual que su Superiora, hace unos días...
-
No
me consta -mintió Zumel-, pues desconozco lo que haya dicho la Guevara. En todo
caso, bien puede concedérsele el favor de la duda y concluir que no guía sus
palabras el diablo, sino la verdad.
-
De
cualquier forma -replicó Ramírez-, tengo pruebas más que suficientes para
acusarlas a todas. Claro que -matizó- a cada una, según su responsabilidad. No
será lo mismo para una monja cuarentona y con mando, que para una novicia tan
joven como la suya.
-
Me
alegro de que lo admita -repuso el oidor-, porque quiero pedirle una gracia
algo especial, pero que entra plenamente dentro de la ley y de su competencia.
-
Usted
dirá.
-
Se
trata de que no pida para ella prisión durante la tramitación del proceso. Es
casi una niña y ya ve lo atestada que se halla la cárcel. Además, usted y yo
sabemos que la duración de la causa hasta llegar al auto de fe va a ser larga.
-
¿Por
qué sospecha usted eso?, inquirió Ramírez, intrigado.
-
No
hay más que ver que el número de inculpados aumenta de día en día y es vox
pópuli que Don Fernando de Valdés está dispuesto a llegar hasta el fondo de
este pozo de herejía, caiga quien cayere, con pleno apoyo del Papa.
-
No
le falta razón, Don Gaspar, pero bien puede dividirse la continencia de la
causa, para juzgar primero a quienes ya hayan sido investigados
suficientemente.
Zumel no quería
entrar en sutilezas procesales y decidió ir derecho al grano:
-
En
fin, Señor Fiscal, veo que no está propicio a mi ruego en favor de Juana de
Acuña, pese a ser ella, como rezan sus Ordenanzas, persona de calidad y
consideración. De modo que no me deja otra solución que la de acudir a los
inquisidores, para que rechacen su solicitud de prisión. Habiendo de adoptarse
esta por unanimidad, malo será que no haya uno que comparta mi punto de vista.
El fiscal pareció
sorprendido de la enérgica resolución de Don Gaspar y comprendió que tenía
muchas posibilidades de prosperar, tanto por razones de justicia, como de
influencia del recomendante. Plegó velas y optó por ser él quien se apuntase el
tanto:
-
La
verdad, Señor Oidor, es que no tengo tomada aún la resolución de pedir cárcel
para su patrocinada. Si usted saliese, digamos, fiador por ella…
-
Sin
dudarlo -afirmó Zumel-. ¿Qué consideraría usted bastante para evitar su
prisión?
-
Juana
tendría que alojarse en su casa de esta villa, sin salir de ella más que a la
misa dominical o en caso de fuerza mayor, siempre acompañada de Su Señoría u
otra persona de su confianza autorizada por usted…
-
Cuente
con ello, interrumpió el oidor, creyendo que aquello era todo. Mas el fiscal,
haciendo caso omiso del inciso, prosiguió:
-
Habrá
de estar en todo momento a disposición del tribunal, acudiendo a su llamada
cuantas veces se la requiera. Y de todo ello será usted directamente
responsable. Ya sabe lo que eso significa…
-
Desde
luego -presumió Zumel-. Por un quítame allá esas pajas, podría ser procesado
como cooperador con una hereje y sometido por ello al juicio de la inquisición.
Ramírez sonrió con la vehemencia, un tanto
exagerada, de su interlocutor, pero confirmó lo dicho por este:
-
No
creo que la cosa llegase tan lejos, siempre que Su Señoría cooperase
eficazmente para atrapar a la fugada y esto se consiguiera prontamente. Peor
sería la situación para quien se escapare, pues con ello no haría sino agravar
su situación y, por supuesto, perder el beneficio de libertad provisional.
-
Estoy
totalmente de acuerdo -concluyó Don Gaspar-. ¿Cuándo puedo llevarme a Juana?
-
Habrá
de esperar unos días, hasta que el tribunal conceda lo que usted le pide. Y,
antes, habrá de firmar ante mí y el canciller su asunción de responsabilidades y
el compromiso de cumplirlas. Si tiene la bondad de esperar unos momentos,
procederemos a redactar el oportuno documento[74],[75].
Iglesia dominicana de San Pablo
(Valladolid)
6.
Dos autos de fe y una recusación sensacional
Año del Señor de 1559. De una carta de Don Gaspar Zumel al
maestro, fray Domingo de Soto, fechada a 2 de junio de 1559:
… Le envío esta
misiva por un propio de toda confianza pues estoy convencido de que, con los
tiempos que vivimos, de ser interceptada, Su Paternidad y yo podríamos incurrir
en reproche de la Santa Inquisición. Con todo, no puedo menos de escribirle,
todavía impresionado -y consternado- por el auto de fe habido en esta villa el
pasado 21 de mayo -domingo de la Trinidad-, al que no tuve más remedio que
asistir, dada mi condición de oidor de la Chancillería. Cuanto aquí tuvo lugar
no es para relatar con pormenor en una carta[76],
sino en una de esas sabrosas conversaciones que usted y yo solíamos mantener en
otro tiempo, sin duda más feliz y esperanzado que el presente…
… Se desarrolló en
la Plaza del Mercado[77], con un calor sofocante, ante un
inmenso gentío y bajo la presidencia de la infanta gobernadora, Doña Juana, y del
heredero de la corona, el príncipe Don Carlos, con la asistencia preeminente
del Inquisidor General, el arzobispo Valdés. Predicó el sermón -largo como de
una hora- aquel cuervo, ave de mal agüero, que Su Paternidad me llevó a saludar
en Valladolid, ahora electo obispo de Canarias, fray Melchor Cano, quien, en
honor de los clérigos que iban a ser ajusticiados, escogió el motivo: Cuidaos de los falsos profetas, que
vienen a vosotros a guisa de corderos, pero en realidad son lobos rapaces[78]…
Si no perdí la cuenta, los condenados fueron veintinueve, a los que habría
que añadir la efigie y huesos de una señora fallecida meses atrás. De ellos,
catorce sufrieron pena de muerte, si bien solo uno fue quemado vivo, por
impenitente y contumaz…
… Seguro que se
preguntará usted si, entre los condenados de este triste día, se hallaban las
monjas de Belén, o mi tutelada novicia. No hubo tal pues, por motivos que solo
pueden conjeturarse, el arzobispo Valdés decidió que otros tantos como los
castigados el día de la Trinidad lo sean más adelante; entre ellos, las
religiosas indicadas… Dicen unos que no quería hacerse un auto de fe tan
numeroso. Otros, que el ejemplo para el pueblo será mayor si se repite
próximamente. Los más perspicaces arguyen que Valdés tiene torvos designios
contra personas muy destacadas y está tratando de acopiar testimonios contra
ellos, a base de dar tormento o hacer promesas de benevolencia a ciertos reos
que esperan la muerte. No lo pongo yo en duda, y hasta me atrevo a augurar
malos tiempos para otro compañero de Su Paternidad, que acaba de ser promovido
a la archidiócesis primada de Toledo[79]. Mas, si así fuere, no acierto a
imaginar qué relación puedan tener las benedictinas de Belén con el susodicho
prelado, que se ha pasado los últimos años en Inglaterra y Flandes, acompañando
como predicador y confesor al ahora rey, Don Felipe…
… Mi cuidado de
Juana de Acuña es fuente de constantes inquietudes y pesares, por múltiples razones.
Ciertamente, aunque aún no se ha pronunciado sentencia contra ella, tengo la
seguridad -por confidencias de algunas personas muy próximas al tribunal- de
que será condenada como hereje, aunque apreciando en su favor la tierna edad y
el hecho de que no haya adoctrinado a nadie. Ello la librará a buen seguro de
la hoguera que, en cambio, habrá de quemar a varias de las monjas de su
comunidad. De todas formas, el rigor de la Inquisición en el caso precedente ha
provocado en Juana un estado de agitación por lo inicuo de los castigos, que
alterna con profundos decaimientos por el futuro que aguarda a Doña Marina de
Guevara y a las demás hermanas… Estas circunstancias me llevan a no poner en
práctica con ella los sabios consejos que Su Paternidad tuvo a bien darme,
cuando supo que me había convertido en curador de Juana. Así pues, me estoy
limitando a poner a su alcance libros de piedad y a autorizarla para que acuda
a la iglesia de San Pablo, no solo los domingos -como le está permitido-, sino
aquellos días en que hay prédicas o devociones a cargo de vuestros hermanos de
Orden más amorosos. De todas formas, lo que más bien le hace son las visitas
del padre Demetrio, franciscano de esta villa, al que por ello conozco y
tengo en buen concepto. Ignoro si será el mismo fraile anónimo de la Orden que
visitaba a menudo el convento de Belén con gran contento de las hermanas pero,
de cualquier modo, confío en su buena doctrina, así como en que su juventud y
afabilidad conforten el ánimo de mi tutelada para afrontar las duras pruebas
que, a no dudar, le aguardan.
***
Si nuestro oidor
padecía continuas inquietudes a causa de su tutelada, no era por el talante y
comportamiento de Juana que, agradecida por los desvelos y atenciones de Don
Gaspar, se mostraba obediente y afectuosa, tanto con él, como con la dueña que
este había contratado para hacer más respetable y mejor atender la casa
mientras residiera en ella la joven[80].
Las visitas que casi todos los meses recibía de su madre y hermanos contribuían
a hacerle la vida más amable y a valorar con justedad el favor que recibía de
Don Gaspar, al que debía su libertad y bienestar temporales. De forma tácita,
curador y tutelada habían acordado evitar en lo posible los temas dogmáticos,
lo que era del agrado de Don Gaspar quien -como ya hemos ido comprendiendo-
entendía la religión en términos de caridad y procuraba eludir cuanto pudiese
poner el peligro su tranquilidad, cuando en ello no paraba beneficio para
nadie. Solo en una ocasión Juana y él entraron en coloquio doctrinal, y fue
precisamente en un punto que le era imposible obviar a Zumel, por atañerlo
personalmente. Preguntóle Juana:
-
¿Es
cierto lo que se comentaba en el convento, de que Su Señoría es el autor de ese
folleto en que se justifica la existencia del Purgatorio con base en la
Justicia absoluta de Dios?
-
En
efecto -hubo de reconocer Don Gaspar, respecto de aquel pliego anónimo,
repartido en las iglesias de Valladolid en el año 1556-. Pero ni un simple
folleto era, sino apenas un pliego que el abad de Santa María tuvo a bien dar a
conocer por doquier en esta Villa… ¿Qué, acaso lo leíste en el convento?
-
Que
yo sepa -negó la joven-, no fue bien conocido de la Comunidad. Ha sido en esta
casa donde, al ver un rimero de copias, he tenido el atrevimiento de examinar
una de ellas.
Don Gaspar se
ruborizó, pues había tenido la vanidad de pedir que le devolviesen los
ejemplares sobrantes, no para destruirlos, sino para repartirlos entre quienes más
adelante se los solicitaran.
-
En
efecto, reconoció, por ahí anda lo menos un centenar y medio, que acabarán comiendo los ratones… Quizá es lo que merece un trabajo tan nimio.
-
Seguramente
que merece una mayor reflexión y detenimiento, pues no son muchos los que
tratan del Purgatorio como jueces, y no como sacerdotes o religiosos. Pero no
quiero discutir sobre castigos divinos e indulgencias humanas, sino
transmitirle una observación que se me ha ocurrido al reflexionar sobre ese
trabajo suyo que ha calificado de nimio.
-
Te
escucho.
-
Ya
que ha valorado el Purgatorio en términos de justicia, ¿por qué no hace otro
tanto con el Infierno? Entiéndase: el Infierno, como lugar de castigo y de
sufrimiento eternos, definitivos.
Zumel meditó
durante unos momentos y vaciló al contestar:
-
Creo
que, ni Lutero, ni Calvino, dudan de la existencia del Infierno para los
ángeles caídos y los hombres que sean condenados. No veo el motivo por el que
habría de dar vueltas a un punto que puede ponerme en la vía de esa terrible
institución que a ti te tiene acoquinada.
Juana protestó
haber sido malentendida:
-
No
he sugerido que, en lo tocante al Infierno, la Santa Iglesia esté, o no,
equivocada. Solo se me ha ocurrido sugerirle que enfocase y estudiase el asunto
en términos de Justicia absoluta… Y que conste que me ha encantado su punto de
vista de que, entre la conciencia recta del hombre y la voluntad de Dios, no
puede haber disconformidad, por cuanto Nuestro Padre nos creó, hombre y mujer,
a su imagen y semejanza.
Don Gaspar, pese a
la matización, no quiso comprometerse. A lo más que llegó fue a asegurar a
Juana, con cierta chanza:
-
Si
algún día me da por entrar en el Infierno en vida, prometo dedicarte el relato
de mi cálida estancia en el mismo.
-
Espero
que no sea in memoriam -replicó Juana con ingenio-.
***
Así estaban las
cosas, en espera de una inminente decisión inquisitorial respecto de los reos
que habían quedado al margen del auto de fe del mes de mayo. Al parecer, se
esperaba a que Felipe II regresara de Flandes y presidiera un segundo auto, a
celebrar en la villa vallisoletana[81]
una vez que el Inquisidor General Valdés hubiese sacado todo el partido posible
de los inculpados, con vistas a robustecer las endebles pruebas de herejía que
había recabado contra Bartolomé Carranza. Finalmente, explotó el escándalo que
estaba incubándose, al menos, desde el año anterior[82]:
El día 22 de agosto de 1559, Carranza fue detenido por agentes de la
Inquisición dentro de su diócesis toledana[83]
y llevado incontinente a la prisión de Valladolid. Muy pocos días después, Don
Gaspar recibió una carta del maestro Domingo de Soto, traída en mano por un
hermano lego del convento salmantino de San Esteban. Fray Domingo se
manifestaba así:
… No le
importunaría, si no entendiese que presto un servicio a la justicia y que su
bondad se compadecerá de la víctima de este atropello y de este pobre siervo de
Dios que, cargado de achaques y de años, camina a paso vivo hacia la tumba[84].
Seguía el ilustre
fraile desgranando las múltiples causas de inquina que el arzobispo Valdés
había ido acumulando contra Carranza, cuando menos, desde que lo había dejado
en evidencia por el escandaloso absentismo de sus sucesivas diócesis. Y, en
cuanto a la dudosa ortodoxia de algunas de las proposiciones del Catecismo
Cristiano, Soto recordaba:
… Considere Su
Señoría que mi hermano de Orden fue llevado contra su voluntad a la Inglaterra
por el entonces príncipe Don Felipe, esposo de la reina María[85],
con el propósito, entre otros, de ganarse la voluntad de aquellos cismáticos
-más que herejes-, haciendo cuantas concesiones doctrinales fueran posibles sin
resultar contrarias a la fe católica. Ese es el origen y sentido del Catecismo,
que por ello puede resultar duro de tragar para un inquisidor, pero que, en lo
que yo sé, nada contiene de claramente herético ni, desde luego, ha sido
redactado con desviada conciencia o mala intención…
El fondo y objeto
de la carta venía acto seguido:
… El arzobispo
Carranza, por consejo de sus abogados[86]
y asesores, parece dispuesto a promover un incidente que aparte del proceso
a su enemigo, o contrario, Valdés, de los llamados de apartamiento o
recusación. Como Su Señoría sin duda conoce, no es empresa fácil ni frecuente
el lograr que prospere dicha solicitud, máxime afectando al Inquisidor General.
Por eso, el acusado quiere designar como defensor de su tesis a alguien que
sea, a la vez, experto en leyes y de elevado puesto en la política y en el
afecto de Su Majestad. En ello anda e ignoro quién será el escogido, pero lo
que sí es indudable es que precisará de formar una junta de consiliarios o
expertos que le ayuden en su labor. He aquí una tarea que ni pintada para Su
Señoría, residente en Valladolid, donde es justamente reconocido y respetado,
con fama de ortodoxo y -me atreveré a decirlo- no muy aficionado a quienes
están convirtiendo los juicios de la Inquisición en un baño de sangre[87]…
Por último, en un nota
bene después de la firma, Soto hacía énfasis:
… El propio
fray Bartolomé -que le recuerda con afecto- participa de mi iniciativa y
agradece a usted cuanto se digne hacer en pro de su causa.
¿Cómo negarse a
tan humana petición y desairar a un amado maestro en peligro de muerte? Zumel
contestó favorablemente a la misiva de Soto y se dispuso a entrar en contacto
con la representación letrada de Carranza, aunque algo en su interior le dijera
que no saldría indemne del envite.
Grabado muy imaginativo de un auto de
fe en la Plaza Mayor de Valladolid
***
A los pocos días
de su ingreso en la cárcel inquisitorial de Valladolid, en efecto, Carranza
presentó al tribunal su recusación del Inquisidor General Valdés como
instructor y enjuiciador de su causa, alegando la existencia de una animosidad
personal contra él. En ese mismo mes de septiembre de 1559, se procedió,
conforme a las Ordenanzas del Santo Oficio, a designar a dos jueces del
incidente, que habrían de dar su resolución de manera inapelable. Por el fiscal
del caso, se propuso el nombramiento del oidor de Valladolid, licenciado Isunza,
un recién llegado a la Chancillería, aunque con buena experiencia en la
Universidad de la villa[88],
a quien Don Gaspar había tratado poco y de quien se decía que había llegado a
altos cargos por la fama y fortuna heredadas de su padre. Por el arzobispo
Carranza, de manera un tanto precipitada, se designó al consejero de Indias,
Juan Sarmiento de Mendoza[89],
para sostener su tesis recusadora pues, si bien tenía experiencia anterior como
profesor de Salamanca y oidor en Granada, llevaba varios años enfrascado en las
muy diversas actividades de un consejero de Indias. Fue, por tanto, muy
celebrada la incorporación de Zumel al equipo jurídico; tanto más,
cuanto que estaba en posesión de un venero de datos y argumentos, gracias a la
carta de Domingo de Soto, que conocía mejor que nadie los enfados y rencillas
entre Valdés y Carranza. Pero, además de preparar el escrito recusatorio, Don
Gaspar hizo algo más, que casi siempre le daba buenos resultados: Fue a
entrevistarse con la parte contraria, Juan de Isunza, y le propuso actuar con
total buena fe y cooperación:
-
Comprenderá
usted, Don Juan, que, con todos los hechos que acabo de exponerle y probarle,
una discusión cerrada y un dictamen discrepante no haría sino perjudicar el
buen nombre del Inquisidor General. Mejor es, desde todos los puntos de vista,
que se reconozca la existencia de enfrentamientos entre ambos arzobispos -algo
normal y muy común en la Iglesia- y evitemos escándalos. A fin de cuentas,
agregó Zumel, Valdés bien puede seguir adelante con su opinión de herejía y
hacerla prosperar por medios más indirectos, pero igualmente eficaces. ¡Siendo
Inquisidor General y apoyado por Su Majestad!...
-
No
sé qué le diga, aparte de darle las gracias por su gentileza, replicó Isunza.
Dudo de que Valdés no vaya a salir malparado, si la recusación prospera; pero,
qué diablos -¡perdón!-, las pruebas de enemistad y malquerencia son
concluyentes, y a ello debemos atenernos, pues que somos juristas y tenemos que
ser imparciales.
-
Y
algo más -susurró Don Gaspar-. Valdés se ha metido sin prudencia ninguna en un
tremendo avispero del que le va a ser difícil salir sin aguijonazos. ¡Él se lo
ha buscado!
-
Sea,
concluyó Isunza… Y preparémonos para un buen sofión de Valdés, que no es hombre
que pase por alto las discrepancias.
Y así, después de mucho coordinarse y superar
las dificultades, en febrero del año siguiente, 1560, Valdés era apartado de la
instrucción del proceso contra Carranza, designando el rey, para sustituirlo,
al arzobispo de Santiago, Don Gaspar Zúñiga[90].
Y, aunque el procedimiento siguió durante muchos años[91],
y acabó con la imposición pontificia de que Carranza abjurase de dieciséis
proposiciones consideradas dudosamente ortodoxas[92],
lo cierto es que la estimación de la recusación de Valdés resultó esencial,
tanto para el futuro de la causa, como para la caída del Inquisidor General en
la consideración del monarca[93].
Pero todo eso es
historia, grande o menuda. A mí me toca seguir los pasos de Don Gaspar Zumel. Y
a fe que en esta cuestión tuvo razón su colega Isunza, pues nuestro oidor se
llevó un sonoro sofión de parte de Don Fernando de Valdés, con la
cooperación necesaria de Juana de Acuña. Dediquemos al tema el siguiente
capítulo de este relato.
7.
La fuga de Juana de Acuña y sus consecuencias
No olvidaría Don
Gaspar mientras viviese el día de San Mateo[94].
Acababa de entregar a Don Juan Sarmiento su minuta acerca de los motivos que
abonaban la recusación del inquisidor Valdés y le embargaba una intensa
sensación de bienestar, como quien acaba de liberarse con fruto de un trabajo
agobiante y enojoso. La mañana se torció a eso del mediodía, cuando fue
comidilla de la Audiencia la noticia de que una de las mujeres que se hallaban en la cárcel, esperando sentencia y auto de fe, había intentado suicidarse,
clavándose unas tijeras en la garganta[95].
No era algo inusitado pero, ante la duda inicial de que pudiese tratarse de una
de las monjas en espera de juicio, Zumel concluyó su trabajo diario y se
encaminó a las casas de la Inquisición para recabar noticias más precisas. Se
las brindó el canciller Alpuche con su prolijidad acostumbrada, invitándole a
compartir comida con él en una taberna de la calle de la Galera. Era ya tarde y
estaba hambriento; de modo que aceptó compartir con el charlatán una olla
podrida[96]
que se salía del mundo, en metáfora del amo del figón. Se le hizo un
nudo en el estómago cuando, entre bocado y bocado, tras un buen buche de lo de
Cigales, Alpuche se sinceró:
-
No
crea usted que me hago el ignorante, sino que los inquisidores mantienen sobre
la sentencia el mayor de los secretos. Para mí que el arzobispo Valdés,
recusado y todo, está manejando los hilos y ordenando severidad. Lo único que he
llegado a saber es que más de la mitad de los reos van al palo[97],
sin la menor lenidad para con las mujeres[98].
Zumel preguntó:
-
¿Y
las monjas?
-
¡Qué
se yo!, respondió Alpuche, encogiendo los hombros. Algunas irán a la hoguera,
pues lo del convento de Belén ha sido demasiado ostentoso. Las demás, a lo
mejor libran, como la que condenaron en mayo[99],
aunque no pueda olvidarse -guiñó el ojo ostensiblemente- que era hija, nada
menos, que del marqués de Poza.
Acabada la comida,
con gran pesadez y bastante galbana, Alpuche le hizo una oferta casi
irresistible:
-
Dicen
que usted está muy a favor del arzobispo de Toledo…
-
¡¿Quién
lo dice?!, exclamó Zumel, sorprendido de lo rápido que se había corrido lo de
su apoyo a la recusación.
-
Velay,
sonrió Alpuche. Se lo digo porque, si lo desea, le puedo aprestar una visita
esta misma tarde.
Muy del brazo para
sostenerse mutuamente, canciller y oidor tomaron por la calle de Pedro
Barruecos. Demasiado tarde para excusarse, Don Gaspar comprendió que no estaba
en la mejor situación etílica como para cumplimentar al arzobispo; no obstante,
hizo de tripas corazón y pasó por el escusado, aliviándose de todo cuanto pudo.
-
¡Hijo
mío, Gaspar!, exclamó Carranza al verlo ante sí, en la penumbra de la celda.
¡No sabes la alegría que me da verte! En verdad, no hay hombre más rico que
aquel que tiene buenos amigos…
Era ya anochecido cuando Zumel, ya sobrio y muy emocionado, se despidió del ilustre reo, al que
había llevado una gran esperanza. Con paso vivaz, se encaminó a su casa, de
donde había salido, la broma de doce horas antes. Seguramente, su ausencia había
durado demasiado tiempo.
***
Apenas había
abierto la puerta del zaguán, Don Gaspar fue interpelado por la dueña, toda
azorada:
-
¡Por
fin, señor! ¿No viene con usted Juana?
-
¿A
ton de qué?... Pues… ¿no está en casa?, inquirió con súbita preocupación el
oidor.
-
No,
a fe mía -respondió Romualda, la dueña-. Salió muy de mañana de casa, apenas
hubo usted partido para el trabajo, y me dijo que iba a misa de ocho a San
Pablo y luego se encontraría con Su Señoría en Chancillería, que tenían que ir
a la casa de la Inquisición, donde había sido requerida su presencia.
-
¿Y
cómo demonios no la acompañaste a todo, como te tengo ordenado?
-
Vino
a buscarla ese fraile de su confianza…, fray Demetrio, y se ofreció a ser él su
guardián, puesto que tenía que confesarla y hablar luego con Su Señoría.
Zumel, entre el
temor y la ira, se abstuvo de seguir hablando y volvió a salir de casa, tomando
la vía del convento franciscano. Llegar allí a toda prisa le llevó cinco
minutos, y poco más que le abrieran el portón y tener a su presencia al Padre
Prior.
-
En
efecto, Don Gaspar -le confirmó-. Fray Demetrio acudió a maitines y salió
seguidamente del monasterio, apresurado y con un hato al hombro. Cuando le
preguntó el portero, le contestó que iba a recoger limosnas… y hasta ahora.
-
No
dé aviso de su ausencia hasta mañana -solicitó Zumel-. No hay por qué provocar
un escándalo antes de lo preciso.
-
Pero
¿cómo sabía usted que faltaba del convento fray Demetrio? ¿Acaso ha sufrido
algún robo o asalto del que tenga constancia la justicia?
-
Le
repito -insistió muy serio el oidor-, que espere a mañana. Hacia mediodía
hablaremos.
Es obvio que Zumel
nada había advertido al prior acerca de la intempestiva visita de fray Demetrio
a su casa, ni, menos aún, de que hubiera salido de ella con excusas, acompañado
de Juana. Trataba de ganar tiempo y tomar la mejor resolución posible, para lo
que tenía una dura noche por delante. Regresó al hogar dando un rodeo,
pensando. Ordenó a Romualda que no le sirvieran otra cena que dos manzanas y un
vaso de hidromiel caliente, y que ella y el resto del servicio se retiraran a
descansar, pues todo había quedado aclarado. Y, en efecto, así era…,
pero para él: La novicia y el fraile habían puesto pies en polvorosa, con la
intención inmediata de huir de la Inquisición, y vaya usted a saber con qué
objetivo último. Mas el oidor, pese a su ortodoxia y deberes de justicia -o,
tal vez, por ello-, estaba dispuesto a conceder a Juana todo el tiempo que
pudiese, siempre que no se delatara como lo que de ningún modo era: un
favorecedor de herejes. Cumpliría, pues, una demora razonable en denunciar la
desaparición de Juana y, luego, que la Providencia hiciera con esa desagradecida
e inconsciente lo que tuviese decidido. Tomada tal resolución, se puso a la
tarea de escribir una minuta de lo que diría a los inquisidores cuando fuere
interrogado al respecto. Se le ocurrió dejar también escrita una carta
informativa a la madre de Juana, pero descartó al poco tal idea: No era cosa de
atribular a la buena mujer con una noticia tan sobrecogedora. Aunque las
probabilidades no fueran muchas, ¿quién podría aseverar que la pareja en fuga
no pudiese alcanzar la seguridad, sin ser previamente detenidos?
Primera página de un documento
coetáneo, que enumera a los reos del auto de fe de 8 de octubre de 1559 en
Valladolid
***
Año del Señor
de 1560. Han transcurrido seis meses desde aquel aciago 21 de septiembre,
en que Juana de Acuña desapareció de Valladolid, en compañía del franciscano,
fray Demetrio de Pobladura. Ha sido un semestre rico en noticias y
consecuencias, salvo en un aspecto sustancial: Juana y fray Demetrio continúan
en paradero desconocido. Por la villa circulan toda clase de bulos y leyendas,
cada vez más extendidos y disparatados. Ha llegado a decirse que la joven fue
liberada de la cárcel de la Inquisición a golpe de puñal por el fraile, tras
reducir y atar con su propio rosario a un dominico que la custodiaba[100].
Se ve que el vulgo no conocía -u olvidaba- que Juana se hallaba en custodia,
acogida al domicilio de Don Gaspar Zumel. La verdad es que, aunque no es el
primer reo que huye antes de su auto de fe, sí que es el primer caso vallisoletano
en que la fuga parece haber tenido éxito[101]:
Seis meses es mucho tiempo y la gente opina que el dúo ha conseguido burlar a
los inquisidores, y muchos se congratulan de ello. ¡Pero todavía es muy pronto para
cantar victoria, como el futuro pondrá de manifiesto!
Para nuestro oidor
ha sido tiempo de disculpas, explicaciones y denuncias. Su ausencia de la casa
cuando tuvo lugar la fuga, así como la decisiva intervención de un tercero,
parecen alejar de Don Gaspar sospechas de connivencia en los hechos, aunque no
le libran de la responsabilidad por no haber custodiado a su tutelada con toda
la diligencia exigida en las normas. El fiscal Ramírez, riguroso e incansable,
ha preparado una lista de motivos por los que juzga que Zumel no está exento,
ni mucho menos, de culpa en lo sucedido:
·
Al
recibir en su casa, como curador y garante, a la acusada Juana de Acuña, se
comprometió a mantener unas condiciones de vigilancia y aislamiento de la
misma, que no ha observado con el debido rigor y diligencia.
·
Don
Gaspar Zumel es pariente de Juana de Acuña y muy afecto de la joven, por cuya
inculpación inquisitorial estaba muy pesaroso, deseando evitarle todo daño por
ello, en cuanto fuera posible.
·
La
asiduidad con que fray Demetrio de Pobladura ha estado visitando a la joven,
hasta hacerse con su confianza y complicidad, demuestran que Don Gaspar Zumel ha
consentido relaciones peligrosas y no permitidas por las reglas que gobiernan
el arresto domiciliario de los inculpados.
·
El
susodicho fray Demetrio pertenece a la comunidad vallisoletana de San
Francisco, con la que Don Gaspar mantiene constantes relaciones, y por su edad
aún joven -treinta y dos años- era de temer que se ganara el afecto de Juana,
en calidad de varón, además de como consejero espiritual.
·
Según
declaración del prior de San Francisco, Don Gaspar lo visitó hacia las nueve de
la noche en que se produjo la fuga, preguntando por la ausencia de fray
Demetrio del convento, lo que hace suponer que, desde el primer momento,
sospechó Don Gaspar que Juana y el expresado fraile se hubiesen marchado
juntos, con paradero desconocido.
·
Ítem
más: Don Gaspar pidió al padre prior que no diese cuenta de la ausencia de fray
Demetrio hasta que, al día siguiente a mediodía, volviese a encontrarse con él,
lo que en realidad no acaeció hasta las seis de la tarde de dicho día.
·
Con
vanas disculpas, que carecen de testigos que las apoyen, Don Gaspar Zumel no
dio cuenta al tribunal de la Santa Inquisición de esta villa de la desaparición
de Juana de Acuña hasta las ocho de la tarde del día siguiente al de la fuga,
es decir, día y medio después de haberse esta producido. Este retraso ha sido
decisivo para que la acusada y su fautor no hayan sido detenidos hasta ahora,
siendo opinión general que hayan podido salir de estos reinos, por tierra o por
mar.
·
Don
Gaspar Zumel, al atardecer del día de San Mateo -en que se produjo la fuga de
Juana de Acuña-, manifestó a sus criados que todo había quedado aclarado
y que podían retirarse a descansar, sin denunciar los hechos ni tomar ninguna
providencia por los mismos.
Con todo y con
eso, no parecía fácil que el tribunal se decidiese a encausar a Don Gaspar
-todo un oidor de la Chancillería, con fama de ortodoxo-. Se lo manifestó así
el canciller Alpuche, que había tomado mucho afecto por Don Gaspar, desde la
comida en común del día de San Mateo:
-
No
se inquiete, Don Gaspar, que no tienen nada sólido contra usted. Lo importante
es que cojan a esa pareja de tortolitos. Al que sí que vamos a darle su
merecido es al fraile: No creo que se libre con menos de cárcel perpetua.
-
¿Por
qué se refiere usted a los fugados como los tortolitos?, inquirió
molesto el oidor.
-
¡Caramba,
Don Gaspar! No es preciso ser muy mal pensado para deducirlo. Ya sabe usted lo
que hacen los frailes herejes con las monjas: Lutero, sin ir más lejos…[102]
Si no hubiese tenido ese propósito, ¡a buenas horas se la iba a haber jugado
fray Demetrio por la muchacha! Lo dicho: casados… o amancebados.
Zumel tuvo que
admitir para sí que Alpuche debía de estar en lo cierto. Y, a fin de cuentas, poco
se le daba ya a él de la mala fama que estuviera cogiendo Juana, la ingrata,
como él la llamaba. Claro que, más que desagradecida, había sido estúpida. En
efecto, en el auto de fe del 8 de octubre pasado, las monjas de Belén que
estaban en la misma condición secundaria que Juana habían sido condenadas, tan
solo, a quedar privadas del voto activo y pasivo en su comunidad[103].
Pero, al haber tenido el tribunal constancia de su huida, había agravado la
pena de la rea ausente hasta extremos difícilmente soportables para una moza
tan tierna: reclusión perpetua en el convento, portando el sambenito de por
vida[104].
***
Así estuvieron las
cosas por unos meses. Incluso, Don Gaspar siguió ejerciendo sus funciones de
oidor, sin otra medida cautelar que la de no poder salir de Castilla sin permiso
del tribunal de la Inquisición. Pero en febrero de 1560, se hizo público el
dictamen de los dos jueces designados para pronunciarse sobre la recusación del
arzobispo Valdés, en el proceso contra su homólogo Carranza. La decisión fue
contraria a Valdés, quien tuvo que abstenerse de proseguir como instructor del
asunto. El Inquisidor General montó en cólera, que lanzó como pudo contra
cuantos, de un modo u otro, lo habían puesto en evidencia. Como sabemos,
ocupaba entre ellos lugar destacado el oidor Zumel el cual, de inmediato,
sufrió las consecuencias. Los inquisidores apoyaron la solicitud del fiscal de
procesarlo. Se le suspendió en sus funciones judiciales y, como buena
componenda, se le recluyó en el convento de San Pablo, de los dominicos de
Valladolid, bajo la supervisión del Provincial, Melchor Cano, el cual se
comportó humanitariamente con Don Gaspar, aunque -como nos consta- no tuvieran
de antes una buena relación.
El proceso se
desarrolló con celeridad, habida cuenta de que Zumel reconoció los hechos,
incluido el de que hubiera dejado pasar todo un día antes de denunciar a la
Inquisición la fuga de Juana. Así mismo, admitió que permitía a la joven más
salidas de su casa que la precisa para la misa dominical, así como la ligereza
de haber tolerado que el relativamente joven fray Demetrio de Pobladura frecuentara a Juana, so pretexto de confesarla, o de iluminar su entendimiento
con santa doctrina. Únicamente rechazó la imputación de que había incurrido en la
demora, no por negligencia, sino con el deliberado propósito de facilitar la
huida de su protegida; una negativa un tanto ridícula, pues tal descuido era
inexplicable en un oidor. Solo reaccionó con vivo rechazo ante la sugestión de
que hubiera debido comprender que, en la asiduidad del fraile, había más
interés humano que dedicación divina. Zumel miró despectivamente al fiscal,
canónigo del cabildo del Burgo de Osma, y lo zahirió:
-
Yo
creía que, en cuestiones de rijosidad, los clérigos -como vuestra paternidad,
sin ir más lejos- gozaban cuando menos del favor de la duda.
Sin duda ni favor,
Don Gaspar Zumel de Valdajos fue condenado por el tribunal de la inquisición de
Valladolid, como fautor de la fuga de la hereje condenada, Juana de
Acuña, a las penas de 200 ducados de multa[105],
seis años de destierro de Valladolid y las tierras próximas, hasta una
distancia de veinte leguas[106],
y pública reprensión de su conducta en el auto de fe pertinente.
Aunque la condena
no incluyese la pérdida de su cargo de oidor, el destierro y su propia
estimación hicieron que Don Gaspar presentara inmediata renuncia al mismo,
levantara su casa vallisoletana en la calle de la Cuadra y decidiera dar un
nuevo rumbo a su vida profesional. Por conocer la ciudad y su abundante tráfico
mercantil, así como por no estar lejos de su familia de Lerma, optó por
establecerse como abogado en Burgos, donde abriría despacho de letrado a principios del
siguiente año, 1561. Allí le llegaría la triste noticia de la muerte de su
maestro, fray Domingo de Soto, acaecida el 25 de noviembre del año anterior.
También habrían de llegarle otras jugosas nuevas, más pertinentes a esta
historia, las que tendré mucho gusto de narrar a ustedes, si tienen la
paciencia precisa para escucharlas.
8.
Del desastrado fin que tuvo la fuga de Juana y fray Demetrio
La huida de una hereje en 1559 (J.E. Millais, Museo de Ponce)
Año del Señor de
1563. Gaspar Zumel
continúa cumpliendo la pena de destierro pero, en realidad, apenas se acuerda
de sus tiempos de oidor, ni de los sinsabores que le trajo el dejar de ser un
hombre que eludiera el peligro voluntario y se recluyera permanentemente en su
mundo de leyes y de caridades. Actualmente, se ha abierto camino como abogado
y, tras el fallecimiento del padre, ha llevado a vivir con él a Doña Aldonza,
su madre, que es la verdadera ama de su casa y gobierna con firmeza a las dos
criadas que su hijo ha puesto a su disposición para que la ayuden -ella sostiene,
por el contrario, que solo le sirven para darle más trabajo del que le quitan-.
Por lo demás, parece haber tomado una cierta ojeriza a toda persona o
institución que huela a Iglesia; de modo que no se ha dado de alta en la
hermandad burgalesa de los terciarios seglares de San Francisco, sino que ha
llegado a un acuerdo satisfactorio con su conciencia: Todos los días, camino de
su despacho o de otras ocupaciones, entra unos momentos en la iglesia de San
Nicolás, reza una oración y, a la salida, deposita medio ducado en la alcancía
de la limosna para los pobres. Los curas del templo están deseando averiguar
quién es el diario donante de tan generosa dádiva, pero es mucha la beatería
que acude a iglesia tan céntrica y famosa[107].
Con todo, no tardarán tan curiosos clérigos en dar con Don Gaspar, lo que, en
percatándose él, propiciará que cambie de templo y de cepillo de los
necesitados.
Un gélido día de
febrero, al regresar a su domicilio para el yantar, se encontró con la no
anunciada visita de su pariente, Antonio de Acuña, padre de la fugada Juana. No
era la primera vez que Zumel y él habían conversado y cruzado misivas, para
recíproca información de las noticias que, sobre la localización de la antigua
novicia, podían interesarles. Don Antonio, desde que, por edad y dolor de
padre, había conseguido la licencia del Tercio Viejo de Nápoles, empleaba
tiempo, influencias y dinero en tratar de encontrar a su hija y al canalla
de cogulla que la había seducido. No es extraño, por tanto, que Don Gaspar
imaginase que podría haber noticias de Juana, y buenas, a juzgar por la sonrisa
que le dedicó su pariente nada más verlo.
-
Al
saber que un fraile de Fredesval[108]
-aseveró Acuña- acababa de llegar de Alemania, fui a visitarlo con la finalidad
que usted se figurará. El jerónimo me ha asegurado que en Estrasburgo conoció a
un español vestido como cualquier laico, pero que olía a fraile a la
legua. Otros hermanos de Orden le confirmaron que se trataba de un antiguo franciscano
que había huido de España hacía años y que se hacía llamar Bernardo, o algo por
el estilo… Le pedí al fraile que me lo describiera, y algunos detalles que me
dio, como la talla, la color de tez y cabello y la edad, eran semejantes a los
que me dijiste hace unos años.
-
Algo
es algo -repuso Zumel, escéptico-, pero esa ciudad de que me hablas cuentan que
es un nido de herejes y de huidos de la Inquisición[109].
Podría ser cualquiera. ¿No te aclaró nada el jerónimo sobre la posible
convivencia de tu hija con ese tal Bernardo?
-
A
eso iba, enfatizó Don Antonio. En los coloquios que el jerónimo burgalés tuvo
con sus compañeros de Orden, salió naturalmente a relucir la espantosa
relajación a que se ha llegado por los protestantes en materia sexual. Parece
que allí, el clérigo que no se ha casado, vive amancebado libremente, y hasta
con varias mujeres. Y estas, de predilección, son monjas o novicias, que los
sirven como esposas y los ayudan en sus conciliábulos y libelos… Pues bien, ese
Bernardo no es una excepción a tan viciosa regla, hasta el punto de que
se hace acompañar de una muchacha a todas partes. Como a ella no la vio, no
pudo darme una descripción ni detalle alguno, pues no se habló más del tema en
la conversación con los jerónimos de allá, entre los que, por cierto, hay
varios de los que escaparon de Sevilla antes de los grandes autos de fe de hace
algún tiempo.
-
Y
¿qué piensas hacer, mi buen primo?, inquirió Zumel.
-
Estoy
harto de actuar a través de compañeros de armas o de corresponsales de amigos y
comerciantes, aseveró Acuña. Ya he conseguido del jerónimo de Fredesval cartas
de presentación para sus hermanos de Estrasburgo, así como un pasaporte y
credenciales de la Inquisición para las autoridades de Flandes y del Imperio.
Bien sé que Estrasburgo es ciudad libre y, por tanto, intocable para nuestros
jueces y alguaciles, pero no para un padre con dinero y con agallas…
Siento, Gaspar, que estamos llegando al final del camino. Y, siendo así, poco
he de poder si no traigo de vuelta para España a mi hija, viva, y a ese rufián
tonsurado, vivo o muerto. ¡Que Santiago y San Antonio me valgan!
***
De una carta que
Don Gaspar Zumel escribió en julio de 1563 a su hermano Guillermo, residente en
Barcelona, una copia de la cual he encontrado en el archivo familiar de los
Valdajos, en Lerma:
Querido
hermano:
Las cosas que
relataré en esta carta no son para sabidas por otras personas, pero fío en la
lealtad de quien te la entregará en mano y en tu propia discreción…
… No me atrevo a
escribir que el esfuerzo y la paciencia de Antonio de Acuña, nuestro pariente,
hayan sido finalmente premiados con el hallazgo de las personas que durante tanto tiempo
buscó. Pues has de saber que, hace unos meses, dio con el paradero de
su hija Juana y el indigno franciscano que ya sabes. Fue en la ciudad imperial
de Estrasburgo, donde el fraile exclaustrado había encontrado trabajo en una
casa de banca, viviendo allí -casado o amancebado, ¡qué más da!- con nuestra
pobre prima. Y digo pobre porque, cuando Antonio, su padre, finalmente se las
hubo con fray Demetrio, resultó que Juana había fallecido dos meses antes, de
sobreparto… Y aún imagino que alguna dicha le habría causado, ablandando su
corazón, el que hubiese sobrevivido la criatura de la que podía haber sido
abuelo, pero el niño nació muerto… El hecho es que, con la ayuda de un viejo
soldado de los Tercios, que había sido su asistente en el de Nápoles, acogotó
al fraile, al modo que lo hubiese hecho la Inquisición seguramente, de haberlo
juzgado. Luego, echaron el cadáver al Rin, en un lugar algo alejado de la casa
que ocupaban el difunto y Juana…
…Para tener algún
recuerdo de su hija y enmascarar la causa del homicidio, Antonio cogió varias
cosas de Juana; entre ellas, un librito que contiene la confesión de fe
cristiana de ciertos españoles herejes, huidos por ello de España[110]. El ejemplar estaba plagado de
glosas y anotaciones, algunas de las cuales, tanto su padre, como yo, estamos
ciertos que son de puño y letra de Juana… Antonio me lo entregó como don, en
recuerdo de mis trabajos y penalidades por su hija y, cuando yo hice gesto de
rechazarlo, insistió y me dijo que esa habría sido la voluntad de Juana, de
haber vivido, como se infería de una nota al texto del último capítulo del
citado libro[111]. Ni que decir tiene que, tan pronto
marchó nuestro pariente, abrí el libro, localicé la cita aludida y leí el
apunte de Juana, que decía: Esto es algo fuera de razón, como bien argumentaría mi primo,
el oidor, si se lo propusiere. El texto al que nuestra finada prima hacía la
apostilla es uno en que los herejes españoles -que en esto están plenamente
conformes con nuestra Iglesia[112]-
afirman que los tormentos del infierno no tendrán fin[113]…
Mucho me ha hecho reflexionar la afirmación de Juana, pero no me siento con
fuerzas para enfrentarme otra vez con la Inquisición, ¡y como dogmatizante![114],
para mayor peligro.
***
Cuando tuve la
oportunidad de leer y copiar la carta anterior, no pude evitar sonreír con
suficiencia, pues bien sabía yo que el miedo y la abstención de Don Gaspar
habían quedado en agua de borrajas. En efecto, cinco o seis años antes me había
hecho con un buen ejemplar en octavo mayor del año 1566, impreso en
Estrasburgo, en casa de Christianus Mylius[115].
Estaba encuadernado en vitela y tenía un modesto total de 134 páginas. El texto
era latino y la rúbrica de su contenido era: Inferorum aeternitatis confutatio ex summae Iustitiae criterio[116].
Me llamó desde un principio la atención el hecho de que, como
identificación de autor, figuraba el ambiguo circunloquio, a quodam magistri
Soti discipulo[117].
En la portada figuraba el exlibris del Real Monasterio de Nuestra Señora
de Fredesval, de época más moderna pero incierta, al menos, para mí.
No viene a cuento
que les haga ni un breve resumen de aquel libro, que yo considero de indudable
autoría de Don Gaspar Zumel, escrito para cumplir la promesa hecha en su día a
Juana de Acuña. Tan solo recogeré su tesis central: Que, en términos de estricta
justicia, el Infierno -de existir como lugar o estado distinto del Purgatorio-
no puede ser eterno, porque la maldad o culpa del hombre, siendo este limitado
en todas sus cualidades, no debe tener un valor infinito. Buena parte del texto
se empleaba en refutar, con toda clase de argumentos -personales y de
autoridad- la tesis contraria, a saber: Que siendo Dios infinitamente bueno,
las ofensas a su ley podrían generar una infinita culpa y, en consecuencia, un
castigo eterno. ¿Quién tiene la razón? No seré yo quien apunte la respuesta.
Solo afirmo que, por ser la tesis de Zumel contraria al dogma eclesiástico, se arriesgó
a una grave reacción sancionadora de la Inquisición: Tanto más, cuanto que era,
en cierta forma, reincidente. Por ello, no me extraña que usara del anonimato,
aunque no se privara de homenajear al gran Domingo de Soto, el mejor tratadista
del momento en sede de Justicia y de Derecho.
¿Y qué decir de
que el libro -herético y todo- hubiese figurado en los fondos de un monasterio
español de jerónimos? Con todas las dudas y licencias que quieran, aventuro una
hipótesis bastante bien fundada. Hela aquí.
En lo que se me
alcanza, entiendo que Don Gaspar carecía de un buen dominio del latín, como
para escribir un libro en dicha lengua. Tampoco tenía relación con impresores
extranjeros que pudiesen editarle una obra tan poco ortodoxa. ¿Quiénes podían
subsanar esas deficiencias? Nadie mejor que alguno de los varios frailes
jerónimos huidos de la Inquisición sevillana e instalados en la liberal Estrasburgo.
Muy probablemente Don Gaspar contactó con ellos a través del fraile de
Fredesval que había sido confidente de Don Antonio de Acuña. Felizmente, el
libro se tradujo a la lengua más conocida del momento y fue impreso por un
librero justamente prestigiado. Como es natural, muy pocos de los ejemplares
lograrían ser introducidos en España, pero no faltaría alguno de matute
en los principales conventos de la Orden de San Jerónimo, empezando por el
burgalés de Fredesval. Con el paso del tiempo y la poca lectura, los frailes
perderían la noción de que se trataba de un libro herético -aunque yo no lo he
visto citado en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia- y,
quizá avanzado el siglo XVIII, lo incorporasen sin mucho temor al catálogo oficial
del monasterio, con el exlibris consiguiente. Hasta aquí la vida
monástica del tomo en cuestión. Pero ¿y su paso a una de tantas buenas
librerías de viejo existentes en España, en lugares de los que no quiero
acordarme?
La respuesta a
dicha pregunta puede estar en la lenta agonía del monasterio de Fredesval que,
en treinta años, pasó por tres sucesivos avatares que acabaron con su vida: los
destrozos en 1808, durante la francesada[118];
el primer intento, en 1820, de enajenar el convento como si de un bien
nacional se tratara; finalmente, la desamortización de Mendizábal de 1835,
que puso el punto final a los cuatro siglos de vida del monasterio. En dichos
tres momentos hubo destrucción y expolios en Fredesval[119].
¿Qué hay, pues, de extraño en que sus libros se desperdigaran por vertederos y
chimeneas e, incluso, en bibliotecas y librerías?
Ahora, uno de
ellos adorna mis vitrinas y ha servido de inspiración a este relato que, aunque
ya va extenso, no quiero privarme de ponerle un epílogo explicativo. Espero que
ustedes me lo agradezcan.
9.
Epílogo. Una pintura hecha de verdades y mentiras
En el Museo de
Ponce (Puerto Rico)[120],
tan abundante en pinturas de los Prerrafaelistas[121],
se encuentra un cuadro de John Everett Millais[122],
titulado Huida de una hereje, 1559, que su autor concluyó en 1857[123],
tras recibir asesoramiento histórico del ilustre hispanista escocés, William Stirling-Maxwell[124],
a quien corresponde la certera iconografía de los personajes representados, así
como la atribución a la joven hereje del nombre de María Juana de Acuña y
Valdajos, que Millais difundió como el que efectivamente había correspondido a
la muchacha del cuadro. En su momento, ante la prestigiosa intervención del
experto Stirling, pocos pusieron en duda que el cuadro respondiera a una
realidad: La fuga de una rea de herejía, muy poco antes de sufrir el auto de fe
en Valladolid, año de 1559, gracias a la ayuda que, a punta de cuchillo, le
había brindado un, real o supuesto, fraile franciscano. Por supuesto, a tales
efectos de veracidad, nada predicaba en su contra que la modelo fuese cuñada
del pintor, ni que la arquitectura representada no tuviera que ver con España,
sino con el castillo escocés de Dalhousie, cercano a Edimburgo.
Andando el tiempo
y contrastando los datos ofrecidos por Stirling y Millais con los que la
Historia ofrecía, fueron poniéndose en duda, cada vez más, los rasgos realistas
del relato subyacente al cuadro. Desde luego -se llegó a decir-, el lugar y el
tiempo del suceso no podían ser los aducidos, toda vez que, en los autos de fe
de Valladolid en 1559, ninguna rea pudo evadirse y, menos aún, de la manera tan
truculenta expresada en el cuadro. Por lo demás, el apellido Acuña -primero de
los atribuidos a la fugada- era muy frecuente entre diversas familias hidalgas
de la comarca vallisoletana. Al final, todo se juzgó como un rasgo de ese
romanticismo historicista de Millais, que había querido dar a entender,
incluso, que el liberador de la joven no era un verdadero fraile, sino su
amante, otro hereje, puesto que portaba en la muñeca un símbolo luterano.
En mi humilde
opinión, tanto fantasean y concluyen de forma precipitada quienes creyeron a
pies juntillas la historia contada por Millais, como los que aseguran que lo
representado en el cuadro es pura imaginación, una patraña urdida con el
vergonzoso apoyo de un erudito presuntamente serio. Pero lo que ha de contar en
este momento no es mi opinión, sino la de ustedes, tras leer este relato y -si
lo desean- documentarse acerca de lo contado en el mismo.
A la postre, si el
cuadro de Millais ha servido para despertar mi imaginación, y si esto les ha
ayudado a ustedes a cambiar de siglo y pasar un rato agradable, ¿qué más se
puede pedir?
John Everett Millais, retratado por
George Frederic Watts
[1]
Así es como figuraba escrito en el libro. De hecho, el topónimo -una pedanía de
Santibáñez, en la provincia de Burgos- puede pronunciarse indistintamente como
vocablo agudo o llano.
[2]
Domingo de Soto (1495-1560), dominico, se evidenció como excelente filósofo y
teólogo, tanto en las cátedras salmantinas, como en las primeras sesiones del
Concilio de Trento (1545-1547), así como en sus obras muy reiteradamente
impresas, Summulae (explicaciones de cátedra) e In dialecticam
Aristotelis commentarii. En el campo jurídico resalta su magna obra, De
iustitia et iure (primera edición, 1553). La biografía clásica sobre
Soto es: Vicente Beltrán de Heredia, Domingo de Soto: estudio biográfico
documentado, Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1961. Más brevemente y
con acceso por Internet: María del Pilar Cuesta Domingo, La obra literaria
de Domingo de Soto, Qui scit Sotum scit totum, en Mª Pilar Cuesta Domingo
(coordinadora), Domingo de Soto en su mundo, Colegio Universitario de
Segovia, Segovia, 2008, pp. 239-289. María del Pilar Cuesta Domingo, Domingo
de Soto, polígrafo de la Escuela de Salamanca (recurso electrónico),
Fundación Ignacio Larramendi, Madrid, 2013.
[3] Es
decir, en Derecho Civil y Canónico.
[4]
Inicialmente, el fundador de este Colegio (año 1519), el arzobispo
compostelano Alonso de Fonseca, puso como condición para ser escolar en el
mismo la de ser de nación gallega.
[5]
Se ha achacado al bacilo Yersinia pestis, que se transmite sucesivamente
a ratas, pulgas y humanos, con una evolución mórbida de una semana y que, en
aquella época, cursaba con un 60% de fallecimientos entre los contagiados.
Véase, en Internet, Ángel Hernández Sobrino, Epidemias de peste en España, “Lanza”
(Diario de la Mancha), 15 de enero de 2020. La brillante actuación de Domingo
de Soto para remediar las susodichas desgracias, en María del Pilar Cuesta
Domingo: Domingo de Soto. La causa de los pobres, Grupo de Investigación
”Letra”, en www.letra.unileon.es.
[6]
Se reprochaba el que tan gran actividad limosnera podría incrementar en demasía
la mendicidad. Soto salió al paso de las críticas en su opúsculo In causam
pauperum deliberatio (Salamanca, 1543). La Universidad de Salamanca, a cura
de Ángel Martínez Casado, publicó en 2006 una reedición bilingüe (latín y
español).
[7]
Magno convento franciscano fundado en Salamanca a mediados del siglo XIII y
casi totalmente arruinado durante la Guerra de la Independencia. Actualmente
solo se conserva entera la capilla de la Venerable Orden Tercera, en su arquitectura
de mediados del siglo XVIII.
[8]
El V Concilio de Letrán se celebró entre 1512 y 1517. El papa León X aprobó y
publicó la regla para la sección regular de la Orden Tercera en 1521
(véase Constitución Apostólica Inter caetera, de 20 de enero de 1521, en
www.franciscanos.org/docpontificios),
norma que estuvo en vigor hasta 1927. Eran tiempos de oposición real y papal
hacia la sección secular de dicha Orden, por razones bien explicadas en:
Alfredo Martín García, La Orden Tercera Franciscana en la Península Ibérica:
De sus orígenes medievales a su eclosión en la Edad Moderna, Archivo
Ibero-Americano, 77, nº 284 (2017), pp. 69-97, especialmente pp. 81-84
(accesible por Internet).
[9]
Los frayles y las sorores terciarias pretendían no pagar
impuestos reales y concejiles por su condición religiosa, aunque fuesen
seglares, cosa que con poco éxito trataron de evitar las Cortes de Soria
(1380).
[10]
El rey Luis IX de Francia (1226-1270) fue canonizado en 1297. Era el celestial
patrono de la Orden Tercera de San Francisco.
[11]
Equivalente al de oidor en otras Audiencias y en las Chancillerías.
Véase: Antonio Eiras Roel, Sobre los orígenes de la Real Audiencia de
Galicia y sobre su función de gobierno en la época de la monarquía absoluta, Anuario
de Historia del Derecho Español, LIV (1984), pp. 323-384, especialmente pp.
355-366 y 371-384 (este artículo es de libre consulta por Internet).
[12]
La sede de la Audiencia de Galicia se mantuvo en Santiago de Compostela, desde
la fundación de aquella (1480), hasta 1563 (por ley) o hacia 1580 (en la
práctica); pasando seguidamente a instalarse en la ciudad de La Coruña, donde
ha permanecido desde entonces. Véase: Elías Cueto Álvarez y Sagrario Abelleira
Méndez, La sede de la Real Audiencia del Reino de Galicia en Santiago de
Compostela. Cinco siglos de historia urbana, Santiago de Compostela, 2016.
[13]
Como he apuntado en la nota introductoria, Don Gaspar Zumel es un personaje
tan real como imaginario: Vale decir, totalmente verosímil. En todo caso, si
quieren consultar el elenco de magistrados de la Real Audiencia gallega, podrán
encontrarlo en: Laura Fernández Vega, La Real Audiencia de Galicia, órgano
de gobierno del Antiguo Régimen, Diputación Provincial de La Coruña, La
Coruña, 1982, tomo III, pp. 419-443. Dicho libro resulta de la impresión de la
tesis doctoral de la autora, leída en la Universidad de Santiago de Compostela
en 1976 (dicho sea de paso, en el mismo lugar y año en que también lo hizo este servidor de ustedes).
[14] Valladolid
no fue ascendida a “ciudad” hasta el año 1596.
[15]
O de la Quadra, actual Conde de Ribadeo. La mayor parte de los
datos los recojo de: Juan Agapito y Revilla, Las calles de Valladolid,
edición facsímil de la de 1937, Maxtor, Valladolid, 2004, pp. 90-95.
[16]
Bartolomé Carranza de Miranda (1503-1576), que llegó a ser Arzobispo de Toledo
(1557), siendo la fase final de su vida (1559-1573) un calvario de procesos,
prisiones y tachas de herejía, a raíz de la consideración como protestantes de
ciertas proposiciones de los Comentarios sobre el Catecismo cristiano
(1558), libro del que era autor. Melchor Cano (1509-1560) fue uno de los más
insignes teólogos de su tiempo, aunque su obra maestra, De locis theologicis,
solo apareció póstumamente (1563) y quedó incompleta. Se volverá sobre estos
personajes en sucesivos pasajes de este relato.
[17]
Sucedió a Francisco de Vitoria en tal cátedra, en el año 1546. A Cano le
sucedió, en 1552, Domingo de Soto.
[18]
Y creo que así siguen, pues solo los especialistas parecen conocer que Domingo
de Soto se adelantó en la materia a Galileo en sesenta años exactamente, como escribió
Pierre Duhem allá por 1910. Véanse, a título de ejemplo: W. A. Wallace, El
enigma de Domingo de Soto: ‘Uniformiter difformis’ y la caída de los cuerpos en
la tardía física medieval, en Studium, 16 (1976), pags. 342- 367; J. J.
Pérez Camacho e I. Sols Lucía, La Física de Domingo de Soto en el quinto centenario
de su nacimiento (1495-1995), en Revista Española de Física, 9 (1995), 4,
págs. 56-58.
[19] Título
latino traducible al español por: Sobre el movimiento de caída de los
cuerpos.
[20]
Las rúbricas completas eran: Super octo libros Physicorum Aristotelis
commentaria y Super octo libros Physicorum Aristotelis quaestiones, cuya
primera edición en ambos casos data de 1543, aunque la considerada como
definitiva es de 1551.
[21]
Luis Núñez Coronel (c. 1475-1531), autor de unas muy notables Physicae
perscrutationes, J. Barlier, Paris, 1511.
[22]
La cita literal, tomada de la Primera Epístola a los Corintios (13,13) es como
sigue: …Ahora subsisten fe, esperanza y caridad, esas tres; mas la mayor de
ellas es la caridad.
[23]
Zumel está haciendo alusión con ironía a los términos tolerados por el Interim
de Augsburgo (30 de junio de 1548), pronto rechazado por la mayoría de
católicos y protestantes. Domingo de Soto fue uno de sus redactores finales.
[24]
En 1547, las sesiones conciliares hubieron de suspenderse por la peste, no
reanudándose hasta 1551. En 1552, el Concilio hubo de suspenderse nuevamente,
por la amenaza de las armas protestantes en las inmediaciones del Trentino, y
no se reanudó hasta 1562. Finalmente, su tercera fase (enero de 1562-diciembre
de 1563) pudo poner fin a sus trabajos. Por tanto, en el tiempo en que se
desarrolla esta parte del relato, acababa de producirse la segunda suspensión
conciliar.
[25]
Fue en sesiones celebradas en el año 1562, cuando el Concilio legisló sobre la
comunión bajo las dos especies y el celibato sacerdotal, en ambos casos, de
manera contraria al Interim augsburgués.
[26]
Fue la principal cuestión teológica discutida por Lutero, como se sabe. El
Concilio de Trento, en su sesión VI, celebrada el 13 de enero de 1547, aprobó
un amplio Decreto sobre la justificación, en 16 capítulos, en que se fijó la
postura de la Iglesia Católica sobre el tema, aunque cuestiones bíblicas y de
matiz continuaron envenenando las relaciones entre la fe y las buenas
obras.
[27]
Las opiniones de Don Gaspar Zumel no tienen otro valor que el que quiera
dárseles, a tenor de lo que los historiadores resaltan. Sobre Melchor Cano es
breve, pero muy ilustrativa, la nota biográfica del dominico Antonio Osuna
Fernández-Largo en el DBe de la Real Academia de la Historia. Sobre
Bartolomé Carranza, en cambio, es mediocre la nota homóloga, pese a estar a
cargo del gran especialista en el personaje, José Ignacio Tellechea Idígoras,
que le ha dedicado obras muy notables, entre otras, la edición crítica y
estudio histórico de la obra de Carranza, Comentarios sobre el Catecismo
Christiano (Amberes, 1558), publicada en dos tomos por la Editorial
Católica (1ª edición, 1972); o el centenar y medio de artículos recogidos bajo
el título de Bartolomé Carranza. Tiempos recios, 4 tomos, Universidad
Pontificia de Salamanca, 2003-2007.
[28]
Este cambio favorable a la Orden Tercera en su versión secular fue
acompañado de una reacción contraria a la versión regular o conventual:
En 1567, Felipe II, siguiendo directrices tridentinas y pontificias, intentó
prohibir la Venerable Orden Tercera en su modalidad conventual, desamortizando
sus bienes, con el argumento de que sus comunidades no respetaban la clausura,
ni una adecuada separación del mundo exterior, y carecían de la debida
solvencia económica, como para adaptarse a las nuevas normas posconciliares del
aislamiento clerical. Véase obra citada en la nota 8 y, además: José García Oro
y María José Portela Silva, Felipe II y las iglesias de Castilla a la hora
de la reforma tridentina (Preguntas y respuestas sobre la religiosidad
castellana), Cuadernos de Historia Moderna de la Universidad Complutense de
Madrid, nº 20 (1998), pp. 9-32, especialmente pp. 28-29 y nota 73 (en la que se
recogen los trabajos fundamentales de Manuel de Castro Calvo a este respecto).
[29]
La circunspección que Carranza aconsejaría, pero que él no siempre
cultivó, es fruto de cambios radicales respecto de la consideración real e
inquisitorial del erasmismo. Para este relato, aconsejo la consulta por
Internet de: José Luis Gonzalo Sánchez-Molero, El Erasmismo y la educación
de Felipe II (1527-1557), tesis doctoral de la Facultad de Geografía e
Historia de la Universidad Complutense de Madrid, 1997, 886 pp. Interesan
especialmente los apartados, El cenáculo cortesano de Valladolid (pp.
620-653) y El gran giro de 1559 (pp. 813-815).
[30]
En efecto, en 1552 fue Cano propuesto obispo de Canarias, pero no tomaría
posesión de la diócesis, regresando a Valladolid como rector del Colegio de San
Gregorio. Por su parte, Soto fue catedrático de Prima de Teología de Salamanca
entre 1552 y 1560, sucediéndole el también dominico, Pedro de Sotomayor
(1511-1564) que, cuando Don Gaspar Zumel visitó el Colegio vallisoletano de San
Gregorio, era el rector o regente de dicho Colegio.
[31]
Recibían el nombre de alcaldes (o alcaldes del crimen) los
magistrados de las Salas del Crimen de las Audiencias y Chancillerías,
reservándose el de oidores para los de las Salas de lo Civil.
[32] En
concreto, Mauricio de Sajonia-Meissen (1521-1553).
[33]
En 1515, el Papa León X estableció la censura previa para toda la Cristiandad
latina, siguiendo lo acordado en el V Concilio de Letrán que dictó la
prohibición de imprimir libros sin la autorización del obispo. Esta orden fue
aplicada especialmente cuando se produjo la ruptura de la Cristiandad
occidental con motivo de la difusión de la Reforma protestante que halló en la
imprenta un formidable aliado. Así, en 1523 Carlos V prohibió la difusión de
las obras de Martin Lutero en todos sus dominios, incluido el Imperio
Germánico, lo que sería ratificado al año siguiente para todo el orbe católico
por el papa Clemente VII. En este contexto de crisis religiosa y política, algunas autoridades e instituciones católicas —fieles a la ortodoxia romana y
papal frente a los protestantes, partidarios de las ideas de Lutero y de otros
reformadores— confeccionaron listas o «índices» de libros prohibidos por ser
considerados heréticos. Carlos V encargó esta tarea a la Universidad de
Lovaina, que hizo pública su lista de libros prohibidos en 1546 — la Sorbona de
París había publicado su índice en 1542—. En 1551 la Inquisición española
adoptó como propio el índice de Lovaina, y lo editó, con un apéndice dedicado a
los libros escritos en castellano, naciendo así el primer Índice de libros
prohibidos de la Inquisición española.
[34]
Véase: Lázaro Iriarte, Historia franciscana. La Orden de la Penitencia
(Tercera Orden), en la www.franciscanos.org/historia.
Sobre la ulterior capilla de la VOT en el Convento de San Francisco de
Valladolid, María Antonia Fernández del Hoyo, Patrimonio perdido. Conventos
desaparecidos de Valladolid, Ayuntamiento de Valladolid, 1998, pp. 96-101.
[35]
Juan de Juni (1506-1577) fue vecino de Valladolid entre 1540 y su muerte. Tuvo
su casa-taller extramuros de la villa, a la vera de la Puerta del Campo (hoy,
Plaza de Zorrilla y aledaños).
[36]
Sobre ubicaciones y edificios en sí, véanse: Juan Agapito y Revilla, Las
calles de Valladolid, citado en la nota 15, pp. 418-419; Jesús Urrea
Fernández, Arquitectura y nobleza: Casas y palacios de Valladolid, Ayuntamiento
de Valladolid, 1996, pp. 29 y 74-75. De manera general, y sobre la inquina anti
jesuítica de Melchor Cano: Javier Burrieza Sánchez, Los años fundacionales
de la Compañía de Jesús en Valladolid, Actas del I Congreso de Historia de
la Iglesia y del Mundo Hispánico, “Hispania Sacra”, 52 (2000), pp. 139-162
(accesible por Internet).
[37]
La obra clásica sobre el papel teológico de los primeros jesuitas (Laínez,
Salmerón, etc.) en el Concilio de Trento es: Antonio Astráin, S.J., Historia
de la Compañía de Jesús en la asistencia a España, Razón y Fe, Madrid,
1914, volumen I, capítulo XVII, pp. 545-566 (de libre consulta en Internet).
[38]
Pedro de Deza Manuel (1520-1600) fue vicario general del arzobispado de
Santiago de Compostela, oidor de la Chancillería de Valladolid en 1556,
arcediano de Calatrava en la archidiócesis de Toledo, auditor del Tribunal
Supremo de la Inquisición, Comisario general de Cruzada y presidente de la
Chancillería de Granada. Fue creado cardenal por Gregorio XII el 21 de febrero
de 1578, yendo a residir a Roma.
[39]
Gian Pietro Carafa (1476-1559), papa Pablo IV (1555-1559), alcanzó la dignidad
pontificia a la entonces provecta edad de 78 años, como consecuencia del veto
del monarca español en un cónclave anterior. Véase: Miguel Ángel Ochoa Brun, El
privilegio de exclusión en los Cónclaves, en Encuentros europeos de
Diplomacia, Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 2020, pp. 290-372,
especialmente pp. 298-303.
[40]
Las competencias indirectas y los privilegios de la Inquisición fueron
fuente incesante de conflicto con las autoridades civiles (en especial,
jurisdiccionales), precisando de concordias reales, para superar las
ominosas censuras inquisitoriales. El tema está bien desarrollado por el
indispensable clásico sobre la Inquisición española: Juan Antonio Llorente, Historia
crítica de la Inquisición en España, especialmente en el libro V, Oliva,
Barcelona, 1836, pp. 1-73. El citado libro recoge casos concretos (hasta siete)
del tribunal de Valladolid, entre 1630 y 1643. La citada obra de Llorente es de
consulta abierta en Internet.
[41]
Benedetto Fontanini (benedictino) y Marcantonio Flaminio (humanista), Trattato
utilissimo del beneficio di Giesuchristo crocifisso verso i Christiani,
Bernardino de Bindonis, Venecia, 1543, prohibido eclesiásticamente a partir de
1549. Tuvo rápidas traducciones a inglés y francés, entre otros idiomas.
Establecía un equilibrio entre la salvación por los meros méritos de Jesucristo
y por el valor de nuestras buenas obras. Muy deudor de Juan de Valdés, fue
considerado herético, más que por sí mismo, por el uso que de él hicieron
iluminados y protestantes. El libro apareció como anónimo, pero su autoría ha
sido determinada sin lugar a mayores dudas. Puede consultarse en italiano e
inglés por Internet.
[42]
Sobre este librero y editor, a la sazón con talleres abiertos en Valladolid y
Medina del Campo, véase la nota biográfica en el DB-e de la Real
Academia de la Historia, a cargo de Julián Martín Abad. Lo considera activo en
tierras vallisoletanas entre 1549 y 1566, María Marsá Vila, Materiales para
una historia de la imprenta en Valladolid (siglos XVI y XVII), Universidad
de León, 2007, especialmente pp. 21-184 y 501-503 (obra de 533 pp., de libre
consulta por Internet). Puede consultarse también: Anónimo, La imprenta en
Valladolid. Cinco siglos de tipografía, info.valladolid.es, 12 de junio de
2020.
[43]
Fray Antonio de Guevara (1480-1545), franciscano, obispo de Mondoñedo, fue el
autor europeo más editado en cualquier lengua entre mediados del siglo XVI y
finales del siglo XVII. Pasó largas temporadas en Valladolid, sintiendo
predilección por su convento de San Francisco. Véase una amplia nota
biográfica, a cargo de Francisco Márquez Villanueva, en el DB-e de la
Real Academia de la Historia.
[44]
Pedro de Deza Manuel era sobrino del arzobispo Diego de Deza (1443-1523), quien
fue el primer Inquisidor General para toda España, entre 1498 y 1507.
[45]
Juan de Valdés (c.1500-1541), famoso cortesano y humanista, seguidor de Erasmo,
próximo a iluminados y espiritualistas, no lejano de algunas ideas
luteranas, denunciado en vida a la Inquisición, aunque solo después de su
muerte fue injustamente reputado de hereje y varias de sus obras incluidas en
el Índice. Su madurez intelectual coincide con su estancia en Roma y
Nápoles, donde falleció. El beneficio de Cristo es deudor del
seguimiento de Juan de Valdés por su autor, Benedetto Fontanini: Primero, de
sus sacre conversazioni (explicaciones bíblicas y de actitud religiosa,
dirigidas por Valdés en Nápoles, año de 1534) y, en especial, del libro
valdesiano, Le cento e dieci divine considerazioni, aparecidas
póstumamente, en 1550 (hay traducción española, a cargo de J.I. Tellechea
Idígoras, Salamanca, 1975). Sobre la vida de Juan de Valdés, véase el sugerente
resumen de Cristina Barbolani en el DB-e de la Real Academia de la Historia, y
la biografía por Daniel A. Crews, Twilight of the Renaissance. The life of Juan
de Valdés, University of Toronto Press, 2008, que nos ofrece un retrato de
Valdés como cortesano, refinado y hasta libertino, bastante alejado de sus
obras, a veces tan espirituales, socráticas y mortificadas.
[46]
La crítica luterana de las indulgencias ya se encuentra en las famosas 95
tesis, que Lutero hizo públicas en Wittenberg, en día 31 de octubre de
1517. La posición de la Iglesia católica, desde Trento hasta nuestros días, no
ha variado sustancialmente. En consecuencia, puede encontrarse en el vigente Código
de Derecho Canónico de 1983, cánones 992-997.
[47]
En efecto, tras la XXV sesión del Concilio de Trento (3 y 4 de diciembre de
1563), se promulgó un Decreto sobre el Purgatorio, reafirmando taxativamente su
existencia. Actualmente, su existencia está reconocida en los cánones 1030-1032
del citado Código de Derecho Canónico de 1983. Bíblicamente, hay varios
pasajes (evangélicos, epistolares y apocalípticos) que pueden traerse a
colación, pero el único realmente expresivo es del Antiguo Testamento (Libro
Segundo de las Macabeos, capítulo 12, versículos 43 y siguientes). Pero Lutero
rechazó que dicho Libro formara parte del canon bíblico de los libros
sagrados, a diferencia del concilio tridentino (IV sesión, de 8 de abril de
1546).
[48] En
Génesis, capítulo 1, versículo 26.
[49]
Fundamentalmente, en su Primera Carta a los Corintios, capítulo 1, versículos
12-30.
[50]
Carlo (di) Sesso, italiano, -en España, Carlos de Seso- (c. 1515-1559),
promotor en España de la herejía aprendida en Italia, residió en La Rioja y
tuvo contacto con el convento franciscano de Logroño, por su pertenencia a la
Cofradía de San Francisco de Asís y San Urbán. Promovido a corregidor de Toro
(1554), ello le proporcionó la oportunidad de extender la herejía en las
actuales provincias de Zamora y de Valladolid, siendo por ello ajusticiado en
esta villa en 1559, como luego se precisará en el texto. Véase: Carlo Sesso,
entrada en la Ereticopedia, a cargo de Daniele Santarelli; Felipe Abad
León, nota biográfica sobre Carlos de Seso en DB-e de la Real Academia de la
Historia; Fermín Labarga, Las cofradías de Logroño en los siglos modernos, Hispania
Sacra, tomo 71, nº 143 (2019), pp. 283-297, espec. p. 294. Todas estas fuentes
son accesibles por Internet.
[51]
Un fraile dominico, que fue infructuosamente catequizado por Carlos de Seso,
calificó a este personaje de parlero, suelto en el hablar de cosas de Dios,
liviano y presuntuoso en el vestir. La consagración literaria del
personaje se produjo con la novela de Miguel Delibes, El hereje, Destino,
Barcelona, 1998.
[52]
El obispo de Palencia, a la sazón, era Pedro (de) la Gasca (1493-1567), obispo
de la diócesis entre 1551 (efectivamente, 1553) y 1561; y el abad de Santa
María la Mayor de Valladolid era el erasmista, Alonso Enríquez, que ostentó el
cargo entre 1527 y 1577. Véanse (si se desea, en Internet): Nota biográfica de
Pedro de la Gasca en DB-e de la Real Academia de la historia, a cargo de
Teodoro Hampe Martínez; Jesús San Martín Payo, Don Pedro de la Gasca
(1551-1561), Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, núm.
63, pp. 241-328, en especial, pp. 275-276 y 283-311; Luis Fernández Martín,
S.J., Los últimos abades de Valladolid. Aclarando una duda, Hispania
Sacra, vol. 50, núm. 2 (1998), pp. 11-24.
[53]
Este monasterio fue fundado en 1538 y subsistió hasta 1841. Su ubicación,
edificaciones e historia han sido desarrolladas dentro de la monografía de
Asunción Esteban Recio y Manuel González López, Herejes luteranas en
Valladolid. Fuego y olvido sobre el convento de Belén, Universidad y Ayuntamiento
de Valladolid, Valladolid, 2020 (reeditado en 2021). La historia del convento
está tratada en la Segunda Parte del libro (desde la acción inquisitorial de
1558 en adelante) y en la Cuarta Parte (hasta la desaparición del monasterio a
mediados del siglo XIX).
[54]
En mi opinión, la más fructífera fuente impresa dedicada al tema del núcleo
luterano de Valladolid sigue siendo: Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia
de los heterodoxos españoles, 2ª edición, Santander, 1910, vol. I, capítulo
VII, pp. 930-966, publicada íntegramente en la www.cervantesvirtual.com.
Se aventura la cifra de unos cuatrocientos simpatizantes de algunas de las
muchas novedades luteranas, en Valladolid y sus proximidades.
[55] Su muerte
se produjo, precisamente, el 21 de septiembre de 1558.
[56]
Sobre este tema, véanse las obras citadas en las notas 53 y 54. Además, José
Ignacio Tellechea Idígoras, Doña Marina de Guevara, ¿monja cisterciense
luterana? Edición y comentario de un proceso inquisitorial, Fundación
Universitaria Española, 2004; Roland H. Bainton, Donne della Riforma,
volumen II, Claudiana, Torino, 1997, parte cuarta, Donne della Riforma in
Spagna, espec. pp. 313-316 (ambas fuentes son accesibles por internet).
[57]
Era la segunda graduación en la jerarquía de un Tercio, después de su Maestre
de Campo, al que reemplazaba en caso de necesidad.
[58]
Todos estos personajes son históricos con seguridad; no así el monje
franciscano que a continuación se cita, cuya única relación documentada con
el relato quedará aclarada más adelante, en el capítulo 7.
[59] Véanse
antes las fuentes citadas en la nota 56.
[60]
En el día 10 de agosto de 1567. Sobre esta famosa batalla, véase, en Internet,
Nicolás Horta Rodríguez, La batalla de San Quintín, Revista de Historia
Militar, año 3 (1959), núm. 4, pp. 7-60. En dicha batalla no estuvo presente el
Tercio Viejo de Nápoles, en el que servía el padre de Juana de Acuña, que se
hallaba entonces luchando en Italia, bajo el mando supremo del III Duque de
Alba.
[61]
La fecha de referencia para el comienzo de estas actuaciones inquisitoriales es
la del 20 de abril de 1558.
[62]
Monasterio de las Huelgas Reales, casa madre de la Orden cisterciense en
Valladolid, fundada hacia 1300 y actualmente (2022) subsistente. Se entiende
que las monjas iniciales del monasterio vallisoletano de la Virgen de Belén
procedían de la comunidad de las Huelgas.
[63] Hechos
de los Apóstoles, capítulo 5, versículo 29.
[64]
Sobre la Casa y Cárcel de la Inquisición, véase: Luis Fernández Martín, S.J., La
Casa de la Inquisición de Valladolid, IH, 10 (1990), pp. 189-201 (accesible
por Internet), y en Nueva Miscelánea Vallisoletana, Valladolid, 1998,
pp. 149-158. Cronología y ubicación son seguidas fielmente en el presente
relato.
[65]
Limitándonos a las religiosas de Belén que llegaron a juicio, condena y
cumplimiento de esta, se cita un total de siete: Catalina de Reinoso, Margarita
de Santisteban, Marina de Guevara, María de Miranda, Francisca de Zúñiga y
Reinoso (hermana de la susodicha Catalina), Felipa de Heredia y Catalina de
Alcaraz. De las siete, cuatro sufrieron pena de muerte (Marina de Guevara,
Catalina de Reinoso, Margarita de Santisteban y María de Miranda). En el mismo
auto de fe se aplicó condena no capital a Eufrosina Ríos, monja dominica del
convento de Santa Clara de Valladolid. En el precedente auto de fe de 21 de
mayo de 1559, fue condenada a pena leve María de Rojas, monja del
vallisoletano convento de Santa Catalina de Siena, también de la Orden
dominicana.
[66]
El ya rey, Felipe II se encontraba fuera de España -por matrimonio y por
guerra-, adonde no regresaría hasta primeros de octubre del año 1559. La
Regencia formal correspondía a su hermana Juana pero, en tanto vivió el
Emperador Carlos (hasta septiembre de 1558), este influyó decisivamente en el
gobierno de España y, en concreto, en la represión de la herejía protestante
-cartas desde Yuste, a partir de mayo de 1558-.
[67]
Sobre Diego de Álava (c. 1500-1562), Presidente de la Real Audiencia y
Chancillería de Valladolid, véase, en general, la nota biográfica en DB-e
de la Real Academia de la Historia, a cargo de José Martínez Millán e Ignacio
J. Ezquerra Revilla (accesible por Internet); y, sobre su presidencia vallisoletana
(1557-1559), María Soterraña Martín Postigo, Los presidentes de la
Chancillería de Valladolid, Diputación Provincial, Valladolid, 1982, págs.
47-49.
[68]
Este inquisidor, especializado en investigaciones de brujería, fallecería en
1560. Sobre él, véase: Anastasio Rojo Vega, Testamento, inventario y
biblioteca del inquisidor Francisco Vaca, abogado de brujas, eHumanista,
núm. 26 (2014), pp. 196-209.
[69]
Por la relevancia que tiene para esta historia, cito literalmente el artículo o
capítulo 25 de las Ordenanzas para la Inquisición, dadas en Madrid, a 2
de septiembre de 1561, según el extracto de Llorente, Historia crítica de la
Inquisición…, citada en nota 40, tomo IV, Oliva, Barcelona, 1835, p. 113: Cuando
el preso es menor de veinte y cinco años, se le nombrará curador antes de leer
la acusación. Puede serlo el abogado mismo ó cualquiera otra persona de
calidad, confianza y buena conciencia. El preso ratificará con autoridad del
curador lo que tenga ya confesado en las primeras audiencias, y en adelante se
contará con el curador en todas las diligencias judiciales del proceso.
Disposiciones similares venían rigiendo antes de 1561, en aplicación de las
Ordenanzas que, desde 1484, habían regulado la actuación inquisitorial en
España.
[70]
Jerónimo Ramírez de Arellano, natural de Villaescusa de Haro (Rioja), canónigo
de El Burgo de Osma.
[71]
Véase antes, nota 64. El traslado de cárcel a su nueva ubicación se hizo en agosto
de 1559: así, Sergio A. Ramos, La historia oculta de Valladolid: la Santa
Inquisición, www.tribunavalladolid.com,
28 de julio de 2014.
[72]
Por la importancia que tiene para el relato, detallaré que, a tenor de los
artículos 2 a 6 de la Instrucción para la Inquisición de
1561 (véase nota 68), procede la prisión preventiva de los inculpados con
prueba bastante para seguirles procedimiento, siempre que: A) Lo solicite el fiscal.
B) La acuerden los inquisidores por unanimidad. Caso de no existir esta, o de
tratarse de inculpados que sean “personas de calidad y consideración” (art. 6),
decidirá el Consejo de la Inquisición. Para tomar su decisión a este respecto,
los inquisidores podían pedir parecer de “consultores”, si bien esta era una
práctica excepcional que, según Llorente, en su tiempo (principios del siglo
XIX) nunca se hacía.
[73]
La declaración de Marina de Guevara está ampliamente extractada en la obra de
Roland H. Bainton, Donne della Riforma, obra y lugar citados en la nota
56.
[74]
Según el artículo 64 de la Instrucción inquisitorial de 1561, cabía seguir
proceso contra reos ausentes o en rebeldía, tras librar infructuosamente tres
citaciones por edicto. En esos casos, la condena era “en efigie”, de madera o
cartón, que, en caso de condena a muerte, se echaba a la hoguera: Véase,
Llorente, Historia crítica…, tomo IV, citada en las notas 40 y 68,
p. 133 (para el juicio en rebeldía).
[75]
Eran competencia de la Inquisición los casos contra “fautores, defensores y
recibidores de herejes”, así como contra los magistrados que decretasen algo
contra la jurisdicción inquisitorial. Estos últimos casos solían castigarse con
penas de multa, destierro y pública reprensión. Véanse todos los delitos contra
el Santo Oficio en: Julio Caro Baroja, El señor inquisidor y otras vidas por
oficio, Alianza, Madrid, 1994, pp. 25-26.
[76]
Sobre el auto de fe de 21 de mayo de 1559 en Valladolid, además de la obra de
Menéndez y Pelayo citada en la nota 54, véanse: María Ángeles Redondo Álamo, Los “autos de
fe” de Valladolid: religiosidad y espectáculo, www.cervantesvirtual.com
(accesible por Internet); y sobre todo, Pedro López Gómez, Rabto (sic) de
los luteranos que quemaron en Valladolid en… 1559 años. El manuscrito del
magistral de Astorga y su contexto, SIELAE, A Coruña, 2016, pp. 99-154 (de libre
consulta en Internet).
[77] O Plaza Mayor. En aquella época se
empleaban ambas denominaciones, siendo la del Mercado la más tradicional.
[78] Evangelio según San Mateo, capítulo 7,
versículo 15.
[79] Sin
citarlo, Don Gaspar Zumel alude al dominico Bartolomé (de) Carranza. Véase notas
16 y 27.
[80]
La voz dueña está aquí empleada en la sexta acepción del Diccionario de
la Real Academia Española (2021): 6. f. Mujer viuda que para autoridad y
respeto, y para guarda de las demás criadas, había en las casas principales.
[81] Tras la
firma de la paz con Francia en Cateau-Cambrésis (abril de 1559), Felipe II pasó
a Flandes, donde se demoró hasta agosto, cuando se embarcó para España,
llegando a principios de octubre.
[82]
Aparte las declaraciones ambiguas de los reos Carlos de Seso y fray Domingo de
Rojas, la acusación contra Carranza hubo de basarse en su Catecismo
Christiano (véase antes, nota 27), publicado en Amberes en 1558 y, por
tanto, no estudiado y valorado a fondo hasta el año 1559.
[83] El
concreto, en la localidad de Torrelaguna, actualmente en la diócesis de Alcalá
de Henares.
[84]
Domingo de Soto fallecería el 25 de noviembre de 1560, a los 65 años de edad.
El 30 de septiembre del mismo año fallecía el ave de mal agüero -según
lo llamaba Zumel-, Melchor Cano, con 51 años.
[85]
Alude a la reina de Inglaterra, María I Tudor (1516-1558), en el trono entre
1553 y 1558, casada con el futuro Felipe II en 1554.
[86]
El artículo 35 de las Ordenanzas Generales de 1561, concedía a los acusados por
la Inquisición el derecho de designar abogado, pero se les privó del de nombrar
procurador, como hasta entonces se venía haciendo: Véase, Llorente, Historia
de la Inquisición…, tomo IV, citada en la nota 40, pp. 117-118. Del
tomo V, pág. 135 de la misma obra, parece inferirse que el nombramiento de
abogado era una posibilidad para el inculpado, pero no una obligación.
[87]
Por aquellas mismas fechas, se celebraba el primer gran auto de fe en Sevilla
(24 de septiembre de 1559), en el que fueron ejecutados 19 reos (uno de ellos,
en efigie). De modo general, véanse: Tomás López Muñoz, La Reforma en la
Sevilla del siglo XVI, Eduforma, Madrid, 2011; Eva Díaz Pérez, Memoria
de cenizas, Fundación Lara, Sevilla, 2005.
[88]
Sobre Juan de Isunza (c. 1520-1567), hijo de Francisco de Isunza (fallecido en
1531) hay escueta nota biográfica en el DB-e de la Real Academia de la
Historia, a cargo de Javier Barrientos Grandón. De ella se infiere que Juan de
Isunza fue catedrático de Código en la Universidad de Valladolid (1549) y rector
de la misma (1554-1555). En mayo de 1558 fue nombrado oidor de la Real
Audiencia y Chancillería de Valladolid, tomando posesión el 22 de septiembre
del mismo año y ostentando el cargo durante nueve.
[89]
Juan Sarmiento de Mendoza (c. 1518-1564) era, desde 1552, consejero de Indias.
Véase nota biográfica, a cargo de Carlos Javier de Carlos Morales, en el DB-e
de la Real Academia de la Historia.
[90]
Gaspar Zúñiga de Avellaneda (c. 1510-1571). Aunque en el proceso de Carranza
delegó frecuentemente sus funciones, no mostrando mucho interés en llegar a la
acusación, lo cierto es que no acudió a las últimas sesiones del Concilio de
Trento por estar ocupado en dicha causa. Véase breve nota biográfica en el DB-e
de la Real Academia de la Historia, a cargo de Arturo Llin Cháfer.
[91]
Nada menos que hasta 1576. El proceso de Carranza ha tenido multitud de
monografistas, que no es del caso recordar aquí. Entre los antiguos, solo
citaré a: Juan Antonio Llorente, Historia crítica…, citada en la nota
40, tomo VI, pp. 65-216; y a Marcelino Menéndez y Pelayo, Historia de los
heterodoxos españoles, citado en la nota 54, libro cuarto, capítulo VIII.
Entre los modernos, véase, de José Ignacio Tellechea Idígoras, la extensa nota
biográfica sobre Bartolomé Carranza de Miranda en el DB-e de la Real
Academia de la Historia.
[92]
Enumera esas 16 proposiciones -por ejemplo-, José de San Bartolomé, Apología
del Santo Tribunal de la Inquisición en la memoria histórica del Ilustrísimo
Señor D. Fr. Bartolomé Carranza, imprenta de María Fernández de Jáuregui,
México, 1814, pp. 26 s. Esta obra (accesible por Internet) es, en realidad, un
apéndice de 44 pp. de la titulada -olvidándome del extensísimo título
alternativo-, El duelo de la Inquisición.
[93]
Aunque Valdés continuó de Inquisidor General hasta 1566, los avatares negativos
del caso Carranza le pasaron factura en la estimación de Felipe II, por no
hablar de la de los papas, hasta el punto de nombrarle un coadjutor
(Diego de Espinosa), que acabó por marginarlo. Véanse: José Antonio Escudero, Notas
sobre la carrera del inquisidor general Diego de Espinosa, Revista de la
Inquisición, 10 (2001), pp. 7-16 (accesible por Internet); José Martínez
Millán, Grupos de poder en la Corte
durante el reinado de Felipe II: La facción ebolista, 1554-1573, www.repositorio.unam.es, pp. 137-197, espec. pp. 183-190 y 191-197.
[94] El 21
de septiembre. Para el relato, el 21 de septiembre de 1559.
[95]
Se trataba de la beata de Valladolid, Juana Sánchez. Fallecería días después,
impenitente y sin confesión. Su efigie y huesos salieron en el auto de fe del 8
de octubre de 1559.
[96]Olla
que, además de la carne, tocino y legumbres, tiene en abundancia jamón, aves,
embutidos y otras cosas suculentas (Diccionario de la Real Academia Española).
[97]
Madero vertical con argolla al que se ataba a los reos que iban a ser
ajusticiados, bien para ser quemados vivos, bien para ser agarrotados y luego
quemados.
[98]
Como es natural, Julián de Alpuche estaba bien informado: De los 27 condenados,
la mayoría, en efecto, lo fueron a muerte (14 de 27; una de ellos, en efigie);
las mujeres fueron 6, frente a 8 hombres; y, de las seis mujeres, cuatro fueron
monjas profesas del convento de Nuestra Señora de Belén. Los datos proceden de
un folio manuscrito del siglo XVI, hallado en un tomo encuadernado del siglo
XVIII (véase ilustración en el texto).
[99] María
de Rojas, monja dominica del convento de Santa Catalina de Siena.
[100]
Véase la ilustración que acompaña al texto. Aludiré más detenidamente a la
pintura y lo representado en ella en el capítulo 9 (Epílogo) de este
relato.
[101]
Los reos de los autos de fe celebrados en Valladolid en 1559 que intentaron la
fuga de las garras de la Inquisición (Juan Sánchez, Carlos de Seso, fray
Domingo de Rojas) no lograron su propósito, siendo los tres condenados a muerte y
ejecutados (los dos primeros, quemados vivos).
[102]
En 1525, Lutero, exfraile agustino, contrajo matrimonio con la exmonja
cisterciense, Katharina von Bora (1499-1552).
[103]
Se trataba de las monjas Felipa de Heredia y Catalina de Alcaraz. Ya en el
anterior auto de fe, de 21 de mayo de 1559, otra monja, María de Rojas,
dominica, había sufrido la misma condena, con el añadido de que en el convento
tuviese el lugar más ínfimo de todos.
[104]
Esa fue la pena realmente impuesta a la monja de Belén, Francisca de Zúñiga y
Reinoso, hermana de Catalina de Reinoso, que fue agarrotada y quemada en el
mismo auto de fe de 8 de octubre de 1559.
[105]
Partiendo de la base de que un ducado equivalía a 374 maravedís (o a 11 reales),
podemos hacernos una idea de lo que significaban 200 ducados, si sabemos que el
salario medio diario estaba entre 34 y 81 maravedís, y el anual de un oidor en
150.000 (es decir, 401 ducados), aunque en 1561 sufriría un gran incremento,
hasta los 200.000. En resumen, los 200 ducados de multa suponían la mitad de
los ingresos directos que anualmente percibía como oidor Don Gaspar Zumel.
Véase: Bartolomé Bennassar, Valladolid en el Siglo de Oro. Una ciudad de
Castilla y su entorno agrario en el siglo XVI, Ayuntamiento de Valladolid,
Valladolid, 1983, pp. 274 y siguientes y 332 y siguientes.
[106]
La longitud de una legua equivale a unos 5,5 kilómetros. Luego 25 leguas son
unos 110 kilómetros.
[107]
Tradicionalmente, el templo burgalés de San Nicolás de Bari, contiguo a la
Catedral, fue la ecclesia mercatorum, sede de diversas cofradías de los
otrora poderosos y ricos gremios mercantiles de la ciudad.
[108]
Gran monasterio de la Orden de San Jerónimo, erigido en las cercanías de Burgos
a comienzos del siglo XV y extinguido con la Desamortización, hacia 1835.
Estuvo a punto de servir al retiro de Carlos V en 1556, aunque finalmente el
Emperador se decidió por Yuste.
[109]
Así fue, en efecto, debido a su carácter humanista y abierto, a sus privilegios
de ciudad libre del Imperio Germánico y a la abundancia de imprentas de
prestigio. A título de ejemplo, Estrasburgo acogió a una parte de los presuntos
herejes que huyeron de la persecución de la Inquisición sevillana en las fechas
a que se contrae el presente relato. Véase: T.A. Brady, jr., Ruling class,
regime and Reformation in Strasbourg, 1520-1555, Brill Publishing, Leiden,
1997.
[110]
Se conserva algún ejemplar de la edición prínceps londinense, anónima y
sin fecha, pero atribuida con fundamento a Casiodoro de Reina y datada entre
1559 y 1561. El título completo es: Confessión de la Fe christiana hecha por
ciertos fieles españoles, los cuales, huyendo de los abusos de la Iglesia Romana
y la crueldad de la Inquisición de España, dexaron su patria, para ser
recibidos en la Iglesia de los fieles, por hermanos en Christo. Hay una
reimpresión de esta obra, titulada Confessión de Fe Christiana. La confesión
de fe protestante española, A. Gordon Kinder, Exeter, 1988. Yo he manejado
el texto publicado por la Universidad Pontificia de Salamanca, con introducción
y notas de J. Román Flecha, manejable en Internet, www.docplayer.es, con la rúbrica de La
Confesión Española de Londres, 1560-61.
[111]
CAP. XXI. DE LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS. DEL IUYZIO FINAL. DE LA ETERNA
VIDA DE LOS PIOS. Y DE LA ETERNA MUERTE DE LOS IMPIOS.
[112]
Tanto en aquella época, como en la nuestra: Véase: Catecismo de la Iglesia
Católica, Editrice Vaticana, Roma, 1992, números 1033 a 1037 y 1056 a 1058.
He manejado la traducción oficial española, 2ª edición, Asociación de Editores
del Catecismo, Madrid, 1992, pp. 241-243 y 246.
[113]
Según el texto que he manejado (véase antes, nota 110), la cita literal es como
sigue: Los malos comprehendidos de la eterna maldición serán diputados a
eterna privación de la vista de Dios, lo cual los será eterno dolor y tormento
en compañía de satanás, cuya naturaleza participaron y cuyas obras hizieron:
con el cual serán sepultadas en el infierno, en compañía de la muerte, que con
ellas será encerrada, para que perpetuamente mueran, donde su cuerpo se quemará
y no morirá, ni su tormento tendrá fin.
[114]
Dogmatizantes, o dogmatizadores, eran para la Inquisición las personas que
tenían por ciertos dogmas que para la Iglesia católica eran falsos e, incluso,
hacían enseñanza de ellos. Naturalmente, estas circunstancias se consideraban
agravantes de la conducta herética y, en los tiempos del relato, solían pagarse
con la condena a muerte.
[115]
Impresor estrasburgués, nacido en fecha incierta de principios del siglo XVI y
fallecido en 1568.
[116]
Traducible por: Refutación de la eternidad del infierno según criterio de
justicia absoluta.
[117]
Es decir, (escrito) por algún discípulo del maestro Soto. Se entiende,
Domingo de Soto.
[118]
Concretamente, la batalla de Gamonal, en que los franceses derrotaron a los
españoles, el 10 de noviembre de 1808.
[119]
Sobre la historia del monasterio de Fredesval hay numerosos trabajos -incluso
del que fue Presidente de la República, Don Manuel Azaña Díaz-. Citaré uno,
compendioso y muy breve: Enrique Serrano Fatigati, Manriques y Padillas.
Brevísima historia de Fredesval, La Ilustración Española, tomo XXX, 1894,
pp. 91-94.
[120]
Para quienes sientan curiosidad
acerca de este Museo, les remito a mi relato, En el mundo del arte (I). Una
Inmaculada de atribución incierta, que pueden encontrar en este mismo blog,
dentro de la etiqueta de Cuentos de música y bellas artes.
[121]
El Prerrafaelismo es una corriente o escuela pictórica de fondo
romántico, vinculable a la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX. He
manejado: Varios Autores, Historia del Arte, tomo 8, Editorial Salvat,
Barcelona, 1981, pp. 173-183.
[122]
John Everett Millais (1829-1896), pintor e ilustrador, probablemente el más
dotado de los artistas de la por ellos llamada Hermandad Prerrafaelita (Pre-Raphaelite
Brotherhood). El cuadro está reproducido como ilustración de este relato.
[123]
Véase, con amplio resumen en Internet, Morna O’Neill, 1857: A “Catastrophe”
at the Royal Academy, The Royal Academy of Arts Summer Exhibition: A
Chronicle, 1769-2018, edited by Mark Hallett, Sarah Victoria Turner and Jessica
Feather, London, Paul Mellon Center for Studies in British Art, 2018, en la www.chronicle250.com.
[124]
William Stirling-Maxwell (1818-1878), historiador del arte, político,
coleccionista de arte y libros, y gran hispanista escocés. La mejor
especialista actual en él es Hilary Macartney, que le dedicó su tesis doctoral:
Sir William Stirling-Maxwell as historian of Spanish art, Courtauld
Institute of Art, University of London, 2003, y, de manera mucho más breve, el
artículo, William Stirling-Maxwell: Scholar of Spanish art, “Espacio,
Tiempo y Forma”, Madrid, 1999, pp. 287-316.