En pequeñas diócesis. Figuras en el
ocaso
Por Federico Bello Landrove
En los momentos
en que escribo este relato (noviembre de 2021), está de candente actualidad en
la provincia en que vivo la pretendida fusión de dos diócesis, con la obvia
amenaza práctica de la absorción de la más pequeña por la mayor. Con
independencia de todas las precisiones y matices que quieran hacerse a la
noticia, mi objetivo es otro: hacer acopio – en forma libre y un tanto anárquica- de
referencias y comentarios en los medios informativos acerca de ciertas personas
y sucesos, que han podido tener incidencia en el declinar de una diócesis y,
por extensión, de las circunstancias en que se produce.
1.
El contexto: La España despoblada
Sin ninguna duda,
el punto de partida es este. Nuestra diócesis se despuebla y no hay
visos, por ahora, de que el fenómeno haya tocado fondo. Datos correspondientes
al censo de 2020, dan para su territorio una población de casi 34.000
habitantes, con una extensión de 4.264 kilómetros cuadrados, lo que supone una
densidad de 8 habitantes por kilómetro cuadrado. Poco más de la tercera parte
de los pobladores están censados en la pequeña ciudad en que radica la sede
diocesana. Las parroquias son un total de cien, distribuidas en siete
arciprestazgos.
La población total
no puede ser ya utilizada en España como equivalente al número de católicos
bautizados ni, menos aún, de católicos practicantes y cooperadores al
mantenimiento de su Iglesia. Con todo, en la diócesis que analizamos
todavía se manejan estadísticas rudimentarias que, por ejemplo, casi equiparan
las cifras de unos y otros. Así, se estima el porcentaje de no bautizados en
alrededor del 3% del total de habitantes, no ofreciéndose al público ninguna
otra información más precisa con carácter general.
La renta bruta per
capita oscila considerablemente entre la cabecera de la diócesis, con su
secuela de servicios y pequeñas industrias, y el resto de sus pueblos, ligados
al cultivo del campo y a la ganadería. Así, la sede diocesana alcanza una renta
por persona de unos 20.000 euros anuales, en tanto la media de las localidades de
su ámbito comarcal apenas rebasa los 15.000. Recordemos, como término
comparativo, que la renta bruta media en la España de 2020 era de unos 27.000
euros por persona y año.
El número de
sacerdotes que ejercen su ministerio en la diócesis es de unos 45, de los que
35 están dedicados al desempeño parroquial, lo que supone un promedio de tres
parroquias por cada sacerdote. La media de edad de estos presbíteros es de
setenta años.
La vida conventual
es ya inexistente en lo que a hombres se refiere. Las mujeres alcanzan una
cifra de unas noventa monjas repartidas en quince casas -tres de las cuales son
de vida contemplativa y una, de enseñanza[1]-.
Estas cifras deben hacernos recordar que, como criterio canónico general, cada
convento debería tener un mínimo de seis religiosas profesas para seguir
subsistiendo.
Daré, como último
dato de esta diócesis el de unos veinte seminaristas; cifra que sería
prometedora, y mucho mejor que la mayoría de España, si no fuera porque todos
los aspirantes al sacerdocio se integran dentro de la fase de Seminario
Menor. Habiendo vivido la experiencia de la proliferación y ulterior
disminución de vocaciones desde la posguerra civil, me atrevo a valorar y
pronosticar que ese número de estudiantes en el Seminario está relacionado con
el ámbito rural, de apuros económicos y escasísimas perspectivas de empleo,
llamado todo ello a augurar un futuro menos poblado en el Seminario y una muy
escasa cosecha de ordenaciones sacerdotales.
Pues bien, esta diócesis sobre la que
escribo, fundada a mediados del siglo XII y con precaria subsistencia desde la mitad
del XIX[2],
se ha visto en los tres últimos años en la circunstancia de estar regida por dos
sucesivos administradores apostólicos, al haber renunciado su último obispo
propio al ejercicio de su labor episcopal. Finalmente, la Santa Sede ha
decidido la unión personal en un mismo prelado de las dos diócesis, a la sazón
existentes en esta provincia civil, aunque manteniendo por ahora la autonomía e
instituciones de cada una de ellas. Este es el momento en que asumo unas horas
de estudio de datos y referencias en los medios, para transmitir a mis lectores
los mismos -junto con alguna reflexión personal-, a modo de relato basado en la
realidad de los hechos, pero que no pretende la exactitud y profundidad de un ensayo.
De aquí, su ubicación en este blog bajo la peregrina etiqueta de cuentos
de temática variada, con el propósito de liberarme de toda crítica de
superficialidad o confusión. De todos modos, el autor cree tener buena
capacidad de trabajo y anchas espaldas.
2.
La reaparición del cura pederasta
En vísperas de las
navidades de 1997, la tranquilidad de uno de los pequeños pueblos de la
diócesis -a la sazón de 350 habitantes, que, un cuarto de siglo después, han
bajado hasta doscientos- se vio perturbada por la detención de su cura párroco
por fuerzas de la Guardia Civil. Ello era consecuencia de la denuncia de abusos
sexuales presentada por los padres de una niña de alrededor de diez años de
edad, presuntamente cometidos por el sacerdote, aprovechando la catequesis
parroquial. El hecho, obviamente, no pasó desapercibido, ni para los
feligreses, ni para el obispado, que se acogió al principio de presunción de
inocencia para no hacer mayores comentarios, ni adoptar respecto del denunciado
proceso o medida precautoria alguna, que yo sepa. La causa criminal siguió su
curso, llegándose a una sentencia condenatoria, por conformidad de las partes,
consistente en la imposición de la pena de un año de prisión, con suspensión de
condena -al parecer, por cuatro años-, dado que el cura -al que, a partir de
ahora, llamaré Don Fermín, faltando a la verdad- carecía de antecedentes
penales. Pasado el plazo de prueba sin cometer nuevos delitos, la pena
carcelaria fue definitivamente condonada.
En paralelo y, tal
vez, ante el ejemplo de este primer caso, apareció un segundo, muy parecido,
que no llegó a mayores, gracias a la mediación del obispado y, al parecer, la
intervención del Ministerio Público, que llevaron a los padres de la presunta
víctima a no dar a los hechos marchamo judicial, en el convencimiento de que
era lo mejor para el psiquismo de la niña y que, por otra parte, las medidas
tomadas contra Don Fermín por su diócesis evitarían la repetición de sucesos
similares.
¿Cuáles eran esas
medidas? Aunque, ni el tiempo transcurrido desde entonces, ni la información
eclesiástica permiten seguridades, parece que se adoptaron sucesivamente dos cautelas:
1ª. Hasta que, en el año 2002, se declaró extinguida la pena en suspenso, el
sacerdote quedó también suspendido en su ejercicio como párroco, así como
profesor del Seminario diocesano, decisión esta última a la que se dio carácter
permanente[3].
2ª. Tras el archivo definitivo de la ejecutoria criminal por los tribunales del
Estado, el obispo resolvió cambiar de parroquia a Don Fermín, intentando en un
primer momento su traslado a una, en que fue rechazado el cura por
conocer su antecedente de pederastia; en vista de lo cual, se le trasladó a
otra, donde fue recibido sin mayores problemas, quizá por la ignorancia fáctica
de los feligreses.
En ese mismo año
2002, el obispo que había lidiado con el tema susodicho pasó a ocupar
otra diócesis. Según manifestaciones muy posteriores del prelado, antes de
abandonar la sede informó personalmente del caso a su sucesor, asegurando que,
como medida de control de Don Fermín, lo había confiado a la vigilancia de un compañero
párroco. Esta última manifestación carece de toda prueba -que se sepa-, dado
que no hay constancia de la identidad del sacerdote guardián. Por otra parte,
el constante descenso del número de sacerdotes hace muy difícil de creer que,
de ser cierto lo aducido, la medida pudiera haber tenido el carácter eficaz e
indefinido que se pretende.
Durante los ocho
años siguientes, estuvo al frente de la diócesis un segundo obispo -el
supuestamente advertido por el anterior-, quien no ha querido hacer declaración
ninguna al respecto y, por tanto, ni apoyar ni desmentir a su colega. Lo que sí
está acreditado es que Don Fermín siguió encargado de la parroquia a que había
sido trasladado, a las que, poco a poco, fueron añadiéndose otras -por
insuficiencia de sacerdotes-, hasta alcanzar la cifra de seis en el momento de
su jubilación, alcanzada en el año 2019.
En el año 2011, se
hizo cargo de nuestra diócesis un tercer obispo, precisamente aquel al
que aludiremos ampliamente en este relato y al que llamaré Don Cecilio[4].
Ignoro si su predecesor le pasó en debida forma la patata caliente,
aunque la ignorancia de lo acaecido resultaría prácticamente imposible. Lo
cierto es que los años corrieron y todavía le dio tiempo a Don Cecilio de
celebrar la misa solemne en que, en 2017, se festejaron las bodas de oro
sacerdotales de Don Fermín y otros compañeros de promoción del Seminario. Pero,
para cuando aquel se jubiló formalmente como cura párroco, Don Cecilio
ya había renunciado a su condición de obispo diocesano; de suerte que la activa
vida posterior de Don Fermín nada ha tenido que ver con dicho prelado, y sí con
los dos administradores apostólicos que sucesivamente lo sustituyeron. Como,
cuando escribo estas líneas, aún no ha tomado posesión el nuevo obispo común a
las dos diócesis de mi provincia[5],
nada de cuanto deje dicho sobre Don Fermín tendrá que ver con su voluntad y
decisión.
¿Cuáles son las
dedicaciones que Don Fermín venía teniendo en la sede de la diócesis, a mayores
de las varias parroquias cuya titularidad ostentaba? Que se sepa -a tenor de la
información informatizada de la diócesis- las de archivero diocesano adjunto,
delegado diocesano del Apostolado de la Carretera y notario en funciones del
tribunal eclesiástico diocesano. Y, a partir de su jubilación en las seis
pequeñas parroquias antes indicada, ha pasado a ser sacerdote colaborador de
cuatro parroquias de la sede de la diócesis y alrededores, de las que dos de
ellas forman una unidad parroquial.
***
¿Por qué volvió
Don Fermín a la actualidad periodística en el otoño de 2018, cuando tan lejanas
quedaban sus fechorías de finales del siglo anterior? Es algo que no puedo
responder, aunque sí parece claro que supuso otro percance más en una diócesis
que ya venía teniendo cierta notoriedad nacional, ante los problemas suscitados
por la casi simultánea renuncia de su obispo[6].
No quiero pensar en que fuesen tan malévolos los periodistas, como para hacer
leña del árbol caído y cargar en el debe del obispo dimisionario alguna
responsabilidad por el trato canónico dispensado al sacerdote condenado en
1998. Tampoco creo que estuviesen tan informados, o fueran tan perspicaces,
como para sugerir lo que yo apuntaré en el capítulo siguiente, a saber, la
diversa manera de enfocar las relaciones del obispo y del párroco con ciertas
personas de sexo femenino. Pero todo eso -cronología y oportunidad- queda en un
segundo plano, ante el bombazo que supuso el titular de la noticia,
apenas matizado en el desarrollo de la misma. Más o menos, venía a decirse:
Sacerdote
condenado por pederastia forma parte del tribunal eclesiástico encargado de
juzgar los casos de abusos sexuales a menores.
Todo lo más que el
texto aclaraba es que el tal sacerdote ejercía a la sazón el cargo de notario de
la curia diocesana; algo que malamente podía ser valorado en términos de Derecho
por la inmensa mayoría de los lectores.
Ante semejante escándalo,
la diócesis -ya bajo el primer administrador apostólico del que fue provista,
por renuncia del obispo Cecilio- emitió una nota o declaración oficial, que no
contenía alusión ninguna al tema de ser Don Fermín notario diocesano, ni a la
muy dudosa conexión de sus funciones con la tramitación y fallo de las
denuncias canónicas por pederastia[7].
Sin embargo, la prensa reflejó una muy verosímil ampliación de la citada nota,
hecha de manera verbal y oficiosa, cuyo contenido podría sintetizarse así:
Aunque sí es
cierto que Don … forma parte de la Vicaría Judicial de la Curia Diocesana,
donde tiene el cargo concreto de Notario del Tribunal, su función se limita a
cuestiones relativas a nulidades matrimoniales que, a fin de cuentas, es
básicamente a lo que se dedica la Vicaría Judicial de la Diócesis. Es decir,
que no viene juzgando ningún caso de abusos sexuales, como da a entender la
información de … (aquí, el nombre del diario que primero y más extensamente
se ocupó del caso en al año 2018).
La aclaración de
la diócesis es sustancialmente exacta, aunque incurre en una reserva mental a
la que aludiré al final de este capítulo. Con todo, yo creo que cometió el
error de centrarse en la competencia más frecuente del tribunal eclesiástico (más
frecuente, pero no única: algo tendrá que decir en los casos de
pederastia de sacerdotes, por pocas que sean las veces en que sea llamado a
ello), en vez de hacerlo en la circunstancia de que un notario eclesiástico no
es un juez ni, por tanto, está encargado de juzgar los casos de abusos
sexuales a menores, u otros cualesquiera. Veamos brevemente el tema, a la
luz del Código de Derecho Canónico[8],
centrándonos en las cuestiones de la designación y funciones de los notarios
eclesiásticos.
Comenzando por las
funciones notariales, estas son: 1) Redactar las actas y documentos referentes
a decretos, disposiciones, obligaciones y otros asuntos para los que se
requiera su intervención. 2) Recoger fielmente por escrito todo lo realizado y
firmarlo, indicando el lugar, día, mes y año. 3) Mostrar a quien legítimamente
los pida las actas y documentos contenidos en el registro, y autenticar sus
copias declarándolas conformes con el original.
En particular, en
lo concerniente a la presencia e intervención notarial en los tribunales
eclesiásticos, estas son obligadas, a fin de dar fe de lo que acaezca y
levantar las correspondientes actas. Corresponde al juez presidente del
tribunal el asignar a cada notario eclesiástico (si es que hay varios) las
causas concretas en que haya de actuar como fedatario.
En conclusión, el
notario eclesiástico que intervenga como tal carece de toda competencia para enjuiciar
y resolver los asuntos procesales, funciones que incumben exclusivamente a los jueces
eclesiásticos.
En lo que respecta
al nombramiento, a diferencia de lo que sucede con el canciller diocesano,
el obispo tiene plena capacidad para nombrar los notarios eclesiásticos que
entienda precisos para su diócesis, como también para removerlos, es decir, cesarlos.
Incluso, la designación episcopal no tiene la cortapisa de que los notarios
hayan de ser clérigos, pues también puede nombrarse a laicos, con alguna
excepción canónica, como la de que, para asuntos en que pueda ponerse en juicio
la buena fama de un sacerdote, el notario habrá de ser otro sacerdote.
Tan omnímoda
facultad para nombrar y cesar a notarios eclesiásticos tiene, sin embargo, una
inexcusable exigencia canónica: El nombramiento debe recaer en personas de
buena fama y por encima de toda sospecha. Y aquí surge la pregunta que podemos
hacernos, a propósito de la designación de Don Fermín. ¿Era este una persona de
buena fama y por encima de toda sospecha? Para los prelados de nuestra diócesis,
así debe de ser, habida cuenta de que, hasta el momento en que escribo estas
líneas, Don Fermín no ha sido cesado como notario eclesiástico -al menos, que
yo sepa-.
3.
Obligaciones morales y de las otras
Si en el capítulo
anterior hemos podido seguir con bastante precisión la peripecia vital del
sacerdote Don Fermín, en este nos va a resultar mucho más difícil conseguir lo
mismo con el obispo Don Cecilio. Bueno será que, antes de penetrar en el núcleo
de las motivaciones, hagamos un brevísimo esquema de los hechos más relevantes
de su vida episcopal:
-
En
el año 2005, con cuarenta y siete años de edad, accedía al episcopado, con el
cargo de obispo auxiliar de una de las archidiócesis españolas. En dicho cargo
se mantendría hasta 2011, siendo auxiliar de dos sucesivos arzobispos de
tal arquidiócesis.
-
En
dicho año 2011 es preconizado obispo titular de nuestra pequeña diócesis,
en sustitución del anterior prelado, que había sido trasladado a otra diócesis
mayor. Don Cecilio ejercerá su ministerio hasta el mes de junio de 2018 en que,
a petición propia -aunque seguramente bajo fuertes presiones externas- obtendrá
del Papa Francisco el retiro temporal del gobierno de la diócesis, para la que
se designará un administrador apostólico, en la persona de un arzobispo emérito
-es decir, jubilado por razón de edad-.
-
Tras
un periodo de retiro de medio año aproximadamente, Don Cecilio solicita del
Papa que acepte su renuncia a la diócesis de la que era obispo. El Pontífice
aceptará dicha renuncia en enero de 2019, bajo la fórmula de simpliciter,
que significa ser la renuncia por motivos personales, manteniendo en todo caso
el dimisionario su condición episcopal. Simultáneamente, el Vaticano designará
a un nuevo administrador apostólico para nuestra diócesis, recayendo tal
cargo en un obispo emérito, jubilado de otra sede distinta de la del primer
administrador.
-
En
situación ya de obispo renunciado a su diócesis, Don Cecilio recibirá diversos
encargos pastorales y de estudios por parte del Vaticano, que ejercerá en Roma
y -hasta ahora- en dos países de Hispanoamérica. Entre tanto, el Papa acordará
que nuestra diócesis pase a ser regida por un nuevo obispo, que lo será
al propio tiempo de otra vecina -y de la misma provincia del Estado-, en
situación canónica de unión personal. Eso quiere decir que, por el momento,
ambas diócesis mantienen su independencia administrativa y sus propios órganos pastorales
y de gobierno. La decisión pontificia se hace oficial en noviembre de 2021, en
circunstancias que trataré con algún detalle en el capítulo siguiente de este
relato.
Todo eso está más
o menos claro, pero ¿qué motivos personales u objetivos pueden haber llevado a
la renuncia a Don Cecilio, con la consecuencia colateral de que su
anterior diócesis pierda su obispo exclusivo? He ahí la cuestión imposible de
dilucidar con alguna certeza y sobre la cual se han vertido multitud de rumores
y habladurías, así como alguna parte de la verdad, envuelta en la niebla de las
medias palabras, por el propio Don Cecilio, en un libro calificado por algunos
de especie de diario o biografía espiritual[9].
De entre la paja de chismes y conocimientos de buena tinta, creo poder
ofrecer a mis lectores algunos granos de verdad o, cuando menos, de alta
probabilidad de acierto. Hacen referencia a dos tachas formuladas a Don Cecilio,
con el efecto de haber movilizado lo que me atrevo a llamar la superestructura
canónica: la mala administración económica de su diócesis y la convivencia
familiar con dos mujeres, madre e hija entre sí. He aquí ciertas precisiones
sobre ambos extremos.
Las críticas de
mala administración, en términos de prodigalidad o exceso en la asunción de
obras, comenzaron por reflejar la preocupación de que el magro presupuesto de
una diócesis tan pequeña no diese abasto para permitir tales excesos. De ahí se
pasó por algunos a alumbrar la tacha de corrupción, o beneficio personal en la
realización de las cuantiosas inversiones. Es de suponer que la situación
crease en el ánimo de Don Cecilio un estado de tristeza y de inquietud que, con
todo, pudo ser superado de la forma más acertada, aunque a la vez más
transcendente. A saber, la Conferencia Episcopal Española ordenó una auditoría
general de las cuentas del obispado, de la que no resultó motivo de censura
moral para el prelado, ni tan siquiera de llamada de atención por el volumen de
los dispendios, pues llegó a afirmarse que, al tiempo de la auditoría, las
arcas de la diócesis estaban más nutridas que cuando Don Cecilio tomó posesión
como prelado.
Dicho sea cuanto
antecede, en términos de alta verosimilitud. No me siento obligado, ni
capacitado, para llegar a más, entre otras cosas porque, de ser así los hechos,
no creo que condicionasen el ejercicio episcopal futuro de Don Cecilio, ni le
moviesen a la renuncia de su cargo.
En cuanto a la
convivencia con una madre y su hija, en la misma casa y de manera cuasifamiliar,
las referencias son más precisas y, por otra parte, sí que vienen a cuento de
lo que deseo reflejar en mi relato, como también de sus perniciosos efectos
sobre la permanencia de Don Cecilio en nuestra diócesis. Lo que cree
saberse, o ha transcendido sobre el caso, es sustancialmente lo siguiente:
1º. Que se sepa,
la fuente de conocimiento o de relación de Don Cecilio con esas dos señoras[10]
fue la de que se encargaron durante un tiempo más o menos largo del cuidado de
la madre del obispo. Deduzco de ello que Don Cecilio obispo llevó consigo a su
madre, conviviendo con ella hasta su fallecimiento, víctima de cáncer, en el
año 2012.
2º. De lo
anterior, parece inferirse que esa convivencia a cuatro se había
iniciado durante el tiempo y en la sede en la que el obispo fue auxiliar, y que
continuaría en nuestra diócesis, de la que Don Cecilio había tomado
posesión en febrero de 2011. La novedad en la segunda de dichas diócesis
estriba, pues, en que, al fallecer la madre del prelado, la convivencia bajo el
mismo techo sería a tres, sin perjuicio de otras presencias más o menos
ocasionales.
3º. Parece que las
dos señoras se hallaban en situación económica apurada, de modo que les era
sustancial contar con el respaldo material del obispo. Si existían otras
carencias, de salud, morales, etcétera, por las que estuviesen en estado de
vulnerabilidad, es cosa que no puedo confirmar.
4º. No hay ninguna
razón de afirmar que, entre el obispo y las señoras con las que convivía,
existiese ningún tipo de relación sentimental ni, menos aún, sexual. Eso
sí: De manera pública y general tal convivencia también se producía fuera del
domicilio común, durante paseos, excursiones, vacaciones, etcétera. De tal
suerte -y más en una ciudad muy pequeña-, los diocesanos estaban perfectamente
al tanto de lo externo de la relación que, en el mejor de los casos,
equiparaban a la de las amas de llaves o de gobierno de tantos clérigos, en
especial, de los de cierta edad y categoría.
5º. Al lado de
quienes veían tal relación como normal y sin malicia, otros muchos la
entendían, como mínimo, completamente inadecuada y escandalosa. Y, bien por las
quejas o denuncias de ellos, bien por la expansión natural de las noticias y
rumores, la citada convivencia llegó a oídos de los jerarcas de la Conferencia Episcopal
Española y a los del propio Nuncio de Su Santidad en España. Las lógicas e
indeterminadas llamadas a capítulo de Don Cecilio no dieron lugar a
alterar la situación, pues el prelado mantuvo con firmeza la absoluta
honestidad de las relaciones y su compromiso personal[11]
con las dos mujeres, derivado de su propia conciencia y de las necesidades de
ellas.
6º. Al no llegarse
a ninguna fórmula de rectificación de la convivencia a tres, el tema
pasó a decisión del Papa, sin que -por lo que luego sucedió- diese tampoco Don
Cecilio su brazo a torcer. Consecuencia de ello -impuesta o de conciencia- es
que el obispo se apartara temporalmente del gobierno de la diócesis,
acogiéndose por seis meses a un periodo de reflexión personal[12].
Pasado el mismo sin revisión de conducta, hubo de producirse la renuncia simpliciter,
que supuso la definitiva ruptura canónica entre Don Cecilio y nuestra pequeña
diócesis.
Recapitulo y, al
mismo tiempo, explico lo de obligaciones morales y de las otras, con que
encabezo este capítulo 3. Además de su compromiso con las dos señoras,
¿no tenía también alguno Don Cecilio con sus diocesanos y con el Papa? ¿Era
necesario atender a las indicadas madre e hija, precisamente, de esa forma tan
discutible en términos de escándalo? ¿Cuál sería para un obispo el deber
primordial en esta tesitura? ¿Es la renuncia solución suficiente y razonable
para el conflicto en que, al parecer, se sintió envuelto Don Cecilio? Como
aficionado al cine, permitan que salga del apuro con la respuesta que me brinda
una famosa película: Que el cielo la (en este caso, lo) juzgue[13].
***
No quiero concluir
esta referencia al obispo del ocaso de nuestra diócesis, sin hacerme eco
de una valoración y de una noticia que, más allá de la seriedad de los datos,
pueden ofrecer nuevos motivos para la reflexión y la crítica, con un punto de
ligereza y jocosidad.
La valoración la
he visto reflejada por escrito en algún medio consultado para pergeñar este
relato. Quiere ser una estimación desfavorable respecto del supuesto rigor con
que la jerarquía eclesiástica acabó por juzgar a Don Cecilio, hasta el punto de
llevarlo a renunciar a su encargo diocesano. Se dice: Ya está la Iglesia
tratando con dureza los asuntos de mujeres, como si fuesen los más
importantes en el juicio de los fieles. Añaden: Nadie ha podido probar
nada en contra de la moralidad de Don Cecilio: Se trata de la monserga
de que la mujer del César, no solo ha de ser honrada, sino parecerlo. Y
concluyen: ¿No habría sido más justo forzar la renuncia definitiva del
párroco pederasta a su ejercicio pastoral?[14].
Me parece que no es mala pregunta, pero yo no tengo -o no quiero dar- su
respuesta.
La noticia, que
aporto con el susodicho punto de ligereza y jocosidad, se resume así:
Con fecha 19 de
junio de 2014, y con el título atribuido de Santo Padre, evite que nos roben
el gran tesoro del celibato, un total de 332 personas firmaron un escrito
enviado al Papa, bajo los auspicios de la así llamada Maternidad Espiritual
de Sacerdotes. Uno de los firmantes fue el obispo Don Cecilio,
entonces en el gobierno de nuestra diócesis.
Verdaderamente,
estimados lectores, hay ocasiones en las que -se sea Monseñor o sacristán- es
mejor estarse calladito.
4.
El obispo que se sentía como Miguel Ríos
Bueno será
comenzar indicando que el camino hacia la supresión de una diócesis puede ser
emprendido, conforme a los criterios canónicos, cuando la escasez de fieles o
la insuficiencia de medios lo hacen aconsejable. Se trata de un sendero que no
suele transitarse más allá de estadías intermedias, hasta el punto de hacerse
la afirmación de que la supresión de una diócesis, en sentido estricto, no
suele tener lugar más que cuando ha desaparecido la comunidad de fieles a la
que servía, cosa que solo puede acaecer como consecuencia de grandes
cataclismos religiosos -pensemos en la conquista islámica de los territorios
bizantinos, o en la eliminación física de los cristianos japoneses, chinos o
vietnamitas- o de los inexorables cambios que trae el paso de los siglos
-abandono secular del cristianismo en territorios inicialmente evangelizados-.
Pero, fuera de estos casos extraordinarios, la Iglesia Católica no realiza
extinciones de diócesis, sino fusiones más o menos profundas.
Seguramente, la fusión menos intensa es la de la unión personal, es
decir, bajo un mismo obispo, pero manteniendo separadas las restantes autoridades
y estructuras. Esta ha sido la fórmula adoptada por el Vaticano para nuestra
diócesis, siguiendo otros ejemplos en España, más o menos recientes[15].
En consecuencia, la
afirmación hecha por el preconizado obispo de entrambas diócesis -la nuestra
y la que tiene su sede en la capital de la provincia civil-, en el sentido
de que lo importante es que no se suprimen diócesis, sino que hay un obispo
para las dos, además de ser una obviedad, es una perogrullada: En un caso
como este, jamás habría pensado la Santa Sede en suprimir una diócesis; menos
aún, de golpe y a la primera, sin optar durante un tiempo por fórmulas menos tajantes.
Con lo que acabo
de exponer, vengo a dar en la opinión más generalizada que los comentaristas
tienen al respecto, que se resume en dos ideas clave: 1ª. La Iglesia se ha
atenido en este caso a criterios objetivos y economicistas, sin tener en cuenta
el esfuerzo general que se está haciendo para recuperar a la España vaciada.
2ª. Desde que se marchó Don Cecilio -o lo despidieron-, han pasado
tres años en los que, entre el secretismo y las buenas palabras, se ha
entretenido e ilusionado a los diocesanos con expectativas de designación de
nuevo obispo, finalmente frustradas por razones confusas y que, en realidad, ya
habrían sido asumidas de antemano.
Discutir en
términos sesudos las precedentes críticas no sería propio de este relato, ni
creo que se tengan todos los datos para hacerlo. Sí me parece curioso y
sugerente destacar algunos hechos que han transcendido a los medios
informativos, en la medida en que perfilan esas figuras en el ocaso, que
tienen que ser las protagonistas de mi cuento, según el compromiso asumido
desde su título.
La primera figura
que aparece es la del administrador apostólico de nuestra diócesis que,
desde enero de 2019 hasta la toma de posesión del obispo para dos,
ha regido los destinos de aquella y -como suponen muchos maliciosos- ha
tenido bastante que ver en el fracaso de los deseos de tener un obispo propio en
exclusiva. Como ya he dejado dicho, dicho administrador fue obispo de otra
diócesis próxima -a la que daré el nombre en clave de Murada- desde el
año 2003, hasta su jubilación en 2018. Y, cuando algunas de las fuerzas
vivas de la diócesis que ahora administraba iniciaron un movimiento
relativamente organizado y público reclamando obispo, Monseñor se sintió dolido,
dado que -en su opinión- los intereses de la diócesis y el pastoreo de sus
fieles estaban perfectamente garantizados mientras él fuese su administrador,
ya que para eso lo había nombrado el Papa. Comoquiera que el movimiento pro
episcopo se mantuviera, la boca del obispo emérito de Murada se
calentó un poco, al aseverar -según algunos que lo oyeron- que estaban
protagonizando una rebelión contra la Santa Sede. Y es que, agotado un
tiempo de espera juzgado razonable, las posturas empezaban a radicalizarse.
Nuevas figuras en el ocaso de la diócesis aparecían, pues, a su luz
crepuscular.
Una de las más importantes
fue la del último vicario general de la diócesis[16]
quien el día de Reyes de 2021 hizo público un comunicado, con el enfático
título latino de ¡Surge, Civitas![17],
exhortando a la pertinente acción ciudadana para lograr el desiderátum de tener
obispo propio. La llamada tuvo diversos ecos, de entre los que destacaré dos:
-
La
publicación de un libro colectivo sobre la historia y vida de la diócesis y los
anhelos y razones para su supervivencia, con la forma plena de poseer obispo
propio y exclusivo[18].
El volumen, que apareció en mayo de 2021, fue enviado al Vaticano, a la
atención del Papa Francisco, recibiendo los remitentes el oportuno acuse de
recibo.
-
El
intento de que el Parlamento de la Comunidad Autónoma emitiese una declaración
institucional, en defensa de la diócesis en peligro y de petición a la
Iglesia Católica para que dotara a aquella de obispo. Dicha declaración no pudo
pronunciarse en su forma legítima, es decir, por unanimidad de los diputados,
al no estar dispuesto a hacerlo uno de ellos, único representante de su opción
política. ¿Razón última de su negativa? Por exclusión de cualquier otra, la de
ser representante por la provincia de Murada, de un partido político de
ámbito exclusivamente provincial. ¿Recuerdan? El administrador apostólico
enfrentado a ¡Surge, Civitas! fue durante 15 años obispo de Murada. He
aquí una donosa inversión de aquella frase -tan famosa, como incumplida- de que
la verdad ha de estar por encima del amiguismo[19].
***
Por unas u otras
razones, no será fácil la entrada en nuestra diócesis del nuevo obispo bidiocesano,
prevista para el mes de diciembre de 2021[20].
Él -llamémoslo Don Joselu- lo sabe y, de ahí, el contenido de su
primera entrevista con los medios informativos de la provincia, en la que no ha
desdeñado hacer uso de campechanía y de cierta dosis de buen humor. Como en un
momento anterior ya me he referido al punto que juzgo más discutible, ahora me
dedicaré a resaltar otros tres, que me parece ofrecen del prelado una imagen,
aunque de atardecida, bastante más simpática.
Ante todo, Don
Joselu ha admitido que el nuevo encargo que le ha conferido la Santa Sede no
es precisamente una pera en dulce. De hecho, él, ya obispo de otra diócesis -y
no precisamente pequeña- ha meditado sobre su aceptación, para acabar
por consentir, con ilusión y espíritu de servicio. Si el encarguito no
tiene más dificultades que las aparentes y notorias, o si -como algunos temen- viene
acompañado de cláusulas reservadas y más ominosas para nuestra diócesis,
es algo que el tiempo dirá.
El segundo rasgo
que subrayaré es el de que el obispo viene preparado para encajar disgustos, y
hasta algún sofión, por encarnar lo que muchos -no siempre bien informados, ni
preocupados hasta ahora por las cosas de iglesia- juzgan un abandono del afecto
predilecto que la Iglesia debe a los pequeños y los pobres, colocándose,
además, a contracorriente de la llamada reversión del vacío de nuestro
mundo rural. Don Joselu lo comprende y se declara dispuesto a superar
los retos y hasta a dar espectáculo -bueno, se entiende- al afrontar los
mismos. Ha prometido a los medios informativos ser noticia en estos primeros
momentos de su episcopado dual. ¡No, si me voy a lucir, ya verán!, ha
bromeado, al terminar la primera rueda de prensa concedida cuando se conoció oficialmente
la susodicha decisión papal. Me parece que Don Joselu ha jugado con el
doble sentido que tiene lo de lucirse[21],
no sé si por equivocación o deliberadamente.
Resalto en tercer
lugar el compromiso del obispo -tan difícil de cumplir, como inadecuado para la
salud de una persona de 68 años-, que explica la rúbrica de este capítulo: Viviré
en la carretera, como Miguel Ríos[22].
Supongo que ha querido dar a entender que tendrá casa en ambas sedes -así
lo ha asegurado- y se moverá con tanta frecuencia entre una y otra, que acabará
sabiéndose de memoria el trayecto viario entre ellas[23].
Ya ha habido algún consejero espontáneo que, llevado de un buenismo que
para sí mismo dudo que tuviese, ha sugerido a Monseñor que sería un buen
gesto el empadronarse en … (aquí, el nombre de la sede de la diócesis pequeña)
y vivir en el palacio episcopal de esta pequeña ciudad.
Si se me permite explotar
maliciosamente la coincidencia, la vida en la carretera de Don Joselu
dará abundantes oportunidades de que coincida con el cura Don Fermín,
quien ya recordarán ustedes del capítulo 2, que actualmente es el delegado
diocesano del apostolado de la carretera. De todas formas, el nuevo
prelado ha afirmado que pretende iniciar su labor por reuniones con cada uno
de los sacerdotes de ambas diócesis. Con cada uno, ha repetido. En
consecuencia, el encuentro entre ambas figuras está garantizado, aunque
ignoro si, en efecto, se producirá en el ocaso.
5.
Epílogo de las ovejas sin pastor
A comienzos de
mayo de 2021, aparecieron en muy diversos lugares de la sede de nuestra diócesis
ovejas aisladas, con diversos mensajes en sus lomos, adheridos a la lana,
alusivos a hallarse descarriadas y sin pastor. Eran la mejor representación de
lo que yo he querido reflejar en el cuento: imágenes en el ocaso de una época. Mejor
que cualquier descripción escrita, he preferido incorporar a mi relato la
fotografía de una de ellas, de manera que también pueda leerse el mensaje que
comunica. Las demás ovejas del bidimensional rebaño difundían otros parecidos.
En mi peregrinar en busca de ovejas y balidos escritos, hallé otros
textos[24],
como los siguientes:
-
Y tuvo compasión porque estaban desamparados, como ovejas sin pastor.
-
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos, cada cual por
su camino.
-
Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas.
-
Pastor: Despierta y ven a salvarnos.
-
Porque así dice el Señor Dios: Yo mismo buscaré mis ovejas y velaré por
ellas.
-
El Señor es mi pastor.
-
Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban
angustiadas y abatidas, como ovejas que no tienen pastor.
Me pregunté qué harían aquellas pobres
criaturas a la caída de la tarde y hallé que, en busca de calor y compañía, se
guarecían cabe la muralla de la ciudad, dispuestas a pasar la noche al raso,
hasta que a la mañana siguiente se desperdigaran en busca de pasto, carentes de
pastor que las guiara y de perros que garantizaran su seguridad.
Disfrutaba de
aquella bucólica contemplación, cuando me percaté de que, detrás de mí, otra
persona se hallaba, entristecida y silente, acariciando a la última oveja que
faltaba por incorporarse al blanco pelotón de sus demás compañeras. Nos
saludamos, e inmediatamente pude darme cuenta de que el caritativo sujeto debía
de ser buen conocedor de los sucesos de la diócesis -y quién sabe si promotor
de la sorprendente corporeidad de aquella metáfora ovina-, pues, de buenas a
primeras, me salió con una alusión histórica un tanto impertinente:
-
¡Lo
que va de ayer a hoy, caballero! ¡Esta diócesis se ganó la existencia en una
batalla campal[25] y ahora
está a punto de perderla en los despachos del Vaticano!
-
Pues
no cabe duda de que hemos mejorado con el tiempo, acerté a replicarle.
Quedó cortado por
mi respuesta y se alejó sin despedirse. Por unos momentos, su imagen se recortó
confusa al sol cegador de la atardecida. Nos quedamos solos, las ovejas y yo, y
sufrí un escalofrío, quien sabe si por el relente meseteño, o si por la
presentida presencia del lobo que en casi todos los relatos -también en los
bíblicos- acecha en la noche a los rebaños sin pastor.
[1]
Al hilo de la alusión a la docencia, diré que los alrededor de veinticinco
profesores de Religión, que el obispado de nuestra diócesis nombra para
atender las necesidades de los colegios públicos y privados en la misma, son todos
seglares.
[2]
En el Concordato entre la Santa Sede y el Reino de España, firmado en 1851, la
diócesis a que me refiero estaba llamada a desaparecer. El ulterior cambio de
criterio no fue acompañado del nombramiento de un obispo propio hasta el año
1950, tras más de cien años de sede vacante. A partir de 1950, la sucesión
episcopal fue continua y ordenada, hasta la citada renuncia, en el año 2018.
[3]
Con mucha posterioridad, la diócesis concernida, en una nota oficial, corrigió
o hizo más confuso el encargo vedado a Don Fermín, indicando que era el de profesor
de Religión.
[4] Me
consta que tal nombre no es ajeno al personaje, pero me permito usarlo, entre
otras cosas, porque el mismo es sistemáticamente conocido por su segundo nombre.
[5]
Aludo a las que tienen en esta provincia su sede. Hay una esquina del
territorio provincial que forma un Arciprestazgo de una tercera diócesis, cuya
sede se halla en otra Comunidad Autónoma.
[6]
El obispo Don Cecilio obtuvo del Papa un retiro temporal del gobierno de
la diócesis en junio de 2018, pasando tal retiro a renuncia aprobada al cargo
en enero de 2019. El escándalo de Don Fermín fue objeto de nuevo
interés periodístico en noviembre de 2018.
[7]
El contenido textual de la citada nota fue: 1. En efecto, en el año 1998,
Don … (aquí, nombre y dos apellidos del sacerdote) fue denunciado ante
la autoridad civil. Dicha denuncia se sustanció en los correspondientes
tribunales civiles y, como cualquier ciudadano, cumplió con la sentencia
condenatoria, sin llegar a entrar en prisión, dado que no tenía antecedentes
penales.- 2. El Obispado de … (aquí, el nombre de la diócesis) actuó en
aquel momento conforme a la legislación canónica entonces vigente, si bien no
hubo denuncia canónica alguna contra él. Desde entonces, este sacerdote dejó su
trabajo como profesor de Religión, ejerciendo, pasado un tiempo, el ministerio pastoral
siempre bajo la supervisión de un párroco.- Teniendo en cuenta el respeto a la
privacidad de las personas, no podemos facilitarle otra información.
[8] En
particular, véanse los cánones 482 a 485, 1540, 1541, 1813, etc.
[9]
No daré otros detalles que los de que fue editado por Monte Carmelo, en el año
2020. Con ellos, las personas sinceramente interesadas podrán localizarlo sin
mayor dificultad.
[10]
Cuya edad y demás circunstancias de
filiación no han transcendido a los medios escritos, que yo haya visto.
[11] La alusión a un compromiso podría
entenderse, no solo moral, sino jurídico, al modo de los contratos sinalagmáticos
de atención de por vida a un enfermo o anciano, condicionados luego a que se
acoja y/o se financie económicamente al cuidador o cuidadores. Ello podría
explicar un poco más -de todos modos, de manera insuficiente, en mi opinión- la
insistencia de Don Cecilio en atender a las dos señoras de forma convivencial,
no de otras, como, por ejemplo, pasándoles una renta mensual suficiente, o
pagándoles una residencia adecuada.
[12] Llevado a cabo en un determinado cenobio
franciscano francés.
[13] Leave her to Heaven, dirigida por John
M. Stahl en el año 1945.
[14]
Bien es verdad que otros entienden que pudo ser suficiente con una suspensión,
como la que se acordó, o más larga. Y aducen: Las sanciones perpetuas parecen
responder, en el mejor de los casos, a esa dinámica contradictoria del perdono,
pero no olvido. La Iglesia -dicen ellos- ha de perdonar y olvidar. Creo que
el obispo Don Cecilio ha dejado escrito algo en este sentido, aunque ignoro si
le ha dado un sentido personalista, pro domo sua.
[15] Entre
los más próximos en el tiempo, los de Coria-Cáceres y Jaca-Huesca.
[16]
Canónicamente, puede sostenerse que el vicario general de una diócesis es la
segunda autoridad de la misma, después de su obispo -supuesto que no haya obispos
auxiliares-, y hace sus veces en periodo de sede vacante, salvo que la Santa
Sede nombre un administrador apostólico para la diócesis.
[17]
Algo así como Levántate (o despierta), Ciudad. La rúbrica
es tanto más justificada, cuanto que la sede de nuestra diócesis lleva
el vocablo Ciudad en su nombre.
[18]
Por una vez, en interés de su recomendable lectura, me dejaré de tapujos y
utilizaré los topónimos reales: Ignacio Martín Benito (Coordinador), ¡Surge
civitas! Vindicación de la diócesis de Ciudad Rodrigo, Centro de Estudios
Mirobrigenses, Ciudad Rodrigo, 2021. La obra lleva colaboraciones de 24
autores.
[19] Derivada
del conocido brocardo, amicus Plato, sed magis amica veritas.
[20] Reitero que este relato ha sido escrito
durante la segunda quincena de noviembre de 2021.
[21]
Lucirse significa “quedar muy bien en un empeño”; pero el Diccionario de
la Real Academia apostilla: usado más en sentido irónico.
[22]
Don Joselu se refiere al conocido rockero, Miguel Ríos Campaña
(Granada, 1944), el más veterano y caracterizado de los españoles en realizar giras
de conciertos por todo el país, cosa que viene realizando desde 1972, hasta el
presente (2021). Como excelente resumen de esa forma temporal de vida, en 1982
publicó su famosa canción El blues del autobús, a la que corresponde el
verso, vivo en la carretera, citado por el obispo.
[23]
Con arreglo a la normativa canónica aplicable, el obispo que tenga varias
diócesis a su cargo puede optar, en función de las necesidades pastorales,
entre residir habitualmente en una de ellas o en todas. En el primer caso, es
también la conveniencia pastoral la que ha de llevarle a elegir la sede
diocesana donde vivir.
[24] Textos tomados, o derivados, de los bíblicos,
principalmente evangélicos. Véase: Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús
de Nazaret (Edición completa), 2ª edición, Edit. Encuentro, Madrid, 2019,
pp. 325-334. La traducción española de esta parte de dicho libro corresponde a
Leonardo Rodríguez Duplá.
[25] Llamada de La Valmuza, que tuvo lugar, casi
con seguridad, en 1162. En ella, el rey hubo de imponer por la fuerza su
voluntad de creación de nuestra diócesis, frente a las mesnadas alzadas
por la ciudad sede de la diócesis de la que aquella iba a desgajarse; ciudad
que, por supuesto, es la misma a cuya diócesis vuelve ahora -con todas las
matizaciones que se quiera- la que se le separara, allá por 1161.