Un crimen en casa de Lana Turner
Por Federico Bello
Landrove
Un joven policía se ve profesionalmente
inmerso en un homicidio real, enormemente mediático, en el Hollywood de los
años cincuenta. Treinta y seis años después, los recuerdos se agolparán en su
mente, al volverse a ver, frente a frente, con la estrella a la que ayudó a salir con bien de aquellos
momentos tan difíciles. Relato basado en hechos reales, cuyas notas a pie de
página lo convierten en la mejor aproximación al tema existente en lengua española.
1. Una criada de toda confianza
El retiro de un
capitán de policía no da para mucho, aunque haya trabajado para el prestigioso
Departamento de Los Ángeles; de modo que, cuando un amigo que conocía mi
ejecutoria profesional me ofreció la cómoda y soleada plaza de detective en un
famoso hotel de la Costa del Sol[1],
en España, no dudé en aceptar, y eso que Sandra, mi esposa, puso el grito en el
cielo por tener que abandonar a
nuestros pequeños y encantadores nietos. Pero yo todavía estaba en buena forma;
aún me consideraba joven a mis sesenta y, sobre todo, no me hacía ninguna
gracia quedarme a vivir en una ciudad donde tanta gente me tenía ganas. Y conste que yo no había sido ningún tipo duro y
violento, como la mayoría de los que formaban parte del Gangsters Squad [2]
cuando me reclutó para el grupo el Jefe Parker[3],
a los dos años de ingresar en la Policía. Pero tiempo habrá de volver sobre
estos temas más adelante. El caso es que estuve unos años sacando de apuros a
americanos e ingleses que se hospedaban en el Hotel y confraternizando con mis
colegas hispanos, gracias a mi buen español de Tijuana[4],
cuyos giros y pronunciación a ellos los divertía mucho. Luego, con vivienda
propia y una buena cuenta en el banco, decidí que había llegado para mí el
momento de navegar, tomar el sol y leer el periódico; eso sí, sin ocurrírseme volver
a vivir en California, aunque para ello tuviese que dar largas a mi mujer y
prometerle que viajaríamos allá todos los años. Aún así, con los precios de
España, haríamos economías. Sandra, ya aclimatada a nuestro hogar mediterráneo,
me dejó hacer, como correspondía a una buena esposa de su ascendencia[5].
***
Desde que marché
de Los Ángeles, en vez de felicitar personalmente las Pascuas a nuestros amigos, tomé la costumbre de hacerlo mediante
una postal con vistas de mi hotel. Así lo hice con Madame X [6],
si bien, por timidez o por respeto, dirigía la correspondencia a su criada de
toda la vida, Carmencita. Esta me respondía, casi a vuelta de correo: La Señora le da las gracias por la felicitación. También ella le recuerda con
afecto, etc., etc. Nunca pasamos de ahí, por más que los periódicos de mi
país trajeran noticias de July de vez en cuando, nada halagüeñas, por cierto.
Y, por supuesto, me había hecho enviar desde los Estados Unidos su
autobiografía[7], así
como la bastante más impactante de su hija, que la complementaba[8].
Viniendo de las propias interesadas, vivas, populares y sobre hechos acaecidos
tantos años atrás, decidí no hacer caso de lo poco o mucho que se refería a los
sucesos en que tuve la suerte de intervenir[9].
Por tanto, bien puedo decirles aquello de como
lo recuerdo, así lo cuento.
***
Un buen día de
agosto de 1994, recibí con sorpresa una carta de Carmencita. No la he
conservado pero, más o menos, decía lo siguiente:
… Contra la opinión de médicos y familiares,
y pese su delicado estado de salud, la Señora ha aceptado viajar a España, a un
Festival de Cine, donde le van a hacer un homenaje y darle el premio a toda una
vida, que aquí se le ha negado hasta ahora.
Para
nuestra consternación, nos hemos enterado de que en la provincia donde se
celebrará el homenaje es frecuente que se produzcan atentados terroristas… La
Señora no parece muy asustada, pero se ha acordado de que usted no está lejos y
le agradecería mucho que tomase a su cargo su protección durante los días que
permaneceremos en ese lugar, que se llama San Sebastián. Ni que decir tiene que
para mí también su presencia sería de gran ayuda, pues el estado de salud de la
Señora es delicado y se encuentra muy débil, hasta el punto de necesitar para
desplazarse una silla de ruedas.
… Aunque contamos, ante todo, con su
atenta amistad, la Señora me encarga le diga que abonará sin discusión la
minuta de gastos y honorarios que a usted le parezca pertinente.
Esperamos no nos niegue su inestimable apoyo,
etc., etc.
Al pie de la firma
de Carmencita, otra letra, más vacilante, apostillaba:
No dudo podré contar con su ayuda, que ahora
necesito más que nunca. Su buena amiga, que no le ha olvidado…
Es obvio que la suerte estaba echada. Contesté
enseguida que sí y me dispuse a solicitar cuanta información me fuera posible
acopiar sobre aquel Festival, tan generoso con Madame X en su hora final. No queriendo sentar plaza como
guardaespaldas oficial, solicité de la secretaria de la actriz, por conducto de
Carmencita, una credencial como enfermero
o cuidador de July, con
alojamiento próximo y libre acceso a su persona. Dependiendo en gran parte de
una silla de ruedas, no me costaría pasar por lo que deseaba aparentar. Eso sí,
quedé en no ir a recibirlas al aeropuerto, sino encontrarlas en el hotel donde
se alojarían. Así tendría ocasión de echar un vistazo de profesional a las
habitaciones y los alrededores. En cualquier caso, juzgaba del todo improbable
que ningún descerebrado atentara contra la vida de alguien tan popular en todo
el mundo. Algún aviso de bomba, probablemente falso, era todo lo más que podía
esperarse, como en alguna edición anterior del Festival me contaron que había
acontecido.
Así que me permití completar la aceptación
del encargo con unas palabras tranquilizadoras: Estoy seguro de que nuestro encuentro servirá para avivar recuerdos y
sentimientos, pero será completamente innecesario desde el punto de vista de su
seguridad.
Más valía que así fuera porque, ¿qué
demonios podría hacer como guardaespaldas un tipo de casi setenta años, que iba
a trabajar al margen de todos los profesionales en activo? En fin, el domingo,
18 de septiembre, tomé el primero de los dos trenes que me llevarían de Málaga
a San Sebastián. Tenía un montón de horas para pensar y recordar; sobre todo,
para recordar.
2. Aquellos días de lluvia y de misterio
Como policía
veterano, he aprendido que no hay hombres -ni mujeres- de una pieza y que de lo
único que puede estar uno seguro, si acaso, es de lo que ve con sus propios
ojos. A partir de los primeros años sesenta, se puso de moda denigrar a quien
tengo por el más grande policía que conocí, considerado hasta entonces un ídolo
por los ciudadanos, un peón utilísimo por los políticos y un demonio por los
mafiosos. Luego, cayeron sobre él toda clase de baldones, frecuentemente
injustos, o verdaderos a medias: que si era un bárbaro, o un corrupto, o
discriminaba ferozmente a la gente por su raza o su etnia… Lo cierto es que fue
aquel hombre poliédrico quien metió en cintura a los pandilleros, elevó a las
alturas a la hasta entonces vergonzante Policía angelina… y a mí me puso en el
camino del progreso profesional del modo más difícil: encajándome a los veintisiete
años en el selecto y curtido grupo anti-gangsters de Los Ángeles. Nunca supe
por qué, aunque motivos -modestia aparte- no le faltaran. Me había graduado en
Criminología en mi San Diego natal y había sido el número 3 de mi promoción en
la Academia de Policía de Los Ángeles; hablaba correctamente español, me
defendía en italiano y acababa de casarme con una japonesa-americana; es verdad
que no era muy fuerte y me molestaba el empleo de la fuerza bruta pero, en
cambio, era honrado, trabajador y tenía una memoria excelente. El caso es que estaba preparando los exámenes para sargento uniformado, cuando el propio
Parker me convocó a su despacho, en presencia del capitán de la Squad, y me dijo de sopetón:
-
A
ver, enumérame a todos los tipos que conozcas del gang de Mickey Mouse[10],
con los cargos que ocupan.
Desde luego, no
era mi fuerte, pero había tenido un par de intervenciones importantes en
materia de drogas y estaba familiarizado con aquella familia. Le solté dieciséis nombres de los alrededor de treinta que
se decía la integraban y le di detalles de cada uno, discriminando lo seguro de
lo probable. Uno de los tipos que salió a relucir era, por supuesto, Johnny
Stomp[11].
Al acabar, el Jefe y el Capitán se miraron y aquel me ordenó:
-
Despídete
de tu comisaría, que el próximo lunes empiezas a trabajar con los chicos.
-
¿De
uniforme, señor?, pregunté.
-
Creo
que un terno marrón y una corbata verde te sentarán mejor, repuso Parker. Pero
procura que no sea muy caro, no vaya a ser que la cagues y vuelvas en seguida de patrullero.
Por supuesto,
aproveché uno de los trajes usados que tenía. Y, desde luego, no la cagué. De
hecho, pronto fui uno más y no de los peores. El caso de Sir Charles Hubbard me
dio, incluso, un poquito de notoriedad. Si se lo cuento, es por la importancia
que tendría para lo que pasó luego.
***
Sir Charles
Hubbard era un inglés adinerado y de familia de postín que, quién sabe por qué,
apareció por Los Ángeles en 1948, con el propósito de invertir un buen montón
de libras en inmuebles y negocios lucrativos. Por su propio gusto o por olfato de los malos, cayó en manos del gang de Cohen, que encargó del cándido
ricacho a Stomp quien, pese a no tener más que veintitrés años, se las sabía
todas y era más listo que el hambre. En menos que canta un gallo, le sangró
85.000 dólares de entonces[12],
a mayores de lo que el aristócrata invirtió de modo efectivo. ¿A título de qué
y para quién recibió Stomp ese pellizco?
No tardando, él y su jefe Mickey Mouse tuvieron que explicarse ante el famoso Comité que dirigía el senador Kefauver[13],
haciéndolo de forma inverosímil pero, por supuesto, la más favorable para
Cohen: Sir Charles había prestado el dinero a Stomp, a espaldas de su Jefe, y
el préstamo había volado, sin que
constara su devolución. A esas alturas, el Sir
había regresado a Inglaterra y no tenía la menor intención de presentarse a
declarar ante el Comité. Sus buenas razones tenía: A finales de 1948 había
caído en una redada anti vicio, en posesión de marijuana, lo que podía
suponerle a la sazón hasta seis años de cárcel. Como de costumbre para los
detenidos famosos, la cosa se solucionó con dos meses de estancia en la prisión
del Condado angelino. Acabado el bimestre, Hubbard tomó el avión para su
tierra, sin esperar a que lo deportaran, como era casi inevitable. ¡Qué
casualidad! Un buen montón de dólares no debieron de viajar de vuelta con él,
pues ninguna de las publicaciones amarillas de California se hicieron eco de lo
sucedido. Ya se sabe: el aroma del dinero embota el olfato de muchos periodistas…
y de bastantes policías.
Cuando yo me
incorporé al Gangsters Squad todo lo
que les he contado estaba ya olvidado, salvo en los archivos del Escuadrón. Allí figuraba la declaración
de Sir Charles, a raíz de su detención por posesión de marijuana, en la que,
tratando de explicar la razón y la relevancia de su presencia en Los Angeles,
reconocía haber entregado trescientos mil
dólares a Cohen en concepto de conseguidor, partícipe y protector para sus
pretendidos negocios e inversiones. Eso sí que cuadraba aunque, por supuesto,
no hubiese soporte documental: Como era habitual en los Jefes mafiosos, Cohen
había utilizado a Stomp como depositario del dinero, hasta poder colocarlo en
lugar seguro. El esbirro se había quedado con la friolera del 28,5%, porcentaje
que revelaba algo que más tarde se evidenciaría: Que Cohen apreciaba a Stomp,
más allá de lo normal en un Jefe mafioso y, desde luego, de lo que su
subordinado se merecía. Eso, por supuesto, si la mayor parte de la mordida no había ido a parar finalmente
a manos del Jefe pues, lo que es Johnny, no parecía haber mejorado mucho de
fortuna en aquellos tiempos.
Se dirán qué
demonios estaba haciendo yo husmeando en el infierno,
como mis colegas veteranos llamaban a los archivos de las secciones de Vicio y
Crimen Organizado[14].
El caso es que, en los últimos años cincuenta, Cohen tenía sus días contados,
precisamente del mismo modo que se había acabado con Al Capone, es decir,
investigando sus ingresos y acusándolo por evadir los impuestos por los mismos[15].
La cosa no dio resultado hasta 1961[16],
pero ya estábamos -otros dos compañeros y yo- desde unos años antes tras de sus
cuentas y negocios. Y así estaban las cosas cuando el pobre Stomp saltó a las
primeras planas de todos los diarios del país. Seguro que jamás lo habría
imaginado.
***
Como sin duda
recordarán, el Viernes Santo, 4 de abril, Johnny Stompanato fue muerto, sobre
las nueve y media de la tarde/noche, de una cuchillada en el vientre, inferida,
al parecer, por la hija de Madame X,
en el dormitorio de la casa de la actriz en Beverly Hills, concretamente en
Bedford Drive[17]. No
diré que brindáramos con bourbon,
pero a mis compañeros y a mí se nos dio un ardite de la muerte de aquel
mafioso, metido a gigoló; más o
menos, como siempre que un pandillero violento pasaba a mejor vida, sin que
nosotros tuviésemos que quitársela.
La casa donde se produjo "el crimen"
Por eso, me
extrañó, y disgustó, que el lunes, 7, me llamara el Capitán a su despacho para
hacerme un encarguito. Estaba
presente también un caballero sesentón de aspecto amable, en quien, aunque
apenas lo había visto antes, reconocí al Fiscal del Distrito[18].
Mi jefe resumió:
-
Es
sobre el asunto Stomp. El Fiscal quiere apuntalar mejor la investigación y ha creído
que un oficial del Squad sería un
buen fichaje, dada la cualidad de la víctima. He pensado en ti, que tienes
además buenos conocimientos de criminología. Así que quedas liberado de otros
servicios y ponte a las órdenes del señor McKesson para colaborar con la
Policía de Beverly Hills, que lleva el caso.
El Fiscal
apostilló:
-
Si
no tiene inconveniente, oficial, puede venir conmigo en el coche hasta mi
despacho. Así le iré contando pues, cuanto antes le ponga al corriente de lo
que espero de usted, mejor.
Lo que McKesson me
contó habría puesto los pelos de punta a cualquier investigador, de no ser por
el poco interés que podía despertar la muerte de un tipo como Johnny Stomp. La
señora de la casa y su hija habían tenido la ocurrencia de telefonear a todo el
mundo antes que a la Policía: al ex marido padre de la chica, que, por cierto,
no andaba lejos de la banda de Cohen[19];
a la madre de la actriz; al médico habitual de la familia[20];
por último, al más famoso abogado criminalista de la ciudad, quien a su vez
avisó al detective privado de su confianza[21].
Cuando, por fin, empezaron a llegar los policías, ya los periodistas que piratean
sus emisoras andaban husmeando por el jardín y se colaron de rondón en la casa[22].
-
Figúrese,
Fowler -me dijo el Fiscal-, cómo sería la cosa que no había apenas sangre en la
habitación y el cuchillo estaba tan limpio, que no pudieron encontrarse huellas
dactilares de utilidad.
-
Eso
-agregué-, por no hablar de los rumores sobre que la asesina fue la madre y la
chica ha cargado con el muerto, ya que solo tiene catorce años y pasará a la
Justicia de Menores.
McKesson siguió
dándole vueltas a todas las lagunas de prueba, que él y yo comprendíamos
tácitamente que ya no tendrían vuelta de hoja, al menos, de la forma total y
rigurosa que requiere un juicio por homicidio. Así que decidí ser franco y le
espeté al fiscal:
-
Yo
creo que aquí solo hay un punto en que insistir y tratar de estar seguros, y es
el de si el cuchillo se lo clavó a Stomp la madre o la hija. Si, como hasta
ahora parece, fue la chica, no creo que el muerto merezca que se le den muchas
vueltas a que el homicidio fue justificado, en defensa de la madre. Pero, si se saca la conclusión de que ha sido la estrella,
¿hasta dónde está usted dispuesto a llegar?
Mi interlocutor se
quedó estupefacto de mi atrevimiento. Respondió, en principio, con tópicos:
-
No
hace ni año y medio que tomé posesión de mi cargo, por muerte de mi antecesor,
y siempre he dicho y practicado que todos los criminales deben responder de sus
actos, cualquiera que sea su fama o categoría. Llegue usted hasta el fondo y
deme pruebas, que yo actuaré con la mayor firmeza.
-
¿Aún
siendo la víctima un indeseable y un matón?
-
Para
eso están las atenuantes.
-
Y,
en lo que le he dicho de la chica, ¿está de acuerdo?
-
Hasta
cierto punto, sí. No es cosa de arruinar su vida si solo pretendía salvar a su
madre y tenía fundamento para estar atemorizada; pero yo he sido juez de
menores y me ha tocado castigar a muchos chicos de la edad de Cheryl y con
muchas menos oportunidades y cultura. Aún en el caso de que salga con bien de
la prueba, habrá qué ver lo que se hace con ella y la responsabilidad económica
en que hayan incurrido los padres hacia la familia de la víctima.
Parecía estar todo
dicho, pero el tal McKesson resultó ser un zorro:
Me había ocultado hasta entonces un dato importante. Me dijo:
-
Antes
de que se vaya, oficial: Creo que no le he dicho todavía que, esta mañana, hemos
tenido la vista preliminar y el Juez me ha cortado las alas. Quiero decir que
ya no está solo en mi mano llevar el asunto a juicio porque, para aclarar mejor
las cosas, ha ordenado una encuesta a
cargo del Coroner[23]. La nueva audiencia será el próximo
viernes, día 11. Así que solo tiene usted tres días mal contados para hacer
averiguaciones y comunicar a mi Oficina lo que resulte de ellas.
-
¿Y
qué ha decidido el Juez sobre la situación personal de la hija?, pregunté.
-
En
contra de mi voluntad, que continúe en el centro de detención de menores del
Condado, hasta que se celebre la vista.
-
Eso
puede facilitar las cosas, repuse sin explicarme más.
Cuando salí del
edificio, el cielo plomizo sobre la ciudad, que había arrojado agua sin tasa
los días anteriores, se abría tímidamente, dejando filtrar unos picantes rayos
de sol. Me metí en la primera hamburguesería que vi y llamé desde allí al Squad, para que me mandasen uno de los
coches. El compañero que cogió el teléfono gruñó:
-
¡Qué señorito eres! ¿No puedes venir tú por
él?
-
Imposible,
Vinnie, ahora tengo que comer… y que pensar.
Madame X, Johnny Stompanato y Cheryl
Crane
***
En la misma
Oficina del Fiscal me facilitaron toda la documentación existente hasta
entonces, tanto de la Policía de Berverly Hills, como del propio Coroner, incluido el extenso informe de
autopsia, en que habían intervenido varios facultativos, además del médico
forense titular[24]. No
obstante, esa misma tarde me entrevisté con el Jefe de la Policía de aquel
dorado suburbio[25], un veterano
de aspecto duro, con una barbilla hendida y prominente que dejaba chiquita a la
de Gregory Peck. Por deferencia y por interés, lo abordé con guante de seda,
tratando de evitar cualquier enojosa emulación:
-
En
la Oficina del Fiscal ya he leído su atestado: muy humano y bastante completo,
pese el retraso con el que los llamaron y la barahúnda que se organizó dentro
de la casa.
El Jefe agradeció
la comprensión y me hizo una confidencia que me dejó atónito:
-
Una
semana antes, me telefoneó la madre de Madame
X para contarme los abusos y maltratos que sufría su hija por parte de
Stompanato. Yo le contesté que era la actriz quien debía denunciarlo y que,
entre tanto, no podía hacerse nada. Ahora lo lamento. Si le hubiera dado un toque a ese tipo, en este momento
estaría vivo.
-
Cosa
que a mí, personalmente, me trae sin cuidado, siempre que no haya sido su
amante la que esgrimiera el cuchillo, como mucha gente empieza a pensar. ¿Qué
opina usted de eso?
-
Estoy
convencido de que fue la chica. Es más, la noche del crimen la madre quiso en
varios momentos echarse la culpa de lo sucedido, para encubrir a su hija, pero
esta mantuvo en todo momento que lo había hecho ella, aunque no sabía bien cómo
había sucedido. Finalmente, en presencia de su abogado, Giesler, la conminé a
que me dijera la verdad, pues nadie debía cargar con lo que no hubiese hecho; y
ella me reconoció, todavía de mala gana, que había sido su hija.
-
De
todas formas, Clinton -observé-, voy a insistir con ese tema crucial de la
autoría, apretando a quienes, de
antemano, más a favor pueden estar de la muchacha. Cuento con usted, si alguno
de ellos me pone dificultades. Por lo demás, necesitaré copia de todo lo que se
haga de aquí al viernes, en especial, si el Coroner
completa su mediocre trabajo médico legal, en vista del toque de atención
del juez[26].
Clinton torció el
gesto. Por primera vez parecía mirarme como a un intruso. Entonces me aproveché
-lo reconozco- de su sinceridad anterior:
-
No
crea que me gusta a mí -dije desdeñosamente- dejar mi trabajo en Los Ángeles
para asistir al Fiscal en este endemoniado caso. Nada de esto estaría pasando,
si usted hubiese sido más receptivo a la llamada de auxilio de la madre
atribulada de una estrella del
celuloide. ¿Acaso no sabía que el implicado era un canalla sin escrúpulos? Dios
le libre de que la prensa, o el propio Fiscal, se enteren de su pasividad. ¡Y
habiendo elecciones este año!
El Jefe Anderson
palideció y tragó saliva. Me prometió su incondicional y rápido apoyo. Sonreí:
-
No
se preocupe, nadie sabrá por mí de esa llamada de auxilio no atendida. Ahora,
si me lo permite, voy a darme una vuelta por el Luau[27]. El
señor Crane me está esperando.
3. En el ojo del huracán
Para entendérmelas
con Steve Crane no me hizo falta, ni apretarlo,
ni pedir colaboración al Jefe Anderson. Como casi siempre en mi vida, me fue
bien abordándolo con seriedad y perspicacia. Dice mi esposa que algo se me ha
debido de pegar de su sangre oriental.
-
Ya
habrá leído los diarios -empecé- y podrá haberse dado cuenta de que hay rumores
cada vez más insistentes acerca de que fue su ex esposa la que mató a su
amante… Como usted se lleva bien con su hija y fue el primero en llegar a la
casa, he venido a que me dé su opinión al respecto.
El arma del crimen
Crane fue claro y directo. Ni por teléfono,
ni hasta que hubo visto el cadáver y pedido explicaciones, Cheryl y su madre le
confesaron lo sucedido. De hecho, le resultaba muy duro creer que su hija
hubiese sido la autora, siendo casi una niña, armada de un cuchillo… y contra
un tipo fuerte y experimentado. Pero una y otra vez, sin vacilación, la chica
le confesó lo sucedido, en particular, cómo había bajado a la cocina a coger el
arma y que la había puesto de punta ante sí, cuando Johnny se dirigió
amenazadoramente hacia ella, saliendo del dormitorio.
-
¿Amenazadoramente?
-
Parece
ser que no dejaba de vocear y llevaba un brazo levantado, como para descargar
golpes, contra su madre o contra ella.
-
Pero
luego resultó -argüí- que se trataba de unas perchas de madera, con ropa suya,
que -vaya usted a saber por qué- el tipo llevaba en alto, como para que no se
rozaran con nada ni con nadie.
-
El
miedo es libre -replicó encogiéndose de hombros-, y más, con lo que July le
había pedido a Cheryl más de una vez; la última, al parecer, aquél mismo día.
-
¿Qué
fue lo que le pidió?
-
Que
la ayudara, llegado el momento de echar a Johnny de casa, como pretendía.
-
¿Está
seguro de lo que dice? No me parece lógico pedir ayuda a una chiquilla de
catorce años, en vez de acudir a los mayores.
-
¡Qué
quiere que le diga! Yo nada oí, ni puedo asegurarle las palabras exactas. Tal
vez fueran las de que estuviera preparada
de cara a lo que podía avecinarse.
-
Pues,
si fue así, es ciertamente una imprudencia como un piano. Y, si trasciende, a
Cheryl no le va a ayudar nada y a su madre se le puede caer el pelo.
Crane permaneció
callado, mustio, como pesaroso por haber hablado más de la cuenta. Como con
Anderson, tuve a terminar la entrevista prometiendo mi silencio:
-
Descuide,
Steve, pero no se le ocurra contar esto en el juicio, pues puede ser muy grave,
y usted solo lo oyó a otros…
-
A
mi hija.
-
…
A su hija, en efecto. Por mi parte, yo lo guardaré para mí y sacaré las
oportunas consecuencias.
-
¿Qué
serán…?
-
Amigo Crane -concluí-, soy yo quien
pregunta. Solo le diré una cosa, como a padre preocupado: Haré de lo que me ha
revelado el mejor uso posible, en bien de su hija.
***
Mi siguiente
objetivo era la madre de Madame X, doña
Mildred[28],
cuyo afecto por su nieta Cheryl era bien conocido, pero a la que yo no me
atrevía a abordar de sopetón, sin pasar por la recomendación de su hija. La
cosa presentaba sus riesgos y tampoco tenía tiempo para andar pidiendo
audiencia. Así que, a media mañana del miércoles, día 9, vestí mi mejor traje,
me empapé en lavanda de Atkinsons y,
con la Heroica bajo el brazo[29],
llamé a la puerta del número 730 de Bedford Avenue, con mi papel bien ensayado. Pero, como de costumbre, me tocó improvisar,
al abrirme la puerta una criada bajita, todavía joven, cuyo acento descubrí al
momento como chicano[30].
Ello me dio pie para una entrada espectacular en español:
-
Soy
el oficial Harrison Fowler, comisionado por el Fiscal del Distrito para el caso
Stompanato. ¿Podría la señorita anunciarme a Madame X?
Al propio tiempo
que decía estas frases, le tendí la mano, con el vinilo envuelto en flamante
papel rojo. Sonreí:
-
Puede
decirle a la señora que vengo en son de paz y que, como prueba, le ruego acepte
este obsequio.
Aprovechando que
la muchacha se había quedado inmóvil,
como asombrada, añadí con mi registro más suave:
-
Por
cierto, señorita, ¿podría decirme cuál es su gracia?
La interpelada
balbuceó:
-
Carmen,
Carmen López Cruz, pero puede llamarme Carmencita.
-
Pues
bien, Carmencita, tenga la bondad de anunciarme a su señora, y recuerde:
oficial Fowler, de parte del Fiscal del Distrito… y en son de paz.
Carmencita me dejó
pasar hasta el gran vestíbulo y se perdió por un pasillo a la derecha, en el
mismo piso bajo. Yo conocía perfectamente la distribución de la casa, gracias a
los planos que había levantado la Policía, y me dije: La diva está en el salón. Veremos de qué humor…
Al cabo de un par
de minutos, volvió la empleada -sin el disco: buena señal- y me invitó a pasar
al consabido enorme salón de esquina, plagado de fotografías y bibelots, muebles de relumbrón y
alfombras de grueso tomo. Como comprenderán, todo esto lo digo por lo que
detecté en visitas sucesivas. En aquella me bastaba con tener ojos para la encantadora
y minúscula anfitriona[31]
y, por supuesto, para el individuo que la acompañaba y que tuvo la gentileza de
levantarse, muy sonriente, para saludarme: Frank Sinatra[32].
Yo lo conocía un poco -como todos mis colegas del Squad- pero no había tenido ninguna actuación con o contra él[33].
Así que aproveché su presencia para ganarlo para mi causa:
-
Me
alegro de encontrarte aquí, Frankie. Así podrás confirmar a Miss X
los detalles que ella no conozca sobre Mickey Cohen y el difunto Stompanato; y,
de paso, también aclararle que no todos los policías anti gangsters son unos
brutos insensibles.
-
Ya
me estoy dando cuenta, señor Fowler -intervino July-. Ha sido un gran detalle
por su parte -dijo, mostrando el regalo, aún sin abrir-.
-
¡Oh!
-repuse-, no tiene importancia. Solo es la mejor versión de la Sinfonía Heroica.
Me pareció muy propio, pues ya sabe usted que contiene una marcha fúnebre.
Me había colocado
en el filo de la navaja, pero me salió bien. Tras un momento de perplejidad, la
actriz rompió a reír a carcajadas, acompañándola Frankie de muy buena gana. El
hielo estaba roto. Ahora era el momento de ponerse serios y abordar el tema que
me había llevado hasta allí.
***
Plano de la habitación del crimen, manejado durante el juicio
-
Estoy
aquí -inicié mi explicación- porque el Fiscal teme que Mickey Cohen, que apreciaba
mucho al difunto, aproveche las dudas que la muerte de Stomp plantea, y se
dedique a esparcir rumores calumniosos y a amenazar o intentar alguna venganza
por lo sucedido. Todos sabemos que es muy capaz y, de hecho, pueden favorecerle
las habladurías que vienen apareciendo en los periódicos, cuyo contenido no es
necesario que les detalle porque no me cabe duda de que las conocen.
-
De
sobra -suspiró July-, pero ¿qué quiere que hagamos? Ya he dado toda clase de
explicaciones sobre mis relaciones con Johnny, lo mal que venía comportándose
conmigo en los últimos tiempos y la razón y circunstancias en que la pobre
Cheryl actuó contra él, sin que yo me percatara en absoluto.
-
Lo
sé -respondí-, pero no ha logrado convencer a Cohen, para quien Johnny era un angelito, al que parece quería como a un
hijo. En cualquier caso, algo está tramando: identificó el cadáver; organizó y
pagó el entierro; ha corrido con los gastos del viaje de la familia Stompanato
desde Illinois y no hace más que poner en duda, cuando no negar, la versión de
los hechos que ha recogido la investigación policial.
-
Tal
vez debí portarme de manera más… correcta con Johnny, dijo la actriz, volviendo
sobre lo del entierro. Si por mí hubiese sido, habría acudido al depósito y
luego al funeral, para dar la cara y acompañar a quien, a fin de cuentas, había
sido mi amante durante un año; pero Steve, primero, y luego Giesler me lo
prohibieron terminantemente, como peligroso y contraproducente para nuestros
intereses procesales. No sé si sabe -dijo dirigiéndose a mí- que Cohen me
telefoneó para reclamarme los gastos que había adelantado para el féretro y el funeral. Como es natural, le
mandamos a hacer gárgaras, lo que parece le sentó muy mal y amenazó con tirar de la manta.
-
No,
no lo sabía -contesté-, pero no me extraña nada, viniendo de él. Hay que estar
preparados para lo que quiera montar en
la encuesta del Coroner, donde no
habrá más remedio que llamarlo, ya que fue él quien identificó el cadáver en la
morgue. No hay que tenerle miedo,
pues lo tenemos controlado, pero seguro que busca armar escándalo y perjudicarla
a usted con mentiras y habladurías. Por eso quiero pedirle una cosa, para no
dejar ni un cabo suelto a partir de ahora en lo que más me preocupa a mí y
seguro que a usted.
-
Dígame
de qué se trata y tenga por seguro que haré cuanto esté en mi mano, aseguró mi
interlocutora.
-
Es
muy sencillo. Se trata de que dé su conformidad a que me entreviste con su
madre. No va a tratarse de un interrogatorio formal, ni de que declare en la
vista -eso, en todo caso, es decisión del Coroner-,
sino de que, como abuela, me hable de Cheryl y de todo lo que la chiquilla le
haya contado sobre lo sucedido. Creo que hay mucha confianza entre ellas…
July pareció
sorprendida -y no muy de acuerdo- con mi petición, pero no podía, bajo ningún
concepto, oponerse a ella. Convino, pues, en telefonearla inmediatamente,
exhortándola a que se sincerase plenamente conmigo -como con un amigo, aseveró-. Ofreció su casa para la entrevista,
pero yo decliné el ofrecimiento, para obtener una mayor intimidad. Hizo la
llamada en mi presencia, quedando citados para el día siguiente, a las diez de
la mañana, en casa de la señora. Dando por finalizada la visita, hice ademán de
levantarme para marchar, pero Madame X
se empeñó en que tomásemos algún aperitivo, dada lo avanzado de la mañana.
Acepté un vermú, que nos sirvió otra criada, no Carmencita, sino una tal
Arminda, que pronto resultaría un tanto infiel hacia su señora. En vista de
ello, cuando al fin me dieron licencia Lucy y el locuaz Frankie para retirarme,
solicité:
-
¿Podría
despedirme de Carmencita? Quiero preguntarle por unos amigos comunes que, al
parecer, tenemos en el Shaw[34].
***
Lo de los amigos
comunes era una disculpa, para que July no entrase en sospechas por mi
solicitud. Afortunadamente, Carmencita y yo podíamos hablar en español, idioma
que su señora no conocía lo bastante como para entender nuestra conversación,
si es que se atrevía a espiarnos. Nos aposentamos en la cocina y decidí ser
bastante menos melifluo que cuando me abrió la puerta de la mansión:
-
Veamos,
Carmen, ¿cuánto tiempo lleva con Madame X?
-
Unos
cinco años.
-
Y
supongo que está muy a gusto con ella.
-
¡Huy!,
no lo sabe usted bien. Hemos cogido confianza -aunque cada una en su sitio- y
la aprecio muchísimo.
-
Y
a la niña también, me figuro.
-
También,
aunque se está volviendo un tanto rebelde, sobre todo, con su madre.
-
Bien,
y siendo así, ¿me quiere usted explicar cómo es que aguantó toda la batahola
del viernes sin intervenir ni llamar a alguien en auxilio de su señora? -decidí
dar por supuesto que ella estaba en casa en aquellos momentos-.
Carmencita
reaccionó con mucha más calma de lo que me esperaba:
-
Mire,
señor inspector, el servicio no debe intervenir en las cosas de los señores.
Además, aunque me esté mal el decirlo, las discusiones escandalosas eran
bastante… corrientes entre la señora y algunos de sus… amigos, y ella me tenía
advertido que, si no me llamaba, dejase estar las cosas, que las palabras se
las lleva el viento.
-
¿Y
los golpes?
-
Yo
no escuché ninguno; claro que tenían la puerta cerrada y estaban en el piso de
arriba.
-
¿Y
no oyó gritar a Cheryl, pidiendo que se calmasen y que le abriesen la puerta?
-
En
efecto. La verdad es que pensé que era una lástima que la niña tuviera que intervenir
en aquel espectáculo, pero ya tiene catorce años y su presencia podía calmar
los ánimos: El difunto Johnny la apreciaba y trataba con deferencia.
-
Así
que Cheryl estaba arriba y usted abajo; de modo que no se vieron hasta que pasó
lo que pasó…
-
Se
equivoca usted: sí que la vi, de pasada, cuando bajó a la cocina.
-
¡Ah!
Así que bajó a la cocina -dije, haciéndome de nuevas-. ¿A qué?
-
Lo
desconozco. Yo no estaba aquí, sino por el pasillo, camino del salón. Me quedé
mirando, pero solo vi que entraba y salía al momento.
-
Con
un cuchillo en la mano…
-
Supongo,
señor, puesto que no creo que lo tuviese con ella arriba, pero la verdad es que
no se lo vi en la mano. Para mí, hasta entonces, era un cuchillo más, como de ocho pulgadas de hoja, que no
tenía localizado.
-
Se
ha dicho que acababan de comprarlo aquella misma mañana. De hecho, aún tenía
pegado un resto de etiqueta en el mango.
-
No
tengo noticia. A mí, desde luego, no me encargaron la compra.
-
Ya
lo sé. En el informe de la Policía dicen que fueron la señora y el difunto.
Como a mí, a
Carmencita le pareció ello sumamente improbable:
-
¿La
señora y su amigo yendo a comprar un cuchillo de cocina? ¿En dónde? ¿A quién?
-
Tiene
razón, Carmen -concedí-; es una de tantas cosas que el informe de la Policía ha
pasado por alto… Como pasó por alto interrogarla a usted, estando en la casa y
conociendo perfectamente la situación. Claro que eso puede solucionarse y
llamarla como testigo para la audiencia del viernes.
Carmencita pareció
a punto de desmoronarse. Seguro que sabía bastante más que muchos de los que
declararían dos días después. No obstante, a mí no me interesaba otra cosa que conocer
quién había manejado el cuchillo con tanta eficacia. Decidí emplear mano izquierda.
-
Claro
que podría evitarle el mal trago, si me contesta ahora con toda la verdad a dos
preguntas.
-
Hágalas.
Le responderé con el corazón en la mano.
-
¿Ha
oído a alguien decir que a Johnny no le mató Cheryl, sino su madre?
-
¡Quite,
qué disparate! Yo misma escuche de boca de la niña, desde el primer momento,
que había sido ella, en defensa de su madre. Además, ya le he dicho que solo la
vi a ella bajar a la cocina.
-
¿Y
cómo puede una jovencita de catorce años, sin experiencia en peleas, clavarle
un cuchillo a un gángster joven y matarlo?
-
No
sabría que contestarle. Supongo que él no se imaginó que Cheryl tuviese un
cuchillo, ni se lo vio en la mano. Por lo demás, no se la imagine como una niña
pequeña. Es delgada, pero fuerte, y casi tan alta como lo era Johnny[35].
-
Por
cierto, Carmen, en el salón nos sirvió otra criada de la casa. ¿Sabe si estuvo
en casa el pasado viernes, cuando todo el lío?
Carmen hizo un
gesto despectivo, antes de contestar:
-
Arminda…
Una correveidile de Johnny… Libraba ese día, pero, si quiere preguntárselo
personalmente…
-
No
hace falta, repuse. Eso sí, para no intranquilizar todavía más a la señora,
puede decirle que hemos estado hablando de algunos conocidos comunes del Shaw. Es lo que yo le dije para explicar
esta charla nuestra, que espero no le haya resultado en exceso molesta.
-
Es
su trabajo -sonrió-. Cada uno se gana la vida como puede.
O, como diría el
otro, tiene que haber gente para todo.
4. Las vísperas
Saludé a Mildred,
con la esperanza de que en su casa no leyeran el Examiner[36].
Pero no hubo suerte. La madre y el padrastro de July estaban indignados:
-
¿Cómo
es que la Policía no hace nada por defender el honor de los ciudadanos? ¡Esas
cartas[37],
una vez muerto el granuja, eran
propiedad de mi hija! -exclamó Mildred-.
Podía haberle dado
una explicación de media hora sobre la Primera Enmienda[38]
y la titularidad de las cartas, una vez recibidas por el destinatario, pero
juzgué mejor y más fácil seguirle la corriente:
-
Tiene
usted razón, señora, pero el diario salió ayer tarde con esas doce cartas y no
hemos tenido tiempo de reaccionar. Descuide, que a Cohen le vamos a pegar donde
le duela.
-
Total,
el mal ya está hecho, gruñó el señor May[39].
-
No
lo crea. Las cosas pueden ponerse bastante peor y a eso vengo: a tratar de
evitarlo.
De buenos modos,
logré echar de la habitación al señor
May y me quedé a solas con Mildred. Le resumí la situación de la siguiente
forma:
-
Que
July amase, o no, a Johnny carece casi de importancia, con una condición: que
no sea ella la autora del homicidio. ¿Qué me dice a esto?
-
Pues
que, para desgracia de mi pobre nieta, no hay ninguna duda de que fue ella
quien lo hizo.
-
¿Se
lo hizo ella saber así desde el primer momento, sin dudas ni rectificaciones?
-
En
efecto. Yo llegué aquella noche a la casa en seguida, a llamada de mi hija, que
me pidió el teléfono de nuestro médico y me dijo lo que había pasado. Encontré
a Cheryl en su habitación, hecha un mar de lágrimas, consolada por su padre,
mientras July se preocupaba por el herido, pues Mac[40]
no había llegado todavía. La propia niña me refirió que había cogido de la
cocina un cuchillo para defender a su madre, sin más intención que la de
amenazar, pero que Johnny, al salir violentamente de la habitación, debió de
clavárselo al descuido.
-
Dejemos
los detalles, máxime contando con que no creo que la llamen a usted al estrado.
Lo que yo necesitaba saber con seguridad es que su nieta fue la que mató sin
querer a Stompanato. Supongo que usted no me mentirá al respecto, queriéndola
como la quiere. Mire que no es ninguna tontería. Es obvio que las consecuencias
serían más graves si su hija hubiese sido quien lo acuchillara, pero Cheryl,
menor y todo, no va a irse de rositas. Ya ve que la han metido presa en un
centro para menores, lo que no es ninguna broma…
Mildred se echó a
llorar con desconsuelo. La imagen de la
niña entre rejas, con la compañía de las peores jovenzuelas de Los Angeles,
le rompía el corazón, sin duda. Decidí poner fin a la entrevista, llamando a su
marido para que la atendiera. Yo cogí el portante, no sin antes llamar por
teléfono a mi mejor amigo del Squad:
-
Bud, voy para allá. Necesito que me aconsejes y, en su
caso, me ayudes con el caso Stomp.
-
Ya
me figuro por dónde vas -aventuró con ironía-. Se está volviendo un asunto
demasiado gordo para un pipiolo como
tú.
***
Bud White[41]
no era mucho mayor que yo, pero se había curtido ya en el Squad al ingresar yo en él. Nos caímos bien y, cuando a su compañero
anterior lo balearon, solicitó expresamente trabajar conmigo. Era fuerte como
un toro, honrado y no más violento de lo necesario. Quizás no fuese muy listo
-Dios me libre de que llegue a leer esto- pero tenía buen olfato y se las sabía
todas, de sus tiempos de patrullero. Soltero empedernido, no abusaba de su
libertad, ni de los derechos que
podía darle la placa. Solo tenía un punto flaco: los que pegaban a las mujeres.
Con ellos no tenía piedad y había que quitárselos de las manos… cuidando de que
no nos sacudiera de paso a nosotros. Los que creían conocerlo, decían que había
visto sufrir mucho a su madre por ese motivo. Yo solo sé que, cuando lo invité
a casa para conocer a mi esposa y le dije que era tan dulce y sumisa como las
japonesas de antaño, hizo un aparte, me miró con cara de ogro y me espetó:
-
Pobre
de ti como me entere de que abusas de ella o no la tratas bien.
Por supuesto, no
se lo conté a Sandra. No quería que creyera que mis dulzuras para con ella eran
fruto del miedo hacia el armario de
Bud.
***
Estando en juego
el maltrato de una mujer, aunque fuese tan poderosa como July, Bud se puso
inmediatamente de su parte y me abroncó:
-
No
se puede consentir que Cohen y su gentuza la traten como a un trapo sucio,
después de haber sufrido durante un año las palizas y extorsiones de ese cabrón
de Stomp. ¡Si hasta han llegado a decir que madre, hija y gángster formaban un
trío y que todo ha sido por celos de la madre hacia la hija!
-
Lo
sé, Bud, pero bien sabes lo poco que puede hacerse cuando la prensa amarilla se
ceba con un famoso. Dejemos que la Justicia resuelva el caso y entonces podrá
procederse por libelo, difamación o lo que sea.
-
Pero,
¿y Cohen y las cartas? ¿Cómo se ha hecho con ellas? Porque yo no me creo el
cuento de que Stomp se las había entregado en vida. ¿A qué ton, siendo tan personales
y propicias para un chantaje?
-
Lo
ignoro, entre otras cosas, porque a mí solo me tocaba ayudar en la indagación
del homicidio, antes de que el caso se convirtiera en un circo de tres pistas.
Lo único que sé, por la Policía de Beverly Hills, es que el bungalow que Stomp ocupaba en el hotel Del Capri no presenta signos de haber
sido allanado por la fuerza.
-
¡Valiente
cosa! Puede haber sido un empleado del hotel, sobornado por Cohen, o uno de sus
muchachos, hábil con la ganzúa[42].
-
Bueno,
dejemos las cartas, que ya han hecho el daño que han podido, y vamos con el
futuro o, por mejor decir, la encuesta del Coroner
de mañana. Hay que impedir por todos los medios que Cohen vaya a la vista y
la monte ante el jurado, cantando las bondades de Stomp y lo mucho que quería a
July y a Cheryl. Contando con las cartas -que todos los jurados habrán leído-,
puede llevárselos de calle y organizar una buena faena a la actriz y a su hija.
Bud me miró
perplejo, antes de preguntar:
-
¿Cómo
que a la actriz y a su hija? ¿No fue con toda seguridad la chica quien lo mató?
-
De
eso estoy tan seguro como puedo estarlo, pero date cuenta: Si nos cargamos la
legítima defensa, el miedo y todo eso, ¿cómo se explica el homicidio? Olería a
contubernio de familia, por vaya usted a saber qué causas. El Fiscal…
-
El
Fiscal -me interrumpió- se librará muy bien de pedir pena grave a una estrella
de Hollywood. Ya sabemos lo que son estas cosas.
-
Cuidado,
Bud, que McKesson es un hombre justo y las elecciones son dentro de unos meses.
Verdad o mentira, me insistió mucho en que haría justicia, cayera quien cayese.
-
Ya
veo. Pues entonces vamos a tener que hacer rápidamente una visita al señor
Cohen en su fortaleza[43].
-
¡Válgame
el cielo, Bud! Creí que nunca ibas a pronunciar esa frase. Vamos para allá
pero, por un momento, detengámonos a pensar cómo hacemos para forzarle a echarse
atrás. El tipo está empeñado en vengarse de la muerte de Stomp, como si hubiera
sido su hijo.
***
No sé si sería
porque nos recibió inmediatamente, o por hacernos un desprecio. El hecho es que
Mickey Mouse nos recibió en el
solárium de su spa particular, sin
otro atuendo que un pantalón de baño, un albornoz corto y unas chanclas. Él
estaba cómodamente echado en una silla extensible, mientras sus dos guardaespaldas,
Bud y yo teníamos que permanecer de pie, con una indumentaria formal que pronto
nos hizo sudar a chorros. Tal vez por eso, noté que mi compañero empezaba a
enrojecer y apretar los puños, signos inequívocos de uno de sus incontenibles cabreos. No contribuyó a calmarlo la
insolencia con que nos saludó el capo:
-
¿Qué
tripa se os ha roto para venir con tanta prisa? ¿Acaso es día de cuestación
para los huérfanos del Squad?
Bud le respondió
en consonancia:
-
Venimos
a que nos cuentes los líos que te traías con Johnny Stomp para salir así en el
periódico en su defensa. No siendo hijo tuyo, ni miembro actual de tu banda,
tal vez es que era tu querido.
Mickey Cohen ante el cadáver de Stompanato en la morgue
Cohen tensó el
cuerpo, pero permaneció echado y esbozó una forzada sonrisa. Decidí que era el
momento de entrar en acción, como policía
bueno:
-
Verás,
Cohen, lo que mañana se va a discutir no es la sinceridad ni la ingratitud de Madame X, sino el futuro de una niña de
catorce años, a la que Johnny apreciaba y que lo mató en la creencia de que su
madre estaba en peligro. Sacar a relucir en la prensa los trapos sucios de esa
estrella, ni viene a cuento ahora, ni creo que le hubiese gustado a Johnny,
pues puede perjudicar a Cheryl.
El tipo encajó la
crítica y hasta esbozó una especie de disculpa, a su modo:
-
De
sobra sé que Johnny apreciaba a esa muchacha. Chery la llamaba -supongo que
sabrás lo que quiere decir en francés[44]-,
le hacía regalos y salían juntos a montar a caballo. No he publicado las cartas
de su madre para hacerle daño a ella, sino para demostrar que aquella miente y
que se ha portado con Johnny como una cochina.
Tan buenas
relaciones entre Cheryl y el amante de su madre me parecieron escamantes. Por
si acaso, le pregunté:
-
No
irás a creer lo que algunos empiezan a decir: que Johnny también estaba liado
con Cheryl, o que esta actuase por celos…
-
De
ninguna forma, protestó. Me consta por Johnny que solo eran buenos amigos, como
lo pueden ser un hombre y una chiquilla.
-
Entonces
-intervino Bud-, ¿qué rayos pretendes metiendo cizaña en el periódico de esa
hiena de Hughes?
-
Ni
más ni menos que lo que acabo de decirle a tu colega: darle su merecido a la
actriz. Y, no tardando, puede que le dé otro toque, que le va a doler aún más.
La cosa se ponía
interesante, pero la audiencia era al día siguiente y no podía dispersarme en
otras tareas. Decidí llegar al fondo de lo que habíamos venido a conseguir:
-
Podríamos
seguir hablando hasta el mes próximo de agravios y desagravios, pero hemos
venido a proponerte una cosa. Ya que estás dispuesto a fastidiar a la madre,
deja en paz a la hija. Mañana, cuando subas al estrado, contesta a lo que te
pregunten y no eches más mierda sobre la chica, que bastante la has fastidiado
ya con las cartas y presentando en la prensa a Stomp como un tierno y suave angelito.
Cohen parecía
vacilar. Di otra vuelta de tuerca a su negra conciencia:
-
Ya
me ha contado July el enfado que tienes por el hecho de que ella no fuese a
despedirse de su amante, ni a la morgue, ni
a la funeraria. Quiero que sepas que estuvo dispuesta a ir, pero se lo
impidieron el padre de Cheryl y el abogado Giesler. Hasta un tonto puede
comprender que, de ir ella a la capilla ardiente, toda compungida, habría
podido arruinar la defensa de su hija.
El gángster volvió
sobre su ridícula tacañería, disfrazada de amor propio:
-
Por
lo menos, pudo pagarle el ataúd y los gastos fúnebres, que he tenido que ser yo
quien se hiciese cargo de todo.
Era mi oportunidad
para dejarlo sin argumentos:
-
Se
trata solo de un anticipo, que bien puedes hacer a la familia de Stomp, por lo
que este trabajó para ti. Como Cheryl es menor, sus padres tendrán que abonar
los daños y perjuicios de su conducta y no tardarán los Stompanato, si lo
desean, en demandar a July y conseguir un montón de dólares[45].
Y eso, aunque el jurado dé mañana un veredicto de no culpabilidad. Así que
podrás cobrar, y con intereses, si tienes el valor de pasar la factura a la
familia del difunto.
-
¡Eres
un zorro!, exclamó Cohen. ¿Acaso crees que estoy indignado con Madame X por un puñado de dólares? Es
por su ingratitud y por lo que yo apreciaba a Johnny. Si algo me duele de esa
puñetera audiencia de mañana es que me impedirá acudir al entierro con honores,
que le van a hacer en Illinois[46].
-
A
lo mejor, si pides declarar el primero y hablas muy poco, podrías llegar a
tiempo -repliqué maliciosamente, aun sabiendo que era imposible que lo
consiguiese-.
Se hizo el
silencio. No había más que decir, pero Bud tenía que dar el toque final, aunque
fuese un farol como la copa de un pino:
-
Así
que haz lo que te ha dicho mi compañero y no olvides que tenemos ya
identificado al cabronazo que robó las cartas para ti. Como te pases mañana y vuelvas con lo de
cuánto quería la diva a tu Johnny, se
te va a caer el pelo.
Tomamos el largo y
complicado camino de salida, oportunamente acompañados de los esbirros de
guardia. Al montar en el coche, todavía preocupado, le pregunté a Bud:
-
¿Crees
que Cohen se comportará mañana como le he pedido?
-
No
lo dudes, pichón[47].
Yo que tú, de lo que me ocuparía ahora es de blindar la casa de Bedford Drive. Mickey no suele advertir en vano. Seguro que va a sacar algo importante
de allí, si es que no lo ha hecho ya.
En efecto, por la
emisora del vehículo llamé al Jefe Anderson y le puse en antecedentes de lo que
pretendía. Añadí:
-
Que
no hagan excepciones. Tengo, incluso, sospechas de una de las criadas.
***
Con tantas
peripecias, casi se me pasa la víspera de la audiencia sin haberme puesto en
contacto con el Fiscal del Distrito, como era de razón y deferencia, para
informarle de cuanto de significativo había ido actuando o poniendo en claro.
Finalmente, me atreví a telefonearlo a su casa a la hora de cenar, presentando
mis disculpas. Muy amablemente, escuchó mi resumen, me hizo algunas preguntas y
vio con buenos ojos mi petición de deponer, más que como testigo oficial, como
perito criminólogo, complementando los informes del Coroner y del Medical
Examiner[48]. Al
concluir, McKesson dejó caer la noticia de su espantada:
-
Por
cierto, todo lo que me has dicho se lo transmitiré a mi ayudante, McGinley[49],
que es quien llevará mañana los interrogatorios.
-
¡Ah!
-no pude menos de decir-. Entonces, usted, ¿no…?
No me dio ninguna
explicación de su ausencia, ni por
supuesto tenía por qué dármela. Tan solo apostilló:
-
No
te preocupes por nada. Ahora mismo, en cuanto cuelgue, llamaré a mi colega y le
pondré al tanto de cuanto me has dicho.
5. Su hora mejor
Madame X con el famoso abogado Jerry Giesler
Si hubiéramos de
creer a los periodistas de conocimiento estrecho y a los ciudadanos que
confunden la historia con la memoria, la audiencia del caso Stompanato se
habría reducido a la declaración que, durante una hora, prestó la madre de
Cheryl, en lo que, con unas palabras u otras, se ha calificado de su mejor
actuación ante las cámaras, además de la más comprometida y trascendente.
No voy a incurrir
yo en el mismo defecto que acabo de criticar, es decir, dar vueltas una y otra
vez al testimonio de la actriz sobre sus tormentosas relaciones con Johnny,
adobadas de miradas lánguidas, juegos de manos con los guantes y derrumbamientos morales, al tiempo que
enjugaba sus lágrimas. Solo voy a dar un atrevido punto de vista, en contra del
parecer de quienes opinaron lo contrario, en general, por referencias. Se ha
dicho que Madame X estuvo genial y
fue decisiva a la hora de convencer al jurado de la justificación de lo que
hizo su hija. Yo creo que puso de manifiesto su irracionalidad sentimental y su
excesiva auto indulgencia. No estoy lejos del severo editorial del Times[50],
que calificaba a July de hedonista, cuya
declaración mostró la falta de casi cualquier referencia a una sensibilidad
moral en presencia de una chiquilla, para luego concluir: Cheryl no es una delincuente juvenil; July[51],
sí.
Hubo una
circunstancia decisiva para que la audiencia se pareciera más a una confesión
de errores y sufrimientos por parte de la estrella, que a una indagación de lo
que realmente aconteció en el happening[52]:
la ausencia de Cheryl en la vista, con el razonable pretexto, alegado por el
hábil Geisler, de que la muchacha estaba todavía en un estado de ánimo que le
impedía declarar. En su lugar, procedióse a leer un extracto de su
manifestación ante el Jefe de Policía Anderson, totalmente favorable para su
madre y para ella. Tengo para mí que, además de esa ausencia, influyó la
postura del fiscal McGinley, cuyo interrogatorio anticipaba lo que habría de
venir después: Dejar a July a tan baja altura como madre, que se la privaría de
la guarda de su hija, quien, hasta cumplir los veintiún años, habría de pasar
por un calvario de custodias, tutelas públicas y estancia en instituciones
(incluso psiquiátricas), que no sé cómo pudo resistir y superar[53].
Perdónenme el
precedente desahogo, que tal vez juzguen contradictorio con mi afecto y respeto
actuales por July, pero pienso que tampoco hay que comulgar con ruedas de
molino, por el mero hecho de que nos las quieran hacer tragar personas a
quienes queremos. Como le oí decir en otra ocasión a Giesler, amicus Plato, sed magis amica veritas[54].
Ignoro a qué verdad se referiría, pues ninguna admitió en juicio en toda su
vida, si no beneficiaba a sus clientes.
***
La sesión empezó
dándome una gran satisfacción personal. Mickey Cohen era el primer testigo,
como la persona que había ido al depósito para reconocer el cadáver de Stomp.
Para sorpresa de todos, sacó a relucir su basta ironía, tan pronto le hicieron
la pregunta obligada de si había identificado a Johnny. Más o menos, esta fue
su respuesta:
-
Me
niego a contestar a la pregunta, no vaya a ser que me acusen del homicidio.
En la sala se
produjo un considerable revuelo. Comoquiera que persistiese en su actitud, se
le ordenó abandonar el estrado, lo que acompañó voluntariamente de su marcha de
la sala, donde apenas había permanecido un par de minutos. El Jefe Anderson fue
el encargado de afirmar que, en efecto, Mickey Cohen había identificado el
cadáver como el de John Stompanato, estando él físicamente presente.
Certificado de defunción de John Stompanato
Seguidamente, el Coroner delegado[55],expuso
ante la audiencia el contenido de la autopsia. Ante todo, manifestó que la
herida era mortal de necesidad y de manera inmediata. Ni todo un equipo de médicos, dijo, habría podido salvar la vida al
finado. Había habido una única cuchillada que, tras cortar el hígado, golpeó
contra una vértebra. Como consecuencia, el cuchillo se volvió hacia arriba y perforó
la aorta.
El médico forense
que había realizado personalmente la autopsia indicó que el cuchillo también
había desgarrado la vena porta, y añadió un detalle que yo entendí como una
invitación al jurado para que no valorara el caso en los términos dolorosos de la
muerte de un hombre joven. El señor Stompanato -dijo- tenía el hígado en tan
malas condiciones que, de no haberse producido la herida de autos, no habría
durado más de diez años. A mí esa observación me pareció una ligereza, cuando
no una aclaración impertinente.
La declaración de
July me aportó el mayor punto de preocupación de todo el juicio, cuando admitió
sin matices que, en aquella noche, no solo había advertido a su hija de que
pensaba romper con Johnny y mandarlo salir de la casa, sino que estuviera preparada para lo que pudiese
pasar. Pensé para mí, ¡vaya, ya le
hizo la pascua a la pobre Cheryl! No fue así, empero: Nadie sacó
conclusiones negativas de aquella especie de genérica premeditación, que
seguramente caería en el olvido de los jurados, con tanta verborrea como se
gastó Madame X.
También hubo
durante la vista su ración de mareos
o desvanecimientos. July estuvo aparentemente al borde del desmayo en un par de
ocasiones, lo que facilitó una breve suspensión del acto durante un cuarto de
hora. Curiosamente, el que casi pierde el conocimiento entonces fue el abogado
Giesler, que fue auxiliado, entre otros, por la propia actriz. También hubo
desmayo por parte de Mildred, la abuela materna de Cheryl, cuando iba a ser llamada
al estrado de los testigos, lo que le evitó el trago de prestar declaración.
Menos mal que no le dio ningún vahído a Steve Crane, que depuso brevemente
sobre la llamada telefónica de su hija y lo que se encontró al llegar a la
casa.
El hecho de que no
se tratara de un verdadero juicio, sino de una encuesta preliminar, vemos que
dio lugar a que las autoridades oficiales se personaran con segundones. Pasó
así con el Fiscal y con el Coroner, y
otro tanto hizo el Jefe Anderson, que delegó en el capitán Ray Borders la complicada
tarea de dar la cara por la deficiente investigación que se había realizado del
crimen. El capitán fue quien encabezó a los policías de Beverly Hills que
declararon, como el sargento Russell Peterson -que se haría famoso en una foto,
sosteniendo el cuchillo utilizado por Cheryl, con la yema de su índice tocando
la amenazadora punta- y el oficial Joe Head quien, según algunos afirman, fue
el que levantó la camisa a Stomp para apreciar el ojal de la herida y así lo
dejó, en un rasgo de verdadera falta de respeto al cadáver. Pero, cuando ya
parecía que se había agotado la nómina de policías de Beverly Hills
intervinientes, por fin declaró Anderson, no tanto para dar detalles de las
diligencias, cuanto para apoyar la tesis de que Stomp era un auténtico macarra,
un gigoló que le sacaba importantes
sumas de dinero a Lucy; vamos, un sujeto despreciable y capaz de todo. La
verdad es que yo pensaba lo mismo, pero no me pareció elegante echar tanta
basura sobre la víctima para apoyar la versión de la sospechosa madre de la victimaria. Después de eso, me pareció que
la suerte estaba echada y no merecía la pena que yo -el siguiente en
intervenir- cargase la mano en favor de Cheryl; pero ¡qué quieren!, uno no sabe
nunca por dónde va a salir un jurado y, además, la vista estaba siendo grabada
íntegramente por televisión, transmitida por radio y presenciada por más de
cien periodistas de medios escritos[56].
Así que decidí mantener el tipo y comportarme como había preparado en los días
anteriores. Aunque mi actuación no ha sido muy comentada, quiero creer que
sirvió para que el jurado resolviera como lo hizo, y que lo hiciera rápidamente
y en conciencia.
***
Se me presentó
ante el jurado como un experto en criminalística, con título oficial de la
Universidad de San Diego[57],
pero yo puntualicé, además, que actualmente pertenecía al Gangsters Squad de Los Ángeles, pues estaba seguro de que esto
último podía ganarme el beneplácito de los jurados -diez hombres y dos
mujeres-, tanto o más que mi nivel académico. Y así, tomando la iniciativa, sin
que apenas me hicieran preguntas concretas, dije:
-
Creo
que lo avanzado de la hora y lo amplio de los interrogatorios precedentes
aconsejan que me refiera solamente a tres cuestiones que, o no han sido tratadas
hasta el momento, o pueden haber dejado en los jurados considerables dudas.
Esas cuestiones, notables e importantes sin duda, son estas: 1ª. ¿Cómo es
posible que una chiquilla pueda acuchillar a un hombre adulto y fuerte, hasta
el extremo de matarle con un solo golpe? 2ª. ¿Cómo es posible que apenas
hubiese sangre en la escena del crimen, si es que los presentes no borraron las
huellas antes de que llegara la Policía? 3ª. ¿Cómo podemos convencernos de que
Cheryl Crane no tenía intención de matar, si efectivamente lo hizo? A las dos
primeras preguntas voy a responder de tal forma, que espero no quede duda sobre
la materia al terminar mi declaración. A la tercera, solo puedo responder con
una conjetura pero que, a tenor de mi experiencia, es de puro sentido común. Si
el Coroner no tiene inconveniente,
empezaré por esta última cuestión.
-
De
acuerdo, me contestó, prosiga.
-
Cuando
una persona esgrime contra otra un cuchillo de manera voluntaria y desea
matarla alcanzándola en el vientre, la acuchilla en línea recta o de abajo
arriba, pero no de arriba abajo, como la autopsia aclara que sucedió con el
señor Stompanato. Esa forma de herir no tiene sentido más que en dos casos: si
se apuñala en el tórax, o si el que maneja el cuchillo es claramente más alto
que su víctima. Ninguna de esas dos circunstancias se dio en la muerte que hoy
tienen los señores jurados que valorar. Recuérdese que la estatura de
Stompanato era de 6 pies, es decir, solo tres pulgadas superior a la de Cheryl Crane[58].
-
¿Quiere
eso decir -preguntó Giesler, llegado su turno- que el señor Stompanato pudo
clavarse el cuchillo, sin darse cuenta de que Cheryl Crane lo tenía en la mano?
-
Pudiera
ser, pero prefiero justificar esa posibilidad pasando a responder a mi primera
pregunta: ¿Cómo es posible que una chica de catorce años y sin experiencia con
armas blancas pudiera matar a un hombre fuerte y algo más alto que ella, de
treinta y dos años, que seguramente se vio durante su vida frente a frente con muchos
individuos armados?
Hice una pausa,
hasta que el Coroner me invitó a
contestarme a mí mismo, lo que hice así:
-
Quiero
empezar afirmando -ya que Cheryl Crane no ha comparecido en esta vista- que la
muchacha está muy lejos de ser físicamente una chica débil o menuda.
Seguramente por herencia paterna, tiene una estatura aventajada, de 5 pies y 9
pulgadas. Es delgada pero bien musculada, en especial en las piernas, como
consecuencia de ser una buena amazona. Con todo, su fuerza no es suficiente
para, sin querer matar, atravesar todo el abdomen de un hombre adulto. Recuerden
el informe de autopsia: el cuchillo llegó hasta la columna vertebral y rebotó
hacia arriba, perforando la aorta. ¿Qué quiere eso decir? Pues, sencillísimo,
que se sumaron la fuerza pasiva o de resistencia que hizo Cheryl con la gran
fuerza que hizo Stompanato al avanzar contra ella. Y esa suma, ¿qué quiere
decir? Justamente lo que se ha oído varias veces en esta vista: que el hombre
no vio -ni imaginó siquiera- el cuchillo en la mano de la chica. ¿Y por qué no
lo vio? Evidentemente, por la suma de dos circunstancias: que él iba
precipitado y lleno de indignación y porque ella no esgrimió el cuchillo como
para apuñalar, sino que lo tenía sujeto junto a su cuerpo y sin moverlo.
-
Es
decir -dedujo el Fiscal-, según usted el señor Stompanato se arrojó sobre el
cuchillo, sin verlo, en su indignación contra Madame X por echarlo de su casa, y contra su hija, por intervenir
en la violenta discusión.
-
En
efecto. De otra manera, una chica de catorce años, sin experiencia de armas y
con un solo golpe de arriba abajo, es imposible que hubiese atravesado todo el
abdomen de la víctima, hasta el punto de chocar contra la columna vertebral y
rebotar hacia la aorta.
-
Decía
usted -me preguntó el Coroner delegado-
que tenía una teoría acerca de la ausencia de sangre en la habitación donde se
produjeron los hechos…
-
Si
me permite, señor, no es una teoría, sino una verdad comprobada empíricamente.
Siempre que se perfora la aorta de una cuchillada, la hemorragia es
necesariamente interna, nunca externa, porque con la aorta abierta, la sangre
pierde toda la fuerza que le permitiría salir del cuerpo. Recuerden ustedes que
la única sangre que tiene fuerza para salir del cuerpo es la arterial y, si la
aorta se rompe, siendo con diferencia la arteria más poderosa del cuerpo del
corazón para abajo, la sangre se queda almacenada en las cavidades torácica o
abdominal -en el abdomen, en este caso-. Quiere decirse que este asunto podrá
tener puntos oscuros y la investigación no habrá sido la mejor que haya podido
hacer en su honrosa historia la Policía de Beverly Hills, al no haber sido
llamada con mayor rapidez; pero, lo que es por la ausencia de sangre derramada
en el lugar del crimen, nada hay que objetar. Solo la ignorancia de quienes así
se expresan puede echar de menos la hemorragia externa. De la interna, ya nos
ha ilustrado el informe de autopsia, como recordarán.
Aunque me lo tomen
a orgullo, mi declaración fue tan concluyente, que hubo un silencio absoluto
durante unos segundos, tras haber acabado de hablar. Aproveché para dirigirme
al Coroner y preguntarle:
-
¿Me
permitiría unas palabras más, por si fueran de interés para el jurado?
-
Adelante,
pero sea breve.
-
La
autopsia nos ha revelado el alimento que el señor Stompanato tenía en el
estómago al momento de su muerte, pero no se ha hecho análisis ninguno sobre
alcohol o drogas. Dada su personalidad, creo que hubiese sido muy interesante hacerlo
pues, como es lógico, la ingestión de esas sustancias podría haber explicado
comportamientos o pérdida de control, que todavía favorecerían más los
argumentos que acabo de exponer…, aunque ciertamente, ya me parecen
suficientemente fuertes con las pruebas que se han practicado.
No crean que hice
este epílogo por echar más leña al fuego del infierno para Stompanato. Es que,
como policía, me parecía vergonzoso que tales análisis no se hubiesen
realizado. Ni que decir tiene que el Coroner
me mandó retirar con gesto adusto y, desde entonces, he procurado no morir
en Beverly Hills.
***
Concluida la
audiencia con mi informe y el del médico forense, se levantó la sesión y el
jurado se retiró a deliberar. Alguna certeza flotaba en el ambiente pues, pese
a lo avanzado de la hora, prácticamente nadie abandonó la sala, en la
convicción de que el veredicto del jurado no se haría esperar. Yo fui de los
pocos que salí al pasillo, procurando evitar cualquier intento de entrevista
por parte de los periodistas. También salió, camino de los retretes, el capitán
Borders quien, al llegar a mi altura esbozó una sonrisa y me dijo: fine. Yo bromeé:
-
¿Fine?, pues ¿qué he hecho mal?[59]
No había pasado ni
media hora, cuando el ujier anunció que retornaba el jurado, con su veredicto
listo para publicarse. Como se esperaba, la muerte de Stomp se calificó como homicidio justificado[60].
Entre la barahúnda
que se formó a continuación, sobresalió el grito de un individuo que, en pie
desde la tribuna, exclamó varias veces: ¡quiero
declarar; necesito declarar! Mientras los agentes de orden lo localizaban y
sacaban afuera, se le oyó decir a gritos:
-
¡Mentiras,
todo mentiras! ¡Las dos, la madre y la hija, estaban enamoradas de Stompanato!
¡Johnny era un caballero!
Yo también me
dirigí a toda prisa hacia el vociferante, para comprobar si era, o no, un
hombre de Cohen. Resultó ser simplemente un amigo, o un conocido, de Stomp, que
trabajaba en una gasolinera. Su apellido italiano me mosqueó y, antes de que le
echaran del edificio y lo dejaran ir, comprobé por sus documentos que se
llamaba Stephen Trusso[61].
A la mañana siguiente confirmé sus datos personales y que no tenía ningún
antecedente penal o policial. No he vuelto a saber de él.
Al día siguiente,
el Fiscal del Distrito manifestó públicamente que se conformaba con el
veredicto del jurado en la encuesta del Coroner
y que, por tanto, no ejercitaría acciones criminales ordinarias, sin perjuicio
de las que correspondieran contra Cheryl en la Justicia de Menores. No estuvo
tan de acuerdo con la decisión del jurado Mickey Cohen quien, como si hubiese
sufrido un ultraje, declaró a la prensa, con sarcasmo:
-
Es
la primera vez en mi vida en que veo que condenan a la víctima por su propio
homicidio. Tal y como lo entendió el jurado, todo pasó porque Johnny caminaba
demasiado cerca de ese cuchillo.
Estaba visto que
tendríamos que andar vigilantes para que no pasara de la indignación a la
venganza.
6. Cae un gangster y se levanta
una estrella
No tardamos en tener noticias de Cohen. De Inglaterra
nos llegó el aviso, bastante inconcreto, de que el conocido actor escocés Sean
Connery estaba siendo amenazado por gente que, sin duda, actuaba bajo la
inducción de Mickey Mouse. Como digo,
la cosa era bastante confusa porque el actor, aunque había expuesto su caso a
Scotland Yard, no quería presentar una denuncia formal, que todavía pudiese
ponerlo más en peligro. La cosa se comentó en el Squad y, como es lógico, fui yo quien hubo de explicar lo que
tuviera que ver Connery con July y con el difunto Stomp:
-
En
el pasado otoño -aclaré- Connery y July estaban haciendo una película en
Londres[62].
Stomp apareció por allí y, bien por celos, bien por matonismo, amenazó en el
estudio con una pistola al actor, para que se
apartara de July. Sean, que es fuerte, mide seis pies y dos pulgadas[63]
y es cinturón negro de kárate, lo desarmó con una llave de muñeca y lo lanzó al
suelo como a un pelele. Luego, ya sabéis, a Stomp lo deportaron los ingleses y
volvió para casa con el rabo entre las piernas. Se conoce que le contó a Cohen,
a su modo, el incidente y ahora, por algún motivo que él sabrá, quiere tomar
represalias.
-
Pues,
si insiste, habrá que hacerle una visita -repuso el Capitán-. No nos conviene
que desde Los Ángeles se suscite un conflicto
internacional, y con un famoso como víctima.
Fue el primer
toque de atención. El segundo aviso resultó mucho más cercano y explicable. Cohen
volvía a sus malevolencias hacia Madame X,
heredando el material y las intenciones de Stomp. La cosa, con su punto de
misterio, explotó a las pocas semanas de la encuesta del Coroner, cuando Chery, su familia y el Fiscal estaban todavía
involucrados en el complejo y lamentable procedimiento de la Justicia de
Menores, la retirada a July de la custodia de su hija y la fijación para esta
de un nuevo hogar.
***
Resultó que,
algunos días antes de morir, Johnny le confió a Arminda -criada en casa de
July, como ya he dicho-, una caja de madera cerrada, con el compromiso de
guardarla y no dársela a nadie sino a él mismo o a la persona que él ordenase.
Allí guardaba algunos objetos personales de cierto valor y, sobre todo, unos
carretes de fotos que, cuando fueron revelados, mostraron escenas de mujeres
desnudas, o de Johnny haciendo el amor con ellas. En lo tocante a July, había,
además, algunas fotografías ya reveladas, cuyos desnudos la mostraban
aparentemente dormida, cosa que ella confirmó al verlas, negando tajantemente
haber posado así para su amante. He ahí, pues, la señal inequívoca de que Stomp
era un chantajista, y de que habría comentado con Cohen la existencia de tan
picantes y comprometidas instantáneas. En fin, hasta ese momento, nada del otro
mundo.
La sorpresa vino del hecho de que la persona
que fue detenida aquella tarde de finales de primavera, cuando salía de la
mansión de July en posesión del material fotográfico, no fue Arminda, ni
ninguno de los sicarios de Mickey,
sino ¡uno de los abogados del bufete de Giesler! Tal fue la sorpresa, que el
Jefe Anderson estuvo a punto de creerse la versión del detenido: que Giesler se
había enterado de la existencia del material y le había mandado a él para
recogerlo y ponerlo a buen recaudo, para que no perjudicara a July en los
pleitos en curso. Afortunadamente, se lo pensó mejor y llamó al bufete para
pedir confirmación mas, comoquiera que Giesler no estaba allí por el momento,
regresó a la casa con el alijo y
expuso el caso a July quien, al verse desnuda, montó en cólera y, por supuesto,
desautorizó que las fotos saliesen de la casa, cualquiera que fuese el motivo.
A poco, apareció Giesler, avisado de la llamada del Jefe de Policía y, tras
seleccionar los positivos y negativos que concernían a la estrella, los quemaron inmediatamente.
July sugirió que se
hiciese otro tanto con el material que afectaba a otras mujeres, pero a
Anderson no le pareció correcto; de modo que se lo llevó a la jefatura y allí
levantó acta e informe de lo sucedido.
Por lo demás,
reconocida su culpa por Arminda -aunque en todo momento, dijo actuar sin saber
el contenido de la caja y engañada por el abogado-, July la despidió de manera
inmediata. Si Giesler hizo lo mismo con su dudoso colega, es cosa que no
revelaré, dado que podría perjudicar la reputación de un profesional, sin yo
tener pruebas seguras de lo sucedido. La verdad, no podría la mano en el fuego
por ninguno de los implicados en este rocambolesco caso de chantaje frustrado,
aunque casi todos entendieron que era Cohen quien estaba detrás del asunto.
***
El asunto de las
fotos se consideró suficiente para que el Squad
tomara medidas, tanto por la más que presunta implicación de Cohen, como
por el hecho de que July era una mujer muy famosa que, sorprendentemente, cada
día que pasaba parecía concitar más el favor del público y la prensa. Se diría
que aquel escándalo -que muchos consideraron el final de su carrera- le había
sentado bien, aunque la procesión fuera
por dentro. En fin, esta vez no fue el Capitán, sino el teniente Ed Exley[64],
quien me hizo el encargo de tomar las medidas oportunas para que Mickey Mouse dejase en paz a July y, de
paso, a Connery. Ha sido ella quien ha pedido expresamente que te
encargues tú, me aseguró -y yo me lo creí-.
-
Quiero
carta casi blanca contra Cohen,
exigí.
-
De
acuerdo.
-
Y
que me ayude Bud, agregué.
-
Si
él quiere…, concedió Ed.
-
Esta
bien, concluí. Haré cuanto pueda y te informaré de ello.
***
Si por Bud hubiera sido, esa misma tarde
habríamos ido a hacer una visita a
Cohen, pero mi idea era muy distinta, aunque necesariamente mucho más lenta.
Llamé al Jefe Anderson a Beverly Hills y le exhorté a establecer un discreto,
pero sólido, dispositivo de guardia para Madame
X y su mansión, cosa que aquél me dijo tener ya montado. Seguidamente,
preparé un breve informe sobre las relaciones económicas conocidas entre el
triángulo Sir Charles A. Hubbard – John Stompanato – Mickey Cohen, y me fui a
ver al Jefe del Squad, Bill Parker.
-
Jefe
-le dije-, tengo localizado el talón de Aquiles de Cohen, para pararle los pies
en el asunto de Madame X.
-
Estupendo
-contestó-, pues manos a la obra.
-
Sucede
-proseguí- que, para lograr lo que quiero, tendría que volar a Londres, estar
allí unos días y regresar. Y, para no desairarlo, precisaría de lo mismo para Bud.
El jefe me miró
severamente. Luego, se echó atrás en el sillón, puso las manos a ambos lados de
la nariz, de forma que le dificultaba la visión, y dijo una sola palabra:
-
Explícate.
Consultando de
tanto en tanto el dossier, le resumí
en cinco minutos mi plan, que sería útil, no solo para cortarle las alas a
Cohen con July, sino para completar nuestros esfuerzos para volverlo a meter en
la cárcel por evasión de impuestos. Solo en Inglaterra podría obtener las
pruebas precisas, pues allí el Sir,
apretado por Hacienda, había presentado unas cuentas completas y claras en las
que, entre otras cosas, figuraban las cifras y justificantes de sus inversiones
en los Estados Unidos, incluidas las cantidades entregadas a los conseguidores, como Cohen y Stomp.
Parker mostró
interés por todo lo que le decía. Cuando hube concluido de hablar, empezó su bombardeo:
-
Si
has sabido todo eso, será porque tienes un buen informador en Scotland Yard o
dondequiera que guarde la Policía británica esos archivos.
-
En
efecto. Después de bastantes vueltas, di con un mirlo blanco: un inspector de finanzas, un tal Brody, que se ha
ofrecido a ayudarme en lo que necesitemos, al saber que se trata de meter en
cintura al gángster que ha estado amenazando a Sean Connery quien, al parecer,
es conocido suyo.
-
Pues
sí que es casualidad -comentó-. En cualquier caso, tu amigo británico puede
mandarnos los papeles precisos por correo, o a través de nuestros hombres en la
Embajada de Londres, sin necesidad de que os toméis la molestia de viajar
vosotros allí, a cargo de nuestro modesto presupuesto.
¡Acabáramos!
Parker no quería pagarnos unas vacaciones
en Londres. ¡Ni que le hubiésemos pedido permiso y dietas para las Bahamas!
Contuve mi enfado y me expliqué con flema.
-
Jefe,
si utilizamos el conducto reglamentario, podemos demorar la cosa un montón de
meses, durante los cuales Cohen seguirá importunando y amenazando a July, a
Connery y a quien se le meta entre ceja y ceja. Hay que hacerse en seguida con
las pruebas, asustarle con ellas y pararle los pies, ¡ahora!
-
Lo
siento, muchacho. Este asunto de la estrella de la pantalla me va resultando
bastante cargante. Tiene muy poco que ver con nuestro verdadero trabajo y, si
me guardas reserva, te diré que la tal July no tiene sino lo que se merece, con
la vida que lleva. Así que mi respuesta es no. Sigue colaborando con la Policía
inglesa, pero desde Los Ángeles.
En ese momento, me
vino una idea a la cabeza, la única que podría torcer la voluntad del Jefe:
-
Señor
-dije con voz meliflua-, si el Departamento no tuviese que desembolsar ni un
dólar, ¿nos daría permiso de una semana para ir a Londres y venir con todas las
pruebas contra Cohen?
-
¿Qué
propones, pagarte el viaje de tu bolsillo?
-
Ya
conoce mi dedicación a la causa de la lucha contra la delincuencia organizada.
Parker se echó a
reír y replicó:
-
Lo
que conozco es tu terquedad y tus muchas triquiñuelas. Sea, tienes mi permiso,
pero solo para ti. En lo que vas a hacer en Londres, no necesitas a Bud para nada.
Aunque me temía la
ofendida reacción de mi compañero, salí de la entrevista con muy otra
inquietud. La menuda figura de July, no el corpachón de Bud, era la que tenía entonces en mente.
***
Desde luego, no
era mi intención gastarme los ahorros por razones de trabajo. Así que expuse el
problema a July, insistiendo mucho en que no quería de ella más dinero que el
suficiente para viajar a Inglaterra y mantenerme sin lujos durante unos días.
No solo no me puso la menor objeción, sino que sugirió algo inesperado:
-
¿No
querrías viajar con tu mujer? Seguro que no conoce Londres. Es una ciudad
preciosa, aunque el clima deja mucho que desear.
-
Tiene
que cuidar de nuestros dos pequeños, pero gracias por el ofrecimiento, que le
haré saber.
-
¿Cuánto
creer que vas a necesitar?
-
Unos
mil dólares. Lo que me sobre se lo reintegraré a la vuelta.
-
De
ningún modo. Compra algún regalo para tu familia en Harrods[65].
Naturalmente, lo
que compré -y no en Harrods,
precisamente- lo pagué de mi peculio. Desde luego, el mejor regalo con que
volví fue un grueso volumen de documentación, que justificaba bien a las claras
las relaciones de Sir Charles Hubbard con Cohen, Stomp y compañía, desde sus
primeros contactos en Chicago, hasta las importantes inversiones en Los Ángeles
y alrededores. Era un aporte sustancial para la investigación que llevábamos
avanzada y que daría con Mickey Mouse
en la cárcel, tres años y pico más tarde. Pero, por ahora, nos daba pie para
visitar a Cohen y hacerle las oportunas advertencias.
Así que, tan pronto informé personalmente a Parker, fui a encontrarme a Bud, llevando en son de paz una corbata
espectacular, con los monumentos de Londres estampados sobre fondo verde. Les
ahorraré sus primeras palabras, así como las segundas, cuando osé decirle que
el color hacía juego con el de sus ojos. Pero pronto se calmó y sus
sentimientos hacia Cohen dominaron su herido amor propio:
-
Vamos
por ese granuja, masculló. A ver si esta vez se atreve a recibirnos in shorts[66] en el spa.
Ciertamente, la
segunda entrevista fue muy diferente a la primera. Dato a dato y copia a copia,
le fui poniendo al mafioso ante nuestro completo conocimiento de unas
operaciones no contabilizadas por él, que alcanzaban alrededor de medio millón
de dólares. En ellas, por otra parte, quedaba claro que la tajada de Stomp había sido muy inferior a los 85.000 dólares que
habían querido imputársele. Procuré herirle con mi ironía:
-
Así
que tanto elogio y tanta pena por Stomp y le estabas usando para que cargara
con parte de tu basura. Eres un auténtico zorro. Verás lo bien que vas a quedar
ante los periodistas, ante tus esbirros y, sobre todo, con la familia de
Johnny, cuando Parker dé una rueda de prensa y saque a relucir todas estas cosas.
Cohen era muy
duro, pero su honor y la camaradería para con los suyos eran su punto flaco, máxime cuando les había dado tanta
bambolla, como en el caso de Stomp. Sugirió:
-
¿No
habría alguna forma de no dar publicidad a todo esto?
-
Creo
que no; el Jefe está decidido a convocar a los periodistas la semana próxima.
En fin, ¿qué crees tú Bud?
¡Esta vez era mi
compañero el policía bueno! Aunque a desgana, representó el papel:
-
Yo
no estoy en el pellejo de Parker, gruñó, pero, si algo puede hacerle cambiar de
opinión es que tú -dijo dirigiéndose a Cohen- te comprometas a dejar en paz, de
una puñetera vez, a Madame X y a sus
amigos.
-
Eso,
dalo por hecho -aseveró Mickey-. Puedes decírselo así a Parker. Tiene mi
palabra.
-
Tu
palabra vale una mierda -apostillé con desprecio-, pero te tenemos cogido por
cierta parte. Como te desvíes un tanto así, te hundimos.
-
Pero,
¿cómo puedo saber cuál será la decisión de Parker?, inquirió Cohen.
-
Leyendo
todas las mañanas los periódicos, contesté, al tiempo que me levantaba del
sillón del despacho donde -esta vez, sí- Cohen nos había recibido con formalidad
-y sin testigos-, como Bud esperaba.
***
Ya va siendo hora
de que acabe con la narración de mis recuerdos. Solo añadiré que Cohen cumplió
su palabra. Tal vez por ello, July -que había sido dada por muerta, primero por la Metro[67]
y luego por la prensa, pudo disfrutar de algunos de los años más fructíferos en
su larga carrera. Quiero creer que yo contribuí en algo a tal floración tardía[68].
Algo así me dio a entender la propia July cuando le dejé, por medio de
Carmencita, un sobre con los 125,70 dólares que me habían sobrado del viaje a
Londres. La actriz me devolvió el dinero, junto a una fotografía suya, dedicada
de la siguiente forma:
A Harrison Fowler, para que su inestimable
trabajo y dedicación me cuesten, exactamente, mil dólares. Nunca nada de tanto
valor me costó tan poco.- July.
Al llegar a San
Sebastián, harto de tren y de humo de tabaco, me encontré con la desagradable
sorpresa de que en el Hotel María
Cristina no había una sola habitación libre, abarrotado como estaba con la
gente del mundo del cine, al estar en plena celebración del XLII Festival cinematográfico.
En recepción me informaron:
-
Mister
Fowler…, sí. Tenemos una reserva para usted: una habitación individual en el
mismo piso de Madame X, aunque no
hemos podido conseguírsela inmediata, como nos pidieron. Pero estamos a día 18
de septiembre y su disponibilidad no empieza hasta el 21, que es cuando
esperamos la llegada de la actriz. Si quiere que intentemos en algún otro hotel
hasta ese día…; pero lo que es hoy, con la hora que es…
-
Tiene
usted razón, señorita -acepté-. No se preocupe, que yo me arreglo. Si acaso,
llámeme un taxi.
Monumento sobre el Monte Urgull (San Sebastián)
Uno ya atesora una amplia experiencia en
estas cosas. Le dije al taxista la dificultad que tenía y la necesidad, siendo una persona tan mayor, de dormir
en una cama. El chófer sonrió:
-
El
alojamiento está imposible por el centro, con el Festival. Vamos a ver en
Amara. Si no le importa que sea una pensión…
-
Por
supuesto que no. No me sobra el dinero.
Todo se solucionó
a la perfección. Le di a mi samaritano
una buena propina y acabé quedándome en la pensión Arizmendi hasta que llegó el momento de trasladarme al Hotel. Entre
tanto, descarté por inútil y escandaloso el inspeccionar y registrar las
habitaciones reservadas para July y Carmencita, pero sí me recorrí todo el
edificio, desde la entrada hasta el segundo piso -donde estaría nuestro
alojamiento-, con ese escrutinio propio de mi profesión. Luego procuré hacer lo
propio con el palacio del Festival, el famoso y algo vetusto Teatro Victoria Eugenia[70],
donde más de una vez tuve que dar disculpas por mi presencia en zonas no
accesibles al público. Finalmente, harto de tanto excusarme, opté por tirar de
credencial y ponérmela al cuello.
Hecho el trabajo
policial que realmente podía serme útil, pensé que sería bueno empaparme de
aquella ciudad tan hermosa, por si la actriz decidía hacer turismo por ella.
Fue una intuición excelente, aunque lo que menos pude pensar yo es que su mayor
interés habría de ser… ¡visitar iglesias!
Pero no
adelantemos acontecimientos y dejemos pasar las horas, hasta el día 22 por la
tarde, cuando, al fin, en el firmamento de San Sebastián brilló una nueva
estrella. Desgraciadamente, no era ya el astro rutilante que yo había conocido
tantos años atrás. La verdad es que, de no haber visto fotos recientes suyas,
me habría echado a llorar de hallarla tan vieja y -¿cómo diría?- escuálida[71].
Pero, ¡qué demonios!, seguía siendo ella, como seguía siendo yo, por más que
pasara de largo delante del espejo y eludiera las fotografías, con tal de no
verme tan decadente.
***
Si July estaba que
daba pena verla, con Carmencita -al menos, por comparación- sucedía todo lo
contrario. Metida en carnes, piel tersa y sonrisa permanente, aquella mucama, convertida ahora en el ángel
guardián de su señora, aparentaba veinte años menos que ella, aunque su edad
real fuese muy similar. Al fin y al cabo, la chicana de voz susurrante y un servidor de ustedes estábamos como
teníamos que estar a estas alturas del calendario. Era la actriz, a la sombra
de la belleza que fue, quien no podía mentir, pese a que lo intentara: estaba a
las puertas de la muerte. Carmen me lo confirmó:
-
El
año pasado tuvimos esperanzas de recuperación, pero ahora todo parece perdido.
Han vuelto a darle radiación y quimioterapia, por lo que está muy débil. De ahí,
lo de la silla de ruedas, que está empeñada en que aquí la lleves tú, como una
chiquilla caprichosa.
-
La
verdad -repliqué- es que a mí también me hace ilusión. Será como si nos uniera
un lazo de metal y cuero.
Carmencita se echó
a reír:
-
¡Vaya
con el oficial del Squad! -exclamó-.
Ahora resulta que su vocación secreta era la de enfermero.
Rodeada de maletas,
gente de la televisión[72]
y organizadores del Festival, hablando por los codos y sin tener ojos, en
realidad, más que para sí misma, dudo que July se percatara de que allí me
encontraba también yo, procurando tener a la mano la silla plegada, bien
disimulada a los circunstantes, como me habían pedido. Hacía calor dentro de la
habitación, pero no me desabotonaba la americana beis cruzada por no dejar a la
vista mi Chiefs Special de toda la
vida[73],
último recuerdo que me quedaba de la época de Cohen y de Stomp. Finalmente, la suite fue despejándose y July ordenó que le sirvieran la cena en
ella. Carmen me susurró:
-
Es
que cada vez tiene más dificultades para tragar[74],
aparte de que ha llegado cansadísima del viaje. Milagro que aguante.
Fue el momento en
que, por fin, Madame X se fijó en mí,
mientras su incansable asistenta, tras deshacerle las maletas, había pasado a
la habitación contigua para hacer lo propio con su equipaje.
-
Quédate,
Harrison -me dijo July-. ¿Cómo demonios te las arreglas para estar como
siempre?
-
Ya
ve, milady. No fumar, no beber y
hacer deporte.
-
Y
la japonesita, que te seguirá cuidando de maravilla, ¿no?
-
En
efecto. Me sigue aguantando, después de cuarenta y seis años.
-
Ya
veo, bromeó. Tú eres como yo hubiera querido para mí: un matrimonio y siete
hijos; luego, todo me salió al revés: una hija y siete maridos.
Ya le conocía la
frase, por las revistas. Sonreí:
-
No
hemos pasado de dos hijos, pero suman siete, si les añadimos los nietos.
July entornó los
ojos y suspiró:
-
Ya
sabes lo de Cheryl, así que…[75]
Era evidente que
no quería hablar más de sí misma, por no caer en el tópico de su enfermedad; de
modo que le estuve contando de mi vida en España, hasta que Carmencita se
reintegró a nuestra compañía y encargó que subieran la cena. July indicó que
también se me sirviese con ellas.
Poco más de
interesante puedo narrarles sobre la cena y la muy corta velada que siguió. Carmen
se retiró a su aposento. July me explicó el motivo de recorrer seis mil millas
hasta San Sebastián, para recibir un premio que pocos críticos americanos
estimarían en algo. Pero ella no era de ese parecer:
-
¿Sabes
que el año pasado le dieron el mismo premio a Mitch? No deja de ser una coincidencia, ¿verdad? Él y yo a punto de
ser hundidos por aquel mafioso y los
dos superamos el trago, ¡y de qué manera![76]
-
Esta
gente sabe elegir. Hace pocos años distinguieron a tu admirada Bette Davis[77].
-
Su
recuerdo me animó a venir hasta aquí, lo que no creas ha sido fácil, y menos
cuando me han dicho que está en el Hotel el imbécil de Mickey Rooney.
-
Me
lo crucé ayer por el vestíbulo. Ha venido con un hijo. Está como una bola de
sebo.
July sonrió
regocijada. Comprendiendo que yo no estaba al tanto del motivo de su enemistad,
me explicó:
-
Coincidí
con él en una película, al principio de mi carrera[78],
y solo por eso se ha sentido con el derecho de vilipendiarme. ¿Quieres creer
que ha escrito que me desfloró y engendramos una hija, de la que aborté voluntariamente
para evitar el escándalo?[79]
-
¡No!
… Pues convendría evitar el coincidir con él.
-
De
eso ya se encargarán los del Festival. Yo ya les he dicho: Como me lo
encuentre, lo abofeteo. Pero el tío es un descarado. Mira lo que me ha enviado
con una nota.
Señaló un ramo de
rosas en una papelera, dos de cuyas flores habían quedado sobre el piso.
-
Ahora
que caigo -agregó- voy a mandar que las retiren inmediatamente. ¡Apestan!
-
También
he visto por el hotel a Robert Wise y a William Hurt[80],
dije, tratando de cambiar de conversación, pero ella era de ideas fijas…
-
Tú,
que sabes tanto de criminología y de medicina, ¿no podrías desmentirle? Ya
sabes que tengo Rh negativo y, por eso, tuve varios abortos[81]
y solo se me logró Cheryl[82],
poco menos que de milagro.
Ya me veía
actuando como experto en otro juicio, a favor de July. Era demasiado. Así que
salí como pude -creo que aseadamente-:
-
No
sabemos si Rooney es también negativo.
Y, sobre todo, el primer embarazo en estos casos suele resultar exitoso,
condicionando el fracaso de los siguientes; de modo que entrarle al trapo al enano[83]
podría volverse en contra tuya.
Esta bien -dijo
desilusionada-. Llama a Carmencita y retírate. Todos estamos cansadísimos y
mañana nos espera un día muy largo y emocionante.
La verdad, yo no
estaba fatigado y, por otra parte, hay que reposar un poco las emociones antes
de intentar dormir. Bajé a la cafetería y codeé a un par de individuos para
hacerme un sitio en la barra. Justo en ese momento, uno de ellos le estaba
diciendo a su acompañante:
-
Una
vieja ruina, pero simpatiquísima. Chapurra bastante bien el español y no paraba
de decir: Llamadme Julita, llamadme
Julita[84].
-
Las
mejores suelen ser las más campechanas, sentenció el otro.
***
Hice bien en poner
el despertador para las siete y media de la mañana, pues no eran ni las ocho
cuando el teléfono sonó y, al otro lado del hilo, la voz de Carmencita me dio
aviso:
-
La
señora le espera a las nueve, para una visita matinal a la ciudad, antes de la
rueda de prensa del mediodía.
-
¿Y
qué quiere visitar? ¿Tiene alguna idea concreta?
-
El
mayor número de iglesias posible… Ya le contará ella.
Llamé
inmediatamente a recepción:
-
Téngame
preparados dos taxis para las nueve en punto; uno de ellos, marca Mercedes.
Seguidamente,
repasé la guía de la ciudad, que ya había utilizado en mis paseos de días
anteriores. Seleccioné la basílica de Santa María, la iglesia de San Vicente y la
catedral del Buen Pastor. Como suplente, escogí
el Corazón de María. Yo tenía idea de que July se confesaba católica pero, la
verdad, estaba atónito de tanta devoción como ahora parecía experimentar. Cosas
de la vejez y, tal vez, de la grave enfermedad -supuse-.
En efecto, había dado en el clavo. Con todo, Madame X era genio y figura. A la puerta
del hotel y a bordo de un todo-terreno, esperaban ya dos cámaras y un locutor
de la cadena de televisión que hacía el seguimiento de aquel viaje, por cuenta
de la actriz. El resto del séquito lo formábamos Carmencita, la secretaria o manager de la estrella -a quien yo no
conocía personalmente- y un servidor. La silla de ruedas quedaba fuera del
programa.
Hice ademán de
dirigirme al segundo taxi, dejando el Mercedes para las señoras, pero July
ordenó tajante:
-
Tú,
conmigo y con Carmencita. Mi secretaria irá en el otro coche.
Tan pronto hube
indicado a nuestro chófer que se dirigiera a San Vicente, la estrella indicó a
su cuidadora que me diese lo que traía en el bolso. Resultó ser un sobre, al
que eché una ojeada a hurtadillas. Era un cheque firmado por July contra el banco
Wells Fargo, por importe de cinco mil
dólares.
-
Es
excesivo, le dije.
-
Excesivo
o no -replicó maliciosa- ya sabes que no admito devoluciones.
Entramos en la citada iglesia -ella de mi brazo-, mientras los cámaras
mariposeaban en nuestro derredor. July se encaminó a la pila del agua bendita
y, ante la emoción de sus acompañantes, pasó los dedos húmedos por su garganta.
Recorrió lentamente el pasillo central, mientras yo le hacía un esbozo
histórico del templo. Ella me preguntó:
-
¿Cuál
es la imagen que tiene más fama de milagrosa?
-
No
sé. Probablemente, el Ecce Homo.
Volvimos sobre
nuestros pasos, hasta que se arrodilló a la vera de la dramática imagen. Rezó
unos momentos con la cabeza inclinada y las manos juntas. Luego pidió a Carmen
unos dólares, que echó en el cepillo, y prendió unas velas. Con aspecto
reconfortado, me sonrió y dijo:
-
Está
bien. ¿A dónde vamos ahora?
-
A
Santa María del Coro. Es la Patrona de la ciudad.
En este caso, no
tuvo que preguntarme nada. Tomo vía directa hacia el altar mayor y allí reiteró
las oraciones. Se volvió a mí y comentó:
-
Qué
pequeña la imagen de la Virgen, ¿verdad?
-
Las
pequeñitas son, a veces, las más mercenderas.
-
Tienes
razón, concedió. Además, también yo soy pequeñita.
De allí, a la
Catedral. Palié mi ignorancia sobre los poderes celestiales con la lógica de la
advocación. Le dije sin vacilar:
-
Aquí
la gente suele dirigir sus peticiones al Buen Pastor.
-
¡Qué
nombre tan bonito para una iglesia!, comentó.
Antes de que a
July se le ocurriese pedir algún templo más, tuve la buena ocurrencia de
sugerir un corto paseo sobre la playa de La Concha. Es mucho más coqueta que la de Malibú, agregué para animarla.
Acodados junto a La Perla, la actriz dejó volar la mirada
hacia el monte Urgull. En seguida, me preguntó:
-
La
estatua de la cima, ¿es una imagen religiosa?
-
Es
el Sagrado Corazón de Jesús.
-
¿Por
qué no subimos? Tiene que haber una vista estupenda de la ciudad.
Sus deseos eran
órdenes. Hubimos de llegarnos hasta los pies de la imagen. Allí, July se
santiguó y rezó mentalmente unos segundos. Dio la casualidad de que coincidimos
con una excursión de gente de Balmaseda, según creí entender. Uno de ellos, con
traje regional, interpretaba un baile severo y casi gimnástico, al ritmo y la
melodía de una flauta y un tambor. Madame
X preguntó por el significado del ritual y les faltó tiempo a los
acompañantes del danzarín para explicarle con pelos y señales el sentido del
baile. Era demasiado para el corto español de la diva. Yo traduje de forma muy
escueta:
-
Es
el aurresku, una danza de saludo a la
gente famosa, o de homenaje a quienes han hecho algo importante. Este se lo
dedican al Cristo.
Los ojos de July
chispearon y sonrió ampliamente. Uno de los balmasedanos me preguntó en voz
baja:
-
¿Quién
es la señora? ¡Parece tan elegante!
-
Una
americana que ha venido a rezar a Donostia, repuse ambiguamente, tratando de
evitar todo conato de exaltación.
Según bajábamos
del monte camino del hotel y de la ya inminente rueda de prensa, la actriz me
sugirió:
-
Harry, ¡qué bonito sería que esta noche
bailasen en mi honor el aurresku!
¡Hasta se acordaba
del nombrecito! Traté de quitárselo de la cabeza y, de paso, hacerles un favor
a los organizadores:
-
No
es nada propio para bailarlo sobre el escenario de un teatro de lo más pomposo,
como verás.
Ella calló, al
parecer, para siempre. Ahora me
arrepiento de haber contribuido a que en su homenaje faltara algo de su
personalísima elección.
***
Tan pronto empezó
la rueda de prensa, me retiré para tomar un bocado, pues estaba desfallecido y
no había por el momento mucho que hacer. Como algo de lo que allí dijo July
tiene que ver con lo que yo les he contado, me van a permitir que tome unas notas
del libro que publicó el Director del Festival, unos años después[85]
(un libro por el que tengo muy poca simpatía, por atreverse a decir que July, más que una actriz, había sido un producto
creado por los peluqueros y maquilladores de Hollywood, una estrella
prefabricada para aquel glamour artificioso que hoy solo puede ser contemplado
desde el humor. Creo que este juicio es una completa estupidez).
Pues bien, según
el Director, señor Galán, Madame X habló
de su enfermedad sin tapujos, pero no resignada. “Mi fe es enorme y sé que el
Dios que me dio la vida me está protegiendo del cáncer de garganta. Hace dos
años me encontraba mal, pero ahora estoy alegre y con muchas ganas de vivir, y
sé que mi gran Dios no va a abandonarme”[86].
Cuando los periodistas
sacaron a relucir las memorias de Mickey Rooney y a la presunta hija frustrada de
ambos, July replicó: “¡Oh, basta! Es un cretino. Mire, yo sigo siendo una
romántica, pero me he casado siete veces y ya es suficiente. Ahora prefiero
pensar en otras cosas”.
La rueda de prensa
siguió por algunos minutos más, hasta que la actriz le puso fin, pidiendo a los
periodistas que le dejaran tiempo para engalanarse: “Esta noche me dan el
premio y tengo que ponerme guapa. Estoy muy nerviosa, pero también muy contenta”.
Los asistentes
despidieron a July con una gran ovación. Yo, que regresaba de la cafetería,
tuve ocasión de escucharla, incluso a bastantes metros de la entrada a la sala
donde se había celebrado.
8. Días contados
Apenas terminada
la rueda de prensa, July se retiró a sus habitaciones. El programa habría sido
muy similar cuarenta años atrás, pues el glamour
de la estrella no se hacía solo con personalidad y belleza, fama y
experiencia. Siempre había sabido sufrir
la duración casi eterna de las sesiones de maquillaje y peinado, pero ahora
resultaba inevitable, si quería borrar de su rostro el rictus tenso y amargo de
la enfermedad y recobrar, al menos, la sombra de su pasado esplendor. En
resumen, despachó el almuerzo con un consomé y un pescado a la plancha, y se
relajó durante media hora en un sofá de la suite,
abrigada con una manta de viaje, que amorosamente había remetido Carmencita
alrededor de su escuálida anatomía. July me sonrió:
-
Habrás
observado que estoy en plena forma, ¿no te parece?
-
Desde
luego -concedí-. Como que no sé que diablos hago yo aquí, cuando había venido a
empujarte la silla.
-
Es
probable que tengas que hacerlo esta noche, cuando acabe la ceremonia, pero
entre tanto, bastará con que me ayudes a bajar del Rolls[87].
-
Creo
que no será necesario. El teatro está al otro lado de la plaza ajardinada[88].
Seguro que, para cuando tengas que cruzar, habrán tendido la alfombra roja
entre el hotel y el Olimpo de tu
gloria.
-
¡Roja!,
exclamó como quien cae de pronto en un detalle desapercibido. Pues casi no se
me va a distinguir, con el vestido que llevaré.
Se quedó un
momento pensativa y luego se dirigió a Carmencita:
-
Enseña
a Harry las joyas que voy a llevar, a
ver qué le parecen.
Era todo un espléndido
conjunto de platino y brillantes, cosecha artística y monetaria de otro tiempo:
broche, pendientes, anillos…, quizá un poco ostentosos, pero muy adecuados para
la aparente sencillez del vestido y a la moderada iluminación del escenario,
como luego pudo apreciarse. Volvió a bromear:
-
Quédate
junto a la caja fuerte de guardia, con la pistola. Habrás traído pistola, ¿no?
Separé las solapas de la chaqueta, lo justo
para mostrar la funda del revólver.
-
La
Señora puede descansar tranquila, aseveré.
Ya no me contestó. Se había quedado
traspuesta. Carmen me dijo:
-
Puede retirarse. A las tres tenemos citados a todos los encargados de la sesión de
belleza. Con que esté disponible media hora antes del comienzo de la
ceremonia, será suficiente.
-
De
todos modos, me quedaré por el hotel -prometí-. Si me necesitas, no tienes más
que avisarme.
Antes de cerrar la
puerta le pregunté: ¿Cómo la ves?
¿Aguantará el tipo?
-
Es
todo espíritu -contestó-. Si ha de derrumbarse, lo hará cuando todo acabe y
nadie extraño pueda verla.
***
Así fue, en
efecto. Seguro que por ahí andarán grabaciones que puedan probarlo[89].
Todo fue a las mil maravillas, incluso el excelente apoyo prestado por el
Director del Festival y por el actor William Hurt, que le entregó el premio Donostia[90],
gracias a lo cual me vi liberado de cualquier ayuda, con o sin silla de ruedas.
Seguidamente, en la habitación de July, ante los acompañantes de respeto,
todavía se mantuvo en forma, aunque iba encogiéndose en el sofá, hasta parecer
una niña transportada al séptimo cielo. Y, bien fuese por estar fuera de su
pleno autocontrol, bien por miedo a no poder resistir otra velada semejante,
soltó una andanada que dejó atónitos y mohínos a los organizadores del
Festival:
-
Mañana
no entregaré la Concha de Oro. Una estrella, ya se sabe, no debe exhibirse más
de lo justo porque pierde intensidad…[91]
Pero la decisión
improvisada de July, que presagiaba el adelanto de su retorno a Los Ángeles,
fue torcida por quien menos podía contarse. Carmencita era el colmo de la amabilidad
pero, sobre todo, de la pasión por su señora. Comprendiendo que la espantada no tenía sentido y acabaría de
seguro en arrepentimiento, se ofreció para simular una indisposición pasajera y
así, impedir la marcha de la actriz y, en consecuencia, lograr el mantenimiento
del programa previsto. Naturalmente, yo de esto no me enteré de primeras, pero
sí cuando, ante la ficción de mareos y debilidad por parte de Carmen, me
dispuse a telefonear a los servicios médicos del hotel. La paciente me rogó que no lo hiciese:
-
Es
un malestar general, como tantos que tengo por mi edad -aclaró-. Estoy algo
mareada, pero se me pasará con descanso. Si la señora quisiera demorar el
viaje… Lo único que preciso, y la señora también, es un poquito de descanso.
Mejor será que nos quedemos un día más, conforme a lo previsto.
Una aclaración
complementaria, que me hizo en español y al oído, acabó por ponerme al tanto de
la argucia, tan inocente como eficaz.
***
Estar al lado de
July un día más no me trajo especiales alegrías. Cansada por el jaleo del viaje
y la publicidad, preocupada por el estado de salud de Carmencita -cuyo
desarreglo esta dosificaba cuidadosamente-, se empeñó en no salir de la
habitación. Su cortejo de la televisión, una vez cumplido el objetivo documental
en el día anterior, empaquetó los bártulos y se despidió, pese a la indirecta
de la actriz (¿no les interesará grabar
la ceremonia de clausura?). A duras penas logré que bajase a dar un paseo
por la planta noble del hotel y los jardines, después de haberle jurado por mis
hijos que Mickey Rooney había partido muy de mañana, cargado de maletas, rumbo
al aeropuerto. Si, dentro del María
Cristina, la gente la reconocía en general y la saludaba con sonrisas, en
la calle, entre su secretaria y yo, pasaba totalmente inadvertida, lo que no sé
si la agradaba, después del sonado triunfo del día anterior. Sic transit gloria mundi.
También logré que
tomara el vermú en la cafetería del hotel. Despidió a la manager, con aviesas intenciones, que corroboré cuando empezó a
recordarme el pasado, con aquella maravillosa voz que la edad y el tabaco le
había respetado en lo posible.
-
¿Recuerdas?
La primera vez que tomamos el vermú fue en mi casa, con Frankie Sinatra.
-
La
primera y la última -puntualicé-. No estábamos entonces para mucha vida social.
-
Y
tú, que apenas bebías… No creas, yo empecé a hacerlo demasiado, a raíz del happening de Johnny, y así seguí durante
bastante tiempo. Ahora ya apenas tomo. El vicio que no he podido vencer ha sido
el del tabaco.
-
Pues
ahí tienes las consecuencias: garganta y esófago. ¡Y luego andas pidiendo
milagros!
-
Ya
es demasiado tarde para otra cosa, replicó afligida.
Pasó un ángel,
como suelen decir, y July me planteó lo que pretendía desde un principio:
-
Así
que ¿qué opinas de lo que ha escrito ese cerdo de Rooney?
-
Pues
lo mismo que te dije ayer. Déjalo estar porque, clínicamente, no le veo visos
de prosperar. De todos modos, puedes consultar a tus abogados, si lo deseas.
Ellos tienen expertos médicos, mucho más preparados que yo, e infinitamente más
al día.
-
Dijiste
algo sobre si Mickey era Rh negativo o positivo. ¿No es posible obligarlo a
someterse a las pruebas, si le demando por difamación?
-
Supongo
que es posible pero va a depender mucho del criterio del juez que os toque. En
esto yo tampoco puedo asesorarte.
-
¿Y
que es aquello que me dijiste de que mis abortos se explicaban mejor si hubiese
tenido ya antes una hija?
-
Querida
July, supongo ya sabrás que la incompatibilidad de Rh suele salvarse en el
primer embarazo, pero quedas ya marcada para los ulteriores. De todas formas,
tú sabrás si tus abortos fueron todos espontáneos o te provocaron alguno[92].
Me pareció que
estaba dispuesta a seguir con sus preguntas, signo evidente de que quería
meterme en sus problemas y, además, compartiendo de todas todas su punto de
vista. Miré ostensiblemente mi reloj y busqué una disculpa:
-
Son
las doce y media, la hora en que quedé con Sandra en llamarla. Ayer no lo hice
y estará preocupada. ¿Me esperas aquí o te acompaño a la habitación?
Comprendió que no
tenía nada que hacer; así que también ella buscó una despedida amistosa:
-
Mejor
me subes. Estoy preocupada por Carmencita y, además, he aceptado entregar esta
tarde la Concha de Oro al ganador; de modo que tendré que volver a ponerme
guapa.
-
No
lo necesitas, July, bien lo sabes, concluí.
***
Recuerdo que, poco
antes de partir con su secretaria hacía la ceremonia de clausura, me pidió le
hiciera una breve semblanza del director a quien iba a entregar el premio[93]
y una alusión al argumento de su película. Le traduje al inglés lo que en
español figuraba en la documentación del Festival. Al informarle de que el tema
de la cinta era una relación amorosa, prácticamente sin futuro ni esperanza,
entre un terrorista y una adicta a la heroína, me dijo, totalmente en serio:
-
¡Qué
tema para Douglas Sirk en sus buenos tiempos! Fíjate el partido que sacó de un
tema tan duro como el de Imitation of
Life[94].
-
Tal
vez fue tu mejor película, sin necesidad de ir ligera de ropa, como en El Cartero[95].
Se echó a reír,
eludiendo darme su parecer.
No en aquel
momento, pero sí en mi viaje de regreso a Málaga, me percaté de lo pertinente
del título de la película de Uribe: Días
contados. ¿Cuántos serían los que le quedasen a July? Desde luego,
insuficientes para que nos volviésemos a ver. San Sebastián había cerrado para
ella una vida y abierto otra, en la que ya no precisaría de mis servicios: la
de la frágil inmortalidad del arte.
[1]
Por razones de confidencialidad, el autor no dio en su relato el nombre del
hotel. Habiendo fallecido hace ya bastantes años, no veo obstáculo en revelar
que se trataba del Hotel Hilton de
Marbella (Málaga), que empezó a funcionar en 1968, y para el que el autor del
relato, capitán de policía retirado, Harrison N. Fowler, trabajó entre 1987 y
1992.
[2]
Unidad selecta y especializada de la Policía de Los Angeles, fundada en 1946
para combatir el crimen organizado.
[3]
William Henry Parker (1905-1966), famoso y expeditivo Jefe del Departamento de
Policía de Los Angeles.
[4]
Tijuana es la más importante de las ciudades de México fronterizas con
California. Se supone que el narrador, nacido en San Diego, aprendió el español
tal y como se habla en la ciudad tijuanense.
[5]
La esposa del capitán Fowler, llamada Sandra Hanabusa, era americana de
ascendencia nipona.
[6]
El narrador ha optado por ocultar a medias el nombre de la persona a la que se
refiere, bien como Madame X, bien
como July. Respetaré su texto, pero
en las notas a pie de página será inevitable desvelar el inocente misterio.
[7]
Lana Turner, The lady, the legend, the
truth, Dutto, Nueva York, 1982.
[8]
Cheryl Crane, Detour: A Hollywood
tragedy. My life with Lana Turner, my mother, Arbor House, Nueva York,
1988. Después de la muerte de su madre, Cheryl Crane publicó una biografía específica
de aquella (en colaboración con Cindy de la Hoz), de escaso interés, en mi
opinión: Lana: The memories, the myths,
the movies, Running Press, Philadelphia, 2008.
[9]
Seguro que el tema principal que el capitán Fowler quiso dar de lado -como muy
improbable- fue la manifestación de Cheryl Crane, en su libro de 1988 citado en
la nota anterior, de que Stompanato la acosaba sexualmente; algo que la propia
Cheryl implícitamente negó en su famosa y extensa declaración al showman Larry King (CNN, programa de las
21 horas del 08/08/2001), en que habló afectuosamente del susodicho y calificó
su muerte como algo totalmente impremeditado y en exclusiva defensa de su
madre. En cambio, corroboró detalladamente su violación por Lex Barker, cuarto
esposo de Lana Turner.
[10]
Apodo por el que era conocido el jefe mafioso de Los Ángeles, Mickey Cohen
(1913-1976), seguramente por coincidencia de nombre y por sus intromisiones
ilegales en el mundo cinematográfico de Hollywood. En realidad, Cohen se
llamaba Meyer Harris Cohen.
[11]
Abreviación del apellido de John Stompanato (1925-1958), de quien se hablará
ampliamente en lo que sigue.
[12]
Equivalentes a 800.000 dólares de hoy (2018).
[13]
Carey Estes Kefauver (1903-1963), senador por Tennessee. Las actividades de su Comité contra el crimen organizado se
desarrollaron en 1950 y 1951, con audiencias en diversos lugares de los Estados
Unidos, incluida la ciudad de Los Ángeles.
[14]
Según aclaración personal del propio Fowler, lo del infierno hacía alusión a que, en épocas anteriores de soborno y
corrupción, los papeles comprometedores no volvían a salir nunca de las
estanterías y, con cierta frecuencia, se consumían en las llamas.
[15]
En realidad, Cohen ya había pasado cuatro años en prisión por evasión de impuestos
(1951-1955), antes de que Fowler ingresara en el Gangsters Squad. Se ve que el mafioso no aprendió de la
experiencia.
[16]
Mickey Cohen permanecería en prisión entre 1961 y 1972, de donde salió
severamente enfermo y moriría cuatro años después.
[17]
En realidad, el autor no es muy concreto. Las señas completas eran 730, North Bedford Drive, esquina a Lomitas Avenue.
[18] William
B. McKesson, Fiscal del Distrito del Condado de Los Ángeles entre 1956 y 1964.
Anteriormente era magistrado de la Sala de Menores del Tribunal Superior de
dicha ciudad.
[19]
El policía Fowler parece creer que los negocios de Joseph Steven Crane
(1916-1985) tenían relaciones con el citado mafioso. Además, se da por sentado
que, tras su divorcio de Madame X en
1944, tuvo relaciones con la starlette Lila
Leeds, de notable parecido con Madame X,
con la que coincidió su ex esposa en el rodaje de una película (Green Dolphin Street, dirigida por
Victor Saville en 1947).
[20] Doctor
John McDonald, quien hizo lo posible por salvar la vida de Johnny Stomp, sin
éxito.
[21] El
abogado era Jerry Giesler; el detective privado, Fred Otash.
[22]
Uno de los más prominentes, James Bacon, de la Associated Press, reconoció que se hizo pasar por ayudante del Coroner, para llegar hasta la escena del
crimen, antes de que lo descubrieran y echaran. El Coroner es un funcionario electivo del Distrito, que dirige las
investigaciones preliminares en los casos de muerte sospechosa de criminalidad;
tiene rasgos de Médico Forense y de Juez de Instrucción, sin coincidir
precisamente con ninguno de ellos.
[23]
Véase nota 20. La encuesta por el Coroner,
al equivaler a un antejuicio, con juez, jurado, pruebas, fiscal y defensor o
defensores, condiciona mucho con su veredicto el ulterior proceso del caso,
aunque no obliga al Fiscal a estar y pasar por lo que en él se acuerde.
[24] En
inglés americano, medical examiner.
[25]
A la sazón, Clinton H. Anderson (1903-1989), Jefe de Policía de Beverly Hills
(1942-1969), que plasmó sus recuerdos en el libro Beverly Hills is my beat (1960).
[26]
Obviamente, el que el juez ordenara al Coroner
practicar una encuesta (inquest)
complementaria a la autopsia y demás actuaciones médicas anteriores, implicaba
una cierta tacha de insuficiencia o deficiencia a lo hecho de oficio y por
orden suya.
[27] Conocido restaurante de ambiente polinesio,
que regentaba (al menos, de tapadera) Joseph Steve Crane, padre de Cheryl y ex
marido de Madame X. Radicaba a muy
poca distancia de la casa de estas, en el 421 de North Rodeo Drive (Beverly
Hills). Fue abierto en 1953 y cerró en 1978.
[28]
Mildred Frances Cowan (1904-1982), peluquera de profesión (puede que eso
explique uno de los más conocidos rasgos del glamour de su hija), casada a la sazón con Frederick H. May y
residente muy cerca de la mansión de su hija July en Beverly Hills.
[29]
El capitán Fowler me confesó que había recorrido la tarde anterior varias
tiendas de discos de Los Ángeles, hasta dar con la mejor grabación existente de
la imponente Tercera Sinfonía de Beethoven: la del sello discográfico EMI,
grabada en 1953 por la Filarmónica de Viena, bajo la dirección de Wilhelm
Furtwängler. Hay quien dice que no ha habido hasta ahora (2018) una
interpretación mejor.
[30] Dícese
de los mejicanos nacidos o avecindados de modo estable en los Estados Unidos.
[31]
Supongo que el capitán Fowler establece comparación con su holgado metro
ochenta, y setenta y muchos quilos. La actriz medía alrededor de un metro
sesenta y pesaba unos 50 kilos. Si alguien está interesado en otras medidas, estas eran 86-61-86,
según fuentes de cierta credibilidad. Y, si no le gustan, en Internet figuran
otras, incluso bastante diferentes, salvo en lo tocante a la estatura.
[32]
Frank Sinatra (1915-1998), el conocido actor y cantante, había sido amante de
Lana Turner a mediados de los años de 1940 y, como en él era frecuente,
conservó con ella una buena amistad, que se puso de manifiesto durante el caso
Stompanato, cuando la visitó, como Fowler refleja en su relato.
[33] También las concomitancias de Sinatra con la
mafia, incluido el capo Mickey Cohen,
eran conocidas. Como este relato no lo tiene como protagonista, el tema se
remite a un libro que no ahorra detalles al respecto: Kitty Kelly, His way: The unauthorized biography of Frank
Sinatra, Bantam Books, Nueva York, 1986.
[34]
Abreviatura por Crenshaw, uno de los
distritos del Downtown de Los
Angeles.
[35]
La estatura de Cheryl Crane fue valorada en aquellos momentos en cinco pies y
nueve pulgadas (alrededor de 1,73 metros). Un estirón posterior la llevó hasta los 175 centímetros definitivos.
La talla de John Stompanato era de metro ochenta.
[36]
Los Angeles Herald Examiner, a la
sazón periódico de la cadena Hearst. Era diario vespertino de lunes a viernes,
y salía de mañana los sábados y domingos.
[37]
Cartas de amor de July a Johnny Stomp,
cuya pasión desmintió a quienes pretendían que la relación era poco menos que una
imposición violenta del amante. Las cartas fueron entregadas por Mickey Cohen
al Examiner, en el que se publicaron
en la tarde del 9 de abril de 1958. Al día siguiente, lo fueron bajo copyright en otros diarios.
[38]
Adición a la Constitución de los Estados Unidos que consagra, entre otras
cosas, la libertad de prensa. Data de 1791.
[39]
Frederick D. May, entonces marido de Mildred Frances Cowan, madre de Madame X.
[40] Doctor
John McDonald, médico de cabecera de la familia de July.
[41]
No se me oculta la coincidencia de este apodo y apellido -que el capitán Fowler
da como de un compañero real- con el personaje de Wendell Bud White, uno de los protagonistas de la película L.A. Confidential (Curtis Hanson, 1997).
Si es una coincidencia, o si el personaje del film estaba basado en otro real y
del mismo nombre, es algo que no hemos podido aclarar.
[42]
Actualmente, se da por seguro que las cartas fueron sustraídas por un camarero
del hotel Del Capri, llamado Fred
Packard, quien las hizo llegar a Mickey Cohen, a cambio de cierta cantidad de
dinero.
[43]
Mickey Cohen, tras sufrir numerosos intentos de asesinato, incluso con bomba,
convirtió su casa en el suburbio angelino de Brentwood en un auténtico búnker,
casi inasequible a sus enemigos y, si él no quería, a la Policía.
[44]
En efecto, en sus relaciones personales, Johnny se refería a Cheryl Crane como
Chery, y esta firmaba del mismo modo sus cartas a él. Cohen da por sentado que
la alteración del nombre era intencionada, en la medida en que chéri significa querido en francés. La verdad es que algunas de las cartas de
Cheryl a Stomp (al que en ocasiones llega a llamar papaíto) son algo subidas de tono para una chica de su edad.
[45]
En efecto: la madre y el hermano mayor de Stomp demandaron civilmente a los
padres de Cheryl, reclamándoles unos 750.000 dólares. El pleito se demoró hasta
1961 o 1962, en que demandantes y demandados llegaron a un acuerdo de
desistimiento por solo 20.000 dólares. El abogado Jerry Giesler llevó los
intereses de la pareja demandada.
[46]
Entierro con honores militares, como ex marine
que combatió en la Segunda Guerra Mundial. El entierro se desarrolló en su
localidad natal, Woodstock (Illinois).
[47] Dove, apodo con el que tuvo que pechar
Fowler mientras formó parte del Gangsters
Squad.
[48] Véanse
notas 21, 22 y 24, sobre el perfil profesional y la función de uno y otro.
[49] William
E. McGinley (1926-2008). Se jubiló siendo Juez del Tribunal Superior de Los
Ángeles.
[50] Los Angeles Times, ejemplar del 12 de
abril de 1958, día siguiente a la audiencia y veredicto del caso.
[51]
No se emplea la cursiva en esta palabra pues el diario no empleaba el nombre
familiar de la actriz sino su nombre artístico, que el capitán Fowler se empeña
en no emplear en su relato, lo que respetamos.
[52] Forma
constante en que July se refirió durante su vida a la muerte de Stompanato.
[53] Relato
de las mismas por Cheryl Crane, en su autobiografía citada en la nota 8.
[54] La
frase es atribuida a Aristóteles y, como se sabe, pone la verdad por encima de
la amistad.
[55]
Por algún motivo, el titular no intervino en la encuesta. El nombre del
delegado era Charles C. Langhauser y, como correspondía a un acto procesal de
su competencia, no solo presentó ante el jurado la autopsia, sino que llevó a
cabo los interrogatorios, en unión del Fiscal y los defensores.
[56]
Se calcula en unos 120 los periodistas presentes, en una sala que tenía 160
asientos (los otros cuarenta los ocuparon personas que habían hecho cola
durante la noche anterior). La retransmisión televisiva y radiada corrió a
cargo de las cadenas A.B.C. y C.B.S. Se dice que fue el primer juicio retransmitido íntegramente a
todos los Estados Unidos por televisión. El primero en serlo por radio fue el
llamado Juicio del Mono, o del
profesor Scopes (Dayton -Tennessee-,
julio de 1925). Sobre él, véase mi ensayo, en este mismo blog, Ensayos de cine (4): Así se escribe la
historia… en Hollywood (entrada de 19/04/2014).
[57]
El capitán Fowler se refería a los Estudios de rango universitario que fueron
creciendo en su ciudad natal, y que se incorporaron en 1959 de pleno derecho al
complejo de la Universidad de California, con campus en el suburbio sandieguino de La Jolla.
[58]
En términos aproximados, dichas estaturas equivaldrían a 180 y 173 cm,
respectivamente. A mayor abundamiento, el peso de Stompanato era de 180 libras,
es decir, unos 81 kg. Estos y otros detalles sobre John Stompanato obran en un
extenso artículo de revista de aceptable calidad a este respecto: Richard
Babcock, American Gigolo, Chicago
Magazine, número de 28 de marzo de 2008.
[59]
Juego de palabras en inglés, donde fine, adverbio,
significa “muy bien”, pero, como sustantivo, quiere decir “multa”.
[60]
Justifiable homicide. El capitán
Fowler no aclara si el veredicto fue, o no, unánime. Los comentaristas dan
versiones contradictorias al respecto, pero la rapidez con que se obtuvo (entre
veinte y veinticinco minutos) induce a pensar en la unanimidad.
[61]
Todos los datos que recoge el capitán Fowler, así como la fotografía de Trusso,
fueron divulgados por periodistas de diversos medios. Es, por tanto, vergonzoso
que la mayoría de los artículos y libros que, años después, han tratado del
caso Stompanato presenten a Trusso como un anónimo desconocido, que se
perdió en la noche de Los Ángeles. Curiosamente, en Internet pueden consultarse
periódicos que recogen el incidente Trusso, sus datos y su fotografía. Véase,
por ejemplo, Charleston Gazette,
ejemplar de 12/04/1958, páginas 1 y 8.
[62] Another time, another place (Lewis
Allen, 1958, pero rodada en 1957), cuyo título en España fue Brumas de inquietud. Fue una de las primeras
películas rodada por Sean Connery, luego famosísimo actor, que entonces tenía
27 años.
[63]
Equivalente aproximado a 185 centímetros.
[64] Reitero
para este personaje lo afirmado en la nota 41 respecto de Wendell Bud White.
[65] Famosos
grandes almacenes londinenses, cuyo origen se remonta hasta 1834.
[66] En
bañador o pantalón corto.
[67]
La productora Metro-Goldwin-Mayer, por unas u otras razones, rescindió en 1956
el contrato que la había ligado con Lana Turner durante dieciocho años.
[68] Después de algunos titubeos (que críticos no
bien informados siguen compartiendo) se da por sentado que Julia Jean (Lana) Turner nació el 08/02/1921, por lo
que, en los años a que se refiere aquí el capitán Fowler, estaba en el entorno
de los cuarenta años de edad.
[69]
Para todo este capítulo y el siguiente véase: Diego Galán, Jack Lemmon nunca cenó aquí, Plaza y Janés, 3ª edic., Barcelona,
2001, pp. 181-190 y 196.
[70]
El Teatro María Cristina y el Hotel Victoria Eugenia de San Sebastián se
inauguraron en 1912. Ruego disculpen al capitán Fowler por el segundo epíteto
atribuido al magno coliseo donostiarra.
[71]
El padecimiento de cáncer de garganta y de esófago, con alguna otra metástasis,
así como el severo tratamiento médico sufrido desde el año 1992, llegaron a
reducir el peso de Lana Turner hasta unos 40 kilogramos.
[72] El emporio mediático Turner estaba empeñado en un amplio trabajo de presentación para la
filmografía de Lana Turner, que cristalizó en una Overview y un Profile de
la actriz, seguido de la proyección sucesiva de 32 de sus películas (Lana intervino en 55, entre 1937 y
1980). Dentro de este empeño televisivo, la concesión del premio Donostia del Festival de San Sebastián
sería el broche de oro, razón por la cual la estrella estuvo seguida y rodeada
en todo momento por gente de la Turner
Network Television.
[73]
Revólver de cañón corto, calibre 38, de cinco disparos, lanzado con gran éxito
por Smith&Wesson en 1950, arma
reglamentaria en gran parte de las Policías americanas de aquellos años.
[74]
El cáncer que padecía acabó por impedirle una eficaz deglución, teniendo que
acabar usando sonda naso-gástrica. Al propio tiempo, la metástasis alcanzó el
hueso maxilar inferior, sugiriéndole algunos facultativos su extirpación. La
señora Turner se opuso radicalmente, aduciendo algo así como que quería irse con dignidad y pudiendo reconocerse en el espejo.
[75]
Seguramente, la actriz aludía a que su única hija resultó ser lesbiana y no
mantuvo relaciones reproductivas con ningún hombre. En 2014, aprovechando la
legalización en California del matrimonio homosexual, se casó con Jocelyn (Josh) LeRoy, su compañera estable de
muchos años (se han manejado fechas de comienzo de la relación entre 1968 y
1971).
[76]
Robert Mitchum (1917-1997) fue detenido en 1948 por posesión de marijuana y
condenado a dos meses de prisión (de los que se dice cumplió efectivamente solo
41 días) y varios años de probation.
Se rumoreó con mucho fundamento que dicha detención, simultánea a la de Sir
Charles Hubbard, fue urdida por Mickey Cohen y sus esbirros, por razones de chantaje.
Entonces se creyó -el propio Mitchum lo hizo- que iba a ser el final de su
carrera cinematográfica pero, por supuesto, no fue así. Robert Mitchum recibió
el premio Donostia en el XLI Festival de Cine de San Sebastián (1993).
[77]
Eso sucedió en el Festival de 1989. Lana Turner decía admirar a la Davis y
considerarla la mejor actriz que había conocido. Bette Davis (1908-1989)
falleció en París, a los pocos días de recibir el premio Donostia, víctima de
cáncer.
[78]
Andrés Hardy se enamora (Love finds Andy
Hardy), película de 1938, dirigida por George B. Seitz. Mickey Rooney había
nacido en 1920 (falleció en 2014) y Lana Turner, en 1921.
[79]
Concretamente, en sus memorias: Mickey Rooney, Life is too short, Villard Books, Nueva York, 1991.
[80]
Robert Wise (1914-2005), gran director de cine, presidió el Jurado del XLII
Festival de San Sebastián (1994). William Hurt (1950), aspiraba al premio al
mejor actor en dicho Festival (que fue a recaer en Javier Bardem); había sido
Oscar (1985) al mejor actor principal por El
beso de la mujer araña, y fue el encargado de entregar a Lana Turner el
premio Donostia.
[81] Parece
ser que Lana tuvo dos abortos espontáneos y otros dos provocados.
[82] Cheryl
Crane nació en 1943, fruto del segundo matrimonio de Lana, como ya ha quedado dicho.
[83]
Mickey Rooney medía solo 157 centímetros y no tenía nada de enano en el sentido
estricto del término.
[84] En la
realidad, Llamadme Lanita, llamadme
Lanita (pronunciado el diminutivo a la española).
[85] Véase
nota 69. La primera edición de dicho libro es de septiembre de 2001.
[86] Lana Turner
falleció unos nueve meses después de pronunciar estas palabras, en Los Ángeles,
el 29 de junio de 1995.
[87]
Lanita había quedado bastante
impresionada con el espectacular Rolls
Royce bicolor albinegro, en que la Organización del Festival la había traído
a San Sebastián desde el aeropuerto.
[88]
La Plaza de Oquendo. Finalmente, una ligera lluvia aconsejó que Lana hiciese el
mínimo trayecto en coche. Al día siguiente, hizo el recorrido en haiga descubierto, llevando traje rojo de
ceremonia (blusón suelto y amplio pantalón) pero con un chaquetón multicolor (patchwork)
un tanto informal.
[89]
En efecto. La más extensa es una del programa Primer Plano, de Canal Plus España, que dura unos veinte minutos.
Más breve, unos cuatro minutos, es la versión dirigida por Alan Eichler, el
conocido agente de prensa y talent
manager, que recoge algunos momentos de la visita de la actriz al monte
Urgull, aludida por el capitán Fowler en el capítulo anterior de este relato.
[90]
Quizá resultó inadecuado que la entrega corriese a cargo de un actor -grande,
por supuesto-, pero desconocido hasta entonces de Lana y muchísimo más joven
que ella. Pienso que habría sido más pertinente la oblación por el director de
cine, Robert Wise, que presidía el Jurado del Festival en aquel año. Desde
luego, nada comparable con el ridículo de la noche, la actuación del conductor de la ceremonia, el actor
español Fernando Guillén Cuervo quien, encargado de traducir las palabras de
William Hurt y Lana Turner, apenas resumió algunas frases, pese a la
insistencia de la actriz para que tradujera todo lo que se decía. No se me
ocurre otra explicación que la de que el señor Guillén Cuervo carecía del debido
conocimiento del inglés -o del dominio de sus nervios- para desempeñar el encargo.
[91]
Acomodo el recuerdo del capitán Fowler a las palabras de Lana, tal y como las
recogió el entonces Director del Festival, en su libro citado en la nota 69,
página 190.
[92]
Por razones de edad de los fetos y de circunstancias externas, suele entenderse
que, de los cuatro abortos conocidos que sufrió Lana Turner, dos pudieron
ser provocados para evitar los nacimientos.
[93]
Era Imanol Uribe (1950), por la película Días
Contados. El 2018, el citado director repetiría Concha de Oro, por Entre dos aguas.
[94]
Imitation of Life (Imitación a la vida), melodrama dirigido
por Douglas Sirk en 1959, que protagonizó Lana Turner.
[95]
El Cartero siempre llama dos veces,
famosísima película dirigida por Tay Garnett en 1956, protagonizada por John
Garfield y Lana Turner.