Cómo y por qué no fue acusado el
Almirante Cervera
Por Federico Bello Landrove
El Almirante
Cervera mandaba la flota española que fue derrotada completamente por la
estadounidense del Almirante Sampson en la batalla de Santiago de Cuba, el 3 de
julio de 1898, poniendo prácticamente fin a la guerra entre ambos Países.
Cuando pudo regresar a España, fue sometido a investigación penal, que concluyó
con un auto de sobreseimiento definitivo, por no existir delito en su conducta.
Este ensayo analiza algunos aspectos del tema, a tenor de la postura del Fiscal
Militar en el caso.
1. Consideraciones introductorias
A veces, las
estúpidas polémicas de ciertos políticos despiertan las ganas de estudiar de la
gente corriente. Algo así me aconteció en el año 2016, cuando publiqué en este
mismo blog el relato histórico, Blas de Lezo, o historia de una
leyenda, a raíz del enfado de ciertos políticos barceloneses con los
madrileños, por haberse inaugurado en 2014 en la capital de España un monumento
conmemorativo de dicho marino, que en 1714 había participado en el bombardeo
naval de Barcelona, para provocar la rendición de la ciudad
durante la Guerra de Sucesión[1]. Aquel
trabajo dio lugar -al menos, por mi parte- a no pocas sorpresas sobre lo
incierto o exagerado de muchos de los méritos atribuidos al ilustre marino
pasaitarra.
Ahora, una nueva
polémica entre políticos de Barcelona y Madrid, a propósito de la ideología y
circunstancias de otro famoso marino[2],
el almirante Pascual Cervera, me impulsa a dedicar alguna atención a su
memoria, en los términos de un ensayo que se centrará en la exigencia de
responsabilidades penales por su conducta en la batalla naval de Santiago de
Cuba, en el año 1898. Mas, antes de entrar en materia, resultará
obligado que haga un breve apunte biográfico sobre este marino asidonense, así
como sobre los momentos inmediatamente anteriores al archivo de la causa
criminal contra él, instruida en 1899. Para quitar toda emoción artificiosa al
relato, dejo ya aclarado, desde un principio, que dicho proceso penal acabó
archivándose, sin exigencia de responsabilidad para Don Pascual, y que se han
afirmado ya tantas y tan dispares cosas sobre el Almirante que, a diferencia de
con Blas de Lezo, pocas o ninguna novedad hallarán en mi acercamiento a su
figura.
Con todo, estoy
seguro de que la lectura de este trabajo no resultará inútil para todo aquel
que quiera separar lo cierto de lo dudoso -o de lo, sencillamente, falso-,
sobre todo en la materia jurídica central de mi estudio, a la que he aplicado
un esfuerzo mayor y los conocimientos que se le suponen a un Fiscal, ya
jubilado, como es mi caso.
De todos modos, he
de reconocer que, incluso a nivel de artículos informales en Internet,
he hallado precedentes serios, que me han sido de bastante utilidad[3]; como
también que estoy en deuda con el descendiente del Almirante Cervera, Don José
Ramón Cervera Pery, primero en publicar el dictamen del Fiscal en la causa
contra su antepasado, por haber puesto el documento al alcance, en abierto, de
los muchos internautas interesados por la Historia[4].
Una Historia que -innecesario es decirlo- lleva su rumbo, sin parar mientes en
monumentos, rótulos nominales de las calles y jardines e, incluso, en
maledicentes y turiferarios.
***
El famoso e
ilustre marino Pascual Cervera y Topete (Medina Sidonia, 1839 – Puerto Real,
1909) era sobrino del Almirante Juan Bautista Topete y Carballo (1821-1885),
que tan importante papel jugó a favor de La Gloriosa, la revolución que
en 1868 destronó a Isabel II. Ingresó en la Marina en 1855 y desempeñó a lo
largo de una brillante carrera, concluida en 1908, puestos de combate y
de carácter administrativo en Cuba, Filipinas, Marruecos, Cádiz, Madrid y El
Ferrol, entre otros, pasando al retiro cuando era Capitán General del Distrito
Naval ferrolano, con el rango de Almirante. Su destino de más relieve, antes de
1898, fue el de Ministro de Marina en un Gabinete Sagasta, que desempeñó
durante un trimestre (1892-1893), dimitiendo por disconformidad con los
recortes presupuestarios para la Marina de Guerra. También ejerció funciones de
Senador electivo en los periodos 1893-1894 y 1898-1899.
En 1896, con el
grado de Contralmirante, fue nombrado Jefe de la Escuadra de Operaciones. En el
ejercicio de dicho cometido, al declararse la guerra contra los Estados Unidos
en abril de 1898, se le ordenó pasar con una escuadra a las Antillas, para
oponerse a las acciones de la americana del Almirante Sampson, en interés del
dominio español en Cuba y Puerto Rico. Sorteando los obstáculos de un
complicado viaje, llegó hasta aguas cubanas en mayo de 1898 y decidió tomar
como base de protección y aprovisionamiento el puerto de Santiago de Cuba,
donde fue bloqueado, a los pocos días, por la escuadra americana, más numerosa
y mucho más potente que la suya. Siguiendo órdenes y tratando de evitar que la
escuadra a su mando fuese conquistada desde tierra por los infantes
estadounidenses desembarcados en las inmediaciones de Santiago de Cuba, salió
de puerto en la mañana del 3 de julio de 1898, dispuesto a escapar al bloqueo
yanqui, luchando para ello solo lo indispensable. No obstante, no alcanzó su
objetivo, teniendo que enfrentarse a la poderosa escuadra enemiga que, en unas
cuatro horas, alcanzó tal superioridad en el combate, que los navíos españoles
fueron varados voluntariamente cerca de la costa, para salvar a las
tripulaciones y evitar que el enemigo se hiciese con los barcos. Los muertos
españoles en combate fueron unos 350, y 150 los heridos. El Almirante Cervera,
tras varar su buque insignia, el Infanta María Teresa, hubo de ganar la
costa a nado para salvar su vida, siendo hecho seguidamente prisionero.
Para evacuar
posibles responsabilidades penales derivadas de la derrota, Cervera, su segundo
en el mando y los capitanes de los buques perdidos fueron sometidos a
procedimiento penal militar, ante el Consejo Supremo de Guerra y Marina, a lo
largo del año 1899, solicitándose a su respecto el suplicatorio del Senado[5]. En lo
atinente a Cervera y al resto de los procesados, menos dos, la causa fue
sobreseída libremente por no existir indicios de infracción penal.
Después de este
doloroso episodio, Cervera defendió a su Segundo y al Capitán del crucero Cristóbal
Colón, en el juicio oral (4 de septiembre de 1899) que se les siguió por
escasa combatividad en la batalla, siendo los mismos absueltos, tras retirar el
Fiscal la acusación[6].
En 1903, el
Almirante fue nombrado Senador Vitalicio, puesto que mantuvo hasta su
fallecimiento en 1909[7].
***
Concluiré este
capítulo introductorio con sendas referencias al texto legal y al tribunal
implicados en el procedimiento penal contra el Almirante Cervera, su segundo en
el mando y los capitanes de los barcos implicados en la batalla naval de Santiago
de Cuba que no habían perecido en el combate -siete procesados, en total-[8].
- El texto legal a aplicar era el Código Penal de la Marina de Guerra, de 24 de agosto de 1888, que mantuvo su vigor y autonomía tras la posterior publicación del Código de Justicia Militar, de 27 de septiembre de 1890. Interesa destacar, por lo que se recogerá al final de este ensayo, que el artículo 34 del Código citado en primer lugar, dentro de las penas militares especiales, colocaba en segundo lugar de gravedad la de separación del servicio, a la que el artículo 37 daba el carácter o duración de perpetua. En cuanto a los efectos de dicha pena, el artículo 51 señalaba que tenía como consecuencias accesorias, en el caso de Oficiales Generales[9], el pase a la reserva y la incapacidad para desempeñar destinos.
- El enjuiciamiento del caso competía al Consejo Supremo de Guerra y Marina, máximo Órgano consultivo en esas dos materias ministeriales, el cual pasaba a constituirse en Sala de Justicia para conocer de los recursos contra las sentencias dictadas en Consejo de Guerra por los tribunales militares inferiores y, en primera y única instancia, para juzgar en lo criminal a los Oficiales Generales, entre otros. En este segundo caso -juicio en primera y única instancia- el Consejo podía constituirse en Sala de Justicia, bien en Pleno, o bien con un mínimo de siete Consejeros, según las circunstancias del caso. El Pleno estaba formado por el Presidente y catorce Consejeros. El Consejo contaba, además, con dos Fiscales titulares -sin perjuicio de sus tenientes y ayudantes-, llamados Fiscal Togado -el de mayor rango- y Fiscal Militar -el de rango inferior-.
Con
posterioridad, la Ley de Organización y Atribuciones de los Tribunales de
Marina, de 10 de noviembre de 1894, reguló los Consejos de Guerra contra
Oficiales Generales (artículos 57 a 62), no contemplando la formación en Pleno
del Consejo Supremo: En lo sucesivo, siempre se constituiría en Sala de
Justicia con siete jueces -un Presidente y seis Vocales-, a los que se
agregaría como Asesor, sin voto, un Auditor de Marina.
Para este capítulo y para el
siguiente, hago la observación de que los expondré siguiendo el siguiente
esquema: En párrafos con letra de formato normal, iré haciendo el resumen de lo
que, en su día -24 de junio de 1899- escribió el Fiscal Militar; y, para cuando
me parezca oportuno hacer alguna observación o apostilla, interrumpiré la
narración y recogeré brevemente mi opinión en letra cursiva, siguiendo
luego con el relato del Fiscal. Desde luego, haré lo posible por ser fiel al
contenido del dictamen del Ministerio Público, no incluyendo de mi cosecha nada
que no sean los indicados párrafos en letra cursiva o bastardilla.
Dicho esto, lo
primero que sorprende -y se agradece- es que el informe del Fiscal Militar del
Consejo Supremo, Don Ramón Noboa, sea un extenso texto manuscrito que, en su
versión impresa, recogida en la Revista de Historia Naval, alcanza un
total de veintiuna páginas y media. Dedica las dos primeras a hacer una
presentación de las características y estado -bastante lamentable- en que se
encontraban los barcos de la escuadra al mando de Cervera los cuales, aún
estando formalmente calificados de cuatro acorazados y tres destructores,
eran, en la realidad, un acorazado con muy incompleta protección -lo que le
daba la consideración efectiva de tercera clase- y tres cruceros, además de los
destructores, estos indiscutidos. Refleja también el Fiscal que Cervera había
puesto, franca, extensa y reiteradamente, las deficiencias de los buques en
conocimiento del Gobierno, pese a lo cual recibió el 24 de abril de 1898[10] la orden
terminante de levar anclas de las islas portuguesas de Cabo Verde -donde a la
sazón se encontraba fondeado- y salir urgentemente para las Antillas, lo que
hizo el día 29 del mismo mes, una vez ultimados los preparativos y la carga de
combustible -carbón-.
El Fiscal
señala que el cablegrama del Ministro de Marina ordenaba salir para las
Antillas. Aún dando por supuesto que se aludía a las Antillas españolas, es
claro que el destino podía ser, en principio, tanto Cuba, como Puerto Rico. Por
tanto, de ser ello así, es responsabilidad del Almirante el decidirse
finalmente por Cuba (Santiago) y no por San Juan, la capital puertorriqueña,
considerada por algunos comentaristas un destino mejor para la escuadra.
Para
aprovisionarse, Cervera dirigió la escuadra a la isla francesa de La Martinica,
en concreto, al puerto de Fort-de-France. A tal fin, mandó por delante al
capitán Villaamil, con uno de los barcos más rápidos. El citado capitán volvió
con la ingrata noticia de que las autoridades francesas no le dejarían
carbonear. También le trajo información que le habían transmitido en el puerto
las autoridades, sobre la situación en que se hallaban Cuba, Puerto Rico y las
aguas próximas. Ante la información recibida, el Almirante resolvió, el 12 de
mayo, dirigirse a Santiago de Cuba, de lo que informó al Gobierno, sin ser
desautorizado.
Es llamativo
que, al parecer, esta última decisión, tan crucial, fuera tomada con los meros
datos ofrecidos por personal del puerto de Fort-de-France. Es de suponer que el
Almirante contara con información más completa y contrastada, por ejemplo, a
través de contactos con las Autoridades españolas. En cualquier caso, contase o
no con otras fuentes, me parece un tanto prematuro tomar ya la resolución de
navegar hasta Santiago de Cuba, cuando -como se verá- todavía iba previamente a
arribar a Curaçao, situado a unas 600 millas náuticas de Santiago[11].
Hacia el 15 de
mayo, la flota fondeó en la isla de Curaçao para carbonear, contando con la
seguridad que el Gobierno español le había dado el 26 de abril anterior, en el
sentido de que hallaría combustible suficiente para proveerse. Sin embargo, no
le fueron suministradas más que 600 toneladas, una cantidad totalmente
insuficiente para afrontar una singladura larga. Una vez cargado el carbón, la
escuadra se dirigió, conforme a lo decidido por Cervera, hasta Santiago de
Cuba, donde quedó fondeada el 19 de mayo, con el beneplácito del Gobierno
español. En este puerto se encontró con que no había suficiente carbón para sus
barcos y el que había era generalmente de mala calidad. Así mismo, faltaban
víveres. Por esos dos motivos la escuadra no pudo hacerse enseguida a la mar.
Cervera envió telegramas exponiendo la situación, pero no obtuvo ningún
resultado. Y entre tanto, el puerto fue bloqueado por la escuadra de los
Estados Unidos.
El informe no
señala la fecha en que se produjo dicho bloqueo, pero otras fuentes aluden a
que el mismo tuvo lugar el 29 de mayo, es decir, a los diez días de llegar a Santiago de
Cuba la formación naval comandada por Cervera.
Subsanadas las
mayores carencias, el Almirante trató de salir de puerto el día 26 de mayo,
pero no pudo hacerlo al presentarse mal tiempo. Otros varios intentos
posteriores fracasaron por “absoluta imposibilidad”.
Las imprecisiones
de esta argumentación son tan evidentes, que apenas necesitan resaltarse. Por
otro lado, si esos intentos de salir de Santiago de Cuba -como parece- fueron
posteriores al inicio del bloqueo, no se me alcanza qué ventajas o diferencias
concretas pudieron haber tenido con el que se efectuó el 3 de julio, con el
funesto resultado que todos conocemos.
Mientras la
escuadra española estuvo en Santiago de Cuba, no se mantuvo ociosa, ni en el
mar ni en tierra. En el mar, destaca el Fiscal que, gracias a cañoneo de la
flota, el buque americano Merrimac, que pretendía varar en un lugar que
bloquease la entrada al canal de la bahía santiaguera, fue echado a piquea
cañonazos en un paraje en que no entorpecía el paso a dicha entrada. Por otro
lado, buena parte de las tropas de Marina que constituían la dotación de la
escuadra[12] pasaron a
ayudar a las labores defensivas en tierra, siempre de acuerdo con los generales
Blanco y Linares[13].
El día 26 de
junio, a raíz de una comunicación de Cervera en la que le exponía la gravísima
dificultad que tenía el que la flota intentara salir de Santiago de Cuba, exponiéndose
a un desastroso encuentro con la americana de bloqueo, el Capitán General,
Blanco, le contestó que en su opinión, el Almirante exageraba los peligros,
pues no se trataba de combatir con los estadounidenses, sino de escapar de
aquel encierro, lo que se podía hacer de noche, con menos riesgo. De todos
modos, Blanco, por el momento, no le fijó un plazo ni le metió prisa para
salir, salvo que se produjese un riesgo inminente de caída de la plaza de
Santiago de Cuba en manos enemigas.
No hace falta encarecer
la importancia de este cruce de mensajes, aunque por parte del Capitán General
no tuviera un tono perentorio ni de orden. El tema de intentar la salida por la
noche ha sido recurrente desde entonces. Más adelante, al discutir las posibles
responsabilidades penales de Cervera, el Fiscal remarcará los motivos por los
que se descartó con razón, según él, la escapada nocturna. Menor interés ha
concitado la observación del general Blanco, relativa a que no se trataba de
combatir, sino de escapar. Posiblemente, una cosa era imposible sin hacer la
otra, pero es una pauta que el Almirante impuso luego y no sé hasta qué punto todos
sus hombres, por necesidad o por pundonor, pudieron no haber seguido a
rajatabla.
Ante la mala
marcha de la situación bélica en tierra, el 1 de julio decide Cervera que ha llegado el
momento de salir de puerto, pero resulta que las dos terceras partes de sus
hombres están luchando en tierra firme, cosa que hace imposible, por el momento,
zarpar. El Capitán General, en esa misma fecha, le ordena lo propio, pero
Cervera, por la razón apuntada, demora en principio la maniobra hasta las
cuatro de la tarde del siguiente día 2. No habiendo culminado para ese momento
el reembarco de las tripulaciones, finalmente se fija la salida para la mañana
del día 3 de julio. El Capitán General no se conforma con la demora y envía un
telegrama al Almirante el 2 de julio, señalando que el embarque y la salida son
“urgentísimos”.
Se había
llegado a una situación en la que parece que tanto daba salir un día u otro, siempre
que los americanos no atacasen la flota española desde tierra[14]. Con
todo, no parece que Cervera fuese muy consciente de la importancia de tener su
escuadra lista para cualquier contingencia, cuando dejó que tantos efectivos
combatiesen como infantería de marina, siendo así que, tanto él, como Blanco,
estaban convencidos de que la rendición de la plaza era cuestión de tiempo, y
no mucho. Por otra parte, desde mi ignorancia de temas navales, pienso que, si
se trataba solo de escapar, no de combatir, tal vez no habría sido preciso
intentarlo con las tripulaciones al completo.
El 2 de julio de
1898 por la tarde, Cervera reunió a su Segundo y a los comandantes de los
navíos de su flota, para comunicarles sus decisiones acerca de la hora y la
formación de salida para el día siguiente, así como de las órdenes para la
acción, “sin discusión ni consulta”. Saldría el primero su buque insignia, el Infanta
María Teresa, único que estaría en la obligación de combatir, para
facilitar la huida de los demás, todos en dirección oeste y procurando cada uno
por sí, con independencia de lo que acaeciese a los restantes. Navegarían
próximos a la costa, por si hubiese que varar los barcos y evacuarlos, conforme
al artículo 153 de las Reales Ordenanzas para la Marina. El destino sería, en
principio, el puerto cubano de Cienfuegos y, si ello fuese posible, llegarían a
La Habana. Terminó consignando a los reunidos que se trataba de “órdenes
terminantes”. El Fiscal reseña que varios de los buques de la escuadra
americana se habían retirado hasta Guantánamo, para aprovisionarse de carbón.
Bien se ve que,
cualesquiera que hubiesen sido las anteriores conversaciones o consejos,
llegado el momento de decidir, Cervera lo hizo sin someter a discusión o
consulta el plan que había pergeñado, no aceptando tampoco la más mínima
observación o matiz de sus órdenes; algo que permitiría a todos sus
subordinados excusar cualquier responsabilidad sobre el desarrollo de la
batalla, como no fuera por motivo del comportamiento personal, como sucedió con
el Segundo Jefe y el comandante del acorazado Cristóbal Colón, como tendremos
ocasión de comprobar en el capítulo 4 de este ensayo.
Algunos estudiosos
de estos temas se han fijado en la orden de que todos los barcos siguiesen el
mismo rumbo -hacia el oeste-, señalando que, para escapar del bloqueo, era
preferible hacerlo en distintas direcciones, dispersando a sus perseguidores,
aunque finalmente se reunieran en un punto previamente convenido.
Croquis por gentileza de “Somahistoria”
3. Contenido del informe de
sobreseimiento del Fiscal (2ª parte)
Prosigo en este
capítulo la exposición resumida del dictamen del Fiscal, así como las
observaciones que he considerado más necesarias; y ello, a partir del momento
en que la flota del Almirante Cervera salió del puerto de Santiago de Cuba, rumbo al que sería su desastre total. Como la narración del desarrollo del
combate está expuesta, sin grandes contradicciones, en multitud de fuentes
escritas, ahorraré hacer el resumen de casi todo lo atinente a los episodios de
la batalla naval.
A las nueve de la
mañana del 3 de julio de 1898 se dio la orden de salida y, tras rebasar la
bocana del canal de acceso, hacia las nueve y media empezaron las hostilidades.
El Fiscal acoge la tesis de que, tanto por razones de construcción, como de
calidad y cantidad del carbón, los barcos americanos eran de mucho más andar
que los españoles, lo que hacía prácticamente imposible que estos escaparan,
aunque fuera a un puerto relativamente próximo. El hecho es que, según iban
saliendo a mar abierto, los barcos españoles buscaron su propia escapatoria,
conforme de las instrucciones generales recibidas, viéndose obligados a luchar
con los navíos americanos que les cerraban el paso o perseguían.
Otro tema muy
criticado a lo largo del tiempo ha sido el de dejar la salida para una hora de
plena luz del día, habida cuenta de que en la zona amaneció ese día hacia las
siete menos diez de la mañana, poniéndose el sol a las ocho y cuarto de la
tarde. Según los críticos, ya que no se salió de noche, pudo hacerse muy de
madrugada, o a la caída de la tarde, para que la noche llegase pronto. Más
interés me despierta una cuestión, que el Fiscal no acaba de aclarar: ¿Lucharon
los barcos españoles solo en lo necesario para intentar escapar o, llevados de
su arrojo, tomaron la acción como una batalla abierta, no como una inevitable
huida? En la práctica, sea la respuesta una u otra, quizá los efectos habrían
sido los mismos, tan pronto los buques yanquis les hubiesen dado alcance.
La conducta del Almirante durante el combate supuso el que tuviese que
tomar el mando directo del crucero Infanta María Teresa, al caer herido
su comandante, el capitán Concas Palau, y no poder localizar al segundo
oficial. Con él al mando, el barco se hizo embarrancar, conforme a lo previsto,
hacia las diez y media. Como otros muchos tripulantes, Cervera ganó la orilla a
nado. El crucero Oquendo embarrancó hacia las once menos cuarto. El Vizcaya
lo hizo poco después de las diez, a unas 18 millas náuticas al oeste del canal
del puerto. El Cristóbal Colón inicialmente logró escapar, sin dejar de
disparar, siendo perseguido ineficazmente, hasta que acabó “el carbón
escogido”, lo que le hizo perder velocidad y, habiéndole dado alcance los
navíos estadounidenses, embarrancó hacia las dos de la tarde en Río Tarquino[15]. Este fue
el momento final de la batalla, pues los destructores españoles ya habían sido
hundidos con anterioridad.
La última parte
del dictamen de sobreseimiento definitivo por el Fiscal está dedicada, con base
en los hechos recogidos precedentemente, a valorar si en la conducta del
Almirante Cervera o de los demás procesados hubo evidencia de alguna
responsabilidad criminal, a depurar en el consiguiente Consejo de Guerra. En lo
que se refiere a Cervera y a otros cuatro coprocesados a sus órdenes, el Fiscal
Militar va a llegar a la conclusión de que no existen indicios de delito y, en
consecuencia, solicitará el archivo de la causa para ellos, con libre
sobreseimiento por inexistencia de infracción penal. La argumentación -que
también apostillaré en algunos de sus puntos- puede resumirse como sigue:
- El Almirante denunció a sus Superiores las deficiencias de la escuadra y, en lo posible, procuró subsanarlas.
- Cervera arribó con la flota “adonde pudo hacerlo”. Era Santiago de Cuba el “único puerto que se le presentaba” para carbonear, que era la necesidad más perentoria de los barcos.
Sinceramente,
no está nada explicada la primera de las proposiciones anteriores. Además,
desde Curaçao, a unas 600 millas náuticas de Santiago de Cuba, parece posible
dirigirse a otros lugares de las Antillas, lo que no quiere decir que yo los
juzgue mejores, pero sí factibles. La segunda proposición -lo del único puerto
donde carbonear- me parece que olvida, como mínimo, la opción de San Juan de
Puerto Rico. Hasta resulta un poco ridícula la justificación, cuando se vio que
en Santiago, ni había suficiente carbón, ni era de buena calidad; cosas que
supongo podría haber indagado Cervera, mediante comunicaciones previas a
distancia, bien directamente con Cuba, bien a través de España -si es que no le
mintieron-. En fin, son observaciones, tal vez infundadas, pero que vienen al
hilo de la imprecisión del Fiscal, si es que no está directamente incurriendo
en inexactitud.
- La escuadra salió del puerto de Santiago en pleno día, porque de noche los americanos hacían el bloqueo más estrecho, y contaban con potentes reflectores que habrían deslumbrado a los pilotos españoles. Todo eso lo hacían los enemigos impunemente porque las baterías de costa tenían orden de no disparar por la noche; de lo que Cervera se quejó sin resultado al general Linares, de quien dependían aquellas. Finalmente, haber salido de noche habría dificultado la navegación y el eventual salvamento de los náufragos.
Probablemente,
la referencia al silencio nocturno de las baterías de costa es el hallazgo más
llamativo y ridículo de este ensayo. No digo que, por modo general y para ahorrar
municiones, no fuese una práctica aceptable; pero negarse a corregirla para que
saliera la flota con más seguridad, es una auténtica canallada de los
responsables, dadas las circunstancias[16]. De todos modos, la pregunta es: De haber
accedido el general Linares a que las baterías trabajaran de noche,
¿habría estado dispuesto Cervera a intentar la huida en horas nocturnas?
- Los barcos de la escuadra española, conforme a lo ordenado, dispararon contra el enemigo al pasar, no deteniéndose voluntariamente y por sí para trabar combate, en vez de tratar de escapar.
- Conocedor de todos los episodios y del resultado de la batalla naval de Santiago de Cuba, el Capitán General de la Isla loó el comportamiento del Almirante.
Por el contrario,
en lo tocante a los dos procesados que estuvieron a bordo del acorazado Cristóbal
Colón, el Fiscal solicita que siga adelante la causa y que se llegue a
juicio oral (Consejo de Guerra) para depurar sus posibles responsabilidades,
durante la caza del buque por los americanos y su posterior varadura. El Fiscal
Militar fundamenta su postura procesal en que el barco, en contra de lo
preceptuado en las Ordenanzas, no combatió “hasta donde quepa en sus fuerzas”,
pasando a la fase de vararlo, sin evacuar consulta sobre el estado y situación
del buque con el resto de los jefes y oficiales.
La posición del
Fiscal parece en exceso rigurosa, cuando se considera que ese mediocre
acorazado, calificado por él mismo como de tercera, ni siquiera tenía
montada su artillería principal o de mayor calibre. Por otra parte, no parece
muy coherente pedir que luche hasta donde quepa en sus fuerzas a un barco que
ha recibido órdenes terminantes de huir y, de no poder hacerlo, varar. Pero no
insistiré en el argumento pues -como indicaré en el capítulo siguiente- el
Consejo de Guerra contra esos dos procesados concluyó en sentencia absolutoria,
que creo fue lo más justo, así en términos objetivos, como comparativamente con
el sobreseimiento para los demás.
4. El destino judicial de otros
compañeros de armas de Cervera
El 4 de marzo de
1899 caía el Gobierno Sagasta, que había tenido que lidiar desde octubre
de 1897 con la crisis hispano-norteamericana y, a partir de abril de 1898, con
la desastrosa guerra entre ambos Estados y el durísimo -para España- Tratado de
París de 10 de diciembre de 1898, que puso fin a las hostilidades. El Gobierno
que sucedió, también del Partido Liberal, pero presidido por Francisco Silvela,
asumió el riesgo -tal vez, inevitable- de depurar responsabilidades de varios
de los Jefes que, sobre el terreno, habían dirigido las operaciones militares.
Entre ellos, y como el más famoso, se encontraba el Almirante Cervera, conforme
hemos visto hasta ahora. Con él, fueron encausados y declarados no responsables
por libre sobreseimiento, los comandantes de los barcos de su escuadra,
capitanes de navío, Antonio Eulate y Víctor Concas[17],
y tenientes de navío, Diego Carlier y Pedro Vázquez. Para otros dos encausados
en el mismo proceso, los capitanes de navío, José Paredes Chacón y Emilio
Díaz-Moréu Quintana, se llegaría a la celebración de Consejo de Guerra, de cuyo
desarrollo y sentencia algo apuntaré poco más adelante.
En paralelo a la
investigación criminal sobre los hechos de la batalla naval de Santiago de Cuba,
se llevaba la de la llamada batalla naval de Cavite, trabada entre escuadras
española y estadounidense en la bahía de Manila (Islas Filipinas), el 1 de mayo
de 1898, ante el arsenal y apostadero de la Marina de Guerra de aquel nombre.
Me interesa aludir a esa causa porque en ella acabó condenado el
Contralmirante, Patricio Montojo, que mandaba la flota española. Ello ha
ocasionado una polémica -en mi opinión, bastante estéril- sobre las razones
espurias por las que se habría condenado a Montojo y exonerado de
responsabilidad a Cervera, sin necesidad siquiera de someterse a juicio, siendo
así que el desastre naval filipino y el cubano fueron muy parecido en su
resultado: pérdida de todos los barcos a su mando y numerosas bajas entre los
combatientes hispanos[18]. Creo,
pues, conveniente no cerrar este ensayo sin una referencia, por escueta que
ella sea, al Consejo de Guerra contra Montojo y a la sentencia que recayó.
Finalmente, aunque
no tenga que ver con la Marina, el hecho de que también fuese juzgado en
Consejo de Guerra el general de división, José Toral Velázquez, comandante
temporal del Cuerpo de Ejército que defendía Santiago de Cuba entre el 1 y el
16 de julio de 1898 -por tanto, cuando se produjo la batalla naval-, me impulsa
a aludir también al resultado de aquel juicio y a algunas de las circunstancias
del mismo.
En resumen, la
impresión que extraigo de todo ese conjunto de peripecias judiciales es el de
que estuvieron de más. En primer lugar, porque los hechos llevados ante el
Consejo Supremo de Guerra y Marina, constituido en Sala de Justicia, tenían en
todos los casos anteriormente aludidos -incluso en el de Montojo, como veremos-
una clara apariencia de decisiones y actuaciones militares más o menos
inteligentes y acertadas, pero no de delitos determinantes de los resultados.
Y, en segundo lugar, por cuanto no se depuraron las responsabilidades de los
políticos, que tanta culpa parecían tener en las graves deficiencias de
preparación y medios de nuestras fuerzas armadas[19],
así como en la asunción de una guerra, tal vez, inevitable, pero de cuyo
desenlace funesto todos los próceres informados eran bien conscientes. De algún
modo, por razones que todos creemos comprender, el Gobierno español infringió
entonces dos principios básicos, al promover o permitir el encausamiento
criminal de Cervera, Montojo, Toral y otros tantos: 1º. El principio moral de
no cargar la mano sobre los más débiles, usándolos como carnaza para
disimular la responsabilidad de los más fuertes. 2º. El principio militar de
que el Mando no está obligado a vencer, ni siquiera a acertar en sus
resoluciones, sino a actuar, dentro de las posibilidades existentes, con
ponderación y valor.
En resumen, no
pienso que los así llamados héroes del 98, entre los cuales se cuenta el
Almirante Cervera, merezcan por su conducta militar que se les recuerde con
honor, pero tampoco que se les abriese en su día causa criminal. En este caso,
como en la mayoría de las valoraciones históricas, in medio, veritas.
Cuando menos, así opino yo.
Y vamos ya con Paredes, Díaz-Moreu, Montojo y Toral, según lo prometido.
El Consejo de
Guerra contra José Paredes Chacón, Segundo Jefe de la escuadra mandada por
Cervera, y contra Emilio Díaz-Moréu Quintana, capitán del acorazado Cristóbal
Colón, se celebró en el salón de actos del Ministerio de Marina en Madrid,
el día 4 de septiembre de 1899, ante una Sala de Justicia formada por siete
consejeros del Consejo Supremo de Guerra y Marina. Previamente, se había
obtenido el suplicatorio del Congreso respecto del capitán Díaz-Moréu, al ser
Diputado elegido por el distrito de Motril (Granada). Actuó como Fiscal Militar
Don Carlos Delgado. Ejerció la defensa de ambos acusados el Almirante Cervera,
exonerado ya de toda responsabilidad por los hechos, el mes de junio anterior.
De manera muy
llamativa -en mi opinión-, los dos acusados no estaban presentes en la sala,
pero sí en una próxima, desde la que se supone que seguirían el juicio y, desde
luego, se cumplió con el trámite final de la última palabra. En
consecuencia, solo se leyeron y tuvieron en cuenta sus declaraciones sumariales.
Sí se practicó prueba testifical, así como la documental que ya figuraba en el
sumario y leyó el Instructor Militar en su apuntamiento al Tribunal.
Llegado el momento
de formular conclusiones definitivas, el Fiscal retiró la acusación, interesando
sentencia absolutoria para ambos acusados. No obstante la postura del
Ministerio Público, el Defensor, Almirante Cervera, informó con cierta
amplitud, para refutar las conclusiones provisionales del Fiscal, cosa que no
tenía ya ningún sentido; pero para nosotros sí tiene el valor de un testimonio
histórico. El Almirante salió al paso de la inicial acusación de que los
acusados no habían cumplido con el deber militar de combatir “hasta donde quepa
en sus fuerzas”, al haber varado el Colón cuando aún estaba en
condiciones para dar batalla, así como haberlo hecho sin consultar o pedir
informes a otros jefes y oficiales del buque. Cervera argumentó que el
acorazado había sido varado en el momento oportuno para evitar que cayera en
manos yanquis -de forma un tanto estruendosa, llegó a suponer qué no se habría
dicho en España, si tan hermoso barco hubiese aparecido “por Gibraltar” tiempo
después, ondeando la bandera de los Estados Unidos-. Y, en cuanto a la falta de
consejo, el Almirante señaló que el capitán Díaz-Moréu no tenía por qué
hacerlo, máxime cuando tenía a su lado al Segundo Jefe de la flota, capitán de
navío de primera, Sr. Paredes, quien estuvo conforme con la varadura en
aquellos momentos.
Los acusados
declinaron hacer uso de su derecho a decir la última palabra[20].
Como no podía ser de otra manera, la sentencia fue absolutoria.
El Consejo de
Guerra contra el contralmirante Montojo, primer jefe de la escuadra española en
la batalla de la Bahía de Manila, o de Cavite[21],
y contra el general Enrique Sestoa Ibáñez, al mando del Arsenal y Apostadero
caviteños, fue concienzudamente preparado a lo largo de una instrucción
sumarial iniciada en marzo de 1899, que llegó a contar con unos 1.500 folios.
Durante su tramitación, los procesados fueron mantenidos en prisión preventiva
en una prisión madrileña; una medida drástica que sí que llama la atención, por
el agravio comparativo que significaba, en relación con la libertad provisional
de que gozaron durante el sumario Cervera y sus hombres.
En cambio, carece de fundamento toda
comparación entre el trato judicial de ambos contralmirantes en lo que se
refiere al sobreseimiento del uno y la acusación para el otro. El Fiscal no
tuvo empacho en reconocer el valor acreditado por Montojo mientras estuvo, efectivamente,
al frente de su escuadra, ni tuvo nada que reprochar sobre su táctica de
combate -más que discutible, en opinión de muchos comentaristas-. La acusación
a Montojo estuvo basada en un hecho acreditado, que el Ministerio Público juzgó
ilegal y deshonroso: Que, con unos motivos u otros, el Contralmirante abandonó
su barco durante el combate, desplazándose primero al interior del Arsenal,
para conferenciar con otros jefes militares sobre la marcha de los
acontecimientos y lo que debería hacerse; y, acto seguido, se marchó del
Arsenal y se dirigió a Manila. Cierto que, antes de ausentarse de la batalla,
cuando esta ya iba avanzada y con muy mal cariz para los españoles, había
dejado órdenes de que, en cuanto fuese posible, se procediese a anegar y dejar
hundir los buques, lo que así hicieron sus subordinados. Hay quien dice que
Montojo pasó al Arsenal para curarse de una leve herida pero esa especie, ni
tiene una base sólida, ni habría justificado el abandono de su puesto en el
buque insignia.
No es extraño,
pues, que el Fiscal considerara los hechos como un delito de abandono de puesto
en combate ante el enemigo -bien que con atenuantes- y solicitara para el
acusado pena de prisión perpetua, con las accesorias de expulsión de la Marina y
pérdida de los derechos económicos hasta entonces devengados.
Conste que yo no
suscribo -ni tengo por qué- el relato de hechos del Fiscal Militar: Me limito a
recoger el objeto de la acusación y constatar que en nada se parecía a lo que
hizo Cervera durante la batalla naval de Santiago de Cuba.
El Consejo de
Guerra, ante un tribunal formado por consejeros del Consejo Supremo de Guerra y
Marina, se celebró en Madrid, los días 19 y 20 de septiembre de 1899, con un
desarrollo probatorio y argumental que me abstengo de recoger, toda vez que el
tema de este ensayo versa sobre el Almirante Cervera[22].
Sí señalaré que el Fiscal Militar mantuvo para Montojo la acusación y pena de
su escrito de calificación, mientras que retiró la acusación respecto del general
Sestoa. El Tribunal dictó sentencia el día 21 siguiente, en que condenó a
Montojo a la pena de separación del servicio, pasando a la situación de
reserva, con incapacidad para desempeñar destinos. La sentencia motivó el
oportuno acuerdo administrativo de ejecución, producido por Real Decreto de 10
de octubre de 1899[23].
Seguramente, para nuestra sensibilidad de civiles del siglo XXI, la pena
impuesta fue mucho más razonable que la solicitada por el Fiscal. No obstante,
es tal la diferencia, que induce a pensar, bien que el Contralmirante salió
demasiado bien librado, o bien que, para ese viaje, las alforjas
judiciales del caso resultaron superfluas.
Y voy,
finalmente, con mi alusión al Consejo de Guerra que se siguió contra el general
de división, Don José Toral Velázquez, Segundo Jefe de las fuerzas terrestres
españolas en Santiago de Cuba, que pasó a ser su Comandante en Jefe temporal,
al resultar herido en acción de guerra el titular, general Don Arsenio Linares
Pombo, el día 1 de julio de 1898, es decir, un par de jornadas antes de la
batalla naval de Santiago. Bajo las órdenes del general Toral, el ejército
español combatió y resistió al americano, cada vez con menor éxito, hasta que,
previa negociación con el General en Jefe adversario, Shafter, y autorización
del Capitán General, Blanco, las fuerzas españolas capitularon y pudieron
retirarse con su armamento. Seguramente, el Cuerpo expedicionario
estadounidense tenía muchos más medios -sobre todo, artillería eficaz-, y
estaba apoyado por los insurgentes cubanos, pero el número de efectivos
enfrentados era bastante parejo: alrededor de los quince mil hombres. Tal vez
por ello, o por lo que significaba para la marcha de la guerra en la Isla, la
noticia de la capitulación fue muy mal recibida en España, enfocando enseguida
los políticos la indignación hacia Toral, aunque en el fondo todos sabían que,
después de la destrucción de la escuadra de Cervera, la suerte estaba echada en
Cuba. Ese fue, con toda certeza, el motivo para una rendición que se
creyó precipitada; ese, y la postura benévola de Shafter, que accedió a cubrir
el episodio con unas formas caballerosas, alejadas de la “rendición incondicional”.
A su
repatriación, Toral fue encausado y sometido a prisión preventiva. El juicio
oral contra él y algunos de sus subordinados se celebró en varias sesiones, a
partir del día 1 de agosto de 1899, en el salón de actos del Consejo Supremo de
Guerra y Marina, al que correspondió enjuiciar el Consejo de Guerra,
constituido en Sala de Justicia, corriendo la defensa de Toral a cargo del
conocido militar e historiador, Don Julián Suárez Inclán[24].
La sentencia[25]
absolvió a todos los procesados, en particular a Toral, despejando el bulo de
que se había rendido por su cuenta y riesgo, hallándose incomunicado, dando
como probado que lo había hecho “en cumplimiento de las instrucciones recibidas
del General en Jefe del Ejército” -se entiende, del Capitán General de Cuba,
general Blanco y Erenas-. Con todo, la
animadversión popular, que le había seguido desde su llegada a España por el
puerto de Vigo, no se agotó, sino que los ataques contra él prosiguieron durante
el resto de su vida. Esta situación acabó por sumirlo en una profunda depresión
que desembocó en su locura y posterior ingreso en el hospital
psiquiátrico de Carabanchel. Allí consumió sus últimos días de vida, hasta
fallecer el 10 de julio de 1904, a los 71 años de edad.
Almirante Cervera
[1] Véase en este blog, con la etiqueta de
Cuentos históricos, el relato Blas de Lezo, historia de una leyenda, entrada
del 1 de noviembre de 2016, especialmente el capítulo 1, titulado “El
monumento”.
[2] Los principales episodios de dicha polémica
fueron la sustitución, en una calle de la Barceloneta, de la dedicación al
Almirante Cervera por la de otra persona, que acababa de fallecer y había
morado en dicha vía; seguido del desagravio por el Ayuntamiento de
Madrid, al dedicar al nombre del Almirante Cervera unos jardines, o pequeño
parque, en el barrio de Chamberí. Todo ello, producido en 2018 y 2019,
respectivamente, cursó con ignaros insultos e interesadas loas al Almirante
aludido, que entiendo nada aportan a su papel histórico, afortunadamente más
allá de políticos fuera de su papel y deberes.
[3] Citaré dos, a título de
ejemplo: Ricardo Peytaví, El desastre naval de Santiago de Cuba (3 de julio
de 1898), Mgar.net, sin fecha; Pío Moa, El Desastre del 98: Desarrollo,
Libertad Digital, 2 de julio de 2004. También fueron muy ilustrativas las
aportaciones inéditas recogidas en ABC Cultura, 3 y 4 de julio de 2018.
[4] Véase José Cervera Pery, El
Almirante Cervera; Vida y aventura de un marino español, edit. Prensa
Española, Madrid, 1972; José Cervera Pery, El Almirante Cervera: un marino
ante la Historia, edit. San Martín, Madrid, 1998. En Internet, con libre
acceso, Documento: Dictamen del Fiscal Militar en la causa instruida contra
el contraalmirante Don Pascual Cervera, Revista de Historia Naval, año XVI,
nº 63 (1998), pp. 93-120 (a la sazón, era Director de dicha Revista el Sr.
Cervera Pery).
[5] La instrucción de la causa
comprende más de mil folios. La decisión respecto de Cervera y su argumentación
por el Fiscal obran en el Archivo Naval existente en el palacio del Marqués de
Santa Cruz, en El Viso del Marqués (Ciudad Real), en el expediente personal del
Almirante.
[6] Detalles sobre el juicio, en la prensa de la
época, por ejemplo, La Vanguardia de Barcelona, número del 5 se
septiembre de 1899, p. 5.
[7] Véase José Cervera Pery,
entrada biográfica de Pascual Cervera Topete, en la página web de
la Real Academia de la Historia.
[8] No creo necesario precisar
todos los nombres de los inculpados y de los barcos que mandaban, por hallarse
recogidos profusamente en libros y artículos. Aludir ampliamente a estos sería
tarea hercúlea, por lo que me limitaré a recoger algunos, que he empleado para
documentar este ensayo: Julio Rodríguez Puértolas, El Desastre en sus textos.
La crisis del 98 vista por los escritores coetáneos, edit. Akal, Madrid,
1999; Pedro Laín Entralgo y Carlos Seco Serrano (Editores), España en 1898.
Las claves del Desastre, edit. Círculo de Lectores, Barcelona, 1998, espec.
pp. 180-185, a cargo de Miguel Alonso Baquer; John Laffin, Diccionario de
batallas, edit. Salvat, Barcelona, 2001, pp. 480-481; Juan Vázquez García y
Lucas Molina Franco, Grandes batallas de España, edit. Susaeta, Madrid,
2010, pp. 206-211; Revista Armas y Letras, año IV, nº 68, noviembre de
1923, pp. 17-21 (con motivo de la inauguración del monumento conmemorativo en
Cartagena); José María Blanco Núñez, De Cavite a Santiago, conferencia de 14
pp, publicada en 1998 en www.armada.mde.es;
José Ignacio González-Aller Hierro, Los programas navales de la
Restauración, en VV.AA., El buque en la Armada Española, edit.
Sílex, Bilbao, 1981, pp. 307-329, con profusión de fotografías y dibujos. Sobre
el famoso episodio de la destrucción del acorazado Maine, véase George
Hyman Rickover, How the battleship Maine was destroyed, 1ª edic.,
University of Michigan Library, 1976, y 2ª edic. (revisada y actualizada),
Naval Institute Press, 1995.
[9] Se empleaba esa expresión,
aún tratándose de marinos, para referirse a los grados de almirante,
equiparados al Generalato del Ejército. Excepcionalmente, por razón del cargo,
podía considerarse Oficial General a un grado naval inferior, como acaeció con
el Segundo en el mando de la Escuadra de Operaciones en el combate naval de
Santiago de Cuba, Don José Paredes Chacón, cuyo rango en la Marina era el de
Capitán de Navío de Primera Clase.
[10]
Recuérdese que la declaración de guerra de los Estados Unidos se efectuó el
mismo día 24 de abril, si bien se le dio carácter retroactivo, con efectos del
día 21 anterior, en que el Embajador de España había pedido los pasaportes.
[11]
Desde Curaçao, la distancia hasta San Juan de Puerto Rico habría sido de unas
400 millas náuticas.
[12]
Su total se calcula en unos dos mil hombres.
[13] Los americanos iniciaron
los desembarcos de tropas de tierra en la playa abierta de Daiquirí, unos 30 km
al este de Santiago de Cuba, el 22 de junio de 1898 (previamente lo habían
hecho en la bahía de Guantánamo, el 10 de junio, a unos 80 kilómetros de
Santiago por una difícil carretera, por lo que les sirvió más bien de lugar de
aprovisionamiento para la flota, que como base para atacar Santiago). Ramón
Blanco y Erenas (1833-1906) era a la sazón, como Capitán General, la máxima
autoridad civil y militar española en Cuba. El general Arsenio Linares Pombo
(1848-1914) estaba al mando de las fuerzas terrestres españolas en la zona de
Santiago de Cuba, si bien, herido en acción de guerra, hubo de ceder el mando,
el 1 de julio de 1898, a su segundo, el general José Toral y Velázquez
(1832-1904), a quien más adelante aludiré.
[14] La resistencia española
en tierra fue más larga de lo esperado -quizá, ayudada por las deficiencias en
las operaciones de los americanos-. El hecho es que estos no lograron la
capitulación de la plaza hasta el 16 de julio.
[15] Más propiamente, Río
Turquino, a unas 48 millas náuticas (unos 90 km) de Santiago de Cuba, a mitad
de camino, aproximadamente, entre Santiago y el Cabo Cruz.
[16] De ser ciertos los hechos
y su responsable, resulta vergonzoso que, al año siguiente (1900) de la instrucción de
la causa contra Cervera, cuando ya se sabía todo esto, Arsenio Linares
fuese nombrado Ministro de la Guerra, puesto en que repetiría en otras ocasiones.
[17] Merece especial atención
jurídica el capitán de navío -comandante del Infanta María Teresa durante
la batalla naval de Santiago de Cuba-, Don Víctor María Concas i Palau, pues
llevó posteriormente la defensa del contralmirante Montojo, dejando cumplida
cuenta en el libro Causa instruida por la destrucción de la escuadra de
Filipinas y entrega del arsenal de Cavite, Sucesores de Rivadeneyra,
Madrid, 1899.
[18] Ya he dejado dicho que
los marinos españoles muertos y heridos en el combate naval de Santiago de Cuba
se estiman, respectivamente, en unos 350 y unos 150. Las bajas en la batalla
naval de Cavite ascendieron a unos 100 muertos y cerca de 300 heridos. Es decir
que, tanto por el total de bajas, como por el número de fallecidos, la escuadra
de Cervera tuvo peores resultados que la de Montojo.
[19] El libro clásico a este
respecto es el de Víctor María Concas i Palau, La escuadra del almirante
Cervera, Librería San Martín, Madrid, s.f. (circa 1899), reeditado varias
veces y traducido al inglés por la casa australiana, Wentworth Press.
Tengo entendido que su publicación le costó al Señor Concas un nuevo Consejo de
Guerra, por sus duras críticas a ciertos políticos relevantes, proceso que
debió de concluir sin responsabilidades pues el autor siguió con su justamente
exitosa carrera en la Marina y en la política.
[20] Resumen del Consejo de
Guerra, confeccionado sobre la base principal de lo recogido en el diario
barcelonés La Vanguardia, del 5 de septiembre de 1899, p. 5.
[21] Perspectiva americana en
Patrick McSherry, The Battle of Manila Bay (Cavite), en The
Spanish-American War, Centennial Website, 1998.
[22] Para una aproximación
meramente curiosa, aconsejo la consulta de la hemeroteca del diario barcelonés,
La Vanguardia, números de 12-09-1899, p. 5, 20-09-1899, p. 6, y
21-09-1899, p. 5.
[23]
Puede encontrarse en la Gaceta de Madrid, nº 285, de 12 de octubre de 1899.
[24] Breve resumen del
desarrollo del Consejo de Guerra, en lo referente al general Toral, puede
hallarse en la benemérita hemeroteca del diario La Vanguardia, números
de 2 de agosto de 1899, p. 6, y 3 de agosto de 1899, pp. 5-6.
[25] Véase fuente citada en la
nota anterior, número de 11 de agosto de 1899, p. 6, que toma los datos de la
sentencia del Diario Oficial del Ministerio de la Guerra del mismo día.
Creo que la fecha de la sentencia es la de 9 de agosto de 1899.