Un reportero entre los comanches
Por Federico Bello Landrove
Mi encuentro inesperado con Gerónimo
y Quanah Parker[1]
prosigue con otros dos relatos, uno de ficción -aunque de ambiente plenamente
verídico-, que es este, y otro, que es un ensayo sobre la consideración de los
indios en los Estados Unidos a nivel jurídico -legal y jurisprudencial-[2].
Con la lectura de ambos relatos o historias espero saquen mis lectores una
buena y entretenida visión de tan complejo tema.
150 años del San Antonio Express
(1865-2015)
1. El reportero
David F. Nathanson
(la efe, por el Figueroa de su madre), nació en la localidad tejana de San
Marcos[3]
el 7 de febrero de 1843, por tanto, en el breve periodo en que la República de
Texas fue un Estado soberano[4].
Fue el segundo de los hijos del matrimonio formado por Gertrudis (o Gertrude)
Figueroa -nacida española, en 1817[5]-
y el estadounidense -originario del estado de Illinois[6]-
Gary Nathanson, nacido hacia 1813, y venido a Texas como miembro de una de las trescientas
familias, cuyo establecimiento legal negoció Austin[7],
sucesivamente, con las autoridades españolas y mejicanas[8].
Con todo, el joven Gary abandonó en 1840 a su familia de sangre, para casarse
con Gertrudis, heredera de la estancia o rancho El Esplendor.
Ciertamente, el nombre de la propiedad podía ser un tanto exagerado pero, en
todo caso, era un ameno y feraz terreno de unas veinte mil hectáreas, surcado
por el río Blanco[9], y bien
administrado por la familia Figueroa, que lo había poseído durante tres
generaciones.
¿Qué pudo llevar a
emparentar a los Nathanson y los Figueroa, tan distintos en cultura y riqueza,
y bastante alejados entre sí, dado que el lote de aquellos se ubicaba en las
inmediaciones de Brazoria[10],
a unas ciento ochenta millas de San Marcos? Como es natural, las negociaciones
al respecto entre don Gabriel de Figueroa y Urbizu y el señor Adam Nathanson
no tuvieron carácter público, por lo que todo han de ser conjeturas a este
respecto, partiendo de una realidad comprobada: Gertrudis era hija única viva[11],
en tanto que los Nathanson tenían una caterva de hijos, de los que Gary era el
tercero de los varones en edad. Esto sabido, hay quien sostiene que don Gabriel
Figueroa, preocupado por el futuro en la nueva Texas de una terrateniente,
mujer y de genuina ascendencia española, había querido aportar a la familia la
presencia de un varón, norteamericano y bien relacionado con las nuevas
autoridades del territorio: Es una hipótesis difícilmente refutable. La otra
razón podía ser el grave riesgo de destrucción en que podía encontrarse una
extensa hacienda dirigida por una mujer en tierras visitadas y recorridas con
frecuencia por kiowas y comanches; un peligro que no era la mejor dote que
podía llevar al matrimonio una novia en aquel país, tan hermoso, como salvaje.
Esto último sí puede ponerse en duda, a tenor de las enseñanzas que nos ofrece
la propia vida de nuestro biografiado, David Nathanson, las cuales resumiré a
continuación, de la forma más breve posible.
Es cierto que El
Esplendor se encontraba, en aquellos tiempos de hacia 1840, en el recorrido
de las incursiones de los indios, tanto con fines de caza y de abigeato, como
de actividades de trueque y comercio. En este sentido, el abuelo Gabriel, por
interés y por convicción, era un hombre de recursos. Siguiendo la estela de su
padre -el primero de los Figueroa en convertir aquel terruño en una hermosa
explotación, con vivienda, dependencias y cercado de mampostería-, don Gabriel
había mantenido buenas relaciones con los comanches Penateka,
facilitando las transacciones de los caballos mustangos y pintos, que
los indígenas cambiaban durante el otoño por ropas, alimentos, herramientas y
algunas armas, en un entoldado que los Figueroa preparaban al efecto, a modo de
mercadillo conocido en toda la comarca. Había sido famoso el almuerzo que el
señor de El Esplendor había ofrecido a los jefes comanches Asa-Havey
y Tosahwi [12]
en el año 1850, cuando se dignaron visitar la hacienda, para conocer de primera
mano las compraventas otoñales. El nieto, nuestro David, entonces un niño de
siete años, lo recordaba bien, como también el curioso regalo al segundo de
ellos de un sombrero de fieltro, adornado con la estrella solitaria[13],
con el que el donatario mucho más tarde posaría para alguna foto muy difundida.
Al año siguiente,
falleció el abuelo Gabriel y, dos años más tarde, la abuela Lucinda, dejando
finalmente el rancho bajo la dirección de papá Gary. Fue un duro golpe
para el niño David, hasta entonces mucho más hispano que otra cosa, entre la
protección de sus abuelos y el cariñoso influjo de su madre, de la que
indudablemente había heredado su afición por la cultura, ya fuera en forma de
lectura y música, ya en la de contacto con la naturaleza. Por el contrario, su
hermano Vincent, casi dos años mayor que él, rubio, membrudo y muy aficionado
al cuidado del ganado de la hacienda -vacas, caballos, ovejas-, seguía en todo
los pasos de su padre.
A partir del
fallecimiento de sus abuelos maternos, no fue fácil la convivencia en casa de
los Nathanson-Figueroa. El padre, tomando plenamente las riendas de lo que, en
el fondo, era patrimonio inmobiliario de su esposa, abandonó casi del todo el
cultivo del campo y el cuidado de ganado de diversas especies, para centrarse
-como tantos otros tejanos de su tiempo y, sobre todo, del futuro-, en el
cuidado de vacuno de carne de procedencia inglesa, alimentado en régimen
extensivo y bajo el cuidado de cow-boys indefectiblemente anglosajones,
que fueron reemplazando a los mejicanos de la época de los Figueroa[14].
Su esposa lo dejaba hacer, refugiándose cada vez más en su cuidado personal,
las actividades intelectuales y la relación con David, su paño de lágrimas
-como ella decía-, junto a Alicita, su antigua aña, y consejera y confidente
siempre. David, puesto a escoger entre sus padres, optó por Gertrudis, como era
natural, generándose una especie de indiferencia hacia él por parte de los
otros varones de la casa, tanto de la familia, como asalariados, que en el caso
de su hermano Vincent, acabó convirtiéndose en verdadero desprecio y maltrato.
Así, el día a día de David se reducía a recibir las lecciones del viejo Mister
Sewell, el maestro a quien los anglos[15]
habían confiado la escuela primaria de San Marcos, a partir del momento en que
empezaron a instalarse en la comarca[16].
Afortunadamente para David, era un competente y comprensivo hombre de letras,
que le abrió el horizonte del idioma y la cultura que él hasta entonces había
detestado, como propios de su padre y de cuanto de rudo y hosco representaba.
Otras ocupaciones
felices del ya adolescente David eran la marcha, la cabalgada y la pesca. Solo
en contadas ocasiones cazaba algún venado o antílope, todavía abundantes en
aquella zona de Texas, y que eran la principal razón de que los indios nómadas
merodearan por los contornos. No fueron escasas las ocasiones en que el
muchacho hubo de encontrarse con los indígenas, kiowas o comanches, lo que
siempre asumió con normalidad y despreocupadamente, ayudado de los amuletos y
signos distintivos de amistad que los bravos le obsequiaban cuando
visitaban su rancho y -cada vez más- de las frases que iba conociendo de su
idioma, con los años[17].
Nunca imaginó que una lanza o una flecha pudiesen alcanzarlo sin previo aviso,
ni que aquellos que él procuraba conocer como individuos pudieran ser
conceptuados globalmente como tribus de salvajes, que era la forma de pensar de
su padre.
En efecto,
influido por sus amigos y vaqueros, así como por la nueva forma de entender la
explotación de la tierra, los cercados y las exclusividades habían roto la
normal convivencia con aquellos pueblos cazadores, a la verdad, tan poco
escrupulosos con la propiedad ajena. Y así, las bases legales de un compromiso
equitativo y respetado de buena fe por ambas partes se habían ido viniendo
abajo[18].
Con todo, los comanches no olvidaban los viejos tiempos del intercambio comercial
bajo el entoldado, y respetaban por el momento El Esplendor y sus
posesiones. Así estaban las cosas, cuando en la vida de David, llegado a los
dieciséis años, se produjo en cambio radical, que lo alejó de su familia y de
los paisajes de la infancia, lo que él, en principio, juzgó muy positivo, casi
una bendición de Dios.
***
Poco a poco, fue
despertándose en David Nathanson una cierta vocación por la medicina, fomentada
por los estragos de la viruela, que se llevó por delante la vida de su pequeña
hermana Vivian, quizá por la muy tardía atención sanitaria, debida a que el
médico más próximo era una acémila, que vivía a ochenta millas de
El Esplendor, a donde hubo de llegar por trochas abiertas en la tierra
por carros y reses. Su madre, pese al sacrificio moral que le originaba,
decidió apoyar su causa, frente a la actitud burlona de su marido, que estaba
más dispuesto a perder tiempo y dinero, si el chico se hiciese
veterinario. Al final -como venía siendo inveterado en la pareja- el marido
cedió a medias, de forma que dejase a su mujer más defraudada que al principio.
En este caso, Gary Nathanson dio por bueno librarse de David, siempre
que la Universidad no fuese, ni la de Ciudad de Méjico -que era la primera
opción de Gertrudis-, ni alguna lejana y cara de las del Este, sino la
recientemente creada de Baylor[19],
que no estaba muy lejos de casa ni suponía un gran dispendio[20].
El punto de discordia era el de que Baylor había sido fundada por los baptistas[21],
en tanto que David había sido criado por su madre dentro de la ortodoxia
católica. Finalmente, la irreductibilidad del padre y la indiferencia religiosa
del hijo acabaron venciendo la resistencia materna, y David decidió correr el
riesgo de perder su alma, a partir del otoño de 1860, recién cumplidos
los diecisiete años de edad. Para entonces, ya había devorado varios libros de
Medicina de modo que, al iniciar los estudios, progresó rápidamente en ellos y
fue aceptado como ayudante en tareas de Anatomía y Cirugía general. Ya era
tiempo pues, de otro modo, apenas habría rozado los secretos de la Ciencia
hipocrática: Antes de concluir el primer curso, estalló la Guerra Civil y,
aunque la Universidad intentó mantener abiertas sus aulas a los futuros galenos
-tan necesarios en el frente, como en la retaguardia-, el alistamiento de los
alumnos y la disminución de los fondos obligaron a cerrar sus puertas hasta el
final de la guerra[22].
David, tras un último cursillo de cirugía y primeros auxilios, fue destinado al
frente del Oeste[23], en
calidad de cabo enfermero de las tropas confederadas en Nuevo Méjico[24].
Desde el inicio de la Guerra, su hermano mayor, Vincent, se había alistado en
las tropas que irían a combatir al Este, en la famosa Brigada Tejana, a las
órdenes de Hood[25]. Con
ella combatió hasta ser alcanzado por un proyectil de artillería en la batalla
de Antietam[26],
perdiendo la pierna izquierda a la altura de medio muslo y, tras seis meses de
hospitalización, retornó a El Esplendor, en circunstancias físicas y morales
lamentables.
Las experiencias
que el cabo -luego, sargento- David Nathanson extrajo de los dos años y medio
de guerra fueron muy negativas, en lo que respecta a las relaciones entre las
tropas de cualquiera de los dos bandos en guerra y los apaches y navajos con
los que hubieron de vérselas. Como él mismo escribiría más tarde, cualesquiera
que sean los sentimientos y las intenciones con que se discuten y acuerdan los
tratados[27]
entre los blancos y los pieles rojas, el final siempre es el mismo: aquellos se
quedan con las tierras y las riquezas mineras y estos se ven reducidos a
emigrar siempre más al oeste, cuando no a perder la libertad y la forma de
vida, recluidos en reservas reducidas e inhóspitas. Es el triste sino
histórico de los pueblos que se niegan a aceptar las exigencias de otros más
fuertes. Son meros rumores, que David Nathanson nunca confirmó, los que le
ponen en relación o conocimiento con los grandes jefes de los apaches, Cochise
y Gerónimo; contacto que no es probable, dado que estos se movían
más bien entre Arizona y Méjico, en tanto Nathanson lo hizo en Nuevo Méjico.
Al finalizar la
Guerra Civil, David Nathanson -afortunadamente ileso- retornó a su hogar, para
encontrarse con una situación aún menos grata que la que había dejado, años
antes. Su madre, afectada por su ausencia y la invalidez de Vincent, había
perdido en parte la cabeza y vivía prácticamente recluida en sus habitaciones,
sin otra compañía que la de su fiel sirvienta Alicita. Su hermano mayor,
trastornado por la cojera y los dolores del muñón, no había sido capaz de
recobrar una cierta templanza, y eso que le habían fabricado una pierna
ortopédica que, incluso, le permitía cabalgar: Solo encontraba alivio en la
bebida y apenas prestaba atención a Meg, una prima lejana por parte de los
Nathanson, con la que se había concertado un matrimonio de absoluta y
perniciosa conveniencia, en el que el novio ponía el dinero y la vivienda, en
tanto la novia se suponía que aportaría la ternura y los hijos que pudieran
hacer más llevadera la vida a Vincent y, de paso, dar continuidad a la estirpe.
Con el tiempo, se vería que la boda no habría de aportar ni lo uno, ni lo otro;
pero ello es materia que excede de la presentación biográfica del pequeño de
los Nathanson. Baste decir que, temiendo fundadamente que el primogénito no
pudiera gobernar en su día El Esplendor, Gary Nathanson, aunque a
regañadientes, trató de convencer a David para que se quedara en la hacienda y
compartiera con él, cuando menos, los asuntos administrativos de ella. El
interpelado trató de ganar tiempo, en vez de responder francamente que no.
Pidió a su padre que le permitiera antes acabar sus estudios de Medicina. El
padre, recelando una argucia, si le permitía conseguir un título que le abriera
la puerta a una vida independiente, rechazó la sugerencia y advirtió a su hijo
de que no vería un dólar del acervo familiar, a no ser que sentara la cabeza y las posaderas en
San Marcos.
No era David
persona que condescendiera con imposiciones ajenas; tanto más ahora que,
seguramente por la soledad y la tristeza, había percibido en su joven cuñada
una clara inclinación hacia él. Con la ayuda de Alicita y de algunos peones
mejicanos que le tenían ley, consiguió hacerse con un caballo decente y unos
cuantos dólares de la Unión, emprendiendo -casi sin despedirse- el corto viaje
de cincuenta millas que lo llevaría hasta San Antonio, entonces la ciudad más
activa y próspera de Texas[28],
donde esperaba encontrar algún trabajo de mera subsistencia. En efecto, tras
vender la cabalgadura y el espléndido reloj de plata del abuelo Figueroa, alquiló
un modesto local en Flores Street y compró el instrumental básico de
dentista y cirujano algebrista, colocando a la puerta un discutible rótulo,
como Diplomado en Baylor y en el Ejército de la Confederación. Como era
hábil en su oficio y de buen trato, no tardó en hacerse con una clientela
suficiente para sobrevivir y ahorrar unos dólares.
***
Se cree que fue en
su consulta de dentista donde David Nathanson conoció a Mitch McDonnell,
avispado hombre para todo en aquella época de cambios y confusas
expectativas. La ciudad sanantoniana acababa de dotarse de un periódico que iba
a hacer historia. Era todavía un tabloide semanal, que llevaba el nombre de San
Antonio Express[29].
Nadie sabía muy bien el origen del modesto capital que había puesto en marcha
tal empresa, pero lo cierto es que el tal Mitch conocía a los editores y
se ofreció para recomendar a David, para algún trabajo compatible con su
consulta. Nathanson se mostró interesado y acudió a la entrevista ofrecida. Su
aceptable cultura y el perfecto conocimiento que tenía del idioma español[30]
hicieron el resto. Se le encargó la redacción de un artículo semanal sobre
temas locales o regionales de actualidad, al precio de tres dólares…, si
gustaban. En efecto, gustaron; tanto que, cuando el Express pasó a
publicarse diariamente un año después, el encargo fue de dos colaboraciones a
la semana, a cinco dólares cada una. Eso sucedía en diciembre de 1866; justo a
tiempo de que acaeciera lo que se recogerá en el capítulo siguiente: el primero
de los episodios que hicieron de David F. Nathanson el reportero de los
comanches, como todavía es recordado hoy por los más entendidos estudiosos
de la prensa tejana del siglo XIX.
2. El tratado de Medicine Lodge
Al finalizar la
Guerra Civil, se recrudecieron los enfrentamientos entre indios y blancos o,
cuando menos, el Gobierno federal tuvo la oportunidad de afrontarlos y ponerles
coto. El año 1867 fue clave para el intento de solucionar lo que se había
convertido en una guerra racial a todo lo largo y ancho de las praderas del
sur, que incluían Texas. Hecho muy importante fue el nombramiento por el
Presidente Andrew Johnson, como Alto Comisionado para Asuntos de los Indios,
del congresista por Tennessee, Nathaniel G. Taylor[31],
quien asumió una doble tarea fundamental, de modo simultáneo: Preparar un
extenso y objetivo informe de las causas que habían llevado a los indios al
sendero de la guerra, y celebrar un tratado general con todas las tribus de las
praderas, desde Kansas a la frontera mejicana, que sustituyera a los anteriores
-incluso al fracasado de 1865-. Curiosamente, el Tratado, o Tratados, llegaron
antes que el informe final[32],
aunque este todavía sirvió para robustecer el punto de vista más favorable a
los indios y propiciar la ratificación de los tratados con ellos por el
Congreso de los Estados Unidos[33].
Muy poco antes, el
20 de julio de 1867, el Congreso norteamericano había creado la Comisión de la
Paz con los Indios (Indian Peace Commission) con el objetivo de negociar
una paz común con todas las tribus de las llanuras, o praderas, bajo la
presidencia del comisionado presidencial, Nathaniel Taylor. De los otros seis
integrantes de la Comisión, cinco eran militares de alta graduación -cuatro
generales y un coronel- y el sexto, un senador por Missouri. Poco después de la
primera reunión de la Comisión en Saint Louis (Missouri), el 6 de agosto de
1867, David Nathanson publicó su primer artículo en el San Antonio Express
sobre el particular. Se titulaba Primeros Tropiezos y, entre otras
cosas, decía lo siguiente[34]:
Las negociaciones
y tratados con los indios suelen concitar mayores esperanzas que resultados.
Tal vez, ni la buena fe de los blancos, ni la forma de vivir de los indios,
tienen en unas y otros una cabida real y razonable… El final de nuestra Guerra
Civil ofrece la ocasión y la necesidad de poner fin al estado de anarquía y,
finalmente, de guerra abierta entre ambas razas entre el río Arkansas y la
frontera con Méjico. La situación en nuestro estado al norte del río Colorado
y, especialmente, en el Panhandle[35], no
puede sostenerse por más tiempo. Sin embargo… las labores de la Comisión de Paz
están muy lejos de haber empezado con buen pie, y no -por ahora- a causa de los
indios… Para empezar, el Informe que debería obrar en poder de los miembros del
comité, para saber el terreno que pisan, se halla empantanado, al parecer, ante
los acerbas críticas que en el mismo se vierten sobre la acción del Gobierno,
del Ejército y de buena parte de la población blanca inmigrante[36]…
También resulta curioso que cinco de los seis vocales de la Comisión
llamada de Paz, sean militares curtidos en luchar y acabar con los
indios…
Nos ha llegado la
noticia de que el Teniente General Sherman[37]puso patas arriba la primera reunión
de la Comisión, haciendo públicos reproches y manifestando su desacuerdo con la
política de paz hacia los indios que, como bien se sabe, para este militar solo
son buenos cuando están muertos[38].
De fuentes bien informadas, hemos sabido que el presidente de la Comisión,
N. Taylor, ha solicitado que Sherman deje de participar en las futuras
negociaciones de paz[39]…
Seguiremos informando, esperando llevar a nuestros lectores más esperanzadoras
noticias, sobre todo, a quienes ven peligrar sus vidas y haciendas por obra de
kiowas, comanches y demás tribus en el sendero de la guerra.
Jefe comanche Diez Osos
El citado artículo
y el interés para Texas de una posible paz con los indios, animaron a los
responsables del Express a sufragar el envío del barbero-cirujano
Nathanson como reportero del ya diario en las conversaciones de paz. No fue una
excepción, ni mucho menos. Casi doscientos periodistas, literarios y gráficos,
llegaron a darse cita en la localidad -por llamarla así- de Medicine Lodge
(Kansas)[40], donde
finalmente se abrió la conferencia el 19 de octubre de 1867[41].
Aunque las condiciones económicas pactadas no fueron muy satisfactorias, David
aceptó el encargo de su periódico, por considerar que, tanto desde el punto
de vista personal, como profesional y social, aquellas conversaciones me
brindaban la posibilidad de ser testigo de un gran acontecimiento. Creo que
habría ido, aunque tuviese que haber vivido de mis ahorros[42].
El lugar de la
reunión parecía un hervidero de tipis y de tiendas de campaña, donde se
alojaban unos quinientos soldados del Séptimo de Caballería, más los efectivos
de una batería del Cuarto de Artillería. Los indios de muy diversas naciones
(apaches, comanches, kiowas, arapajos) integraban una multitud, tal vez, de dos
o tres mil personas -cientos de ellos, guerreros-. Como ya he dicho, los
periodistas eran casi doscientos, obligados a dormir al raso o a desplazarse
diariamente hasta las aldeas más cercanas. David estuvo tentado de buscar
acomodo en la tienda de algún dignatario comanche conocido, pero tuvo mejor
suerte. Dejemos que él mismo nos lo relate, recogiendo indistintamente los
detalles de sus Memorias y de las crónicas del Express:
Entre los jefes
comanches asistentes a la reunión, se encontraba Tosahwi, llamado Cuchillo
Blanco por los de mi raza[43],
aquel a quien había obsequiado mi familia con el sombrero de la estrella
solitaria, que tanto le gustó. Cuando logré localizarlo y presentarme a él, le
hice saber mi cometido periodístico allí y le pedí que me presentara al jefe
comanche que juzgara de mayor relevancia en la llevanza de las conversaciones.
Sin dudarlo, aludió al anciano Diez Osos[44]
y me prometió gestionar una entrevista con él. También me ofreció la
hospitalidad de su tipi, si precisaba de alojamiento. Cortésmente, decliné su
oferta pues había hecho conocimiento por casualidad con un jovencito de
dieciocho años, llamado Alfred, quien, muy impresionado de mi conocimiento de
algunos jefes comanches y de los rudimentos de su idioma, me llevó a conocer a
su padre. ¡Era nada menos que el Comisionado de asuntos indios, Mister Taylor!,
lo que me facilitó las cosas de manera fulminante. Claro está que no me acogió
formalmente como intérprete o ayudante en las negociaciones, pero sí puso a mi
disposición un catre en una tienda de campaña que reservaba para sus conocidos.
A cambio de ello, me confió de buen grado el cuidado de su hijo, que estaba muy
interesado en seguir la Conferencia y estaba in albis del mundo de los
indios y sus costumbres. La verdad es que se trataba de un muchacho de
excelente conducta y gran amabilidad, con el que hice muy buena relación para
el poco tiempo que convivimos en Medicine Lodge[45].
Cuando me disponía a instalarme en la tienda, apareció otro periodista quien,
al parecer, gozaba de similar privilegio de acomodo, al ser enviado por la
famosa y muy influyente revista neoyorquina, Harper’s Weekly[46].
Se me presentó como Alfred Wand y, en plan jocoso, me aseguró que no me
robaría ninguna primicia, toda vez que él se dedicaba al periodismo de
ilustración. De igual modo humorístico, le repliqué que, siendo así, el
principal problema que me planteaba era el de que su nombre coincidía con el
del hijo del Comisionado. Muy serio, me sugirió el empleo de los epítetos de Junior
para mi anfitrión y de Senior para él. A la postre, el joven Alfred
quedó en Junior a secas, respetando el Alfred para el aventajado
ilustrador, con el que llegué a formar equipo, autorizándome a enviar algunos
de sus dibujos al Express, a cambio de introducirlo entre los comanches.
Desgraciadamente, mi periódico no tenía medios técnicos para imprimir dibujos y
acabaron por perderlos en la redacción, si es que no se quedó con ellos algún
avispado colega.
Hasta aquí, las Memorias
de David. De la crónica para el Express, publicada en el número del
17 de octubre de 1867, entresaco los siguientes párrafos, bajo el titular: Un
indio experto en Diplomacia. El jefe Diez Osos hace declaraciones a
nuestro enviado especial en la Conferencia de Paz:
… La
Conferencia ha empezado entre reproches, hasta que los representantes de
nuestro Gobierno han accedido a reconocer la violencia excesiva con que el
Ejército se comportó hace unos meses contra un campamento de sioux y cheyenes,
en el que había gran cantidad de mujeres y de niños. Se pidieron disculpas y,
ante la expectativa de abrir consejo de guerra contra el Oficial que mandaba
las tropas en aquella ocasión[47],
se le ha retirado del mando de las fuerzas reunidas como seguro para los
conferenciantes, poniendo en su lugar al teniente coronel George A. Custer,
héroe de la Guerra Civil[48]…
… Antes de
encontrarme ante el jefe Diez Osos, he repasado su impresionante historial como
mediador y negociador, es decir, hombre de paz, pese a su indudable valor como
guerrero… Ya en 1840, logró alcanzar la paz entre los comanches y sus enemigos
kiowas y arapahos. En 1853, fue uno de los representantes de su nación en el
tratado de Fort Atkinson[49]. En agosto de 1861, inclinó la
balanza de su pueblo del lado de los confederados, pactando alianza con ellos en
Fort Cobb, en el Territorio Indio[50],
pese a lo cual, y pasándose a la Unión, formó parte de la delegación de pieles
rojas que visitó la capital nordista, Washington, a fin de lograr mejores
condiciones para su pueblo que las ofrecidas por los confederados. Y bien
recientemente, hace dos años, suscribió con otros jefes el tratado del Little Arkansas River[51],
que ahora va a ser revisado. Quienes lo conocen bien -como mi intermediario,
el jefe Cuchillo Blanco-, se refieren a él con respeto, como un hombre
sabio y de gran facilidad de palabra, aunque su poder solo sea reconocido por
los comanches yamparika y su autoridad esté bastante menoscabada por los
continuos fracasos de los tratados con el Gobierno, en los que ha tomado parte.
… Me recibe en su
tienda, rodeado de algunos de sus hijos y de otros jefes. Es un hombre anciano,
al que se le calcula una edad de setenta años, rechoncho, con el pelo casi
totalmente cano. Me tiende una mano llamativamente grande, que estrecho con
respeto, articulando pausadamente un saludo en comanche y llamándolo Parrawasamen, que es
aproximadamente el nombre en su idioma. Una vez tomamos asiento al modo indio,
Diez Osos enhebra un extenso discurso sobre su amor por la paz y lo poco que es
secundado por los blancos, que no parecen tener otras intenciones que las de
recluirlos como presos en las reservas y reducir cada vez más el territorio y
la caza en estas. Se sorprende cuando, respetuosamente, le interrumpo para
confirmarle que esos son precisamente los objetivos de nuestro Gobierno en las
presentes negociaciones, por lo que lo único que pueden esperar es que el
territorio que se les asigne sea lo mejor y más extenso posible, y que se les
indemnice o compense en dinero o con vituallas. Me dice que soy un blanco
que habla con verdad y valentía pero que las compensaciones a las que aludo,
ni hasta ahora han sido objeto de discusión, ni los indios son niños o
incapaces que necesiten ser alimentados por los blancos. Me sorprende que no se
haya planteado alguna compensación por el territorio que habrán de perder
inevitablemente y le señalo[52]
que no se trata de que los indios no puedan ayudarse a sí mismos, sino de poder
comprar o cambiar lo que a ellos les falta por lo que a nosotros nos sobra,
como hacemos entre los blancos, así como con los indios en tiempo de paz.
… Antes de
despedirnos, Diez Osos me asegura que el centro y el sur de Texas nada tienen
que temer de su nación, que ya está tan reducida, que les bastaría con poder
cazar en el territorio entre el río Canadian y el Brazos…
… le entrego como
regalo una potente lupa, con aro de acero y mango de marfil, pues me consta que
su vista está muy perjudicada. Mientras la prueba, entre admirado y complacido,
le digo: Espero que
le ayude a ver más claro el camino de la paz; a lo que me replica: La
paz no vendrá por lo que se ve, sino por lo que no quiero volver a ver: A los
tejanos invadiendo nuestros territorios[53].
Nos estrechamos las manos y acepta mi petición de volver a entrevistarlo
cuando las conversaciones del tratado vayan muy avanzadas, o concluyan con un
acuerdo, como todos deseamos.
En sus Memorias,
por aquellos días, Nathanson dejaba, entre otras, las siguientes
consideraciones:
La tienda de
campaña en que pernocto esta junto a las de la Batería B del 4º Regimiento de
Artillería. Una guardia custodia dos cañones ametralladores Gatling. Al
acercarme hoy de mañana con Alfred, que quiere dibujar uno de ellos, un oficial
de mediana edad, rubio, con melena y perilla, delgado y bien parecido, comenta:
Con los indios, nunca se sabe… Con mi tendencia a generar polémica, le
contesto: Señor, ¿no tenemos bastante con los rifles de repetición? El
me responde educadamente: Puede ser que los pieles rojas tengan más de
ellos que nosotros. Sus agentes y los traficantes los surten bien de armas. Agrego:
y de whisky. El militar parece asentir, saluda marcialmente y se aleja
con sus adláteres. ¿Sabes con quién has estado hablando?, me pregunta
Alfred. No lo conozco, ni diferencio bien los distintivos de rango, respondo.
Era el general Custer -me aclara-. Bueno, ahora es teniente coronel y
está al mando de toda esta caterva de chaquetas azules que nos
protege. Se halla de guarnición en Fort Leavenworth[54]
y dicen que está haciendo una buena labor con el Séptimo de Caballería. Como
la Conferencia acabó pronto y no era, por entonces, un personaje de actualidad,
no hice por volver a verlo, ni entrevistarlo. Cuando lo de Little Big Horn[55],
me acordé de nuestro brevísimo encuentro y lamenté no haber intentado repetirlo.
Y, poco más
adelante, escribe:
El Comisionado
General charló hoy informalmente conmigo unos momentos, antes de la comida en
que nos invitó a participar a su hijo y a mí. Se muestra moderadamente
optimista sobre alcanzar un acuerdo con los indios, si bien ha decidido dividir
el Tratado en tres, para así recoger las peculiaridades de cada tribu y zona
–“divide y vencerás”, pienso yo-. Desde luego, la reducción de las reservas va
a ser drástica y difícilmente va a permitir que los indios continúen con su
vida nómada de caza, máxime cuando los búfalos empiezan a escasear. Tampoco
puede aceptar excepciones a la reclusión en el territorio de la reserva, pues
Washington no lo permitiría. ¿En dónde pueden estar las concesiones? En lo que
yo me figuraba: El Gobierno asignará una importante cantidad para dotar a las
reservas de escuelas, graneros y casas de madera, a fin de hacerlas más
habitables y “civilizadas”. ¿Se da cuenta, señor -le pregunto retóricamente-, de
que eso no les interesa en absoluto a los indios? Él asiente, pero me
replica algo que comparto plenamente: Si han de seguir viviendo en los
Estados Unidos, no tendrán más remedio que hacerlo a nuestro modo. Llevará
tiempo, pero hay que empezar ya[56].
Hace una pausa y me ordena: No publique nada de cuanto le he confesado.
La diplomacia está hecha de silencios y de medias verdades. Se encoge de
hombros y concluye: Vamos a comer juntos. No tendremos muchas más
oportunidades de hacerlo antes de que concluya la Conferencia.
***
El 23 de octubre
de 1867, el San Antonio Express publicaba la crónica de Nathanson que,
bajo la rúbrica de Se alcanza la paz con los indios. Los términos del
Tratado, recogía el contenido sustancial de los acuerdos de dos días antes[57].
El reportero resumía así las cláusulas convenidas:
… Los acuerdos
suponen la práctica desaparición de comanches y kiowas de las tierras de Texas,
ya que el territorio que se les asigna se encuentra entre el río North Canadian
y el North Fork del Red River. Supone una extensión de unos tres millones de
acres, frente a los dieciséis millones que se les concedieron en el tratado de
hace dos años… La muy considerable reducción de las tierras de las reservas
será compensada a los indios, de dos maneras diferentes: de una parte, prestaciones
en especie de alimentos, ropas, herramientas y armas y municiones para la caza;
de otra, se les proveerá en las reservas de las escuelas, casas y graneros que
precisen, hasta un importe de 30.000 dólares.
… Los Tratados
deberán ser ratificados por el Congreso, lo que es de esperar se haga sin
dificultad ni dilaciones, dado su interés y beneficios para la población. Más
complicado es el sistema que se ha previsto para que los acuerdos reciban el
visto bueno definitivo de las naciones indias: tendrán que ser aprobados por
las tres cuartas partes de los hombres adultos. No va a ser fácil conseguir ese
consenso ni, menos, comprobarlo. Afortunadamente, el gran número de jefes
signatarios del acuerdo y la presencia en Medicine Lodge de un gran número de
guerreros, hace suponer que no habrá dificultad en lograr tan masiva
conformidad. Por ejemplo, han sido diez los jefes comanches que han suscrito el
Tratado, siendo el primero de ellos Diez Osos, que dirigió a los reunidos un emotivo y poético
discurso en favor de una paz justa. También será preciso el acuerdo de los tres
cuartos de los comanches adultos para aceptar futuras cesiones de terreno en
las reservas…
Como es natural,
sigue en pie la orden ejecutiva del Presidente, en el sentido de que, ya se
trate de indios amigos,
ya de tribus consideradas hostiles, no podrán salir de la reserva sin
autorización de su agente. En otro caso, se actuará militarmente con el máximo
rigor y rapidez, para reintegrarlos a sus territorios…
En las Memorias,
Nathanson relataba algo muy interesante, que no consideró razonable exponer
a los lectores de su diario. Decía así:
Tuve la ocasión de
leer los términos de los Tratados inmediatamente antes de ser firmados, gracias
a la benevolencia del Comisionado Taylor, y fui de los pocos periodistas que
pudieron asistir a la firma de los acuerdos. Juzgando que ya nada más tenía que
hacer allí, empecé a empaquetar mis escasas pertenencias, mientras charlaba con
Taylor Junior. En esto que recibí el recado de pasar por la tienda de Diez Osos, pues deseaba hablarme
urgentemente.
Aunque no dominaba
su idioma, pude percatarme por las expresiones y gestos de que había tensión y
disconformidad entre los jefes y guerreros presentes en el tipi de Diez Osos quien,
con unos papeles en la mano, se mantenía impertérrito. En seguida aclaró lo que
esperaba de mí: que leyera detenidamente el Tratado -naturalmente redactado en
inglés- y ayudara en su traducción al intérprete. Así lo hicimos, aclarando al
propio tiempo algunas de las frases o palabras. Siempre me ha parecido
deshonesto que nuestro Gobierno no realizara una versión oficial de los tratados
en las lenguas indias, por difícil que ello fuese, pues era tanto como
arriesgarse a ser mal entendido o -tal vez, peor- a engañar en su contenido. La
verdad es que los pieles rojas que yo conocí -y aún otros, como Gerónimo, el
apache- nunca pidieron que se observara ese trámite, ni dieron mayor
importancia a que los acuerdos constasen por escrito, dado que la mayoría de
los indios y de sus lenguas no conocen la escritura, a no ser por pictogramas.
Por otra parte, su respeto de la palabra dada no tiene nada que ver con el
hecho de que conste por escrito, o no.
Comoquiera que,
terminado el repaso del Tratado, volvieran la discusión y las malas caras a los
presentes, hice ademán de retirarme. Diez Osos me detuvo con una pregunta, que me tradujeron -o
entendí- confusamente: Qué me parecía lo acordado. Yo, tras reflexionar unos
segundos, repuse que no era quién para dar mi opinión. Pronto se aclaró que lo
que el jefe me había preguntado era si cabía la posibilidad de que su pueblo
les enmendara la decisión y no ratificase el tratado. Yo le respondí
afirmativamente, a tenor de la citada regla de los tres cuartos de hombres
conformes, aunque me apresuré a opinar que no creía que el Gran Padre
Blanco[58]
tolerase el rechazo de las principales cláusulas. Diez Osos, complacido,
se dirigió a sus interlocutores más críticos, como indicando que, si tan malo
era el Tratado que él y otros nueve jefes habían firmado, cabía que los
bravos lo rechazaran, bajo su responsabilidad.
Cuando, al fin,
pude salir de la tienda, no podía dejar de pensar en lo precaria que era la
posición del viejo jefe, obligado por sentido común a firmar, una y otra vez,
tratados desiguales e incumplidos. Tal vez, el problema venía de más atrás: Los
comanches se habían convertido en un grupo de bandas numerosas e
indisciplinadas, precisadas de alguien dotado de autoridad entre todos ellos.
Aunque por poco tiempo y con escasos resultados, no tardaría en aparecer
alguien que se ajustara a esa exigencia…
3. La reunión de Washington en 1872
Jefe comanche Tosah-wi (Cuchillo blanco)
El 4 de marzo de
1869, Ulises Grant[59]
tomó posesión de su cargo como 18º Presidente de los Estados Unidos. Unionista
convencido y muy crítico con la política de sus predecesores en relación con
Méjico -entre otras cosas, con la anexión de Texas-, su elección no fue nada
bien vista por el San Antonio Express, aunque nada tuviese que ver con
ello nuestro David F. Nathanson quien, a raíz de su buen desempeño en la
cobertura de los acuerdos de Medicine Lodge, había pasado a ser uno de los
redactores del citado periódico, lo que -dicho sea de paso- poco progreso
económico le había supuesto. A poco de tomar posesión, Grant descargó una
severa andanada contra la gente del norte de Texas, que volvía a inquietarse con
las correrías de los indios y los rumores de guerra contra los mismos. El
Presidente se despachó estableciendo una nueva política de paz para con los
pieles rojas y nombrando para el cargo de Comisionado General a un indio seneca[60],
llamado Ely Parker[61].
Llamativamente, las claves de la llamada nueva política de paz eran muy
contradictorias y no satisfacían a ninguna de las razas en conflicto.
Nathanson, en su artículo Una política india arriesgada. Grant manipula la
Religión, escribía en el Express del 14 de junio de 1869:
Se dice que el
señor Presidente, aprovechando el texto de la 14ª Enmienda a la Constitución,
aprobada el pasado año[62], quiere reconocer la ciudadanía
americana a los indios nacidos en el territorio de los Estados Unidos.
Sensatamente, pretende que ese derecho solo sea concedido cuando los pieles
rojas estén preparados para asumir nuestra civilización y vivir de acuerdo con
ella. Hasta llegar ahí, queda un largo trecho, que el Presidente desea se viva
exclusivamente dentro de las reservas, transformando las mismas en santuarios indios, que no
sean violados, ni siquiera hollados, por otros blancos que los pertenecientes o
autorizados por la Office of Indian Affairs[63].
Allí habrán de ejercitarse los indígenas en la agricultura, la ganadería
estante, el comercio y demás tareas cívicas, bajo la dirección de sus jefes y
la supervisión y ayuda de los agentes del Gobierno.
He dicho antes que
el señor Grant quiere convertir las reservas en santuarios, y no exagero, contra
lo que ustedes pueden figurarse. A fin de que los agentes del Gobierno sean justos
e incorruptibles, el Presidente ha decidido atribuir tal condición a las
personas que designen las diferentes Iglesias y corrientes religiosas que
considera dignas de confianza, en número total de 73, con los hermanos
cuáqueros y metodistas en cabeza de tan peliaguda concesión[64].
Las Iglesias seleccionadas escogerán a los agentes, así como a los maestros que
impartirán la enseñanza en las escuelas de las reservas…
¿Corresponden las
decisiones del señor Presidente a los deseos de las tribus a las que van
dirigidas? Podríamos suponer que sí, toda vez que está asesorado por su
Comisario general para asuntos indios, el señor Parker[65], valiente General y cultísimo
ciudadano, nacido entre los senecas, en el seno de la nación iroquesa. Con
todo, Mister Grant no debe tenerlas todas consigo cuando ha decidido no
prohibir la caza de búfalos por los blancos a discreción, fuera de las
reservas. Si esta práctica acaba no tardando con esos imponentes animales[66],
por una vez la política de Washington estará de acuerdo con los intereses de
nuestro Estado: Los indios nada tendrán para sobrevivir en libertad y las
fértiles praderas quedarán libres para el ganado vacuno, en régimen de plena
seguridad y de casi completa libertad.
Pasaron dos años
más, en los cuales la política de paz con los indios fue quedando en
agua de borrajas, como tantas buenas intenciones del Presidente Grant. En el
camino fueron quedando algunos famosos personajes, como el general Sherman[67]
-demasiado furibundo en sus actitudes hacia los indios- y el Comisionado
Parker, arrastrado por la envidia y la difamación de sus antagonistas
políticos. Los asuntos militares fueron puestos en manos del general Sheridan[68],
algo menos extremista que Sherman, y los agentes indios designados por las
Iglesias -cada vez con menos interés por su parte- no mejoraron en mucho la
eficacia y honradez de sus predecesores laicos, aunque sí dieron paso a un
espíritu de misión en las escuelas, que acabó por desanimar a los escolares
indios y a sus padres en lo de asistir a ellas[69].
La vuelta a las
andadas irritó a los pieles rojas y envalentonó a los abusones blancos.
Para tratar de reconducir la situación, el Presidente Grant convocó a un gran
número de jefes indios a una Conferencia general, a celebrar en Washington en
1872. David Nathanson, pese a haberse casado y tener dos criaturas de corta
edad, albergaba una gran ilusión por ir allá de reportero. El problema es que
su periódico se hallaba en horas bajas, con una jefatura en funciones,
pendiente de que se hiciera cargo un nuevo equipo propietario. En sus Memorias,
explica cómo consiguió que lo mandaran a la capital a cubrir el reportaje, con
algunos detalles que justificadamente decidió dejar en secreto hasta muchos
años después:
Apenas tenía unos
tres mil dólares ahorrados y no me parecía honesto sustraerlos al sustento de
mi esposa e hijas. Tampoco pasaba por mi mente ir a mendigar a El Esplendor, donde -por lo que
sabía- mi padre seguía campando a su antojo, con el mal genio de siempre hacia
mí. De modo que, como antiguo alumno de Baylor[70],
se me ocurrió pedir ayuda económica a la Universidad, con el pretexto de que la
próxima conferencia de Washington podría aumentar la influencia de los
baptistas en las reservas, en especial, de los comanches. El presidente[71]
William Crane[72]me
recibió amablemente y mostró interés por mi oferta pero, dada la situación
presupuestaria poco favorable, me desvió al famoso ganadero de Palo Pinto, Lum
Slaughter[73],
conocido por su apoyo a las iniciativas baptistas. Como, por su ubicación, su
gran rancho no estaba exento de las amenazas de kiowas y comanches, tenía por
lo menos dos razones con las que interesarlo en la empresa. Y había otra cosa
más a mi favor: Me reconoció como hijo de familias ganaderas de prosapia
-Figueroa y Nathanson- y me cogió simpatía cuando le conté, con toda verdad y
sencillez, las razones que me habían apartado de mi padre. En fin, como un
verdadero mecenas, extendió a mi favor un pagaré contra el Citizens
National Bank[74] por
importe de cinco mil dólares. Le prometí no gastar más de lo estrictamente
necesario en mi cometido y rendirle, al concluirlo, un completo informe de lo
realizado. Naturalmente, cumplí ambas promesas, aunque la segunda de ellas lo
habría estado simplemente con leer mis crónicas de aquellos días en el Express.
***
Una vez en
Washington, Nathanson se encontró con la grata sorpresa del reencuentro con los
jefes comanches Diez Osos y Cuchillo Blanco, que representaban a
su nación entre las diversas allí reunidas. Pronto pudo percibir la
inferioridad relativa de los comanches respecto de otros, como los cheroquis o
los kiowas, que tenían una organización mucho más potente y concentrada. Cuando
Diez Osos, entusiasmado de verlo, pidió al periodista que le sirviera de
consejero, David se encontró entre la espada y la pared: Si quería moverse
eficazmente como periodista, precisaba del acceso y la información de los
políticos de la Administración; pero estos recelarían y lo mirarían con malos
ojos, si captaban que lo que le decían iba a servir para aconsejar a los indios.
¿Cómo resolvió el dilema?
… Malamente -confiesa
en sus Memorias-. Excluí las cartas o mensajes escritos, por lo mucho
que podían comprometerme. Las citas en lugares públicos eran casi imposibles,
por el control que la policía ejercía sobre los jefes indios. Por otra parte,
respetaba la causa indígena y comprendía la justicia de muchas de sus
reclamaciones, pero no hasta el punto de convertirme en un traidor a mi
raza. Así que, hablando al viejo jefe comanche con total franqueza, le hice
percatarse de que yo era un rostro pálido, que no podía ser amigo de los
indios más allá de lo que permitía mi fidelidad al Gran Padre Blanco y
que, para ayudar a su tribu, en vez de aconsejarle sobre lo que hacer, haría
valer mis buenos oficios ante los jefes blancos que quisieran escucharme. Conozco
tus reclamaciones y tus quejas -le dije-. Muchas de ellas son justas y
así lo expondré a quienquiera que esté dispuesto a escucharme. Diez Osos
asintió. A la vuelta, nos veremos en la reserva, le prometí. No pude
cumplirlo, pues el anciano falleció el 23 de noviembre de aquel año de 1872,
apenas llegado al Territorio Indio.
Parte de lo que
Nathanson hizo y habló fue recogido en sus artículos del Express y en el
Informe que rindió a su mecenas, Lum Slaughter. Así, de forma
bastante displicente, aunque premonitoria, en su reportaje titulado Empieza
la Conferencia de Washington con los indios. ¿No es ya demasiado tarde?,
David Nathanson escribía el 30 de abril de 1872:
Al comienzo de
su mandato presidencial, habría sido muy oportuna la reunión del Gobierno del
Señor Grant con los jefes indios más importantes. A fin cuentas, pretendía
llevar a cabo una nueva política de paz, aconsejado y ayudado por un
Comisionado, indio él mismo, entusiasta de la integración de las dos razas.
Pero hoy, tres años después, todo ha cambiado y la política nueva de Mister
Grant es una entelequia, en la que ni él mismo cree. El Comisionado Parker dimitió
el año pasado, agobiado de acusaciones y abandonado por sus colegas de la Oficina
de Asuntos Indios. Los búfalos han sido esquilmados hasta el extremo. Las
reservas no son correctamente respetadas, ni por los indios, ni por los
blancos. El Ejército vuelve a ser la clave de la política racial y ya sabemos
lo que ello significa, lo comande el general Sherman o su colega Sheridan.
Muchas tribus se hallan en pie de guerra. Los misioneros religiosos puestos al
frente de las agencias en las reservas indias no han podido cumplir su labor
civilizadora, pese a su buena voluntad y preparación…
En estas
circunstancias, ¿qué podemos esperar de la Conferencia de Washington? He tenido
ocasión de cambiar impresiones con los jefes comanches Diez Osos y Cuchillo Blanco,
que se muestran entre esperanzados y reticentes. En próximos días haré llegar a
los lectores de este periódico la opinión de algunos de los políticos que han
de llevar el peso de las conversaciones, o que han preparado este encuentro. Y
les prometo que, a la menor oportunidad, trataré de llevar al Presidente Grant
el saludo del gran estado de Texas que, conforme al Tratado de integración en
los Estados Unidos, contempla con cierto distanciamiento el problema indio, en
la medida en que no tiene por qué aceptar en su territorio reservas, si sus
autoridades no lo aprueban específicamente.
Nathanson cumplió
lo prometido a sus lectores. En el número del Express correspondiente al
9 de mayo de 1872, bajo el titular de Ely Parker habla con nuestro corresponsal.
“No basta con buenas intenciones”, afirma, Nathanson recogía, entre otras
cosas, lo siguiente:
… Los lectores
recordarán que el señor Parker, tras dos intensos años en el Comisariado de
Asuntos Indios, presentó la dimisión de su cargo al Presidente Grant, que le
fue aceptada. No tuvo nada que ver con discrepancias políticas, me
afirma. Y añade: Si de algo pecó el Presidente fue de pretender satisfacer
a todos, buscando el mejor equilibrio. El señor Parker, en efecto, me
recuerda que su Comisariado fue convertido en un organismo colegiado del que,
además de él, formaban parte otros diez miembros, verdaderos próceres de la
política, pero mucho más versados -e interesados- en apoyar a sus ricos
electores y a los amigos ansiosos de prebendas, que no en desarrollar una labor
de progreso y civilización progresiva de la gente de otra raza. Se extiende en
explicarme cómo los mecanismos drásticos empleados por el Presidente, como el
empleo de misioneros religiosos y de militares en excedencia para ocupar las
agencias indias, han acabado por fracasar, ante la frontal oposición del
Congreso, que siempre ha considerado la Oficina de Asuntos Indios como un coto
personal para colocar a amigos en puestos de fácil enriquecimiento. ¿No
será demasiado severo en sus apreciaciones, señor?, le pregunto y el sonríe:
Sé lo que usted piensa, pues yo soy un indio seneca y he perdido mi amor por la
carrera política por obra y gracia de una acusación calumniosa por algunos de
políticos a que me refiero. Pero no; es la pura verdad y el tiempo me dará la
razón.
Seguidamente, me
relata con cierto detalle el amplísimo viaje con que preparó su entrada en la
Oficina de Asuntos Indios, viendo la situación de las tribus y escuchando sus
quejas y aspiraciones… El Presidente -me dice- está atado por los políticos y la prensa,
empeñados en presentarlo como un amigo de los indios, más que de los blancos. Y
él, como es natural, aspira a un nuevo mandato[75],
que le permita completar su programa político…
Observarán los
lectores que el señor Parker no tiene pelos en la lengua. Les aseguro que no he
aportado nada de mi cosecha. Ni el respeto que debo a mi entrevistado, ni el
que siempre he tenido por ustedes, me lo habrían permitido.
En una acotación
de sus Memorias, Nathanson escribió muchos años más tarde, a propósito
de Ely Parker y el ya ex Presidente Grant:
Quizá Parker debió
ser -conmigo y con otros- menos severo en las críticas hacia Grant. Se dice
que, desde que dimitió de su cargo de Comisionado indio en 1871, nunca más
volvió a visitar a quien había sido gran amigo y compañero de milicia. Tal vez
por ello, pagándolo con la mima moneda, la familia de Grant no le franqueó la
puerta de su casa cuando, al fin, Parker fue a visitar a aquel, al saber que se
estaba muriendo[76]. Verdaderamente, hay mucha gente
importante que acaba perdiendo los papeles.
***
Tras la dimisión
de Parker, el Comisionado indio pasó a ser dirigido por el señor Francis A.
Walker[77],
a quien David Nathanson pidió audiencia para entrevistarlo. Para sorpresa de nuestro
reportero, Walker departió con él mientras almorzaban en Ebbit’s[78],
a invitación del entrevistado. Pronto se aclaró la circunstancia: El señor
Walker había sido pocos años atrás periodista en el Springfield Republican[79]
El resultado lo reflejaba así en el Express del 15 de mayo de 1872,
en un reportaje titulado Un moderado, al frente de la Oficina de Asuntos
Indios. Declaraciones de Mister Francis Walker a nuestro corresponsal.
… El señor Walker,
pese a su juventud, tiene la pose reflexiva y el verbo convincente de un
profesor de Economía Política, a lo que tiene la vocación de dedicarse en
exclusiva cuando deje -no tardando- la política. No crea -me dice-, en mis años
mozos he sido un hombre de acción: primero, en el periodismo; luego, como
militar en la Guerra Civil, en la que alcancé despacho de General de Brigada. Y
ahora el Presidente ha contado conmigo para poner algo más de orden y de
equilibrio en los asuntos indios. Por su forma de expresarse, creo hallarme
ante un hombre escéptico respecto de los valores de los indígenas y de la
posibilidad de convertirlos a las formas y trabajos que impone nuestra
civilización. No creo que Mister Walker esté dispuesto a abrir las puertas de
las reservas, ni a conceder a los pieles rojas los derechos inherentes a la
ciudadanía americana. Pero él es hombre moderado e íntegro. Por tanto, no va a
consentir que -como tantas veces en el pasado- los agricultores, mineros o
capitalistas blancos invadan las tierras indias, ni que los agentes se queden
con una parte del dinero de las subvenciones, entregando a los indios víveres
insuficientes y de mala calidad. Con todo, la pregunta que me asalta es esta:
¿Hasta cuándo resistirá este profesor vocacional en el endiablado puesto que ha
heredado de Ely Parker? Se lo pregunto y se limita a sonreír.
Finalmente, me responde con una evasiva: Eso es cosa que toca decidir al
Presidente. En interés de los lectores, me refiero en particular a los casos
de los kiowas y los comanches. Son tribus belicosas e independientes -reconoce-,
pero han aprendido a respetar las tierras y las vidas de los blancos y a
permanecer en las reservas, amplias y bien vigiladas. Confío en sus jefes, con
quienes he tenido ocasión de cambiar impresiones en estos días. ¿Y la
asignación de las agencias indias a las Iglesias? ¿Qué resultado están dando,
en particular, las asignadas a la comunidad baptista? Me responde cortésmente,
pero creo interpretar correctamente su punto de vista, si apunto a que esa
mezcla de biblias y de subvenciones tiene los días contados. Si acaso, las
confesiones religiosas se mantendrán en el magisterio de las escuelas indias. El
Cristianismo no es tan distinto de la general creencia de los indios en un Dios
creador, que impone una moral y premia o castiga en la otra vida, considera
el señor Walker. En fin -apostillo yo-, el misionero y el soldado de caballería, la cruz y la espada. Mi interlocutor, por una vez, se echa a reír
y el exquisito sorbete de limón resbala por sus tupidos bigotes.
En el comentario, más detallado, que
Nathanson envió a su mecenas, Lum Slaughter,
le daba más información sobre el futuro de las misiones baptistas,
desde luego bastante pesimista en cuanto a su permanencia y -no digamos- su
ampliación. Y añadía un ofrecimiento, que pronto tuvo ocasión de cumplir:
… Creo que el centro de la vida y del
control de comanches y kiowas está ahora en un fortín en Territorio Indio: Fort
Sill. Me propongo, si a usted le parece oportuno, visitarlo a no tardar y
examinar en detalle el papel y el resultado allá de los esfuerzos de la
Comunidad de su predilección. Por ahora, habré de atenerme al parecer de los
políticos, que bien sabe no les gusta que otras gentes y otras formas de pensar
entren en lo que ellos consideran su terreno particular: la cosa pública.
***
El hombre malo en
aquellos tiempos del fracaso de la política india de paz del Presidente Grant
era William Welsh[80], la
figura más destacada de la Junta de Comisionados Indios, comité de diez
personas -bastante ricas, por cierto-, que el Presidente había nombrado para
auditar el corrupto Indian Service, pero que
al final invadió las competencias de Ely Parker, minó la política indígena
presidencial y acabó por forzar la dimisión de Parker e implantar, no la nueva política auspiciada por Grant, sino la vieja política de los clientelismos, las corruptelas y el
desprecio a los tratados firmados con las tribus indias. Nathanson contaba así
su entrevista con Welsh a los lectores del Express, en su
artículo de 20 de mayo de 1872, titulado Vieja y nueva política
de paz. Nuestro enviado a Washington entrevista al presidente del Comité de los
Comisionados de los Indios:
… Nada hay peor que personificar una
política o unas ideas generales en un sujeto, en quien se pretende que encarnen
todos los males. El señor Welsh es, en mi opinión, uno más entre los congresistas
y otros hombres públicos de Washington que no están de acuerdo en absoluto con
la política de paz con los indios, auspiciada en principio por el Presidente
Grant: Gentes que no creen en la redención de los indios por la religión ni la
agricultura; personas que rechazan que los indios sean los dueños de cualquier
tierra donde haya riquezas mineras, o pueda pasar un ferrocarril; individuos
que opinan que un millón de dólares para compensar y ayudar a los sioux no
puede ser sino una cantidad hinchada, para llenar los bolsillos del Comisionado
General Parker; congresistas que vetaron la decisión presidencial de emplear a
militares en excedencia o expectativa de destino para poner orden y honradez en
los destinos de agentes, antes asignados a los amigos y financiadores de las campañas electorales de ciertos representantes y
senadores; americanos que consideran buena la 14ª Enmienda de la Constitución,
que concede la nacionalidad por nacimiento a los que ven la luz en los Estados
Unidos…, salvo a los indios; gentes sensatas y perspicaces lectores de la
Biblia, que consideran que los misioneros y los maestros cristianos están de
más en las reservas indias, porque a los pieles rojas no hay quien los
convierta ni, tal vez, los redima… Yo, en general, no opino lo mismo; tal vez
porque conozco bien parte del problema indio y no tengo intereses en las
tierras de las tribus. Pero respeto a quienes piensen diferente y entiendan
que, cuando el Presidente intenta hacer futuro y justicia con los indios, es
porque los aprecia más que a los blancos ya que, como es bien sabido, o se está
con unos, o con otros… Está claro que Mister Welsh es uno de ellos, pero no el
único. Quizá deba ponerse en su debe la inquina y la falacia con que llevó su
acusación contra Ely Parker, pero de la corrupción, el desgobierno y, tal vez,
el genocidio del asunto indio, de eso, no tiene más que una -digamos-
millonésima parte de culpa. De todos modos, nadie podrá dudar que es el hombre
de la vieja política en estos momentos y, como tal, he
buscado entrevistarle, accediendo él a mi petición, aún poniéndole de
manifiesto, de entrada, la radical diferencia entre sus puntos de vista y los
míos.
… El señor Welsh me indica que no es en
absoluto un ignorante en la vida real de los indios pues, no solo ha adquirido
una considerable experiencia en los dos años que lleva presidiendo el comité de
expertos asesores en estos temas, sino que además ha rendido visita a diversas
reservas, últimamente a las de los sioux en Montana. Por eso opina con
convicción que el problema indio no puede resolverse mediante grandes reservas
tribales y cuantiosas recetas presupuestarias para que puedan comer, sino
animándolos de todas las formas posibles a que trabajen la tierra y tengan
parcelas y casas familiares, siendo independientes de su tribu y de sus jefes
de guerra. Las leyes de los Estados Unidos han de ir penetrando en su vida,
empezando por las del Derecho Criminal -comunes a todos los hombres de
conciencia- y los militares deben controlar las reservas, hasta que estén en
condiciones de abrirlas a todo el mundo y dotarse de autoridades elegidas al
modo de los blancos. En resumen -opina el señor Welsh-, la nación
norteamericana no puede permanecer eternamente dividida por razas y formas de
vida. El territorio de los Estados Unidos debe ser uno y abierto a todos. De la
misma forma que la Guerra Civil ha roto para siempre con la idea de división
por razas, la política india debe encaminarse a que los indios adquieran
plenitud de derechos y deberes. Y, para lograrlo, agencias indias, reservas y
suministros gratuitos deben desaparecer a la mayor brevedad. ¿Quiere
eso decir que los indios han de convertirse “a la mayor brevedad” en ciudadanos
americanos y sus propiedades ser tan intangibles como las de los blancos?, le pregunto, y Mister Welsh me responde: Nunca antes de que
trabajen para vivir, cumplan nuestras leyes y las reservas sean reducidas y
parceladas en sus justos términos. Derechos y deberes han de ir unidos, me responde…
Al saber que sus declaraciones van a ser
publicadas en un diario de Texas, Mister Welsh envía por mi conducto un saludo
a los tejanos y quiere asegurarles que nuestro Estado pronto se verá
definitivamente a salvo de las incursiones violentas que, so pretexto de cazar,
han venido realizando bandas de pieles rojas asesinos y saqueadores. ¿Se prevé
algún levantamiento de los indios comanches?, pregunto ante sus
alarmantes palabras. Para ese detalle concreto -contesta-, tendrá que ponerse en relación con el
Departamento de Guerra. De la contestación, colijo que sus
anteriores palabras carecen, afortunadamente, de fundamento…
El citado artículo, Vieja y nueva política de paz, trajo algunos problemas a
Nathanson con los entonces propietarios del Express. Se ve que
muchos de sus lectores estaban más con los puntos de vista de William Welsh que
con los del reportero. Este lo recoge así en sus Memorias:
La mayoría de los tejanos,
fervientemente demócratas y poco amigos de los indios no estaban por digerir
unas ideas que congeniaban con el republicano Grant y con un cierto respeto por
la autonomía y las formas de vida tradicionales de los indios. Muchos -según
creo- se dirigieron al periódico de forma airada y menudearon las bajas de
suscriptores. Cuando regresé a San Antonio, el consejo de redacción me sugirió
suavizar los términos de mi apoyo a la política indígena de Grant. Acepté
expresamente la sugerencia, sin reserva ninguna, dado que yo podía ser un duro
crítico de quienes hacían negocio a costa de la pobreza de los indios, pero no
comulgaba con quienes creían posible y beneficioso que estos continuaran
viviendo como antes de que los blancos iniciaran su carrera
hacia el Oeste. De todos modos, aquellos fueron unos
años difíciles para quienes trabajábamos en el Express, dados los frecuentes cambios de propiedad y, por tanto, de línea de
pensamiento. La verdad es que no sabíamos bien a qué atenernos.
***
El cuestionado artículo tuvo una
repercusión inesperada en los ambientes más dispares. Ely Parker envió a
Nathanson una amable nota, mezcla de adhesión y gratitud. El jefe Diez Osos -a quien ignoro quién se lo tradujo- se llevó una
gran alegría, como más tarde sabría el periodista, por boca de Tosahwi -Cuchillo Blanco-, al
reencontrarse en Fort Sill. Pero lo más llamativo fue su conocimiento por el
propio Presidente de los Estados Unidos, de lo que nos deja constancia el
último reportaje que Nathanson envió al Express desde
Washington, que fue publicado el 4 de junio de 1872, con los honores de primera
plana y un titular a toda página: Declaraciones de Grant a nuestro
reportero. El Presidente lee asiduamente nuestro periódico. En él,
se decía:
Me disgustaba partir de Washington sin
recoger unas palabras del Presidente Grant para nuestros lectores. Tuve la
ocasión de conseguirlo en la fiesta de despedida que ofreció a los jefes indios
en los jardines de la Casa Blanca, a la que -dicho sea de paso- apenas
acudieron periodistas, pese a haber sido invitados. Yo, naturalmente, asistí en
representación de este diario, siendo acogido por el Señor Grant con gran
cordialidad, como periodista del gran Estado de Texas -dijo-, cuyo diario “San Antonio Express” había mostrado
tanto interés y sensibilidad por el problema indio, como para enviar a un
redactor desde tanta distancia. El Presidente dijo haber leído con
atención y beneplácito mi crónica, publicada el pasado día 20 en este
periódico, si bien quería puntualizar que estaba lejos de haber abandonado su
política de paz hacia los indios, aunque hubiera sufrido la dolorosa pérdida de
la dimisión del señor Parker. Me recordó sus principales líneas de pensamiento,
expresadas ya con claridad en su discurso inaugural de hace más de tres años,
basadas en su amplia experiencia y contactos con los indios, tanto durante la
guerra mejicana[81], como en nuestra Guerra Civil, en la que -recordó- parte de los
efectivos y del esfuerzo bélico de ambos bandos se encaminaron a combatir a los
indios que, aprovechándose de la contienda, trataron de lograr ventajas. Dicho
discurso acogió la afirmación de que los indios, como ocupantes
originales de la tierra, no podían ser vistos como gentes
extrañas y rechazables en la vida americana, sino como hombres cuyo destino
final sería el de integrarse en los Estados Unidos en calidad de ciudadanos de
pleno derecho. Me atreví a preguntarle directamente:
-
Señor Presidente, ¿para cuando la nacionalidad para
los indios?
-
(M.P.)[82] Para
cuando estén en condiciones de vivir en plena autonomía y libertad. Ni antes,
ni más tarde. Yo calculo que, en una o dos generaciones, podrá haberse logrado
la integración.
-
Un proceso erizado de dificultades. ¿Cómo piensa el
Señor Presidente que podrían superarse?
-
(M.P.) Para mí, hay dos claves. La primera es la de
ajustar el sistema de ayudas y agencias, de forma que nuestro esfuerzo
presupuestario llegue a todos los indios, según sus necesidades, no al bolsillo
de políticos y secuaces sin escrúpulos. La segunda -tarea para muchas
administraciones sucesivas- será la de hacer de cada indio adulto un hombre
libre, con su propia familia, sus tierras y sus ganados. La tribu no puede
absorber su personalidad, del mismo modo que el estado, el condado o la ciudad
no impiden al ciudadano blanco o negro llevar su propia vida y gobernar su
patrimonio.
-
¿Y las reservas? ¿Cuál cree usted que ha de ser su
futuro?
-
(M.P.) Yo entreveo el porvenir de ellas en tres
fases. En la primera -en la que estamos-, han de ser el reducto de los indios,
que no deben salir de ellas sin autorización y motivo, pero que tampoco deben
ser molestados o privados de parte de ellas por los blancos. En un segundo
momento, la mayor parte del territorio de la reserva deberá ser parcelado y asignado
a las familias indias, respetando el adecuado terreno comunal. Finalmente,
cuando el indio sea ciudadano americano de pleno derecho, podrá circular
libremente por toda la nación y vivir y trabajar donde mejor le parezca.
-
Así pues, Señor Presidente, perdone que insista:
Nada de salir las tribus de las reservas, por ahora…
-
(M.P.) En efecto.
-
¿Ni siquiera para cazar? Los comanches, por
ejemplo, se quejan de que no hay un número suficiente de búfalos en sus
actuales reservas.
-
(M.P.) Señor Nathanson, la caza debe ser una
actividad secundaria o residual, a reemplazar por la ganadería. De otro modo,
los indios no se integrarán en la forma de vida de nuestra nación, sino que
andarán errantes y no respetarán las tierras ni los ganados de los blancos.
-
De todos modos, señor, parece que los búfalos están
llamados a desaparecer…
-
(M.P.) Le seré franco: Eso puede ser una pérdida
lamentable para los amantes de la naturaleza -entre los que me cuento-, pero
podría resultar una bendición para el objetivo que nos hemos propuesto. Los
indios no pueden ser nómadas vagando por territorios inmensos, sino gentes
sedentarias que tengan trabajo y alimento, como quien dice, a la puerta de su
casa.
-
Siendo así, creo que sus palabras han de
tranquilizar a las gentes de mi Estado, en especial a quienes están criando
cada vez más ganado en las praderas, propias o de uso común.
-
(M.P.) Por supuesto. Mis enemigos políticos han
llegado a afirmar que soy más amigo de los indios que de mis compatriotas. Por
supuesto, es una completa falsedad. La justicia y la caridad que los indios
merecen no son incompatibles con el sentido común y, si preciso fuere, con la
severidad. Creo haberlo demostrado a lo largo de toda mi vida y, en particular,
en mi política de este mandato; una política, señor Nathanson, que no estoy de
acuerdo con usted en que yo la haya cambiado o llevado al fracaso. Solo la he
armonizado con la lógica del proceso y con las crecientes necesidades de
nuestro gran País.
Hasta aquí el resumen de mi entrevista con
el Señor Presidente. Espero que a los lectores les resulte tan clarificadora de
su postura como a mí.
4.
Matanzas y milagros
Cuando David Nathanson regresó a Texas, su
esposa le dio la noticia de que Vincent, su hermano mayor mutilado, había
fallecido por una caída de caballo. Se lo había comunicado su padre, Gary, por
carta, en la que también le requería para que, de una vez por todas, regresara
al rancho El Esplendor, a fin de hacerse cargo de la
hacienda, pues él ya estaba achacoso y no había otra alternativa, salvo la de
vender la propiedad, no sabía en qué condiciones. Aunque su dedicación múltiple
como dentista, practicante de la cirugía y periodista no le permitiera vivir
holgadamente, David estaba tentado de rechazar la petición y afincarse
definitivamente en San Antonio, aprovechando entre tanto para acabar la carrera
de medicina, pero su mujer se le echó encima, por
ocurrírsele despreciar una buena posición de ranchero, haciendo peligrar el
futuro de sus dos hijas. Nathanson reflexionó y -como era habitual en él- optó
por una rendición con condiciones. El 8 de octubre de 1872, finalmente, remitió
a su padre la contestación de la suya de cuatro meses antes. Tras lamentar la
muerte de Vincent y los alifafes paternos,
escribía:
… No creo encontrarme por ahora en
condiciones de estar al frente de una explotación grande,
como lo es El Esplendor, ni creo te agradase
pasar de gobernarlo todo a dejarlo en mis manos. Por tanto, me tendrás que dar
algún tiempo para convertirme en el señor de la hacienda[83]. Solo así aceptaré el trabajo que me encargas pues, de otra manera,
arruinaría en un par de años la obra de tres generaciones…
… Una cosa más. En bien de la posición de
mi esposa, Mildred, y de mi tranquilidad, deseo que, antes de trasladarnos
nosotros ahí, nos dejes resuelto el tema de la presencia de la viuda de
Vincent. Por graves motivos, que prefiero guardar en la conciencia, no quiero
vivir en la misma casa que ella. Por tanto, dejo en tus manos el compensarla
económicamente de una manera generosa, bien mediante una cantidad global, bien
en forma de renta anual vitalicia.
… Como aquí tenemos que levantar la casa y
dejar ultimados mis compromisos con el periódico y mis clientes, supongo que no
nos mudaremos a San Marcos hasta la próxima primavera, evitando así los rigores
invernales, mucho más severos en el campo…
En efecto, Nathanson se despidió del Express, aunque sus editores dejaron abierta la puerta a
que siguiese colaborando desde San Marcos, de la forma que tuviera por
conveniente. Su último reportaje desde Washington y, en especial, la entrevista
al Presidente Grant, lo habían convertido en una celebridad regional y el
periódico deseaba aprovechar el tirón para incrementar el número de
suscriptores hasta el millar, lo que no era fácil en una ciudad que, aunque
pujante, apenas llegaba a los quince mil habitantes. La oportunidad de seguir
ejerciendo de reportero, que ni pintiparada, le vino de la mano de Lum Slaughter, a quien, al hacerle llegar el informe completo sobre la
conferencia india de Washington, le había hecho saber que abandonaba el
periodismo para seguir, muy modestamente, la misma ocupación que aquel gran
ganadero. La misiva de Lum llegó por
Navidades y, entre otras cosas, decía:
… Si no fuera porque, por
fin, vas a dedicarte a la misma profesión que yo, siguiendo la estirpe de los
Figueroa, te diría que lamento tu abandono del Express. Tus artículos sobre el tema indio y, en particular, el informe que
acabas de enviarme, son excelentes y, sobre todo, muy objetivos. El hecho de
que yo sea un ranchero no me impide respetar los derechos de los pieles rojas
amigos, ni lamentar los destrozos que individuos sin escrúpulos -muchos de
ellos, de fuera del Estado- están cometiendo contra las riquezas naturales de
Texas. En cualquier caso, no solo me niego a aceptar tu oferta de devolución de
dos mil dólares, de los que te entregué como anticipo de tu trabajo, sino que
quedo a tu disposición para ayudarte y asesorarte en los temas ganaderos pues,
aunque sé que tu padre -al que conozco superficialmente- es un veterano
ranchero, no creo esté al tanto de los últimos avances en la introducción de
ganado extensivo de mucho rendimiento, que sin duda será el sucesor del búfalo
en los fértiles pastos de tus tierras y de las mías…
… A propósito del daño de ciertos
desaprensivos foráneos, he de decirte que los rancheros del norte de Texas
estamos muy preocupados por el exterminio de los rebaños de búfalos y la tala
de algunos de los mejores bosques de esta tierra, sin otro objeto que una
pingüe ganancia a corto plazo, por el curtido y venta de las pieles, en un
caso, y para acopiar combustible -leña-, en el otro. Como de esto último es el
Ejército el mayor culpable y beneficiario, decidimos unos cuantos de nosotros
formar una comisión e ir a visitar al general Sheridan, para pedirle que las
tropas intervinieran con firmeza, a fin de evitar la caza masiva de búfalos
para solo aprovechar las pieles, así como que procurara impedir que los
cazadores de Kansas invadan las reservas indias y se instalen en Texas para
esquilmar las riquezas de nuestro campo. Y no sé si sabrás que no es solo
preocupación por nuestra tierra, sino que cada vez corren más insistentes
rumores de guerra, pues los indios kiowas y comanches no se conforman -como es
lógico- con que se burlen los tratados con ellos y les priven de los animales
que son la base de su vida. Pues bien, el Pequeño Phil[84] nos despachó con cajas destempladas, considerando que nada había mejor
para nosotros que la extinción de los búfalos, toda vez que así los indios no
podrían cazar y tendrían que agachar las orejas y volver a las reservas a comer
lo que, demasiado generosamente, les ofrece el Tío Sam[85]. No hace falta decirte que salimos muy enfadados de la entrevista que,
entre otras cosas, parece despreciar las desgracias que pueden caer sobre Texas
si, como parece, se produce una sublevación general de los indios, desesperados
con su situación actual.
… He tenido una idea, que
mis colegas comparten, y que podría ser tu gran despedida del periodismo,
además de un importante servicio a la causa tejana: Tan es así, que contamos
con el apoyo del Gobernador del Estado[86]. Además de entrar por la puerta grande en el negocio del ganado, te
supondría otros cinco mil dólares en dietas y premio por tu trabajo… No voy a
decirte cómo has de hacerlo, pero sí que tendrás que ser cauto con lo que
publiques en el Express y que tus informes habrán de ser de
primera mano, gracias a tu conocimiento del idioma comanche y de algunos de sus
jefes más destacados…
… Anímate a aceptar y ponte en seguida
manos a la obra. El tiempo es crucial para prevenirnos y evitar en lo posible
desgracias personales…
***
El nombre de Lum Slaughter
hizo milagros para que el padre de David aceptase de buen grado la demora de su
hijo en incorporarse a la hacienda. También, para que el Express patrocinara una serie de crónicas que nuestro conocido reportero, David Nathanson, enviará desde el
Territorio Indio y el Panhandle[87], tratado de aclarar la confusa y amenazadora situación que se vive en
aquellos territorios. En cambio, Mildred echó amargamente en cara a
su marido que volviese a dejarla sola con las niñas, pues no quería ni oír
hablar de marchar con ellas a El Esplendor, si no
era en compañía de David. En fin, los cinco mil dólares de los rancheros del
norte paliaron el enfado conyugal y el reportero Nathanson pudo salir a finales
de enero de 1873, camino de la reserva india[88], en
una época de tiempo tempestuoso y frío, pero muy apta para encontrar aún a los
indios cobijados en las zonas que les estaban reservadas. El viaje le llevó
casi dos semanas, alcanzando Fort Sill el 10 de febrero.
Respetuoso siempre con la autoridad, la
primera persona a la que se presentó en el fuerte fue a su comandante, el
teniente coronel John W. Davidson[89], que
también estaba al mando del famoso 10º Regimiento de Caballería, formado por
soldados y clases de raza negra[90]. El
teniente coronel no debió de ser muy explícito con Nathanson, aunque sí le
facilitó cuantos contactos le solicitó con indios y blancos. Veamos parte de la
primera crónica publicada en el Express del 20 de
febrero de 1873, con el título de Una situación complicada. Nathanson
nos escribe desde Fort Sill:
… No se imaginen ustedes un pequeño
espacio, rodeado de una empalizada. Fort Sill[91] es una extensa llanura de casi cincuenta mil acres, con amplias naves de
acuartelamiento para la tropa y unas veinte deliciosas casitas campestres para
los oficiales, además de las instalaciones dedicadas a armero, polvorín,
calabozos, almacenes de víveres, cantina, salón de baile y otras. Un gran patio
central sirve a las concentraciones y desfiles, presidido por la bandera de las
barras y estrellas en un altísimo mástil. Su guarnición tiene como núcleo
principal el famoso 10º Regimiento de Caballería, formado íntegramente por
sargentos, cabos y soldados negros, mandados por oficiales blancos. A la
cabeza, el teniente coronel John W. Davidson, veterano de las campañas de
Méjico y de la Guerra Civil, en la que alcanzó el rango de General de Brigada.
Es un hombre todavía joven, pese a los casi treinta años que lleva de servicio,
el cual me recibe amablemente y ofrece toda clase de facilidades para que pueda
desempeñar las funciones de información, que para con los lectores del Express y los ganaderos y campesinos de Texas tengo confiadas… Por el momento
-me dice-, los indios están tranquilos y prácticamente todos dentro de la
reserva, pero es posible que, llegada la primavera, la situación pueda
complicarse. Por supuesto, la disciplina y espíritu del Regimiento son
excelentes y están preparados para cualquier eventualidad violenta, en
cooperación con el resto de las guarniciones de la frontera.
Aunque Davidson no se hubiese mostrado muy
locuaz, Nathanson obtuvo algunas precisiones adicionales, que recogió solo en
sus Memorias, no queriendo crear en sus lectores una
preocupación innecesaria:
Existe un núcleo irreductible de
comanches que, hasta ahora, se han mantenido alejados, tanto de la reserva,
como del contacto frecuente con los blancos. Pertenecen en su mayoría a la
tribu o banda comanche de los qwahadi o comedores
de antílopes, a los que gobierna el jefe Parra-ocoom o Bull Bear, y constituyen un núcleo
irreductible al que se unen ocasionalmente los kiowas más intolerantes,
actualmente comandados por el jefe Lobo Solitario, y algunos cheyenes y arapahos de reservas próximas[92]. En los dos últimos años, diversas unidades al mando del coronel
McKenzie han tratado de encontrarlos y forzarlos a entrar en
las reservas, pero ha sido en vano. Llegada la próxima primavera, no será de
extrañar que muchos de los indios ahora amigos se unan a los de fuera, para
cazar, rapiñar y combatir. Hay una cosa que me preocupa: las ancestrales
enemistades entre tribus están siendo sustituidas por una cierta hermandad, conforme
a la cual -me dicen- los pieles rojas de esta zona podrían poner en pie de
guerra a más de quinientos bravos.
El siguiente paso que dio Nathanson fue el
de informarse de la situación con algunos de los más conspicuos blancos que
trabajaban con los comanches y kiowas, en calidad de agentes, maestros o
misioneros. Alguno de ellos ya había abandonado su trabajo en la reserva, pero
tuvo la amabilidad de atender a Nathanson en otros lugares próximos, o por
carta. El reportero obtuvo una impresión bastante negativa de la eficacia de la
labor de sus interlocutores, que habían sido una clave en la inicial política
de pacificación del Presidente Grant[93].
Veamos resumidamente tal impresión, según se deduce de las crónicas de 26 de
febrero y 4 de marzo de 1874, publicadas en el San Antonio Express, con los
titulares de La decepción de algunos agentes
indios y de Los comanches van a la escuela. En el
primero de ellos podía leerse:
… Pocas personas hay más respetadas
entre los kiowas y comanches de las reservas que el señor Lawrie Tatum[94], uno de los primeros agentes indios designados por su respetabilidad
moral para reemplazar a individuos más venales. Como él mismo dice, ha hecho de
todo en la reserva: gobernador, parlamento, juez, sheriff y contable, y ha sido
notable por su justa firmeza en el trato de las tribus. Ha alcanzado notoriedad
por su liberación de los numerosos individuos blancos -principalmente
mejicanos-, que los kiowas, bajo el jefe Caballo Blanco, habían secuestrado
cuando niños y pasaban por ser guerreros pieles rojas. Me confiesa su
desilusión con la política errática del Gobierno en relación con los indios,
evidenciada en el caso del jefe Satanta[95], que los lectores recordarán fue juzgado por jurado en 1871, en la
localidad norteña de Jacksboro y condenado a ser ahorcado por asesinato. Pues
bien, por razones de humanidad, el Gobernador Davis le conmutó la pena de
muerte por la de cadena perpetua, a cumplir en la penitenciaría de Huntsville.
Sin embargo, el pasado año, por presiones de otros jefes kiowas, que lo ponían
como condición para conferenciar, nuestro Gobernador hubo de concederle la
libertad bajo palabra, pasando a estar bajo la vigilancia del Ejército en Fort
Sill. Comprenderá usted -me dice- que así
no se puede tratar a los indios más violentos y recalcitrantes. De hecho,
presenté mi dimisión y no creo que vuelva a participar en labores análogas
nunca más. Prometo a mis lectores intentar entrevistarme con el
jefe Satanta y comprobar hasta qué punto se está
haciendo merecedor de la confianza que provisionalmente le concedió el
Gobernador Davis[96].
Por una vez, he de significar que
Nathanson no decía toda la verdad: Las manifestaciones de Tatum no le fueron
tomadas personalmente, sino por carta, ya que el dimisionario agente indio ya
no se encontraba en Fort Sill cuando allí llegó nuestro reportero. Bien es
verdad que así lo reconoció este en sus Memorias,
considerándolo una licencia de periodista, sin mayor importancia.
Y, en el artículo Los comanches van a la escuela, Nathanson se extendía acerca de
esta longeva institución[97] y
algunos de sus maestros, a los que incluyó en su reportaje:
… La escuela, erigida junto al Fuerte bajo los auspicios y la
financiación de los cuáqueros, es un modesto, pero digno, edificio en el que,
en régimen de internado, reciben educación los pequeños comanches y kiowas, en
número de unos treinta y cinco, asistidos por un maestro y otros dos empleados,
así mismo pagados por dicha congregación. Está abierta a los niños y
adolescentes de ambos sexos, aunque con el plan de estudios diferenciado. En
efecto, todos reciben enseñanza de religión, lectura y escritura inglesas y los
rudimentos del cálculo, pero los niños aprenden los principios teóricos y
prácticos de la agricultura, en tanto las féminas son instruidas en las
cualidades y tareas de las amas de casa. Me acompaña en la visita el señor
Thomas C. Battey[98], que ha ejercido labores docentes con los indios caddo y con los kiowas, siendo actualmente agente del Gobierno ante esta tribu.
Me dice que ha hecho una buena amistad con uno de los jefes kiowas más importantes
y pacíficos, Kicking Bird[99], pero que nada de eso está sirviendo para que los padres indios manden a
sus hijos a la escuela, ni para que les inculquen hábitos de disciplina y
respeto, lo que obliga a mantener un rigor cuartelero y a imponer severos castigos.
Le pregunto si no será demasiado contraste pasar de la vida al aire libre a la
de un internado, con asignaturas tan extrañas para ellos como el inglés y la
religión cristiana. Me responde: Mire, señor Nathanson, no hay más
salida para los indios que incorporarse, y cuanto antes, a nuestra
civilización; y quienes digan otra cosa, engañan a los indios o se engañan a sí
mismos…
… También me entrevisto
con el señor James Haworth[100], así mismo cuáquero, antiguo mayor en el Ejército y ahora maestro y agente
indio en Fort Sill. Coincide con la opinión de su colega Battey en lo relativo
a la instrucción de los niños indios, aunque aprecio en él mayores matices y
una superior comprensión del estado de la cuestión india. Como el teniente
coronel Davidson, señala que el cáncer de la cuestión india son los grupos y
bandas que, hasta ahora, se mantienen fuera de las reservas, cazando y robando,
de los que los peores son los comanches qwahadi. Tampoco le parecen de
fiar algunos kiowas de la reserva, que se han apartado de la obediencia de Satanta y de Kicking Bird, siguiendo las
consignas belicistas de Lobo Solitario. Me dice: Este año
será decisivo en las relaciones entre los indios y los blancos. Aunque sea
doloroso, casi es preferible que la situación estalle y pueda resolverse
definitivamente. Cuando todos los indios sean llevados definitivamente a las
reservas, será el momento de ayudarlos hasta el extremo indicado por el
Presidente Grant. Hasta entonces, estaremos alimentando, junto a mucha buena
gente, a bastantes serpientes[101].
***
Había llegado el momento más peliagudo del
reportaje: el contacto con los indios, sin descartar a los más proclives a la
guerra. La primavera se acercaba y tampoco era cosa de perder tiempo,
entrevistándose con un número excesivo de jefes. Nathanson optó por hacerlo con
dos de ellos, bien significados en sus respectivas tribus: Satanta, por los kiowas y su viejo amigo Tosahwi, por los comanches. Provisto de algunos regalos,
decidió comenzar por este segundo y luego, con su mediación, abordar a Oso
Blanco -traducción del kiowa Satanta o Sa-tain-te-, a quien aún no conocía. Veamos la transcripción
de su conversación con Tosahwi, según el
número del Express, correspondiente al 12 de marzo
de 1874, con el titular de Los comanches anhelan la paz, pero no
todos, ni a cualquier precio:
… El viejo jefe ha tenido
la gentileza de acercarse hasta Fort Sill, desde el valle de Eureka[102], donde habitualmente reside. Lo encuentro muy desmejorado desde nuestro
último encuentro en Washington, hace apenas dos años. Sonriente y flemático,
bajo su histórico sombrero de la estrella solitaria, me habla de los estragos
que, en su tribu y en él, hacen el whisky y la carne de cerdo, apergaminada y
terriblemente salada. Se le vela la voz al contarme la muerte de su amigo, el
jefe Diez Osos. Después del fracaso del viaje para ver al Gran
Padre Blanco -me cuenta-, todos le
dieron la espalda. Me han asegurado que solo acompañó su cuerpo para enterrarlo
uno de sus hijos. Es el sino de los comanches pacíficos: la desunión y la
desesperanza ante el porvenir. Me asegura que en la próxima
primavera puede haber tensiones y escapadas de las reservas, pero cree que no
será nada importante, dado que carecen de armamento y la disminución de los
rebaños de búfalos no les permitiría alimentarse durante una campaña guerrera.
En todo caso, sus penatekas se mantendrán al margen de cualquier
sublevación. Vamos aprendiendo a cultivar la tierra -agrega- y los agentes que nos envía el Gobierno son mejores
que los de antaño. Nos despedimos con tristeza pero,
antes, le pido que me allane el camino para llegar hasta los belicosos qwahadi. Promete que hará lo posible para darme satisfacción…
Satanta era bien
conocido entre los tejanos, a raíz de su juicio y condena a muerte, seguidos de
la conmutación por cadena perpetua y posterior libertad bajo palabra. Nathanson
no había cubierto su juicio, ni había intentado siquiera entrevistarlo en la
penitenciaría de Huntsville, pero conocía bien las peripecias legales de aquel
jefe Oso Blanco, que David admiraba -en las Memorias lo
reconoce abiertamente- por su valor y elocuencia. Nuestro reportero no conocía
el idioma kiowa pero, entre su parecido con el comanche y lo que de inglés
había aprendido Satanta en la
cárcel, no tuvieron ningún problema para entenderse. La charla tuvo su reflejo
periodístico en el Express del 15 de
marzo de 1874, con la rúbrica Satanta parece no haber aprendido del
todo la lección. El conocido jefe kiowa cumple hasta ahora en Fort Sill con lo
prometido para ser liberado:
… El jefe de
guerra de los kiowas se muestra complacido por concitar el interés de un diario
de San Antonio y por poder hablar en su lengua con un reportero que lo
entiende. Me dice: Cumplo escrupulosamente con mi compromiso de no salir de
la reserva y, en lo posible, llevar a los bravos por la senda de la paz, pero
no es fácil. Pasamos hambre. Los blancos están acabando con los búfalos y hay
rumores de que nuestro territorio va a ser recortado próximamente. Me
asegura que muchos en su tribu están preparándose para salir a cazar fuera de
las reservas, tan pronto llegue la luna de los brotes verdes. No se trata
de hacer la guerra a nadie, sino de vivir y comer como siempre lo hicimos. También
hay muchos comanches que piensan hacer lo propio. Entre una tribu y otra ya no
hay rivalidad ni se marcan territorios: Nos han privado de nuestras mejores
tierras; ya no hay nada que disputarse. ¿Y tú, qué harás, cuando llegue
el momento?, le pregunto. Se encoge de hombros y aventura: Supongo que
también yo acabaré por montar en mi mustang y salir a cazar. Le
replico: ¿No temes que vuelvan a detenerte y a llevarte a la prisión de
Huntsville? No haré mal a nadie: solo respirar el aire de la libertad -me
contesta-. Si ni eso voy a poder hacer en la reserva, lo mismo me da que me
devuelvan allí… Esta es todavía la manera de pensar de los indios. A muy
pocos se les ocurre que pueda haber otra forma digna de vivir, distinta de la
que hasta ahora han conocido…
Gracias a los
buenos oficios de Tosahwi, nada más comenzar la primavera, Nathanson tuvo la
oportunidad de incorporarse a un grupo de comanches de la reserva de Fort Sill
que, con el beneplácito del agente Haworth, tratarían de encontrar a sus hermanos
qwahadis, quienes han pasado el invierno en un campamento a orillas del
río North Canadian, en el territorio de Nuevo Méjico. Aunque el objetivo
aparente de la expedición era el de intercambiar tasajo y pieles de búfalo por
herramientas y mantas de lana, llevaban también la intención de disuadir a los
levantiscos guerreros de Caballo Salvaje[103].
Por su parte, nuestro reportero también llevaba un objetivo particular, como
sinceramente recoge en sus Memorias:
… Antes de partir,
el teniente coronel Davidson me llamó a su oficina y me rogó que, a mi vuelta,
le informase concienzudamente del número y actitud de los comanches
levantiscos, así como de su actual paradero. Así se lo prometí, aunque en el
convencimiento de que de poco le iba a servir, habida cuenta de la rapidez con
que los comanches se desplazan en la buena estación y de la seguridad en que
habrían de unirse a los de otras bandas o tribus, tan pronto surgiese algún
motivo de exasperación.
Al cabo de unos diez días de camino,
en las proximidades del Terra Blanca Creek, los viajeros se toparon con
una amplia partida de qwahadi que, tal vez, hubiesen salido a su
encuentro. La sorpresa que se llevaron los guerreros, al constatar que en la
expedición iba un blanco que hablaba comanche con notable fluidez, corrió
pareja con la que sufrió Nathanson cuando observó que el jefe de la partida era
un mestizo, llamado Quanah, para él desconocido, pero no así su
parentela blanca. Veamos como lo explicó en su reportaje Nuestro enviado
descubre a un hijo de Cynthia Parker. El mestizo desconocía el fallecimiento de
su madre -a falta de telégrafo y de correo en el lugar, el reportaje no se
publicó hasta dos meses después, el 25 de mayo de 1874-:
Quanah Parker
El jefe de la
banda, joven, alto, fuerte y bien parecido, resultó ser un mestizo, cosa que,
de no asegurármela los comanches de Fort Sill, jamás habría descubierto. Presa
de la curiosidad, me dirigí a él como si hubiese oído de sus virtudes
guerreras, cosa que es muy apreciada por los indios. Por ese u otro motivo, es
el hecho que congeniamos y, mientras su grupo nos encaminaba a su campamento,
puse mi montura a la altura de la suya y conversamos con afabilidad. Dando por
sentado que era un mestizo, le pregunté por su madre, de quien me dijo que se
llamaba Narua, la cual había sido adoptada por los comanches nokoni cuando
era una niña. Luego le había tenido a él y a otros dos hermanos, niño y niña,
del jefe Peta Nokona, que la había tomado por esposa. Años después, los rangers
de Texas habían matado a su padre y raptado a su madre y hermana,
cuando él era todavía un chiquillo. Tiempo después, supo que su madre intentó
escapar de los blancos y volver con los suyos, pero fracasó en el
intento, porque la volvieron a retener. Ahora, recogido por los qwahadi
y adoptado por ellos, Quanah se había convertido en jefe de guerra de la
tribu y estaba dispuesto a combatir a todos los blancos que masacraran a los
búfalos o pretendieran reducirlos a la vida miserable y sin libertad de las
reservas.
Mientras me
hablaba, yo iba recordando las muchas noticias periodísticas que se habían
publicado en Texas a propósito del caso de la niña Cynthia Parker; de su rapto
por los comanches; de su rescate muchos años después, junto a su pequeña
hijita; de su insistencia en volver con los comanches y sus hijos varones;
finalmente, de la muerte por enfermedad de su hija y de la de la propia
Cynthia, dejándose prácticamente morir por no probar bocado. Esto último, como
ustedes saben, se había producido en el condado de Anderson, en marzo de 1871[104].
… Le pregunté si
el apellido de su madre era Parker, lo que Quanah, sorprendido, afirmó.
Entonces le dije que conocía el triste destino que había correspondido a su
hermana, Topusana,
fallecida, aún niña, de gripe, así como a su madre quien, pese al cariño y los
cuidados de su hermano y otros familiares, había muerto tres años antes.
Naturalmente, omití detalles negativos, que habrían podido irritarlo contra los
blancos, y le di mi sincero pésame. Como todos los indios hacen, no mostró exteriormente
muestra ninguna de dolor, aunque lógicamente lo experimentara en lo profundo.
Tampoco me mostró aprecio o gratitud por haberle sacado de su ignorancia,
aunque fuese con tan malas noticias. No obstante, a partir de entonces, ha
tenido atenciones y dedicación hacia mí, que me inducen a creer que me guarde
cierta gratitud…
La mayor de las sorpresas esperaba a
Nathanson cuando llegaron por fin al campamento comanche. Allí pudo trabar
contacto con el jefe Caballo Salvaje, al que
poco antes aludí, y al jefe para la guerra[105], Bull Elk, que pronto cedería tal cometido a Quanah Parker. Pero el asombro llegó de la mano del hombre-medicina o brujo[106], Águila Blanca, que tan gran papel jugaría en el ulterior
desencadenamiento de la guerra[107].
Veamos cómo narró el encuentro en el Express el
reportero Nathanson, en su crónica publicada el 28 de mayo de 1874, con el
titular El hombre-medicina de los Comanches predica la guerra.
Les promete, gracias a su magia, la invulnerabilidad y la victoria:
… El brujo es, desde luego, un hombre
todavía joven pero muy inteligente y perceptivo. El pasado año predijo con toda
exactitud un verano de grandes sequías y -lo que aún admiró más, y hasta a mí
me asombra- el paso de una llama celeste que, durante cinco días, brilló
intensa en el cielo. Por las referencias que me dan, se trataba de un cometa y
todos sabemos que su aparición y ocaso en el firmamento solo puede ser predicha
por los astrónomos más estudiosos. Águila Blanca ha podido convencer a su tribu
de que fue elevado más allá de las nubes por el Gran Espíritu, para ilustrarle
acerca de su voluntad y entregarle los mayores poderes para la guerra. Según
él, será capaz de parar las balas de los blancos, gracias a una especial
pintura de guerra, y de vomitar de su estómago las municiones que sus hermanos
rojos precisen. Con la debida prudencia, pregunto a Quanah y al propio Caballo Salvaje cómo pueden creer en semejantes
milagros, nunca antes producidos, pero ellos aseguran aceptarlos como obra del
Gran Espíritu, que ha decidido ayudar a sus hijos en la gran guerra final…
El brujo Águila Blanca, luego Vagina de Coyote
… Como es natural, no me ha preocupado la
magia de ese charlatán, sino el efecto que está produciendo, no solo entre los
comanches, sino en los kiowas y los cheyenes del sur; pues ese individuo
predica una guerra contra los blancos sin distinción de tribus, ya que todos
los pieles rojas de las praderas están interesados en un mismo objetivo. Con
inteligencia y -¿por qué no reconocerlo?- con verdad, Águila Blanca les ha
fijado un fin primordial: acabar con los blancos que están exterminando los
búfalos, que son la principal fuente de alimento, vestido, calor y vivienda
para estos pueblos, primitivos y cazadores… Lo malo es que, una vez empezada la
guerra, esta no se va a limitar a los negociantes y cazadores que masacran los
bisontes, sino que se extenderá como un fuego incontenible por todo el norte de
nuestro Estado…
… A la desesperada, les sugiero a los
jefes comanches que lleven sus quejas al Comisionado indio, con la esperanza
que da -les aseguro, por propio conocimiento- el que también los tejanos estén
en contra de que se destruyan las riquezas vegetales y animales de su
territorio. Caballo Salvaje me respondió con una
frase que, pese a su severidad, me hizo sonreír: No iré a
negociar con los hombres blancos, como no sea que vengan a mi campamento
aclamándome ruidosamente[108]. Me temo, pues, que los comanches qwahadi estén a punto de prender una hoguera que se extienda a las reservas.
***
La insistencia de los indios hostiles en
acabar con la caza masiva de los búfalos llevó a Nathanson a tomar una
iniciativa impremeditada: desviarse del camino de vuelta a Fort Sill, para
charlar con aquellos cazadores y ver con sus propios ojos su lugar de
concentración, que ya se había hecho famoso diez años atrás, al darse en sus
inmediaciones una importante batalla[109]: Adobe Walls. Cuando llegó allí, concluía el mes de mayo y los
indios estaban ya en pie de guerra. Nathanson dejó constancia de su gestión,
tanto en el Express, como en
sus Memorias. En el primer caso, la crónica se
hizo esperar -debido a la falta de telégrafo-, publicándose el 21 de junio de
1874 -pocos días antes de la segunda batalla de Adobe Walls[110]-. Llevaba el titular de En la guarida de los cazadores de
búfalos. Estamos preparados para hacer frente a los indios, si nos atacan, y en ella
podía leerse lo siguiente:
… Adobe Walls, recientemente reconstruido a corta distancia del viejo poblado de la
batalla en 1864, es un conjunto de edificaciones cortadas por el mismo patrón:
edificios rectangulares de adobe, de paredes anchas como de dos pies, con
techumbre de vigas en madera, que evitan ser incendiadas desde fuera por la
abundante hierba y ramaje verde que las cierra. Una sola abertura amplia, la
puerta, y, si acaso, ventanas tipo tronera, debidamente enrejadas para evitar
el robo. Las edificaciones se disponen de forma irregular, aunque cierran
aproximadamente una gran explanada, a modo de Plaza
Mayor[111].
Casi todas las construcciones no son otra cosa que almacenes
de pertrechos y provisiones, encaminados a surtir a los cazadores de búfalos
contratados por las diversas compañías, sin necesidad -como hasta hace muy
poco- de tener que recorrer más de cien millas, para ir a aprovisionarse a Kansas.
Una herrería, una armería, establos y un saloon completan el conjunto, en el
que apenas hay lugar para alojamientos, a cuyo fin suelen emplearse las
carretas, que abundan en las inmediaciones, y que tanto sirven de improvisadas
viviendas, como para las prístinas finalidades de transporte. El agua está
asegurada por la proximidad de dos arroyos tributarios del río Canadian. Y todo
esto, en pleno territorio de Texas, en el centro-norte de nuestro Panhandle…
Me entrevisto con uno de los cazadores más
acreditados, según me informan y aconsejan. Se trata de un sujeto joven, alto,
fuerte, de espesos bigotes, llamado Bartholomew Masterson, aunque todos lo
llaman Bat[112].
Me dice que nació en el Canadá, hace veintiún años, pero que
su familia está actualmente avecindada en Wichita, Kansas. Ha venido hasta
Texas en busca de fortuna y a fe que parece estarla logrando, gracias a su
excelente puntería con el rifle de precisión a larga distancia, especial para
los búfalos. Aquí venimos contratados -me dice- por una de dos grandes empresas de Kansas, la Roth
& Wright o la Leonard & Myers, que nos pagan tres dólares por pellejo
completo, más 25 centavos por la lengua del búfalo, que es todo un manjar. Le pregunto cuántos búfalos pueden caer al cabo del día y, guiñándome el
ojo, me asegura que hasta doscientos cincuenta. Yo se lo pongo en duda, a
juzgar por la famosa competición que ganó hace años Buffalo
Bill[113], pero Masterson insiste en su cifra. También me asegura que estarán entre
dos mil y tres mil los cazadores: Multiplique y saque la
consecuencia, me sugiere, muy en sus puntos…
… Masterson también me confirma que el
objetivo actual de la caza del bisonte no es la provisión de carne, sino el
provecho de su piel. Desde que se descubrió, no hace mucho, un nuevo
método de curtido -me explica- apenas se
pudren las pieles, que tienen mucha demanda, sobre todo, para el calzado y las correas de las máquinas. ¡No sabe la de pedidos
que llegan de ejércitos extranjeros! -asegura-. Le interpelo:
¿Entonces, no los matan solo por perjudicar a los indios y abrir estas
tierras al ganado vacuno? Se echa a reír y, aunque me lo niega,
no deja de reconocer que algo de eso puede haber en la tolerancia de las
autoridades militares: Muerto el búfalo, se acabó el indio guerrero, sentencia lapidariamente…
… Le pregunto ciertos detalles sobre este emporio del búfalo en que parece estarse convirtiendo Adobe Walls. Parece
aburrirse de la conversación y me aconseja pasarle las preguntas al factótum del lugar: Precisamente anda por aquí el señor Myers. ¿Por qué
no habla con él? Preséntemelo -le ruego-. Mientras vamos de camino,
le digo: ¿Están ustedes preparados para un asalto de los indios? Se encoge de hombros y responde: Si vienen por aquí, los
recibiremos como se merecen…
En sus Memorias,
Nathanson completó lo escrito en el Express,
recogiendo su entrevista con el señor Myers[114],
que había sido pionero en la idea de establecer un puesto avanzado de
suministro e intercambio para el negocio del búfalo. Decía así:
… El señor Myers, de
Dodge City, me confirmó sustancialmente lo aportado por Masterson. Socio y
copropietario de Leonard & Myers, había concebido la gran idea
-negocialmente hablando- de evitar los penosos viajes entre Texas y Kansas, a
base de crear en Adobe Walls unos grandes almacenes de aprovisionamiento y
depósito. Era, con diferencia, la base mayor dedicada a ese
tipo de masacre y comercio. Por eso, no me extrañó nada que los comanches de
Quanah Parker la escogiesen, muy poco después, para dar un escarmiento a los
cazadores y destruir su reducto. El caso es que los cazadores hicieron fracasar
totalmente el intento, llegando a herir de cierto cuidado al propio Quanah. He
de decir, en honor de la verdad, que, de haber sabido dónde iban los indios a dar
su golpe, no creo que hubiese advertido de ello a aquellos bufaleros sin escrúpulos.
***
Desde Adobe Walls, temiendo
que el golpe bélico de los indios fuese inminente, David Nathanson se dirigió a
uña de caballo al puesto de telegrafía más próximo, anejo a un apeadero de
ferrocarril, y desde allí envió una escueta comunicación a Lum Slaughter, informándole de que nada había podido conseguir para parar
la masacre de los búfalos, consecuencia de la cual temía que habría de ser una
inmediata y general campaña bélica entre todos los indios de las llanuras del
sur y el Ejército. Una vez en lugar seguro, enviaré a
usted informe detallado, o se lo presentaré en mano, concluía
el telegrama. Enviado el mismo, Nathanson tomó el camino del sur, que
concluiría con su persona llegando a San Antonio, en el mes de agosto de 1874.
Para entonces, el norte de Texas ardía con la llamada Guerra del Red River[115],
que en unos meses pondría fin a toda resistencia india en la zona. Para ello,
los casacas azules tendrían que batallar duro y,
desde luego, sin haber sido avisados previamente por Nathanson de lo que se
preparaba. Como él llegó a escribir en sus Memorias, no me pareció justo que los indios, tan inferiores en los medios de lucha
y tan acogedores de mi persona, se vieran privados por mi causa de la más
mínima oportunidad de triunfo o de venganza. Que Dios me perdone si obré mal,
pero en aquel momento seguí la voz de mi conciencia.
5.
Quanah Parker, líder de
un pueblo
El rancho de Quanah Parker
Poco a poco, David Nathanson fue olvidando
su anterior animadversión hacia El Esplendor y a todo
lo que oliese a vaca. Dos cosas fueron decisivas para ello: el apoyo y
orientación que le brindó en gran ranchero Lum Slaughter
y el pronto fallecimiento de su padre, Gary, con quien nunca había congeniado y
que, una vez que David regresó para hacerse cargo de la hacienda, no dejaba de
meter baza constantemente, contra lo que a su hijo había prometido. Felizmente,
tanto su esposa Mildred, como sus hijas, todavía pequeñas, se adaptaron bien a
la grata naturaleza y a la menos agradable soledad de su propiedad, que pronto
experimentaría grandes cambios: En 1881 llegaba a San Marcos el ferrocarril de
la empresa International Great Northern Railroad, que alcanzaría,
sucesivamente, hasta Austin, San Antonio y Laredo. En 1902 iniciaba su andadura
el ferrocarril para mercancías Quanah, Acme & Pacific[116], que trajo gran prosperidad a la zona, al permitir la salida desde San
Marcos del ganado y los productos agrícolas -preponderantemente, algodón-,
hasta enlazar con las líneas San Luis-San Francisco y Atchison-Topeka-Santa Fe.
Bastante más tarde, cuando ya de nada servía para los estudios de las hijas de
David, se estableció en San Marcos el campus de la
Universidad de Texas State, que
acabó por dar al condado de Hays un cierto tono cosmopolita. ¡Quién lo habría
dicho unas décadas atrás!
Nathanson, entre tanto, había introducido
en sus tierras, siguiendo el consejo de Lum Slaughter,
una punta de ganado cruzado de las razas británicas Shorthorn y Hereford, con gran rendimiento para carne y un carácter
bastante pacífico. Con las 8.000 reses que llegó a criar hacia 1885, no era un
ganadero de alto nivel, pero sí tenía bastante para entretenerse -como decía en su español, cada día más olvidado- y
vivir holgadamente. Cuando se celebraba alguna convención de rancheros, acudía
puntualmente con su esposa e hijas, para compensarlas de su ración anual de
ropa pasada de moda y chicos de la vecindad, más o menos rústicos. Si la reunión
era en San Antonio, no faltaba nunca una visita al Express,
seguramente con más empaque que antaño, pero casi desconocido ya para él. El
viejo Mitch McDonnell era su único vínculo de unión con
aquellos tiempos de reportajes indios, que todos
parecían haber olvidado, aunque se empezaran a estudiar en ciertas academias y colleges, como modelo de periodismo comprometido y pionero.
Fue en Fort Worth, allá por 1885, cuando
lo abordó en una reunión de ganaderos el famoso Burk Burnett[117], a
fin de trasladarle los afectuosos saludos de un conocido suyo, ahora casi
vecino, llamado Quanah Parker. Nathanson
quedó boquiabierto y, más aún, cuando Burk le explicó
que el mestizo se había convertido en todo un
personaje en el Territorio Indio, no solo como jefe indiscutido de los
comanches, sino como un incipiente ganadero por cuenta propia, al que Burk estaba ilustrando en el negocio. Interesado por el
personaje y su evolución, David pidió a Burnett la dirección de Quanah para escribirle, aunque -como Burk le hizo notar- maldita la falta que hacían señas
para dar con tal destinatario en la reserva KCA[118]. Y, a partir de su regreso a El
Esplendor, Nathanson comenzó con Quanah una larga relación
epistolar, aunque no muy abundante en cartas. Tal correspondencia solo concluyó
con la muerte del mestizo, en 1911 -Nathanson fallecería cuatro años más
tarde-, momento en que David escribió un artículo necrológico de quien había
llegado a ser su amigo epistolar pues, por lo que sabemos, no volvieron a verse
personalmente desde el encuentro de 1874, al que aludí en el capítulo
precedente.
Desdichadamente,
no se conservan las cartas remitidas por Parker a Nathanson, como tampoco los
originales de las de este a aquel. No obstante, en el libro copiador de cartas
y telegramas, que se llevaba puntualmente en El Esplendor, figuran
copiadas literalmente todas las misivas de Nathanson a Parker, seguramente por
considerar el escribiente de la hacienda que tenían más carácter negocial que
privado. A fin de cuentas -pensaría- se trataba de un ranchero que escribía a
otro. Gracias a esa apreciación -sin duda, incorrecta-, se ha podido conservar
una correspondencia muy interesante, entre dos conocidos personajes de la
época, que revela reflexiones y sucesos que, de otro modo, carecerían de precisión
y de numerosos detalles. Por eso, en lo que sigue en este capítulo, haré una
selección de epístolas, por orden cronológico, entresacando los párrafos más
interesantes y, en su caso, introduciendo el texto con algunas apostillas históricas,
para una mejor comprensión.
***
La primera carta que selecciono está
fechada el 15 de febrero de 1886. Recojo lo que hace referencia a la
consideración casi oficial por el Gobierno de los Estados Unidos, de Quanah Parker como único e indiscutido jefe de los
comanches de la reserva. Parece ser que, en un principio, el personaje
titubeaba en asumir un rango que tribalmente no le correspondía. Nathanson -por
lo que se verá- le animó a hacerlo, desechando cualquier malestar:
… Como tuve ocasión de significar en
alguna ocasión al jefe Diez Osos, si algo pudo
perjudicar a los comanches en sus negociaciones con el Gobierno de Washington,
fue el no tener jefes generalmente reconocidos, más que a nivel de banda o
grupo tribal. No permita que siga sucediendo lo propio, en detrimento de su
nación frente a otras tribus de indios más unidas y consolidadas… Por otra
parte, la organización de los comanches no puede seguir siendo la misma en la
reserva, que la que era en la libertad y nomadismo de las praderas… Acepte,
pues, en interés de sus hermanos, la consideración que el Gobierno del País le
otorga, seguramente en atención a su personalidad y a la posibilidad de
entablar con usted conversaciones amistosas… En todo caso, hágase plenamente
digno del título de Jefe de los Comanches, sin dejar por ello de seguir la
acertada costumbre de su pueblo, de aconsejarse de los más expertos y
conocedores, a la hora de tomar las decisiones de interés general…
Como sabemos, Nathanson no era un neófito
en el tema de las escuelas indias. La cuestión salió a relucir en otra carta,
de 13 de abril de 1888, cuando el interés y la dedicación de Quanah por la instrucción de los comanches debía de estar
tropezando con oposición y discrepancias, tanto de algunos notables de su
pueblo, como de quienes venían rigiendo las escuelas para indios, desde quince
años atrás. Veamos los puntos más notables de la misiva a que nos referimos:
… Hace cosa de quince
años, tuve ocasión de entrevistarme en Fort Sill con algunos de los primeros
maestros de escuelas de indios, entre ellos, el señor Haworth, que hasta hace
no mucho fue el Superintendente nacional de tales escuelas[119]. Entonces constaté algunos defectos o errores constitutivos de tales
colegios, como la insistencia en la formación religiosa cristiana o el
aprendizaje exclusivamente en inglés. Me escribe usted que esa exclusividad ha
llegado hasta el extremo de sancionar, y hasta castigar severamente, a quienes
oigan los profesores hablando en su lengua vernácula[120]. Comprendo que se sienta indignado y que ello lo estimule a promover
otro tipo de escuelas dentro de las reservas, con unos planes de enseñanza más
adaptados al nivel de integración de los alumnos en la cultura blanca. Claro
está que puede encontrarse con la oposición de las Autoridades supervisoras de
la enseñanza de los indios: Es algo que deberán afrontar a nivel de todas las
naciones indias, con paciencia pero con firmeza. Por de pronto, acabar con los
castigos severos. Y, en último extremo, me parece digna de encomio su
iniciativa de financiar con los ingresos económicos de la reserva la colocación
de los alumnos indios más avanzados en escuelas integradas con niños blancos,
que cuenten con internado, para evitarles un largo recorrido diario hasta sus
casas. No me cabe duda de que ese puede ser el vivero para la formación de
maestros y profesores indios, que luego se vuelquen en la docencia de sus
nacionales…
Una preocupación constante de Quanah fue la de determinar la conveniencia de arrendar a
los ganaderos blancos los pastizales de la reserva, que los indios no
utilizaban. Fue una polémica derivada de un hecho, en principio, positivo: que
la reserva KCA fue la última en ser parcelada,
cosa que no se produjo hasta 1901. El tema fue objeto de diversas cartas de
Nathanson. Puede servir de ejemplo la de 21 de octubre de 1889, en la que,
entre otras cosas, podía leerse lo siguiente:
… La cuestión del
arrendamiento de pastos a ciertos rancheros blancos respetables -como el señor
Burnett, al que usted alude expresamente- me parece necesariamente abordable
desde un punto de vista que no recoge en su carta: Que la aprobación, hace dos
años, de la Ley Dawes[121] les coloca a ustedes ante un dilema insuperable: o arriendan los pastos a
ganaderos influyentes que los apoyen, o el Gobierno parcelará los tres millones
de acres de su reserva, la mayor parte de los cuales pasarán a familias blancas
por un precio ridículo. En consecuencia, soy de su misma opinión, con algunas
condiciones, que estoy seguro compartirá: 1ª. Que los arrendatarios sean
solventes y respetuosos del contrato. 2ª. Que el arrendamiento no se constituya
sobre zonas de bosque, o de pastos idóneos para su explotación comunal por los
indios. 3ª. Que el precio del arrendamiento sea razonable y se aproveche para
mejoras en la reserva, tales como caminos, escuelas, lugares de reunión o
viviendas para familias pobres… La verdad es que el Territorio Indio ha salvado
de la bancarrota a bastantes rancheros del norte de Texas afectados por las
sequías… La situación climática parece que va mejorando… Que esos problemas con
el agua les sirvan a ustedes de advertencia, pues una sobreexplotación de los
pastos puede convertir sus praderas en resecas y polvorientas llanuras, batidas
por el viento…
En los años 1889 y 1890, como una especie
de segunda parte de la magia de Isa-tai -que Nathanson había tratado en el Express, como recordarán por el capítulo anterior-,
apareció un chamán de la nación paiute en Nevada, predicando un milenarismo de
inspiración cristiana, pero que suponía el triunfo definitivo de los indios
sobre los hombres blancos[122]. El
tal mago, llamado Wovoka, a través
de su predicación y de una ceremonia simbólica, llamada la danza del Espíritu, convenció a muchos de sus hermanos de raza
de las más diversas tribus, y, aunque su doctrina era pacífica, acabó generando
levantamientos entre algunos cheyenes y sioux. Esta oleada racial-espiritista
acabó llegando a las reservas de Oklahoma provocando, al parecer, la irritación
de Quanah, quien se conoce que ya había tenido bastante
con el fiasco de Isa-Tai en 1874.
De ello informó a Nathanson, que, en una carta de 4 de marzo de 1890, le hizo
una sugerencia que haría fortuna poco después:
… Es muy probable que el
inolvidable Águila Blanca, ahora Vagina de
Coyote, ande todavía por la reserva y le haya servido a usted de
recuerdo -si necesario fuere- de algo indiscutible: No es la magia lo que puede
salvar a su pueblo, pero sí que necesitan la
fe. Por lo que usted me refiere, ese Mesías de Nevada se inspira,
sin duda, en la venida de Jesucristo y en su bondad para con todos los hombres.
Aún diría más: En el mensaje de ese paiute suenan campanas tañidas por
cristianos extremistas, como los mormones, o los propios cuáqueros… Yo me
pregunto si en las razonables creencias generales indias en el Gran Espíritu no
podría hallarse un enlace con la religión y la moral de los blancos más
equilibrados: ¿No participamos conjuntamente de la creencia en un Dios creador,
bueno para con todas sus criaturas, que nos fija una moral a seguir libremente
y que, finalmente, nos premiará o castigará por toda la eternidad?... Creo que
hay base para una religión que aproxime a nuestros pueblos y que, no obstante,
sea sentida por los indios como propia, respetuosa con la tradición e
inspiradora de fortaleza, sin necesidad de espiritismo ni de magia… Quien logre
dar con la clave, habrá prestado el mayor servicio a la unidad de los pieles
rojas y a la superación de ese desaliento presente, tan lógico en
quienes han tenido que sufrir y cambiar tanto en tan poco tiempo…
***
Como la mayoría de los indios, Quanah siguió viviendo durante mucho tiempo en tipis o tiendas de campaña, levantadas para él y su
extensa familia. Pero, hacia 1890, decidió romper con la tradición y levantar
para los Parker una amplia casa de dos plantas, construida al estilo blanco, y
animó a sus hermanos de tribu a hacer lo propio, aunque fuese de forma más
modesta. La casa de Quanah costó dos
mil dólares -equivalentes a unos cincuenta mil de 2019- que, al parecer, le
fueron regalados o prestados por el ranchero Burk Burnett,
aludido al principio de este capítulo. El edificio resultó espléndido, para lo
que se estilaba en la reserva, y fue llamado Star House -la Casa
de la(s) Estrella(s)-, debido a las cuatro grandes estrellas blancas pintadas
sobre el tejado[123]. El
inmueble y sus aledaños fue escenario de multitud de reuniones, atención a los
indios necesitados y albergue de ilustres huéspedes, como el Presidente Theodore
Roosevelt[124],
buen amigo de Quanah. Sobre ese
tema del alojamiento y, en general, el relativo a que los comanches aceptaran
vivir bajo ciertas costumbres de los blancos, versa la siguiente carta de
Nathanson, fechada a 30 de agosto de 1892:
… Al acompañar la
descripción de su nuevo domicilio con una fotografía, no puedo menos de admirar
la amplitud y la línea del edificio y felicitarle por su belleza y aparente
funcionalidad. No me extraña que haya despertado la envidia de muchos de los
jefes y personajes distinguidos de la reserva, que ellos rebozan en forma de
crítica a la asunción por usted de las costumbres de los rostros
pálidos. No haga caso de tales habladurías. Aunque solo sea por
su relevante posición en la reserva, es razonable que viva en una casa así, en
la que podrá recibir a los huéspedes y dar las audiencias que sean pertinentes…
Tanto más si, como me dice, usted promueve para todos la construcción de casas
y poblados al modo blanco, tan cómodo y adecuado a su nueva forma de vida… A
fin de cuentas, el tema del alojamiento está ligado con el de la dedicación de
su tribu a actividades agrícolas y ganaderas, que les permitan conseguir lo que
usted constantemente me escribe: autosuficiencia e independencia. Nadie que viva de su trabajo en la reserva puede pretender guardar todo
lo necesario en una tienda de piel de búfalo, al modo cazador y nómada de
tiempos ya periclitados… Así pues, que sea enhorabuena. Y, en cuanto a su
amable ofrecimiento de hospedarme en su casa, puede que algún día logre superar
la distancia y los deberes que aquí me atan, yendo al fin a visitarlo. Pero,
antes, habrá de hacerlo usted en mi mansión de San Marcos, que tiene sobre la
suya el discutible privilegio de la mayor antigüedad…
Poco a poco, Quanah hacía
progresos como ranchero, hasta el punto de conseguir el éxito y convertirse en
un acaudalado ganadero. Tras el emprendedor comanche, sin duda estaba la mano
diestra de Burk, como tras Nathanson estaba la de
Lum, pero la decisión e inteligencia del antiguo
jefe de guerra eran también determinantes de su fortuna. David se alegraba
sinceramente de los éxitos de su corresponsal, no dejando de darle consejos ni
de hacerle advertencias. Por ejemplo, en carta del 16 de septiembre de 1893, le
sugería:
… En estas tierras de
Dios parece como si el ganado vacuno fuese el único rey. Mis antepasados
también cultivaron la tierra y criaron ovejas, pero todo eso es ya historia. No
obstante, hay veces que me preocupa depender tanto de las reses, ante el riesgo
cierto de una epidemia, una gran sequía o la bajada de precios por la
competencia de nuevos rancheros. Yo le sugiero lo mismo que hago con mi
patrimonio: poner buena parte de las ganancias en manos de inversores honestos
y sólidos, para que les den varios destinos, todos favorables y relativamente
seguros. Desde luego, el ferrocarril puede ser uno de ellos: Cada vez hay más
líneas, pero entiendo que todavía hay lugar para trazar otras nuevas, muy
rentables, más por el tráfico de mercancías, que por el de viajeros, estando
estas regiones tan poco pobladas…
Rompiendo, por una vez, con el orden
cronológico de exposición de las cartas, me parece oportuno recoger
seguidamente una de casi diez años después, en concreto, del 15 de noviembre de
1902. Para entonces, Quanah era un
hombre rico y hasta había dado su nombre a una pequeña ciudad de Texas[125], de donde pasaría al de una línea férrea, la Quanah, Acme &
Pacific Railway, abierta al tráfico en ese mismo año de 1902[126]. El
magnate mestizo había puesto la importante cantidad de 40.000 dólares[127]
para la realización de dicha infraestructura, y Nathanson le loaba por ello:
… Es una excelente
decisión por su parte, no solo por diversificar sus inversiones y asociarse con
empresarios y hombres de negocios blancos, sino por servir al desarrollo de
nuestros Estados. Y lo digo en plural porque, nos guste o no, creo cercana la
fecha en que el Territorio Indio se convierta en un nuevo Estado dentro de la
Unión[128]…
Una de las cuestiones que más entusiasmó a
Nathanson, de todas las que Quanah había
emprendido en la reserva fue la relativa a dotarse de instituciones propias,
algo que fue quedando en casi nada a partir del año 1901, cuando la reserva KCA, finalmente, quedó desmembrada, como consecuencia de la parcelación de
su territorio y del consiguiente establecimiento en su interior de cientos de
familias blancas, que habían adquirido sus correspondientes parcelas. Varias
cartas aluden a estos temas. Veamos, en primer lugar, la de 20 de noviembre de
1892, acerca de la creación de un servicio de orden propio de la reserva y a
cargo de policías indios:
… Mucho me ha complacido
la decisión del Consejo comanche de su reserva, en el sentido de dotarse de una
fuerza de policía, a cargo de ustedes mismos y dirigida por sus autoridades. Me
dice que los impulsó a ello la conveniencia de acabar con las alteraciones del
orden que provocaba el surgimiento, entre algunos individuos de su pueblo, de
la Danza del Espíritu, ese movimiento espiritista y
mesiánico que, pese a su pretendido pacifismo, ha generado violencias en otras
tribus. Cualquier motivo es oportuno para haber tomado la decisión de contar
con una Policía propia, que ahorre la intervención de la del Territorio, que
siempre sería considerada ajena y hostil…
Y, en misiva ligeramente posterior, de 8
de marzo de 1893, haciéndose eco de otra iniciativa, aún más relevante
teóricamente, escribía Nathanson:
… Me parece excelente que
el Consejo de tribu, que tradicionalmente ha impartido justicia entre los
comanches, y otras muchas tribus, vaya dotándose de leyes escritas y de
procedimientos preestablecidos, respetando los derechos reconocidos en la
Constitución de los Estados Unidos. Me indica que, en principio, han acogido
por analogía las normas con las que funcionan los juzgados y tribunales de
condado entre los blancos… En cuanto a su aceptación del cargo de juez en el
susodicho tribunal indio, me parece indispensable para poner en marcha las
reformas, pero le aconsejo que no se perpetúe en el cargo, ni aunque lo elijan
por aclamación. Creo que puede usted ser más necesario en el gobierno y
administración de la reserva, que debe ser distinto e independiente de su poder
judicial… Por otra parte, siendo usted un importante y acaudalado empresario y
ranchero, el desempeño de tareas judiciales podría generarle complicaciones e
incompatibilidades sin cuento…
Al decaer el poder y la extensión de la
reserva KCA, tras la parcelación de las
tierras y el gran aumento de la población blanca, Quanah pasó a
desempeñar tareas de mero empresario y consejero. Todavía, por motivos de
respeto, sus conciudadanos pretendieron que ocupase algún cargo público, tan
poco relevante y adecuado como el de Ayudante del Sheriff del condado. A ello
aludía una carta muy posterior a las dos precedentes, puesto que lleva la data
de 3 de enero de 1902:
… Ya veo que el año que
ahora comienza contemplará -quieras que no- la consolidación de lo que quedaba
del Territorio Indio como simple Territorio
de Oklahoma, llamado a convertirse, no tardando, en un Estado más
de la Unión, pues es inevitable… Con todo, tiene que resultar emotivo para
usted que el condado en el que vive haya recibido el nombre de Comanche, y que los ciudadanos le hayan conferido por decisión colectiva el cargo
de Ayudante del Sheriff de Lawton, la capital del mismo. Lo mejor de ese
nombramiento, que supongo honorífico, es que haya puesto de acuerdo a indios y
blancos, indicando que unos y otros le profesan, con razón, su mejor estima…
Una de las más decisivas actuaciones de Quanah fue su promoción de la llamada Iglesia de los Nativos Americanos -Native American Church-, cuyos
adeptos rebasan con mucho los límites de los comanches, o de cualquier otra
tribu indígena. En cierto modo, con ello rindió tributo a las sugerencias de
David Nathanson y rechazó la posibilidad de abrazar el Metodismo, del que uno
de sus hijos, White Parker, llegó a ser ministro. Al mismo
tiempo, buen conocedor de los efectos curativos y psicotrópicos del peyote, Quanah animó a usar del mismo a los fieles de la citada
Iglesia de los nativos, como una especie de sacramento de unión
con el Gran Espíritu, gracias a sus efectos alucinógenos. Esto disgustó a
Nathanson, que no escondió su crítica, iniciando así un distanciamiento de su
amigo mestizo. Así, en una carta de 24 de
noviembre de 1895, le escribía:
… Como hijo de una madre
católica, me consta perfectamente que muchos cristianos utilizan el consumo de
un objeto material -pan y vino-, para lograr incorporar de algún modo a su
cuerpo el de Jesucristo. Yo no comparto, ciertamente, una visión real de esa
unión mística, sino solo a modo de símbolo… De todas formas, el Sacramento
eucarístico cristiano está muy lejos de las visiones fantásticas y
alucinatorias que puede producir el peyote, las cuales no pueden tomarse como
reales, salvo para quienes confundan la fantasía y la casualidad con el
raciocinio y el camino de la perfección… Usted ha afirmado que la religión de
los indios consumidores de peyote es más elevada que la cristiana, porque los
cristianos van a la iglesia a oír hablar de Cristo, mientras que el indio se
recoge en su tipi para hablar con Él. ¿Me quiere
decir, estimado amigo, qué es lo que de cierto, sensato y bueno le ha
manifestado Nuestro Señor, bajo los efectos de esa droga que altera los
sentidos y la mente?... No veo nada bueno en promover su consumo, que no dudo
habrá de ser prohibido por las autoridades, en mi opinión, con sobrado
fundamento…[129]
Tampoco hubo acuerdo entre la postura de Quanah y la opinión de Nathanson, a propósito de la
peliaguda cuestión de la poligamia masculina. Como se sabe, el jefe comanche
llegó a convivir simultáneamente con siete mujeres -otras fuentes señalan que
con cinco-. Cuando algunos blancos le invitaron a quedarse con una sola esposa,
despidiendo a las demás, Quanah les
replicó con humor que estaba dispuesto, pero solo si eran ellos quienes daban
la noticia a las mujeres repudiadas. En diversas ocasiones, Quanah expresó por carta a Nathanson su intención de
conservar en buena parte las tradiciones de su tribu, lo que su corresponsal
valoraba positivamente, de modo general. Otra cosa sucedió cuando el comanche
le planteó directamente su designio de seguir practicando la poligamia. La
contestación reprobatoria se halla en carta de 2 de diciembre de 1897, siendo
de suponer que enfriara, todavía más, el afecto de Quanah por
Nathanson, aunque su correspondencia prosiguiera:
… Me refiere usted el interés de numerosos periodistas y otros hombres blancos, que lo
visitan con los más variados propósitos, incluso el de que les manifieste sus
inclinaciones políticas y sociales. Yo, que he sido periodista, sé de la
insaciable curiosidad de este gremio y de lo poco soportables que pueden llegar
a ser, tanto por su inoportunidad, como por la tergiversación de las palabras
de los entrevistados… Es lógico que, entre las preguntas más frecuentes, se
hallen las relativas a la conservación por usted de las costumbres y
tradiciones peculiares de su raza. Comprendo y comparto su conservadurismo, y
no solo en aspectos meramente externos, como la conservación de su larguísima
cabellera -¡qué mas quisiéramos los rostros pálidos que tener un cabello como
el de ustedes, ajeno a cualquier asomo de calvicie!-… En cuanto a mantener a
varias mujeres como esposas, no lo veo como una tradición a conservar. La
riqueza, la fama o la potencia sexual no tienen por qué mostrar ese signo de
evidencia. ¿Qué pensarían los hombres comanches de una costumbre similar por
parte de sus mujeres?... En suma, puede ser justo y humano que sigan siendo esposas
quienes compartieron las primitivas tradiciones y los duros tiempos de lucha;
pero no me parece razonable seguir comprando mujeres, ahora que los comanches viven bajo otras leyes y situación… Los
mormones del Estado de Utah han tenido que prescindir de la poligamia, para
ingresar de pleno derecho en la Unión[130]. No dudo de que los indios serán los siguientes y creo que sería un buen
paso que usted predicara con el ejemplo.
***
En este extenso espigueo en la
correspondencia entre Quanah Parker y
David Nathanson, no pueden faltar las alusiones al candente tema de la
conversión del Territorio Indio en el
Estado de Oklahoma, así como la transformación de la Reserva KCA en un espacio prácticamente abierto a la coexistencia entre familias
indias y blancas. Mejor que hacer una introducción de tan complejo asunto,
puede ser el extender las referencias de las cartas, a fin de encontrar en
ellas las explicaciones que un lector moderno pudiere necesitar para entender
aquel fenómeno histórico. Comencemos, pues, con la misiva de 13 de junio de
1901, prácticamente coetánea de la citada parcelación de la Reserva
Kiowa-Comanche-Apache, a la que antes hacía referencia:
… Recibo apesadumbrado
sus noticias, en lo referente a que apenas un tercio de las tierras de la
reserva quedarán en poder de familias indias, pasando el resto a ser propiedad
de inmigrantes blancos. Era de esperar, habida cuenta de que, aún contando con
el establecimiento en Oklahoma de parte de los apaches -Gerónimo entre ellos-
el número de familias kiowas, comanches y apaches de la reserva no alcanzaba
las cinco mil[131]. Con la ocupación de dos millones de acres por nuevos colonos blancos,
es muy probable -como usted augura- que la población india no supere el diez
por ciento de la total del Territorio. Con estos datos, considero utópico el
intento de algunos de ustedes -apoyados por ciertos políticos de la zona-, en
el sentido de hacer de la futura Oklahoma un Estado con personalidad india
propia[132]. A lo más que podrán ustedes llegar es a concentrarse en ese remanente
de casi un millón de acres, que les quedan como privativos y comunales de los
indios de la antigua Reserva KCA; pero procuren que se trate de buenas tierras
para trabajarlas…
A la postre, ni esto último se consiguió;
de modo que los comanches se vieron dispersados por el territorio de su antigua
reserva. Por esta y otras razones, muchas familias indias acabaron vendiendo
sus lotes a los blancos y emigrando a las ciudades, o a otros Estados. Tampoco
ayudó mucho el que los dos millones de acres perdidos por los indios fueran
compensados por el Gobierno americano con solo dos millones de dólares, es
decir, a dólar el acre. Sobre ello versaba la carta de Nathanson a Quanah de 17 de agosto de 1903:
… No me extraña que se
disguste usted por el hecho de que muchas familias comanches estén abandonando
sus tierras, vendiéndolas por poco dinero a los blancos, y rompiendo la unidad
de la tribu… Yo no veo mal que hechos como este propicien la mezcla de razas.
Lo que sí es de lamentar es que, una vez hayan gastado el precio obtenido por
su tierra, no hallen medios para alcanzar la cultura, ni trabajos que los
dignifiquen… A estas alturas, sus llamamientos ya son esfuerzo perdido. Más
útil puede ser el promover que los comanches que se van vendan las tierras a
los que se quedan… Podrían formarse lotes más convenientes para sostener a
familias extensas y promover métodos más técnicos de cultivo, así como para
mantener puntas de ganado que permitan la venta de excedentes… Y no deje de
luchar para que esos miserables dos millones de dólares, que el Gobierno ha
pagado por sus tierras entregadas a familias blancas, puedan ser invertidos por
ustedes o, cuando menos, decidir su destino, conforme a los principios democráticos
y de propiedad, recogidos en nuestras leyes.
Finalmente, en 1906, las tierras que en
1901 habían sido reservadas para pastos comunales fueron parceladas y vendidas.
Fue lógica la indignación de Quanah, no tanto
porque el ganado indio ya no encontrara esos terrenos para pastar, cuanto
porque les impedía arrendar los pastos a rancheros blancos, que pagaban por
ello un razonable alquiler anual. Nathanson se hizo eco del episodio en una
carta de 31 de octubre de 1907:
… Ciertamente, lo de
convertir los pastos comunales en parcelas agrícolas no tiene nombre. Usted
alude al daño económico que tal hecho ha de producirles. Yo añado el grave
perjuicio natural, pues las tierras que sirven bien a pasto no son aptas en
general para el cultivo, más o menos intensivo; tanto más, en estas tierras del
sur, en que las sequías abundan y los terrenos no suelen ser profundos… Llegará
el día en que los propios agricultores -que ahora se las prometen muy felices-
hayan de lamentarlo, con sus tierras convertidas en polvo arrastrado por los
vientos[133].
***
Aunque pueda resultar extraño que David
Nathanson y Quanah Parker no volvieran a verse desde
1874[134],
lo cierto es que no tenemos constancia ninguna de un encuentro ulterior. La
repentina muerte de Quanah, el 23 de febrero de 1911, conmovió
profundamente a su epistolar amigo Nathanson, quien quiso dejar en el San
Antonio Express su último artículo, dedicado a glosar la poderosa figura
del jefe comanche. Fue en el número del día 28 de febrero de 1911. Entre otras
cosas, decía estas:
… Muchas cosas
pueden decirse del comanche que acaba de morir: un hombre de dos mundos; el más
distinguido lazo de unión entre los rostros pálidos y los pieles rojas; el
indio más rico e influyente de América; el jefe que unió en su torno a toda una
nación… Sí, podrá afirmarse todo eso, pero no lo que parecería más obvio: Ha
muerto un famoso ciudadano de los Estados Unidos. En efecto, los americanos
indígenas, los más antiguos, no tienen el derecho de llamarse estadounidenses…
¿Qué más tendrán que hacer, o que darnos, para que los aceptemos como unos más,
entre nosotros?... No volveré a ponerme ante una máquina de escribir para
redactar un texto periodístico, hasta que mi respetado amigo, Quanah
Parker reciba a título póstumo el reconocimiento de pertenencia a su País. Tengo
ya sesenta y ocho años. Espero con ilusión que no sean mis últimas palabras en
este diario.
David F. Nathanson
fallecería cuatro años más tarde, en 1915. En 1924, por fin, los hijos de Quanah
recibieron la ciudadanía de los Estados Unidos, juntamente con todos los
demás indios americanos, después de que el Presidente Calvin Coolidge firmara
la oportuna Ley de Ciudadanía[135].
[1]
Véanse en este mismo blog los ensayos, Dos indios de película (I):
Gerónimo el apache, y Dos indios de película (II): Quanah Parker, el
comanche.
[2] Ensayo titulado El Derecho y los indios en
los Estados Unidos.
[3]
Capital del condado de Hays, tiene actualmente (2019) unos 65.000 habitantes;
nivel y crecimiento poblacional que se explican, ante todo, por ser la sede de
la Texas State University. En su primer censo demográfico conocido
(1870), la localidad alcanzaba solo 741 habitantes.
[4]
Dicho periodo fueron los años 1836
(independencia efectiva de Méjico) a 1845 (incorporación voluntaria a los
Estados Unidos, como su estado número 28).
[5] Texas fue territorio español hasta 1821, en
que se declaró la independencia de Méjico de la corona de España.
[6] En realidad, Illinois no fue admitido como
estado en la Unión hasta 1818, es decir, años después del natalicio de Gary
Nathanson.
[7] Stephen F. Austin (1793-1836), empresario y
político estadounidense, considerado uno de los padres del Texas independiente.
La capital del estado (Austin) lleva su nombre.
[8] La negociación se llevó a cabo entre 1821 y
1824. Las trescientas familias (The Old 300) iniciaron su instalación en
1825. El contrato final estipulaba la asignación de 4.428 acres de terreno
agrícola y ganadero por familia, a cambio de 30 dólares, pagaderos en 6 años.
Un acre equivale a 4.047 metros cuadrados o, dicho más sencillamente, una
hectárea equivale a dos acres y medio.
[9] Actualmente, Blanco River, afluente del San
Marcos, uno de los ríos más importantes de Texas.
[10] Pequeña localidad del condado de su mismo
nombre, junto al río Brazos y no lejos del Golfo de Méjico.
[12] Más conocidos por los nombres ingleses Milky
Way y White Knife, respectivamente.
[13] Símbolo imperecedero de Texas, aunque solo
tuvo sentido hasta su integración en los Estados Unidos.
[14] Sobre el particular, véase T.C. Richardson
& Harwood P. Hinton, Ranching, www.tshaonline.org,
página web de la Texas State Historical Association.
[15] Término
utilizado en los Estados Unidos para referirse a los descendientes de
emigrantes británicos.
[16]
Se calcula que ello sucedió hacía 1846. Uno de los primeros en establecerse fue
Edward Burleson (1798-1851), que había sido héroe de la guerra de independencia
tejana y Vicepresidente de la República de Texas.
[17]
Kiowa y comanche son dos idiomas diferentes, pero lo suficientemente próximos
entre sí, como para que sus respectivos hablantes puedan entenderse sin
especial dificultad.
[18] Tales bases se establecieron por el Tratado
de Tehuacana Creek, en 1846, entre las principales tribus indias y
-todavía- la República de Texas.
[19] La Universidad de Baylor inició su andadura
en 1845, en la localidad tejana de Independence, siendo luego (1885) trasladada
a Waco, donde continúa. Su oferta docente principal fue, en un principio, en
Leyes y Medicina. Curiosamente, hasta 1851 practicó la coeducación, dotándose
luego de Colegios femeninos.
[20] Las tasas de matrícula costaban a la sazón
entre 8 y 15 dólares, según Facultades. Un dólar de 1850 tenía una capacidad de
compra similar a 30 actuales, según el calculador de inflación de Morgan
Friedman.
[21] En concreto, por la Union Baptist
Association. El famoso político tejano Sam Houston hizo una donación de
5.000 dólares para impulsar la buena continuación de las tareas de la
Universidad de Baylor (1854).
[22] Como es bien sabido, la Guerra Civil o de
Secesión de los EE.UU. duró cuatro años casi exactos: de abril de 1861 a abril
de 1865. Tras ciertas vacilaciones, el estado de Texas se unión a la causa de los
Estados Confederados, o del Sur.
[23]
Es decir, el que confusamente delimitaba
los territorios de la Unión y de la Confederación, que se combatían en Arizona
y Nuevo Méjico. Tras la importante conquista de la ciudad tejana de El Paso,
fronteriza con Méjico, el resto de la campaña en este frente occidental tuvo
más de lucha contra los indios -apaches, principalmente-, que de enfrentamiento
entre blancos. Por eso, el frente se mantuvo sustancialmente con fronteras
estáticas.
[24] Al mando del general de brigada de
Caballería, Henry Hopkins Sibley (1816-1886), cuyo desempeño en la Guerra Civil
fue bastante deficiente, cayendo en el alcoholismo.
[26] Sangrienta batalla desarrollada en Sharpsburg
(Maryland), el 17 de septiembre de 1862, que acabó con la victoria estratégica
de la Unión, pues detuvo el avance confederado sobre Washington. Las pérdidas
humanas totales de ambos bandos fueron de casi 4.000 muertos y 20.000 heridos.
[27] Los Estados Unidos y las diversas tribus o
naciones indias firmaron entre 1778 y 1868 un total de 368 tratados (datos del Departamento
de Estado norteamericano). Los Estados Confederados de América suscribieron
nueve, muy parecidos a los coetáneos de la Unión: si acaso, más amistosos hacia
los indios -buscando su alianza en la Guerra Civil- y con referencias al tema
de la esclavitud de negros por los indios. Dos de esos tratados fueron glosados
en su día por David F. Nathanson, al haber sido suscritos por los comanches, en
12 de agosto de 1861: el Tratado con los Comanches y otras tribus y bandas
y el Tratado con los Comanches de las praderas y del Llano Estacado.
Este último afectaba a los comanches penetecas y fue firmado, entre
otros, por algunos jefes conocidos de David, como Tosahwi, citado en la
nota 12.
[28] Su
población estaba próxima a los quince mil habitantes.
[29]
Fundado en 1865, pasó a ser diario en diciembre del año siguiente. Ha
continuado publicándose de manera ininterrumpida hasta el presente (2019). Su
nombre actual es San Antonio Express-News.
[30] San Antonio ya era entonces una ciudad
bastante cosmopolita, en la que la población hispana era muy abundante,
como en toda la zona centro-sur de Texas.
[31]
Nathaniel Green Taylor (1919-1887), Comisionado para Asuntos Indios entre 1867
y 1869.
[32]
Los Tratados se concluyeron en 21 y 28 de octubre de 1867, en tanto el Informe
lo fue el 7 de enero de 1868. De su contenido nos dan resúmenes las páginas que
siguen.
[33] La
ratificación se produjo el 25 de julio de 1868; la publicación, el 25 de agosto
de 1868.
[34] San
Antonio Express, 28 de agosto de 1867.
[35] Zona
norte de Texas, que forma un saliente estrictamente rectangular,
aproximadamente desde el río Brazos, hasta las fronteras del estado con los de
Oklahoma y Nuevo Méjico.
[36]
Además del reconocimiento de un verdadero genocidio producido en Pawnee Fork (Kansas),
a comienzos de 1867, en un poblado de cheyenes y sioux, en el Informe se
recogía, como conclusión, que se habían producido hacia los indios numerosas
injusticias legales y sociales, como la repetida violación de los tratados,
actos de corrupción de muchos de los agentes locales del Gobierno para con los
indios, así como el incumplimiento por el Congreso de los compromisos de
proveer de subsistencias a los pieles rojas; todo lo cual había llevado a una
guerra completamente evitable, si el Gobierno y los representantes de los
Estados Unidos se hubiesen comportado de forma legal y moralmente honesta para
con los indios.
[37] William
Tecumseh Sherman (1820-1891), a la sazón Comandante de la División Militar del
Missouri.
[38]
Quizá incurra Nathanson en un error de atribución, pues hay muchos que dicen
que la pronunció el general Philip Sheridan. En todo caso, la frase,
pronunciada como contestación a la expresión amistosa de un jefe indio (yo
soy un indio bueno), fue literalmente la de que los únicos indios buenos
que he conocido están todos muertos. Como se ve, la frase puede
interpretarse de forma algo menos vergonzosa para Sherman -o para Sheridan-,
que la que suele atribuírsele: El único indio bueno es el indio muerto.
[39]
David Nathanson tenía buenas fuentes: Sherman fue llamado a Washington y no
participó en lo sucesivo en las conversaciones de paz, siendo reemplazado
“temporalmente” en el Comisión por el Mayor General, Christopher C. Augur,
comandante del Departamento Militar del Platte.
[40]
El lugar, entonces deshabitado, era un punto de reunión de las tribus indias,
que le atribuían carácter sagrado, por los depósitos salinos del río Medicine
Lodge, subafluente del Arkansas. En el lugar de la reunión habían
bailado los kiowas su ritual Danza del Sol aquel mismo año de 1867.
[41]
La reunión se trasladó, del lugar inicialmente previsto -Fort Larned- a
Medicine Lodge, entre el 11 y el 15 de octubre. Las discusiones preliminares,
bastante agrias, duraron del 15 al 19 de octubre en que, habiendo recibido los
indios algunas satisfacciones por un genocidio anterior, comenzaron propiamente
las negociaciones de los Tratados.
[42]
Véanse las Memorias inéditas de David F. Nathanson, tituladas Live as you
can, volume 2: A man between two races. Agradezco la autorización de
los tataranietos del escritor y periodista, para consultarlas y citarlas
fragmentariamente.
[43]
Véase nota 12. El nombre en inglés era White Knife pero, para mayor
claridad de los lectores, usaré en el texto a partir de ahora la traducción de
los nombres al español, con las oportunas precisiones en nota.
[44]
O Ten Bears, en inglés (c. 1790-1872), jefe principal de los comanches yamparika,
gran guerrero en su juventud y experimentado negociador, por lo menos,
desde 1840, tanto con otras tribus o naciones indias, como con los blancos.
Había firmado recientemente (1865) el tratado conocido como del Little
Arkansas River que, al haber sido muy poco favorable para los intereses
comanches, le había granjeado ojeriza y pérdida de influencia entre otros
jefes. Más adelante se darán nuevos datos de tan notable jefe indio.
[45]
El joven -de diecinueve años entonces, no dieciocho, como afirma Nathanson- se
llamaba Alfred A. Taylor (1848-1931), y llegó a ser Gobernador del estado de
Tennessee entre 1921 y 1923. Reflejó sus recuerdos de la época de Medicine
Lodge en el siguiente artículo de revista: Alfred A. Taylor, Medicine Lodge
Peace Council, en Chronicles of Oklahoma, volume 2, No. 2, June,
1924, pp. 98-118.
[46]
Una de las más importantes revistas de actualidad de la época, con notable
influencia política. Se publicó entre 1857 y 1916. Tenía un importante aparato
gráfico, formado por fotografías, caricaturas y dibujos realistas. Uno de sus
mejores dibujantes fue, en efecto, Alfred R. Wand (1828-1891), que se hizo
famoso por sus trabajos de campo durante le Guerra de Secesión.
[47]
Prudentemente, el periodista omite el nombre del oficial en cuestión. Se
trataba del mayor Joel H. Elliot, que no sufrió sanción por lo acaecido, pero
murió en combate con los indios al año siguiente, 1868, a los veintiocho años
de edad.
[48]
George Armstrong Custer (1839-1876), quien moriría en batalla contra los
indios, en Little Big Horn (Montana). En la Guerra de Secesión llegó a alcanzar
la categoría de Mayor General.
[49] Aunque David Nathanson no lo concreta, alude
al Fort Atkinson del estado de Kansas. Hubo otros fuertes y localidades del
mismo nombre en Wisconsin, Iowa, Nebraska, etc.
[50] Hoy en
día, estado de Oklahoma.
[51] El
lugar se encontraba en Kansas, pero los pactos alcanzaban también a territorio
del norte de Texas.
[52]
En efecto, parece que, cuando los indios acudieron a la conferencia de Medicine
Lodge, no contaban con que sus eventuales pérdidas de territorio fuesen objeto
de compensación, como el Tratado acabó por estatuir.
[53]
En su famoso discurso pronunciado en la Conferencia, Diez Osos textualmente
dijo -según la versión inglesa, única que se conserva-: Si los tejanos se
hubiesen mantenido fuera de mi país, podría haber habido paz.
[54] Fuerte
entonces situado junto a la ahora importante ciudad de Leavenworth (Kansas).
[55] Véase
antes, nota 48. La fama del suceso no creo haga necesarias ulteriores
precisiones.
[56]
El más tarde Presidente, Ulyisses S. Grant, calculaba que la plena integración
de los indios a la vida de los blancos americanos llevaría dos generaciones, es
decir, unos cincuenta años.
[57]
Los acuerdos de Medicine Lodge se plasmaron en tres Tratados, sensiblemente
iguales: Los dos primeros, de fecha 21 de octubre de 1867, fueron suscritos
entre el Gobierno de los Estados Unidos y las tribus de los comanches -de una
parte- y por los kiowas y apaches de las Llanuras, por otra. El 28 de octubre
de 1867 se firmó el Tratado con los cheyenes del sur y los arapajos.
[58]
Denominación habitual entre los indios del Presidente de los Estados Unidos, en
quien ellos resumían y personalizaban toda la autoridad del Estado.
[59]
Empleo la grafía española. La inglesa es Ulysses (Simpson) Grant (1822-1865),
Presidente de los Estados Unidos entre 1869 y 1877. Previamente, en 1864-1865
había sido Comandante General del Ejército de la Unión durante la Guerra de
Secesión.
[60]
Una de las tribus de la nación iroquesa, que en el siglo XVIII había
enseñoreado las tierras entre el lago Ontario y el río Allegheny. En la época
de Grant y actualmente, los sénecas moran principalmente en el norte del estado
de Nueva York.
[61]
Ely Samuel Parker (1828-1895), Comisionado General de la Oficina de Asuntos
Indios entre 1869 y 1871. Sobre su apasdionante vida y notabilísima relación
con el Presidente Grant, véase: William H. Armstrong, Warrior in two camps:
Ely S. Parker, Unión General and Seneca Chief, Syracuse University Press,
Syracuse (N.Y.), 1978.
[62]
Dicha Enmienda suponía, entre otras cosas, el reconocimiento automático de la
nacionalidad americana a todos aquellos que hubiesen nacido en territorio de
los Estados Unidos, con pleno sometimiento a su jurisdicción. Trato sobre el
tema con mayor detalle y profundidad en mi ensayo El Derecho y los indios en
los Estados Unidos (1830-1877), publicado en este mismo blog.
[63] Oficina
de Asuntos Indios, adscrita (1849) al Departamento de Interior de los Estados
Unidos.
[64]
En total, las confesiones seleccionadas fueron trece, entre ellas, los
Católicos Romanos, con siete agencias.
[66]
Todas las cifras manejadas sobre el número de búfalos que había en los Estados
Unidos, antes de su caza sistemática por los blancos, son aproximadas. Se habla
de unos cincuenta millones de bisontes, entre el Missisippi y las Rocosas, de
los que unos quince a veinte millones habrían vivido entre la línea
Kansas-Nebraska y el sur de Texas. Lo cierto es que, al dedicarse unos dos mil
blancos a la caza del búfalo al sur del río Platte, en solo tres años
(1872-1874) mataron unos 4,5 millones de bóvidos, a mayores de los que cazaron
los indios (entre 0,3 y 1 millón). Hacia 1876, era obvio que los búfalos de la
zona no podían sostener a los indios y estaban llamados a su extinción. Si es
que tal bisonticidio no tuvo el objetivo de acabar indirectamente con la
libertad de los indios, tuvo no obstante ese efecto, como también el de abrir
las praderas en exclusiva a la ganadería vacuna de los blancos. Adicionalmente,
se proporcionó carne barata para alimentar a los militares y a los obreros del
tendido del ferrocarril, y se obtuvieron pieles para surtir de cuero al mercado
estadounidense y europeo.
[67] Véanse
notas 37 y 38.
[68] Philip
Henry Sheridan (1831-1888), destacado militar, desde la Guerra de Secesión.
[69]
Es muy recomendable, para conocer la política india del Presidente Grant, el
siguiente libro: Mary Stockwell, Interrupted Odyssey: Ulysses S. Grant and
the American indians, Southern Illinois University Press, Carbondale
(Illinois), 2018.
[70] Alude a
la Universidad de Baylor. Véase la nota 19.
[71]
Equivalente al español rector.
[72]
William Carey Crane (1816-1885), presidente de la Universidad de Baylor
entre 1864 y 1885.
[73]
Christopher Columbus (Lum) Slaughter (1837-1919). El condado tejano de
Palo Pinto se halla en la comarca centro-norte de la ribera del río Brazos.
[74] Banco fundado en 1868 en la ciudad tejana de
Waxahachie, aún existente en la actualidad (2019).
[75]
En efecto, Grant fue elegido para un segundo mandato (1873-1877), que algunos
entienden como la maldición a su recuerdo político, que habría sido mucho más
limpio y brillante con solo la primera presidencia.
[76]
Ulysses Grant falleció de un cáncer de laringe. El triste incidente recogido en
las Memorias de Nathanson sucedió en el verano de 1885.
[77] Francis Amasa Walker (1840-1897) ocupó dicho
Comisionado en los años 1871-1872. Su dedicación política fue coyuntural,
dedicándose más bien a ser profesor universitario y economista.
[78] Actualmente, Old Ebbitt Grill,
establecimiento fundado en 1856 y permanentemente ubicado en la calle 14ª de
Washington, D.C. El edificio primitivo fue demolido en 1872, para levantar otro
mucho más amplio. Es de suponer, pues, que Walker y Nathanson contasen entre
los últimos clientes que comieron en el local nacido en 1856.
[79] Famoso
diario de Springfield (Massachusetts), fundado en 1824 y actualmente (2019)
existente.
[80]
William Welsh (1807-1878). Recientemente se ha publicado un folleto de 18
páginas, que constituye un resumen de su propia ideología en asuntos indios:
William Welsh, Indian Office, wrongs doing and reforms needed, Wentworth
Press, 2016.
[81]
Se desarrolló entre Méjico y los Estados Unidos, entre 1846 y 1848, concluyendo
con la plena victoria de estos últimos. El Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848),
que le puso fin, implicó el reconocimiento por parte de Méjico de la
incorporación de Texas a los Estados Unidos y la venta forzosa del
territorio que actualmente forma los estados de Nuevo Méjico, Arizona y
California.
[82] Abreviaturas de Mister President.
[83] En español
en el original.
[84] Little
Phil, apodo del general Philip Sheridan, debido a su baja estatura
-alrededor de 1,65 metros-.
[85]
Conocida personificación de los Estados Unidos.
[86] A la
sazón, Edmund Jackson Davis (1827-1883), Gobernador de Texas entre 1870 y 1874.
[87]
Recuerdo que constituyen, respectivamente, el actual estado de Oklahoma y el
territorio rectangular que constituye la parte más septentrional del de Texas.
[88]
La extensa reserva para kiowas y comanches (luego, también, para apaches)
ocupaba la zona sur-oeste del Territorio Indio y estaba controlada por el
puesto militar de Fort Sill, al que luego se aludirá.
[89]
John Wynn Davidson (1825-1881), apodado Black Jack, por mandar un
regimiento de negros. Se mantuvo al mando de Fort Sill y del 10º de Caballería
hasta marzo de 1875, tras haber participado en la guerra del Red River entre
septiembre y noviembre de 1874. En ulteriores destinos en Texas, el ya coronel
Davidson tuvo, por su forma humana de tratar a los indios, algunos choques con
los Rangers,.
[90]
Este Regimiento se creó para combatir en la Guerra Civil y durante los primeros
años fueron blancos todos sus oficiales -el primer teniente negro ingresó en el
Regimiento en 1877-. Por su piel negra, los indios apodaban a los soldados del
10º de Caballería buffalo soldiers.
[91]
También conocido inicialmente por Camp Wichita y Medicine Bluffs,
fue erigido en 1869 para las necesidades de guerra y control de los indios, a
instancias del General Sheridan. Actualmente (2019) sigue operativo como campo
de adiestramiento militar y tiene una extensión de unos 94.000 acres (38.000
hectáreas). Existen fotografías y dibujos de época, que nos dan buena idea de
Fort Sill en las décadas finales del siglo XIX. Véase William Sturtevant Nye, Carbine
and lance (The story of old Fort Sill), University of Oklahoma Press, 1937,
y numerosas ediciones posteriores.
[92]
Para las generalidades sobre los comanches, remito a la siguiente obra: Thomas
W. Kavanagh, The Comanches: A history (1706-1875), University of
Nebraska Press, Lincoln and London, 1996.
[93]
Algunos entrevistados publicaron posteriormente libros sobre el tema: Thomas C.
Battey, The life and adventures of a Quaker among the Indians, Lee &
Shepard, New York, 1875, y ediciones sucesivas; James M. Haworth, A Memorial
of James M. Haworth, Superintendent of United States Indian Schools, H.H.
Farey, 1886. Uno y otro textos son accesibles libremente por Internet.
[94]
Lawrie Tatum (1822-1900), llamado El Calvo por los indios. Ejerció sus
funciones de agente indio para los comanches y kiowas entre 1869 y 1873, en que
abandonó estas tareas. Era de religión cuáquera y, en 1884, fue nombrado tutor
del futuro Presidente de los Estados Unidos, Herbert Hoover, y de sus hermanos,
ante la orfandad en que se encontraban. Fue autor de un libro muy reeditado: Our
red brothers, Winston, Philadelphia, 1899, accesible libremente por
Internet.
[95] Satanta
u Oso Blanco (c. 1820-1878), jefe kiowa famoso por sus habilidades guerreras y
oratorias.
[96]
Hoy se sabe que Satanta, aunque no tomó parte en actos de guerra, infringió la
condición de no abandonar la reserva. Por ello, le tocó retornar a la cárcel de
Huntsville en 1875. No resistiendo las limitaciones carcelarias, acabó por
tirarse desde una ventana de la enfermería en el segundo piso, falleciendo de
las resultas a los pocos días 11 de octubre de 1878).
[97]
La llamada Escuela de Fort Sill -luego ubicada en Lawton- fue la
institución docente en su género más importante del oeste de Oklahoma. Se
mantuvo activa, con la lógica evolución, hasta 1980.
[98] Thomas
C. Battey (1828-1897). Véase más arriba la nota 93.
[99] Kicking
Bird (1835-1875), conocido también por Striking Eagle.
[100]
James Mahlon Haworth (1831-1885), cuáquero, Agente de kiowas, comanches y
apaches (1873-1878); luego, Agente especial e Inspector de Agencias indias
(1879-1882); finalmente, primer Superintendente de las Escuelas Indias de los
Estados Unidos (1883-1885), que entonces eran 163. Era llamado por los indios Barba
Roja y Mayor. Véase también la nota 93.
[101]
Clara alusión a la fábula en la que una serpiente mata a quien la había
recogido medio muerta en un camino y la había guardado en el seno para revivirla
con su calor.
[102]
Eureka Valley era el emplazamiento de una de las agencias comanches,
bajo el control militar de Fort Cobb. Era el destino reservado a los comanches penateka
desde el tratado de Medicine Lodge (1867).
[103]
O Wild Horse (c. 1820-1891). Aunque, en realidad, el jefe máximo de los qwahadi
era Bull Bear, se atribuye a Caballo Salvaje la mayor parte
de la resistencia que la tribu ofreció a ser recluida en la reserva, hasta no
ser completamente derrotada (1875). La verdad es que, como sus esposas e hijos
habían sido recluidos en Fort Sill, Bull Bear no tuvo más remedio que
ingresar también él en la citada reserva, en el año 1872.
[104]
Sobre este tema, en general, véanse: Nancy Golden, Life with the Comanches:
The kidnapping of Cynthia Ann Parker, Rosen Publishing Group, New York,
2004; Jo Ella Powell Exley, Frontier blood: The saga of the Parker family,
Texas A&M University Press, College Station, 2001.
[105]
Sobre los preparativos y forma de guerrear de los comanches, puede consultarse:
Ernest Wallace & E. Adamson Hoebel, The Comanches, lords of the South
Plains, University of Oklahoma Press, 1ª edición, Norman, 1952. He manejado
la 9ª edición, en la que el capítulo Warfare se trata en las pp.
245-284.
[106]
En general, véase el libro citado en la nota anterior, pp. 155-185.
[107]
El ulterior fracaso de los consejos y de la magia ofrecidos por Águila
Blanca (c. 1840-1916) provocaron que su tribu le cambiara el nombre por el
vergonzoso de Isa-Tai, o Vagina de Coyote, con el que es
generalmente conocido en la Historia.
[108]
En realidad, la aclamación que irónicamente reclamaba el jefe comanche debía
partir de los guerreras azules, es decir, de los soldados.
[109]
La llamada primera batalla de Adobe Walls (25 de noviembre de 1864), en
que unos trescientos soldados de los Estados Unidos y unos 75 indios
auxiliares, al mando del famoso Kit Carson, fueron sorprendidos por la
masiva presencia de unos 1.400 guerreros kiowas, comanches y apaches, logrando
resistir el embate y retirarse ordenadamente.
[110]
Se dio el 27 de junio de 1874. Unos 500 comanches y kiowas (más grupos de cheyenes y
arapahos), al mando de Quanah Parker, trataron de asaltar y destruir las
instalaciones de Adobe Walls, pero fueron contenidos por solo
veintinueve cazadores de búfalos, bien parapetados y armados. Ello supuso el
descrédito del brujo Isa-Tai y la desmoralización de parte de los
guerreros indios, que abandonaron el sendero de la guerra e, incluso, volvieron
a las reservas.
[111]
En español, en el original.
[112]
Bat Masterson (1853-1921), natural de Québec (Canadá), uno de los más
famosos y variopintos personajes del viejo Oeste americano.
[113]
William Frederick Cody (1846-1917). La competición se celebró en 1868 y la ganó
Cody, con un total de 69 búfalos muertos en ocho horas. En el año y medio que
estuvo de proveedor de carne para el ferrocarril, se calcula que Buffalo
Bill mató un total de 4.282 bisontes.
[114]
Véase Ida Ellen Rath, The Rath Trail, McCormick & Armstrong, Wichita
(Kansas), 1961, cap. 14, pp. 108/117, accesible en abierto por Internet.
[115]
Atractivo resumen en PDF: Texas Historical Commission, Red River War of
1874-1875. Clash of cultures in the Texas Panhandle.
[116]
La línea tenía una longitud de 117 millas y enlazaba en Red River con el
ferrocarril San Luis-San Francisco, y en Floydada, con el Atchison-Topeka-Santa
Fe.
[117]
Samuel Burk Burnett (1849-1922), dueño del famoso rancho y ganadería 6666.
Empezó el negocio, heredado de su padre en el condado de Denton (Texas) pero, a
raíz de una pertinaz sequía, trasladó su ganado a Big Pasture
(Oklahoma), donde había alquilado unos 300.000 acres de pastos para sus diez
mil cabezas de vacuno. Pasada la sequía y complicándose la situación
inmobiliaria en Oklahoma, retornó a Texas en 1900, aposentándose en la
localidad de Guthrie, en el Panhandle tejano.
[118]
Acrónimo muy usado a la sazón, para referirse a la común reserva
kiowa-comanche-apache.
[119]
Véase antes, nota 100.
[120]
Completamente cierto, durante muchos años. Llegó a constituir una prohibición
escrita, que los alumnos trataban de evitar hablando en otras lenguas indias
distintas de la suya, pero ese subterfugio tampoco los libró de los
castigos preceptuados.
[121]
La Dawes Act de 8 de febrero de 1887 inició la parcelación del
territorio de las reservas indias en el futuro estado de Oklahoma, vendiendo los
sobrantes a los blancos, por un precio simbólico. Dicha Ley no tuvo
aplicación en la reserva kiowa-comanche-apache hasta 1901, lo que constituyó un
verdadero esfuerzo para los jefes indios de dicha comunidad, finalmente baldío.
[122]
Wovoka, también llamado Jack Wilson (c. 1858-1932). Su interesantísimo
movimiento religioso está bien resumido por el antropólogo James Mooney, The
Ghost-dance Religion and the Sioux Outbreak of 1890, 14th Annual
Report of the Bureau of American Ethnology, Part 2 (1896). Es parcialmente
accesible en Internet, en la página New perspectives of the West
(1887-1914).
[123]
El edificio permanece en pie en las cercanías de la ciudad de Cache y forma
parte de los monumentos históricos de Oklahoma.
[124]
Theodore Roosevelt (1858-1919), Presidente de los Estados Unidos entre 1901 y
1909.
[125]
Capital del condado de Hardeman (Texas), a orillas del Red River, fronteriza
con Oklahoma. En los años finales del siglo XIX tenía unos 1.500 habitantes.
[126]
Ferrocarril de carga, de 117 millas de recorrido, que enlaza el Red River con
la localidad tejana de Floydada, donde la línea enlaza con las de Saint
Louis-San Francisco y Atchison-Topeka-Santa Fe.
[127]
Equivalentes a un millón, en moneda actual (2019).
[128]
Oklahoma fue admitida como el Estado número 46 de la Unión, el 16 de noviembre
de 1907. Para entonces, solo el diez por ciento de su población podía
considerarse india.
[129]
A modo de resumen sobre estos temas teogénicos y jurídicos del peyote y la American
Native Church, véase, en este mismo blog, mi ensayo Dos indios de
película (II): Quanah Parker, el comanche, capítulo 3.
[130]
Lo que acaeció en 1896, si bien hasta 1904 el máximo rector de la iglesia
mormona, Joseph F. Smith, no dio pasos definitivos y concluyentes en el sentido
de prohibir la poligamia.
[131]
Probablemente, su número estaría más próximo a las tres mil, a juzgar por el
territorio que conservaron -alrededor de un millón de acres, incluidos pastos y
bosques comunes-. Nótese que la superficie de cada lote o parcela familiar era
de 160 acres.
[132]
En efecto, hasta 1905 hubo intentos en tal sentido. Finalmente -como Nathanson
presagiaba- el nuevo Estado de Oklahoma ingresó en la Unión (1907) como uno más
dentro de esta.
[133]
Los vaticinios de Nathanson resultaron proféticos: Recuérdese la catástrofe
ambiental y humana que inmortalizó John Steinbeck, en su famosa novela Las
uvas de la ira (1939).
[134]
Extraño, porque Quanah tuvo una vida bastante viajera, visitando con
cierta frecuencia convenciones de ganaderos, en especial, las que se celebraban
en la localidad tejana de Fort Worth.
[135]
Indian Citizenship Act, de 2 de junio de 1924.