Un viaje de ida y vuelta
Por Federico Bello Landrove
Este es un relato
policiaco, hasta cierto punto, en el que no hay misterio en el crimen, sino en
el efecto que este haya de producir entre los implicados, en función de su
posición y de su psicología. Lo que podríamos llamar el color local
responde fielmente a las zonas estadounidenses de Green Bay (Wisconsin) y
Hubbard (Iowa), en que se desarrollan los acontecimientos. Cuenten mis lectores
con ello, sin perjuicio de aclararlo en notas al texto, cuando estas me
parezcan oportunas.
Billetes de 100 dólares norteamericanos
PRIMERA PARTE: LA IDA
1. Lo que hace la política
Decía un antiguo editor de la Gazette[1]
que la importancia de las noticias no deriva de los hechos que se narren, sino
del contexto en que se propaguen. Era una forma como otra cualquiera, y mejor
que muchas, de animar a los periodistas de su diario a que procuraran conectar
con su ambiente y circunstancias. Yo podría ponerme ahora una medalla por haber
prestado atención a un suceso de por sí tan nimio, como que una prostituta de
cierto nivel hubiese sido severamente lesionada por un desconocido,
hasta el punto de precisar hospitalización. Pero, como reportero encargado de
crónica negra y de tribunales, me llamó un tanto la atención la zona de la
ciudad en que habían sucedido los hechos: un tranquilo barrio suburbano de
gente acomodada, junto al parque de Enos Colburn; como también, la
circunstancia casual de que cobrase mi modesta nómina en una sucursal del banco
Wells Fargo, justo enfrente de la casa de la chica agredida. De hecho,
cuando me dejé caer por allí para tomar las primeras notas, me vio aparcar al
otro lado de la calle el vigilante, Charlie Devereux, y cruzó para ofrecerme
cuantos datos había conocido de boca de su colega, el vigilante de la noche
anterior:
-
¡Menuda
movida! Fue a eso de la medianoche. Bill estaba haciendo una ronda exterior con
el perro, cuando observó cierto barullo en la casa de enfrente. Por si acaso se
trataba de algún robo, cruzó la Sexta y se percató de que había sido una
agresión. El portero ya estaba llamando a la Policía y la mujer era atendida
por un médico que vive en el primero; así que se limitó a montar guardia hasta
que llegaron los agentes y luego volvió al banco, a seguir haciendo su trabajo.
Al terminar este, marchó a su casa y creo que de allí habrá ido a declarar al
Departamento de Policía, en la calle Adams.
Le agradecí la
atención y tomé nota de cuanto me decía, sin mayor interés. Luego, con un
billete de cien dólares presto a cambiar de mano, fui en busca del conserje
que, como lo era de los tres coquetos bloques gemelos de apartamentos que
formaban el condominio, hube de buscarlo durante unos minutos. Como me temía,
el sujeto, que atendía por el nombre de Adam Keystone, me recibió a la
defensiva, pero no le valió de mucho ante un reportero tan avezado y astuto como
un servidor -aunque me esté mal el decirlo-.
-
Comprendo
-le dije- que tiene usted mucho trabajo, estando al cargo de tantos
apartamentos; de modo que seré muy breve… Por otro lado, en estos temas de
mujeres de vida alegre, cuanto menos morbo se transmita al público, mejor.
Entre mi
conocimiento inicial del caso y la prudencia que demostré, descoloqué al bueno
de Adam, quien acabó por ponerse de mi lado cuando deslicé en su mano el
billete con la cara de Franklin. Parecía como si mi aparente displicencia
excitara sus ganas de hablar y serme útil: Incluso no puso objeción alguna a
que lo citase como fuente de conocimiento, aunque sin dar su nombre. Eso sí, no
pudo mostrarme el lugar de los hechos, es decir, el apartamento de la señorita Phedora:
Un papel en la puerta, con sello de Departamento de Policía de Green Bay, lo
impedía por el momento.
Para no repetir lo
que me contó, los recogeré aquí tal y como lo plasmé en la reseña de la Gazette,
a la mañana siguiente:
A medianoche
del lunes, día 18, en los apartamentos de esquina a las calles Sexta y South
Fisk, se produjo un altercado entre la señorita que ocupa uno de ellos, en el
piso bajo, y un visitante ocasional. A los gritos de auxilio de la primera,
acudieron el portero y varios vecinos, quienes comprobaron que el agresor había
desaparecido, mientras que la inquilina se hallaba seriamente lesionada, con
golpes en diversas partes del cuerpo y abundante hemorragia. Avisada la
Policía, acudió con una ambulancia, en la que la señorita P. fue trasladada al
cercano hospital de Saint Mary, donde ha quedado ingresada con pronóstico
grave. Los agentes continúan sus pesquisas para dar con el autor de las
lesiones que, por ahora, resulta desconocido.
Como verán, un
resumen de circunstancias, donde tan pronto se dice demasiado -por ejemplo, que
la agresión fuese obra de un hombre solo-, como demasiado poco -no detallaba
las heridas, ni aludía al estado en que se habían encontrado los policías la
escena del crimen-. La verdad, lo que menos pensaba yo es en que el asunto iba
a traer cola. Ahí es donde entra lo del contexto de la noticia, que les
decía al principio. Y el caso es que fui yo el responsable del pábulo que el
caso iba a tomar: yo y el Gobernador del Estado, Mitch Donovan, a la sazón en
horas bajas. Tendré que explicar qué pintaba un anodino periodista, como el que
suscribe, junto al curtido político demócrata; o dicho de otro modo, cómo y por
qué se me ocurriría hinchar la noticia cuando, como corresponsal en Green Bay
del Wisconsin State Journal[2],
la transmití al diario capitalino. Me explicaré.
***
Para cuando envié
mi crónica al State Journal, un par de días más tarde, había tenido
ocasión de enterarme de que la víctima de la agresión, la tal Phedora,
era una prostituta de cierto rango, de esas que tienen una clientela bastante
estable y un apartamento alquilado solo para ejercer sus menesteres. El detective
encargado del caso era el teniente Benny Scanlon, con el que yo me llevaba
francamente bien. Me contó:
-
Lo
de Phedora es un nombre de guerra. La chica, que tiene unos
treinta años, se llama Melissa Warner y vive, bastante bien por cierto, en una
casa de la Avenida Glendale, en el suburbio de Howard. Aunque va bastante por
libre, tiene un chulo para protegerla, un tipo apodado Swindy[3],
un jugador de ventaja, que parece estar bastante afectado por lo sucedido; y no
me extraña: Su pupila es ganancia segura y no me consta que tenga a
otras mozas como fuente de ingresos.
-
Entonces
-deduje- descartas que haya sido él quien le diera la paliza…
-
Del
todo. Las heridas de la señorita Warner, además de por golpes, han sido
del tipo de agresión sexual a lo bruto, y no creo que Swindy fuese a
tirar piedras contra su propio tejado. Tiene toda la pinta de haber sido algún
cliente, al que se le fuera la mano con el sadismo, o que tuviera alguna
discusión fuerte con la furcia por algún motivo.
-
Ya,
y las lesiones, ¿son graves?
-
Tiene
para una temporada; sobre todo, por la fractura de un par de costillas y una
conmoción cerebral bastante fuerte. Pásate, si quieres, por el Saint Mary[4],
que es donde la llevaron.
-
Lo
sé, pero no me apetece. Salvo que des con el culpable y sea algún sujeto de
relevancia, no me interesa seguir la noticia más allá de lo que el portero y tú
me habéis contado.
Pese a mi
declarado desinterés, cuando envié la noticia al State Journal, ya pude
añadir algunos detalles que no figuraban en la gacetilla inicial de la Gazette,
bien porque al principio no los conocía, bien porque fui más atrevido para
con los lectores de fuera de mi ciudad. El hecho es que añadí la siguiente
frase, que desataría luego tan graves consecuencias:
De fuentes
próximas al caso, se sospecha que podamos hallarnos, una vez más, ante la
criminal conducta de quienes abusan de mujeres que, por unos motivos u otros,
se encuentran en situaciones particularmente vulnerables.
Creo que fui bastante prudente a la
hora de no concretar de qué situación de indefensión estaba hablando, pero no
me sirvió de mucho. Apenas veinticuatro horas después, recibí una llamada del
redactor jefe del State Journal:
-
¡Hola,
Steve! Dime: La mujer a la que machacaron en otro día junto a Colburn Park, ¿era
una prostituta?
-
Eso
creo, pero no pretenderás que, además de la paliza que le dieron, la pongamos
en la picota en el periódico.
-
No,
hombre, no se trata de eso. Es que me han llamado de la oficina del Gobernador,
interesándose por el caso y pidiéndome detalles.
-
¡Vaya
por Dios! No sabía yo que Donovan se preocupase por las putas.
-
Ya
sabes, la típica sensibilidad política de poco antes de las elecciones. Y otra
cosa: ¿me confirmas que las heridas son graves?
-
Mira,
Frank, ni confirmo, ni desmiento. Si el Gobernador quiere informarse del caso a
título personal, que se entienda con la Policía. Ya me estoy arrepintiendo de
haberos mandado esa puñetera crónica.
-
Tranquilo,
chico. Les diré que el pronóstico de las lesiones es reservado y allá se las
compongan.
Lejos de quedarme
tranquilo, me encaminé inmediatamente al despacho de mi Director. El hecho de
que la línea editorial del periódico no simpatizara en absoluto con el
Gobernador actual me impulsaba a sincerarme con quien había sido mi tutor de
prácticas cuando yo era un simple becario en la Gazette, diez años
atrás.
-
Así
que Donovan anda buscando votos entre la basura -comentó, al ponerle yo en
antecedentes-. Muy desesperado tiene que estar para tragarse su machismo y
ponerles ojitos a las furcias.
-
Es
posible -conjeturé-, pero ignoro los motivos de su interés. Lo que me preocupa
es haber sido yo su involuntario avisador.
-
No
te preocupes. No vuelvas a publicar una sola palabra sobre el caso y en paz.
Eso sí -agregó-, vete renunciando a la corresponsalía del State Journal.
Si no te llega lo que cobras aquí, dedícate además a vender seguros o a
escribir novelas policiacas.
Ni que decir tiene
que me aparté del suceso, sin rechistar. En consecuencia, poco más puedo
contarles del caso. Le cedo el uso de la palabra al teniente Scanlon, que les
informará mejor, y de propia mano, sobre lo sucedido, a partir del momento en
que los políticos metieron sus pecadoras manos en el asunto. Benny me ha
prometido ser menos escueto y mal hablado de lo que en él es habitual. Así
pues, les dejo con él.
Hotel Northland (Green Bay)
2. Se complica el caso
Aunque dice Steve que mis noticias
son de primera mano, la verdad es que, para enlazar con lo que él les ha contado,
no tengo más remedio que basarme en conjeturas, por sólidas y seguras que sean.
Lo cierto es que ya estaba a punto de pasar página del caso de Phedora para
dedicarme a otros varios, cuando el asunto empezó a hincharse como un globo de
feria. Primero, fueron unas declaraciones totalmente extemporáneas del
Gobernador, con el Fiscal General[5]
a su derecha, indicando que había que prestar mayor atención a la protección
policial y judicial de las mujeres, frente a las agresiones que frecuentemente
denunciaban sin efecto alguno. Lo siguiente fue que el capitán Scherer me llamó
a su despacho para preguntarme por el caso Phedora. Cuando le respondí
que la chica iba mejorando y que no habíamos hecho muchos avances en la
identificación de sus agresores, se puso serio y me soltó:
-
Pues
vais a tener que poneros las pilas, porque el fiscal del Distrito está muy
interesado en el asunto. Parece que la cosa viene de muy arriba.
-
¿Es
que la chavala es amiguita de algún pez gordo?, pregunté,
haciéndome el tonto.
-
No
van por ahí los tiros, sino por razones políticas; pero sea por lo que sea,
deja de limitarte a cubrir el expediente y dedícate al asunto. Quiero
resultados, y cuanto antes, mejor.
Menos mal que,
días atrás, los agentes que habían iniciado las diligencias y levantado el
atestado habían tenido la precaución de clausurar el apartamento, como recinto
protegido por orden policial, hasta tanto se recuperaba la inquilina y podía
regresar a él. El portero, un tal Keystone, bastante oficioso él, se encargó de
que nadie intentara violar los precintos, pues ya había aparecido por allí más
de un tipo tratando de colarse:
-
¿Quién?,
le pregunté. ¿Cuándo? ¿Cuántos? ¿Cómo eran?
Tantas preguntas
lo abrumaron. Al parecer habían aportado por allí dos individuos. Uno, por la
descripción, coincidía con el chulo de Phedora, apodado Swindy, a
quien yo conocía de algunas redadas y casos anteriores; además, parecía tener llave
del pisito. El otro era descrito por el portero como un individuo joven, de
aspecto como de universitario[6],
pero bien trajeado -puntualizó-, que le ofreció una buena propina, si le
dejaba entrar un momento para echar un vistazo. Esas visitas, según
Keystone, se habían producido en el primero o segundo día, a contar de la noche
de la agresión.
Antes de molestar
a los testigos o a la víctima, juzgué oportuno conocer bien el lugar de los
hechos y tomar todas las huellas precisas, recogiendo, en su caso, lo que
llaman los picapleitos el cuerpo del delito. No fue para mí una sorpresa que
nada de eso se hubiese hecho por los oficiales[7]
que habían intervenido en las primeras diligencias, solo preocupados por atender
a la lesionada y tomar nota de las identidades de los presentes. Luego, cuando
vimos que la chica no palmaba y qué tipo de moza era, la verdad es que nos
olvidamos bastante de nuestro protocolo en estos casos. Se tomó declaración a
Keystone y al médico de los primeros auxilios, y punto. De modo que, esta vez,
acudí con mi compañero, el sargento Al Douglas, y con toda la
parafernalia de los de la Científica. Simultáneamente, avisé al médico forense
para que se pasara por el hospital, examinara a la lesionada y su historial
médico, e hiciera un informe detallado de todos los aspectos clínicos del caso.
Me puso mala cara, que cambió cuando le dije que el asunto estaba llamado a
salir mucho en los periódicos; y es que al Doctor le gustaba mucho estar en el
candelero.
Para ser un asunto
muy descuidado en un principio, tuvimos una suerte loca. Como decía Al, tuvimos
a San Francisco Javier de cara[8].
Para empezar, pese al moderado desorden en que se encontraba el
apartamento, encontramos enseguida la agenda de Phedora, una libreta de
pastas duras, tamaño cuartilla, escondida entre un montón de revistas
pornográficas para ambos sexos. La chica, a juzgar por sus apuntes, era
cuidadosa y tenía una letra muy regular. Día a día y hora a hora, figuraban las
citas y alguna identificación de los clientes, tal como el nombre, el apodo o
el teléfono desde el que la habían contratado. En ocasiones, figuraban notas
sobre el pago de sus servicios o alguna observación sobre el comportamiento que
había tenido el cliente, o las especialidades sexuales que hubiese
solicitado. Se notaba que era una profesional concienzuda que, en la medida de
lo posible, procuraba protegerse. De hecho, entre la ropa interior de una
cómoda hallamos un chato Smith & Wesson de cinco tiros[9],
con tres balas en el tambor. En fin, la entrada del dietario, correspondiente a
las 23 horas de la noche de los hechos, comprendía simplemente estos datos:
Llamada desde el
número 698-7692. Cliente nuevo. Varón. Servicio completo. Una hora. 450 $. Voz joven, sin acento especial.
Como ven, muy
ilustrativo…, siempre que el teléfono -que no había sido un móvil- no fuera
público, o de algún establecimiento muy concurrido. Adelantando resultados, les
diré que correspondía a uno de los aparatos del locutorio del Hotel
Northland, nada menos[10];
de modo que, por ahí, poco se podía rascar, fuera de presumir que el joven
no sería un don nadie, para ocurrírsele llamar desde un lugar tan imponente.
Como es natural,
mientras Al y yo registrábamos el pisito, los de la Científica tomaban las
huellas que, en su momento, podrían corroborar nuestras sospechas, o la
identidad que nos pudiera ofrecer la víctima. En esto, se nos acercó uno de los
oficiales con un pequeño objeto brillante y una cara de sorna, diciendo:
-
Tal
vez os pueda interesar este detalle, que acabo de encontrar junto a una
pata de la cama.
¡Cómo no! Se
trataba de una placa insignia de la Hermandad ΦΒΚ[11], cuyo
pasador se había abierto, determinando que su usuario lo extraviara. ¿Sería del
agresor, o de algún otro cliente anterior? La verdad es que el apartamento
parecía limpio y bien cuidado, pero una cosa tan pequeña y debajo de la cama,
podría pasar inadvertida durante bastante tiempo. ¡Milagro que no se la tragara
la aspiradora!
A falta de que nuestros compañeros
analizaran la insignia, para determinar huellas y material del que estaba hecha[12], lo
que, de entrada, parecía claro es que la placa no pertenecía a un estudiante
joven, sino a alguna persona, tal vez, de su familia. En concreto, la leyenda
particular de la insignia rezaba así:
Marquette University Milwaukee
Matthew N. Harris
1959
Por ahora, era suficiente. Ordené a los
oficiales que, concluido su trabajo, volvieran a cerrar el apartamento y
colocar los precintos, advirtiendo de ello nuevamente al portero. Seguidamente,
le dije a Al:
-
Me
entran ganas de pasarme por el hospital de Saint Mary y ver qué me
cuenta Phedora.
-
De
acuerdo. A mí me deprimen los hospitales -replicó Al-. Así que voy a ver qué
saco en limpio de ese Matthew Harris, de la promoción del 59. Luego
intercambiaremos los hallazgos.
De camino, me dio
por comprar la Gazette. En efecto, Donovan y sus muchachos seguían
aireando el tema de la protección de las mujeres. Con muy mala idea, el diario
traía en la misma página la noticia de que los sondeos seguían siendo
desfavorables al actual Gobernador por nueve puntos y medio. Me sentí
importante: Entre Phedora y yo podríamos rebajar esa diferencia en
varios puntos. Ahora el caso era que la pelandusca quisiera colaborar. En unos
minutos lo sabría.
***
Las cosas, en lo
que a mí respecta, fueron mal desde un principio. Cuando llegué a la habitación
de la chica, me encontré con que se trataba de una habitación doble, compartida
por un tipo que, según su versión de los hechos, se había herido sin querer en
el vientre destazando un ternero, por lo que había estado a punto de palmarla
con perforación intestinal y peritonitis. A mayores, otro individuo que debía
de estar paseando por el pasillo o en la sala común de la televisión, entró
inmediatamente tras de mí y, con voz meliflua, dijo, todavía a mi espalda:
-
¡Caramba,
teniente, qué casualidad! Ya le venía diciendo yo a Melissa que tenía que venir
algún policía a tomarle declaración.
No me cabía duda:
era Swindy, el proxeneta, la persona menos indicada para estar allí
mientras yo me desempeñaba con su chica. Tampoco me gustó que se dirigiera a mí
en voz tan alta, que el otro enfermo y su visita me enfilaron con mirada torva,
por lo que de inmediato supuse que lo del destace del tercero era una milonga.
De modo que le solté con desabrimiento:
-
Justo
a eso mismo vengo; así que ábrete y baja a la cafetería a tomarte un perro
caliente o una hamburguesa, que ya es la hora de comer.
Aunque rezongando,
el rufián se perdió por el pasillo, pero me había estropeado la entrada en
escena. La chica se puso a la defensiva. Fue en vano que cogiera una silla y me
sentara a su vera, preguntándole por su evolución y estado. Melissa exageró un
rictus de dolor y me respondió con monosílabos; de forma que, cuando intenté
entrar en materia, acerca de lo sucedido en la noche de autos y sobre la
identidad del agresor, no conseguí más que evasivas y silencios. No digo que
fuera imposible que padeciese amnesia postraumática, o como rayos la llamen,
pero la cosa iba a pintar muy mal, si la moza se encerraba en el no sabe, no
contesta. En un momento dado, llamó al timbre y apareció al rato una
enfermera bastante más amable que la paciente y tan atractiva, por lo menos,
como lo sería esta en condiciones normales. Melissa se derrumbó en el lecho y,
con voz apenas audible, pidió a la sanitaria que le diese un calmante para el
dolor de cabeza. Antes de que me lo pidieran, me despedí amablemente de Phedora
y salí tras la moza de blanco, acompañándola hasta la sala de medicación. La
joven, cuya tarjeta de identificación rezaba Coleen Mazurski, iba
contestando muy sonriente a mis preguntas, lo que me hizo recordar:
-
Mazurski…
No será pariente de un oficial de la comisaría de Howard…
-
En
efecto, teniente, es mi hermano.
-
Buen
muchacho y buen policía, alabé sin mucho conocimiento de causa.
-
Así
es -repuso-. Está seleccionado para el próximo curso de detectives.
-
Seguro
que aprueba… Por cierto, Coleen, ¿qué puedes decirme sobre Melissa Warner? He
ido a interrogarla y me ha salido con que padece amnesia.
-
Es
posible. La golpearon fuerte en la cabeza y le hicieron perrerías en sus
partes. De todas formas, quien mejor podría informarle es el Doctor Banion, que
es quien la lleva. ¿Quiere que lo busque por la planta?
-
Prefiero
que se lo preguntes como cosa tuya, repliqué. Si lo hago yo, empezará a ponerse
exquisito; ya sabes, que si la confidencialidad, que si todo puede ser,
etcétera, etcétera.
Coleen no puso
buena cara, pero acabó accediendo. De todos modos, alguna opinión tendría al
respecto el forense que tendría que reconocer a Melissa, si no lo había hecho
ya.
Revólver Smith & Wesson
“chato”
***
En cuanto a mi
compañero Al, tardó bastante más que yo en sacar algo en limpio, aunque mereció
la pena esperar. Como hacen los escritores, voy a poner en su boca, de un
tirón, lo que tuve que sacarle con sacacorchos, que no saben ustedes lo que se
hace de rogar cuando sabe que ha dado con algo importante o, cuando menos,
llamativo:
-
No
es que Matthew Harris sea un nombre muy especial, pero tampoco había muchos
estudiantes en la Universidad de Milwaukee en el año 59. Pude haberme dirigido
a la sede nacional de los Phi Beta Kappa en Washington, pero preferí
llamar a la Universidad de graduación del Señor Matthew N. Harris. Resultó que
había sido alumno de su prestigiosa Escuela de Odontología[13].
Hasta ahí, todo corriente, pero resulta que el sacamuelas es, ni más, ni
menos, que el padre de Vince Harris.
-
¡No
fastidies! ¿Del corrupto constructor y politicastro republicano?
-
El
mismo. De modo y manera que, salvo que el abuelete sea todavía un putero, la
pérdida de la medalla habrá corrido a cuenta de alguien que se la robara, o de
algún miembro de su familia a quien le guste presumir de ella.
-
Eso
lo podemos saber muy pronto -bromeé-. En cuanto tengamos las huellas, nos
pasamos por su palacete y se las tomamos a toda la familia, incluyendo a Vinnie
Weakpillar[14]. Puede
que él nos mande luego a unos matones, pero el Gobernador nos hará un entierro
de primera[15].
-
Ya
veremos lo que dan de sí las huellas -gruñó Al-. En un piso así, las habrá de
media ciudad.
-
Esperemos
que las de la insignia resulten identificativas. No seas gafe.
Ya me voy cansando
de tanto escribir. Cerraré mi colaboración, aludiendo al informe del Forense,
en algunos puntos que pueden servirles para entender el hilo de la historia.
Primero, la contusión cerebral no le parecía tan fuerte, como para provocar
amnesia, salvo por razones psicológicas -ya estamos con las puñeteras
dudas metódicas de los galenos, tan dados ellos a afirmar que la Medicina no es
una ciencia exacta-. Segundo: Si el agresor siguió algún plan metódico, acumuló
sobre la pobre Phedora una tremenda paliza y una grave crueldad sexual;
de hecho, si quería seguir ejerciendo su oficio, sería a base de que los
cirujanos hiciesen un trabajo de artesanía en sus partes. Y tercero, la
paciente tenía lesiones para rato, aunque lo lógico es que le diesen el alta
hospitalaria en unos quince días.
Así pues, aquí me
despido. Y no es que dejara de mi mano la investigación del caso, sino que, en
lo que siguió el protagonismo correspondió a un tal Bob Lindgren, ayudante novato
del Fiscal del Distrito, con quien nunca había trabajado yo hasta entonces. Si
me permiten que les destripe un poco la historia, él seré el actor principal de
la misma…, aunque dudo mucho de que le den un Oscar por su actuación.
3. Un desertor del arado de buen tono
Pertenezco a una
familia de campesinos oriundos de Suecia, que se establecieron en el condado de
Wood (Wisconsin) cuando, a finales del siglo XIX, una terrible racha de
incendios acabó con la mayor parte de su riqueza forestal y arruinó las
serrerías. Fue entonces cuando -según cuentan los libros- el terreno devastado
se parceló y vendió para establecer granjas. Mi bisabuelo paterno, que había
llegado poco antes de Europa y se había empleado en un aserradero de Minnesota,
vio una oportunidad en aquella subasta de tierras; pujó con dinero logrado a
préstamo y salió adelante, en buena medida por no haberse empeñado en cultivar
aquel terreno, pantanoso y medio helado buena parte del año, sino yendo en
aparcería con las primeras industrias lecheras que se establecieron allí: Mi
antepasado pondría el terreno, el cuidado del ganado vacuno y el trabajo
forrajero, a cambio de lo cual recibiría cincuenta vacas de raza selecta y la
seguridad de que le comprarían la leche obtenida, a un precio razonable. Años
después, mi abuelo Axel, al volver de la Gran Guerra, tuvo la idea de que la
industria láctea le descontara unos centavos en cada galón de leche, para ir
comprando a plazos las vacas que cuidaba. Con eso y un préstamo del State
Bank, se hizo con la propiedad del ganado y sentó las bases de una de las
granjas más prósperas del pueblo de Vesper. Todo parecía sonreír a la familia
Lindgren, que pudo superar la Gran Depresión. En la Segunda Guerra Mundial,
murió mi tío Adolf, lo que dejó a mi padre al frente de la explotación
familiar. Él supo completar su economía, volviendo a explotar los bosquetes que
se habían ido formando dentro de nuestros linderos, setenta u ochenta años
después de los grandes fuegos, y desecar la mitad del terreno, para dedicarla
al cultivo del maíz, decidiendo estabular el ganado de modo permanente, en vez
de dejarlo pastar al raso. Se casó con mi madre, una Crow, de los copropietarios
del importante aserradero Prescott. Diría que no fue una buena decisión, ya que
mi madre resultó una esposa fecundísima, que trajo al mundo once hijos e hijas,
de los que yo fui el último de los varones. Aquello estaba llamado a arruinar a
la familia, pues la granja era imposible que diese para todos. Yo lo tuve claro
desde un principio y, con perspicacia y espíritu de sacrificio muy superiores a
lo habitual a mi edad, hice de la biblioteca Lester[16]
el centro de mi existencia, todo el tiempo que me libraba de ayudar en la
granja, para la que solía haber brazos abundantes y más fuertes que los míos.
Me convertí en lo que mi padre, Carl, llamaba un desertor del arado y mi
madre, más culta y comprensiva, un chico con aspiraciones.
Esas aspiraciones me
llevaron a cursar estudios en la escuela superior Columbus Catholic de
Marshfield, con una beca Goldsworthy, que me permitía pagar matrícula y
alojamiento en casa de una amiga de mi madre. Habría podido, mal que bien,
seguir algunos estudios universitarios en la misma localidad, pero comprendí
que eso sería tanto como aplazar un fracaso y volver al polvo del aserradero y
al cálido hedor de las vacas, que había ido aprendiendo a detestar según crecía
en edad y conocimientos. Por mis calificaciones y preparación, creía con
fundamento en poder ingresar en alguno de los campus punteros de la
Universidad de Wisconsin, de preferencia en el de Madison, capitalino y bastante
cercano a mi casa. Debo a mi madre el primer empujón monetario, pero
todo lo demás fue obra de mi esfuerzo, cuando no de la casualidad, como el
hecho de que, habiéndome decidido a estudiar Leyes, un ilustre abogado me
recibiera como mecanógrafo y apoderado para traer y llevar documentos a los
juzgados. Aquel letrado providencial, Malcolm Duperier, era un ferviente
católico, que estoy seguro me empleó en su bufete por mis buenas referencias en
una escuela superior de su credo. Luego, serían mi honradez y laboriosidad las
que me granjeasen su confianza, hasta el punto de apoyarme en la consecución de
mi primer empleo como graduado, según pronto diré.
Ayudado en todos
los aspectos por tan buen resorte, más algunos trabajos eventuales en el campus
-cafetería, biblioteca, jardinería-, obtuve los medios para completar los
cuatro años de mi licenciatura. Parecía que mi camino estaba trazado en la
firma Stanton, Dillinger & Duperier, pero mi vocación penalista me
apartaba de aquellos veteranos abogados, orientados hacia especialidades más
rentables y menos turbadoras. Así se lo hice saber a Duperier, quien,
extremando sus atenciones para conmigo, hizo uso de sus conocimientos e
influencias, hasta poderme dar la buena noticia:
-
¿Qué
opinas de emplearte en la Fiscalía de Distrito de Green Bay?, preguntó, previendo
perfectamente mi respuesta.
-
¡Ah,
muy bien! Además, he visitado alguna vez esa ciudad y me ha parecido muy
atractiva.
-
Pues
vete preparando las maletas y escribiendo una carta de presentación y
agradecimiento a tu futuro jefe, Andrew Mac Bride.
-
Y
¿en qué concepto me va a recibir, oficinista, investigador…?
-
No,
hombre, algo mejor. Te va a acoger como fiscal ayudante. De ti dependerá que
confirme la impresión que yo le he dado, o que lo decepciones y te ponga a
ordenar papeles en el archivo.
***
Si queremos
ordenar este relato de forma medianamente cronológica, es necesario que le
retire a Bob el uso de la palabra y me ponga yo por un tiempo en el papel de
narrador. Claro está que tengo suficiente autoridad para cerrarle por la boca,
ya que soy el Fiscal del Distrito, Andrew Mac Bride, el acusador que llevó
directamente el caso Phedora, desde que el Gobernador Donovan y mi
superior, el Fiscal General del Wisconsin, Sweeney, decidieron darle un
carácter político, para propiciar el voto a su favor de las mujeres. Lo cierto
es que, como yo era también demócrata, no le hice ascos a la indicación, aunque
para mi reelección aún faltaban dos años. Y la verdad es que el asunto en
principio no presentaba dificultades, pero se fue complicando de una manera que
procuraré desentrañar lo más clara y concretamente posible.
Para empezar, la
cosa -como les ha contado el teniente Scanlon- se complicó por la alegada
amnesia de la chica, que era tan sospechosa como inatacable, por el momento.
Luego, apareció la placa de la sociedad phi beta kappa, que arrojaba
ciertas sombras de culpabilidad sobre alguien relacionado con el siniestro Vinnie
Weakbeam, lo que ofrecía muchas posibilidades políticas, al ser él un
conocido simpatizante y financiador de los republicanos, pero implicaba la
necesidad de ir con pies de plomo, pues el tipo era escurridizo y de mucho
cuidado. Y por ahí andaban las pesquisas, dispuestos ya los detectives a dar la
campanada de tomar las huellas de los Harris, cuando las pesquisas dieron un
vuelco morrocotudo. De buenas a primeras, se presentó en comisaría el protector
de Phedora, Phil Robson, Swindy, y confesó que había sido él
quien propinó a su chica la paliza que la tenía todavía en el hospital en grave
estado. La verdad es que la auto inculpación no cuadraba, ni por la personalidad
del sujeto, ni por el componente sexual de varias de las lesiones, pero para
todo tenía respuesta y explicación el tal Swindy:
-
No
es mi estilo -dijo a los policías que lo interrogaban- pero esa noche Melissa
me sacó de quicio. Yo necesitaba urgentemente mil dólares para cubrir una deuda
de juego y se negó a dármelos, aunque me constaba que los tenía.
-
Entonces
-replicó Scanlon- lo primero que se te ocurriría, antes o después de golpearla,
sería hurgarle en el bolso o escudriñar por el piso, ¿no es así?
La pregunta ya tenía respuesta: En el
apartamento, dentro de la cisterna del wáter, guardados en un bolsillo
plastificado, habían aparecido mil cien dólares, supuestos rendimientos de
aquella velada tan productiva.
-
La
verdad -argumentó Swindy- es que yo sabía que tenía dinero, por los
clientes a que había atendido, pero no lo encontré. Luego, Melissa empezó a
chillar, me asusté y me largué sin más registro.
-
NI
siquiera el del bolso. Allí había ciento veinte dólares.
-
Valiente
mierda. Con eso no tenía ni para los intereses semanales de la deuda.
Para lo tocante a
las lesiones en sus partes, también tenía una explicación, por mala que
fuese:
-
Melissa
se estaba volviendo demasiado… independiente. Me escatimaba los pagos y me
amenazaba con buscarse otro chulo, o ponerse por su cuenta. Fue un pronto e
hice mal, lo sé; el caso es que decidí darle un escarmiento en donde más
pudiese perjudicarla. Quizá se me fue la mano…
-
Ya
lo creo, cabronazo -le soltó Scanlon-, pero no a ti, sino al degenerado que le
metió no sé qué demonios por la vagina.
En fin, en mi
opinión de fiscal, el cuento de Swindy, por increíble que fuese para los
entendidos, era bastante para un jurado y, de entrada, para quitarnos las ganas
de aparecer en la mansión Harris y detenerlos a todos. Sin perjuicio de
proseguir con las pesquisas, la clave estaba en que Melissa superase su amnesia,
desmintiera al rufián y se decidiera a identificar al verdadero culpable.
Pero Scanlon objetó:
-
Por
torpeza nuestra, hemos dejado que Swindy estuviese alrededor de Phedora
en el hospital todos los días. A estas alturas, ya le habrá contado eso tan
importante que lo ha llevado a denunciarse y la habrá convencido de que no abra
la boca. Lo vamos a tener muy complicado por ahí.
-
¿Qué
crees que puede haber llevado a ese individuo a auto inculparse? Le pueden caer
unos cuantos años por ello.
-
O
es miedo, o por dinero, o las dos cosas juntas, me respondió el teniente. Si
los Harris están detrás de todo esto, no me extrañaría, incluso, que utilizaran
contra Swindy la amenaza de algún prestamista mafioso al que deba
dinero. En eso podría tener algún fundamento su confesión.
Decidí consultar
el caso con la almohada. A la mañana siguiente, tenía ya un guion con tres
puntos: Primero, apretar de firme a Swindy, por si creía que le iba a
salir barata la condena que pudiera caerle, según su declaración. Segundo,
entrar por lo suave a Vinnie Harris, aprovechando el hecho indiscutible del
hallazgo de la medalla de su padre en el piso de la prostituta. Y tercero,
convencer a Phedora para que se dejase de cuentos y colaborase
plenamente en la investigación. Los dos primeros objetivos me correspondía
afrontarlos personalmente. En cuanto al tercero, tuve una idea inteligente, que
podía dar mejores resultados que presionar a la chica; pero, para ello, tenía
que contar con alguno de mis colaboradores: alguien joven, atractivo, poco
conocido en la ciudad y lo bastante inteligente como para liar a una mujer
curtida en cien batallas. Ya se imaginan ustedes en quien pensé inmediatamente:
en Bob Lindgren, el vaquero de Vesper. Si han leído el resumen
biográfico que nos hizo antes, sabrán el porqué del apodo.
***
Dejé que, entre
Scanlon y sus muchachos, intimidaran a Swindy antes de entrar yo en
escena. Como, en principio, no le habían creído, lo dejaron en libertad sin
cargos, no haciéndole otra advertencia que la de que no le convenía volver
a aparecer por el Saint Mary ya que, según él, Melissa era su víctima. El
control de que cumpliese con lo ordenado corrió a cargo de una enfermera del
citado hospital, apellidada Mazurski, hermana de un policía. Luego, de pronto,
en plena noche, el sargento Al Douglas sacó a Swindy de la cama, lo
llevó a la Central de Policía y lo tuvieron varias horas declarando y
haciéndole ver que el fiscal estaba muy cabreado por su encubrimiento del
verdadero culpable, dado que el caso tenía que resolverse pronto y bien, por
razones políticas. A mediodía, me lo trajeron al despacho y allí, poniéndome
todo lo violento que mi cargo permitía, le hice saber que, si persistía en auto
inculparse, pediría su prisión preventiva sin fianza y lo acusaría pidiendo la
máxima pena, diez años sin posibilidad de condicional. No tuve empacho en
mostrarle algunos recortes de prensa, de los que se infería que el asunto
estaba siendo seguido muy atentamente en las altas esferas del Estado.
Finalmente, le pregunté:
-
¿Merece
la pena pasar diez años en chirona, a cambio de un puñado de dólares? Y digo
eso porque, si lo que te pasa es que estás amenazado, peor vas a pasarlo en la
cárcel, pues estoy dispuesto a tocar a ciertas personas, para que crean
que te has ido de la lengua. El teniente sabe bien con quién te juegas de
ordinario los cuartos.
El hampón pareció
relajarse. Noté que estaba machacando en hierro frío. Tuve entonces la idea de
tirar los datos, a ver si salía un siete:
-
Aunque
bien puede suceder que ahora te codees con gente importante; como los Harris,
por ejemplo.
El individuo dio
un respingo y palideció ostensiblemente. ¡Bingo! Había matado dos pájaros de un
tiro.
-
Te
doy unos días -no quise concretar- para que te lo pienses. Los que te pagan o
te presionan son peligrosos, pero yo puedo serlo todavía más.
Swindy salió.
Scanlon comentó encomiásticamente:
-
Buen
golpe, señor fiscal. Hemos dado un gran salto, pero, aún así, no creo que se
vuelva atrás de su mentira.
-
Tiempo
al tiempo, teniente. Si no lo hace por las buenas, podemos hacerle parecer como
un soplón, con lo que nada adelantaría persistiendo en sus mentiras.
-
De
lo que no hay duda, concluyó Scanlon, es que a ese lo ha sobornado Weakbeam.
No creo que tuviese deudas anteriores con él.
Palacio de Justicia de Green Bay
***
Mi siguiente paso
fue el de indagar entre la familia Harris a propósito de la medalla phi beta
kappa. Había urdido un montaje que me convertía en el bueno de la película,
pues, lejos de enfrentarme directamente con el temible Vinnie, se trataba de
abordar a su padre, el titular de la placa de honor, con el aparente objetivo
de devolvérsela, para esperar y ver su reacción. El dentista Matthew Harris
estaba unido a su hijo por lazos de sangre, pero nada sabíamos que participara en
sus turbios negocios. No obstante, Scanlon me sugirió una medida precautoria,
que me pareció digna de seguirse:
-
Si
este asunto llega a juicio, la placa va a resultar fundamental. Haga un
duplicado que pueda pasar perfectamente por la original y que sea el que le
entregue usted a su titular, dejando constancia oficial de ello. Así, todos
contentos.
En un par de días
tuve la copia de la presea, en oro de catorce quilates, y me informé sobre la
manera de contactar con el viejo Harris, sin necesidad de alertar por
anticipado a su hijo. Me dieron una oportunidad que, por descontado, me hizo
recordar el lugar desde el que había contratado los servicios de Phedora su
presunto agresor:
-
Tiene
una tertulia después de comer en el café del hotel Northland: viejas
glorias de la Medicina de Green Bay y gente por el estilo.
Aquella tarde, acompañado
del capitán Scherer, me acomodé en una mesa al fondo del gran salón e hice que
un camarero pasara al señor Harris una nota, con el membrete de la Fiscalía,
haciéndole saber que lo esperaba para charlar con él, cuando terminase la
reunión con sus amigos. Como es lógico, nada más leer el papel, se levantó y,
orientado por el empleado, vino hacía mí. Nos presentamos y, sin más preámbulo,
le expliqué:
-
Hace
unos días, unos agentes del Departamento de Policía de nuestra ciudad, encontraron
un objeto que puede ser de su propiedad, a juzgar por el nombre que figura en
el mismo. Como yo vengo por aquí con frecuencia, he querido evitarle el pasar
por la comisaría para comprobar si estamos en lo cierto, o se trata de un
individuo que se llama como usted.
El hombre quedó
atónito, sin articular palabra. Saqué entonces del bolsillo la insignia de la
Sociedad y la coloqué sobre la mesa, del lado en que se encontraba. Cogió la
medalla, que volvió a soltar, para ponerse las gafas. Retomó el objeto, leyó la
inscripción, le dio varias vueltas y, como con asombro, me respondió:
-
En
efecto, es mi placa de la hermandad phi beta kappa, en la que fui
acogido en la Universidad, hace más de cincuenta años. Uno de mis nietos, Dave,
que está acabando sus estudios en Cofrin[17],
se encaprichó de ella, para presumir con sus amigos, y hace cosa de un par de
años que es él quien la usa… Pero ¿en dónde la encontraron los policías?
-
Con
lo que usted me ha dicho, permítame que no entremos en detalles, antes de que
su nieto Dave sea informado del tema. En cuanto a la medalla, no veo inconveniente
en que vuelva a su posesión, siempre que la guarde a partir de ahora
cuidadosamente y nos firme el recibo que redactará en un santiamén el capitán
Scherer, aquí presente.
Ejemplo de medalla de la Sociedad Phi
Beta Kappa
Para distraerle un
poco, le estuve preguntando si seguía ejerciendo y si vivía con su hijo Vinnie,
ilustre prócer de esta ciudad -añadí. aparentando seriedad-. Me contestó
que se había jubilado un par de años antes, aunque seguía dando su nombre a la
clínica dental que ahora llevaban sus antiguos ayudantes. Viudo desde hacía una
década, había aceptado el ofrecimiento de su hijo de irse a vivir al caserón
familiar en la calle Mason, ya ve usted para qué, agregó aludiendo a la
apropiación de la medalla por su nieto.
Entre tanto,
Scherer había terminado de redactar, en papel de la Policía, el oportuno
recibo, haciendo constar con toda claridad que la placa venía siendo usada de
tiempo atrás por Dave Harris, nieto del propietario. Su abuelo firmó el
documento sin hacer objeciones y recogió la medalla, comprobando su cierre, que
estaba simplemente abierto, pero sin huella de fuerza. Antes de despedirnos, le
pregunté por la edad de Dave. Me contestó que estaba a punto de cumplir
veintiún años.
Cuando nos
quedamos solos, Alfred Scherer sonrió y me dijo:
-
Ha
merecido la pena devolver al viejo el recuerdo, sobre todo, habida cuenta de
que se trata de una copia.
-
Dudo
de que sirva para mucho -lamenté-. Siempre puede decir que estuvo con la furcia
cualquier otro día anterior.
-
Si
yo hubiese sido usted -agregó- le habría dicho dónde lo habíamos encontrado.
Seguro que se enfurecía y organizaba un escándalo en casa.
-
Bastante
le he dado a entender cuando le he dicho que su nieto tenía que ser previamente
informado. Eso excitará su curiosidad… y la preocupación del ilustre prócer
de esta ciudad, quien ahora sabe que tenemos, por fin, algo concreto contra
su hijo, por poco que sea. A ver cómo reacciona.
Creo que el
capitán no escucho mis últimas palabras. Estaba demasiado ocupado mondándose
de risa con lo del Ilustre prócer.
4. Entre fiscales anda el juego
Tengo que
reconocer que no fui franco con Bob Lindgren, porque no le manifesté las
razones políticas que me obligaban a ser especialmente puntilloso en el caso Phedora,
pero no es menos cierto que, si él leía el periódico o sintonizaba las
televisiones locales, podía estar al tanto de que aquel no era un caso,
digamos, corriente. De todos modos, cuando lo llamé a mi despacho para
encargarle el aspecto más peliagudo del asunto, sí que fui claro en expresarle
lo que esperaba de él y la autorización para que usase todos los medios
medianamente decentes a fin de conseguirlo.
Como creo haberles
dicho ya, ni Scanlon, ni yo nos creíamos la amnesia de la víctima, por más que
el forense la juzgase posible. La enfermera Mazurski había hecho sus propias
averiguaciones en el hospital y había llegado a la misma conclusión, lo que
confió al teniente. No hace falta resaltar que, si queríamos llevar a juicio al
sospechoso Dave Harris con posibilidades de éxito, tendría que ser a base de
que Phedora lo identificase sin lugar a dudas como su agresor. Logrado
esto, el desacreditar la auto inculpación de Swindy y convencer al
jurado de su soborno por Vinnie Weakbeam serían cosas bastante
hacederas.
Lindgren estaba
aún tan verde, que me sentí obligado a explicarle el método que me
parecía mejor para entrarle a Phedora, aunque sin ser demasiado crudo en
las formas:
-
Verás,
Bob, esas mujeres de la calle, aunque parezcan muy duras y curtidas, suelen ser
bastante receptivas a la atención y el cariño con el que se las trate por parte
de los oficiales públicos. El problema es poder llegar a ellas, superando la
suspicacia y ganándose su confianza. Estoy seguro de que cualquiera de los demás
compañeros de la Fiscalía tendría problemas a ese respecto. En cambio, tú eres
la persona indicada, por tu juventud, carácter y… apariencia. No te digo que le
lleves flores, ni que le hagas la corte -bromeé-, pero sí que armonices tu
labor investigadora con la cortesía y la dedicación. Desde luego, será
fundamental que le ofrezcas la mayor protección posible, para lo que cuentas
con mi pleno apoyo -y el de otros varios, que mandan más que yo, pude haberle
dicho-. En resumen, habla con el teniente Scanlon, que ya conoce bien a la
chica, y hazte un plan de acción, que comentaremos cuanto antes… Bien, ahora,
las dudas y preguntas.
No era tonto el
Ayudante, no: Me pidió todas las aclaraciones precisas, antes de tomar el
asunto en sus manos. Hube de indicarle las razones por las que no creíamos que Phedora
hubiese perdido la memoria, por lo menos, tan plenamente como simulaba. La
indiqué que su intervención en el asunto sería solamente durante la preparación
pues, si se llegaba al juicio, lo lógico es que lo llevase yo personalmente.
Puse a su disposición a Scanlon y a su compañero, el sargento Al Douglas, para
ayudarle en cuanto necesitara. Finalmente, le di carta blanca para hacer
algunos gastos moderados y lo orienté en tema de concretos medios de protección
de testigos. Bob tomó buena nota, pero objetó a tener que someter sus planes a
priori a mi aprobación:
-
Mire,
Andrew -me dijo-, creo que lo mejor será ir abierto a múltiples posibilidades y
escoger las que en cada momento se ofrezcan como más acertadas. Lo único que se
me ocurre, de entrada, es inventar una explicación de mi interés por el caso,
cuando me presente ante esa Phedora y trate de que se me confíe. Así, a
botepronto, se me ocurre decirle que se discutió el asunto en junta de fiscales
y yo me ofrecí voluntario por haber tenido a una hermana maltratada hace años
por un novio celoso, o algo así.
-
Perfecto.
Como punto de partida me parece de perlas… Pues nada, Bob, a por ello. Phedora
es toda tuya.
-
Mejor
será que nos acostumbremos a llamarla Melissa Warner, si queremos darle un
toque sensible, por así decir.
¡Vaya con el
novato! ¡Dando lecciones a un Fiscal de Distrito con diez años en el cargo! Y,
desde luego, algo debía de haber leído al respecto en los periódicos
pues, de otro modo, no conocería el nombre de la prostituta. Hasta es posible
que no se chupara el dedo y estuviese al corriente de que podría jugarse en ese
caso la reelección del Gobernador Donovan y la defenestración política del
influyente Vinnie Harris. En fin, sea como fuere, aquí me despido y les dejo a
ustedes con el fiscal del caso de Melissa Warner. A partir de ahora,
será él quien mejor pueda contárselo, pues conoce la mayoría de los de detalles
de primera mano, mucho mejor que nadie.
***
Retomo el papel de
narrador en donde lo ha dejado mi jefe, indicando que, en efecto, estaba al
tanto de la relevancia que había tomado el caso Warner -así lo llamaré, en
lugar de Phedora-, aunque no me constasen al detalle los motivos
políticos. Pero, como es lógico, no iba a ir con el cuento a Melissa, sino que
tendría que convencerla de que eran otras, y muy nobles, las causas de tomarnos
tanto interés por ella. Como le dije a Mac Bride, se me había ocurrido decirle a
la joven que era una cosa personal mía, para así facilitar el que me viese, no
tanto como un fiscal justiciero, sino como un profesional concienciado.
Me la encontré
paseando por el pasillo de la planta, muy lentamente y arrastrando un gotero.
Aunque estaba demacrada y con gesto de dolor, tenía una grata apariencia: alta, esbelta y guapa, con el pelo recogido en
una cola y sin otro maquillaje que alguna crema hidratante, que daba a su
rostro la pátina blanquecina y lustrosa de la cera. Era un buen momento para
entablar conversación pues la tarde era un tiempo muerto para los enfermos del
hospital, y el teniente Scanlon se había encargado de alejar de Melissa a Swindy
y al cualquiera que pretendiese hablar con ella sin ser de la familia.
Vamos, que estaba más sola que la una. Y, para entrarle mejor, no le llevé
flores -como el jefe me había desaconsejado-, pero sí unas cuantas revistas de
la llamada prensa del corazón, bazofia muy aconsejable para personas
encerradas y doloridas en un hospital.
No quería que
aquel primer contacto fuese largo ni se tratáramos de temas penales, pero la
joven me condujo hasta la sala común de las visitas, donde nos sentamos -ella,
con bastante esfuerzo- y, aprovechando que apenas había nadie, conversamos muy
juntos, para hacerlo en voz baja, durante más de una hora. Y, cuando ya le había
dicho por dos veces que me iba a marchar para no cansarla en exceso, apareció
por allí una preciosa enfermera, que resultó ser Coleen Mazurski, quien estaba
al quite por encargo del teniente. Fue Melissa quien la tranquilizó,
presentándome con una frase que me encantó:
-
Tranquila
Coleen; se trata de Bob Lindgren, el fiscal de mi caso, aunque la verdad es que
no lo parece en absoluto.
-
Si
queréis, os enseño mi carné profesional, repliqué en broma.
En fin, cuando en
efecto me retiré estaban a punto de empezar a repartir las cenas. Entretanto,
le había contado mi vida y milagros -obviamente, a mi manera-, resaltando mi
humilde procedencia campesina y el deseo de descubrir al canalla que se
había comportado con ella de ese modo, no muy distinto de como lo había hecho
otro tal con una de mis hermanas, años atrás. Sucedió entonces algo que
confirmaba definitivamente la mendacidad de Swindy: Melissa no rebatió mis palabras para hacer
a su chulo responsable de las heridas. Por lo demás, le remarqué una idea que
me pareció podía animarla a decir la verdad, aunque solo fuera para echarme una
mano con mi carrera:
-
Llevo
seis meses en la Fiscalía y es el primer caso importante que me han dejado
llevar. No hace falta que te diga lo importante que es para mí, incluso por
egoísmo, para pasarles por las narices a mis colegas que no soy un paleto
torpe, sino una persona competente y de fiar.
Al pasar ante la
sala de enfermería, estaba al acecho Coleen, que salió en cuanto me vio pasar.
También yo quería pedirle alguna información para actuar en consonancia en los
días siguientes:
-
Señor
Lindgren, me dijo, me alegro de que se esté portando así de bien con Melissa.
La pobre ya ha sufrido bastante, como para que vengan a sonsacarla sin otro
interés que el de apuntarse una condena, que a saber las consecuencias
desfavorables que puede tener para ella.
-
Coleen,
puedes llamarme Bob, contesté. Puedes estar tranquila en cuanto a lo que
recelas; pero no voy a cejar, aunque sea con paciencia y seguridad, en llevar a
juicio y a la cárcel al tipo que ha sido capaz de tratarla de esa forma y que,
a no dudar, puede repetirlo con otras víctimas. Tú, como hermana de un policía
y trabajando en un hospital, sabes perfectamente que esos delincuentes suelen
actuar en serie.
-
Lo
sé, concedió; pero esperad, por lo menos, a que se reponga del todo y abandone
el hospital. ¡Está tan sola!
-
De
lo de abandonar el hospital quería hablarte -aproveché-. Es probable que le den
el alta no tardando y la manden a su casa todavía en malas condiciones.
Infórmate sobre cuánto tiempo la van a tener aún aquí y con qué secuelas la van
a dar como caso terminado. Tengo permiso y financiación de la Fiscalía para
gestionar una prolongación de la asistencia médica de modo que, cuando termine
el tratamiento, Melissa esté en las mejores condiciones físicas y mentales.
-
¡Qué
bueno lo que me dices!, se felicitó Coleen; pero habrá de ser en una clínica
privada porque, lo que es aquí, tenemos un gran déficit de camas.
-
En
efecto, pero, por favor, no le adelantes todavía nada a ella, que tengo que
concretar todos los detalles.
-
Descuida.
-
Y
sigue vigilando que no se le acerque nadie, sin identificarlo y comprobar que
es persona de confianza. Una cosa es que ella sea libre de declarar lo que le
plazca, y otra que le metan el miedo en el cuerpo para que no identifique a su
agresor.
Coleen asintió y
me preguntó:
-
¿Tenéis
ya algún sospechoso?
-
Siempre
los hay, afirmé ambiguamente, pero, como Melissa no colabore, me temo que el
verdadero culpable se irá de rositas.
***
Los esfuerzos de
Scanlon y los suyos por hallar nexos de unión entre el joven Harris y la
agresión a Melissa obtenían ciertos resultados, pero tan menguados, que apenas
constituían sospechas, indefendibles ante un jurado. Un memorioso recepcionista
del Nordland recordaba el sorprendente hecho de que Dave Harris hubiese
pedido vez para telefonear desde las cabinas del hotel, en vez de usar su
móvil, como era lo habitual; pero solo recordaba que había sido en una tarde
de aquellas, sin poder asegurar que fuese la de los hechos, o alguna
inmediatamente anterior. Después de mucho preguntarle y mucho titubear, Bill
Neuhaus, el vigilante de la sucursal del banco Wells Fargo frente a la
casa de Melissa, admitió que, al acudir con su perro a los gritos de la víctima
y de los vecinos, había visto salir a toda velocidad un coche plateado, que
podía haber sido un BMW 525 como el que solía conducir Dave, pero no había
tenido tiempo de tomarle la matrícula. Por aquellas fechas, Swindy había
pagado imprevistamente algunas deudas de juego bastante cuantiosas, con un
dinero que bien podría ser el pago de su falsa auto inculpación. Total, morralla,
como decía Mac Bride, mientras no lográramos desenredar la madeja de la única
forma posible: con la declaración concluyente de Melissa, unida a la
identificación de Harris Junior como su indudable agresor.
La verdad es que
estaba logrando avances muy importantes en lo relativo a ganarme la confianza
de la chica, por no aludir a otros sentimientos más íntimos; y, contra lo que
mi jefe suponía, no era tanto por mi interés y prestancia, sino por algo que
ella no me confesó, pero sí a la enfermera Mazurski:
-
¿Sabes,
Coleen? Es la primera persona en mucho tiempo que me trata como si yo no fuera
una puta. Más aún, me considera y me respeta como si el hecho de serlo no le
importara en absoluto.
Lo que ya me gustó
menos -por lo inoportuno del momento- fue que Coleen agregase acto seguido, con
mucha intención:
-
Hay
personas a las que les va el morbo, y a lo mejor valoran en una pelandusca lo
que parecen no ver en una buena chica.
-
No
creas, le repliqué. Lo que pasa es que hay gente a la que no nos gusta mezclar
el trabajo con el placer.
Pero pasaban los
días y la amnesia de Melissa no cesaba. Coleen me advirtió de que iban a
darle el alta en el hospital, aunque su estado era aún bastante precario y no
habían hechos muchos progresos en volverle la anatomía de su zona vaginal a un
estado que le permitiera, no ya reanudar el ejercicio activo de su profesión,
sino incluso llevar una satisfactoria actividad sexual. Se lo comenté a Mac
Bride, al tiempo que le expuse mi punto de vista:
-
Verás,
Andrew, creo que Melissa no va a dar su brazo a torcer mientras no hagamos por
ella lo que parece lógico y mínimo: recomponerla a como estuvo antes y
garantizarle su seguridad frente a probables represalias. En resumen, cirugía
plástica fina y medios para cambiar de vida en otra ciudad, lo más alejada
posible de esta.
-
Por
de pronto, me respondió el Jefe, habrá que sacarla del Saint Mary y
llevarla a alguna clínica especializada, corriendo la Oficina con los gastos.
En cuanto a la protección, hasta que se celebre el juicio tendrá que
conformarse con quedar bajo vigilancia de la policía en algún lugar discreto.
Acabado el juicio y conseguida la condena que desean el Gobernador y el Fiscal
General, actuaremos en consecuencia.
-
De
acuerdo, concluí. Para robustecer mi imagen ante Melissa, permite que aparente
que soy yo quien corre con una parte de los gastos.
-
A
lo mejor va a ser algo más que una apariencia -rezongó Mac Bride-, como nos
tome el pelo y, a la postre, nos deje endeudados y sin declarar como lo
esperamos de ella.
5. La protección[18]
La cirugía
reparadora y plástica hizo maravillas, y en poco tiempo. Claro que su coste
también fue importante, tanto en dolores para Melissa, como en dólares para la
Fiscalía. Esto último perdió importancia cuando el Gobernador fue informado de
que el caso de la furcia de Green Bay -así lo denominaba-, no solo podía
darle cuantiosos votos de mujeres concienciadas, sino perjudicar directamente
la carrera de su antagonista, el republicano Rufus Carter, que estaba a partir
un piñón con Weakbeam Harris, que era uno de los mayores financiadores
de su carrera electoral. ¡Vía libre!, pues. Bob Lindgren lo presentaba ante la
paciente joven como un esfuerzo muy especial, tanto de la oficina del Fiscal
del Distrito, como de él mismo, para presionar con su ejemplo la conducta de su
jefe. Ni que decir tiene que Melissa, cada vez más prendida de las argucias y
encantos del joven fiscal, lo creía a pies juntillas y todo lo soportaba con
alegría, viendo -aunque solo fuese con el espéculo- cómo sus partes iban tomando
la forma y coloración normales, mientras su ánimo se fortalecía y hasta llegaba a hacer planes y ensueños, en
los que se imaginaba al lado de Bob, trabajando -como de adolescente deseó- en
un salón de belleza de la calle Barstow, en Eau Claire[19].
A fin de cuentas -se decía-, ¿qué se le ha perdido a Bob en Green Bay, que no
pueda encontrar en Eau Claire, incluida una buena Fiscalía de Distrito[20]?
Finalmente,
cayeron a tierra las murallas de Jericó. Envuelta en la atmósfera
impoluta de aquella clínica de campanillas rodeada de jardines, con un policía muy
servicial siempre a la puerta y un fiscal bondadoso y complaciente, Melissa dio
el paso previo, peligroso pero inevitable, para tomar el camino de su soñada
nueva vida. Claro que tenía experiencia y edad como para no hacer tonterías. Lo
primero era fijar unas condiciones razonables, que le diesen confianza y
seguridad. La verdad es que todo lo habría cambiado por un anillo de
compromiso, pero sabía que tenía que ser cauta y arriesgar: Si Bob sentía en su
fondo lo que aparentaba, que se lo dijera, sin chantajes ni insinuaciones por
parte de ella.
Aquella mañana
había caído la primera nevada fuerte de la temporada, lo que probablemente
implicaría que no pudiera pasar con su fiscal el buen rato de paseo y
charla entre los árboles. Se puso un poco mustia y aún más -¡quién lo habría
dicho!- cuando el Doctor Garfield le dijo que podía ir haciendo la maleta para marcharse
el fin de semana, pues nada justificaba ya su estancia en la clínica, aparte
las revisiones que habría de pasar en régimen ambulatorio o de consulta
externa. Comprendió que era el momento de realizar lo que venía pensando y
devolver a Bob algo de lo mucho que de él había recibido. Tomó del cajón de la
mesita de noche su libreta de notas y repasó lo que había escrito días atrás
cuando, desvelada, le dio por apuntar las condiciones inexorables que
pondría para el caso de recuperar su memoria y ayudar a que su amado
ganara el caso y recibiese los plácemes de sus superiores, lo que implicaría su
ascenso. Retocó algunas palabras, releyó en voz baja lo escrito y decidió que
esa misma tarde sería el momento para informar de todo a Bob. A ver cómo me
explico, de manera que no tenga motivos para molestarse, pensó.
Por supuesto, no
había razones objetivas para ofenderse por nada, supuesto que Bob ya estaba al
cabo de la calle de la impostura de la amnesia. Antes al contrario, le dio la razón
en haberse comportado así, hasta tener una plena confianza en que los fiscales
no la iban a dejar en la estacada. Melissa apuntaló su decisión:
-
Y,
aún así, habría mantenido silencio y dejado que Swindy jugase sus
cartas, a no ser por dos cosas que me han llegado al alma: La importancia que
tiene para ti este caso y el daño que pueda hacer a otras… compañeras de
profesión ese psicópata, mientras ande suelto.
En cuanto a las
condiciones que ponía para declarar y, en su caso, identificar al culpable,
eran dos, las cuales, en su opinión,
-
Supongo
que dependen de la fiscalía pero, principalmente, de ti: Quiero que lleves
personalmente mi caso hasta que el culpable acabe en la cárcel, y que me
consigas la mejor protección para testigos que puedas. No necesito dinero, pues
tengo algo ahorrado, pero sí que me apoyen hasta conseguir un empleo aceptable
fuera de esta ciudad y de su entorno. Si el Fiscal del Distrito aprueba esas
dos condiciones, de manera que tú halles sólida y suficiente, declararé cuanto
sucedió aquella noche y -lo que os será más importante- haré lo posible por
identificar a los sospechosos que me pongáis delante. Desde luego, ya te
adelanto que Swindy no fue y que, si se echó las culpas, fue a cambio de
una buena cantidad de dinero, según lo poco que él me reveló.
De las dos
condiciones de Melissa, Bob tenía respuesta para la segunda, pues lo había
hablado ya con Mac Bride:
-
…
Por de pronto, hasta que el juicio acabe, te guardaremos en algún lugar aislado
y seguro, bajo una vigilancia constante. Por supuesto, yo mismo controlaré la
operación y procuraré visitarte siempre que no sea comprometido para ti.
Pero, en cuanto a
lo de hacerse cargo del asunto hasta el final, el joven tenía sus reservas.
Siendo un caso tan importante para el Gobernador, en el que estaría acusado un
Harris, no creía que el Jefe se lo fuese a confiar a él. Así se lo adelantó a
Melissa, pero fue como darse contra una pared:
-
Pues,
si no eres tú, no quiero saber nada. Solo contigo tengo la seguridad de que
lucharás hasta el fin y que no me dejarás en la estacada, con acuerdos blandos,
ni nada semejante.
-
Mujer,
yo soy un novato y el asunto no va a ser fácil en absoluto…
-
Pues
que te ayuden y asesoren, pero exijo que seas tú quien dé la cara y decida en
todo momento.
-
Está
bien. Se lo haré saber a Mac Bride, a ver si traga, porque está muy ilusionado
con ser quien…
-
Ya:
quien se luzca, hasta que se cruce algún implicado importante o se acuerde de
que la víctima fue una prostituta, que se ha tirado mes y medio sin abrir la
boca.
Melissa estaba tan
seria y en sus puntos, que Bob decidió abreviar la visita. Se despidió hasta
dentro de dos días, para llevarle ya con seguridad la contestación del Jefe,
así como algunas fotos de sospechosos.
-
¿Tenéis
ya enfilado a alguno?, preguntó Melissa.
-
Hay
uno que parece bastante más probable que los demás, repuso Bob.
-
Tendrá
que ser un sujeto muy joven, delgado, alto, moreno, de voz bastante aguda, casi
de chica.
-
Para
haber sufrido de amnesia -bromeó Bob-, tienes una imagen bastante clara del
individuo aquel.
***
No le fue fácil a
Bob convencer a su Jefe para que le confiara un futuro juicio en el caso
Melissa. Como había supuesto, Mac Bride albergaba al respecto una doble
objeción: la bisoñez de su subordinado para un empeño tan importante y el deseo
de quedar bien él, tanto con sus electores, como con el Gobernador y su cuadrilla.
Lindgren le recordó que era una condición innegociable de Melissa y que
esta tenía las de ganar, dado que aún no había hecho declaración ninguna.
Contra su costumbre, Mac Bride optó por consultarlo con el Fiscal General,
intentando cubrirse para el caso de que las cosas saliesen mal; y, frente a lo
que él suponía, el Fiscal General puso buena cara al mal tiempo de que fuese
Bob el fiscal del juicio:
-
Supongo
-dijo- que el chico sabrá llevar un asunto, con la ayuda, incluso en sala, de tu
Oficina. Cualquier cosa, menos dejar de mano este asunto, con todo el barullo
que estamos montando en los medios de comunicación.
Así pues, el Jefe
dio su brazo a torcer, aunque por su gesto y su acento se le notaba muy poco
convencido. Bob quiso desdramatizar:
-
¿Quién
sabe, Andrew? Lo mismo Melissa no identifica a Dave Harris como su agresor… Por
cierto, ¿tendríamos una foto suya por ahí? No es cosa de dar un patinazo
montando una rueda de reconocimiento sin estar seguros.
-
Háblalo
con Scanlon y prepara con él todo lo relativo a la protección de Phedora. Y
tenme informado al minuto de cualquier novedad que se produzca; repito: de
cualquier novedad.
Dos días más
tarde, con la revista de los alumnos de Cofrin[21]
en la cartera, Bob fue a visitar a Melissa para explicarle la situación:
-
El
Jefe -le dijo Bob- consiente en que lleve yo el caso, con toda la ayuda que sea
precisa, dada la importancia del mismo. El teniente Scanlon preparará todo para
que no se te acerque ni una mosca: Ya sabes lo eficaz que es. Y ahora -agregó,
sacando la citada revista-, vamos a ver si cantamos bingo y damos con tu
agresor.
Le mostró el
folleto por las dos páginas en que figuraban las fotografías tipo carné de
todos los alumnos, con sus nombres al pie. Melissa echó un vistazo, le dio un
escalofrío y señaló con el dedo, sin vacilar, una de ellas:
-
Este
es -musitó-. No hay duda.
Bob comprobó quién
era el indicado: Dave N. Harris. Por el momento se abstuvo de hacer ningún
comentario. No quería que Melissa sintiera aún más miedo, o hiciera preguntas
acerca de cómo habían dado tan pronto con el sospechoso acertado. Solo le hizo
la deducción inevitable:
-
Bien,
ahora estamos en condiciones de que declares todo cuanto recuerdes.
Seguidamente, basándonos en las pruebas que ya tenemos, detendremos a ese tipo
y lo someteremos a una rueda de identificación. Luego, en cuanto hayas tenido
que dar la cara ante él, tomaremos todas las medidas de seguridad necesarias…
Pero, por ahora, esperemos a que te den el alta en la clínica y te encuentres
con ánimos. La cosa no es como para demorarla, pero tampoco vamos a actuar con
prisa y sin respeto por tu estado anímico.
-
Querido
Bob -contestó Melissa-, mi decisión está tomada y, si sigues junto a mí y me
ayudas como hasta ahora, no dudo de que podré recorrer todo el camino, hasta el
final.
***
Nada más salir de
la clínica del Doctor Garfield, Melissa fue conducida a su casa de la Avenida
Glendale para que recogiera lo más personal o necesario y dejase la vivienda
debidamente asegurada. Luego, siempre bajo el control del teniente Scanlon, se
trasladó en el coche de la Policía hasta un pintoresco motel de cabañas,
llamado Western Lake, a orillas del lago Michigan, situado en New
Franken, a unas seis millas del Palacio de Justicia. Allí la estaba esperando
Bob, en compañía de otro individuo, como de cincuenta años, con gesto
inexpresivo y bien trajeado, a quien aquel presentó:
-
Melissa,
este es el Fiscal del Distrito, Andrew Mac Bride, que quiere conocerte y ser
personalmente él quien te tome la declaración que servirá de denuncia para
detener a Dave Harris y someterlo a la diligencia de reconocimiento.
El mismo Bob se
puso al teclado de un ordenador portátil y sirvió de mecanógrafo, mientras su
Jefe iba dirigiendo el interrogatorio y Melissa contestaba al mismo con todo
detalle y precisión. Scanlon, entre tanto, había puesto en marcha un diminuto
magnetofón, para recoger cuanto se dijese, salvo en los momentos en que Mac
Bride ordenaba parar la grabación. Era, sobre todo, cuando el Fiscal sugería a
Melissa que aportara detalles que pudieran ser más significativos de la autoría
de Dave. Ella puso mala cara, pero Mac Bride insistió:
-
Hasta
que usted lo identifique, conviene que nos dé algunos datos que centren en él
las sospechas. Será solo con carácter provisional, con el creo o el me
parece por delante. Eso no la comprometerá, ni tendrá por qué mantenerlo en
el juicio, si no es necesario. Además, hay cosas -como el color o la marca del
coche del agresor- que ya están corroboradas por otros testigos.
La chica condescendió,
hasta que el Jefe pretendió que recordase que el agresor llevaba una
placa dorada, de forma rectangular, prendida de la solapa de la chaqueta.
Melissa se negó, pese a todas las explicaciones que le dieron sobre ella y
acerca de dónde la habían encontrado.
-
Lo
más que diré -aseguró- es que soy muy escrupulosa con la limpieza, por lo que,
si ustedes la encontraron en mi apartamento, es casi seguro que se le habría
caído a quien fuese el mismo día en que me lesionaron; tanto más, si es
un objeto brillante y de cierto tamaño.
-
Está
bien -concedió Mac Bride-. Teniente, ¿recuerda si hizo constar en el atestado
que la phi beta kappa estaba escondida junto a una pata de la cama, o a
la vista?
Scanlon sonrió.
Parecía mentira que se le preguntara eso a un detective con diez años de
ejercicio:
-
Se
hizo constar la recogida de la medalla y que estaba junto a la cama.
En Fiscal le
devolvió la sonrisa:
-
No
esperaba menos de usted, afirmó.
Terminaron la
diligencia en poco más de una hora. Mac Bride se despidió el primero, rogando a
Melissa que mantuviera el ánimo y fiara plenamente en la labor de la Fiscalía,
empezando por Bob, que tanto interés estaba poniendo en este caso. Scanlon
ofreció a Bob y Melissa todos los detalles de la vigilancia y de la conducta
que esta debería observar para su seguridad. Al acabar, se ofreció a llevar de
vuelta a Bob hasta Green Bay. El joven no aceptó el ofrecimiento:
-
Gracias,
dijo. Me quedo para ayudar a la señorita Warner a instalarse y voy a dar una
vuelta por el motel y sus alrededores, para hacerme una idea del sitio.
Cuando se quedaron
solos, Melissa se dejó caer en un sofá y sopló con fuerza:
-
¡Uf!,
ese Jefe tuyo es implacable. No ha esperado ni a que deshiciese las maletas y
me aseara un poco.
-
Él
es así y, además, teníamos esta mañana junta de fiscales para tratar de los
principales casos de la semana. Seguro que algo se comentará de este asunto.
-
¿Tan
importante es?, inquirió Melissa, con un retintín de duda. Para quien no me
conozca, no pasa de ser una paliza dada a una furcia en su ejercicio
profesional.
-
No
seas tan negativa, replicó Bob. Ha tenido cierta cabida en la televisión y en
los periódicos, y ya ves que la Fiscalía está tomándolo muy en serio.
-
Mucho
me temo, Bob, que ahora es cuando se va a armar revuelo: al enterarse de que se
detiene al hijo de un tipo importante. ¡Ojalá no tenga que pasar ahora por
peores momentos que los del hospital y en la clínica!
Bob le pasó un
brazo por los hombros y posó los labios en sus cabellos:
-
Anda,
Lissie, haz ahora lo que no te dejó Mac Bride hace un rato. Te ayudaré;
comeremos juntos y pasearemos un rato por los alrededores.
Melissa,
agradablemente sorprendida por el diminutivo empleado por Bob, contestó:
-
Eres
lo único que me lleva a correr estos riesgos. Si me fallases, no sé lo que
haría.
Algo nervioso por esas
últimas palabras, Bob se levantó y fue a mirar por la ventana.
-
Tal
vez haya demasiada nieve para dar un largo paseo -dijo a Melissa-. No sé tú,
pero yo no he traído calzado adecuado.
Hospital Saint Mary de Green Bay
(postal antigua)
6. Una mujer acosada[22]
Afortunadamente,
debían de tener ya todo preparado cuando me tomaron la declaración a que se ha
referido el narrador del capítulo precedente. Lo digo porque, apenas tres o
cuatro días más tarde, apareció por el motel el teniente Scanlon y me dijo:
-
Prepárate,
Melissa, que hoy mismo por la tarde tendrás que ir a la Central para
identificar al sospechoso.
Me quedé
sorprendida de que fuera el teniente quien me viniese con la noticia. No hacía
sino alargar la ausencia de Bob quien, después de aquella tarde nivosa que
pasamos juntos, no había vuelto a visitarme, aunque fuese por un motivo
plausible:
-
No
es habitual -me dijo por teléfono- que el fiscal de un caso esté en contacto
frecuente con la víctima, a fin de evitar las suspicacias de la defensa.
Además, para mi tranquilidad, Mac Bride no quiere que se sepa de antemano que
soy yo quien va a ejercer la acusación en el juicio. Por esa razón, también es
probable que sea otro compañero quien dé la cara en el reconocimiento en rueda.
Bien, lo
comprendía, pero no por ello dejaba de sentirme sola y de dolerme la
perspectiva de pasar sin verlo, o casi, las semanas que faltasen hasta la
sentencia. Y luego, aquellas cabañas perdidas en medio de la nada, con el invierno
a la puerta y un policía de guardia que no me dejaba salir hasta la pequeña
cafetería del motel, aunque solo fuese para ver otras caras que la suya y las
de los compañeros que lo relevaban cada ocho horas. En fin, haciendo de tripas
corazón, al ver que Scanlon se disponía a marchar sin más explicaciones, le
fije:
-
¡Eh,
teniente, pare el carro! Cuénteme, por lo menos, qué tal ha ido la detención
del tal Dave y qué confesó, si es que ha reconocido, al menos, que estuvo
conmigo esa noche.
-
Poco
hay que relatar, repuso Scanlon, con su laconismo habitual. Detuvimos a Harris
en casa de su padre, que se indignó como podrás suponer. Se le tomaron
inmediatamente las huellas, para confrontarlas con el montón de ellas que
recogimos de tu apartamento. Pese a que es seguro que su abuelo le habría
contado lo de la medalla de la Sociedad, se empeñó en negar que hubiese estado
nunca contigo. Fue un error por su parte, seguro que provocado por entender que
a su abuelo le había entregado el Fiscal la placa original. Cuando le enseñamos
la auténtica con huellas identificativas, el abogado se puso hecho un
basilisco: que si aquello era una jugada sucia; que cómo iba a saberse cuál era
la original… En fin, el hecho es que, rectificando sobre la marcha, reconoció
que había visitado tu casa una vez, pero uno o dos días antes del de autos.
-
¿No
salió a relucir la falsa confesión de Swindy?
-
No,
el abogado es demasiado hábil para caer en ese error: ¿En base a qué iban a
saber que un tipo había cargado con el mochuelo, si no ha transcendido a los
medios ni a nadie, fuera de nosotros? Habría sido tanto como admitir que son
los Harris los que están presionando o han comprado a tu chulo para que se auto
inculpe.
-
Ya
veo. ¿Y qué pasa con las huellas?
-
Una
vez que Dave ha reconocido que estuvo contigo, tiene explicación para el caso
de que algunas de las recogidas sean suyas, como las habrá de un montón de
otros clientes. Las únicas un poco útiles son las de la medalla aunque, como
resulte que las hay de otros individuos distintos, es capaz de recordar
que se la robaron días antes, o que se la prestó a un compañero para que la
luciera. En fin, pronto lo sabremos, si es que no tiene ya Lindgren el
resultado del análisis.
-
Bueno
-concluí-, comeré ligero, me tomaré un tranquilizante y estaré preparada para
cuando vengáis por mí.
-
No
te pases con las pastillas -me aconsejó-. Tan malo como estar nerviosa es no
actuar con firmeza y convicción. Y vas a estar entre amigos, no lo dudes.
***
Es posible que me
encontrase aquella tarde entre amigos, pero también había de los otros.
Tan pronto hice con total seguridad la identificación de Dave -pese al cuidado que
había puesto en cambiar de peinado y dejarse una barbita-, quien me dijeron que
era su defensor empezó a meterse conmigo y a poner en duda la fiabilidad de mujeres
como esta -dijo- que no suelen prestar ninguna atención a sus clientes
y, con frecuencia, están bebidas o drogadas. Antes de que interviniese
nadie para protegerme, le repliqué con total frialdad que muy entendido
parecía ser en las prácticas de las mujeres a las que se refería, que si
hablaba por experiencia propia. El tipo quedó cortado y todavía le espeté: Porque,
si se ha entendido alguna vez conmigo, tiene razón: no me acuerdo de
usted en absoluto. Se armó un guirigay, que cortaron entre Scanlon y el
fiscal que estaba dando la cara -como me había advertido Bob-, no sin
que el letrado farfullara no sé qué acerca de que no se iba a dejar insultar
por una puta. La cosa quedó así, por el momento. Quedó constancia de que yo
había identificado sin duda a Dave Harris como mi agresor y se levantó la
sesión. Salieron Harris -detenido, entre dos agentes- y su comitiva y entonces
se me acercó Bob, que había estado presenciando la diligencia en la parte
trasera de la sala.
-
Vaya
repaso que le ha dado esta señorita al gran Devy[23],
le dijo a Bob su colega, entre risas. En adelante, ya sabrá con quién se juega
los cuartos.
-
Se
lo tenía merecido -contestó Bob, mirando hacia mí-, pero no conviene entrar al
trapo de sus provocaciones. En lo sucesivo, señorita Warner, deje que seamos
nosotros quienes le cortemos. De otro modo, aprovechará sus réplicas para presentarla
como una mujer excitable y de mala educación.
-
¡Pues
anda que él! ¿O es que a los abogados se les tolera todo?, pregunté bastante
enfadada.
-
Algo
de eso hay -terció Scanlon-, sobre todo cuando son como Bart Cannon.
-
¿Qué
pasa?, insistí. ¿Es que hace honor a su apellido?[24]
-
Bienvenida
a los ambientes y a las actuaciones penales, querida. Esto es el pan nuestro de
cada día, afirmó Bob.
Al rato, tras
invitarme a un pésimo café, los policías me devolvieron al motel. Bob tuvo la
gentileza de acompañarnos, en el mismo vehículo. En el camino me fue
explicando:
-
Pasado
mañana, a primera hora, llevarán al detenido ante el Juez, para celebrar la
audiencia preliminar, en la que se decidirá sobre el futuro juicio -no me cabe
duda de que lo habrá- y acerca de la situación personal del inculpado hasta ese
momento.
-
¿Tendré
que asistir yo?
-
No
es indispensable, pero lo veo aconsejable para que des la réplica a Swindy
en caso de que se proponga su declaración por Cannon. En todo caso, será una
vista corta y ya no habrá lugar a groserías y exabruptos como hoy.
-
¿Se
sabe ya quién será el juez?, intervino Scanlon. Lo digo para que Melissa sepa a
qué atenerse respecto de lo de la cortesía forense, añadió con ironía.
-
Malcolm
Ruby, contestó Bob.
-
En
ese caso, dedujo Scanlon, podrá haber de todo, menos salidas de tono.
Bob no hizo
comentarios y concluyó su exposición:
-
En
cuanto a las huellas en la placa, hay buenas noticias. No han encontrado otras
que las de Dave Harris; de modo que Devy no podrá salirnos con robos o
préstamos.
Llegamos al motel
cuando estaba anocheciendo. Miré interrogante a Bob, como pidiéndole que se
quedara. Él lo captó:
-
Volved
sin mí, dijo a Scanlon. Me voy a quedar un rato para preparar con Melissa su
intervención de pasado mañana. ¿Puedes mandarme un coche para dentro de una
hora?
-
Sin
problemas. Por cierto, ayer me encontré en el Meyer[25]
con Coleen Mazurski y me preguntó si podría visitar a Melissa, ahora que ya
está bien de salud.
Bob me hizo una
seña interrogativa. Contesté:
-
Encantada,
pero prefiero que sea cuando hayan pasado estos tragos preliminares. Si
el juicio, como se vaticina, va a tardar en señalarse unas cuantas semanas,
tendré tiempo para dar y tomar. Será el momento de recibir visitas, con permiso
de mis carceleros.
***
Entre la preparación que para el acto me
había procurado Bob y la experiencia que había sacado de la diligencia
anterior, la audiencia preliminar me afectó mucho menos de lo que había temido.
Como es natural, Dave Harris se declaró inocente de los hechos denunciados y su
abogado hizo de Swindy el centro de atención de la vista. El
fiscal actuante era el que ya había estado al frente de la diligencia de
reconocimiento, y no tuvo que pelear mucho para evidenciar lo poco que podía
haber ganado mi chulo dejándome incapacitada para trabajar para los
restos, y lo mucho que había mejorado su patrimonio en las fechas siguientes a
hacerse responsable de los hechos. Bob, al lado de su compañero más veterano,
le pasó alguna nota y le susurró algo durante el interrogatorio, pero seguía
sin dar señales de que habría de ser el fiscal que llevase el juicio. El
defensor, con evidente astucia, no me propuso como testigo, esperando la iniciativa
de la Fiscalía y, en consecuencia, que fuese él el último en preguntar. Mi
testimonio insistió en que Swindy siempre me había tratado correctamente
y en que todo el dinero que había en el apartamento había sido hallado por la
Policía donde yo lo había dejado. Por supuesto, afirmé que no tenía dudas sobre
la identidad de Dave Harris, aunque era la primera vez que lo recibía como
cliente, previa concertación por vía telefónica. El fiscal sacó a relucir lo de
la placa phi beta kappa, que yo manifesté no haber visto aquella noche,
pero que era normal que pudiese habérsele caído al quitarse la ropa;
considerando muy improbable que estuviera allí de días anteriores, pues tenía
una señora que limpiaba muy a conciencia el piso a la mañana siguiente de los
días en que lo utilizaba para mis servicios, lo que no hacía más de tres días a
la semana, salvo excepciones.
Cuando le tocó
repreguntar a Cannon, trató de ridiculizar mi visión seráfica -dijo- de Swindy,
quien seguro que era tan violento y posesivo como todos los rufianes. Yo le
contesté que eso era tan poca verdad, como decir que todas las prostitutas
estaban en la misma situación de penuria y dependencia, o que estaban
dispuestas a aguantar todo lo que quisieran hacer con ellas. No sé si acertaría,
pero me dijo Bob después que le había caído bien al juez, cuando demostré
cierto orgullo en presentarme como una profesional que había logrado colocarme
a buen nivel y no tenía por qué aguantar a un chulo que, en vez de protegerme
por un precio, me maltratara.
-
No
lo habría consentido, ni por situación, ni por carácter, contesté a Devy. Y
Swindy lo sabía perfectamente. Como sabía que tenía en el apartamento un
revólver y sabía cómo usarlo.
-
Revólver
que, sin embargo, no empleó contra mi cliente que, según usted, fue su agresor,
replicó el abogado.
-
Porque
fue tan astuto como para no empezar la violencia hasta tenerme a su merced en
la cama. Tenga en cuenta que guardaba el
arma en una cómoda, a los pies del lecho. No me parecía educado atender a mis
clientes con un Smith&Wesson encima de la mesilla o debajo de la
almohada.
El defensor torció
el gesto pero no respondió a mi ironía. De hecho, no me formuló más preguntas.
La cosa terminó
con la inculpación de Dave Harris, a quien el juez señaló una fianza de veinte
mil dólares para quedar en libertad hasta el momento del juicio, cuyo comienzo
se señaló para mes y medio después.
***
La entrada
decidida del tiempo invernal acabó por hacerme perder los nervios, metida en
aquella cabaña, perdida en medio de la nieve, sin otra compañía que el policía
de guardia al otro lado de la puerta. Meterme en aquel suburbio podría haber
sido una gran idea para el buen tiempo, con sus bosquecillos de hayas y abetos,
y el agua del Michigan remedando el oleaje del mar; pero ahora, la nieve y el
viento, que aullaba desde el lago, me provocaban una angustia infinita y una
sensación claustrofóbica, que comparaba con mi situación presente, de la que
por mí sola no podía salir, pues dependía de toda una caterva de fiscales,
policías o abogados que, salvo Bob, no tenían otro interés que el de su
conveniencia. Y, por si fuera poco, tenía prohibido dejarme ver ni hablar con
nadie, una prohibición tanto más perentoria ahora, que estaba señalado el
juicio. Bob seguía con su persistente ausencia, para provocar en la otra parte
una confusión, que cada vez me parecía con menos sentido. Coleen, que me había
alegrado una tarde con su cháchara, se disculpaba ahora con las dificultades de
conducir cada vez con menos luz solar y más nieve y hielo. Y, por si fuera poco
todo esto, sucedió lo que siempre temen quienes denuncian a gente importante o
peligrosa: Empezaron a acosarme.
A pesar de los
consejos de Scanlon, no había jubilado mi viejo móvil, de cuya agenda no quería
desprenderme, ni cerrar el acceso de las pocas personas con quienes mantenía
una cercana relación, al menos, telefónica. Así que acepté el nuevo teléfono
que me facilitó la Policía, con toda clase de conexiones directas con ellos,
pero conservé a hurtadillas el antiguo, como testigo de mi vida e independencia
pasadas. Y así fue como pudo comunicar conmigo Swindy quien hasta
entonces había mantenido un respetuoso silencio, desde que Scanlon lo echó del
hospital de Saint Mary. El bueno de Phil empezó haciéndome la rosca:
cómo me encontraba de salud; lo bien que me había encontrado el día de la
vista; las ganas que tenía de tomarse una cerveza conmigo; la posibilidad de
reanudar nuestra amistad cuando pasara todo esto. Yo estaba tan aburrida
y triste, que le dejé hablar, contestando con poco más que monosílabos.
Seguidamente, pasó
a llorarme sus desgracias presentes: lo poco que le había durado el dinero que
le habían dado por lo que tú ya te imaginas, que se le fue todo en pagar
deudas pasadas; el daño que yo le había hecho desmintiendo su versión de los
hechos, lo que podría llevarle a una condena por perjurio y a hacerle perder el
favor de quienes estaban detrás de todo esto… En fin, luego fue al
grano:
-
Hay
gente rica y con mucho poder. Y están dispuestos a todo, bueno y malo, para salirse
con la suya. En su nombre, estoy en condiciones de ofrecerte muchísimo
dinero, si te vuelves atrás de la identificación. No haría falta más que decir
que tienes dudas, que fuiste influenciada por el hallazgo de esa maldita placa
en el dormitorio por la Policía. Fíjate que será mucho dinero: de sobra para
montar ese negocio de belleza del que algunas veces me hablaste. Y así, de
paso, te quitas de toda clase de posibles represalias, y a mí también, que me
echan en cara haber cobrado por nada y, si tú insistes en acusar al chico,
me van a sacar del cuerpo el dinero que me dieron.
En otras
circunstancias, haría rato que hubiera cortado la llamada, pero la soledad y el
temor avivaron mi deseo de dejar hacer al cerebro y no al corazón. Le contesté:
-
No
te digo que sí, ni que no. Me lo voy a pensar y díselo así a tus amigos.
Pero necesito que me des algunos detalles. No tengas miedo, que solo sé yo de la
existencia de este teléfono.
Swindy
vacilaba, pero yo insistí:
-
Es
la única forma que tenemos de hablar. No pretenderás que quedemos en la
comisaría para ponernos de acuerdo.
-
Está
bien, aceptó. Supongo que podrás negociar la cantidad, pero yo diría que
podrías sacar un cuarto de millón.
-
Puedes
dejarles caer que, si me presto a librar al niñato de la cárcel, no será por
menos de un millón. No saben ellos los dolores por los que he pasado y lo que
me queda por sufrir… y por pagar a los médicos.
-
Mucho
me parece, Melissa, pero así se lo diré.
-
A
partir de ahora, no quiero intermediarios. Que me manden un mensaje a este
teléfono con un número directo al que pueda llamarlos.
-
Ya
veo que no quieres que yo intervenga… En fin, sabes lo que me alegra que entres
en razón y, con el dinero que te den, puedas abandonar una profesión tan dura y
peligrosa.
-
Eso
será si no me vuelvo tan manirrota como tú… Bien, ya sabes lo que tienes que
decirles: Que me dejen tranquila para que lo piense y que, en cualquier caso,
menos de un millón, nada. Cuando me decida, seré yo quien llame al número que
me indiquen mediante mensaje de texto a mi teléfono.
Al rato de colgar,
tonta de mí, me entró una llorera, como no recordaba desde mis tiempos de
colegiala; no por dolor físico, sino por lo que mi anterior actitud al teléfono
suponía de desconfianza y de infidelidad hacia Bob. Él se estaba desviviendo
por hacerme justicia, como víctima y como mujer, y yo le pagaba trapicheando a
sus espaldas para salir de aquella situación sin moral y con dinero, como lo
venía haciendo desde que era Phedora. Apagué la luz y, poco a poco, me
fui haciendo con el control de mis sentimientos; la mente empezó a trabajar,
buscando salidas honrosas. A fin de cuentas, no me había comprometido a nada y
hasta, si se terciaba, podía vender a Swindy y a los Harris,
contando a Bob la llamada. La cosa era lo suficientemente compleja, como para
no echarla a rodar, ni por un mal entendido egoísmo, ni por amor a quien aún no
había dado ningún paso decidido para mostrar que compartía mi sentimiento.
Tenía que sopesar…
Una enérgica
llamada a la puerta con los nudillos cortó de raíz mis lucubraciones:
-
¡Señorita
Warner -exclamó el policía de guardia-, aquí tiene usted la cena!
7. La venganza
La conclusión de
mis reflexiones corrió pareja con mis deseos. No quería seguir ni un minuto más
en aquel motel que, entre la nieve y las orillas heladas del lago, parecía
sacado de una novela de espectros. Y, por otra parte, quería probar hasta dónde
llegaba el afecto de Bob por quien, desde que salió de la clínica, se había
convertido para él en una chica a la que llamar por teléfono y moverle los
hilos para que se comportase a la medida de sus conveniencias. De modo que, sin
haberle dicho nada de la conversación con Swindy, le solté en cuanto lo
tuve al otro lado del aparato:
-
No
resisto ni un día más aquí; cuanto menos un mes y pico que falta para empezar
el juicio. Me vuelvo a mi casa de Howard[26]
y pienso hacer vida normal. Si queréis seguir con la vigilancia, la hacéis como
a una persona que va y viene, como todo el mundo.
Debí de hablarle
con mucha seriedad y decisión, porque contestó: Tranquilízate, por favor,
que en un momento voy para allá.
Había tal cantidad
de nieve que, entre el aparcamiento y mi cabaña, se empapó de rodillas para
abajo. Fue un buen principio para convencerle de que aquello no era habitable
durante semanas, por muy celoso que se fuese de la propia seguridad. Pero mi
sugerencia de volver a casa también la descartó totalmente:
-
Esa gente ya
te conoce y sabe dónde vives. Tendríamos que multiplicar los policías de
guardia fija con otros que te siguieran dondequiera que fueses. Hay que pensar
en otra solución.
-
Procedo
de Eau Claire y tengo conocidos allí. Me podéis llevar de incógnito en un coche;
malo será que vayan a dar conmigo en tan poco tiempo…
-
En
cuanto huelan que no andas por aquí cerca, los Harris harán por
encontrarte. ¿Cuánto te crees que tardarían un par de detectives privados en
dar contigo en la ciudad en que naciste, que además es bien pequeña?
-
Pues
mandadme a Los Ángeles -bromeé-, que es muy grande y no suele haber nieve, ni
siquiera en este tiempo. O a Miami.
-
Dame
veinticuatro horas para encontrar una solución satisfactoria para todos. No te
pido más.
Comprendí que Bob
no dejaba de ser un fiscal ayudante recién ingresado, al que seguramente venía
grande el papel protagonista en que lo había metido. Seguramente, consultaría
con su Jefe y con Scanlon, antes de proponerme un cambio. Por otra parte, tenía
razón en lo tocante a los Harris. Quienes eran capaces de ofrecer un cuarto
millón por evitar la cárcel, también podían pagar cien mil, o lo que fuera,
para que un pistolero acabase con la causa de sus problemas.
La solución que se
me ofreció al día siguiente tuvo suspense. Bob y el sargento Douglas
aparecieron temprano, sin avisar. El fiscal, con una sonrisa de pillería, me
dijo:
-
Empaqueta
tus cosas, que nos vamos.
-
¿Así
como así?, pregunté, por rutina.
-
Así
como así.
Con cierta
dificultad, pese a las cadenas puestas, el vehículo policial embocó hacia la
ciudad, entrando por la autopista 43, hasta el cruce con Main Street. Poco más
allá de la salida, en el barrio de Bellevue, bordeó el parque de Willow
Creek y se detuvo ante una edificación de tres plantas en cuadro, cerrada
sobre sí misma, salvo las entradas en el centro y los extremos de los lados.
Bob hizo al conductor las oportunas indicaciones y accedimos al interior,
ocupado en su mayor parte por un patio ajardinado, con parterres, árboles de
pequeño porte y pérgolas, todo ello poco lucido, al estar deshojado y cubierto
de nieve. Dos fuentes con estanque completaban aquel pequeño parque privado, del
que numerosos bancos permitirían disfrutar en el buen tiempo.
Mientras el
vehículo se alejaba con los policías, Bob me ayudó a transportar mis dos
maletas hasta el porche, yendo seguidamente a buscar al conserje de aquella
zona del condominio. Al poco, llegó acompañado de un hombre uniformado, de
mediana edad, membrudo, con el pelo casi rapado, a quien me presentó como Dan
Kindle, el portero, y, a la recíproca, le hizo saber que yo era la señorita
Warner, de quien ya le había hablado. Seguidamente, subimos en el
ascensor hasta un tercer piso, que resultó ser un ático, amueblado y minúsculo,
cuyo mayor atractivo era su amplia terraza con vistas al jardín interior de la
urbanización. El Señor Kindle se retiró tras entregarme las llaves del piso y
ofrecerse para cuanto pudiera necesitar, facilitándome para ello el número de
su móvil.
Cuando nos
quedamos solos, me encaré con Bob y le dije de forma airada:
-
Así
que esta es mi nueva prisión… No está mal, pero -como ya te he dicho- prefiero
mi casa, que es más amplia y estoy habituada a su entorno.
Bob sonrió, con
cara de tener un comodín entre sus cartas:
-
Te
comprendo, pero es que este apartamento tiene una ventaja especial: Cuando te
sientas agobiada o sola, no tienes más que ir dos pisos más abajo, que es donde
vive el fiscal ayudante, Robert Lindgren.
Debió de verme tal
cara de extrañeza, que me ofreció toda clase de explicaciones: Que así no me
encontraría tan sola; que no sería precisa una vigilancia tan férrea, habida
cuenta de que el conserje era un policía retirado por enfermedad, que no me
perdería de vista; que era una urbanización muy tranquila, que contaba con
vigilancia privada… A la cuarta o quinta ventaja, decidí cortar la enumeración:
-
No
sigas. Ya me figuro que buscas lo mejor para mí y te agradezco que me hayas
elegido por vecina, pero, con todo y eso, me sentiré enjaulada, si no puedo
salir a hacer ejercicio, comprar y lo que me apetezca. No siendo conveniente
por el momento que nos vean juntos, supongo que no podré contar contigo para
acompañarme en esos menesteres.
-
En
los bajos de estos edificios hay numerosos comercios completamente seguros, y
hasta un pequeño centro comercial. Y, para los vecinos, tenemos una piscina y
un gimnasio, a los que igualmente puedes ir sola. En un mes y con el mal tiempo
que hace, verás cómo no sientes necesidad de mayores escapadas.
-
¿Podré
recibir algunas visitas? Por lo menos, las de Coleen Mazurski, que conoce bien
mi problema y tiene un trato muy agradable.
-
Siendo
alguien de tanta confianza, no creo que haya objeciones, pero espera a que
hable con el teniente Scanlon, que conoce a ella y a su hermano policía mucho
mejor que yo.
Nos quedamos
mirándonos de pie, como dos pasmarotes, sin saber qué más decirnos. Tenía que
romper como fuera aquella situación tan impersonal:
-
¿No
me vas a enseñar la casa del fiscal Lindgren?, pregunté.
Bob se echó a
reír:
-
Espero
que la asistenta haya terminado de limpiar, contestó. No sabes bien lo
desordenado que es ese sueco[27].
Palacio de Justicia de Green Bay
(hall y cúpula)
***
No sé si lo que
pasó fue lo previsto por Bob desde un principio, ni si mi desdén inicial por el
nuevo alojamiento fue fruto de una aprensión ante probables y funestas
consecuencias. Es más, visto con la reflexión que permite el tiempo pasado, no
me explico cómo consintieron a Bob que me alojara por más de un mes a treinta y
dos escalones de su casa. Sería que no habían escuchado, como yo, a mi madre
recitar un viejo dicho eclesiástico: Even between nuns and monks, doors must
be under keys and locks[28].
Quiero decir que, si la pretensión fue armonizar mi seguridad con el
placer, estaba bien claro desde un principio que este habría de triunfar sobre
aquella, pese a todas las advertencias, expresas o tácitas, que se nos hiciesen
al respecto.
Y no era la menor
coincidencia la de que, por el trabajo de Bob y la conveniencia de hurtar
nuestros encuentros a la atención de testigos, yo me deslizara escaleras abajo
hasta su casa, sin encender la luz, cuando recibía la confirmación telefónica
de que él se encontraba allí, presto a recibirme. En contadas ocasiones sucedía
lo contrario: Bob subía a mi mazmorra -según mi expresión-, cuando tenía
algo urgente que contarme del exterior, o yo ejercitaba mis mediocres
cualidades de cocinera, preparando algún plato caliente, alternativa a sus
inevitables tortillas francesas y a los emparedados de jamón cocido y queso.
Para mí era más grato desenvolverme en la amplitud de su piso que en las
estrecheces de mi desván, cuyo único atractivo, la terraza, nos vedaban
el frío y la nieve.
Yo bien creía que
la relativa prudencia de Bob se debía a la conveniencia de que casi nadie
supiera de mi paradero, pero una de las primeras noches, mientras escuchábamos
canciones de Creedence[29]
y, como de costumbre, estábamos muy juntos, procurando hablar lo más bajo
posible, Bob me aclaró otro motivo importante para disimular nuestros
encuentros:
-
Aunque
no esté expresamente prohibido por la ley, sí que lo está por la deontología
profesional el que un acusador confraternice antes del juicio con una
víctima o con sus testigos. Si tal cosa se supiese, podría dar al traste con el
trabajo en un caso… y con la reputación del fiscal.
-
Entonces,
¿no sería mejor que no nos viésemos hasta que acabe todo?, pregunté, en buena
lógica.
-
He
dicho si se supiese; pero ¿quién demonios va a saber nada, mientras nos
estemos aquí calladitos, portándonos como niños buenos?
Quizá tenía razón.
La dificultad era seguir con tan pura conducta, tratándose de dos adultos, cada
vez más unidos y encariñados. Me sabe mal andar dando detalles íntimos a
quienes, aunque con la mejor voluntad, lean estas páginas para entretenerse, o
escudriñar en vidas ajenas. Baste, pues, con decir que pasó lo que tenía que
pasar. Bob y yo nos convertimos en amantes, aunque fuese por un mínimo
periodo. Por unos días maravillosos, vi abrirse ante mí la realidad de esa vida
nueva que había soñado en la gélida soledad de la cabaña junto al lago. Es muy
posible que mi entrega total a un sentimiento tan nuevo y absorbente no fuese
compartida por él, pero no podía pretender que su embriaguez amorosa corriera
pareja con la mía: A fin de cuentas, Bob no salía del infierno de la entrega
anónima y por dinero, ni sentía en sus carnes la punzante sensación de tener en
vilo la seguridad y quien sabe si la misma vida.
Aquellos días
inolvidables -pálido y concentrado trasunto de la existencia hogareña, de la que
nunca llegaría a disfrutar- acabaron bien pronto y de manera abrupta, de la
mano inocente y amiga de quien menos lo habría podido esperar; de la persona
cuya visita aguardaba impaciente, mi enfermera y amiga, Coleen Mazurski.
Tardaron en darle
permiso para venir a verme, pero al fin pudimos reunirnos en la mazmorra,
hasta donde la había llevado su hermano policía para que no se perdiera por
el camino -me comentó entre risas-, operación que repetiría cuando Coleen
lo avisase por el móvil de que la visita iba tocando a su fin. Precisamente, en
torno a su hermano, se gestó la noticia que mejor habría sido que nunca me
hubiese revelado:
-
Tienes
que cuidarte mucho, querida -me confió-, pues te has convertido en el tesoro
de Wisconsin.
-
No
te entiendo, Coleen. ¿Qué tengo yo que ver con los Dells[30].
-
Con
los Dells, no. Más bien con el Capitolio de Madison[31].
-
Como
no te expliques…
Y ¡vaya si se
explicó!, con el conocimiento que le daba cuanto en la Policía se hablaba sobre
mí: Que era la mayor esperanza del Gobernador Donovan para ganar las próximas
elecciones y que, en consecuencia, la Fiscalía y el Departamento de Policía de
Green Bay me estaban guardando como oro en paño, a fin de que un juicio con
severa condena del agresor de una mujer vulnerable colocara a las de su
sexo entre los votantes del candidato demócrata. Y, con su habitual locuacidad
y la creencia en estar relatando algo ya sabido, o sin importancia para mí,
añadió:
-
Figúrate
que, para mayor felicidad de Donovan y los suyos, el acusado ha resultado ser
el hijo menor de Vince Harris.
-
¿Qué
tiene que ver ese tipo con Donovan?, pregunté, sacando fuerzas de no sé dónde.
-
Con
Donovan, precisamente no, sino con su rival, Rufus Carter. El Señor Harris -por
llamarlo así- es uno de los mayores contribuyentes a los republicanos, y se
habla de él como futuro aspirante a la alcaldía de Green Bay.
Levemente repuesta
de la tremenda sorpresa, me apresté a sonsacarla, en lo tocante al papel de Bob
en aquella comedia:
-
Claro,
con razón me decía Bob que este caso podía hacerle ascender en su Oficina. Ya
sabes el interés que se está tomando conmigo.
-
Eso
se comenta, aunque dice Scanlon que, de no ser por tu insistencia en que
llevase Lindgren el caso, lo habría hecho el Fiscal jefe. De hecho, tienen a
Bob tan presionado con consejos y advertencias, que de buena gana mandaría a
paseo su protagonismo en él.
-
¡Y
yo que creía que Bob estaba tan feliz y comprometido ante esta tarea!
Debió de notar en
mi frase un claro deje de decepción, porque plegó velas en su espontaneidad, al
contestar:
-
Mujer,
una cosa es que le gustes -eso, seguro- y otra que el caso le venga grande y
tenga miedo de fallar.
***
Alguna vez, cuando
antaño discutía con Swindy, me decía, con muy mala intención:
-
Como
se nota que tratas mucho con hombres. Te estás volviendo como ellos.
Digo esto porque,
tan pronto marchó Coleen, no me dio un ataque de llanto, sino de ira. Empecé a
lanzar insultos e improperios contra Bob, dando puñetazos en el sofá sobre el
que estaba sentada y tirando a la alfombra los restos de la merienda con que
había obsequiado a mi visita. Luego, me levanté y, como una fiera enjaulada, comencé
a dar paseos de lado a lado del pequeño apartamento; me senté en la cama,
mascullando amenazas y, finalmente, movida por las ganas de despacharme con el
volumen de voz que me diese la gana, me puse un abrigo y unas deportivas y salí
a la terraza, hollando con furor la impoluta nieve que cubría el suelo.
No sé el tiempo
que me habría llevado calmarme, ni si habría cogido antes una pulmonía, pues de
pronto me volvió a mis casillas el tono de llamada del móvil regalo de la
Policía -nada menos que el everybody needs somebody[32]-.
Naturalmente, era Bob, preguntando si ya se había marchado Coleen y, en
consecuencia, nos podíamos encontrar. Alcancé a duras penas la calma para
responderle que la cháchara incontenible de mi amiga me había levantado un
fuerte dolor de cabeza, por lo que mejor nos veíamos al día siguiente. Aún tuve
que rechazar su amable ofrecimiento de subir a prepararme una infusión para
tomar el analgésico.
A eso de las once,
metida en la cama, medio vestida y con la luz de la mesilla encendida, tenía,
en efecto, una estimable jaqueca, de tanto indignarme y pensar en voz alta.
Preparé un baño templado y me sumergí en él durante el tiempo preciso para
relajar mis nervios. Luego, me eché al coleto dos tabletas de Reyvow[33]
con una tisana y, ya en perfecto traje de noche, me sepulté entre las
mantas, tras haber abierto una rendija para dejar entrar una caricia de aire
gélido. Apagué la luz y, mientras me venía el sopor, me dije: recapitulemos.
Desperté a la
mañana siguiente en mejor estado de lo que habría podido imaginar. Recuerdo que
pensé: Millie, si has podido dormir esta noche, ya has superado lo peor de
la cabronada. Y todavía tenía unas horas hasta que volviera Bob del trabajo
y tuviera que hacer mi papel de chica enamorada. Porque lo que tenía claro era
que llevaría la comedia hasta el final, para cogerlo totalmente desprevenido y,
al mismo tiempo, procurando que mi venganza implicase el menor daño posible a
mi aventurado futuro. Incluso, pensándolo mejor, podría evitar la presencia y
los arrumacos de Bob un día más, volviendo a la disculpa de la migraña o, mejor
aún, de que andaba como un zombi. Él, que algo sabía de mi costumbre de
medicarme con exceso, aceptaría sin dudar el engaño.
¡Sería imbécil!
Hasta entonces no había vuelto a pensar en la comunicación que tenía pendiente
con los Harris, según lo que había indicado a Swindy. Casi todo mi plan
dependía ahora de que siguieran interesados en que cambiase mi declaración por
dinero. Fui inmediatamente por mi móvil secreto y consulté el archivo de
mensajes. En efecto, con una fecha que me parecía la siguiente al día de la
llamada de Swindy, figuraba tan solo el número de un móvil. Como no
había más mensajes, era obvio que se trataba de la respuesta a mi indicación y,
en principio, positiva.
Habían pasado tres
semanas desde que me mandaron el número y tan solo faltaban diez días para el
comienzo del juicio. Me pareció que era buen momento de llamarlos, antes que se
pusieran demasiado nerviosos y cometieran alguna torpeza, sobre todo, si es que
habían dado con mi paradero. Repasé lo que tenía decidido y marqué el número
enviado. Estaba muy tranquila porque -me crean o no- suponía que iba a negociar
con un conocido.
-
Despacho
del abogado Cannon, dígame.
Justo lo que me
imaginaba; solo que el letrado era muy listo. Por si acaso quería yo liarlo, me
había facilitado un número a nombre de sabe Dios quién. Por la voz femenina y
la fórmula para contestar, supuse que se trataría de alguna empleada.
-
Tome
nota del número que le ha salido en pantalla y dígale que me llame en no más de
media hora. Soy la amiga de Swindy.
A los diez minutos,
tenía al gran Devy al aparato, con su voz meliflua y algo gangosa,
inconfundible:
-
¡Señorita
Warner, ya nos tenía impacientes!
-
¡Claro!,
no me extraña. Yo también lo estoy, esperando ver y contar diez mil veces al
Señor Franklin[34].
-
Poco
a poco, Phedora; tenemos mucho que hablar. ¿Cómo y dónde podríamos
vernos?
Me eché a reír, en
parte, porque me dio la certera impresión de que desconocía el lugar donde me
escondía.
-
Tiene
razón, letrado; aquí no valen prisas y tenemos que dejar las cosas bien
claritas, pero sin dilaciones ni circunloquios. ¡Al grano y a molerlo!, como
decía mi padre.
Devy era un
encanto. Se notaba que tenía mucha experiencia en tratos y que nuestros
rifirrafes anteriores le habían probado que yo no era una pazguata a quien
embaucar. Por otra parte, como le recordé: Ya sabe lo que se juega Dave y,
de rebote, su padre y Rufus Carter. En resumen, en diez minutos habíamos
dejado bien claro que yo no bajaría ni un centavo del medio millón y que, a
cambio de la rebaja, Cannon me aseguraba sobre la tumba de su madre que nadie
se metería conmigo.
-
Dave
Harris es un niño mal criado y un psicópata, pero su padre es mucho mejor de lo
que la gente cree y sabrá controlarlo, si tratara de propasarse nuevamente.
-
Eso
espero, contesté. El futuro Alcalde de Green Bay no puede tener un hijo que ande
por ahí rajando putas.
-
¿Futuro
Alcalde?, preguntó, haciéndose de nuevas. No creo que tenga esas aspiraciones.
-
No
yo que la madre de usted haya muerto, para que jure sobre su tumba.
Nos despedimos,
más o menos, con estas frases:
-
Transmitiré
a mis clientes su proposición para que ellos decidan, pero estoy por asegurar
que pasarán por ella.
-
Más
les vale, Devy. En cualquier caso, mándeme un mensaje en el plazo de
cinco días con lo que resuelvan y, si procede, ya hablaremos sobre la entrega
del dinero; pero ya le adelanto que quiero entenderme con usted y exclusivamente
con usted. Ya me entiende.
-
Perfectamente,
Phedora. No sabe lo que me honra la confianza que deposita en mí.
-
Espero
que el sentimiento sea recíproco. Hasta pronto.
***
Lo mucho que me
jugaba en el envite me ayudó a poner tolerancia y buena cara para seguir
comportándome con Bob de forma similar a los días anteriores. También me
favoreció -por qué no decirlo- mi experiencia de prostituta, experta en simular
sensaciones y pensar en las musarañas mientras los clientes cumplen con lo que
vienen a hacer. Pero, sobre todo, me vino muy bien que el concienzudo fiscal
pasara buena parte de nuestro tiempo ensayando mi participación en el juicio y
dándome toda clase de instrucciones, desde la forma de sentarme, hasta los
segundos que debía dejar entre las preguntas y mis respuestas. Yo creo que no
hacía sino verter sobre mí el rollo agotador que recibía en la oficina,
de manos de su Jefe y del colega que, finalmente, iba a acompañarlo en la
vista, que era el mismo que había figurado en primer plano durante la
identificación de Dave Harris.
Yo soy bastante bondadosa
-aunque en ocasiones no lo parezca- y seguía sintiendo por Bob algo no muy
alejado de la nostalgia, y hasta de la ternura. De tanto insistir con el
juicio, se me ocurrió darle la oportunidad de que se explicase, no fuera a ser
que yo lo hubiera malinterpretado. Le pregunté:
-
Y
todo este trabajo, Bob, ¿es solo por vengar lo que me hicieron y no hacer el
ridículo ante tus compañeros, o hay algo más que te tenga atenazado?
-
¿Qué
ha de haber? ¿Te parece poco lo que tú y yo nos jugamos? Si se perdiera el
juicio, no podría mirarte a la cara, ni tampoco a mi hermana.
-
Es
verdad -asentí, tragándome un gesto de sorna-, también está tu hermana.
Aquella alusión
fraterna borró de mí cualquier rastro de piedad. Me iba a vengar, y a
conciencia, pero de la manera retorcida que había preparado: dejándolo en la
mayor de las evidencias y, en lo que se refería a mí, nadando y guardando la
ropa. Es decir, quedando a bien con los Harris y no a mal con fiscales y
policías. Mi profesora de Matemáticas habría llamado a eso la cuadratura del
círculo.
A los tres días,
de los cinco de plazo, apareció en la pantalla del móvil fantasma el
mensaje de Cannon: Pleno acuerdo. Fije cita inmediata. No quería dejar
constancia de la respuesta en el registro del teléfono. Opté por llamar al del
abogado y, cuando lo tuve en línea, le indiqué las once de la mañana de dos
días antes del comienzo del juicio, en la cafetería del pequeño centro
comercial de la urbanización. Le dije escuetamente: Quiero que venga solo y con todo el dinero en
billetes de a cien. Si me hace una jugarreta, ya sabe a lo que se expone. Como
comprenderá, tendré vigilando a alguien.
-
¿A
quién?, preguntó con guasa. No habrá metido en el ajo a algún policía.
-
Yo
tengo muchos amigos. ¿No comprende que jugaré en casa?
Este capítulo ya
va demasiado largo. Lo voy a terminar diciéndoles que todo salió como yo
esperaba: A las once y veinte de aquel día, estaba sentada en mi cama, contando
los cinco mil Franklin; mejor dicho, los fajos de cien billetes en que
los había distribuido el banco que fuera. Tiempo habría de repasarlos, uno por
uno, cuando estuviese más tranquila. Ni por un momento se me pasó por la cabeza
lo que se narra en las películas, de que los billetes fueran falsos, o que
fuesen billetes marcados de algún atraco anterior. Como me había asegurado Devy,
Vince Harris era mucho mejor de lo que la gente cree.
En fin, como les
digo, todo salió como yo esperaba. No podría decir Cannon otro tanto. Yo le
había dado el cambiazo en el último momento: Había reemplazado mi retractación
en el juicio, por algo mucho más astuto y resbaladizo que, con su sabiduría
forense, había aceptado en principio con un elogio, pero no exento de amenaza:
-
Eres
un diablo, chiquilla, pero prepárate para pasarlo muy mal como no
absuelvan a Dave.
-
Si
nos equivocamos -empleé el plural de forma maliciosa-, devolveré al Señor
Harris hasta el último billete y yo misma me pegaré un tiro, para que no tenga
que pagar a nadie por hacerlo.
8. El juicio
No fue mi amiga, sino el teniente Benny Scanlon, quien me
recordó:
-
El
próximo martes empieza el juicio de Melissa. Creo que va a haber una gran
afluencia de público, al menos, en la primera jornada. ¿Quieres que te reserve
un sitio en primera o segunda fila?
-
¿No
hay galería alta? La verdad, de poder ir, no me gustaría estar tan cerca de los
actores. Me impresionaría demasiado.
-
Pues
sí, en efecto hay galería. ¿No has estado nunca en el Tribunal? Es de lo más
bonito de Green Bay[35].
Haz por ir. Yo andaré por allí porque tengo que testificar, como policía que
estuvo al frente de la investigación; así que podré hacerte alguna aclaración,
si lo necesitas.
-
¿Cuánto
crees que durará el juicio? Si fuese más de un día, procuraría escaparme
alguno de ellos del hospital.
-
Calcula
dos días, por lo menos; eso, sin contar lo que tarde el jurado en emitir el
veredicto.
Así quedó la cosa.
Días antes, había telefoneado a Melissa para ver qué tal se encontraba y si
quería que la volviese a visitar en su casa, con permiso de sus guardianes. La
encontré evasiva y muy metida en la preparación del juicio. No sabes lo
pesado y enervante que es esto, me dijo. No hablamos nada sobre presenciar,
o no, el juicio.
Finalmente, pedí
permiso en el Saint Mary, pero no me lo dieron sino para el segundo día.
Suponía que, para entonces, ya se habrían practicado las pruebas más
interesantes, incluso la declaración de Melissa. Estaba a punto de renunciar a
la licencia, cuando se me ocurrió llamar a la comisaría. Scanlon no estaba,
pero me atendió su compañero, el sargento Al Douglas.
-
La
cosa está difícil, me comentó. El acusado, aunque joven y nervioso, resistió
bien el interrogatorio de Lindgren, constantemente cortado por las protestas
del defensor. Por su parte, Swindy insistió en que había sido él el
autor de la paliza, pero ahí le tenían tomada la medida los fiscales y quedó de
evidencia que había cobrado una fuerte cantidad de dinero, sin otra explicación
posible que ser el precio de su auto inculpación. Scanlon está muy enfadado de
la ocurrencia del Fiscal jefe, de entregar al abuelo del chico una copia de la
medalla phi beta kappa, en vez del original. Cannon, el abogado, trató
de conmover al jurado, presentando al buen señor como un anciano con el que
había jugado la Fiscalía, y puso en solfa todo lo relativo a la placa, que
podría haber sido una prueba espectacular. En fin, para hoy quedan dos cosas
muy interesantes: la declaración de tu amiga y la pericial de los psiquiatras
sobre el estado mental del acusado.
-
¿Qué
pasa, que pretenden hacerlo pasar por loco?, pregunté enfadada.
-
No
tanto -contestó-; y no creas que es bueno para él que lo consideren un
psicópata sexual, pues eso favorecería la tesis de que ha sido el autor de unas
lesiones tan brutales, aunque se libraría de la cárcel, con el psiquiátrico
como alternativa.
-
Muy
interesante, opiné. En fin, Al, ya que falta por declarar Melissa, me apunto a
asistir mañana. Díselo a tu compañero y que no olvide lo que me prometió el
otro día.
***
Acostumbrada a
verla en el hospital o en su casa, me impresionó la discreta elegancia de
Melissa, que no sé en manos de quien habría dejado la prenda de abrigo,
imprescindible en aquel día de enero, pero lo cierto es que llevaba un traje
sastre en tono verde jade oscuro, dejando asomar una blusa malva de cuello
camisero, y portando un bolso totalmente a juego con la blusa, creo que de Tiffany’s[36].
Caminó muy decidida por el pasillo de la sala, le tomaron juramento y se
sentó en el estrado de los testigos, como tantas veces había visto yo en las
películas y telefilmes. Fue Bob quien empezó a preguntarla porque -como luego
me explicó Scanlon- era el fiscal quien la había propuesto.
El interrogatorio
de Lindgren fue bastante corto. Se limitó a confirmar que Melissa identificaba
sin dudas a Dave Harris como su agresor y a pedirle algunas explicaciones sobre
la forma en que aquel la había herido y las consecuencias de las lesiones.
Aunque ambos procuraron no ser muy explícitos -Bob se remitió a los informes
médicos que dos forenses habían prestado en la sesión de la tarde anterior-,
hubo un escalofrío general, del que también participé-, y eso que yo era una
enfermera y había curado a Melissa en numerosas ocasiones. Me pareció que Bob
insistía, sobre todo, en las heridas y cortes en sus partes, creo
entender que, no por morbosidad, sino para relacionar esas lesiones con un
sujeto sin control ni piedad, no con una persona, como el tal Swindy,
que apreciaba a su chica y vivía en buena parte de lo que ella ganaba,
mientras pudiese trabajar.
Luego fue el turno
del defensor. Tenía miedo de que el abogado Cannon se comportara con dureza con
mi amiga, pero todo se desarrolló con respeto, y hasta diría que con cortesía.
Por la pesadez en repetir preguntas y resaltar detalles, estaba claro que
trataba de transmitir al jurado el convencimiento de que Melissa no podía estar
segura de reconocer a nadie al que hubiese visto solo una vez, en una
habitación con luz muy tamizada y sometida a la tensión y el dolor; tanto más,
cuanto que la diligencia primera de reconocimiento había sido bastante tiempo
después de los hechos y cuando la Policía había encontrado un objeto -la famosa
placa de la hermandad universitaria- que le permitió orientar la
identificación hacia una persona determinada. Melissa no negó, ni que la luz en
la habitación fuese tenue y de tono rojizo, ni que le hubiesen enseñado en el
hospital la foto del acusado en una revista estudiantil, si bien -puntualizó-
Dave compartía la página con otros veinte o treinta compañeros de Facultad.
Apenas un par de ¡protesto! de Bob -como antes había hecho el defensor-
turbaron la monotonía de la diligencia. Pero todavía faltaba lo mejor.
El abogado lo preparó volviendo a su mesa y tomando un par de sorbos de agua,
con tal parsimonia, que el juez le preguntó si tenía más preguntas que hacer.
Cannon sonrió y dijo -me acuerdo perfectamente- no muchas, Señoría, pero
creo que serán del mayor interés. Y volvió a la vera de Melissa.
-
Dígame,
señorita Warner, al seguir la tesis del Fiscal en contra de mi cliente, ¿la
mueve a usted algún interés personal?
Bob protestó por
pregunta capciosa: La testigo no seguía la tesis del fiscal, sino que era el
fiscal el que asumía la versión de la testigo, por considerarla conforme a la
verdad. El juez pareció estar más interesado en otro aspecto de la cuestión,
porque dijo:
-
A
ver, Señor Letrado, sea más preciso en su pregunta para que la testigo, el
jurado y yo mismo entendamos a qué interés personal se está usted
refiriendo.
-
Disculpe,
Señoría; aunque podría hacerlo, no quiero dar a entender que la testigo pueda
tener más interés en que se condene a mi cliente, que pertenece a una familia
ilustre y acaudalada, que no al Señor Robson, que no podría hacer frente a
ninguna indemnización.
-
¡Protesto
nuevamente, Señoría!, rugió Bob. El acusado está ofendiendo a la testigo de
manera injustificada.
-
Letrado,
advirtió el Juez, no estamos interesados en lo que usted no quiere dar a
entender, sino en lo que pretende saber de la testigo. Pase inmediatamente a
formular su pregunta.
-
Gracias,
Señoría… Señorita Warner, ¿tiene usted alguna relación con el fiscal de este
caso, Señor Lindgren?
La pregunta cayó
tan de sorpresa, que Bob ni siquiera reaccionó. Hubo un conato de protesta por
su colega adlátere, pero Melissa, entre el rumor del público, contestó
llanamente:
-
Sí.
-
¿Qué
relación, si puede saberse?
-
El
Señor Lindgren me ha protegido en todo momento y, últimamente, me buscó un
lugar seguro, cerca de su domicilio.
-
¿Cómo
de cerca? ¿En su misma urbanización?
-
Sí.
-
¿En
su mismo portal y escalera?
-
Sí.
-
No
me dirá que en su misma vivienda…
-
No.
Dos pisos más arriba.
A estas alturas,
el rumor había dado paso a un silencio pesado y expectante, en el que todos -yo
la primera- empezamos a suponer adonde nos iba a llevar el defensor.
-
Entonces,
¿subió el fiscal Lindgren a su casa o bajó usted a la de él?
-
Ambas
cosas.
-
¿Cuántas
veces?
-
Casi
todos los días que estuve allí.
Cannon no quiso
romper el clímax, preguntando por el número de días, sino que siguió
estrechando el cerco:
-
¿Estaban
ustedes solos?
-
Sí.
-
¿De
día o de noche?
-
Más
bien de noche, porque de día Bob…, el Señor Lindgren trabajaba en la Fiscalía.
-
¿Y
en qué trabajaban ustedes por la noche?
Se oyó un tímido protesto
de parte de Bob, que no pudo cortar la respuesta de Melissa:
-
Hablábamos
de este juicio y lo preparábamos. Él me decía cómo comportarme, lo que tenía
que contestar y todo eso.
-
¿Y
qué hacían ustedes cuando acababan de preparar este juicio?
Nuevo protesto,
desdeñosamente rechazado por el presidente.
-
Hablábamos
de nuestras cosas personales.
-
¿Solamente
hablar?
-
¿A
qué se refiere, letrado?
-
Quiero
decir si se comportaban cariñosamente.
-
Si.
-
Y
si hacían el amor.
-
También.
-
¿Cómo
cuantas veces?
Me dio la
impresión, por primera vez, de que Melissa estaba disfrutando. El hecho es que
contestó:
-
Casi
todas las noches. No llevaba la cuenta de las veces.
Cannon se giró
hacia el jurado, mirando a sus miembros durante unos segundos. Al fin,
preguntó:
-
No
querría ofender la inteligencia de los jurados, ni advertirles de lo que Su
Señoría hará en su momento, pero ¿le manifestó el fiscal Lindgren que tenía por
este juicio un interés directo y muy personal?
-
Claro
está: por mí, pero también por él.
-
Por
usted, ya lo vemos claro; pero ¿qué interés directo y personal tenía por sí mismo?
-
El
que tendría cualquier fiscal novato en ganar un juicio tan importante
políticamente; bueno, según he leído en el periódico que dijo usted ayer.
El enésimo protesto
del fiscal se mezcló con el no hay preguntas del defensor y la
oferta por el juez de que el fiscal pudiera repreguntar, en vista de lo que la
testigo había manifestado de perjudicial para él; pero, pese a los gestos
perentorios de su colega, Bob rechazó la sugerencia presidencial. Así pues,
Melissa se retiró sin prisas, mirando en todo momento hacia la puerta. Luego,
tras unos momentos de cuchicheos y cierto desorden, Lindgren se levantó y tomó
la palabra, dirigiéndose al Juez:
-
Señoría,
me encuentro mal; de modo que pido permiso para ausentarme de la sala,
continuando con la representación de la Fiscalía mi colega, Marlon Sanders, que
conoce perfectamente el caso.
-
¿No
prefiere que suspendamos la vista hasta después de comer?, preguntó el juez, en
plan de sugerencia.
-
No,
gracias, Señoría, prefiero que prosiga ya el Señor Sanders, dadas las
circunstancias.
De cualquier
forma, el presidente quiso facilitar las cosas al sustituto y, apenas un cuarto
de hora después, aplazó el juicio hasta la tarde. Aunque salí aprisa, abriéndome
paso entre el resto del público de la tribuna, no pude encontrar a Lindgren ni,
por supuesto, a Melissa. Sí que me echó el alto Scanlon, a quien no había visto
en el vestíbulo, semi oculto por una columna:
-
¿Qué
te ha parecido, Benny?, le pregunté para iniciar la conversación.
-
Me
parece que Devy Cannon ha vuelto a hacer de las suyas… y que el pobre
Lindgren ya puede ir haciendo las maletas y volviéndose a la granja.
-
¿Cómo
podrá haber sido tan cabrona?, me excité, tomando partido por Bob.
-
Juraría
que alguien le abrió los ojos sobre su manipulación política. ¿Quién podrá
haber sido?, inquirió mirándome fijamente.
-
Lo
leería en los periódicos, dije, bajando la vista, y comprendiendo de golpe que,
aunque con la mayor inocencia, había sido yo quien había levantado la liebre
a Melissa, el día de mi visita al apartamento.
-
Eso
sería, replicó, encogiéndose de hombros.
-
¿Qué
crees que va a pasar?, pregunté.
-
¿Te
refieres al veredicto? ¡Cualquiera sabe! Ven por la tarde y nos enteraremos
juntos.
Así lo hice. En
cuarenta minutos, el jurado declaró inocente a Dave Harris. Scanlon profetizó:
-
Ya
sé de otro que también tendrá que ir haciendo las maletas: el Gobernador.
En efecto, para
marzo, Rufus Carter ganó la elección a Mitch Donovan por cuarenta mil votos.
9. La despedida
Teatro Meyer (Green Bay)
Tan pronto me
concedió el juez la licencia y salí de la sala, miré someramente por los
pasillos, la escalera y el zaguán, por si Melissa se hubiera quedado por allí;
esperanza absurda, pero que evidenciaba mi deseo de hablar con ella y que me
explicara con detalle lo sucedido. Luego, salí al jardín, bordeé el edificio
del Tribunal y entré en el de la Fiscalía, con el propósito de refugiarme en mi
despacho y redactar de inmediato la renuncia a mi puesto. Nadie se interesó por
mi presencia; de modo que redacté sin interrupción el escueto documento,
dirigido al Fiscal del Distrito. Al llegar al extremo de enunciar la causa de
mi dimisión, estuve a punto de dejar un hueco para negociar su redacción con
Mac Bride. Luego, pensándolo mejor, lo rellené, alegando motivos personales,
que me impiden seguir atendiendo debidamente los deberes de mi cargo. Para
darle una pequeña satisfacción por el disgusto que, sin duda, iba a tener con
lo sucedido, puse en la antefirma: agradeciéndole la confianza puesta en mí
hasta la fecha… Firmé y me encaminé a entregar el escrito al Jefe.
Por el momento,
estaba celebrando un juicio por tráfico de drogas, según me indicó su
secretaria. Un compañero que apareció por allí, me preguntó, extrañado:
-
¿Ya
habéis terminado la sesión?
-
No,
repuse, pero va a continuarla Sanders.
Dejé dicho que
volvería al cabo de un rato y caminé a buen paso hasta el río[37].
De vuelta, paré en una hamburguesería junto al teatro Meyer, para hacer
tiempo y comprar qué comer, pues me apetecía, dadas las circunstancias, comer a
solas en casa. Entre todo, eché algo más de una hora. Mac Bride seguía liado y,
según había indagado la secretaria, todavía la cosa iba para largo. En
consecuencia, le pedí un sobre, que cerré tras meter en él la renuncia, y le
dije:
-
Entréguele
esto en cuanto lo vea y dígale que me tendrá aquí mañana, a las nueve en punto.
Conduje hasta mi
casa y, para tranquilizarme y ordenar mis ideas, no llamé a Melissa, sino que
me dediqué a enumerar en un folio las muchas cosas que tendría que hacer en los
días siguientes, para marchar cuanto antes de Green Bay, sin tener que volver
la vista atrás. Cuando dejaron de fluir a la memoria nuevas diligencias, saqué
las maletas y bolsos de viaje que tenía y empecé a llenarlos con calzado,
libros y ropa fuera de temporada. Pese al disgusto, o a causa de él, me entró
un hambre de lobo, que sacié con lo comprado y saqueando la nevera. Terminé de
llenar la maleta que tenía más a mano y, antes de tumbarme sobre la cama para
reposar, llamé a Melissa. Me sorprendió la frialdad de su voz:
-
Estaba
esperando tu llamada. ¿Estás ya en casa?... Entonces, ¿quieres que baje?
-
Mejor
lo dejamos para dentro de un rato. ¿Te parece a las cuatro?
Cuando corté, se
me ocurrió que lo mismo Mac Bride me llamaba y tenía que aplazar el encuentro
con Melissa. No fue así y -lo que más me extrañó- tampoco recibí aviso
telefónico suyo hasta que me presenté en su despacho, a la mañana siguiente.
***
Recuerdo que llamó
mi atención que Melissa no se hubiera cambiado de ropa desde la mañana; tan
solo había reemplazado los tacones altos por un calzado más informal y, en
lugar del bolso, bajaba con una bandeja de cerámica llena de pastas de té. Ello
me dio pie para mi primera frase, nada más abrir:
-
¡Qué
detalle! ¿Son las pastas de la paz?
Sonrió sin
contestar y, conforme a la costumbre, fue hasta el salón, apartó un par de
adornos de la mesa baja y depositó el obsequio en el hueco.
-
¿Preparamos
el té?, preguntó, con evidentes ganas de retrasar el momento de la explicación y
de normalizar la situación.
Hicimos lo
sugerido y aún pasaron unos minutos durante los cuales, además de tomar la
infusión y hacer los honores a los dulces, me explicó dónde los había comprado
y el aroma que emanaba del obrador donde los trabajaban los reposteros: olor
de dulces caseros, que me recordó a mi abuela, la madre de mi mamá.
-
¿Otra
tacita?, preguntó.
-
Luego,
después de que hablemos, contesté, un poco harto de la espera.
-
Tienes
razón -concedió con una sonrisa-. Para eso he venido.
Si había tardado
en entrar en materia, luego fue derecha al fondo de la cuestión, de una manera
que no podía ser más franca:
-
Te
preguntarás si el defensor me pilló, entre la sorpresa y el deber del
juramento, pero la verdad es que me explayé con la mayor tranquilidad del
mundo. Es más, si él no me lo hubiese preguntado, creo que lo habría sacado yo
a colación.
-
Pues
no lo entiendo, Melissa -protesté-. No tengo ninguna duda de que, precisamente
por eso, el jurado absolverá a un perverso culpable y, de paso, te vas a quedar
sin vengar tu sufrimiento y sin indemnización.
-
Allá
el jurado con su conciencia y, en lo que respecta al dinero de Harris, sin él
he vivido hasta ahora y sin él pienso seguir viviendo. Eso sí, en lo que no
tienes razón es en que no me haya vengado: Simplemente, he cambiado de persona.
-
¡¿De
mí?! -exclamé, con una sorpresa solo relativa- ¿Qué es lo que te he hecho para
que hundas mi carrera y mi reputación?
-
¡Chico!,
no creo estar tan mal como para que liarte conmigo hunda tu reputación… Y,
ahora en serio, no creo que un farsante como tú merezca seguir carrera en la
Justicia.
Y, de pe a pa, fue
relatando cuanto Mac Bride y yo habíamos querido dejar en secreto, sobre la
relevancia política que había de tener el caso y acerca de mis malas artes para
ganarme la confianza de Phedora, incluido el cuento de los malos tratos
a mi hermana, que le parecían a Melissa el colmo de la mentira y de la
desfachatez:
-
Quien
llega a falsear la historia de su familia para engañar a una amiga, merece que lo
pongan en su sitio, que no creo que sea el de un fiscal.
Se me ocurrían
muchas preguntas para aclarar el cómo y el quién de su descubrimiento de lo
oculto, así como del conocimiento que de antemano parecía tener Devy Cannon,
pero suponía que en esas cuestiones Melissa tendría los límites de su
sinceridad. Preferí hacer tambalear su seguridad por otros caminos:
-
Y
¿no te has detenido a pensar que yo actué presionado por mi jefe y que, poco a
poco, a la obediencia y al interés personal, pudo agregarse el amor? ¿O eres
tan perfeccionista que no puedes entender que se mezclen el bien y el mal, o
tan certera, que no admitas que las personas puedan corregirse y mejorar?
Ante tal aluvión de preguntas, Melissa permaneció silente,
mirando al vacío. Al cabo de medio minuto, volvió a la discusión, cargando la
mano sobre la desaprensión de Mac Bride y mía en el asunto:
-
No
es ninguna broma lo que se os ocurrió: forzarme con engaños a salir de mi
primitiva idea de no acusar a nadie, sin otro fin que el de favorecer a un
político que seguro que es tan inescrupuloso como vosotros; y, con ello, me
enfrentasteis con una gentuza de cuidado que, lo mismo que me mandó a su
abogado, pudo enviarme a un ejecutor.
Yo cogí la ocasión
al vuelo:
-
Así
que el amigo Cannon estaba detrás de todo el montaje. ¿Cómo dio contigo?
-
Conservé
un teléfono privado. ¡Menos mal que tuve ese ramalazo de prudencia!
-
Pero
-argüí- estoy seguro de que él te aconsejó cambiar tu declaración e inculpar a Swindy.
Tuvo que salir de ti la ocurrencia de dejarme en vergüenza ante todo el
Estado.
-
Por
supuesto -confirmó, tan fresca-. No pretenderías que fuese yo la que pasase por
ligera y mentirosa, mientras tú quedabas como el esforzado paladín de una
furcia cobarde.
Esta vez, fui yo
quien cortó el silencio que siguió a esa última frase, de una forma casi
incongruente, que parecía preludiar el final de la conversación:
-
¿Otra
taza de té?, aunque me temo que ya esté frío.
-
No
importa. Y cogeré una pasta bañada de chocolate. Son mis favoritas.
A medio comer el
dulce, quedó suspensa, con la pasta camino de la boca, y me preguntó, volviendo
a mis preguntas pasadas:
-
¿De
verdad llegaste a quererme durante el tiempo que hemos pasado juntos?
-
¡Mujer,
cómo puedes preguntarlo! ¡A buenas horas habría llegado tan lejos! Es más,
después de explicarme los serios motivos por los que te has comportado así
conmigo en el juicio, he de decirte que lo comprendo. Llegaste a ver en mí a la
única persona en quien confiar y te defraudé con falsedad y egoísmo. Lástima
que no me lo hubieras echado en cara antes para poder pedirte perdón y tomar en
el juicio un camino más razonable para ambos.
-
También
a mí me sabe mal haber sido tan injusta, como para no haber valorado y tenido
en cuenta también las muchísimas bondades con que me distinguiste en momentos
tan duros, y que tanto bien me hicieron… En fin, ahora ya es tarde para
rectificar lo mal hecho. Bastante será que podamos despedirnos como amigos o,
cuando menos, sin rencor ni desprecio.
Lo siguiente puede parecer excesivo, pero lo
dije y no me arrepiento de ello:
-
¿Y
por qué no nos vamos juntos de aquí? No me importaría conocer Eau Claire contigo
como guía.
Melissa se echó a
reír y escapó de mi enredo:
-
¡Claro!
Así me ayudarías a montar el salón de belleza y escoger a las empleadas.
-
No
sabía que ibas a cumplir tu deseo de manera tan inmediata… Concedámonos un
tiempo para meditar sobre nuestro futuro. Yo tengo algo de dinero ahorrado y
seguro que también tú, por lo que me anuncias.
-
Un
poco sí, pero el resto tendrá que salir de algún préstamo bancario con el aval
de alguien de mi familia -mintió para tapar el error que acababa de
cometer, apuntando al dinero recibido de los Harris-.
-
Tal
vez acepten la garantía personal de un fiscal venido a menos.
Se levantó para
despedirse y, camino de la salida, agregó:
-
Los
deseos infantiles solo se cumplen en los cuentos.
-
Y
los cuentos, en ocasiones, se hacen realidad -respondí-.
Abrió la puerta,
se volvió brevemente y me besó. Sin esperar mi reacción echó escaleras arriba y
desapareció en la oscuridad.
***
Mi despedida
personal de Mac Bride fue bastante desagradable. A juzgar por las disculpas que
tendría que dar a Donovan y compañía, era comprensible su enfado, como también
por haberle ocultado que el último refugio para Melissa lo había buscado en mi misma
casa. Pasaré de largo por aquellos momentos tan desagradables, limitándome a
recoger la admonición con la que concluyeron:
-
…
No creas que has pagado con la dimisión. Lo que has hecho es contrario a la
ética procesal y a la conducta que debe observar cualquier miembro de la
Fiscalía. A mí me vale con echártelo en cara y decirte adiós, pero estoy seguro
de que otros con más poder que yo no van a perdonarte tan fácilmente. Yo
que tú, si quieres ejercer en algo relacionado con las leyes, me marcharía de
este Estado.
Salí de allí y
conduje nuevamente hasta casa. Luego, bajé al centro comercial próximo para
hacer unas compras de última hora, con vistas a mi próximo viaje. La Gazette
del expositor me recordó que el destino habría de ser bastante lejano: Un
titular de la primera plana recordaba que las relaciones íntimas del fiscal
del caso con la testigo principal determinan la absolución del hijo de Vinnie
Harris.
Al acabar las
compras, se había hecho casi la hora de comer. Se me ocurrió llamar a Melissa e
invitarla a almorzar, para hacernos mutua -y triste- compañía. El teléfono
estaba apagado o fuera de cobertura. En consecuencia, bajé solo, a tomar
una hamburguesa con ensalada al bar más próximo. Dan, el portero, me saludó:
-
Lo
siento -agregó-; cosas como esas pasan a los jóvenes. Pero, por lo mismo, tienen
tiempo para dejarlas atrás y recuperarse.
-
Gracias,
Dan. Por cierto, ¿ha visto a la señorita Warner?
-
Hace
un buen rato. La ayudé a cargar el equipaje en un taxi y creo que dijo al
chófer que la llevara a la estación de autobuses.
SEGUNDA PARTE: LA VUELTA
10. Nada como la familia
-
¡Pero
qué dices! Tú no te marchas de aquí hasta que no tengas más remedio para tratar
de conseguir ese trabajo. ¿Para qué está la familia, si no?
Bob Lindgren sonrió, bajó la vista
hacia el plato y siguió dando buena cuenta de las alubias con costilla de
cerdo. Como ya sabía por su madre, cuando tía Belinda tomaba una decisión valía
más no contradecirla, porque aunaba dos cualidades que la habían hecho famosa
entre la familia Crow: la terquedad y el genio.
Había pasado un
mes desde su forzada dimisión de la Fiscalía. Entre tanto, además de recoger
los trastos y meterlos como pudo en su coche, Bob hizo algunas gestiones de
urgencia para encontrar un trabajo relacionado con la abogacía, naturalmente
fuera del Estado de Wisconsin, como Mac Bride le había aconsejado. El resultado
más prometedor lo obtuvo de su condiscípulo en Madison, Melvin Cook, que se
desempeñaba bastante bien en Omaha, trabajando en la aseguradora Lincoln
National como técnico en evaluación de riesgos:
-
Déjate
caer por aquí -le aconsejó-. Tenemos en esta sucursal una cartera muy numerosa
y van a ampliar el departamento de fraude y litigación.
-
¿Cómo
que de fraude? ¿Lo reconocéis así de abiertamente?
Melvin se echó a
reír y le aclaró:
-
No,
hombre. Se trata de todo lo contrario: analizar si los siniestros se han
producido realmente como nos dicen y por el valor que se declara. Es una mezcla
de abogacía y de investigación, para la que tu trabajo anterior podría dotarte
de cierta experiencia.
-
Suena
bien -opinó-. Me parece que te haré una visita.
-
No
tengas prisa. El proceso de selección no empieza hasta el miércoles de la
semana que viene. De todos modos, si quieres llegar antes, serás bien venido.
Así pues, Bob se
preparó para el viaje, que no le habría llevado más de un día, de haberlo hecho
directamente; pero se le ocurrió pasar por Eau Claire y tratar de encontrar a
Melissa, a quien suponía residiendo allí, al menos, temporalmente. No eran
pocos los Warner de la guía telefónica pero, al cuarto intento, dio con
la familia de la joven. No fue muy bien atendido:
-
…
No dudo de que sea un buen amigo de Melissa -le respondió una voz femenina-,
pero tenemos la indicación de no dar información ninguna sobre su paradero.
-
Facilíteme,
por lo menos, el número de su móvil.
-
Tampoco
quiere que la molesten con llamadas.
-
Está
bien. Le voy a dar el mío y, por favor, avísela enseguida, pues solo voy a
quedarme hasta después de comer.
En efecto, como
media hora más tarde, Melissa le devolvió la llamada, pero manifestó que estaba
fuera de la ciudad, buscando trabajo por los alrededores. En consecuencia,
hablaron de sus cosas, sin que Bob quisiera llevar la conversación hacia
derroteros más íntimos que el de informarle que estaba camino de Nebraska[38],
por razones laborales. Cerró la llamada con la petición -él haría lo propio- de
que le indicase cualquier cambio de número, para así no perder el contacto.
Ella se lo prometió.
Sin más que hacer
en la ciudad, resolvió proseguir viaje y almorzar en ruta. Paró nada más pasar
la frontera de Wisconsin con Iowa, en un restaurante de carretera de buena
pinta. Repasó el mapa y vio que, cansado y con pocas horas de sol por delante,
sería lo mejor pernoctar a mitad de camino. En esto que, de casualidad, siguiendo
el curso del río Iowa, leyó Condado de Hardin y le vino a la cabeza que
allí vivía tía Belinda, en concreto, en una granja junto al pueblo de Hubbard.
No le suponía mucho desvío y le había prometido una visita desde que hablaron
por su graduación universitaria, hacía año y medio. Telefoneó y tuvo que
saludar a la prima Vicky al tío Nathaniel, antes de que se pusiera su tía
carnal. Esta lo asaeteó a preguntas:
-
¿Qué
tal estas? ¿Qué es de tu vida? ¿Por dónde andas? ¿Cuándo vas a cumplir lo que
prometiste y vendrás a visitarnos?
-
Acabo
de cruzar el Missisipi, por la autovía 20, y estoy comiendo cerca de una
localidad llamada Dyersville.
-
No
tienes pérdida. Sigue la 20 hasta el cruce con la 65; toma esta hacia el sur y,
a unas doce millas, llegarás a Hubbard. Pregunta allí a cualquiera por la
granja de Nat Edwards y llegarás sin pérdida. Empiezo a prepararte la
habitación y a calentarte la cama, que hace un frío que pela.
Lindgren aceptó la
invitación y a la puesta del sol llegaba a su destino.
***
Bob les dio cuenta
de su periodo de trabajo en la Fiscalía de Green Bay, sin entrar en detalles
sobre el desastrado final del mismo. Luego, expuso la posibilidad de un nuevo
empleo en Omaha, para lo que tendría que viajar hasta allá la siguiente semana.
Fue entonces cuando, señalando su propósito de hacerlo por adelantado y
quedarse de huésped de su amigo, o de hotel, recibió la airada réplica de tía Belinda,
invocando el valor de la familia, para tenerlo con ellos durante unos días. Ya
te has hecho de rogar bastante; así que te vamos a retener un día por cada año
de ausencia, por lo menos, añadió.
Por su parte, tío
Nat comentó:
-
Es
lástima que te ilusione el trabajo de la aseguradora. Precisamente un conocido
nuestro es el abogado más famoso del condado y anda buscando un joven que lo
ayude en el despacho. Está ya bastante mayor y no sería extraño que se jubilase
en pocos años, dejando el bufete para su pasante. Ya sabes de quién estoy
hablando -agregó, dirigiéndose a su mujer-…
-
Supongo
que te refieres a Macaulay Armstrong. No sabía que buscaba ayuda.
-
Ayer
estuve en Eldora[39] para
hablar con los del banco y, al pasar ante su despacho, vi que tenía un cartel
en la ventana, ofreciendo el trabajo.
-
¡Solo
a Mac puede ocurrírsele poner un anuncio para buscar un ayudante, como
si se tratara de una limpiadora!
-
Ya
sabes cómo es -justificó tío Nat-. Querrá una selección justa y abierta, no dar
el puesto al primer recomendado que se le ofrezca.
Belinda preguntó a
su sobrino:
-
¿Por
qué no te pasas por Eldora y te entrevistas con Mac? Aunque este condado no da
para mucho, él está muy acreditado y gana bastante. Y el futuro, como dice Nat,
es que el abogado que lo ayude se quede con el despacho y la clientela.
Bob no quería
desairar a su tía y permaneció callado, lo que esta interpretó como aceptación.
Consultó el reloj y dijo:
-
Mañana
mismo llamo a Mac y le pregunto por el puesto y el sueldo que está dispuesto a
pagar. Según lo que me diga, le pedimos una entrevista lo antes posible, para
que no entorpezca lo de Nebraska.
Prima Vicky movió
la cabeza y objetó:
-
Mamá,
no agobies a Bob y deja que lo piense, que lo de encerrarse en Eldora no
es para todo el mundo, y más, siendo joven y acostumbrado a otras cosas.
Belinda miró con reprobación a su hija
pero, antes de que la amonestara, terció Nat:
-
Parece
que Bob no quiere cenar más. Dejadle que se retire a dormir, que estará cansado
del viaje. Mañana le enseñaremos lo poco que tiene que ver esta granja.
***
A la mañana siguiente, antes de empezar la
presentación de la granja, su prima dijo a Bob:
-
Mi
padre está enamorado de su propiedad, que ha permanecido en la familia desde
hace más de cien años. Mi abuela decía que había servido de modelo a una de
película… ¿Has oído hablar de La feria del Estado?
-
No
me suena, pero no es extraño porque apenas voy al cine.
-
Aun
así, sería difícil que la hubieses visto -sonrió Vicky- porque es muy antigua:
creo que de hace más de setenta años[40].
En fin, no cabe duda de que casa y terreno pasaron por mejores tiempos.
-
Pues,
por lo que he visto hasta ahora, es un sitio encantador.
-
Encantador,
sí, pero hipotecado, se lamentó Vicky. No sé si seguirá en manos de los Edwards
durante mucho tiempo.
Sin entrar en
detalles intranscendentes para el relato, diré que la propiedad ocupaba unos cien
acres[41]
de terreno casi completamente llano, sembrado de maíz, soja, avena y legumbres.
Cerca de la casa había dos extensas plantaciones de manzanos. El resto de la
superficie se dedicaba a pasto para el ganado vacuno. Muy próximos a la
vivienda, estaban los graneros, el establo de los bovinos y, algo más allá, una
extensa cochiquera. En conjunto, todo le pareció a Bob limpio y bien cuidado,
lo que ponderó a Vicky:
-
Mis
padres trabajan duro, pues apenas podemos permitirnos contratar braceros fuera
de la época de la cosecha, en que alquilamos maquinaria. Yo también colaboro,
cuidando del ganado. Aun así, mis padres tienen clavado el no haber
tenido hijos varones.
-
Creo
que estudiaste para maestra…
-
Empecé,
pero la verdad es que no he pasado de la Escuela Superior[42].
Al volver, la tía los
esperaba en el porche con una sonrisa de oreja a oreja. Mandó pasar al sobrino,
en tanto Vicky retornaba al establo, y le sirvió una limonada en la sala,
mientras le informaba:
-
El
puesto sigue vacante y parece que solo se ha interesado por él un individuo de
Waterloo[43], que no
le gustó a Mac, ni por edad, ni por formación. Yo le he dicho que eres muy
joven y con una preparación extraordinaria, incluso como fiscal…
-
¡Por
Dios, tía, no exageremos! He sido ayudante y durante muy poco tiempo.
-
Anda,
anda, que bien le he oído a tu madre lo muy estudioso que has sido siempre. En
fin, que te espera mañana a las ocho en su despacho, porque luego tiene no sé
qué de una herencia.
-
Está
bien, suspiró Bob. Espero dejaros en buen lugar.
-
¡Qué
tonto eres! Verás cómo te gusta Mac: Es un caballero serio y honesto, pero, al
propio tiempo, sabe tratar a la gente de forma llana y conoce a todo el condado
como si fuésemos de su familia… Lo que no me ha dicho es lo que piensa pagar al
asociado, como él ha dicho. Supongo que no será una cantidad fija, sino
según lo que se saque de los asuntos en que intervengas.
-
Lo
comprendo, tía, pero me figuro que, para empezar, apenas llegará para pagar el
hotel.
-
¡¿Qué
estás diciendo de hotel?! Eldora está a quince millas[44]
de aquí: no llega ni a media hora en coche. Te quedarás con nosotros, que
tenemos sitio de sobra en la casa, incluso para que estudies y trabajes en tus
casos.
Bob sonrió:
-
Me
parece, tía, que estamos como en el cuento de la lechera. Esperemos el
veredicto del abogado Armstrong y lo que resulte de mi visita a Omaha. Luego,
ya veremos.
Al escuchar la
palabra Omaha, Belinda lo miró con indisimulada decepción, hasta el
punto de que Bob se levantó, la besó en la frente y concluyó:
-
De
todos modos, tía, muchas gracias por vuestra amabilidad. Y, ahora, voy a ver si
llamó a los papás, que no saben nada de mi cese en la Fiscalía.
-
Eres
un desnaturalizado, Bobby. ¡Mira que marcharte de Wisconsin sin
despedirte!
-
No
quería disgustarlos y estaba esperando a encontrar otro trabajo.
-
Está
bien. Habla tú primero y luego me pasas el teléfono a mí, para que charle con
mi hermana, que yo mucho te critico, pero cojeo del mismo pie.
***
La entrevista con
Macaulay Armstrong -todos por aquí me llaman Mac, o counselor[45]-
resultó muy positiva y amistosa. Al concluir, Mac dijo a Bob:
-
Apenas
puse el anuncio la semana pasada, por lo que dejaré pasar unos cuantos días más
antes de decirte algo definitivo. Con todo, me has producido una impresión
excelente y no creo que tengas mucha competencia para el puesto… La gente cree
que un despacho perdido entre las granjas de Iowa no es un buen negocio,
y tienen razón, pero es mejor de lo que muchos creen. Eso, por no hablar de lo
tranquilo y entretenido que resulta: pocas veces hay agobios, pero no por eso
te aburres.
-
La
verdad es que no me importaría quedarme, si me escoge, pero tengo el compromiso
de pasar una selección para abogado de una empresa importante de seguros en
Omaha y, entretanto usted se decide, voy a ver qué tal resulta… Espero que no
me lo tome a mal.
-
¡Claro
que no! Comprendo que no resulta fácil pasar de una Fiscalía grande a sepultarte
en la mínima capital de un pequeño condado rural. Intenta seguir en el
candelero, como cualquier joven con ambiciones. Eso sí, avísame con lo que
resulte.
-
Descuide,
Mac. En cualquier caso, habría de volver para despedirme de mis tíos.
-
Son
buena gente, aunque últimamente las cosas no les van como se merecen.
-
Sí,
ya he oído algo a mi prima de una hipoteca un tanto perentoria.
-
Y,
hablando de Vicky, está también la faena que le hicieron… ¿No te han contado
nada? Pues entonces, como si no me hubieses oído, que a veces me vuelvo tan
chismoso como mis clientes.
Del viaje de Bob a
Omaha, no hay mucho que decir. El jefecillo de la Lincoln National que
lo entrevistó examinó superficialmente su currículo y, como si no lo supiese de
antemano, le preguntó:
-
Lindgren,
Lindgren… ¿No será usted el ayudante del Fiscal que hace unas semanas tuvo un
pequeño escándalo en Wisconsin?
Bob se levantó en
el acto y le dijo con desdén:
-
No
creo que para preguntarme lo que ya sabe fuese necesario hacerme venir hasta Omaha.
Devuélvame el currículo y que disfrute del día.
Todavía desde la
misma ciudad, llamó a Mac para informarle de su fracaso. Su interlocutor
contestó:
-
Lo
siento por ti pero, si te sigue interesando, el puesto en mi bufete es tuyo…
Suena bien: Armstrong & Lindgren, Abogados; un poco exótico pues por
aquí no hay muchos suecos.
Bob cortó, con una
amarga sonrisa:
-
Esperemos
-pensó- que no lleguen a Eldora las noticias escabrosas de Wisconsin.
Granja típica del Estado de Iowa
11. Retorno al pasado
Tan pronto apreció
Bob que su asociación con Mac Armstrong llevaba buena marcha, llamó a Melissa
para darle la novedad e indicarle la dirección del despacho al que podría
mandarle cuanta correspondencia deseara. Ella se mostró escéptica:
-
¿Estás
seguro de acertar, colocándote de segundo en un bufete de pueblo?
Él se enfadó y le
replicó algo que, en otro caso, le habría ocultado:
-
Bueno,
tuve la oportunidad de colocarme mejor en una aseguradora de Omaha, pero me
sacaron a relucir el fiasco de Green Bay. Parece que el caso trascendió a mayor
nivel que el estatal.
La chica dio
marcha atrás en su crítica:
-
En
ese caso, haces bien buscándote un acomodo temporal. Esas cosas se olvidarán en
una temporada.
-
Bueno,
¿y tú?, preguntó Bob. ¿Ya has montado el salón de belleza que tan ilusionada te
tenía?
-
He
pensado que mejor practico una temporada en un establecimiento ajeno, hasta
ponerme al día con las muchas novedades que han aparecido desde que yo lo dejé.
-
Reitero
lo que te dije en Green Bay -insistió Bob-. Me parece que en Eldora no tendrías
competencia como esteticista.
-
No
insistas, Bob. No creo ser la chica que te conviene.
-
Discrepo
-replicó el joven-. La oferta sigue en pie.
Aunque Bob
respetara la prelación de Mac y confiase en su honradez, no era fácil hacer
cuentas en aquel bufete rural, consolidado cuarenta años atrás. El que el
recién llegado hubiese sido acogido como socio de la firma era honroso,
pero también excluía la posibilidad de percibir sueldo fijo, por poco que
fuese, sino honorarios en razón a los casos que cada letrado llevase. El
problema era que la mayoría de los clientes solo conocían a Armstrong y a él
querían como encargado de sus asuntos; de modo que muchas veces Lindgren no podía
aparecer como el responsable del caso, teniendo que trabajar en él y
solucionarlo bajo mano, apareciendo su asociado como consejero y litigante.
Para neutralizar tan poco airosa situación, los dos abogados convinieron en que
determinado tipo de asuntos se asignaran abiertamente a Bob como especialista
en los mismos. Lógicamente, este marchamo se dio a los temas penales y -por
acuerdo con Mac- a cuestiones de tráfico, seguros, reclamaciones de daños y
otras. El socio senior pedía a Bob paciencia, en tanto se hacía con la
litigiosidad del condado y el conocimiento de los lugareños. Esa misma receta
le aconsejaban sus tíos. Tío Nat -con quien hacía buenas migas- lo animaba:
-
Cada
vez oigo hablar mejor de ti. Te aconsejo que estudies las leyes sobre tierras y
cultivos, y que te familiarices con los problemas de las granjas. En este
condado es casi lo único a que nos dedicamos.
Por su parte,
Belinda, más materialista, le animaba a que no se dejara comer el terreno en
materia de emolumentos, y no por Mac -a quien consideraba arquetipo de
honradez- sino…
-
…
Por muchos de nosotros. Ya sabes que los campesinos minimizamos por tradición
nuestros ingresos, pero la verdad es que la tierra por aquí es buena y la
mayoría de las granjas dan bien para comer; así que no te dejes embaucar por
los que te lloran lástimas o te prometen el pago para cuando vendan la próxima
cosecha.
-
Dicen
que todas las ganancias se las comen las hipotecas de los bancos, objetó Bob.
-
Eso
nos pasa a nosotros y a los pocos que no aseguraron a tiempo sus cosechas o sus
ganados. Lo de tío Nat no vino de ahí, sino porque le engañaron hace años los
que vinieron por Hubbard con el cuento de la diversificación del negocio del
campo y la fortuna en el viento. ¡Menudo timo!
Ante la curiosidad
de su sobrino, Belinda le explicó que, años atrás, vinieron de Des Moines[46]
unos industriales, animando a los granjeros a que invirtieran en medios e
instalaciones para destilación de etanol y el aprovechamiento de la energía
eólica. Convencieron a muchos, pues lo primero era un subproducto de la
agricultura y lo segundo, sacar partido a ese terrible enemigo para los
cultivos del Medio Oeste, que es el viento. Todo lo traían bien preparado y
listo para firmar. Ellos se encargaban de todo, yendo a medias durante
diez años, y buscando los bancos que adelantarían el dinero con la garantía de
lo instalado. Lo cierto es que la hipoteca recayó también sobre las tierras y
que, para caso de insolvencia de los instaladores, salían fiadores los
campesinos. De forma que, cuando las empresas resultaron fallidas y sus
titulares insolventes, los granjeros que habían picado tuvieron que
correr con todos los gastos.
-
Menos
mal -concluyó tía Belinda- que Nat contrató la hipoteca con el Security
State Bank, cuyo director en Eldora es primo suyo y lo conoce bien. Aún
así, tenemos pendientes los vencimientos de dos años y ya nos han apercibido
para que paguemos a la mayor brevedad, o nos embargarán por el total pendiente
de pago: ¡doscientos mil dólares, más intereses y gastos! No sé qué vamos a
hacer de aquí al verano, que es todo el aplazamiento que hemos conseguido.
Bob ofreció al
instante todos sus ahorros, que andaban por los quince mil, lo que mereció, a
un tiempo, la gratitud y el rechazo de su tía: ¿Qué adelantaríamos con una
cantidad así, que para ti es todo tu capital?
-
Permite,
al menos, que os pague como si estuviese de pensión en vuestra casa, añadió
Bob.
-
Me
sabe mal aceptar esa oferta, respondió Belinda, pero no te digo que no, siempre
que empieces a cobrar por tus servicios.
Aprovechando lo
dilatado e íntimo de la conversación, el joven trajo a colación lo de la faena
que le habían hecho a Vicky, sin explicar su fuente de conocimiento. Su
madre no tenía muchas ganas de darle explicaciones, no obstante lo cual,
precisó:
-
Ya
te figurarás que, por aquí y con los pocos que somos, las parejas se hacen
desde muy jóvenes y, a ser posible, con la bendición de las familias.
Vicky estaba predestinada desde niña para un chico de Iowa Falls[47].
Cuando terminaron la secundaria, él, Preston, marchó a estudiar a la
universidad del Estado y, al acabar, pasó a ejercer el periodismo en el Register[48].
El caso es que tuvo entretenida a Vicky, manteniendo contacto a distancia y
viniendo a verla de vez en cuando, para finalmente casarse por sorpresa, para
nosotros, con una chica de la capital. De eso ya va para tres años y mi hija no
se ha repuesto, encerrándose en casa y trabajando en el campo casi como si
fuera un muchacho.
***
No tardó mucho
Melissa en entender que estaba preparada para iniciar su nueva carrera
profesional, tan diferente de la que había dejado apenas medio año antes,
aunque le pareciera perdida en el pasado, de tantas peripecias como habían
acontecido para imaginarla ya lejana. El momento lo consideraba propicio: La
primavera se echaba encima, con esas notas de brusca y tardía, propias de las
tierras del norte. El dinero de los Harris, que no se había atrevido a ingresar
en cuenta abierta en un banco, pedía a gritos ser invertido cuanto antes en lo
que fuese, para ayudarla en su cambio de vida. Y, en el curso de sus prácticas
de academia de estética, había conocido a una adolescente, Carolyn,
verdaderamente primorosa como peluquera, precisamente el aspecto del trabajo
que a ella peor se le daba. Era, pues, el momento indicado para dar el salto,
contando con el asesoramiento de su primo Adam, excelente conocedor del mercado
inmobiliario de Eau Claire. En todo caso, Melissa a nadie había confesado el
mucho dinero del que disponía, aparentando que todo habría de salir de un
hipotético préstamo personal del Mid Northern Savings Bank, a uno de
cuyos directivos decía haber conocido durante su estancia en Green Bay.
Estaba esperando
al maestro de obras que llevaba la reforma y acondicionamiento de un local
alquilado en la calle Niagara, cuando quien apareció por allí fue muy otro
individuo, a quien no había esperado, ni deseado, volver a encontrar.
-
¿Qué
tal, Melissa? ¡Cuánto tiempo! Estás estupenda.
No necesitó darse
la vuelta para identificar la voz de Swindy.
Sola en aquel
local en obras, hizo de tripas corazón y le devolvió el saludo en tono
amistoso. Ello animó a su antiguo protector a empezar una charla demasiado
superficial en quien había tenido que recorrer doscientas millas para verla,
por no hablar de las vueltas que habría tenido que dar para localizarla.
-
Pero
¿qué hacemos aquí de pie y pasando frío?, preguntó Swindy. ¿No hay por
aquí algún sitio donde conversar tranquilamente y tomar algo?
-
Lo
siento, Swindy, espero a unos obreros que, por cierto, se están
retrasando mucho.
Felizmente, vio a
lo lejos venir al encargado de las obras. Al comprobar que era cierto, el
indeseado visitante alegó:
-
No
tengo prisa. Total, he venido hasta aquí solo para verte. Te esperaré.
-
De
ningún modo. Tengo mucho de que tratar con este señor y luego he quedado con un
primo mío para escoger mobiliario.
-
Vaya
-gruñó Swindy- ya veo que estás muy ocupada. ¿Te parece que comamos
juntos?
-
Otro
día. La verdad es que has venido en el peor momento, y sin avisar.
-
Por
lo menos, dame tu número de teléfono para que podamos quedar. Te llamé al de
siempre y no respondía: debiste de tirarlo.
Con vistas a
quitárselo de encima y a no dar la nota ante el encargado, Melissa le dio a Swindy
lo que quería, cosa que este comprobó inmediatamente, por si había
tomado mal algún número. Esto hecho, se despidió con un repetido esta
tarde te llamo.
Esa misma tarde, a
la tercera vez, Melissa respondió a la llamada, notando a Swindy bastante
enfadado: No pretenderás darme esquinazo, le dijo. Ella prefirió no
discutir y lo citó en persona para el día siguiente, en lugar y a hora que ya
había convenido con su primo, pues un sexto sentido la avisaba de que los
propósitos de su antiguo chulo no eran muy de fiar. Por cierto, el primo Adam
no había estado muy amable con ella:
-
Os
estaré observando, pero solo por esta vez. No quiero tener nada que ver con tus
viejas amistades de Green Bay.
La cosa resultó,
más o menos, como Melissa había previsto. Después de bastante divagar, Swindy
le informó de que el abogado Cannon le había comentado que, finalmente, la
joven había recibido medio millón por su papel en el juicio, decisivo
para la absolución de su cliente. Según él, las estaba pasando muy mal,
atosigado por los acreedores de deudas de juego, y creía que bien podría
mostrarse generosa con su antiguo amigo, que había sido además el intermediario
entre Cannon y ella. ¿De cuánto estaríamos hablando?, preguntó Melissa
para tener una idea de las intenciones del pedigüeño. Cien mil dólares me
sacarían de apuros y te prometo que no volveré a molestarte, respondió Swindy.
La muchacha estalló:
-
¿Acaso
crees que he abandonado la prostitución para seguir teniéndote de chulo?
También yo he tenido muchos gastos médicos y ahora, como has visto, estoy
metida en montar un negocio, lo que me llevará un montón de pasta. Lo
que conseguí solo a mí lo debo, y al pobre fiscal al que arruiné la carrera. Tú
ya tuviste tu premio y no tengo la culpa de que lo echaras a perder por tu
afición a jugar y a pedir dinero a prestamistas sin escrúpulos. En definitiva,
no quiero volverte a ver ni voy a consentir que me amargues la vida. Vuelve a
Green Bay o te denunciaré por extorsión a la Policía.
Se levantó, dejó
un billete de cinco dólares sobre la mesa y salió de la cafetería. Swindy,
tras unos instantes de sorpresa, se dispuso a salir tras ella, pero una
corpulenta figura se interpuso en su camino:
-
¿Vas
a alguna parte, rufián?
-
¿A
ti qué te importa a dónde voy?
-
Me
importa porque soy amigo de Melissa y, si no la dejas en paz, tendrás noticias
mías.
Swindy quedó
parado y Adam, haciendo ejercicio de osadía, dio media vuelta y salió despacio,
sin volver la vista atrás.
-
Lo
dicho, Melissa -insistió Adam, al llegar a la altura de su prima-. Una y no
más, que estos tipos son de cuidado y no tienen nada que perder.
***
Aquella noche,
Melissa durmió mal por la tensión nerviosa que le había producido el
reencuentro con Swindy. ¿Tensión nerviosa? Llamémoslo miedo, lisa
y llanamente. Cerró la puerta a cal y canto; vigiló que todas las ventanas
estuviesen con las persianas bajadas, aunque su apartamento estaba en el cuarto
piso; dejó encendidas varias luces de la casa, y colocó a la vera de la cama el
móvil. Con todo, ni era una cobarde, ni tampoco podía decirse que Swindy se
hubiese portado mal con ella hasta aquel momento. Ocupó el tiempo de insomnio
pensando en su situación y en las decisiones que habría de tomar para
revertirla. Había algunas cosas que le parecían obvias, como adquirir un
revólver similar al que le había incautado la Policía de Green Bay y no le
había devuelto; o llevar inmediatamente el dinero, si no abiertamente a un
banco, sí a alguna caja de seguridad de donde no pudiera sacarlo nadie
extorsionándola, sin posibilidad de pedir ayuda. Otras resoluciones podían ser
sencillas, pero mucho más discutibles, como la de salir huyendo a cualquier
parte, olvidando sus propósitos de reconstruir su vida. ¿Por qué no
estableciéndose en aquel pueblecito de Iowa con Bob, que parecía estar deseando
volver a la dulce intimidad de los días anteriores al juicio? La cabeza le daba
vueltas y, en una de ellas, cayó en la cuenta de algo que había pasado por alto
hasta ese momento: Dave Harris había salido absuelto de su agresión; luego
seguía en pie la auto inculpación de Swindy. ¿Qué estaba haciendo la
Policía, dejando al rufián pasearse por la calle, sin ni siquiera acusarlo por
el falso testimonio[49]?
A la mañana
siguiente cumplió, antes de nada, con la compra del chato Smith& Wesson[50]
y la munición idónea. Seguidamente, volvió a su casa, echó a la espalda una
mochila con casi todo el dinero que tenía en casa y, convenientemente armada,
se encaminó a la cercana oficina del Mid Northern Savings Bank para
alquilar una caja de seguridad. Recogió la documentación acreditativa y guardó
cuatrocientos mil dólares, quedándose con cincuenta mil para los gastos de las
obras, de los que diez mil le sirvieron de ingreso inicial para abrir una
cuenta corriente, que le permitiera emitir cheques. Seguidamente, llamó a su
primo, con el que quedó citado en un café de la Sexta Avenida, frente al Parque
Carson, al lado de la inmobiliaria donde trabajaba.
-
Me
has convencido, Adam, dijo Melissa para empezar. Ese tipo puede resultar
peligroso y no es cosa de ponerte en dificultades. Supongo que conocerás a
algún policía de total confianza, a quien pueda exponer el caso y pedirle
consejo.
-
Me
parece perfecto, prima. Un compañero de mis tiempos escolares es sargento de
detectives y hemos conservado una buena relación. Lo llamaré y le pediré una
entrevista contigo. Seguro que os caéis bien.
-
¡No
me digas que es soltero!, exclamó jocosamente Melissa.
-
Divorciado
y con dos hijos a los que pasar pensión, pero no es mal partido, dijo Adam,
devolviendo a medias la broma.
Para cuando
quedaron, Melissa estaba muy preocupada. Swindy no hacía más que
llamarla por teléfono -según él, desde Green Bay-, apremiándola para que lo
ayudase, pues los prestamistas se estaban poniendo de lo más violento. La joven
no le contestó más que una vez, con un mensaje de texto: Me tienes harta.
Voy a hablar con la Policía.
El sargento de
detectives Joe Rinaldi ya sabía cuanto sobre Melissa figuraba en los archivos
de la Policía, antes de que su recomendada abriera la boca. A partir de la
breve presentación que de ella le hubiese hecho el primo Adam, Rinaldi había
consultado las bases de datos y se había puesto en contacto con sus compañeros
de Green Bay. Con todo ello, no tenía para su interlocutora buenas noticias:
-
La
Fiscalía de Green Bay no pedirá que se abra juicio contra Phil Robson porque
está convencida de que su auto inculpación fue una patraña para encubrir la
culpabilidad de Dave Harris. Dan por hecho que, en cuanto lo llevasen al
banquillo, se desdeciría y usted apoyaría esa rectificación.
-
No,
si yo no quería otra cosa que se llevase un buen susto, puntualizó Melissa. De
todas formas, ¿no procederán tampoco contra él por haber mentido en juicio,
atribuyéndose una responsabilidad que no tenía?
-
Eso
solo habría sido posible si hubiese sido condenado el tal Harris, cosa que no
llegó a producirse por los motivos que usted conoce bien.
-
Ya
veo. Entonces, ¿qué puedo hacer ante las amenazas y la persecución telefónica a
que me viene sometiendo Swindy? Ya le habrá contado mi primo que se ha
atrevido a venir hasta aquí para pedirme dinero de muy malas formas, con la
disculpa de que tiene deudas de juego de imperioso abono.
-
Por
lo que Adam me ha dicho, salvo que usted lo contradiga, no ha pasado de ser una
solicitud, todo lo insistente que quiera, pero no ha llegado a las amenazas ni,
mucho menos, a la violencia física.
-
Todo
se andará, replicó Melissa. Lo que es, como no se le paren los pies, acabará
por comportarse conmigo como dice que los acreedores van a hacerlo con él.
-
¿No
manifestó usted repetidamente en el juicio que ese Swindy nunca le había
puesto la mano encima? No veo por qué tiene que cambiar ahora.
Melissa estaba
empezando a calentarse:
-
Pues
porque se le ha metido en la cabeza que me he vuelto rica de repente y debe de
pensar que soy la gallina de los huevos de oro, que va a remediar todas sus
dificultades económicas.
-
¿En
qué se basa para pensar así? ¿Es que él sabe algo sobre su situación económica
que nosotros deberíamos conocer? Si no me cuenta todo lo relacionado con su
problema, difícilmente voy a poder ayudarla.
-
No
le voy a ocultar que su equivocada impresión deriva de creer que el Señor
Harris me dio dinero para que exculpara a su hijo, pero eso no es verdad: Yo
mantuve que él era el culpable y solo por un grave error del fiscal del caso el
jurado acabó absolviendo.
-
Sí,
ya estoy al corriente, aseveró Rinaldi; como también de que, a consecuencia de
ello, el Gobernador y el Fiscal General están que muerden pues han perdido una
ocasión excelente de ganar las elecciones el mes que viene.
-
Allá
ellos. Por el único que lo siento es por el fiscal Lindgren, que tan bien se
portó conmigo y ahora se ha quedado en la calle.
-
También
a mí me importa un bledo el futuro del Gobernador Donovan; pero lo que quiero
ponerle de manifiesto es que la gente de Green Bay no va a mover un dedo
por usted, ni aunque Swindy se plante delante de la Jefatura de Policía
y les haga un corte de mangas.
-
¿Y
si vuelve por esta ciudad y me asedia con sus exigencias?
-
Si
reincide, llámeme. Es un individuo de mala vida, con antecedentes, y podemos darle
un toque para que no vuelva a aparecer por Eau Claire.
Melissa quedó
decepcionada de su entrevista con el sargento Rinaldi: no tanto por el escaso
resultado de la misma, cuanto por la desconfianza general que traslucía hacia
ella. Y. a mayores, daba la impresión de que la Policía estaba interesada -vaya
usted a saber por qué- en el dinero que suponían recibido por ella de los
Harris. Estaba visto -pensó- que tendría que actuar y defenderse por su cuenta,
para el caso de que el rufián volviera a presentarse. Claro, también
cabía coger el dinero y desaparecer, pero eso suponía abandonar sus proyectos y
darle a aquel chulo de poca monta la importancia de un capo mafioso de
categoría. Imaginar la pequeñez y escasa resolución de Swindy la
reconfortó. Aceleró el paso, con energía, llegó a casa y recuperó la posesión
del revólver, que no se había atrevido a llevar a comisaría. Luego, llamó a su
primo, para darle cuenta de la entrevista con su amigo, el sargento.
-
¿Qué
tal fue todo?, preguntó Adam. Joe es todo un tipo… -agregó-.
-
Muy
bien -repuso con ironía Melissa-. Quedamos en que la Policía intervendrá si la
sangre llega al Chippewa[51].
En otro caso, habré de arreglármelas sola.
***
Arboretum de Hubbard (Condado de Hardin, Iowa)
Un buen periodista
lo es incluso en vacaciones. Por las fechas en que Melissa lidiaba con Swindy,
Preston Ackley -el antiguo novio de Vicky- cogió unos días de permiso y
vino a disfrutarlos con su esposa en Iowa Falls, en casa de sus padres. Pasando
revista a las novedades del condado en los últimos tiempos, su padre le dijo:
-
El
viejo Mac ha contratado a un pasante para que lo ayude. Dicen que fue ayudante
del fiscal en Wisconsin.
-
¿Y
cómo entró en relación con Mac?
-
Andaba
de paso por aquí. Es sobrino de la mujer de Nat. Por ahora, se ha quedado en su
casa.
El hecho de que el
forastero viviera bajo el mismo techo que Vicky despertó la curiosidad de
Preston, vaya usted a saber por qué. El caso fue que, preguntando a unos y
otros, por fin le dieron el apellido del joven abogado; un nombre que despertó
en el periodista la memoria de una noticia de agencia, que su periódico había
publicado, sin dar nombres, como gacetilla y sin mayor relevancia. Sacó la
libreta que siempre llevaba consigo y apuntó el nombre de Robert Lindgren, a
efectos de ulteriores comprobaciones.
De regreso a Des
Moines, pidió ayuda a la sección de archivo del periódico y le dieron la
confirmación. Según la noticia original de la agencia, el nombre del fiscal
liado con la testigo era, precisamente, el que él sospechaba. Con malicia digna
de mejor causa, le faltó tiempo para llamar a su colega, la editora del Eldora
Herald[52] y soplarle
la noticia. Y así, al martes siguiente aparecía en primera plana un titular
interrogativo, que decía así:
¿Sabe el abogado Armstrong a quién ha
contratado para ayudarlo?
A diferencia de
los del Condado de Hardin, los lectores de este relato no necesitan que les
repita lo que ya conocen perfectamente.
Como es natural,
la noticia fue un bombazo en toda la comarca; y quizá lo peor fuese que
ni Bob, ni los Edwards tuviesen la mala costumbre de leer el Eldora Herald
que, por otra parte, se distribuía por suscripción. Sí lo hizo Mac y, por
supuesto, los alrededor de setecientos abonados al semanario, quienes se
despacharon a gusto, entre el chismorreo y el ludibrio, durante unos cuantos
días, hasta que alguna amistad se dejó caer por la granja y comunicó
formalmente a tía Belinda cuanto el periódico explicaba. Precisamente, esa
misma mañana Armstrong habló del asunto con Bob, al que creía ya al tanto de
las habladurías. Este le aseguró que era la primera noticia que tenía pero que,
en cualquier caso, lo que se contaba era sustancialmente cierto. Mac quedó en
silencio, con los índices en el labio superior, pensando. Se le veía abatido y
sin saber qué decisión adoptar. Bob decidió facilitársela:
- Como comprenderás, no puedo ir por ahí buscando trabajo y revelando la única metedura seria de pata que cometí en mi trabajo anterior. Además, en este caso, no quería dar a mis tíos un disgusto gordo, sabiendo cómo se las gastan en temas del sexto Mandamiento. Tenía la esperanza de hacerme valer antes de confiaros tan terrible secreto. Ahora no me queda sino dejar el despacho y marcharme adonde no hayan oído hablar de Wisconsin, o no den tanta importancia a un desliz sentimental que, por otra parte, ya he pagado con creces.
Mac, al fin, le
respondió:
-
Quiero
que quede bien claro que no soy yo quien te echa, sino los clientes de este
despacho y buena parte de los lugareños, que no podrían depositar en ti su
confianza, ni verte con respeto. Pero no corre prisa: termina los asuntos que
tengas pendientes y, entre tanto, ordena tus ideas y mira a ver si encuentras
alguna oferta de trabajo que te interese. Luego, haremos cuentas y, si lo
deseas, te daré las referencias que te mereces.
-
Que
sean mejores que las que merezco -bromeó Bob, aliviado-. Gracias, Mac. Acabaré
el trabajo que tengo entre manos lo antes posible y sin volver por el despacho,
para evitarte censuras.
-
Por mí, que les den…, concluyó el viejo
abogado, escatológicamente.
Bob recogió del
despacho los pocos asuntos que tenía entre manos y, para evitar habladurías,
los cubrió con el abrigo, hasta meterse en el coche. Al volver a la granja,
comprendió por las caras que también allí sabían lo sucedido en Green Bay. Se
sentaron a la mesa y, tan pronto sacó la conversación, su tía se echó a llorar,
entre la indignación y el desconsuelo. Su tío le explicó:
-
Nos
ha llamado Mac y ya nos ha explicado lo que han publicado los sinvergüenzas del
Herald y tu lógica decisión de marcharte de aquí, donde tan mal has sido
tratado. Por nuestra parte, no hace falta decir que nos parecería fatal que
cambiases de alojamiento, mientras ultimas lo que te quede por hacer. Y, desde
luego, no tenemos nada que criticar, ni que reprocharte, no solo porque somos
familia, sino porque lo que hiciste puede ser grave en un fiscal, pero no es
nada del otro mundo como hombre y, menos aún, como joven.
Apenas volvieron a
hablar, ni probaron bocado. Al terminar el almuerzo, Bob echó escaleras arriba,
dispuesto a emprender el trabajo pendiente. A los pocos minutos, Vicky llamó a
la puerta y apareció con un servicio de café:
-
Supongo
-dijo- que la tarde va a ser larga y necesitarás estar despejado.
-
Gracias,
Vicky… Por cierto, ¿qué piensas tú de todo esto?
-
Que
hay mucha gente ociosa y mal intencionada.
-
Me
refería a mi comportamiento en Wisconsin.
-
Lo
siento, primo, pero a mí solo me importa lo que hagas en Iowa.
12. Una herencia inesperada
La comunicación
con Bob la dejó desolada. Le había llamado para explicarle su situación y
pedirle consejo, pero se lo encontró en horas bajas, recién dimitido de su
asociación con Mac Armstrong. Seguramente fue por esa inmediatez, por lo que se
sinceró con ella:
-
Ya
sé que no pareces muy dispuesta a aceptar mi sugerencia de abrirnos camino
juntos -dijo Bob- pero, por si acaso cambias de idea, espera un poco porque
creo que voy a parar por aquí muy poco tiempo.
Y seguidamente, de
forma escueta, le expuso la aparición de la noticia en el semanario
local y la consiguiente necesidad de abandonar el trabajo e ir pensando en
cambiar de aires. Melissa comprendió que no era el momento de transmitirle sus
inquietudes y problemas, sino de darle ánimos… y algo más, de forma tal, que no
tuviera que indicar la cuantía ni la procedencia del dinero que iba a ofrecerle:
-
Creo
que voy a abandonar la idea de montar mi propio negocio -le mintió-, porque
todavía me siento un poco verde como empresaria y esta es una ciudad
cara. Mejor me coloco en algún salón de belleza ajeno y me acostumbro a vivir
de un sueldo fijo. Así que el dinero que pensaba invertir lo tengo disponible y
mucho me agradaría que lo aceptases hasta que encuentres algún trabajo que te
satisfaga, lo más lejos posible de Wisconsin; tal vez, en la Costa Oeste…
-
Muchas
gracias, repuso Bob, pero tengo unos ahorrillos y aún falta que me liquide
Armstrong los asuntos que estoy concluyendo. Haz tú lo que mejor te parezca y
no te preocupes por mí… También fue mala suerte que lo de Green Bay fuese
noticia de agencia y saliera en la prensa de todo el país.
-
¿Cómo
lo han tomado tus tíos?
-
Me
han apoyado, no veas cómo. En fin, como dices tú, esto acabará olvidándose. Lo
bueno es que Mac Bride no me abriera expediente por conducta inapropiada,
gracias a lo cual podré seguir buscando trabajo como abogado… allí donde no
lean los periódicos.
Es posible que
esta conversación hiciera pensar a Melissa en la conveniencia de dejar
arregladas las cosas a su gusto, para el caso de que sus problemas con Swindy
llegasen a complicarse en demasía. Acudió a un Notario Público para modificar
el testamento que había hecho años atrás, en Green Bay, ante lo poco segura que
era la vida de una prostituta. A su primo Adam tan solo le advirtió de que, en
caso de fallecimiento, lo comunicase inmediatamente en la notaría.
Seguidamente, con bastante desgana, siguió con las reformas de su futuro salón
ya que, después de todo el gasto y los compromisos adquiridos, le sabía mal
dejarlo todo a medias; pero su propósito cada vez más decidido era el de
terminar las obras y alquilar el local a otras personas interesadas, dado que en
aquella zona de la ciudad había bastante demanda de ello.
No le dio tiempo
de cumplir su designio. Al regresar una tarde a su casa, se vio sorprendida por
la presencia en su interior de Swindy y otros dos sujetos desconocidos,
que debían de haber entrado manipulando la cerradura. En un santiamén le ataron
las manos a la espalda y la amordazaron con cinta aislante. El propósito
establa claro, pero uno de los ignotos se lo explicó:
-
Vamos
a ver, nena: Tu amigo nos asegura que estás forrada y que te niegas a ser
generosa con él. A nosotros eso nos importaría una mierda, si no fuera porque
nos debe un montón de pasta y vamos a cobrarnos a tu costa. Así que ya
puedes irnos diciendo dónde la guardas, comenzando por la que tengas aquí en el
piso.
El otro esbirro la
puso en pie, tirándole del pelo, y la zarandeó, dando a entender que habría de
encaminarse hacia donde tuviese guardado el dinero. Swindy, algo
apartado, sugirió:
-
¿No
sería mejor que la dejaseis explicarse? Dadas las circunstancias, no creo que
le dé por gritar.
Los otros cruzaron
una mirada y procedieron a quitarle la mordaza con muy poca suavidad, mientras
uno de ellos le ponía un estilete al cuello.
-
Andando,
prenda -le dijo-, que tenemos poco tiempo.
Melissa comprendió
que se las había con un par de sicarios de algún prestamista mafioso de Green
Bay y que no tenía sentido hacerse la heroína; de modo que dirigió el cortejo
hacia su dormitorio. Susurró:
-
Está
en el altillo del armario, entre las maletas. Hay una escalerilla en la cocina.
El más alto cogió
una descalzadora, la puso a la vera del empotrado y preguntó:
-
¿Dónde?
-
Déjame
a mí, contestó. Será más fácil.
Unos momentos
después, los matones estaban contando los billetes que Melissa había apartado
para casa, a fin de atender los pagos ordinarios y de las obras.
-
Treinta
y siete mil, dijo al acabar el contador. ¿Dónde está el resto?
Estuvo por
contestar que en casa de Adam, o de algún otro familiar, pero no quiso ponerlos
en un aprieto tan gordo. Resolvió decir la verdad:
-
En
un banco, por supuesto. No iba a tener todo en casa.
-
¿En
qué banco? ¿Y cuánto es todo?
Optó por contestar
primero a lo segundo, para ver de indisponerlos con Swindy, que seguía
manteniéndose silencioso, en segundo plano:
-
¿No
os lo ha dicho mi amigo? Pues bien sabe él que, en total, me dieron cien
mil. Pude conseguir más, pero no quise ser ambiciosa y provocar la ira de los
Harris.
-
¡No
le hagáis caso…!, exclamó Swindy, pero el más próximo le hizo callar de
un manotazo.
-
Tiene
que ser más, mucho más -rebatió el alto, que parecía dirigir la expedición-. A
él le tocó un cuarto de millón.
-
Porque
se echó las culpas del crimen -replicó Melissa-. Yo, en cambio, mantuve que
Dave Harris era culpable y solo me pagaron por echar el anzuelo al fiscal, que
es lo mío. Podéis preguntar al abogado Cannon -agregó con osadía-. Lo siento,
pero me parece que Swindy os ha tomado el pelo.
El alto pasó del
salón al cuarto de baño, cerró la puerta y se le oyó vagamente hablar por
teléfono durante unos minutos. Al regresar, parecía más decidido, prueba
evidente de que se había puesto en contacto con su mandante, para recibir
instrucciones:
-
Lo
que sea, sonará -filosofó-. ¿En qué banco tienes el dinero?
Swindy matizó:
-
Banco…
o bancos. Seguro que esta furcia lo ha repartido entre varios, para poder
engañarnos.
Melissa apretó los
dientes. ¡Si sería estúpida, que no se le había ocurrido hacer lo que el
mentecato del rufián imaginaba!
-
Te
equivocas, le replicó. Todo está en el banco que me recomendó un pariente de
confianza: el Mid Northern de la calle South Dewey.
-
De
eso ya hablaremos, y pobre de ti como pretendas tomarnos el pelo o no nos
ayudes en lo que sea preciso.
Volvieron a
amordazar a Melissa y le ordenaron sentarse en el sofá de la sala y estarse
quietecita. El alto indicó a Swindy:
-
Ya
hemos terminado contigo, por ahora. Búscate una habitación por aquí cerca y
espera mañana nuestra llamada. No andes paseando por ahí, no sea que esta pájara
pasara a la bofia alguna fotografía tuya, cuando estuviste con ella el
mes pasado.
Swindy marchó.
El individuo alto -en ningún momento se habían llamado uno a otro por su
nombre- empezó a realizar un registro minucioso de todo el piso, con la
habilidad que da la experiencia, mientras su compañero se sentaba cerca de
Melissa, tras encender la televisión. Así estuvieron como una media hora, hasta
que apareció el trajinante, con unos documentos en la mano.
-
Veo
que has dicho la verdad en cuanto al banco: Todos los papeles son del Mid
Northern; pero lo que no nos habías dicho es que, aparte otros diez mil pavos
en una cuenta, tienes una caja alquilada, en la que no dudo tendrás buena
parte de lo que andamos buscando.
Melissa maldijo su
suerte aunque, de pronto, pensó que tal vez podría engañarles en cuanto al
alcance de lo que guardaba en dicha caja, pues no creía que los hampones se
arriesgaran a pasar todos los controles, y la dejarían a ella que entrase sola en
la cámara acorazada; pero aquellos individuos no habían nacido ayer:
-
Tendremos
que emplear el truco del accidente de tráfico, dijo el uno al otro. Así no nos
pondrán dificultades para que la acompañemos hasta dentro.
El colega volvió
hacia sí el rostro de la chica y preguntó:
-
¿Habrá
que ponerle un ojo morado? Me sabría mal golpear a una muchacha tan guapa.
-
No
será preciso. Con vendarle el brazo derecho y, si acaso, la otra mano, será
suficiente.
Melissa se vino
abajo. Había comprendido que uno de los delincuentes entraría con ella y
registraría la caja, aparentando ser amigo suyo, y que ella, por un supuesto
accidente anterior, no podía abrirla ni manipularla.
-
Veo
que has pagado un par de cheques de mil dólares. ¿Qué pasa, que te gusta vivir
bien?, preguntó el alto.
-
Estoy
de obras, aclaró Melissa. Pensaba montar un pequeño negocio.
-
¡Mírala!,
comentó el otro. A lo mejor pensaba retirarse del negocio de la carne.
Es una pena, agregó mirándola de arriba abajo. Todavía estás de muy buen ver.
El alto no pareció
satisfecho del derrotero que tomaba la conversación.
-
Anda,
indicó a su amigo, ve a la cocina y mira lo que encuentras para preparar la
cena.
-
Podríamos
encargar unas pizzas y unas cervezas, sugirió el interpelado.
-
Sí,
hombre, sí; y podemos hacernos un selfi y se lo dedicamos al pizzero.
***
Terminada la
frugal cena, el alto organizó la velada. Cortésmente, dejó que Melissa ocupase
el dormitorio, aunque con ambas manos atadas al cabecero de la cama y la boca
bien amordazada con un pañuelo de cuello que habían hallado en la cómoda. El
individuo más bajo se ofreció a desnudar a la joven y vestirle el camisón, pero
el alto se lo impidió:
-
Con
quitarle la chaqueta y los zapatos será bastante.
Una vez acostada
de tal guisa, los ladrones se retiraron al salón unos momentos, para deliberar.
Al cabo, el alto regresó al dormitorio.
-
Uno
de nosotros estará en todo momento de guardia, por lo que puedes pedir lo que
necesites o ir al servicio, golpeando moderadamente el colchón con las piernas.
Yo haré el primer turno de vigilancia.
Con la luz de la
mesilla encendida y la puerta abierta, cogió una silla y se sentó a la vera del
dormitorio, con unas revistas cogidas en la sala. El otro hurgó por el armario,
hasta encontrar una manta de viaje y se retiró a pasar unas horas dormitando en
el sofá de la otra habitación. Sería algo más que un duermevela pues pronto sus
ronquidos evidenciaron que dormía como un bendito. Melissa creyó que le sería
imposible dormir, cosa que tampoco quería. Durante un tiempo vio al alto hojear
las publicaciones y dar cortos paseos, de lado a lado del pequeño apartamento.
Luego, rendida de tensión y cansancio, también ella se durmió, en medio de
sueños angustiosos.
La despertó un
cosquilleo en sus partes, y el calor y el peso de un cuerpo que se posaba sobre
el suyo. Sobresaltada, vio junto a su rostro el del individuo más bajo, que
pretendía aprovechar su turno de guardia para saciar el deseo que ya ella había
apreciado durante la tarde. Por un momento, pensó en hacer ruido, tratando de
alertar al otro hampón, que le parecía mucho más profesional, pero los
ronquidos mostraban a las claras que dormía profundamente. Apretó las piernas y
se movió a un lado y a otro, pero el lascivo la agarró por el cuello y susurró
imperiosamente: estate quieta, guarra. La experiencia de tantos años la
impulsó a ceder, procurando recibir el menor daño posible. Al terminar, esa
misma experiencia la aleccionó. Pidió a su forzador por gestos que le quitase
por un momento la mordaza. El otro solo se la aflojó.
-
Deja
que vaya al cuarto de baño a limpiarme y orinar.
De no muy buena
gana, desligó las cuerdas de la cama, dejándole los brazos por delante del
cuerpo, y volvió a apretarle la mordaza. Ella, aunque magullada y entumecida, caminó
por su propio pie y, sin pedir permiso, entornó la puerta del lavabo y comenzó
su aseo. Por la rendija, observó que su guardián se sentaba en la silla a
esperar que acabase.
Como una flecha,
abrió el armarito, sacó el envase del somnífero y fue ingiriendo las pastillas
de cuatro o cinco veces, con los subsiguientes buches de agua, hasta terminarlas
todas. Luego, volvió a colocar el frasco en el armario, concluyó su aseo con
rapidez y salió camino del lecho, seguida por el vigilante, que susurraba
obscenamente:
-
Dentro
de un ratito, repetimos.
Cuando, en efecto,
intentó repetir, Melissa, todavía caliente, ya no se movía. El sicario tenía suficiente
experiencia, pese a lo encalabrinado que estaba, como para percatarse, con asombro,
de que su víctima estaba muerta.
***
Justamente estaba
Bob cargando el equipaje en su automóvil, con incierto destino a California,
cuando Belinda vino corriendo con su móvil en la mano, sonando a todo sonar:
-
Cógelo,
le dijo, que lo habías dejado en el salón.
Lo llamaban de
una notaría de Eau Claire, Wisconsin, porque le convenía acudir allí cuanto
antes, para un asunto de su interés.
-
¿De
qué se trata?, preguntó un poco alarmado.
-
De
que ha fallecido una conocida suya y lo ha tenido en cuenta en su testamento.
Aunque inmediatamente
supuso de quién se trataba, preguntó su nombre. No había duda: Señorita Melissa
Warner. Contestó:
-
Mañana
mismo procuraré estar ahí. ¿A qué hora pueden recibirme?
-
Viniendo
usted de fuera, le haremos un hueco en cualquier momento, antes de las tres de
la tarde.
Eldora (Condado de Hardin, Iowa)
13. ¿Un buen negocio?
Según le comunicó
el notario, la apertura y la lectura del testamento se habían verificado ya la
semana anterior, en presencia de los pocos familiares de la difunta que habían
podido ser convocados y se habían dignado acudir.
-
Por
cierto -le explicó el fedatario-, que no salieron muy contentos pues la difunta
solo se acordó de uno de sus primos para encargarle de que pagase las deudas de
unas obras y las que resultasen de su funeral e incineración, legándole la
cantidad adicional de cinco mil dólares en compensación por sus gestiones.
-
Según
eso, coligió Bob, vengo a ser algo así como el heredero universal de la finada
Señorita Warner.
-
Así
es, excepción hecha de sus joyas y objetos personales, que dejó a sus
familiares más allegados. La verdad es que parece que resultó una sorpresa para
todos, tanto su designación, como la notable cantidad de dinero que tenía la
fallecida, en la caja de un banco de esta ciudad.
-
¿Podría
volver a leer el testamento, para mi conocimiento?
-
Claro,
aquí está. Léalo usted mismo, si quiere.
Bob leyó con
atención la parte del documento que le concernía. Era explicativa, pero un
tanto anodina:
Dispongo en
favor del Señor Robert Lindgren de todo el dinero que tengo guardado en la caja
de seguridad número 174 del banco Mid Northern Savings, sucursal del número
1023 de la calle South Dewey de esta ciudad, cantidad que asciende
cuatrocientos mil dólares. Es mi voluntad que el Señor Lindgren acepte la
herencia como muestra de mi afecto hacia él y en compensación por los perjuicios
que le he causado con mi comportamiento en la ocasión que él y yo bien sabemos.
-
Cuando
vaya usted al citado banco -aclaró el notario-, observará que solo le entregan
trescientos setenta mil dólares, pues ha habido que descontar lo que tuvo que
pagar el primo, Adam Warner, más los gastos funerarios y el alquiler de la caja
de seguridad. Si quiere presentarme alguna reclamación…
-
Desde
luego que no. Lo que sí querría es que me informase de las circunstancias del
fallecimiento de la Señorita Warner y de dónde está enterrada.
-
¡Es
verdad, ya se me olvidaba! Un sargento de detectives quiere hablar con usted a
propósito de lo sucedido. Aquí tiene su nombre y número de teléfono. Y aquí, la
documentación que deberá presentar en el Mid Northern para que le entreguen
la cantidad heredada.
Bob acudió primero
al banco y ordenó la transferencia de trescientos cincuenta mil dólares a su
cuenta en el Security State Bank de Eldora, percibiendo en metálico los
veinte mil restantes. A continuación, llamó al sargento Rinaldi:
-
Me
gustaría -dijo el policía- charlar detenidamente con usted. ¿Por qué no se
queda algún día en Eau Claire?
-
Ya
pensaba hacerlo. Entre otras cosas, quiero ver cómo ha quedado la tumba de
Melissa.
-
Ah,
muy bien. ¿Sabe ya en qué hotel va a hospedarse?
-
No
tengo idea: No conozco la ciudad.
-
Entonces,
permítame recomendarle el Lismore, en la calle Gibson. No le defraudará
y no es caro. Claro que, acabando de heredar una cantidad tan sustanciosa…
No le gustó a Bob
esta última alusión, pero optó por tomarla a broma:
-
Sustanciosa
e inesperada, como ya se imaginará.
-
Desde
luego. Bien, pues regístrese usted y almuerce, si le place, en The
Informalist, algo caro, pero con muy buena cocina.
-
Gracias,
sargento, un guía diplomado no me habría aconsejado mejor.
***
Quedaron para
cenar, ese mismo día, en The Plus que, según Rinaldi, era el sitio ideal
para comer informalmente, escuchando música variada y de aceptable calidad. La
mera charla telefónica había invertido la opinión prejuiciosa que el detective
tenía de Lindgren. Parece un tío legal, comentó con otro compañero al
cortar la comunicación. Y eso era mucho decir para una mente tan suspicaz.
Esa opinión no
hizo sino robustecerse mientras charlaban de todo un poco durante la cena. Ahora,
a cenar; luego, tomando una copa, le pondré al tanto de todo. ¡Menos mal
que la actuación musical de aquella noche era de un guitarrista de folk
& soul, poco ruidoso él!
Llegado el momento
de las confidencias, Joe Rinaldi explicó a Bob la forma y circunstancias
del suicidio de Melissa, que él no ponía en duda, aunque se habían percatado de
que había huellas de violencia en las muñecas y en la zona bucal externa de la
joven, inequívocas de haber sido maniatada y amordazada con cierta severidad.
Asimismo, había rastros de semen en la vagina de Melissa y en la ropa de la
cama, aunque el Forense no había hallado signos claros de violencia en las
partes de la joven.
-
Hay
un par de cosas -indicó Rinaldi- en que me interesa su opinión, dado que la
conocía bastante bien. En primer lugar, lo que sepa sobre su consumo de somníferos
y la clase de los mismos que tomase.
-
Me
consta que se medicaba para las migrañas y el insomnio, pero no tengo idea de
los nombres de tales específicos. Aunque, efectivamente, fuimos muy amigos,
nunca vivimos juntos. Eso sí, creo que, aunque no fuese adicta, tengo la
impresión de que no era muy escrupulosa a la hora de respetar las dosis
prescritas. Hasta es posible que acudiese a médicos muy complacientes, o
que tuviera canales no autorizados de suministro de medicamentos.
-
Y
la segunda cuestión que nos preocupa -agregó Rinaldi- es cómo una mujer con la
experiencia y el carácter de Melissa pudo venirse abajo y escapar de sus
problemas utilizando la tremenda fórmula del suicidio.
-
Es
posible que fuese muy fuerte cuando se dedicaba sin problemas a la prostitución
pero, desde que sufrió la tremenda agresión de Dave Harris, paso muy mala época
y no creo que pudiera considerársela ya una mujer valiente y equilibrada, como
debió de serlo antes. Luego, el juicio, la relación conmigo, el retorno a Eau
Claire para empezar una nueva vida… Cierto es que las pocas veces que hablamos
por teléfono, ni la noté nada extraño, ni me dijo ninguna cosa preocupante… No
sé qué más explicarle.
-
Claro
-comprendió Rinaldi-, es que aún no le he aclarado que llevaba unas cuantas
semanas sometida a bastante presión.
Y, de forma
precisa, Rinaldi informó a Bob de las pretensiones y persecución de Swindy,
que nosotros ya conocemos.
-
Usted,
como Fiscal, conoció a Swindy y también sabrá lo que Melissa pensaba de
él.
-
En
aquella época -opinó Bob-, el tal Swindy parecía un sujeto todo lo
pacífico y moderado que puede serlo un protector de prostitutas. Estuvo
a punto de ir a la cárcel un montón de años, por su estupidez de declararse
culpable de la agresión. Eso mismo puede mostrar hasta dónde podía llegar por
conseguir dinero con que pagar sus deudas. Es posible que aquel dinero se
acabase y, gravemente amenazado por los prestamistas y por otros fulleros, se
sintiera impulsado a amenazar o tratar con violencia a Melissa. Con todo, no me
lo imagino haciendo todo eso que acaba de narrarme.
-
Yo
tampoco -convino el sargento-. Esto es cosa de gente más experta -seguramente,
un par de matones- que fueron por el dinero de Melissa, avisados por Swindy y
para cobrar las deudas de este. Estamos sobre la pista, aunque, al percatarse
de que la chica había muerto, limpiaron a conciencia las huellas del piso; pero
algunas dejaron y no será difícil que coincidan con otras archivadas, pues
sería extraño que no tuviesen antecedentes.
-
Además,
está el semen -advirtió Bob-. La prueba de ADN permitirá dar con los culpables
o, al menos, alguno de ellos.
-
En
efecto.
-
Y
está Swindy. Si, como parece, intervino en los hechos, o estos fueron
debidos a querer cobrar sus deudas, bastará con apretarle. No parece un
individuo muy resistente.
-
Para
eso, replicó Rinaldi, solo hay un pequeño inconveniente.
-
¿Y
es?
-
Que
hace una semana que apareció flotando en el lago Michigan, en las proximidades
de Manitowoc, con dos heridas de bala en la cabeza. Se ve que, al salirles las
cosas mal a sus acreedores, estos cumplieron sus amenazas.
Bob seguía dando
vueltas en su cabeza a una duda: ¿Cómo podría haberse suicidado Melissa, si
estaba atada? Rinaldi procuró explicárselo:
-
Para
hacer las cosas más creíbles, el criminal, o los criminales, la desataron, una
vez muerta, para dar a entender que el suicidio había sido espontáneamente
decidido por Melissa. Con ello, nos dejaron la duda de cómo la habían
maniatado. Yo mantengo la tesis de que lo harían por delante, de modo que, en
un descuido de ellos, al permitirle ir al wáter, se tragó todas las pastillas…
Hay un indicio de ello: el cabecero de la cama tiene algunas rozaduras y
algunos hilillos de la fibra de la que estaban hechas las ligaduras… Puede
parecer muy primitivo, pero se utilizó una cuerda de cáñamo. ¿Qué le parece?
Esta gente es tan tradicional como los verdugos de hace unas décadas[53].
Rinaldi parecía
sentirse a gusto. Habían dado las once y andaba por su tercer gin fizz[54].
Paró unos minutos la conversación, para escuchar Am I that easy to forget?[55]
Al acabar la canción, prosiguió:
-
La
verdad, Lindgren, es que la chica le hizo la puñeta bien hecha, por supuesto
que por iniciativa y con la ayuda de la familia del tal Dave; pero ¡qué detalle
dejarle todo lo que tenía! Algo debía de temer la pobre cuando cambió el
testamento poco antes de morir, supongo que para nombrarle a usted heredero,
revocando otro testamento de hace cinco años. En fin, ya tiene para marcharse
lejos de Wisconsin y montar un buen despacho. Le deseo de corazón que le vaya
muy bien. Es usted un tipo decente, pero con mala suerte. Solo un tío muy
legal, o muy salido, se la juega por una prostituta.
Bob empezaba a
sentirse incómodo y, tal y como estaba de animado Rinaldi, iba a ser difícil
pararlo. De modo que miró ostensiblemente su reloj y exclamó:
-
¡Uf!,
se ha hecho muy tarde y estoy molido. Mañana quería ir al cementerio para ver
la tumba de Melissa, aunque me han dicho que la incineraron. ¿Sabe en qué
camposanto está?
-
Supongo
que en Forest Hills o, si no, en Lakeview. Quien lo sabe es el
primo Adam, que es amigo mío. Yo me encargo.
Y, ni corto, ni
perezoso, pese a lo tardío de la hora, llamó a Adam y le hizo la pregunta.
-
Está
en Lakeview, en un nicho del columbario.
-
Espléndido,
Rinaldi. Voy a pagar y luego le ruego que me acompañe al hotel, por si me
pierdo.
-
Lo
dicho, es usted un gran tipo, pero deme a mí un billete de cien dólares y haré
como que pago yo. Como cliente y policía, me hacen un precio especial.
A la mañana
siguiente, Bob pasó por el cementerio. El nicho para las cenizas de Melissa no
podía ser más pequeño e impersonal, encastrado entre cientos de ellos, todos
iguales. Al letrado le recordó los archivadores para las fichas de libros en la
biblioteca general de Madison. Habló con unos y con otros y encargó una
sepultura en medio de la bellísima pradera sobre el lago, con una piedra
cabecera de granito rosa, con el nombre y los años de nacimiento y muerte. El
marmolista le preguntó:
-
¿Ponemos
quién le dedica la sepultura?
-
No
tendría mucho sentido -contestó Bob-. A fin de cuentas, el dinero era suyo.
Cementerio de Lakeview, en Eau Claire
***
En el camino de regreso, ya había tomado la
decisión. A él le bastaría con los ahorros y con una parte de lo heredado, para
poder abrir un despacho allá donde decidiera colgar su sombrero. El resto, la
mayor parte, lo emplearía en levantar la hipoteca sobre las tierras de sus
tíos, sin anunciárselo previamente. Más adelante, cuando salieran de apuros, le
irían devolviendo el dinero, según pudiesen hacerlo.
Ya en casa, les
explicó que la fallecida había sido la testigo de aquel juicio, y que se
había tratado de prestar declaración ante la Policía, porque la muchacha se
había suicidado en circunstancias confusas. Prefirió decirles parte de la
verdad, no volviesen a enterarse por los periódicos.
-
Te
va a estar dando guerra incluso después de muerta, gruñó tía Belinda.
-
Por
favor, mamá -intervino Vicky-, no creo que la chica pretendiera perjudicar a
Bob acabando así.
El joven optó por
cambiar de conversación:
-
Si
no os parece mal, me quedaré con vosotros unos días más. El viaje a Wisconsin
me ha cansado mucho y tengo algunas molestias de ciática.
-
Esta
es tu casa -respondió tío Nat-. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras.
Bob dejó pasar el
día siguiente para que el dinero transferido tuviese oportunidad de llegar a
Eldora; tan solo telefoneó al banco para que le avisasen tan pronto recibieran una
cantidad importante que esperaba del banco Mid Northern. Con el día
libre, se dedicó a remolonear por su habitación y a pasear por los alrededores.
Junto al granero, encontró a su prima limpiando las instalaciones y
transportando sacos con una carretilla elevadora.
-
Hay
que ultimar los preparativos para acoger la próxima cosecha. Quiera Dios que no
se tuerza el tiempo y sea tan buena como se espera, le dijo Vicky.
-
¿Qué
tal va el tema de la hipoteca?, preguntó Bob. ¿Os amplían el plazo para pagar?
-
Tras
de eso anda mi padre como un desesperado, pero es casi seguro que la próxima
cosecha sea la última que recolectemos.
-
Tengamos
fe… Venga, voy a ayudarte con esos sacos, ofreció Bob.
Su prima se echó a
reír.
-
¿Vestido
así y con ciática?, preguntó.
Bob sintió un
ramalazo de cortesía, trufado de cariño, y se propasó a decirle una simple
fineza:
-
A
tu lado se me quitan todos los males.
Vicky dejó lo que
estaba haciendo, se encaró con él y, aunque con suavidad, le espetó:
-
Primo,
nunca me digas algo que verdaderamente no sientas por mí.
***
El director de la
sucursal del Security State se quedó boquiabierto y dijo a Bob:
-
Así
que quiere levantar la hipoteca sobre la granja de mi primo Nat… Sí, sí, ya sé
que es usted sobrino de Belinda y que acaba de llegarle de Wisconsin una
cantidad suficiente para ello, pero es que… en fin, que no veo motivos para
algo así. ¿No preferiría subrogarse usted en la hipoteca?
Bob se armó de
paciencia:
-
No,
amigo. Lo que quiero es, lisa y llanamente, pagar al banco lo que queda del
principal y los intereses, cancelando la hipoteca. Supongo que tendrá que venir
a firmar el tío Nat, pero quiero que, cuando venga, se lo encuentre todo hecho,
de modo que no pueda revertir la situación.
-
En
ese caso, concluyó el director, vamos a redactar inmediatamente los documentos,
haciendo constar que actúa usted en nombre y con autorización de Nathaniel
Edwards. Mientras el banco cobre sobre la marcha y en efectivo, nadie va a reparar
en formalismos.
-
Pues,
estando de acuerdo en todo, vaya actuando con todo sigilo, que no se entere Nat
hasta que yo se lo diga. Entre tanto, voy a hacer unas gestiones y regresaré a
eso del mediodía.
-
Mejor
a la hora de cerrar. Así tendremos más tiempo y firmaremos sin testigos
molestos.
Con una inusitada
sensación de ligereza y euforia, Bob se encaminó al despacho de Macaulay
Armstrong. Tuvo la suerte de encontrarlo, pues era día de recibir las visitas
de los clientes.
-
Mac,
tengo una mala noticia para ti. Vengo a encargarte un asunto y espero que, como
buen amigo, no me cobres.
-
¡Caramba!
¿Todavía andas por aquí? ¿No te habías despedido hace tres días?
-
No
sabes la de cosas que pueden pasar en ese breve tiempo.
Le puso al corriente de los sucesos de Eau
Claire y de su liberalidad hacia la familia, levantando la hipoteca de su
granja. Mac estaba a punto de llorar. Se levantó del sillón y fue a abrazar a
Bob, que casi lo ahoga.
-
¡Ya
era hora -exclamó- de que todos vosotros recibieseis vuestro merecido!
-
Hombre,
Mac, tal y como lo dices, parecería que nos meten a todos en la cárcel.
Pasados aquellos
momentos de expansión, Bob le pidió:
-
Quiero
que me acompañes luego al banco y que vigiles o realices todos los trámites,
incluyendo los registrales. Ya sabes que nunca se me ha dado bien lo relativo a
tierras.
-
Cuenta
con ello, pero ten por seguro que tu tío no va a consentir que le regales el
dinero, ni recibirlo como préstamo, a pagar tarde, mal y nunca. O mucho me
equivoco, o querrá transferirte la propiedad de parte de sus tierras, valiendo
los frutos como pago de los intereses que te debería… No, no, no hagas visajes
ni me niegues lo que te digo. Él es íntegro y muy terco. Y algo más, Bob: no
puedes venir a un hombre como es debido a hacerle un regalo como este, por el
mero hecho de que tú seas generoso y os una cierto parentesco. Ya sabes que la
donación no solicitada puede avergonzar, y hasta ofender, a quien la recibe.
-
Está
bien, Mac. Reflexionaré sobre cuanto me has dicho y actuaré en consecuencia.
-
Gracias.
Y no dudes de que, pase lo que pase, has invertido esa inesperada herencia de
la mejor forma que podrías haberlo hecho.
14. La felicidad de los demás
Me pareció
razonable hacer un aparte con tío Nat para darle la noticia de la liberación de
la hipoteca sobre su granja. Por lo demás, había buscado para mi inesperado
enriquecimiento una falsa explicación, que lo hiciese de más digno origen que
el suicidio de la prostituta que había sido mi amante.
-
Tengo
una sorpresa para ti, que estoy seguro de que va a gustarte -empecé-. Me han
pagado una buena cantidad de dinero, con el que no contaba, y he decidido
emplear parte de él en levantar la hipoteca sobre esta finca.
Nat quedó atónito,
lo que aproveché para seguir explicándome conforme a lo que tenía preparado:
-
Me
habían despedido de la Fiscalía de Green Bay de malos modos y sin pagarme lo
que me debían. Además, habían aireado en los medios mis relaciones con una
testigo, sin presentar denuncia judicial, ni probar que supusieran una conducta
impropia o perjudicial para mi función. Total, que presenté una reclamación,
sin muchas esperanzas de que prosperase, pero ahí tienes la prueba: Me han
reconocido una importante indemnización, que fui a aceptar y firmar el otro
día, aprovechando el viaje al entierro de mi amiga. ¿Y qué mejor que invertir
ese inesperado dinero en sacar de apuros a una familia que me quiere y a la que
quiero?
El tío se iba
reponiendo de la sorpresa, aunque todavía no acertaba a articular verbalmente
sus ideas. Decidí concluir:
-
Así
que mañana iremos tú y yo al banco para firmar los papeles. Te ruego que solo
entonces se lo cuentes a la tía y a Vicky. Por mi parte, retrasaré la marcha
unos días, para que podamos hablar y planear todo lo que tú quieras.
Nat, ya levemente
repuesto, insistió:
-
¿Quieres
decir que ya no debemos nada al banco?
-
Nada
en absoluto.
-
¿Y
que lo has pagado con tu dinero?
-
En
efecto, pero no te preocupes: Aún me ha sobrado bastante.
-
¿Y
pretendes que yo lo acepte, sin compensarte de ninguna forma?
Habíamos llegado
adonde Mac me había advertido; de modo que tomé el inevitable camino de
conceder a mi tío lo que sin duda iba a exigirme.
-
De
hecho, la hipoteca ya está cancelada y no vamos a pasar la vergüenza como
familia de volvernos ahora atrás, si es que el banco lo aceptare. Ahora bien,
si lo que pretendes es que mi acción tenga alguna recompensa por tu parte, no
me agradaría, pero respetaré lo que dispongas, en siendo hacedero y razonable.
Tío Nat pareció
tranquilizarse; se arrellanó en su sillón, quedó en silencio unos momentos y
dijo:
-
Estas
no son cosas para hablarlas deprisa y corriendo. Lo consultaré con la almohada
y mañana hablaremos…
-
…
Después de volver del banco, con todo arreglado.
-
Sea
como quieres -repuso, sonriendo-. Estando en juego el pan de mi esposa y de mi
hija, no voy a rechazar la salvación que Dios me manda, en forma de un sobrino
de mi mujer. ¡Quién lo habría imaginado!
Nos levantamos,
vino hacia mí y nos fundimos en un largo abrazo. Me susurró:
-
Me
va a costar trabajo callar hasta mañana, pero creo que tienes razón. Si Belinda
se enterase por adelantado, no sé si me dejaría aceptar tu generosidad.
***
Firmó los
documentos de cancelación, en presencia de Mac, como garante de la legalidad y
perfección de todo lo actuado. Al acabar, el tío dijo:
-
Aprovechando
que Mac está aquí, quiero que ahora vayamos a su despacho y que oiga lo que
tengo que decirte.
El viejo abogado
sonrió, socarrón y me hizo un guiño de complicidad, como diciendo: ya te lo
había avisado.
La decisión irrevocable
de tío Nat, oportunamente consultada con la almohada, era en la práctica una
nueva hipoteca a diez años y conmigo como acreedor, para garantizar en ese
plazo el pago de los doscientos setenta y cinco mil dólares que yo había
abonado al banco. No me pareció una mala fórmula porque, en definitiva, estaba
dispuesto a ser benévolo y prorrogar el pago por todas las anualidades que
fuesen necesarias. Lo único que se me ocurrió fue decir:
-
¿Y
por qué no a veinte años? Ya se sabe que hay años de muy mala cosecha.
Mac levantó la voz
y, muy en sus puntos, nos amonestó:
-
Supongo
que, como abogado vuestro, me dejaréis opinar. Y lo primero que digo es que me
voy a tomar unos días para aconsejaros lo más justo y pertinente. Y lo segundo,
Nat, es si no tienes algo que comprar, o alguien a quien ver, en Eldora esta
mañana.
-
Pues
no sé qué decirte… Siempre hay alguna cosa que hacer.
-
Bien,
vete a hacerla y déjame cambiar impresiones con Bob durante un rato. Vuelve
dentro de una hora.
-
¡A
ver que urdís a espaldas mías!, bromeó tío Nat, mientras tomaba el camino de la
puerta.
Una vez solos, Mac
se sinceró:
-
Desde
que te puse en la calle, no he hecho sino darle vueltas a mi conducta; y lo que
acabas de hacer por tus tíos solo ha servido para aumentar mi mala conciencia.
Es una vergüenza que hayamos cedido a las habladurías y la malevolencia de las
peores gentes del condado. Estoy dispuesto a plantarles cara y a cerrar el
bufete, si se empeñan en hacerte el vacío. Te ruego que vuelvas a trabajar
conmigo. A partir de ahora, de nuevo, Armstrong & Lindgren; y,
dentro de poco, Lindgren a secas. ¿Estás decidido a luchar?... No creo
que nos cueste mucho hacerles pasar por el aro.
-
Se
puede probar, repuse. Empiezo a estar harto de huir.
-
Y
no olvides que has invertido aquí casi todo tu patrimonio, añadió Mac, con
socarronería.
Creí que nos lo
habíamos dicho todo, pero aún me tenía preparado más:
-
Por
cierto, Bob, para que yo pueda aconsejaros bien a Nat y a ti, quiero que me
contestes a una pregunta.
-
Tú
dirás.
-
¿Qué
te parece tu prima Vicky?
-
Una
chica estupenda pero, por si tu pregunta va por ahí, te diré que ni ella ni yo
hemos hablado más que como parientes y buenos amigos.
-
Pues,
antes de tomar yo la decisión sobre la relación contractual, creo que deberías
plantearte tú la afectiva, que tanto podría influir en aquella. Entre tanto,
dejaré la cuestión en espera… Y mañana te aguardo en el despacho; mejor dicho,
te aguardarán un buen montón de asuntos atrasados. Yo ya estoy viejo para
sacarlos en tiempo.
En el camino de
retorno, con el tío Nat más mosca que nunca, todavía insistí:
-
Por
lo que más quieras, tío, ni una palabra hasta que yo te lo diga. Solo entonces
podrá ser el momento de revelarle lo que hemos hablado Mac y yo.
-
Verdaderamente,
sobrino -gruñó-, eres demasiado sigiloso.
***
Pillé a Vicky en
el peor momento: metida en la cochiquera, echando de comer a los cerdos. Le
dije:
-
Cuando
acabes, ¿puedes concederme unos momentos?
-
¿Así,
sin cambiarme? Huelo fatal.
-
Para
lo que quiero decirte, no importa.
Salió de la
pocilga, limpiándose las manos al delantal.
-
Tú
dirás.
-
Mac
me ha ofrecido nuevamente el puesto de socio suyo, pero no sé qué hacer. Yo,
por mí, aceptaría, pero tendría que haber algo más que me atrajese y me
atase a esta tierra.
Vicky se ruborizó y, mirándome fijamente,
preguntó:
-
¿Cómo,
por ejemplo?
-
La
mitad de esta granja y su encantadora heredera.
Mi prima se puso
seria:
-
Por
la heredera, respondo y te doy palabra, pero la granja es de mis padres, como sabes.
-
Tus
padres son cosa mía. Solo quería saber si compartías mis sentimientos y estás
dispuesta a compartir también mi vida.
-
Nada
deseo más que ser tu esposa.
***
Como habrán
notado, he querido ser yo, Bob Lindgren, quien pudiera fin al relato, narrando
este capítulo. Soy sincero y tengo que reconocer que las cosas no siempre han
sido tan felices como han aparentado. Vicky no era, ciertamente, la mujer de
mis sueños, y hasta es probable que, cuando la escena de la porqueriza, ni
siquiera estuviese enamorado de ella. Y ya se habrán figurado que, por unos
motivos u otros, mi trabajo de abogado rural he tenido que simultanearlo con el
de la finca, que sigue siendo de mis tíos, aunque no tardará en pertenecernos a
Vicky y a mí. Volviendo la vista atrás, mi vida parece que ha venido a parar a
un punto muy parecido al de partida. Hubo un tiempo en que eso lo habría
considerado el colmo del fracaso. Hoy, creo que no jugué del todo mal las
cartas que me repartió el destino. Después de haberles confesado mi juego, no
dudo de que muchos de ustedes compartirán mi opinión. Y, donde no, ¡qué
diablos!, sean, como yo, un poco optimistas.
Panorámica de Green Bay, con el
Palacio de Justicia en primer plano
[1]
Literalmente, Green Bay Press Gazette, diario que sale con dicho nombre
desde 1915, pero cuya tradición se remonta a un semanario aparecido en 1866.
[3]
Seguramente, derivado de swindler, equivalente a nuestros timador o
estafador.
[4]
Saint Mary’s Hospital Medical Center, uno de los mejores hospitales de
Green Bay, relativamente cercano al lugar donde Melissa Warner sufrió la
agresión.
[5]
En los EE.UU. además del Fiscal General, o Ministro de Justicia, federal, cada
Estado tiene un Fiscal Jefe, que suele denominarse Fiscal General del Estado de
que se trate; como otro tanto acontece con los tribunales: El máximo tribunal
de cada Estado suele calificarse de Supremo, sin que ello ofenda al Tribunal
Supremo de verdad, es decir, al de los Estados Unidos que, como es
sabido, cumple también la función de Tribunal Constitucional de la República.
[6]
Desde 1965, existe la Universidad de Wisconsin en Green Bay. Actualmente
(2020), tiene tres campus (Marinette, Manitowoc y Sheboygan),
con un total de alrededor de siete mil alumnos.
[7]
Utilizo las palabras oficial, para referirme a los policías uniformados,
y detective, para aludir a los especializados en la investigación
criminal. Estos últimos, como se sabe, tienen como categorías con mando las de
sargento, teniente y capitán. Por encima de ellos, tratándose -como en Green
Bay- de una ciudad con Departamento de Policía, se hallan el Alcalde y,
por delegación concreta, su Comisionado para la Policía.
[8]
Por influencia de la colonización francesa, la población de Green Bay es
mayoritariamente de religión católica. La catedral diocesana está dedicada,
precisamente, a San Francisco Javier.
[9]
Revólveres de tipo defensivo, definidos por la cortedad de su cañón (de ahí, lo
de chatos), de unas 2 pulgadas de longitud. Uno igual al de Phedora
figura como ilustración en el texto del relato.
[10]
El comentario del teniente Scanlon debe de responder al hecho de que se trata
del más grande y famoso de los hoteles de Green Bay, considerado edificio
histórico. Fue inaugurado en 1924 y ha sido objeto de amplia restauración entre
2016 y 2019.
[11]
La más famosa e ilustre de las Hermandades universitarias de los EE.UU.,
fundada en 1776 y actualmente existente en la mayoría de las Universidades
americanas, como timbre de honor para sus miembros. Las tres letras griegas
mayúsculas (phi, beta y kappa) son el acróstico de la expresión filosophia
biou kybernetes, es decir, la filosofía es la guía de la vida. Una
ilustración del relato representa una insignia cualquiera de la citada
Sociedad.
[12] Hay dos
posibilidades principales: oro macizo de 14 quilates y placado en oro de 24
quilates.
[13]
La Universidad Marquette fue fundada en 1881 en la ciudad de Milwaukee
(Wisconsin) por la Orden de los Jesuitas, que la sigue regentando. Su School
of Dentistry, además de famosa, es la única existente hasta ahora (2020) en
todo el Estado.
[14] Weak beam es traducible por pilar
endeble. El motivo del mote haría referencia a la mala calidad de lo
construido por Vince (Vinnie) Harris.
[15] El
Gobernador Donovan era demócrata; Vince Harris, republicano.
[16] A la
letra, Lester Public Library, en el 6550 de Virginia Street, Vesper
(WI).
[17]
Cofrin School of Business, fundada en 2010, dentro de la Universidad de
Green Bay.
[18] Como editor del relato, he entendido
que el presente capítulo recoge datos y circunstancias que afectan con parecido
nivel a varios de sus personajes, por cuya razón me he decidido a hacer yo de
narrador del fragmento, reanudando en capítulos sucesivos la técnica de que los
cuenten sus protagonistas principales.
[19] Histórica ciudad del Estado de Wisconsin, de
unos 65.000 habitantes, con un área metropolitana que alcanza la población de
160.000.
[20]
La página web de dicha Fiscalía, consultada en noviembre de 2020,
incluye un total de once fiscales, incluidos el jefe y el subjefe.
[21] Véase
la nota 17.
[22]
Este capítulo y el siguiente fueron escritos por Melissa Warren poco antes de
su fallecimiento. Por supuesto, los títulos han sido escogido por mí, como editor,
esperando no sean considerados como poco respetuosos para la aludida.
[23] El apodo debía de aludir al calificativo devious,
equivalente a taimado, astuto o sinuoso.
[24] Innecesario será recordar que cannon se
traduce por cañón (pieza de artillería).
[25]
Histórico y artístico teatro de Green Bay, inaugurado en 1930. Véase, meyertheatre.org,
que incluye una visita virtual a sus principales instalaciones.
[26] Barrio
o distrito residencial del norte de Green Bay.
[27]
En el capítulo 3 ya se ha explicado que Robert Lindgren descendía de emigrantes
suecos por línea paterna.
[28] Refrán inventado, de sentido similar al
nuestro: entre santa y santo, pared de cal y canto.
[29] Credence Clearwater Revival, cuarteto
músico-vocal californiano de gran éxito y repercusión, pero que sólo se mantuvo
activo entre 1967 y 1972.
[30] En esta zona hidro-geológica de gran interés
del río Wisconsin, cuyo descubrimiento para los anglosajones se cifra en 1865,
se ha construido, a partir de los años de 1970, un espectacular y expansivo
complejo turístico, llamado La isla del tesoro (Treasure Island Water
& Park Resort). De ahí, el equívoco que confundió a Melissa Warner.
[31]
Sede de las Cámaras legislativas, del Tribunal Supremo y de la Oficina del
Gobernador del Estado de Wisconsin.
[32]
Canción de Bert Berns, Jerry Wexler y Solomon Burke, aparecida en 1964 con el
sello Atlantic Records y la voz de Solomon Burke, siendo versionada al
año siguiente por los Rolling Stones, en su long play, The Rolling
Sotones, Now! (London Records). El título completo de la canción es:
Everybody needs somebody to love, lo que explica bien la ironía con que
lo cita Melissa Warner en el relato.
[33]
La Señorita Warner lo ha dejado escrito y no soy quién para censurarlo por
aquello de no citar o aconsejar medicamentos en textos no médicos. De todos
modos, la precisión de la narradora no ha llegado hasta determinar si ingirió
tabletas de 50 o de 100 miligramos.
[34]
Benjamín Franklin es la efigie tradicional en el billete de 100 dólares
estadounidenses.
[35]
Así está considerada, en efecto, la Brown County Courthouse, erigida en
1910. Acompaño al texto un par de fotografías ilustrativas.
[36]
Marca de joyería, bisutería y complementos de fama mundial, fundada en la
ciudad de Nueva York en 1837.
[37]
El río Fox, importante corriente de agua del Estado de Wisconsin, de unos 325
km de longitud, que desagua en el lago Michigan, precisamente, tras atravesar
la ciudad de Green Bay.
[38] Omaha,
destino previsto del viaje de Bob Lindgren, es la ciudad más poblada del Estado
de Nebraska.
[39] Pequeña ciudad de unos 3.000 habitantes,
capital del condado de Hardin (Iowa).
[40]
La feria del Estado puede referirse a dos películas del mismo nombre:
una, de 1933, dirigida por Henry King; otra, de 1945, dirigida por Walter Lang.
Existe otra versión, de 1962, dirigida por José Ferrer, pero está ambientada en
la feria estatal de Texas, no en la de Iowa. Lo más probable es que Vicky
Edwards se refiriese a la versión de 1945.
[41]
Equivalentes a unas cuarenta hectáreas.
[42] O High
school, en cierto modo equivalente a nuestro bachillerato.
[43] Ciudad
de Iowa, de más de 60.000 habitantes, a unos 50 km de Eldora.
[44] Unos 24
kilómetros.
[45]
Attorney (at law), counselor o counsellor (at law) y lawyer son
sinónimos para referirse en los Estados Unidos a los abogados.
[46] Capital
del Estado de Iowa.
[47]
Localidad más poblada del condado de Hardin, en se desarrollan los
acontecimientos del relato.
[48]
Es de suponer que se trate del Des Moines Register, el más popular de
los diarios del Estado de Iowa, fundado en 1849.
[49] En el
Código Penal español vigente (2020), la calificación correcta sería la de
simulación de delito (artº 457).
[50] Véase
antes, nota 9.
[51] Río que
atraviesa la ciudad de Eau Claire.
[52] Publicación periódica fundada en 1866, cuyo
nombre actual es Eldora Herald-Ledger y tiene periodicidad semanal. Por
supuesto, mi referencia en el relato es estrictamente imaginaria.
[53] Es tradición la de emplear cuerdas de cáñamo
para ajusticiar por ahorcamiento.
[54]
Cóctel a base de ginebra, zumo de limón, sirope de azúcar y clara de huevo, que
se sirve muy frío. Hay quien le añade soda, si se va a servir en vaso.
[55] Canción de 1958, originalmente country,
debida a Carl Belew y W.S. Stevenson. Se popularizó aún más en versión de
Engelbert Humperdinck, de 1974.