viernes, 31 de marzo de 2017

LA OPERACIÓN DE CAMBIO DE SEXO

La operación de cambio de sexo

Por Federico Bello Landrove

A José Luis García Callado



     ¿Tiene algo que ver un hospital con un autobús? ¿Y una hiperplasia benigna de próstata con un cambio de sexo? Antes de responder negativamente, lean este breve relato, fruto de una experiencia personal.




     ¡Qué coincidencia más tonta! Al tiempo que mi camilla enfila los pasillos de la clínica, el autobús de la polémica[1] recorre las calles de la misma ciudad con su polémico mensaje: el cambio de sexo, en el fondo, no existe. Con esa, para mí, tranquilizadora noticia en la mente, me dormí en la paz del quirófano, mientras los cirujanos afilaban sus armas.

***

     Unos días más tarde mi varonil seguridad empieza a desvanecerse. La hospitalaria bata azulina se ha convertido en un camisón de mi esposa, rosa floreado, y en mi mano izquierda porto una insoslayable bolsa con asa que, en ocasiones, cuelgo del antebrazo, en ademán vagamente femenino. Con vistas a un mayor desplazamiento, aquel bolso grande y rígido me lo cambian por uno más pequeño, flexible y de correa, que yo me empeño en llevar de la misma forma. Pero ¿por qué no te lo ciñes al muslo?, me preguntan con extrañeza. Yo me avergüenzo de la sugerencia, imaginando a aquellas señoras que, por seguridad, llevaban en la liga el monedero, o la petaca de licor.

***

     El espejo me devuelve una imagen como de embarazo incipiente, con el vientre hinchado y una suave curvatura rompiendo la línea recta de mi silueta. Es el dióxido de carbono, que aún ha de reabsorberse, dicen. Pero yo tengo la sensación de sufrir un embarazo psicológico. Algo dentro de mí me comprime y responde punzante cuando pretendo ejercer mi primitiva libertad de movimientos.

***

     El cuerpo extraño en mis vías génito-urinarias provoca a cada cierto tiempo contracciones, como un parto inmediato, siempre frustrado. Terne y constante, mi cuerpo reacciona inflexible a aquella gomosa inmisión. La sangre salpica el camisón y los aparatos sanitarios, pregonando bien a las claras la violenta lucha interior.

***

     Lo estás manchando todo y no controlas. Me colocan una compresa que, lentamente, va tiñéndose en sangre. En estos días, es el mejor remedio para salir de casa con ciertas garantías, según me indican. ¡Buenas ganas tengo yo de abandonar mi manta eléctrica, ni el pasillo solitario que acoge con indiferencia mis quejidos!

***

     De lejos me llegaba la voz del doctor, explicativa y pretendidamente tranquilizadora. Todo es normal. Las contracciones terminarán cuando quedes libre de ese cuerpo extraño que se ciñe a tu cavidad. Todo volverá a ser como antes, salvo… Sí, aún hay más. En el futuro, el líquido seminal ya no fluirá para afuera, sino hacia mi interior. La palabra médica, siempre clásica y polisílaba, es retroeyaculación. Pregunto si, con ese retro, no me habré auto embarazado. El médico ríe. No, hombre, eso es por el gas.

***

    Entre espasmo y espasmo, reflexionaba sobre las causas de mi mal y mi dolor, y hasta llegaba a maldecir aquel atributo anatómico de mi sexo. Pero, ¿qué sexo? ¿Qué transformación se había iniciado en mí? Recliné mi confusa anatomía en el lecho, tratando de encontrar la mejor postura. Con el sueño me llegaba la consabida cantinela del autobús que pretendía hacerse oír: Que no te engañen. Los niños tienen… Las niñas tienen… Si naces hombre eres hombre…
     ¡Pues no, señor! Yo había ido, tan tranquilo, a operarme de un adenoma de próstata y, sin pretenderlo nadie, estaba en vías de un cambio de sexo.
     Me encogí de hombros; como pude, di un cuarto de vuelta en el lecho, y consentí. Aunque un poco tarde en la vida, podía ser una interesante experiencia.






[1] Vehículo fletado por la plataforma ciudadana Hazte oír, cuyos lemas y recorrido por diversos lugares de España levantó fuerte polémica en 2017, incluso a nivel judicial.

sábado, 25 de marzo de 2017

CON UN POETA EJECUTADO YA HA HABIDO BASTANTE

Con un poeta ejecutado ya ha habido bastante

Por Federico Bello Landrove

In memoriam, José María Iribarren[1]


     La detención de Jorge Guillén[2] en Pamplona, a primeros de septiembre de 1936, estuvo a punto de acabar muy mal para el insigne poeta. Afortunadamente, todo quedó en un susto de cuatro días, seguido de una liberación que, promovida con afán por su padre, tuvo el apoyo de otras varias personas, conocidas unas, anónimas las más. Pues bien, contados por un narrador ficticio, pero veraz, los hechos sucedieron así.



1.      Este mundo del hombre está mal hecho[3]


     Creo que fue el 7 de septiembre. Recuerdo que aún duraba el júbilo por la toma de Irún, que cortaba toda comunicación por tierra de la Zona Norte de la República con Francia[4]. Me hallaba en el Gobierno Militar de Pamplona, iniciando mi tarea diaria de secretario del Juzgado Militar de la Plaza, cuando me pasaron una llamada del Cuartel General de Mola en Valladolid[5]. Al otro lado del hilo telefónico, una voz juvenil y un tanto imperativa me hizo saber que estaba hablando con el alférez Iribarren, secretario del General. Me identifiqué yo, a mi vez, como Ignacio Azpíroz, del mismo rango que mi comunicante. Inmediatamente, cambió de tono:
-          Azpíroz… No serás el procurador que tiene el despacho en el Paseo de Sarasate.
-          El mismo. ¿Cómo es que sabes de mí?
-          Pues porque yo he sido, hasta hace poco más de un mes, abogado en Tudela. No sé si, incluso, me habrás llevado algún asunto de la Audiencia.
     Como era aún muy temprano y el nombre de Mola tenía un predicamento absoluto en aquellos tiempos, estuvimos charlando unos minutos, lo suficiente para percatarme de que, más por convicción él, más por seguridad yo, nos habíamos incorporado a la vida militar -diría- administrativa y ya no nos desprenderíamos del uniforme hasta acabar aquella incivil contienda. Mas su llamada tenía un objetivo concreto que habría de llevarme a uno de los pocos episodios venturosos que me cupieron en suerte como Jurídico militar. Veamos:
-          Te llamo -concretó José María Iribarren- porque tenéis ahí detenido a un profesor universitario natural de Valladolid[6]. Ya sabes cómo están las cosas…[7]
-          ¿Y qué quieres que hagamos?
-          Mola está muy interesado en recabar informes y controlar la situación para que, bajo ningún concepto, vaya a hacerse una barrabasada. Dice que con un poeta ejecutado, ya ha habido bastante[8].
-          ¿Es que el profesor del que me hablas es también poeta?
-          Eso dicen. Incluso tiene algún libro publicado[9].
-          Está bien. Dame el nombre y me encargaré.
-          Se trata de Jorge Guillén, pero también han detenido a su esposa: una francesa que se llama Germaine, Germaine Cohen[10].
-          Tomo nota y me pongo en acción, pero haz el favor de mandarnos al Juzgado un telegrama en nombre de Mola, ordenando lo que acabas de pedirme. Solo así puedo garantizar la vida de tu poeta, si es que no se lo han cargado todavía.
     Apenas habíamos terminado de hablar, cuando apareció por la oficina el capitán García, juez titular del Juzgado Militar. Le expuse el relato de Iribarren y el mandato de Mola. Pareció más sorprendido por este que por aquel:
-          Ayer tarde me llamaron del Gobierno Civil y me contaron que ese matrimonio es con toda probabilidad una pareja de espías, que anda entrando y saliendo por la frontera, aprovechando la nacionalidad francesa de la señora. Precisamente iba a mandarte ahora que abrieses proceso sumarísimo contra ellos por ese motivo pero, ya que Mola ordena prudencia, le obedeceremos. Iniciaremos solo una investigación previa y tú trasládate a la Cárcel para tomar declaración al matrimonio.
-          ¿Le dijeron los del Gobierno el motivo de sus sospechas? Si le dieron algún dato, me sería bueno conocerlo para así orientar el interrogatorio.
-          Tenían los pasaportes llenos de sellos de entrada y salida de España por Irún y, últimamente, por Valcarlos. De ella se sabe que es de familia judía y parece que su padre es masón. El profesor es un tibio, de familia radical[11] y amigo de toda la caterva de poetas de izquierdas. Más le vale que Mola lo avale porque, si no, mucho me temo que le aguarde el paredón.
     Me estaba subiendo ya al Berliet, cuando me alcanzó a grandes zancadas el cabo escribiente, con un papel en la mano. Era el telegrama que nos habían prometido. Estoy por jurar que el texto era de propia mano de su remitente:
    Absténgase cualquier decisión sobre detenidos Jorge Guillén y Germaine Cahen hasta recibir mis órdenes. Mola.
     Ni que decir tiene que, en posesión de aquel documento, me sentí mucho más seguro.



***

     Nos acomodaron -como era habitual- en uno de los tabucos destinados al archivo de la prisión. El cabo se puso al teclado de la Royal que, junto con los folios de papel de oficio, los calcos y el vetusto Código militar, ocupaban todo el espacio de la mesita de despacho. Hice a un lado el sillón para sentarme e invité al inquilino de la celda 100[12] a que tomase asiento frente al escribiente. Así lo hizo, en ligero escorzo para tenerme cara a cara. El individuo resultaba de grata presencia: alto, más bien delgado, con rostro ovalado de finas facciones, veladas por gafas de alta graduación. Su frente, ampliamente despejada de cabello, y el ligero encorvamiento denotaban su edad, bastante alejada ya de la juventud[13].
     Una vez se le hicieron las preguntas generales de la ley, preferí llevar la indagación a mi aire, centrándome en aquellos aspectos que más podrían incriminarlo, a fin de que diera las explicaciones oportunas. Tiempo habría luego de pasar mis notas a las fojas, como dicen por América.
     Guillén respondía con voz suave, casi monótona, aparentando veracidad y calma, aunque la procesión fuese por dentro. Recuerdo con toda nitidez su explicación de la presencia en Navarra de su esposa y de él mismo, así como del paso reciente de la frontera de Francia:
-          Tenemos dos hijos, chico y chica, de once y trece años de edad, con doble nacionalidad, al haber nacido en París de madre francesa. A primeros de agosto pasado, estuvimos todos a punto de morir en un bombardeo, en las afueras de Valladolid[14]. Mi esposa y yo decidimos que nuestros hijos no debían correr más riesgos y tomamos las medidas oportunas para pasarlos a Francia con sus abuelos maternos. Al estar batallándose en Irún, optamos por la frontera navarra. Para evitar dificultades, yo me quedé en Pamplona y el cruce lo hizo mi mujer, con los niños. Luego, ella retornó conmigo y, cuando nos disponíamos a regresar a Valladolid, nos detuvieron y aquí estamos, desde el domingo[15], en celdas separadas y con la preocupación que puede usted figurarse.
     Vacilé antes de darle la siguiente información, pero me pudo la curiosidad:
-          ¿Y cómo es que se pusieron en contacto con el general Mola? El General ha manifestado interés por su caso.
     La mirada de Guillén se iluminó, entre el júbilo y la sorpresa:
-          No conozco al señor Mola ni sé de nadie que le haya hablado de nosotros. Lo único que puedo decirle es que logré ponerme en contacto telefónico con una persona conocida de aquí, con el ruego de que avisara a mi padre de cuanto sucedía. Seguro que él habrá revuelto Roma con Santiago. No obstante, lo de Mola…
-          ¿No sabe que el General está ahora en Valladolid? Nada, pues, más fácil que llegar hasta él desde dicha ciudad. Y más, siendo su padre simpatizante de Lerroux[16].
     Mi interlocutor calló. Yo volví con otra pregunta:
-          ¿Con quién habló usted por teléfono aquí, en Pamplona?
-          Preferiría no dar su nombre. No quiero crearle complicaciones.
-          Allá usted -repliqué muy serio- pero cabe la posibilidad de que lo acusen de espionaje; así que más valdrá que revele todas las identidades que se le pidan…
-          Está bien. Se trata de don Víctor Navarro, un profesor de mi hijo Claudio en el Instituto Escuela de Sevilla[17]. Por lo que me cuenta, cumplió mi encargo y la bondad y eficacia de mi padre habrán hecho el resto.
-          Conforme… Supongo que tampoco su esposa habrá tomado parte en nada contrario al Movimiento. Como se dice de ella que es judía y de padre masón...
     Guillén pareció indignarse. Trató de serenarse, tomando unos segundos para contestar:
-          Que es judía de sangre, no voy a negarlo. Su apellido lo delata. Por lo demás, no sé qué tenga que ver con nuestra guerra civil. ¿Acaso los nacionales son antisemitas?
-          Más bien, al contrario -repuse-. Es más que probable que los judíos sean pro republicanos. Ahí está el señor Blum[18]. ¿Y qué me dice de su suegro: es masón o no?
-          Supongo que no irán a acusarnos por las ideas de nuestros parientes…
-          Claro está, pero más vale que conteste que no, no sea que lo que ha conseguido su padre lo eche a perder su suegro.
     Esto dicho, procedimos a redactar y firmar la declaración formal. A la salida, me entrevisté con el director de la Prisión y le hice leer el telegrama de Mola.
-          Así que es un tipo importante, me comentó.
-          Importante o no -repliqué-, más vale que lo ponga a buen recaudo, así como a la señora. Si les ocurre algo, será usted el responsable. Y ahora, si tiene la bondad, mande llamar a doña Germaine Cahen. Aunque brevemente, tengo que interrogarla.



***

     Mal que le pesara al capitán García, muy deseoso de abrir una causa por algo distinto de rebelión militar, la orden de liberación de Guillén y su esposa nos llegó de manera inmediata, en forma de telegrama:
     Procedan carácter inmediato gestionar liberación señor Guillén y esposa. Padre detenido viaja hasta ésa con pertinente documentación firmada por General. De orden de Su Excelencia, Iribarren, Secretario.
     En efecto, a las ocho de la mañana siguiente, don Julio Guillén, padre del poeta, estaba a la puerta del despacho, con la orden de liberación, firmada por Mola, y los pasaportes para regresar a Valladolid. Según me indicó, había viajado en coche, de un tirón, desde la capital vallisoletana hasta Pamplona. Medio en broma, le pregunté:
-          ¿No habrá sido en un Berliet Dauphine? Es el vehículo que, muy generosamente, un médico pamplonés ha puesto a disposición del Juzgado.
-          Creo que se trata de un Hispano Suiza. Estaba muy nervioso y no conocía el camino, por lo que alquilé un taxi en Valladolid.
-          Pues vamos en seguida a la cárcel, para que no le cobren demasiado por la carrera. Ya están prevenidos desde ayer tarde.
     Montamos en el taxi y fui indicando el camino hasta la Prisión Provincial. Llegados allí, presentamos la documentación al subdirector y, apenas media hora más tarde, la familia Guillén abandonaba nuestra ciudad, rumbo a la capital del Pisuerga. Me gustaría contar que el poeta se despidió de mí con alguna frase inspirada o, al menos, que me estrechó la mano, pero nada de eso sucedió. Se ve que el pobre no veía llegar el momento de la partida, o que no me guardaba ninguna simpatía. Así que, si les parece, podemos recoger alguna de sus frases ulteriores, alusivas a aquellos penosos momentos:
     Cada noche que pasaba era muy difícil soportarla, porque era más fácil matar que no matar. Pero matar a un español no tenía importancia. Que un español mate a otro español es un acto patriótico[19].



2.      Las doce en el reloj, o el mundo está bien hecho[20]


     Martes, 14 de mayo de 1957. Dos caballeros de mediana edad, paseantes por el Campo Grande, se sientan en la amplia plazoleta que preside una fuente monumental. Uno de ellos se la presenta al otro:
-          Ahí tienes, la Fuente de la Fama, con su barquillero y todo. ¿Probamos suerte?[21]
-          No creas, que el paseo me ha abierto el apetito.
     ¿Resultaría ridículo que dos señores -Iribarren y yo- probasen suerte? Espero a que el barquillero se encuentre solo, pero no me atrevo a jugar por esos canutillos casi ingrávidos, envueltos en crujiente papel de seda, y opto por los solemnes gofres, medias lunas dobles, cuadriculadas y melosas, que se dan a los dientes con un escandaloso chasquido. Su dulzor pegajoso aviva los recuerdos de aquellos meses dramáticos. Los evoca José María:
-          Mola no paró mucho por aquí. En octubre partió para Ávila y ya no volvió. ¡Chico, qué despedida le hicieron! Media ciudad se echó a la calle; claro que entonces Franco estaba recién nombrado y nunca le tiró Valladolid. Ya te he contado que a la calle en que vivió el Poeta de mayorcito, le habían cambiado el nombre por el de 18 de Julio[22]. Pues bien, el Alcalde le ofreció al General la dedicación de una vía y, ni corto ni perezoso, optó por esa. Figúrate, postergar la fecha del Alzamiento, para honrar a uno de sus jefes y promotores.
-          Supongo que serían unos meses terribles -comento-. A los sublevados les serviría de mucho alivio saber que el General en Jefe del Norte estaba en la ciudad, dirigiendo desde aquí la guerra.
-          Ya te mostré el balcón de esquina en el primer piso del Ayuntamiento donde tenía su despacho. Los demás -yo entre ellos- nos apelotonábamos en dependencias de la planta baja donde, mal que bien, funcionaba el Estado Mayor. Luego él se fue, buscando la cercanía del frente, pero consintió que yo me quedase todavía un tiempo más. No me agradaba el silbido de las balas.
-          Si te descuidas -bromeé- te alcanzan las propias, sin comerlo ni beberlo[23].
     Se levantó, hasta un surtidor donde beber unos sorbos. Regresó luego y, entornando los ojos, prosiguió con sus recuerdos:
-          No sabes la de recomendaciones para Guillén que su padre logró en un par de días. Hasta la del señor Arzobispo, aunque el hombre no estaba muy bien visto[24]. Pero el empujón definitivo vino de parte de Queipo de Llano[25], como sabes, equivalente de Mola en el Sur. Aprovechando el conocimiento que los Queipo tenían de la gente de Valladolid, y sabedor de que nuestro Poeta era entonces catedrático de la Universidad de Sevilla, Mola telefoneó o telegrafió -ya no lo recuerdo- a su colega y supeditó la liberación de Guillén a lo que contestara su informante. Queipo debió de responder de forma favorable y para mí que fue de él la frase que a este respecto circula, sobre que con un poeta ejecutado, ya había habido bastante.
-          O sea que, en el fondo, Guillén salió adelante, gracias al sacrificio precedente de García Lorca.
-          Tómalo así, si quieres. Yo, personalmente, creo que no les habría importado mucho que hubiese dos poetas menos, si Guillén hubiera sido tan significado como Lorca.
     Miramos la hora: mediodía. Iribarren masculla, las doce en el reloj. Se vuelve hacía mí y me exige:
-          Ahora le toca a usted, alférez Azpíroz. Cuénteme con detalle la ominosa detención, consejo de guerra en ciernes y jubilosa liberación de Guillén en Pamplona.
-          Ya lo hemos hablado en varias ocasiones -me resisto infructuosamente-.
-          Siempre queda algo en el tintero, replica inexorable.
-          Conforme -concedo-, pero reanudemos la marcha. Aún tenemos que recorrer varias estaciones.


     En efecto, eran varias pero casi todas en un pañuelo: El negocio familiar de la calle Santiago, número 27, orientado cada vez más al ramo de ferretería[26]. La casa natal, en el número 11 de la antigua calle de Caldereros, ahora, del pintor Montero Calvo; la parroquia de Santiago, donde cristianaron al Poeta; la morada -número 8- de la calle de la Constitución -ahora del General Mola-, de notable empaque.
     Al afrontarnos con el Ayuntamiento, Iribarren trajo a cuento lo complicado de la vida de Guillén, a partir de su liberación pamplonesa, pese al cuidado puesto para no molestar de ninguna forma a los gerifaltes de la zona nacional.
-          Tengo entendido -aduje- que, por consejo de su padre, quemó toda la correspondencia archivada, que había mantenido con amigos y compañeros de la cáscara amarga. Tampoco lo pasó bien su padre, quien llegó a ser encarcelado durante breve tiempo, vaya usted a saber por qué.
-          Peor le fue al hijo quien, pese a haber despertado cierto interés benévolo por parte de Queipo de Llano[27], acabó siendo depurado como catedrático, con una suspensión bienal de empleo y sueldo. Con su mujer e hijos en Francia, sin trabajo remunerado y con harta experiencia de vivir en el extranjero[28], Guillén pasó a Francia, con la inestimable ayuda de don Pedro Sáinz[29], y hasta ahora[30].
     Se quedó mirando unos momentos la estatua del Conde Ansúrez, que presidía la Plaza, y agregó:
-          Eso fue en el verano del 38. La verdad es que ignoro la fecha exacta[31].
     A lo que yo, atrevidamente, añadí:
-          El día no lo sé pero la hora, fuese o no mediodía, era ¡las doce en el reloj!



***

     Invité a comer a Iribarren en La Viña, como buen anfitrión en tierra castellana, en la que llevaba yo ejerciendo de secretario judicial unos diez años. Se ve que mi etapa de escribano militar durante la Guerra había revelado mi vocación, propia de una persona puntillosa, pero de escasa iniciativa. José María, por el contrario, tras ejercer de Jurídico militar toda la contienda, colgó el uniforme y volvió a la toga civil, sin otra novedad que la de dejar la ribera del Ebro por la del Arga[32]. Ahora, de regreso de una vista en el Tribunal Supremo, había aceptado por fin mi invitación, para darse un garbeo por Valladolid, en busca de aquel semestre perdido en que nuestras vidas se cruzaron con la de Guillén.
     Cierto es que, para más tentarlo, yo le había animado a recordar aquellos acontecimientos que nos pusieron en contacto y buen trato para siempre; pero es que Iribarren era incansable. Cuando nos servían el café, ya estaba preparando la excursión de la tarde:
-          Digo, Ignacio, que podríamos ir al Museo de Escultura y así, de paso, imaginar al chiquito Guillén paseando por el famoso patio columnario, mientras repasaba las lecciones de su bachiller.
     Suspiré. Después de todo, empezaba a hacerse tarde, habida cuenta de la hora de cierre del Museo y lo mucho que en él había que ver. Cogimos, calle de las Angustias arriba, hasta desembocar en la Plaza de San Pablo. Decidí tomarme un desquite:
-          Ese noble edificio de ladrillo que ahí ves, dije, no es otro que el famoso Instituto Zorrilla, donde el Poeta culminó su etapa de bachiller en 1909, formando parte, precisamente, de la primera promoción de alumnos del Centro.
-          No puede haber mejor forma de honrar a una academia que lleva el nombre de un poeta, que la de que brote de ella otro mayor.
-          ¡Hombre, José María, mayor, lo que se dice mayor…! Si te oyen los vallisoletanos de a pie, te excomulgan.
     Iribarren sonrió con socarronería:
-          Hemos de defender al nuestro, ¿no te parece?
     El ordenanza tuvo que echarnos a empujones, llegada la hora de cerrar, que nos sorprendió en las salas de Gregorio Fernández. ¡Pero cómo, que vamos a perdernos la capilla!, bramó José María. Así tienes un pretexto para volver muy pronto, le repliqué, quitando hierro al asunto.
     Hicimos el camino de vuelta hasta los soportales. Anochecía con la parsimonia propia de mediados de mayo, pero el expreso nocturno hasta Alsasua salía a las nueve y media, teniendo todavía Iribarren que recoger el equipaje en el hotel y tomar un tentempié en la cantina de la estación. Había, pues, que ir abreviando. Con todo, tuve una ocurrencia:
-          ¿Tienes un ejemplar de Cántico?
-          ¿Cómo quieres que lo tenga? Ya sabes que no circula en España. Podría haberlo conseguido en Francia, pero la verdad es que no se me ha ocurrido. Lo creas o no, tenía bastante olvidado a Guillén hasta pisar este Valladolid de mis recuerdos.
-          Aquí cerca, unos hermanos abrieron no hace mucho una librería en que, bajo mano, tienen bastantes cosas del exilio[33]. Podemos intentarlo.
     Así lo hicimos. Ante las lógicas vacilaciones del librero, Iribarren se exaltó y dijo:
-          ¡Tiene usted ante sí a dos personas sin las cuales el señor Guillén estaría dando malvas, hace muchos años!
     Y, sin que tuviera que hacer otra cosa que mostrar estupor, recibió la más prolija y sincera exposición de cuanto en este relato ha quedado dicho. El librero, guardando silencio en todo momento, se dirigió a la trastienda y, a los pocos momentos, vino con un Cántico de la edición de Cruz y Raya del año treinta y seis. Lo envolvió en basto papel sepia y púsolo en las manos de José María. Solo entonces osó hablar:
-          Debo de tener por ahí de alguna edición posterior, pero sería no hacer justicia a los señores.
     Yo tiré de billetero y pregunté cuánto era, temiendo que la factura sería cuantiosa. Nos llevamos una grata sorpresa:
-          ¿Pero no se acuerda? Ya lo pagó, hace más de veinte años.
    



    
    




[1] José María Iribarren Rodríguez (1906-1971), abogado, periodista y escritor navarro, cuya notoriedad a nivel nacional deriva de los libros en que reflejó sus experiencias como secretario del general Emilio Mola Vidal (1887-1937) y del titulado El porqué de los dichos (1955), reeditado y reimpreso en multitud de ocasiones. De los primeros da noticia bastante el siguiente artículo: Vicente Cacho Viu, Los escritos de José María Iribarren, secretario de Mola en 1936, Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea, vol. 5, Edit. Univ. Compl., Madrid, 1984, págs. 241-250.  Puede leerse y descargarse por Internet.
[2] Pedro Jorge Guillén Álvarez (1893-1984), poeta nacido en Valladolid y fallecido en Málaga. Su magna obra lírica (Cántico, Clamor, Homenaje, Y otros poemas y Final) fue refundida a partir de 1968 bajo el título común de Aire nuestro.
[3] Juicio del poeta, que compendia su valoración del mundo durante su ciclo lírico Clamor (1950-1963). El anacronismo de mi rúbrica queda bien explicado por el contenido del capítulo.
[4] La conquista de Irún por las tropas nacionales, mandadas sobre el terreno por el coronel Alfonso Beorlegui Canet (1888-1936), se produjo el 5 de septiembre de 1936, tras un asedio de diez días. Habida cuenta de que el Gobierno francés era más bien favorable a la República Española, se comprende la importancia estratégica de impedir el contacto terrestre del territorio galo y el republicano.
[5] El general Mola -ya citado en la nota 1- era el Jefe de Operaciones del Ejército nacional en el frente Norte. En tal condición y procedente de Burgos, fijó su Cuartel General en el Ayuntamiento vallisoletano y permaneció en dicha ciudad castellana entre el 20 de agosto y el 30 de octubre de 1936, cuando trasladó su persona y mando militar a la capital abulense.
[6] Jorge Guillén había ganado las oposiciones a Cátedras universitarias de Lengua y Literatura Española en 1925, ejerciendo tal docencia en Murcia (1925-1929) y Sevilla (1931-1938). En el intervalo entre una Universidad y otra, fue lector de español en la de Oxford.
[7] Es casi seguro que Iribarren se refería al asesinato de presos, previa saca carcelaria ilícitamente autorizada. En la Prisión provincial de Pamplona se había producido, el 23 de agosto de 1936, una de esas canalladas masivas, con el resultado de 52 presos asesinados y uno que logró fugarse. En tales hazañas se distinguieron numerosos tradicionalistas o requetés, haciéndose tristemente notorios los jefes de aquellos, apellidados Ezcurra, Santesteban y Munárriz.
[8] Indudable alusión al asesinato del poeta Federico García Lorca (1898-1936), acaecido en las inmediaciones de Víznar (Granada), el 18 de agosto de 1936.
[9]  Entre otros, las dos primeras ediciones (1928 y 1936) de su libro fundamental, Cántico.
[10] Germaine Cahen (1897-1947), primera mujer de Guillén. Su apellido fue repetidas veces trocado en Cohen, incluso en el registro de la Cárcel Provincial de Pamplona, donde también fue alterado su nombre (escribieron Garmeinen).
[11] Alusión al Partido Republicano Radical, presidido por Alejandro Lerroux García (1864-1949), que ejerció funciones de gobierno durante la II República española entre 1933 y 1936, en coalición con la Confederación Española de Derechas Autónomas (C.E.D.A.).
[12] Es el propio Jorge Guillén quien, mucho más adelante, aludió a que había ocupado dicha celda de la Prisión Provincial de Pamplona lo que, según él, presagiaba muy mal futuro. Azpíroz desconocía entonces el dato -Nota del editor-.
[13] Es la opinión del narrador. Jorge Guillén tenía a la sazón 43 años.
[14] En concreto, en las inmediaciones del denominado Polvorín de Antequera. La ciudad de Valladolid fue bombardeada por la aviación republicana en los días 1, 3 y 5 de agosto, con resultado total de 84 muertos y 356 heridos (cifras aproximadas). El susodicho Polvorín no sufrió daños durante la Guerra, pero estalló accidentalmente el 21 de septiembre de 1940, falleciendo de las resultas más de cien personas. Una nueva explosión, el 14 de junio de 1950, se saldó con 5 muertos y 72 heridos.
[15] El día 6 de septiembre de 1936. Es la fecha que figura en el registro de la cárcel pamplonesa. Cabe la posibilidad de que el poeta y su esposa ingresaran a última hora del día anterior y no se les diera de alta hasta el citado domingo.
[16] Recuérdese la nota 11. El Gobierno presidido por Lerroux amnistió a Mola -caído en desgracia y pasado a la reserva por su presunto apoyo a la sublevación del general José Sanjurjo Sacanell (1872-1936) en agosto de 1932- y le otorgó diversos mandos en el Estado Mayor Central y en el Ejército de guarnición en Marruecos.
[17] El Instituto Escuela sevillano funcionó entre 1932 y 1936. Víctor Navarro fue profesor de Lengua y Literatura españolas en el mismo, siendo suspendido en sus funciones al cerrarse tal Instituto. Para una completa información, véase Carlos Algora Alba, El Instituto-Escuela de Sevilla (1932-36). Una proyección de la Institución Libre de Enseñanza, 1996, Sevilla, Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial.
[18] Leon Blum (1872-1950), Primer Ministro de Francia en el periodo junio 1936-junio 1937.
[19] Declaraciones atribuidas al Poeta por Antonio Piedra, en Jorge Guillén, 1986, Valladolid, Junta de Castilla y León (Colección Villalar), página 67.  Para otras citas de aquél, véase Jorge Guillén, Más allá del soliloquio, revista Poesía, nº 17, Ministerio de Cultura, Madrid, 1983, págs. 7-28.
[20]  Las doce en el reloj, último verso del que quizás es el poema más conocido del Cántico de Guillén. El mundo está bien /hecho: aseveración del Poeta en su poesía Beato sillón, que puede resumir su actitud vital en el periodo de citado libro (1928-1950).
[21] Evidente alusión al poema guilleniano, Niños, al que pertenecen estos versos: La Fuente de la Fama./ Jugábamos, reíamos./ Ya juego de ruleta,/ un bombo con barquillos./ Los jardines, profundos./ Lo eterno para un niño.
[22] Dicha calle, cuando vivió en ella Guillén, tenía el nombre de Constitución. La familia se instaló en el número 8.
[23] José María Iribarren tuvo serios problemas con la censura franquista, a propósito de sus libros sobre el general Mola. Finalmente, el propio General impidió que las amenazas -incluso de muerte- se llevasen a efecto.
[24] Se trataría de don Remigio Gandásegui y Gorrochátegui (1871-1937). Dudo de la certeza memorística de mi amigo Iribarren, pues el Arzobispo, de vacaciones en San Sebastián cuando el Alzamiento, pasó 55 días detenido y en riesgo de ejecución, siendo al fin liberado por intervención del Partido Nacionalista Vasco y autorizado para regresar a su archidiócesis. Todo ello despertó las suspicacias de los nacionales. En definitiva, no sé si don Remigio pudo interceder por Jorge Guillén en los días que este permaneció detenido en Pamplona -Nota del narrador, Ignacio Azpíroz-.
[25] Gonzalo Queipo de Llano y Sierra (1875-1951), a la sazón general al mando de las fuerzas sublevadas en el sur de España. Era natural de Tordesillas (Valladolid).
[26] La razón social familiar, iniciada por Jorge Sáenz Capellán en 1866, llevó en su amplia etapa final la denominación de “Sobrinos de Jorge Sáenz, S.A.”, cesando en su comercio hacia 1980 (todavía en 1979, se desestimó una demanda interpuesta contra dicha sociedad). Dedicada a la actividad mercantil en general (desde los tejidos, a la ferretería), fue polarizándose hacia esta última actividad.
[27]  Supongo que José María Iribarren hacía alusión al controvertido encargo a Guillén, por parte de Queipo, para que pronunciase el discurso oficial del Día de la Raza (12 de octubre de 1936) en el paraninfo de la Universidad hispalense, con asistencia de todas las autoridades y, como invitado de honor, del Gran Visir del Sultán de Marruecos. Pese a los equilibrios ideológicos y léxicos de Guillén (o, precisamente, por ellos), el discurso no contentó a los presentes y, sin embargo, molestó a muchos republicanos.
[28] Por unas u otras causas, al momento de emprender su destierro, el Poeta había pasado largas temporadas en Suiza, Francia e Inglaterra.
[29]  Pedro Sáinz Rodríguez (1897-1986), Ministro de Educación Nacional (1938-1939). Es probable que su buena relación con Guillén arrancara del momento (1925) en que aquel formó parte del tribunal de oposiciones a Cátedras de Universidad, cuando el Poeta obtuvo plaza, con el número 1.
[30]  Nota del Editor.- Obsérvese la fecha a que se contrae el relato. Jorge Guillén permaneció en el exilio voluntario, hasta el año 1977, no pasando por España sino en momentos señalados, como lo fue la muerte de su padre, acaecida en el año 1950.
[31]  Tampoco la recordaba con total precisión el Poeta, que escribía: No me acuerdo bien si fue el 8 o el 9 de julio de 1938… atravesé el puente sobre el Bidasoa. Véase, Jorge Guillén, Más allá del soliloquio, cit. en la nota 19.
[32]  O, dicho de manera más llana, Tudela por Pamplona.
[33]  Por varias razones, la referencia del narrador parece coincidir con la librería anticuaria Relieve, abierta en 1951, en el número 3 de la vallisoletana calle de Cánovas del Castillo, por los hermanos Rodríguez Martín. El más longevo de ellos, Pepe (1929-2014), mantuvo abierto el establecimiento hasta el año 2012, si bien su primitivo emplazamiento había tenido que abandonarlo en 1996.