La muerte del
comandante Gabaldón
Por Federico Bello
Landrove
Frente a la popularidad, desde hace unos
años, de la ejecución de las Trece Rosas, subsiste el escaso conocimiento y las
muchas incógnitas del crimen contra el comandante Gabaldón. Sin embargo, un
caso y otro están bastante unidos en el tiempo y en sus consecuencias. Bueno
será, pues, acercar a los lectores el caso del Comandante, en la modesta medida
que un ensayo puede pretender.
1. Las Trece Rosas y el crimen del kilómetro 121
A la altura del
año 2018, en que escribo este ensayo, ninguna forma mejor de poner en situación
a mis lectores que la de comenzar indicando que -según se dice- la muerte del
comandante Gabaldón tuvo bastante que ver con la ejecución de las Trece Rosas,
o viceversa. Ya saben, se trata de esas trece -a la postre, catorce- jóvenes,
implicadas en la causa penal militar número 30.426, que fueron ejecutadas en
Madrid el 5 de agosto de 1939, junto a otros cuarenta y tres acusados varones, por
el delito de adhesión a la rebelión. Tal adhesión se cifraba en haber tratado
de reconstituir en la capital de España las Juventudes Socialistas Unificadas,
rama joven del Partido Comunista, así como haber participado en un hipotético complot
contra el Jefe del Estado, Francisco Franco, preparando un atentado contra su
vida durante el llamado Desfile de la Victoria, celebrado en Madrid el 19 de
mayo de 1939.
No siendo el
objeto de mi trabajo presente, he de remitir el conocimiento detallado del caso
de las Trece Rosas a las fuentes que, cada vez con mayor profusión, se han ido
encargando de popularizarlo, a partir de los años ochenta del siglo XX[1],
hasta lanzarlo a la notoriedad internacional por medio del cine[2].
Aquí simplemente me sirve de introducción al ensayo, sin perjuicio de que más
adelante[3]
vuelva sobre una pregunta pertinente: ¿Verdaderamente influyó el crimen del
kilómetro 121 de la Carretera de Extremadura en la suerte corrida por las Trece
Rosas y sus compañeros coacusados junto a ellas?
Pero, antes de
penetrar en los complicados y confusos entresijos de ese crimen, es
imprescindible que narre su desarrollo de manera escueta y procurando eludir en
un principio sus puntos más oscuros.
***
El comandante de
la Guardia Civil, Isaac Gabaldón Irurzun[4],
era al momento de su muerte Inspector de Destacamentos de la Policía Militar de
Madrid[5],
especializado -según se dice generalmente- en temas de Masonería. Habiendo sido
antes de la Guerra comandante de la
Guardia Civil en Talavera de la Reina (Toledo)[6],
guardaba con esta ciudad un vínculo de atracción, que le había llevado a fijar
allí la residencia de su extensa familia[7],
permaneciendo él mismo en Talavera buena parte del tiempo, pese a tener su
destino en la capital de España; justificando su vecindad en la necesidad de cuidar una presunta afección de paludismo, si
bien suele opinarse que se trataba de una disculpa, que encubría una seria
preocupación por su seguridad personal y familiar mientras permaneciera en
Madrid[8].
En la mañana del
29 de julio de 1939, el Comandante, en unión de su hija Pilar, menor de edad[9],
salió de su casa de Talavera, a bordo de un coche oficial, marca Ford, conducido por su chófer, José Luis
Díez Madrigal -de 23 años de edad-, con destino a Puente del Arzobispo[10],
con la aparente intención de revisar las obras de una casa que se estaba
haciendo allí la familia Gabaldón. Es probable, pero no hay constancia de ello,
que el viaje alcanzase a otras localidades y otros objetivos, tal vez,
oficiales. Lo cierto es que, desde Puente del Arzobispo, siguieron a Oropesa,
donde se sabe que pararon para comprar dos jamones. A continuación, ya de
noche, se dirigieron hacia Talavera, en viaje de retorno a su casa[11].
En este último
trayecto, y no lejos de Oropesa, el vehículo del Comandante paró en plena
carretera, a petición de tres individuos jóvenes[12],
que vestían uniformes militares del Arma de Ingenieros, con distintivos de oficial
dos de ellos -teniente y alférez-. En ese momento, o poco más tarde ya subidos,
los autostopistas sacaron sendas
pistolas, con las que encañonaron a los otros ocupantes y les ordenaron seguir
conduciendo, hasta la altura del punto kilométrico 121 de la carretera, donde
hicieron parar el coche en una zona con vegetación próxima a la calzada,
mandaron salir a los tres ocupantes y, a los pocos metros de camino, el que
vestía como teniente disparó a quemarropa al Comandante, a su hija y al
conductor, causándoles la muerte de manera casi inmediata, si bien, comoquiera
que se le encasquillase su arma, hubo de solicitar de sus compinches otra, para
dar el tiro de gracia. Ello sucedió probablemente entre las 22:30 y las 23:00
horas de aquel 29 de julio de 1939.
Seguidamente, los
asesinos registraron a sus víctimas, constando que sustrajeron al Comandante 104
pesetas, las placas identificativas del SIPM[13]
de Gabaldón y de su chófer y la libreta de anotaciones del Comandante; montaron
en el vehículo oficial de este y tomaron la dirección de Madrid, hasta que el
coche se les averió mucho antes de llegar a dicha Capital.
Cierro aquí el
relato del crimen, sin perjuicio de completar los detalles en los capítulos que
siguen, donde trato de las cuestiones más debatidas que el mismo sigue
planteando, tantos años después de su comisión. Expondré las mismas en dos
series, sin otro motivo que el de no alargar en exceso el contenido de cada uno
de aquellos.
(Croquis del atentado contra
Gabaldón. Fuente, El Español Digital)
2. Los puntos oscuros del crimen (primera parte)
2.1.
El comandante Gabaldón, temido y
odiado, ¿por quién?
Sin duda es la cuestión clave del crimen, de la que deriva
buena parte de las demás. Curiosamente, casi todos están de acuerdo en la
respuesta. La discrepancia es -nada más y nada menos- una cuestión de matiz. Un
matiz del que depende la iniciativa del asesinato pues, razonablemente, para
matar a alguien hay que temerlo/odiarlo hasta un cierto grado.
Que el Comandante
fuese detestado y temido por gentes disidentes de izquierdas puede darse por
supuesto, en base a un doble motivo coincidente: 1º. Era una pieza importante
en la represión del antifranquismo, singularmente, en la zona de Madrid. 2º.
Cuando menos desde la Revolución de 1934, se había destacado como un represor
especialmente severo y eficaz[14].
No creo necesario insistir en un tema obvio. Solamente añadiré que, a partir
del final de nuestra guerra civil, hubo un proceso constante de intentos de
reconstrucción del Partido Comunista en el
interior, seguidos de rápidos y eficaces golpes -caídas- de los activistas encargados, generadores de innumerables
ejecuciones y consiguientes atentados de venganza[15].
La coincidencia cronológica con esta efervescencia comunista puede apoyar la
tesis de que Gabaldón pasara a estar de
actualidad en el verano del 39, hasta el punto de organizarse contra él un
atentado -tal vez, facilitado por el hecho de viajar muy frecuentemente por
carretera, entre Talavera y Madrid-.
Que detestasen al
Comandante los comunistas que pretendían reorganizarse en Madrid, hasta el
punto de atentar contra su vida, es obvio. En cambio, habrá que explicar y, en
su caso, probar que lo temieran y odiasen sus propios correligionarios, sus
compañeros de armas[16].
Así han pretendido hacerlo, con más reiteración que solidez, quienes han
analizado el tema.
El punto de
partida también puede darse por supuesto, aunque los matices y concreciones
brillen por su ausencia, o por su falta de demostración. Está claro que muchos
españoles de derechas y muchísimos militares de toda ideología eran masones
antes de empezar la guerra civil. Es obvio que, tras imponerse la jefatura de
Franco y conocerse la monomanía de este contra la masonería, la mayor parte de
los integrantes de ella la abandonaron. El problema para ellos era doble: 1º.
El efecto retroactivo que las leyes del franquismo solían dar a su aplicación,
llevando la misma hasta julio de 1936 o, incluso, octubre de 1934. 2º. El
descrédito y la incompatibilidad con el mando que suponía haber sido masón,
aunque el afectado se desligara de la Orden más o menos tardíamente[17].
El siguiente punto a plantear -que resulta
igualmente notorio o, cuando menos, generalmente aceptado- es el de que
Gabaldón, dentro de sus competencias de investigación, tenía un especial
conocimiento y proyección hacia la represión de la masonería. En este sentido,
se ha aducido con varia fortuna y prueba: 1º. Que el Comandante tenía un
amplísimo dossier sobre masones
-incluso altos mandos del Ejército-, una copia del cual guardaba en su casa de
Madrid. 2º. Que Gabaldón había sido -o se sentía- amenazado por tal motivo,
teniendo que recibir el apoyo y estímulo de algunos de sus antiguos superiores
-generales Yagüe y Carroquino-, incluidos los del propio Generalísimo Franco.
3º. Que no deja de resultar sintomática la serie de sucesos que siguieron al
asesinato del Comandante, entre los que se incluye el expolio de los documentos
en su domicilio y la muerte violenta -dolosa o accidental- de varios de sus
próximos y colaboradores[18].
A mayores, se ha
dicho que el Comandante era hombre de honradez en lo económico, que se sentía
muy molesto con la conducta de otros miembros del SIPM, inclinados a aprovechar
las requisas de dinero, joyas u objetos valiosos, para quedarse con parte de
ello en su propio beneficio. En este tema, a diferencia del de rigor
antimasónico, parece que las quejas y advertencias que el Comandante elevó a
sus superiores no tuvieron eco; antes al contrario, se le dijo que abandonara
cualquier indagación o denuncia a ese respecto.
El tercer punto de
esta argumentación ha de ser -supuesto todo lo anterior- despejar la incógnita
de si los que mataron a Gabaldón fueron comunistas, o masones y ex masones. De
ello trataré en el siguiente apartado. Ahora tan solo quiero hacer la
observación de que, si acogemos la segunda opción -la de la masonería-, aún
tendríamos que discutir si tales masones eran de extracción generalmente
militar e ideología de derechas, o bien hermanos
simplemente bien situados y con pluralidad ideológica. Aunque los
estudiosos del tema se han inclinado por apuntar hacia los masones del primer
grupo, no deja de haber motivos para sostener la segunda alternativa, como lo
pueden dar a entender la muerte de Antonio Pérez Asperilla[19]
y la posible implicación del médico talaverano, José Fernández Sanguino[20].
2.2.
Quiénes fueron los asesinos y por
cuenta de quién actuaron.
Del relato de hechos realizado en el capítulo 1 se deduce que
los directos ejecutores del Comandante y de sus dos acompañantes fueron los
tres individuos citados, Damián García Mayoral -quien disparó materialmente-,
Saturnino Santamaría Linacero y Francisco Rivares Cosial. Estos fueron, en
efecto, los condenados como autores de los asesinatos en la causa militar número
37.038. Pero, ¿qué se sabe de ellos que pueda resultar de interés para este
ensayo? Fundamentalmente, estas tres cosas: 1ª. Que formaban parte de los
intentos de los dirigentes en el extranjero para reorganizar en la zona
central de España la estructura y funcionamiento del Partido Comunista y, en
concreto, de las Juventudes Socialistas Unificadas, que eran su rama juvenil
desde 1936. 2ª. Que los tres eran miembros veteranos de dichas Juventudes y
durante la guerra habían sido combatientes de cierta relevancia: En concreto, del
trío de asesinos -integrantes a la sazón de un grupo conocido por Los Audaces-, García Mayoral y Rivares
habían sido oficiales en el Ejército Popular de la República, ostentando el segundo
de ellos el mando de una compañía de guerrilleros. 3ª. Que García Mayoral ejerció
un liderazgo efectivo de sus compañeros, ayudado por la circunstancia de
conocer la zona de Talavera y tener familia próxima en Cazalegas[21],
que podría acogerlos, como efectivamente parece que aconteció.
Más complicado es
saber por cuenta de quién actuaron pues, para empezar, la orden que habían
recibido de sus jefes era la de perpetrar algún robo o atraco que
proporcionara medios a la organización. A mayores, en materia de conspiración o
inducción, las autoridades judiciales decidieron actuar de manera simplista -no
investigando en profundidad-, entendiendo que tal iniciativa tenía que
corresponder al coyuntural jefe militar de las Juventudes Socialistas
Unificadas que -cosa curiosa- fue detenido el mismo día del crimen -29 de julio
de 1939- y cuyas manifestaciones a la policía facilitaron a esta las cosas.
Dicho individuo era un joven de 21 años de edad, llamado Sinesio Cabada
Guisado, apodado Pionero, quien
también sería juzgado en unión de los asesinos del Comandante y de otros
miembros de las Juventudes[22]
y condenado, como ellos, a la máxima pena, aunque no la sufriría hasta mediados
de septiembre, disfrutando de un
aplazamiento de cuarenta días, durante los cuales el Servicio de Información
trató de sacarle todos los datos útiles que pudo.
Pareciendo cierto
que el objetivo encargado al Grupo de
Audaces era solo el de obtener dinero mediante el robo, surge la pregunta
de por qué, entonces, prepararon un asesinato, del que fue una simple
consecuencia conexa el quitar al Comandante muerto la modesta cantidad de 104
pesetas. ¿No sería que el terceto de Audaces
tenía el encargo de matar a Gabaldón, solicitado por alguien a cambio de
dinero? Aparece aquí el nombre de un médico talaverano, llamado José Fernández
Sanguino, considerado por algunos gran maestro de la logia masónica talaverana[23].
Siempre bajo la mera cobertura de lo verosímil y rumoreado, se dice que,
agobiado por las indagaciones de Gabaldón, el doctor Sanguino pudo haberse
puesto en contacto con el audaz García
Mayoral, por conducto de un cazalegueño tío de este, a fin de proponerle matar
al Comandante mediante precio, cifrado en alrededor de tres mil pesetas. Llegó
a decirse que, tras cometer el crimen, los asesinos se pasaron por Talavera
para cobrar. Lo cierto es que ese posible precio no apareció al ser detenidos
los presuntos sicarios poco después, ni hay constancia de que estos se demoraran
en Talavera, una vez cometido el crimen.
2.3.
Las facilidades para los asesinos en
los pródromos de su crimen.
Aunque no existen datos concluyentes -en parte, por la
censura de la época- es evidente que el crimen del comandante Gabaldón no fue
único en su género; menos aún, en Madrid y sus alrededores, zona recién
conquistada y donde las izquierdas activas contaban con numerosos militantes y
abundantes armas. Con todo, los comentaristas del caso no dejan de destacar la
aparente facilidad con que se prepararon y movieron los tres Audaces hasta perpetrar su crimen; una
facilidad tanto más llamativa, cuanto que sus camaradas estaban cayendo
detenidos masivamente y, como es natural, confesando y delatando a otros, bajo
la presión y tortura de los policías investigadores.
Para hacer más
breve mi exposición, voy a resaltar los puntos que han resultado sorprendentes,
y hasta sospechosos, para los historiadores, si no uno por uno, sí tomados en su
conjunto:
1º. Los tres asesinos se pertrecharon de uniformes
militares del Arma de Ingenieros, con distintivos -dos de ellos- de oficiales.
También llevaban pistolas y se da por hecho que contaban con documentación
personal o militar falsificada, al menos, hasta el punto de convencer a los
conductores de los camiones que consintieron en trasladarlos hasta Cazalegas,
cambiando de vehículo, por lo menos, en Cuatro Vientos (Madrid).
2º. Sabido es el
severo control que la policía llevaba para que solo personas autorizadas
saliesen de Madrid, entre otras cosas, para evitar la huida de sujetos buscados
o desafectos. Sin embargo, los tres Audaces
no tuvieron dificultad ninguna para abandonar la Capital, pese a carecer de
los oportunos salvoconductos.
3º. Aunque no sea
perfectamente conocido el tema, se da por sentado que los tres criminales
habían sido identificados como desafectos al concluir la guerra civil y
recluidos en campos de concentración, de los cuales alguno se fugó pero otros
fueron puestos en libertad con sorprendente rapidez. Recuérdese que no eran
unos izquierdistas cualesquiera, sino que dos de ellos habían sido oficiales
del Ejército republicano.
4º. Muy llamativo
resulta que, ya por conocer la zona y tener familiares y amigos en ella, bien
por no tener aún bien pergeñado el objetivo y la dinámica del golpe, los tres
implicados pasaron el día anterior, 28 de julio de 1939, y buena parte del
siguiente 29, hablando con unos y con otros en Cazalegas, paseándose por
Talavera y cenando en Oropesa -donde comentaron que se dirigían a prestar un
servicio en Navalmoral de la Mata (Cáceres)-. Merodeando por Oropesa, parece
que tuvieron la intención de atracar un estanco -lo que, a fin de cuentas, se correspondía
con las órdenes recibidas-. Todo ello, además de otros peligros, suponía el de
trasladarse en camión de un sitio a otro. Parece casi escandaloso por más que,
si confrontamos el periplo de los criminales con el del Comandante, vemos que
coinciden los lugares de Talavera y Oropesa, lo que podría indicar que, una vez
aleccionados en Cazalegas, lo que estaban
haciendo era un peculiar seguimiento de su futura víctima, una vez fue elegida.
¿Podemos deducir de todo ello que los Audaces contaron con la connivencia de
gente importante, inclinada a librarse del peligroso Gabaldón? Obviamente no,
aunque solo sea por un punto clave, que hemos examinado en los dos epígrafes
anteriores: el de que es casi seguro que los asesinos no se decidieron por
atentar contra la vida del Comandante hasta salir de Madrid y entrevistarse con
unos y otros en Cazalegas. Solo entonces -y quién sabe si por la inducción del
médico Sanguino- quedó cerrado el plan homicida. Un plan que ni siquiera
conocía su superior, Sinesio Cabada, que estaba siendo detenido ese mismo día,
29 de julio, y, como es lógico, no había dado aún a la policía noticias de los
tres Audaces, ni de su salida de
Madrid, si es que él mismo era conocedor de ella.
2.4.
El crimen: sus detalles. ¿Por qué
paró el coche de Gabaldón?
La mayor parte de
los detalles del asesinato han tenido que inferirse de las declaraciones de sus
autores en el sumario judicial del caso. Así se establecen como seguras -en el
capítulo 1 las hemos recogido- afirmaciones tales, como que fuese García Mayoral
quien efectuase todos los disparos, o la de que tuviera que pedir otra pistola
a sus compañeros para rematar a sus víctimas, al habérsele encasquillado la
suya. Los datos de autopsia revelaron que los tiros fueron dados a quemarropa.
Subsiste la duda sobre si los asesinados lo fueron inmediatamente o si, como es
más probable, se les forzó a mantenerse en el vehículo, mientras este era
guiado hasta un lugar próximo, cuya vegetación permitiera ocultar los cuerpos.
No parece que hubiese huellas de lucha o defensa, lo que se ha achacado, entre
otras cosas, al deseo del Comandante de no implicar en un incidente violento a
su hija adolescente.
Tratando de la
presencia en el viaje de María del Pilar Gabaldón, surge la pregunta: ¿qué
sentido tenía que acompañase en el viaje a su padre? Al leer en alguna fuente
que aquel había incluido una visita a Puente del Arzobispo para comprobar la
marcha de las obras de una casa que se estaba haciendo la familia, yo me sentía
inclinado a entender que Pilar habría pedido acompañar a su padre por
curiosidad inmobiliaria. No obstante,
un hijo de Gabaldón, entrevistado muchos años después del atentado[24],
aseguró que el Comandante había llevado a su hija en el viaje para despistar,
para que no pareciera que iba de misión.
De ser así, me parece que el respeto de Gabaldón por su hija no queda en buen
lugar, máxime si -como el mismo familiar agregó- sabía que le tenían ganas: le
habían amenazado.
Entre todos los
hechos, se ha destacado como increíble el de que el vehículo oficial parase en
descampado y en plena noche, a requerimiento de tres individuos desconocidos,
cuyos uniformes quizá solo pudieran ser entrevistos, dada la oscuridad
reinante. Una decisión tanto más sorprendente, cuanto que Gabaldón estaba
amenazado y solía guardar las lógicas precauciones de un experto en información,
que en aquel momento era también garante de la persona de su hija Pilar. Tan
extraño resulta, que ha circulado la explicación de que, entre los que pidieron
la parada del vehículo, se encontrasen personas conocidas o de la confianza del
Comandante, por pertenecer tal vez al Servicio de Información[25].
Yo creo que pudieron existir otros motivos para que el coche oficial se
detuviera, sin necesidad de apelar a motivos más rebuscados, como por ejemplo:
A) Que los tres Audaces se plantaran
en medio de la calzada, jugándose el tipo. B) Que la detención fuese un acto
reflejo del conductor, sin que el Comandante la autorizara previamente. C) Que
los faros del vehículo permitieran ver bien los uniformes militares de los
autostopistas, incluso que dos de ellos portaban distintivos de oficiales; lo
cual pudo ser juzgado suficiente por el Comandante, como para hacerles el favor
de llevarlos a Talavera, o hasta dondequiera que coincidiesen sus destinos.
Concluyo este epígrafe con la referencia a un
dato que me parece de cierto interés, habida cuenta de que el atentado fue
preparado con tanta premura. Me refiero al hecho de que los asesinos se
trasladaran a pie, a toda prisa, a las afueras de Oropesa, localidad en que
habían coincidido poco antes con el Comandante y sus acompañantes, y que
hubiesen tomado buena nota del modelo de coche y de su matrícula oficial del
Ejército de Tierra -al parecer, ET-5619[26]-,
lo que les permitió no salir a la calzada hasta que llegó el vehículo deseado,
dejando pasar antes otros que no les interesaban y que, en buena lógica, tenían
matrícula común de la provincia en que estaban registrados.
3. Los puntos oscuros del crimen (segunda parte)
3.1.
Posterior viaje de regreso de los
asesinos, y su detención.
En quienes han
escrito sobre el tema no he visto
reflejada sorpresa por el llamativo retorno de los criminales a Madrid, que
apenas parece una fuga. Sin embargo, tiene caracteres que a mí me resultan más
indicativos de cierta tolerancia para
con ellos, que la que suele encontrarse en el viaje de ida, desde Madrid a la
zona talaverana[27].
Veamos, para empezar este epígrafe, lo que se cuenta de dicho retorno.
Los tres Audaces, tras desvalijar los cadáveres y
dejarlos tirados entre la maleza de la cuneta, montaron en el coche oficial de
Gabaldón y lo utilizaron para tratar de desplazarse hacia Talavera -bien para
parar en esa ciudad, bien con el propósito de seguir viaje hasta Madrid-. En el
trayecto se les averió el vehículo, por lo que se bajaron del mismo, detuvieron
un camión militar que pasó por la carretera y lograron que los remolcara hasta
el garaje del parque móvil militar talaverano. Una vez allí, comoquiera que la
reparación no pudiera ser inmediata, se despidieron alegando tener que cumplir
una misión urgente y se dirigieron a pie hasta Cazalegas, donde descansaron el
resto de esa noche del 29 al 30 de julio en casa de los tíos de García Mayoral,
donde ya habían estado el día anterior.
A partir del
momento en que se descubrieron los cadáveres del Comandante, su hija y su
chófer -lo que sucedió en la mañana del lunes, 31 de julio-, se desarrolló la
búsqueda e inmediata detención de sus asesinos, que caerían en manos de la
policía de manera inmediata; algo propiciado, no solo por la osadía de su
periplo, sino por los datos que les fueron facilitados a los investigadores por
los compañeros de los criminales, arrestados en Madrid en aquellos mismos días.
Así, los tres Audaces y varios de sus
camaradas pudieron ser juzgados sumarísimamente el 5 de agosto y ejecutados al
día siguiente[28].
Pues bien, lo que
me admira de todo esto es la osadía de los asesinos, a la hora de solicitar que
los remolcase un camión militar y trasladarse así hasta una dependencia militar
de Talavera de la Reina. Solo la imposibilidad de una rápida reparación les
movió a ausentarse, lo que hicieron así mismo de forma descarada, excusándose
por no poder esperar más. Claro está que juzgo todo ello fruto de la
desfachatez y sangre fría de los criminales, no de que contasen con apoyo militar. Con todo, de buscar indicios de
este, veo en lo relatado en este epígrafe una base tan sólida o más, que la que
se ha aducido por algunos al tratar de la salida y viaje del terceto
delincuente desde Madrid.
3.2.
¿Forzada conexión del Crimen de
Gabaldón con la caída del Pionero?
En aquellos meses posteriores
al final de la guerra civil fueron muy frecuentes las acciones policiales, que
culminaron con la desarticulación de las cúpulas o células activas del Partido
Comunista y de sus Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), y/o la detención de
muchos de sus militantes[29].
De una de esas redadas, llevada a cabo en lo sustancial a mediados de mayo de
1939, había logrado escapar el citado dirigente de las Juventudes, Sinesio
Cavada Guisado, alias Pionero, al que
la policía buscará desde entonces de modo infatigable, hasta dar con él y
detenerlo el 29 de julio. Durante ese periodo de dos meses y medio, parece que los
activistas de las JSU decidieron dar el golpe contra el comandante Gabaldón,
con un triple objetivo, por ilusorio que fuera: hacerse con el dinero del que,
se suponía, era portador Gabaldón; poder gestionar la liberación de Girón,
Ascanio y Mesón[30], y
eliminar a una pieza importante del aparato represivo, ya que el comandante se
había destacado en la persecución de una multitud de antifranquistas de
izquierdas y de miembros de la masonería. Claro está que eso era mucho suponer
pues, ni se había estudiado cuánto dinero solía llevar consigo Gabaldón, ni se
había implementado la logística para mantenerlo secuestrado y gestionar el
canje. La propia forma brutal de comportarse los tres Audaces no se compagina con esta tesis del secuestro.
Si en lo dicho
hasta aquí ya surgen considerables dudas sobre el protagonismo del Pionero en la decisión sobre el golpe
contra Gabaldón, todavía se complica más la cosa a la hora de valorar la
conducta de aquél, tras su detención del 29 de julio. Hay quien dice que ya
antes podía ser el topo o infiltrado
que, al parecer, mantenía el SIPM (Servicio de Información y Policía Militar)
en las Juventudes. Parece cierto que, tras ser detenido, llegó con la policía a
un acuerdo de salvar la vida a cambio de información. El hecho es que, aunque
juzgado y condenado a muerte en la causa militar 37.038, no se le ejecutó con
los demás reos (entre ellos, los tres Audaces),
sino que fue sacado en el último momento de frente al pelotón de ejecución y se
lo mantuvo con vida hasta el 15 de septiembre siguiente, momento en que,
agotado su filón informativo, fue efectivamente pasado por las armas, sin
respetar el más que posible acuerdo previo[31].
En todo caso,
cualquiera que fuese la contribución real del Pionero a la operación contra Gabaldón, o para la rápida detención
de sus asesinos, lo cierto es que, en la causa criminal que se siguió contra
uno y otros, el consejo de guerra aceptó sin crítica que Cabada había sido el
inductor del asesinato, lo que dedujo del mero hecho de la superior jerarquía
del mismo en las JSU.
3.3.
Posibles vinculaciones del caso
Gabaldón y el de las Trece Rosas.
Enlazamos ahora
con el inicio de este ensayo y nos preguntamos por la relación existente entre
el caso de las Trece Rosas (causa criminal 30.426) y el relativo al crimen de
Gabaldón y sus dos acompañantes (causa criminal 37.038). En varios aspectos,
tenemos ya la respuesta, a tenor de lo expuesto en los epígrafes precedentes.
Así, en el orden afirmativo, tenemos que incluir el hecho de que varias de las Rosas y de los coacusados varones
pertenecían a las JSU y estaban implicados en los esfuerzos por reorganizar y
fortalecer la institución, exactamente lo mismo que los inculpados en el
proceso contra los asesinos de Gabaldón y sus compañeros de banquillo. Pero,
junto a esta notable coincidencia de compañerismo, hallamos una diferencia
básica: todos los acusados en la causa de las Trece Rosas habían sido detenidos
en abril y mayo de 1939, mientras que los Audaces
y sus coacusados habían caído muy a
finales de julio del mismo año. Es una diferencia esencial para llegar a la
misma conclusión que se deduce de los relatos de hechos de ambas sentencias:
Los acusados en la causa 30.426 no pudieron participar en los preparativos ni
en la ejecución del atentado contra Gabaldón. Y, a la inversa, si bien los
implicados en la causa 37.038 podían haber sido incluidos perfectamente en la
otra citada, su condena va a ser independiente y centrada en la posible o real
participación en el crimen de la
carretera del oeste[32].
De lo que no
parece haber duda razonable es de las consecuencias prácticas que el crimen de
Gabaldón tuvo sobre el consejo de guerra de las Trece Rosas, cuando menos, en
un doble sentido: 1º. En acelerar la tramitación: El procedimiento parecía
llevar hasta entonces una marcha relativamente despaciosa, para lo que se
estilaba en los sumarísimos de urgencia de la época; pues bien, en cuatro días
-literalmente- se celebró el consejo de guerra (días 2 y 3 de agosto de 1939),
seguido de la sentencia (al día siguiente) y de la ejecución de los 56
condenados (madrugada del 5 de agosto). 2º. En endurecer las penas o, al menos,
desechar las posibilidades de indulto: fueron condenados a muerte 56 de los 57
acusados (hubo una persona absuelta), sin hacer distingos por razón de la menor
edad, el sexo o la gravedad de los
hechos, y no se concedieron indultos[33].
No son -hay que reconocerlo- argumentos incontestables, pero responden a la
lógica y verosimilitud con los acontecimientos.
Unos acontecimientos
que se solaparon de tal modo que, el mismo día en que eran ejecutados 56 de los
acusados de la causa 30.426, se celebraba el consejo de guerra de la causa
37.038. Al día siguiente, 6 de agosto de 1939, fueron fusilados los tres
asesinos de Gabaldón, junto con los otros coacusados, a excepción de Sinesio, el Pionero, conforme he dejado dicho en el
epígrafe 3.2.
3.4.
Investigaciones y crímenes
posteriores: un resumen.
La muerte del comandante Gabaldón no fue la única que sacudió
al SIPM por aquellas fechas. En el epígrafe 2.1 y nota 18, he aludido al
asesinato del agente de dicho Servicio, Antonio Pérez Asperilla, jefe de
centuria de Falange, a quien su novia disparó con la misma pistola que llevaba la
víctima, a fin de evitar que delatara a su padre y, probablemente, a ella
misma, como miembros de la Masonería. El incidente se produjo en el Paseo del
Pintor Rosales de Madrid, el día 18 de agosto de 1939, dando lugar a la
instrucción de la causa militar número 44.846, concluida mediante sentencia que
condenó a muerte a padre e hija implicados, penas que fueron ejecutadas.
Se ha aludido con
suspicacia, como si la tesis del accidente fuese una falacia, a la muerte del
general de división, Francisco Carroquino, junto con su esposa y su secretario,
en un choque de vehículos, producido en la llamada Carretera de Extremadura, no
lejos de Madrid (término municipal de San Martín de Valdeiglesias -Madrid- o de
Santa Cruz del Retamar -Toledo-), acaecido el 14 de septiembre de 1939, aunque
el General fallecería varios días más tarde[34].
Dicho General había estado, a lo que parece, al frente de tareas de represión
de guerrilleros, infiltrados y masones, como también lo estuvo el famoso general Yagüe[35].
Ambos generales han sido considerados rigurosos aplicadores de la legislación
antimasónica, cosa que -dicen algunos- tuvo que ver con su pronta sustitución
por otros militares más flexibles al
frente del indicado servicio. Digo esto sin ninguna adhesión al argumento, como
no la tengo en absoluto respecto de que el general Carroquino pudiera haber
sido atropellado dolosamente en su vehículo oficial.
Todavía hay mayor
confusión con el presunto homicidio de quien se dice fue ayudante del
comandante Gabaldón en el SIPM, falangista conocido por el seudónimo de Juan
Luis Salvatierra, aunque su verdadero nombre era el de Juan Alcántara, de quien
se dice que fue muerto un día después que el Comandante[36].
Espero no se trate de un error más respecto de esa persona -ya confundida por
algunos con el citado Antonio Pérez Asperilla-.
Aunque no se trate
de un crimen, vulgarmente hablando,
no deja de ser delictivo el hecho -recogido como cierto por algunos autores- de
que, tan pronto se supo de la muerte del Comandante, personas desconocidas
allanaron su piso de Madrid[37]
y sustrajeron cuanta documentación hallaron, relativa a información sobre
masones y otros investigados por Gabaldón. Es innecesario decir que de la gran
mayoría de dichos documentos nunca más se supo.
Cumplido el punto
de crímenes posteriores, me queda por
apuntar el de ulteriores investigaciones. Estas comenzaron de oficio, a
excitación del Jefe del Estado, en mayo de 1940, aunque parece ser que Franco
actuó por petición de la viuda del comandante Gabaldón, no satisfecha con el
resultado de la causa 37.038. También apoyó la reapertura de la investigación
judicial el general Yagüe. En virtud de todo ello, fueron abriéndose
sucesivamente las causas 103.370 y 110.133 (esta última, en 1942), que se
acumularon, dando lugar a una extensa investigación, mucho más útil para los
historiadores, que para familiares y magistrados. Concretamente, en la causa nº
103.370 se robustecieron las sospechas de la relación del Audaz, Damián García Mayoral, con la familia del doctor Sanguino y
salió a relucir la llamativa probabilidad de que los asesinos hubieran contado
con el apoyo logístico de una camioneta militar, cosa que podría despejar
algunas de las perplejidades expuestas en los epígrafes 2.3 y 2.5 de este
ensayo. Desde el punto de vista estrictamente penal, lo más interesante de la
ampliación investigadora fue la consideración del sospechoso comunista Emiliano
Martínez Blas como un posible cuarto hombre en el crimen de Gabaldón[38],
aunque no me consta que le supusiera ser enjuiciado ni condenado por ello[39].
Las presuntas
actitudes amenazadoras, si se seguía investigando a fondo el caso, se dice que
llegaron a afectar a alguno de los jueces instructores, como es el caso del
coronel Monet, que acabó dejando un juzgado militar de Madrid y pidiendo el
traslado a Canarias[40].
Y así, el caso Gabaldón fue languideciendo y
cerrándose en lo judicial en el año 1949, sin que la ampliación solicitada por
su viuda y acordada por el Jefe del Estado aportase novedades de importancia,
respecto de lo investigado y resuelto en la primitiva causa nº 37.038.
4. En conclusión
El crimen que el 29 de julio de 1939 acabó con la vida del
comandante Gabaldón, su hija Pilar y su chófer parece estar lleno de dudas,
sorpresas y silencios -tal vez, no más de los que existen en otros sucesos
similares-. Con todo, las propuestas alternativas a la verdad judicial, que hasta ahora se han hecho con más voluntad que
acierto, creo que no permiten trasladar la inducción o la complicidad a
personas del entorno del Comandante, ni tampoco a masones determinados.
En cuanto a la
relación de estos asesinatos con el juicio, sentencia y ejecuciones de las
Trece Rosas y los acusados con ellas, sí parece razonable y verosímil que
aquellos contribuyeran a la rapidez y dureza con que estos fueron juzgados y
condenados.
Se hace necesario
desligar la investigación histórica del caso de veleidades políticas y
parcialidad, como las que antaño quisieron ligarlo con quienes habían llegado a
ser personalidades públicas, como Manuel Gutiérrez Mellado y Carlos Arias
Navarro[41].
Supongo que adoptar una postura estudiosa menos politizada resultará más
sencillo, ahora que dichos señores hace muchos años que ya no están entre
nosotros.
[1]
Entre otros muchos textos, véanse: Jacobo García Blanco-Cicerón, Asesinato legal (5 de agosto de 1939): Las
“trece rosas”, Historia 16, nº 106, Madrid, 1985, pp. 11-29 (construido en
torno, principalmente, de entrevistas a familiares de las víctimas); Jesús
Ferrero, Las Trece Rosas, Siruela,
Madrid, 2003 (novela histórica sobre el tema); Carlos Fonseca, Trece rosas rojas, Edit. Temas de Hoy,
Madrid, 2005 (exposición histórica, aunque novelada, del caso); Fernando
Herrero Holgado, Las trece Rosas, agosto
de 1939: Un diálogo entre el documento y la fuente oral, en Varios Autores,
“Los campos de concentración y el mundo penitenciario en España durante la
guerra civil y el franquismo”, edit. Crítica, Barcelona, 2003, pp. 32-47
(Herrero Holgado es historiador especializado en estos temas penitenciarios).
[2]
Las trece rosas, película dirigida
por Eduardo Martínez-Lázaro en 2007. El guion se basa, sobre todo, en el libro
de Carlos Fonseca citado en la nota anterior.
[3] Véase infra, capítulo 3, apartado 3.1.
[4]
Algunos lo llaman Eugenio Isaac. Con independencia de su dudosa exactitud y
tesis general, para una reseña biográfica del Comandante puede servir: Blas
Piñar Pinedo, Nuevos datos sobre el
misterioso asesinato de Gabaldón, encargado en 1939 del Archivo de Logias,
Masonería y Comunismo (I), en “ad.alerta digital”, 22/03/2012 (con amplia
entrevista a miembros de la familia del asesinado). Mucho más extenso, del
mismo autor, Blas Piñar Pinedo, La tesis
prohibida, Galland Books, Valladolid, 2011.
[5] Véase
diario ABC de Madrid correspondiente
al 2 de agosto de 1939, página 7.
[6]
En la Talavera de anteguerra se había hecho una ominosa reputación entre las
gentes de izquierda, que se expresaba en el lema o consigna, “pan, carbón y
echar a Gabaldón”. En febrero de 1936, el Comandante fue efectivamente
trasladado a Sama de Langreo (entonces provincia de Oviedo).
[7]
Las fuentes suelen referirse a que tenía nueve hijos, que algunas reducen a
siete. Uno de los hijos había muerto violentamente durante la Guerra.
[8] Más
detalles sobre los motivos de esa preocupación, infra, capítulo 2, apartado 1.
[9]
Se le atribuyen toda clase de edades, entre los 10 y los 18 años. Estoy en
condiciones de afirmar que tenía quince años, como nacida el 20 de noviembre de
1923 (datos de su genealogía y declaración de su familia). ABC de Madrid (ejemplar de 6 de agosto de 1939, p. 20) le asigna la
edad de 16 años, en la semblanza que hace de la adolescente, a quien vincula
con la Falange y la Acción Católica.
[10]
Mientras no se diga en el texto lo contrario, las localidades citadas en el
mismo pertenecen a la provincia de Toledo. Puente del Arzobispo dista de
Talavera de la Reina 47 kilómetros por carretera.
[11] Entre
Oropesa y Talavera de la Reina hay 34 kilómetros por carretera.
[12]
Eran sus nombres Damián García Mayoral, Saturnino Santamaría Linacero y
Francisco Rivares Cosial(s). Damián fue quien efectuó los disparos mortales.
Alguna fuente llama Sebastián a Saturnino.
[13]
Siglas del Servicio de Información y
Policía Militar que, a la sazón, era la principal fuerza de investigación y
represión de los opositores o discrepantes del Régimen franquista. Llegó a
contar con unos 30.000 integrantes. Otros traducen las siglas SIMP por Servicio de Información de la Policía
Militar.
[14]
De ahí lo de “echar a Gabaldón”, recogido en la nota 6 (hay quien dice que lo
que pedían era “la cabeza de Gabaldón”). El Frente Popular cumplió
inmediatamente la solicitud al llegar al gobierno, enviando forzoso a Gabaldón
a Sama de Langreo, donde le sorprendió el Alzamiento, refugiándose con su fuerza
en Oviedo, conforme a las órdenes dadas por el Comandante Militar de Asturias,
coronel Antonio Aranda Mata. Sobre la represión política en Talavera de la
Reina, véase Juan Atenza Fernández y Benito Díaz Díaz, La mortalidad en Talavera de la Reina durante la Guerra Civil española,
Cuaderna, nº 16-17 (2008-2009), pp. 173-211. Pese al título, ese artículo
también trata de la inmediata posguerra.
[15]
De hecho, Sinesio Cabada -superior de
los asesinos-, del que se trata en el epígrafe 2.2, se salvó por los pelos de la retahíla de
detenciones propiciada por el arresto, el 11 de mayo de 1939, del dirigente
comunista José Pena Brea, que sería uno de los ejecutados junto a las Trece
Rosas.
[16]
Por ejemplo, se ha llegado a hacer una especie de bestia negra para el
Comandante del entonces capitán, Manuel Gutiérrez Mellado, que llegaría a ser
Vicepresidente del Gobierno durante la Transición.
[17]
No es mi propósito entrar en detalles acerca del contenido y aplicación de la
legislación franquista de represión de la masonería. Para profundizar en ella,
puede consultarse, por ejemplo, el libro de Juan José Morales Ruiz, La publicación de la Ley de Represión de la
Masonería en la España de postguerra (1940), Institución Fernando el
Católico, Zaragoza, 1992, espec. pp. 119 y ss., 130 y ss. y 182 y ss. La obra
puede leerse íntegramente en Internet y ofrece mucho más de lo que su título
anuncia.
[18]
Ver fuentes citadas en la nota 4 y, además, Miguel Méndez, El nunca aclarado crimen del comandante Gabaldón, en la web lamejortierradecastilla.com, etiqueta
“Historia, leyendas”, 19/10/2016; J.M. Manrique, El “asunto Gabaldón”, en www.generalisimofranco.com/opinion03/171.htm;
Luis Fernández-Villamea, Todo sobre el
asesinato de Gabaldón, Fuerza Nueva, nº 773, 31/10-07/11/1981, pp. 4-7.
[19]
Antonio Pérez Asperilla era un falangista y colaborador de Gabaldón en temas
antimasónicos, que fue disparado y muerto con su propia pistola, por su novia,
Amelia Treviño Pérez, para evitar ser acusada, en unión de su padre, como
miembros de la masonería. El crimen se produjo en Madrid, el 18 de agosto de
1939. En la causa criminal militar nº 44.846, padre e hija fueron sentenciados
a muerte y ejecutados el 17 de diciembre de 1939.
[21]
Cazalegas es un pueblo del partido judicial de Talavera de la Reina, distante
por carretera 16,5 kilómetros. Su población en aquella época era de unos 1.100
habitantes.
[22]
Nueve de los acusados fueron condenados a la pena capital en juicio celebrado
el 5 de agosto de 1939, siendo las ejecuciones cumplidas al día siguiente,
salvo la de Sinesio Cabada, que lo sería el 15 de septiembre del mismo año.
[23]
Otros niegan tal adscripción masónica. Sobre el doctor Sanguino (1866-1956),
véase Juan Atenza Fernández, La represión
franquista sobre los profesionales sanitarios en Talavera de la Reina, en
la www.nodo50.org/despage/NuestraHistoria,
espec. pp. 259-261 (hay PDF en Internet).
[24]
Véase nota 4. Según el entrevistador, Blas Piñar Pinedo, la conversación tuvo
lugar en los primeros días de marzo de 2012.
[25]
Una vez más -véase nota 16- se ha traído a cuento al entonces capitán Gutiérrez
Mellado, de manera maliciosa, como lo evidencia que nadie se acordase de él en
el caso Gabaldón hasta que adquirió gran notoriedad durante la Transición, como
Ministro y Vicepresidente del Gobierno. Con carácter general y con cautela
suma, véase Luis Fernández-Villamea, El
eterno escondido, Fuerza Nueva, núms. 767 (19-26/09/1981), pp. 4-9 y otros
posteriores. Más escueto y razonable, Gutiérrez
Mellado y sus extraños amigos en el Madrid republicano, en
guerraenmadrid.blogspot.com, entrada de 29/10/2012.
[26]
Me acojo a la prueba de la composición fotográfica que acompaño. La persona que
aparece en ella es José Luis Díez Madrigal.
[27]
Ver supra, epígrafe 2.3.
[28] Véase
nota 21.
[29]
Véase Harmut Heine, El Partido Comunista
de España durante el primer franquismo, en Taller de historia del PCE
“Marusia” (Tetuán, Madrid), noviembre 2010.
[30]
Domingo Girón, Guillermo Ascanio y Eugenio Mesón eran tres destacados miembros
de las JSU, presos desde la primavera de 1939 y finalmente ejecutados el 3 de
julio de 1941, en unión de otros compañeros.
[31]
El aplazamiento de la ejecución fue considerado tan sospechoso, que se practicó
exhumación del cadáver, unos dos meses después de la ejecución, con el único
objetivo de comprobar que en la tumba había un cuerpo y que era, precisamente,
el de Sinesio Cabada. Con más fundamento que en otras incidencias, se asigna al
capitán Gutiérrez Mellado la llevanza de las negociaciones con Cabada.
[32]
Parece que este fue el nombre que le dio el golpista, teniente general Jaime
Milans del Bosch, en carta infamante dirigida en 1981 al entonces también
teniente general, Manuel Gutiérrez Mellado.
[33]
Es más: parece que los indultos solicitados por las Trece Rosas fueron
retenidos por la Directora de la Cárcel madrileña de Ventas. El enterado de la sentencia por el Jefe del
Estado debió de transmitirse por teléfono, ya que el documentado se firmó en
Burgos, a la semana de las ejecuciones. Ver Fernando Herrero Holgado, Las trece Rosas…, cit. en nota 1. Sostiene que fueron ejecutados, las Trece Rosas y los coacusados varones, "sin esperar el preceptivo enterado o el posible indulto de Franco", Pío Moa, Los años de hierro. España en la posguerra, 1939-1945, Esfera de los Libros, 4ª edición, Madrid, 2008, p. 101.
[34] Véase
el diario madrileño ABC, números de
15/09/1939, p. 12 (suceso), y 23/09/1939, p. 13 (entierro).
[35]
Juan Yagüe Blanco (1891-1952) tuvo una conflictiva relación con el Generalísimo
Franco en varios momentos de su vida, si bien no sufrió un verdadero ostracismo más que entre junio de 1940 y
noviembre de 1942. De haber tenido algo que ver con tareas represivas y de
investigación, ello sucedería durante la guerra civil.
[36]
Ver Lorenzo Feliú, La verdad existe. Solo
se inventa la mentira, en elcadenazo.com, 21/08/2018; Eugenio Vegas
Latapié, Memorias políticas, tomo
III, La frustración en la Victoria,
1938-1942, edit. Actas, Madrid, 1995.
[37]
Se trataba de un chalé de la Colonia Iturbe, en Doctor Esquerdo. Familiares
suyos dijeron que era propósito del Comandante trasladarse allí con su mujer e
hijos al terminar el verano de 1939.
[38]
Algunos lo consideraban un chivato en
contacto con la Policía. Véanse Carlos Fernández Rodríguez, Madrid clandestino. La reestructuración del
PCE (1939-1945), Fundación Domingo Malagón, Madrid, 2002, p. 116, en nota a
pie de página; Juan Ramón Garai Bengoa, Celestino
Uriarte: clandestinidad y resistencia comunista, edit. Txalaparta, Tafalla,
2008, p. 165.
[39]
Véase la breve referencia a Emiliano Martínez de Blas en el blog de autoría
comunista, lahistoriaenlamemoria.blogspot.com,
entrada de 7 de junio de 2015.
[40]
Se trata de confidencias que recibieron algunos de los familiares directos de
Gabaldón. Ricardo Monet Taboada era Coronel Mutilado de Guerra que, en los
primeros años cuarenta del siglo XX, fue titular del Juzgado Militar Eventual
nº 26 de Madrid: véase, por ejemplo, ABC de
Madrid, 26/02/1943, página 2.
[41] Una vinculación que, en el caso de Carlos
Arias -Presidente del Gobierno español entre 1973 y 1976-, se ha hilvanado con
el hecho de que fue Fiscal adjunto de la causa militar nº 37.038.