Despacio, despacio
Por Federico Bello Landrove
La notable película Deprisa,
deprisa[1]
tiene un final abierto para su protagonista femenina. Arrancando de su guión
y personajes, he ensayado esta continuación, a modo de relato policiaco, que
dedico respetuosamente a los guionistas del film[2]. Si mi trabajo tiene algún sentido es el
de confirmar que el amor muchas veces, en vez de redimir, condena.
1. Un
atracador con bigote
Aquel atraco bancario no pasó desapercibido en el Madrid de 1980. Aunque
su botín de unos cinco millones de pesetas no era extraordinario, sí resultaba
tal el que hubiese generado tres víctimas mortales y una herida grave. Uno de
los fallecidos era empleado de la sucursal asaltada, que se había destacado
plantando cara a los ladrones. Los otros eran dos de los cuatro atracadores:
uno, caído in situ durante el tiroteo con la Policía; otro, igualmente
por disparos de los Agentes, mientras se dedicaba a quemar el vehículo
utilizado en el robo, unas horas antes. No era mala cosecha, pero el comisario Manzanares
–encargado del caso- no podía estar satisfecho. Así lo reflejaba en unas breves
declaraciones a la prensa, dos días después:
-
Los
delincuentes fallecidos formaban parte de una banda de jóvenes atracadores a
mano armada, formada por un grupo de amigos de Villaverde Alto. Al menos uno de
ellos participó también el pasado otoño en el atraco a una empresa cementera
próxima a Pinto. Y se sospecha fundadamente que los dos formaran parte de la
cuadrilla que hace dos meses asaltó en la carretera de Arganda y asesinó a un
vigilante de una empresa de seguridad que transportaba una importante cantidad
de dinero. Como ven, individuos jóvenes, pero expertos y muy peligrosos.
-
Los
testigos dicen que fueron cuatro los atracadores: los tres que entraron en el
banco y el conductor, que esperaba fuera. ¿Se sabe algo de los otros dos?
-
Estamos
sobre su pista y esperamos conseguir resultados muy pronto. Me perdonarán que
no les dé más detalles, para no perjudicar la investigación.
Como bien sabía el comisario, la suerte se alía a veces con quien la
busca y merece. A la semana de las precedentes declaraciones, una llamada a la
Policía Municipal advirtió de que un fuerte olor a podrido salía de un piso de
las viviendas protegidas Las Gardenias, en el barrio de Santa Eugenia. Al
descerrajar la puerta, se encontraron en el dormitorio con el cadáver de un
joven, alcanzado por dos disparos en el vientre, cuyo estado de descomposición
denotaba que llevaba unos diez días muerto. El finado resultó ser Pablo V.G.,
de veinticuatro años de edad, amigo de los dos atracadores muertos, y
considerado el jefe de ese grupo criminal. Como es natural, la casa fue
registrada a fondo, hallándose una pistola Star
del nueve corto y un fajo de cien billetes de mil pesetas, parte evidente
del botín bancario. Luego les daré algunos detalles más, para no convertirme ahora
en un narrador sabelotodo y dejar que sea el policía Manzanares quien lleve el
orden de los acontecimientos y la lógica de su investigación.
***
Una de las cosas que más llamó la atención del comisario fue encontrar
el mazo de talegos[3] dentro de un compartimento de una
cartera de sanitario. Una deducción era clara: Alguien había pedido asistencia
clínica para el atracador herido y había negociado la compra del silencio con
dinero del delito, por más que aquella cantidad parecía demasiado módica. Así
se lo comentaba al inspector Cirujeda, pensando a la par que hablaba:
-
Está
claro que el matasanos no pudo hacer nada por el moribundo, pero la
autopsia reveló que había tratado de taponarle el boquete, para parar la
hemorragia. También está claro que se marchó precipitadamente, sin la cartera
de primeros auxilios que traía, y que el sinvergüenza de él no nos llamó para
denunciar el caso, como era de ley.
-
Podríamos
examinar la cartera, por si hay huellas.
-
Ya
lo he ordenado y, según era de esperar, se han encontrado varias aprovechables,
pero de un individuo sin antecedentes.
-
¿Y
cotejarlas con las de los DNI?
-
Eso
es complicado, pues habría que analizar millones y millones de fichas,
archivadas en todas las comisarías autorizadas para expenderlos. Nos va a
llevar meses y, para entonces, a saber
dónde habrá ido a parar el cuarto atracador.
-
Sería
más fácil preguntar en todas las clínicas y hospitales de Madrid, empezando por
los más próximos a la casa. No sale un médico a prestar un servicio de urgencia
a domicilio, sin que haya una constancia telefónica o documental.
-
¡Qué
ingenuo eres, Ciru! Seguro que esta gente llamó a algún médico privado
de su confianza. De todas formas, encárgate de peinar todos los Centros
médicos madrileños, por si suena la flauta.
Por lo pronto, la búsqueda del galeno desaprensivo resultó infructuosa.
En cambio, las declaraciones de los vecinos del atracador en Santa Eugenia
resultaron muy reveladoras. El tal Pablo había vivido todo el tiempo con una
chica muy joven, de complexión media, morenita y agraciada, de quien nadie
sabía mucho más. La moza era muy reservada y ni siquiera estaban seguros de su
nombre. Sorprendentemente, los detalles vinieron a través del banco en que la
muchacha había concertado la hipoteca para comprar el pisito protegido. Se trataba de
Ángela S.Z., de diecisiete años de edad, natural de Villanueva de la Serena,
quien había pagado a tocateja la mitad del precio, contratando para el resto
una hipoteca a diez años. Como era menor de edad, la había apoyado su padre,
pero poca duda cabía de que el dinero no procedía de este –pobre y cargado de
hijos-, sino de los golpes anteriores
del tal Pablo y sus compañeros. Al menos, esa es la impresión que sacaron
Manzanares y Cirujeda, tras entrevistarse con los empleados bancarios, quienes
no recordaban si, además del padre y la hija, había aparecido por la sucursal
el novio de esta, que para nada figuraba en la operación.
Así las cosas, la empresa de seguridad para la que había trabajado el
vigilante tiroteado en el asalto de la carretera de Arganda, informada de que ninguna
de las armas de los atracadores fallecidos era la disparada por el homicida de
marras, decidió tomar una iniciativa, que sorprendió a los policías que
llevaban la investigación. Sigamos una parte de la rueda de prensa de don
Salustiano de la Red, presidente de la compañía La Acorazada:
-
Ofrecemos
un millón de pesetas a quien facilite decisivamente la identificación y
detención del asesino.
-
¿No
le parece una medida fuera de lo común?
-
También
lo fue ese crimen. Lo mataron a sangre fría, por la espalda, cuando huía a
campo traviesa, una vez agotada la munición de su pistola.
-
¿Y
si la Policía o la Guardia Civil dan con el criminal sin ayuda de nadie de
fuera?
-
Pues
el premio sería para los agentes. Lo tendrían bien merecido por los esfuerzos
que vienen haciendo para resolver el caso.
De modo que, si nuestros policías hubiesen necesitado un acicate especial,
se les ofrecía uno estupendo. Sin embargo, Manzanares rezongaba:
-
Me
revienta que me primen, como si fuese un vago que precisa que lo espoleen. Además,
no veas la de falsas pistas que tendremos que comprobar.
Lo que el comisario no se atrevía a confesar, ni siquiera a sus
colaboradores, era la corazonada que había tenido desde que casó la apariencia
del cuarto atracador con la de la novia del difunto Pablo. Decían unos: El tipo
era más bien menudo y bajito, moreno, con gafas oscuras y bigote, y a
diferencia de sus compinches, no iba disfrazado, aunque sí llevaba un chaquetón
con capucha, que impedía verle bien la cara; ¡ah!, no decía ni palabra. Y los
vecinos de Santa Eugenia: una chavalita de complexión y estatura medianas,
siempre con pantalones y vestimenta deportiva, pelo largo negro, ojos marrones
grandes y tristes. Manzanares se decía:
-
¿Y
si lleva siempre echada la capucha para esconder el pelo largo, y gafas oscuras
para que no vean lo guapa que es de
cara? La ropa holgada le disimularía las formas. No hablar puede ser para que
no descubran el tono femenino de su voz. No sé, no me explico lo de reemplazar
el pasamontañas o la media, por capucha y gafas oscuras, mucho menos eficaces
para enmascararse. No sería el primer caso de Bonnie y Clyde a la española…
Pero, sobre todo, estaba el bigote del que todos hablaban; ese bigotito
fino y bien perfilado, tan inadecuado para pasar desapercibido, si fuese
auténtico. Lo sacó de su enésima reflexión sobre el tema el comentario de
Cirujeda, tan materialista como siempre:
-
Jefe,
lo de las huellas en la cartera va de pena. Tenemos que ponernos las pilas y
conseguir resolver el caso, antes de que se nos adelante cualquier merluzo con
suerte. Ahí es nada, un millón para el Grupo.
-
¡Cómo
que para el Grupo!, bromeó el comisario. ¿No sabes que el jefe se lleva todo?
2. El cebo
La localización de la chica no llevó más allá de una semana. Conocida su
identidad, se enviaron reseñas a todas las comisarías de Policía y comandancias
de la Guardia Civil. Un afortunado cruce de datos permitió descubrir que Ángela
se había empleado en un supermercado de San José, en la zona de Cabo de Gata.
Si los sabuesos hubiesen conocido a
fondo su vida y su alma, habrían dicho que la movía la querencia. En efecto, después
de su primer atraco en común, Pablo, el Meca
y ella habían puesto tierra de por medio y habían ido a ocultarse en aquella
costa almeriense, donde Ángela había conocido por vez primera el mar. Ahora,
tal vez dispuesta a comenzar una nueva vida, volvía a uno de los pocos lugares
en que había sido feliz por unos días.
Manzanares respiró. Bien creía él que la muchacha, lista y con mucho
dinero encima, habría pasado la frontera o andaría agenciándose una
documentación falsa para escapar por vía aérea. De hecho, el botín del atraco
no estaba marcado ni anotado, salvo un mazo de cien billetes de diez mil
pesetas, único entre un billetaje de a mil. Eran los preferidos por gente
sospechosa y el banco los tenía registrados por su número y serie. Pero ahora
la chica se colocaba en un súper de
zona turística, recién cumplidos los dieciocho años. Parecía adoptar la
decisión de establecerse en un lugar recoleto de España, al menos, por algún
tiempo…; el que tendría el comisario para lograr que la chica diese un paso en
falso y se delatara; para lo que sin duda habría que ayudarla.
Todo eso, y más, lo rumiaba Manzanares, sin atreverse aún a comentarlo
con nadie, dado que no quería que se riesen de su corazonada: aquella de que la
novia del finado Pablo y el atracador del bigote fueran una y la misma persona.
Alguien que, mientras colocaba mercancía en los estantes de Cheaply o cobraba a los clientes
chapurrando inglés, imaginaba un futuro feliz, en el Caribe o en Brasil:
-
Por
ahora, tranquilita, sin mover la pasta,
no sea que los billetes estén marcados o me descubran los gastos excesivos.
Trabajar unos meses, máximo un año, ahorrando todo lo posible y sacando un
sobresueldo de canguro algunas noches
y los fines de semana. Y después, a
América, a algún lugar sin extradición y donde nuestra moneda valga más que
aquí. La cambio por dólares, me largo a otro país seguro, monto un negocio y a vivir, que son dos días, como decía el
pobre Sebas. Y nada de andar deprisa,
siempre deprisa, sino despacito y buena letra, sin fiarme de la suerte ni
cometer errores. Ya vale de muertes.
***
Cirujeda ardía de impaciencia:
-
Vamos
a ver, jefe: ¿Por qué no nos dejamos de vigilar a esa pájara y la detenemos
lisa y llanamente? Seguro que guarda el botín y, con eso y el testimonio de los
vecinos, tenemos más que suficiente.
-
Claro
–ironizó Manzanares-, más que suficiente para empapelarla por receptación o,
como mucho, de encubridora de un robo con homicidio. ¿No sabes lo que eso,
tratándose de una menor entonces? Iremos bien si le caen cinco años.
-
¡Qué
le vamos a hacer! Por lo pronto irá a la cárcel y, además, recuperamos el
dinero que no haya gastado todavía.
-
¿Y
te parece suficiente?... ¿No se te ha ocurrido que esa tal Ángela sea algo más
que una aprovechada que, al morir todos sus amigos, esté tratando de quedarse
con los millones?
El inspector puso cara de sorpresa y no reaccionó en medio minuto.
Manzanares suspiró, comprendiendo que no tendría más remedio que explicarse:
-
Mira
Ciru, es una corazonada; así que,
como te vayas de la lengua, te crujo. Vete atando cabos: Una chica enamorada
del jefe de la banda y que vive con él durante casi un año; un atracador con
bigote, que se cala la capucha y no dice ni una palabra; un arma letal que no
aparece, como tampoco el dinero del atraco; una casa comprada con dinero
robado, que se pone a nombre de la moza; el atracador bigotudo que desaparece
sin dejar rastro… ¿Qué te sugiere todo ello?
Cirujeda sonrió, con falsa suficiencia:
-
¡Hombre,
jefe, no he nacido ayer! También a mí se me había pasado por el magín que la Angelita fuese el cuarto hombre, pero
eso no quiere decir que tengamos que esperar hasta que alguien nos guinde la
recompensa. Déjamela a mí, que soy capaz de sacarle la verdad a hostias.
-
¡Alto,
alto! ¿Acaso no sabes cómo se las gastan los jueces ahora? La chica no parece
precisamente una blandengue y, como la pifiemos, nos mandan a las Chafarinas.
-
Entonces,
¿qué vamos a hacer? ¿Hasta cuándo vamos a estar esperando?
-
Por
de pronto, hasta que las huellas de la cartera nos lleven al medicucho que
trató de salvar a Pablo, para que nos cuente de pe a pa lo sucedido y, en su
caso, identifique a la chica como encubridora de su novio. Cuando tengamos eso,
será el momento de dar nuevos pasos. Y, en lo del premio de La Acorazada, pierde cuidado. Con el
permiso del Jefe Superior, me he entrevistado con su presidente y le he
informado de la localización de Ángela y sobre las sospechas de que sea ella la
asesina del vigilante. Así que, salvo que alguien localice el arma del crimen
con sus huellas, somos nosotros quienes tenemos todos los triunfos en la mano.
El inspector pareció tranquilizarse. De todos modos, insistió:
-
Voy
a meter prisa a los de huellas. Cuanto antes podamos localizar al médico ese,
antes podremos pasar a la segunda parte del plan.
-
¿Y
en qué consiste esa segunda parte, si puede saberse?
-
Eso
es cosa tuya. Para eso diriges la investigación, y bien despaciosamente, por
cierto.
***
El empellón de Cirujeda a los de lofoscopia dio resultado. A la semana, habían
identificado las huellas de la cartera médica. Coincidían con las del DNI de un
tal Matías R.S., enfermero de profesión, que ejercía en el servicio de
urgencias del Hospital de Vallecas. El tipo se las había arreglado para
eliminar el parte de salida de la emergencia sanitaria, aprovechando la
circunstancia de que, por falta de ambulancia libre, había prestado el servicio
en su Seat-124 particular. No tardó en confesarlo todo, máxime cuando el
comisario Manzanares le aseguró que nada malo iba a pasarle por no haber
denunciado lo acaecido:
-
Mira,
Matías, en lo que a mí respecta, pasaré por alto tu falta. Todos sabemos lo
peligrosos que eran esos tipos… Vamos, un estado de necesidad como un piano.
¿Verdad, inspector?
-
Que
quiere que le diga –replicó Cirujeda, haciendo de poli malo-. Yo no acabo de creerme eso de que la chavala lo
encañonó. Para mí que este ATS[4]
se ha embolsado una pasta y se está
quedando con nosotros.
-
Bueno,
bueno, démosle una oportunidad. Anda, Matías, vuelve a explicarnos todo lo
sucedido, a ver si esta vez convences a mi escéptico colega.
El bueno de Matías repitió una vez más su historia. Una voz femenina
había llamado al servicio de urgencias pidiendo ayuda inmediata, ya que su
marido se había caído de la escalera, haciendo una chapuza doméstica. Al llegar
a la casa en su coche particular, una chavala –por la descripción, sin duda,
Ángela- lo llevó al dormitorio, donde un joven estaba tumbado en la cama,
inconsciente, sudoroso y quejándose. Al comprobar que se trataba de un herido
grave por arma de fuego, interrumpió el reconocimiento y le dijo a la chica que
su compañero estaba muy grave y que tendría que avisar al hospital, para que
viniese un médico con una ambulancia preparada. Entonces la chavala había
sacado del cajón de la cómoda un revólver…
-
¡Alto
ahí!, le cortaba una y otra vez Manzanares. ¿Cómo sabes que era un revólver y
no una pistola?
-
¡Toma!,
pues porque tenía tambor y bien que se veían las balas cuando me la puso entre
los ojos.
-
Está
bien, sigue.
Y el ATS proseguía, diciendo que, después de intimidarlo con el revólver,
había sacado del mismo cajón una pequeña bolsa de deporte de colores, que abrió, mostrándole una gran cantidad de dinero. Cogió un montón de fajos de billetes,
que tiró sobre la cama, diciendo que le daría un millón si curaba ahora las
heridas de su amigo y otro millón, si venía a casa otras cuantas veces y
lograba salvar su vida. Matías aseguraba que fue la moza quien metió el dinero
prometido en uno de los compartimentos de su cartera –los policías no tragaban
con ello- y que él, para salvar su vida, había hecho una pequeña cura de
taponamiento y se había despedido de la muchacha, con el compromiso de ir al
hospital por el instrumental y los medicamentos precisos y regresar, tan pronto
pudiera escabullirse.
-
¡Nos
tomas por tontos!, bramaba Cirujeda. ¡A buenas horas te iba a dejar ir, así
como así!
-
Así
como así, no –repuso Matías-. Tuve que dejar en la casa la cartera con el
botiquín de primeros auxilios y el dinero ofrecido. Además, la individua comprobó que nada más podía
hacer por el herido con lo que allí tenía. Parecía sinceramente preocupada por
salvarle la vida.
En fin, el enfermero regresó al hospital, con la perplejidad de quien
ambiciona el dinero pero también teme por su vida. Estuvo rumiando la situación
durante un rato y, al final, decidió salomónicamente. No volvió, pero tampoco
denunció. Es más, para curarse en salud, rellenó el parte de forma mendaz y
anodina. No contento con ello, al terminar la jornada, retiró el citado
documento de la carpeta de incidencias, motivo por el cual no fue detectado por
la Policía. Y eso era todo, más o menos. Manzanares le autorizó a retirarse y
marchar a su casa, con el consabido hasta
nueva orden, no salga de Madrid y sus alrededores y esté localizable.
-
¿Dónde
crees que estarán las otras novecientas mil pesetas que no han aparecido en la
cartera?, preguntó Cirujeda, incrédulo como de costumbre.
-
Pues
en poder de Ángela, con los otros cuatro millones. Pienso que la chica, cuando
murió Pablo o cuando se convenció de que el ATS no iba a regresar, retiró el
dinero de la cartera, lo metió con el resto, cogió el revólver y se dio el
piro. La moza es leal, pero no tonta. Lo que pasa es que, con las prisas, se
dejaría un fajo tras ella.
-
Ya.
¿Y lo del revólver?
-
Ahí
está el meollo, Ciru. Si lo
encontramos, ten por seguro que habremos dado con el arma que mató al vigilante
de La Acorazada. Ganaremos el millón
y, de paso, se podrá acusar a Ángela de asesinato. ¿Entiendes, chato? Veinte años
de cárcel no se los quita nadie.
-
¡Bárbaro!
A por el revólver y caso concluido.
-
No
tan deprisa, colega. Ha llegado el momento de ser cuidadosos y preparar el
cebo. Y tratándose de una chica jovencita y compungida, tendremos que poner en
el anzuelo a un mozo guapo, listo y con agallas… Creo tener al tipo adecuado.
***
El comisario Manzanares era un hombre de recursos, bastante avanzado
para su tiempo. A falta de confesión a palos –como sugería Cirugeda-, estaría
bien arrimarle a Ángela un agente
encubierto, que la sonsacara con camelos toda la verdad de su participación
criminal y, por supuesto, localizase con tiempo el dinero y el revólver aludido
por Matías. Pero aquellos jueces de la Transición española padecían –en su
opinión- sarampión democrático y una irrefrenable desconfianza hacia la
Policía. Por tanto, el famoso cebo tendría
que ser alguien tan despierto y de fiar como un subinspector, pero ajeno
todavía al Cuerpo Nacional. Alguien como Serviliano Argüelles, un muchacho de
veintiún años, hijo de un policía compañero de promoción de Manzanares,
asesinado años atrás por los terroristas de E.T.A. El chico se estaba
preparando para ingresar en la Policía Armada, algo muy probable que
consiguiese, dada su preparación y la recomendación implícita que suponía el
ser hijo de su padre.
Manzanares esperó a Servi a la
salida de sus clases de preparación y lo invitó a tomar una cerveza en un bar
cercano.
-
Servi, yo creo que lo de policía de
uniforme y porra es poco para ti. ¿Qué te parecería ingresar en el Cuerpo
Superior, como tu difunto padre?
-
¡Caramba,
don Argimiro, me sorprende usted! No es que no tenga ganas y titulación
académica, pero en casa no estamos sobrados de dinero y estoy dispuesto a
empezar de madero [5]. Luego, ya se verá.
-
¿Y
si yo te ofreciera la seguridad de entrar de subinspector?
El joven calló, esperando la contrapartida de la insospechada oferta de
su admirado don Argimiro. Este le expuso el plan de la forma más atractiva que
supo. Ustedes ya se lo figuran, por lo que abreviaré la narración:
Se trataba de que Serviliano
abandonara por unos meses la preparación de los exámenes y se trasladara a Cabo
de Gata, para ejercer allí de mecánico en un concesionario de automóviles
próximo al supermercado donde estaba trabajando Ángela. Haría por conocerla y
camelarla, hasta poder descubrir el botín y la supuesta arma homicida, así como
obtener de ella una confesión lo más completa y espontánea posible de su
experiencia como atracadora. Conseguido todo ello, el puesto de subinspector lo
estaría esperando y Manzanares se encargaría de que se quedase en Madrid, con
su Grupo. El muchacho inquirió:
- En lo
de la mecánica no hay problema pues estuve trabajando en un taller para
pagarme los estudios. Pero lo de la chica no lo tengo claro: ¿Tengo que hacerme
novio formal de ella?
-
¡Toma,
y tan formal! Conviene que te vayas a vivir con ella, para que te coja total
confianza y puedas registrar a fondo el piso y todas sus cosas.
-
¿Y
si me pide que nos casemos, o que tengamos un hijo?
-
Procura
hacer tu tarea pronto y tomar ciertas
precauciones. De todos modos, la chica dicen que es una monada. Yo que tú,
me preocuparía más de tu integridad física que de la moral. La tal Ángela es
lista y de armas tomar.
-
¿Tendré
cobertura? ¿Cómo nos comunicaremos?
-
¡Je!,
hablas ya como mis muchachos. De cobertura,
nada. No quiero que cualquier policía o guardia civil de por allá nos vaya a
fastidiar la jugada. Y, en cuanto a estar en contacto, solo lo imprescindible y
siempre que no haya nadie delante cuando telefonees. Ya concretaremos los detalles.
Servi titubeó antes de
plantear la última pregunta. Por fin:
-
Don
Argimiro, ¿es seguro lo de la plaza de subinspector, si cumplo?
-
Sí,
hijo, sí, y hasta un buen pellizco
para tu madre, caso de que Ángela lo descubra y te mande al otro barrio… Vamos,
como si fuera en acto de servicio.
Al chico la broma no le hizo ni pizca de gracia. Miró fijamente al
comisario y se limitó a decir:
-
Acepto.
Y que Dios reparta suerte.
3. Del amor y sus complicaciones
Dos meses más tarde, Ángela se sentía feliz. Bien es cierto que el
dinero del atraco, esa fortunita legada por sus amigos muertos, seguía
esperando en un hoyo profundo cercano al Cerro de los Ángeles, pero lo que
ganaba en Cheaply y cuidando niños
era más que suficiente para mantenerse, pagar el alquiler de la casa –bien
barato, como correspondía a un arrendamiento de todo el año en una zona
turística- e ir ahorrando para el viaje a Brasil. Porque ya lo tenía decidido:
su destino sería la metrópoli paulistana, donde ya la esperaba con los brazos
abiertos un hermano de su padre, allí emigrado en los años cincuenta. Dueño de
una pequeña cadena de carnicerías, le reservaba un puesto en las oficinas. São Paulo no es tan bonito como Rio –le
había escrito-, pero aquí trabajamos más,
al estilo europeo.
Pero no era nada de eso lo mejor. Si Ángela se sentía equilibrada y
completa por primera vez en su vida, era por ese mecánico, Servi, que le había hecho sentir la dulzura y la paz de un noviazgo
normal. No se trataba –por supuesto-
de la pasión de sexo, drogas y fiesta, que había vivido con Pablo, pero todo
era tranquilo y relajado, y cuando se entregaba al sueño, no sufría las
pesadillas y sobresaltos del pasado. Lo pensaba una noche, desvelada por un
ventarrón de levante, que zumbaba y estremecía las ventanas:
-
¡Qué
dos chicos tan opuestos! El pobre Pablo, siempre deprisa, deprisa, como si hubiese profetizado su temprana muerte. Y
Servi, todo lo contrario: despacio, despacio. Es verdad que
enseguida se fijó en mí y no tardó en pedirme relaciones, pero siempre calmoso
y en sus puntos. No fuma, no bebe, nada de drogas; no le gusta bailar; tocarme,
lo justo… Pues no me dijo que se lo iba a pensar unos días, cuando le ofrecí
que se viniese a vivir conmigo, en vez de en esa habitación de mierda que tiene
alquilada… Y no es que yo no le guste, que eso una chica lo conoce a la legua;
es que no quiere que nos comprometamos hasta estar bien seguros. ¡Claro!, él
tiene otra educación y su familia, otros valores y otras formas. A mí me parece
que está un poco enmadrado. Será por lo que le pasó a su padre, ¡vaya golpe:
reventarle una bomba puesta en los bajos del coche! ¡Anda y que no me mosqueé
cuando supe que era hijo de policía! Cada pregunta que me hacía, me ponía en
guardia, incluso las más tontas. En fin, es más bueno que el pan, trabajador… y
guapo, que se me aflojan las piernas y me salta el corazón en el pecho cuando
se me acerca. Menos mal que el próximo fin de semana hace la mudanza y se viene
a vivir conmigo. Más noches sola, como esta, y me volvería loca.
El viento sigue rugiendo y parece que la casa vaya a salir volando.
Ángela se levanta y comprueba que la puerta de la terraza esté herméticamente
cerrada. Decide echar las persianas, contra su costumbre, y desvía la mirada
por un instante a una imperceptible ranura entre ladrillos, recóndita oquedad
donde guarda el revólver Llama del 38 largo, con su carga de seis proyectiles.
Le tiene cariño porque se inició con él en el manejo y disparo de armas. Lo
hacía tan bien, que Pablo se lo regaló y él se pasó a las pistolas. Quizá no
debería guardarlo, pues fue con el que le disparó a aquel tipo, que se había
atrevido a tirotearles cuando huían en coche después de atracarlo. Una de las
balas entró por el cristal trasero y estuvo a punto de alcanzar a Sebas en la cabeza. Fue ella quien
obligó al Meca a dar la vuelta e ir a
por el vigilante. ¡Qué ocurrencia! El tipo era bragado; los esperó a pie firme
y siguió disparando hasta que se le acabaron las balas. Luego, echó a correr a
campo traviesa, zigzagueando. Le costó tres tiros para darle de lleno. Cayó de
bruces y no se movió. Sebas no hacía
más que decir que lo había matado, que era una gilipollas y que no volvía a dar
un golpe con ella. ¡Menos mal que Pablo le aseguró que el individuo vivía y que,
de cualquier forma, Ángela no había hecho otra cosa que responderle de la misma
forma! No había vuelto a saber nada de su víctima. Sebas le perdonó el pronto y llegaron a ser buenos amigos y
colegas, hasta que las diñó en el atraco al banco… Pues sí, mejor se
desprendería del revólver, pero no ahora, que era una chica que vivía sola en
una urbanización casi vacía muchos meses al año. Quizá, cuando viviera con Servi. Por cierto, le había preguntado
alguna vez si no le daba miedo por las noches. Ella había estado a punto de
decirle lo del revólver, pero se contuvo. Mejor así. Es probable que esté
familiarizado con las armas de fuego, como hijo de policía, pero es un alma de
Dios y no quiere comprometerlo.
***
Así pensaba Ángela. Servi habría
pensado mucho menos, si no hubiese tenido sobre su cabeza la espada de
Argimiro. Poco a poco, sobre el respeto que le inspiraba el comisario y el
interés por su propia carrera, fue sobreponiéndose el cariño a la cajera.
Habrán de saber que, entre la muerte tan traumática de su padre, los cambios de
domicilio y el agobio de simultanear trabajo y estudios, puede decirse que,
para el muchacho, Ángela fue su primer amor; amor apasionado, entre otras
cosas, porque ella era para entonces una chica experta y sin inhibiciones en
las lides de Venus, gracias a los meses vividos con Pablo, como si de recién
casados se tratase.
Tan pronto empezaron a vivir juntos en el piso alquilado por Ángela,
Manzanares empezó a apretarle con exigencias: que si tenía que registrar a
fondo el apartamento; que mirase en tales o cuales sitios o muebles; que si
debía sonsacarle a la chica de una forma o de otra… Servi, cada vez menos inclinado a poner fin a aquel paraíso,
disfrutaba del sexo y llenaba a Ángela de cariño y atenciones, invirtiendo en
ello la mayor parte de su sueldo de mecánico. Sí que, con prudencia exquisita,
la preguntaba o procuraba enterarse de su vida pasada; principalmente, para
conocerla mejor, mas también para tener algo medianamente interesante que
ofrecer al comisario, cuando este lo interrogaba de manera cada vez más
incisiva.
Tampoco Ángela respondía con precisión y prolijidad a las curiosidades
de Servi, vaya usted a saber si por
advertencia de un sexto sentido. Que si había trabajado en un bar en Villaverde;
que si había sido novia de un mal tipo que
la había dejado tirada; que se había venido a la costa para olvidar el
pasado y ganar más dinero. Eso sí, algunas veces le insinuó el sueño de marchar para Brasil, donde un tío
suyo le había ofrecido trabajo, pero no el dinero de los pasajes de avión.
-
¿Te
vendrías conmigo, si tuviéramos la oportunidad?, preguntó a Servi.
-
No
sé… Está muy lejos… Mi madre…
-
O
sea, que me dejarías marchar sola.
-
Mujer,
me lo dices tan de golpe… Lo pensaré. ¿Para cuándo tienes pensado hacer el
viaje?
-
Cuando
tenga ahorrado para los billetes y los primeros gastos allá. No quiero ser una
carga para nadie.
Dijo ese nadie con tal
tristeza, que Servi se conmovió:
-
Cariño,
sabes que acabaré marchando contigo, porque ya no puedo vivir sin ti. Solo te
pido un poco de tiempo para preparar a mi madre y tener yo también algo
ahorrado.
-
Tienes
razón, perdona. Yo lo llevo pensando tanto tiempo, que olvido la sorpresa de
los demás… No te preocupes, no va a ser puñalada de pícaro, pero tampoco quiero
demorarlo ya más allá de unos pocos meses.
Unos días más tarde, salía humo por el teléfono, mientras Servi hablaba con Manzanares desde una
cabina telefónica junto a la playa. El comisario le llamó vago y desagradecido.
Le dijo que estaba harto de que se pitorrease de él por culpa de un chocho caliente. Amenazó con volverse
atrás de lo de la oferta de plaza de policía secreta. Finalmente:
-
Te
doy una semana, ni un día más. Ya puedes poner toda la casa patas arriba, se
entere la chica o no. Si no aparece el revólver, me cisco en todo, voy a por
esa puta y, entre lapo y lapo, le largo que eres tú quien la ha vendido porque
eres un aspirante a poli camuflado.
Así que tú verás cómo te las apañas.
Ya no había más remedio. Servi pidió
tres días de permiso, a cuenta de sus vacaciones, aparentando ante Ángela que
seguía yendo a trabajar. Y así,
aprovechando la larga jornada de la joven en Cheaply, se dedicó a registrar a fondo toda la casa, siguiendo las
orientaciones que tantas veces le había dado el comisario. Como sucede en casi
todos los relatos policiacos, tuvo finalmente éxito en sus pesquisas: Dio con
el hueco disimulado de la terraza y allí apareció el revólver tan anhelado,
envuelto en papel de periódico, con todas las características que Manzanares le
había adelantado. Tan sólo había pasado media jornada de su licencia, por lo
que Servi tenía tiempo de sobra para
encontrar el dinero, supuesto que estuviera en el piso, lo que no le parecía
muy probable, dado que el paquete tenía que ser bastante voluminoso y no lo
había encontrado las veces anteriores que se las había agenciado para registrar
la morada. Se relajó sentado en la cocina con una cerveza y tuvo una
inspiración:
-
¿Y
si Ángela, o sus colegas de atraco, hubiesen escondido el botín nada más
cometer el robo, o ella, cuando se disponía a marchar de Madrid? Pues, si así
fuese, malamente lo iban a encontrar si no la forzaban a cantar la gallina. Claro que en alguna película se ve que, para no
equivocarse, los ladrones dejan alguna señal visible, o hacen un croquis del
sitio donde excavan…
Dejó la bebida a medias y fue como un rayo al chifonier donde Ángela
guardaba mayormente su ropa interior, la bisutería y los objetos más
personales. En el fondo del cajón inferior, bajo los pijamas, estaba la carpeta
en que la chica guardaba sus documentos: una partida de nacimiento, la libreta
con las calificaciones de la E.G.B.[6],
una escritura notarial del pisito de Madrid –ya tristemente perdido-, algunas
fotos y cartas de sus padres y… ¡bingo!,
una cuartilla algo ajada, en la que una mano hábil para el dibujo había hecho a
mano alzada el plano de un lugar, con sus caminos, rocas y árboles. Como es
lógico, Ángela –era su letra- se limitaba a emplear números y letras iniciales,
pero seguro que la Policía lo leería como si de un texto llano se tratase. De
hecho, Servi ya empezaba a
percatarse. Sonrió ante la torpeza de su novia, que había empleado para señalar
el botín el símbolo del dólar. Lo demás no le dijo nada, aunque sus ojos iban
una y otra vez a un montículo con una cruz encima, que bien podría ser un
monumento religioso, más o menos aparente. En fin, seguro que don Argimiro
tenía todas las claves y lo descifraría sin vacilar.
Con santa paciencia, Servi colocó
el plano al trasluz en la ventana y lo copió minuciosamente en otra cuartilla
superpuesta. Luego, reprodujo números y letras, volviendo a depositar el
original en la carpeta y esta, en el cajón. El comisario estaría contento.
Quien no lo estaba, desde luego, era él. Comprendía que era inevitable entregar
a Ángela y acabar con aquella hermosa relación, pero algo podría hacerse para
evitar que él quedase como un canalla y la chica fuese condenada a una
enormidad de años de cárcel. ¡Y lo malo es que había que pensar aprisa, pues
Ángela volvía hoy a las cuatro y le era imposible hacer tan bien el paripé, que
no se diera cuenta de que algo gordo estaba pasando! Es más, Servi no se consideraba capaz de
entretenerla hasta la llegada de la Policía y verla partir, esposada, tal vez
para no encontrarla más. Había que ganar tiempo y preparar ínterin un plan para salir lo mejor librados posible.
Dio con el pretexto, embutió un mínimo equipaje en una bolsa de deporte y,
cuando llegó Ángela:
-
¡Pero
Servi!, ¿ya estás de vuelta del
taller?
-
Me
ha llamado mi hermana al trabajo. A mi madre le ha dado un amago de infarto.
Voy a coger el autocar de las cinco, a ver si llego a medianoche a Madrid.
***
Aquella noche fue plácida. Conforme al compromiso, Servi la llamó al llegar a
Madrid y, en seguida, Ángela concilió el sueño hasta sonar el despertador.
Tal vez, si el levante hubiese aullado como otras veces, o si algún borracho
hubiese llamado al interfón, ella habría acudido a la recóndita oquedad, en
busca del revólver… para descubrir que había desaparecido. He aquí el primer y
fundamental paso en la estrategia paliativa de Servi quien, esa misma tarde, en vez de coger el autobús directo a
Madrid, tomó el camino de los cantiles, para sepultar en el mar el arma que
podía inculpar a su novia en el asesinato del vigilante. Apresuradamente,
pidiendo a Dios que la muchacha siguiera respetando su deseo de que no saliera
a despedirlo, tomó el ómnibus de las seis hasta Almería. Luego, en el expreso
de la noche, hasta Madrid. De modo que la presunta llamada desde la capital de
España la había hecho a toda prisa desde la cantina de la estación de Baeza.
A partir de allí, el joven fue perfilando los términos del trato que
habría de hacer con el comisario. Por supuesto, no revelaría el hallazgo del
revólver, que él se había encargado de hacer desaparecer. Con ello, birlaba la
posibilidad de condenar a Ángela como autora de asesinato, pues Servi no dudaba de que sin el arma, no
podría ser acusada de aquel crimen. Ya se estaba imaginando el enfado de don
Argimiro –cada vez le costaba más anteponer el don-, pero tendría que tragar, a no ser que el mar les jugase una
mala pasada durante una tempestad. A cambio, se recuperaría el dinero
enterrado, como si se tratara de un hallazgo casual, y el caso se cerraría con un
juicio a Ángela por el encubrimiento de Pablo y la receptación del dinero del
atraco. Pero, ¿y él? ¿No sería posible que quedara libre de toda sospecha ante
su novia? ¿Había alguna forma de no causarle a Ángela el dolor y la indignación
de haber amado a un confidente de la Policía?
***
El tren llegó a su hora a la estación de Atocha. Servi desayunó, dejó su mínimo avío en consigna y, a eso de las
nueve y media, llamó por teléfono a Manzanares. Como es lógico, este se
sorprendió:
-
¿Qué
pasa?
-
Tengo
buenas noticias, don Argimiro.
-
Pero,
¿desde dónde llamas? ¿Quién hay contigo?
-
No
se preocupe. Es que estoy en Atocha. Si puede recibirme, en media hora soy con
usted.
-
Por
supuesto. Vente inmediatamente para la Puerta del Sol.
Los términos de la conversación entre don Argimiro y Serviliano me
fueron transmitidos por este, muchos años después. Quiero decir que no pongo la
mano en el fuego por su veracidad y que, si los dialogo, es como recurso
estilístico. A ver cómo me sale:
-
¡Chico,
que sorpresa! Se ve que mi ultimátum ha surtido efecto.
-
Y
que lo diga, don Argimiro, aunque la verdad es que llevaba ya muy adelantadas
las pesquisas. No crea que olvido mis compromisos por razones sentimentales.
-
Más
te vale, si quieres ser policía. Bien, vamos con ello. ¿Qué me traes?
-
¿Quiere
primero las buenas noticias o las no tan buenas?
-
¡Al
grano, Servi! ¿Qué has podido descubrir?
-
Para
empezar, que no hay la menor prueba de que Ángela sea el cuarto atracador que
andan buscando. El revólver no ha aparecido por ninguna parte y ella no me ha
contado nada que pudiese hacer suponer una participación en los golpes de la
banda.
-
¡Qué
va a decir ella! ¡Menuda lagartona está hecha! Y, en cuanto al revólver, ¿has
registrado bien todo el piso? … Ya; tendremos que hacerlo nosotros de nuevo
cuando demos por concluida la parte disimulada de la operación.
-
Yo
creo que puede darse por terminada: La chica no es una atracadora, ni ha
disparado en su vida, pero sí que se ha quedado con el dinero del atraco al
banco. Tengo pruebas de ello.
-
Venga,
desembucha.
-
Antes,
don Argimiro, tengo una petición que hacerle. No pretenderá que quede como un
cerdo y arruine mi vida sentimental.
-
Ya
te veo venir. Quieres que todo aparezca como un hallazgo casual, fruto
del esfuerzo de la Policía. Bueno, chaval, hasta ahí, sin problemas; allá tú si
quieres seguir ligado a esa moza y esperarla hasta que salga de la cárcel… Solo
que, si es así, olvídate de ingresar en el Cuerpo. No voy a recomendar a un
tipo que piensa casarse –o lo que sea- con una delincuente.
-
Asumo
esa consecuencia. Volveré a la mecánica y me ganaré con ella la vida. En estos
meses con el concesionario de la Peugeot he conseguido una buena
experiencia.
-
Bien,
a lo que íbamos, ¿dónde está el dinero?; ¿qué pruebas me das para relacionar a
la Angelita con el escondite?
-
Espere
un momento. Tiene que prometerme que mi nombre no saldrá para nada en el
atestado como colaborador de ustedes y, para mayor apariencia de veracidad, que
en un principio me detendrán e interrogarán como novio de Ángela y persona que
convivía con ella en su casa.
-
¡La
leche que te han dado! ¡Pues sí que vas a darme dolores de cabeza por la ayuda
de mierda que me has prestado! ¡No te prometo nada! Haré lo que pueda porque
salgas con bien de esta y hasta nunca.
-
En
ese caso, don Argimiro, no tendré más remedio que contar mi relación con usted y
exagerar las cosas para presentarme como una especie de agente provocador. Y de
ahí a que el juez crea que han creado o manipulado las pruebas, no hay más que
un paso.
Manzanares hizo ademán de levantarse y agarrar a Servi por la
solapa, pero se contuvo. Algo le decía que, por ahora, estaba en manos del
muchacho y tampoco era cosa de darle un escarmiento al hijo de un compañero
caído en acto de servicio, al que él había estado usando como cebo, a cambio de
un favor de dudosa legalidad. Decidió hacer de poli bueno –en lo que
tenía una larga costumbre- y calmar los ánimos:
-
Está
bien. Vamos a tomar un café y luego seguimos.
La segunda parte de la entrevista fue bastante menos ruda. Servi presentó
su copia del croquis al comisario, quien sonrió e identificó al momento el
lugar:
-
Esto
es el Cerro de los Ángeles. Esos tipos no vivían lejos y seguro que conocían
los andurriales. Hasta creo recordar que los armadas tuvieron una
intervención con ellos, a raíz de que les soltasen unas palabras groseras a
unas peregrinas al Santuario. Pero, ¿de dónde lo has sacado?
-
De
los papeles de Ángela. Ella guarda el original entre sus documentos personales
y estoy seguro de que el dibujo y la letra son de su mano.
-
¡Bien!
Vamos a tener que actuar con rapidez, no sea que la pájara recele y lo
destruya.
Manzanares descolgó el teléfono y, al punto, se presentó Cirujeda. Le
tendió la cuartilla y dijo:
-
Toma,
haz un par de copias. Localiza el paraje del Cerro de los Ángeles que aquí está
señalado y monta inmediatamente una vigilancia discreta. Luego te cuento.
Ciru salió y el comisario tranquilizó a Servi:
-
No
haremos nada más, hasta que registremos la casa del Cabo de Gata y encontremos por
casualidad el plano original confeccionado por tu novia. Es una prueba esencial
que conviene practiquemos en su presencia y con todas las formalidades.
-
Entonces,
¿cuándo van a destapar la olla?
-
En
un par de días y ya sin avisarte. Vuelve inmediatamente con tu cariñito y
controla que no se deshaga del plano del tesoro.
Servi remoloneaba para marcharse. Manzanares lo empujó hacia la
puerta y lo despidió con estas palabras:
-
Me
has decepcionado pero, no obstante, te sacaré del atolladero lo mejor posible.
Yo protejo a los míos pase lo que pase.
Salió el chico y el comisario quedó a solas con sus pensamientos. No
eran lo que se dice muy alegres. La chica se iría de rositas, con una o dos
condenas menores, y el Grupo iba a quedarse sin la recompensa de La Acorazada.
A otro le habría importado más esto que aquello. A don Argimiro le
encocoraba especialmente no dar su merecido a Ángela, indudablemente, la
atracadora del bigote postizo y la asesina del vigilante. Estaba seguro de ello:
su corazón pocas veces se equivocaba. En esto, entró Cirujeda:
-
Jefe,
ya está en marcha el dispositivo… ¿Qué, buenas noticias, no?
-
No
mucho, pero todo se andará, Ciru, todo se andará.
4. Justicia cumplida
Seis meses después, el juicio contra
Ángela estaba en marcha. La muchacha había estado en prisión preventiva durante
todo ese tiempo. Por su parte, Servi había
pasado en la cárcel unos días, hasta que el juez de Instrucción lo había
liberado sin cargos, dado que amar a una criminal no suele considerarse delito.
Por cierto que, en el testimonio sumarial, había apoyado cuanto estaba en su
mano la inocencia de su novia, en lo que respecta a las muertes de los atracos.
Con todo, lo más favorable para la chica era que el revólver no hubiese
aparecido. El mar seguía guardando el secreto.
Servi
había intentado visitar a Ángela en Yeserías[7], pero
había sido inútil: dada la sospechosa relación entre ellos –además, no
formalizada como matrimonio-, se le prohibió la comunicación, incluso por
escrito. Finalmente, a través del abogado defensor, le hizo llegar una carta,
con las mayores protestas de amor y de esperarla. Ella le había contestado en
análoga forma y sentido, pidiéndole que colaborase con su letrado si este
consideraba oportuno proponerlo como testigo en el juicio. De todo eso, infirió
el joven que su amada no sospechaba de él, a raíz de la intervención policial.
La cosa empezó a torcerse cuando el Fiscal
y el acusador pagado por La Acorazada,
presentaron calificación contra Ángela como autora de tres robos (dos de ellos,
con homicidio), pidiendo un total cuarenta años de reclusión; y eso, gracias a
ser menor de dieciocho años. Claro que, por aplicación de la regla de
cumplimiento máximo, el defensor les había asegurado que la condena en ningún
caso supondría más de treinta años en la trena. Es de suponer que ello no les
aminoraría mucho el disgusto.
Ante petición tan tremenda, Servi pidió audiencia a don Argimiro,
que este no concedió. No dándose por vencido, lo abordó sin previo aviso en la
Puerta del Sol e intercedió por Ángela, con una mezcla de súplica y de
indignación. El comisario, tolerante, le dijo:
-
Ya sabes lo que son las peticiones de pena de las
acusaciones: solicitar mucho, para conseguir lo que realmente esperan. De todas
formas, ni yo puedo hacer nada, ni sé lo sólidas que serán las pruebas y los
argumentos del Fiscal y compañía. Harías bien en calmarte y, llegado el caso,
dejar a la chica a su suerte.
-
¡De ningún modo! Estoy dispuesto a declarar a favor
de Ángela y contar todo el montaje que usted urdió, con la inestimable ayuda de
este imbécil que le habla.
-
Mira, chaval, tú verás lo que haces pero, a fin de
cuentas, lo único que nos ofreciste fue el croquis del escondrijo del dinero,
que lo mismo lo habríamos encontrado nosotros en la casa de Cabo de Gata. Y
malamente podrías aducir que preparamos esa prueba, cuando los peritos han
confirmado que los números y las letras son de la acusada. Así que no lograrás
nada, sino descubrir el pastel a tu amiga y quedar como un guarro en público.
¡Ah!, y como nos calumnies, voy a ir a por ti como ni te figuras.
Servi
recogió velas, comprendiendo la fuerza y veracidad de las palabras de
Manzanares:
-
Entonces, ¿no podría hacer algo para que suavicen la
acusación? Me dice el abogado que podría pedirse la pena inferior en dos grados
y hasta sustituir la cárcel por el reformatorio.
-
Se hará lo que procede: contar las cosas como fueron
y no exagerar el alcance de las pruebas que hay contra ella. Reza para que los
magistrados que la juzguen sean de esos que les entra tembleque cuando tienen
que enchironar un montón de años a jóvenes. Tal vez la ayude el ser mujer y muy
mona. En fin, su abogado sabrá. Suerte y saluda a tu madre en mi nombre.
***
El primer mazazo lo dio la declaración del
policía que había dirigido el registro de la casa de Ángela en San José de
Níjar. Leamos las actas del juicio oral:
-
… Así que no encontraron ningún arma en el piso.
-
No, señor Fiscal, y bien que lo esperábamos cuando
descubrimos el agujero.
-
¿El agujero, dice? ¿A qué se refiere?
-
A un orificio cuadrado en la pared de la terraza,
con las medidas apropiadas para esconder un arma corta.
-
¿No podía tratarse de un fallo de construcción?
-
No, señor. Estaba bien escuadrado y tapado con
ladrillos, de forma que apenas se apreciaba la junta.
-
¿Cree usted que se había preparado recientemente?
–Observe el tribunal que la acusada llevaba alojada seis meses en el piso,
cuando se produjo la entrada y registro-.
-
No podría decirle, no soy experto… Más bien parecía
hecho bastante tiempo antes.
-
Y no encontraron nada dentro…
-
En efecto, nada.
Parecía una cuestión baladí, pero Ángela
dio un respingo en el banquillo. Se conoce que no había estado presente –o
atenta- en aquella parte del registro de su casa. ¡Y ella que había estado
rezando para que la Policía no reparara en aquel escondrijo!
***
Pero, para los cronistas de Tribunales, el
momento culminante de aquel juicio fue cuando, como último testigo de los
acusadores, apareció Matías R.S., el enfermero del hospital de Vallecas, a
quien conocimos en el capítulo 2. Tuvimos en eso mucha más suerte que el
abogado defensor de Ángela pues, por alguna oscura razón, su nombre no apareció
hasta figurar en la calificación del fiscal, precisamente como el último de sus
testigos.
Su declaración fue apabullante en cuanto a
seguridad y precisión en los detalles, cosa comprensible si recordamos la de
veces que hubo de relatar lo sucedido a Manzanares y Cirujeda. Menos razonable
es que recordase de nuevas en el juicio un par de datos, de lo más importantes
para el éxito de la acusación. El primero era recogido en la crónica de La Información de aquel día:
Con verdadera emoción y temblor de voz, el
A.T.S. expuso a la Sala cómo la acusada le había puesto el arma entre los ojos,
diciéndole: Como no hagas todo lo posible por salvar a mi novio, te pego un
tiro. Y no bromeo. No sería la primera vez que mato a alguien.
No juzgo preciso recalcar a mis
perspicaces lectores dónde estaba el notable añadido a sus versiones
anteriores, ni la gravedad de haber reconocido Ángela que ya tenía otras
muertes a sus espaldas.
La segunda adición no era, de por sí, tan
relevante. Leemos en el acta del juicio –feliz y excepcionalmente auxiliada de
taquigrafía-:
-
En resumen: No tiene usted ninguna duda de que se trataba
de un revólver.
-
No señor.
-
Y también recuerda perfectamente las características
que acaba de indicarnos.
-
Sí señor.
-
Y que en los alvéolos que quedaban a la vista
estaban alojadas otras tantas balas.
-
Así es.
-
¿Algún detalle más que quiera exponer a la Sala?
-
… Pues, por si fuese de interés, que se trataba de
un revolver de la marca Llama.
Si siguiésemos el interrogatorio escrito,
constataríamos las reiteradas preguntas del defensor, tratando de evidenciar
que era imposible, en un dormitorio en penumbra y con la conturbación de estar
a merced de una delincuente armada, leer las letras de una plaquita plateada en
la culata, o el grabado inciso en el pavonado del arma. ¿A qué tanto interés
por la marca del revólver? La respuesta nos la da la declaración del vigilante
jurado retenido por el atracador del bigote en el primer robo violento que se
juzgaba, mientras sus compinches desvalijaban la cementera junto a Pinto. El
interrogatorio se desarrollaba así:
-
Así que el atracador, o atracadora, que lo tenía encañonado
lo hacía con un revólver… ¿Puede decirle al tribunal de qué clase?
-
Un Llama,
calibre 38.
-
¿Está usted completamente seguro?
-
Desde luego. Estábamos a plena luz del día y a cosa
de un metro de distancia.
-
¿Y puede describirnos esa arma con detalle?
-
Por supuesto. Precisamente tengo yo una igual…
Naturalmente, había más elementos de
cargo. La complexión y edad de Ángela eran similares a las descritas para el
chico del bigote, menudo, de baja estatura y muy joven. En la casa de Santa
Eugenia –abandonada a toda prisa por Ángela, al morir Pablo- habían aparecido
algunas prendas reconocidas por los testigos como las mismas o muy similares a las que portaba el del bigotito en los
atracos. Finalmente, el hecho de que aquel muchacho
se hubiese evaporado cual un fantasma durante más de un año tenía también
un cierto poder de convicción.
En fin, los acusadores eran expertos y el
defensor poco más podía hacer que invocar la juventud de Ángela, su posible
temor y dependencia afectiva hacia Pablo –algo que, con buen fundamento,
consideró el fiscal un reconocimiento implícito de su colaboración material y
directa con él- y aportar algunos testigos del tipo esta buena chica es incapaz de una cosa así. Uno de esos testigos
fue Servi, cuyo lavado de mala conciencia
fue seguido por Ángela con tal indiferencia, que ni siquiera se dignó dirigirle
una mirada.
La sentencia declaró a Ángela culpable de
todos los cargos, con la atenuante de menor edad, y la agravante de alevosía en
la muerte del vigilante de la carretera de Arganda. No se atrevió el tribunal a
aseverar que hubiese sido la chica quien efectivamente empuñara el revólver en
aquella ocasión pero ¡qué más daba! Era coautora y, por tanto, tan responsable
ante la ley como sus tres compañeros varones, ya fallecidos. En resumen,
treinta y cinco años de reclusión, reducibles a treinta por imperativo del
máximo legal de cumplimiento. Su abogado recurrió en casación al Tribunal
Supremo, que no tuvo que pronunciarse, por el motivo que inmediatamente se dirá.
***
A los tres meses de conocerse la sentencia
de la Audiencia de Madrid, Ángela se suicidaba ingiriendo una buena cantidad de
matarratas arsenical, sustraído en la cocina de la Prisión. Todos afirman que
no pudo soportar la idea de pasarse media vida privada de libertad. No lo dudo,
pero eso no es todo. Si me he decidido a escribir este relato es porque creo
saber algo al respecto, que nadie hasta ahora ha querido divulgar. La fuente,
otra reclusa, con la que nuestra protagonista hizo buenas migas en la cárcel y
a quien reveló lo que sigue. Es su amiga quien habla y yo el que contesta:
-
Siempre que hablaba de él, lo tachaba de traidor y
de canalla. Yo le decía: chica, a saber quien quitó el revólver de donde lo
tenías. Y ella: pues él, ¿quién, si no? Y yo: lo haría por tu bien, para que no
lo encontraran los policías. Y ella: pues lo mismo que hizo desaparecer el
arma, pudo haber roto aquel maldito papel y avisarme de que la Policía andaba
tras de mí. Vamos que, verdadero o falso, Ángela lo tenía por confidente y que
la había estado engañando con lo del amor, el viaje a Brasil y todo eso.
-
¡Quién sabe! Puede que estuviese enamorado de ella y
puede que no. Yo no lo conocí aunque, después de esto que me has contado, voy a
hacer por descubrir toda su verdad.
-
¿Cree usted que merece la pena? Ya ve, de la primer
parte de su vida hicieron una película bien bonita, de mucha acción y mucho
cariño. ¿Por qué no los deja en paz? ¿Quién se va a molestar en leer un rollo
de policías, confidentes y juicios?
-
Bueno, el trabajo será mío y tiempo es lo que me
sobra. Además, una realidad como esta a veces es más fantástica que los frutos
de la imaginación. ¿A que no sabes en que es seguro que Servi no mintió a Ángela?
-
Ni idea.
-
Pues en lo de viajar a Brasil; claro que sin ella.
Al año de suicidarse la chica, dejó él la Peugeot
y se largó para allá. No sé si a São Paulo precisamente, pero por tierras
brasileras sigue, que se sepa.
-
Sí, claro, ¿dónde iba a estar mejor? Tostándose al
sol y bailando samba con las mulatas, mientras Ángela se pudre bajo tierra.
***
Una cosa más. El Consejo de Administración
de La Acorazada decidió entregar el
millón de pesetas de la recompensa al comisario Manzanares y su Grupo, considerando
que su trabajo daba cima a la investigación, pues el asesino que buscaban tenía
que ser uno de los fallecidos o –lo que era más probable- la chica condenada.
Naturalmente, ignoro cómo se repartirían la prima, ni si Cirujeda quedaría
finalmente contento. Me han dicho que el comisario cedió su parte a la madre de
Serviliano, pero yo creo que es demasiado hermoso para ser verdad.
[1] Película española dirigida por
Carlos Saura, rodada en 1980 y estrenada al año siguiente. Fue un éxito de
crítica y público: obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín (1981)
y se dice que recaudó cuatro veces y media lo que había costado.
[2] Según
los títulos de crédito, fueron Carlos Saura y Blanca Astiasu.
[3] Forma coloquial de llamar a los billetes de
mil pesetas y, por extensión, a la porción de droga (generalmente, heroína) que
con ella podía comprarse.
[4] Acróstico
de Ayudante Técnico Sanitario, denominación dada usualmente a la sazón a los
titulados de Enfermería, aunque en 1977 ya empezaron los estudios de Diplomado
Universitario en Enfermería (D.U.E.).
[5] Apelativo
un tanto despectivo que se daba a los policías armadas de la época, por su
uniforme de color marrón.
[6] Acróstico de Educación General Básica que, conforme a la Ley General de
Educación de 1970, se cursaba en ocho años, para terminarla de ordinario a los catorce
de edad.
[7] Prisión
de mujeres de Madrid, entre 1967 y 1991.
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