viernes, 22 de diciembre de 2017

EL CAMINO DEL OLIMPO


El camino del Olimpo

Por Federico Bello Landrove


          Una reflexión sobre el camino que puede conducir del Olimpo al Infierno, o viceversa. Lo ilustra la asombrosa vida de Charlize Theron[1], entre los quince y los veintiocho años; peripecia admirable que abordo desde la fantasía onírica, aunque sea bien conocido que, con frecuencia -y este es el caso-, la realidad supera la ficción.





          Sábado, 6 de marzo de 2004. La diosa ha echado hacia atrás el respaldo de su trono de primera clase. Su entorno de mortales bisbisea y va tomando asiento, a la par que ella cierra los ojos. Un constante ronroneo de motores pone sonido a su viaje, ya no a través del espacio, sino en el tiempo. Desde la cima de sus veintiocho años, desciende entre lágrimas y parabienes del estrado en que de Zeus ha recibido el divino cetro con forma humana[2]. Ya en duermevela, cierra el puño de su mano derecha, pero el signo áureo se ha convertido en un pasamanos de bronce que parece invitarla a bajar un escalón desde el estrado olímpico. Cuando se dispone a hacerlo, la envuelve un humo de incienso, que afloja sus miembros y enajena la mente. Suelta el pasamanos e inicia una caída lenta, prolongada, hasta dar con su cuerpo sobre un diván rojo, al fondo de un gran salón de dos plantas, que le recuerda el hall de Milton, Chadwick & Waters[3].

***

     Por las miradas y cuchicheos de los circunstantes, la diosa se siente observada, espiada, incluso. Trata infructuosamente de incorporarse del sofá, pero es en vano. Indignada intenta gritar, pero ninguna voz brota de sus labios. Se resigna, afina el oído y, aunque solo alcanza a entender algunas palabras, infiere por ellas el sentido general de las burlas y críticas de las que es víctima:

-          ¡Absurdo! -pontifica, como de costumbre, el crítico del Confidential-. Si ya era una del montón cuando era una belleza, ¿quién la irá a ver hecha un adefesio?

-          No pierdas la esperanza de verla coronada. La Ciudad del Acebo[4] premia las dietas grasas y a los adefesios. Ya sabes, el síndrome Russell[5] -contesta con su malicia usual el comentarista del Canal 21-.

     En uno de esos oportunos milagros de los sueños, la diosa levanta la vista al techo y se ve reflejada en el lucernario. Es la imagen  obesa y repulsiva de una cuarentona sucia y descuidada, de rostro abotagado, enrojecido y tumefacto por las quemaduras[6]. ¿Cómo es ello posible? Sí, ahora comprende: le ha podido la soberbia. No era suficiente ser admirada como ella misma. Tenía que perder su cuerpo para ganar su alma. Vamos, justo lo contrario de Fausto pero, en el fondo, lo mismo. No hay límites, no hay reglas. Lo que se puede hacer, se hace. No dejes de realizar aquello cuya omisión pueda traerte futuras nostalgias. Todavía no está segura de no estar soñando dentro del sueño. Pasa la mano por la cara, se atusa la grasienta media melena marrón. No hay duda, la imagen devuelve sus gestos. Ahora es cuestión de todo o nada, el triunfo o el ridículo.

     En un sillón del piso alto, su representante mueve la cabeza de forma reprobatoria y gruñe:

-          ¿Quién va a pagar entrada por ver una película de criminales y lesbianas[7]? Y no dudo, con lo terca que eres, que logres parecerte a esa tipa de Florida pero, ¿cómo quedarás después? ¿Acaso crees que tu cuerpo es de hierro?

     En fin, ya está hecho. Acuden sus perros a hocicarla cariñosamente. Para ellos no parece haber diferencias, su aceptación es incondicional. Por eso ha dado su nombre a la productora que financiará en parte ese absurdo dispendio, el monstruo sin fondo que va a devorar su prestigio y a retornarla a la pobreza. Escucha, una vez más, la filípica malévola de los críticos:

-          Ya se sabe, con las estrellas: se empeñan en producir sus propias películas, para poder convertirlas en vehículo de su orgullo y lucimiento.

-          Por ahí empiezan -agrega otro-. Al final, la productora financiará sus últimos trabajos, aquellos que ya no le interesan a nadie más.

     El diván se inclina lentamente y la diosa se aferra con fuerza a uno de sus brazos.

-          ¿Te pasa algo, hija? Me estás haciendo daño al asirme con tanta fuerza.

-          Perdona, mamá. Soñaba…

-          No me extraña, cariño. Son muchas emociones… y muchas horas de viaje.



***

     Una chica -como era ella, diez años atrás- friega arrodillada las escaleras de un motel, restregando a fondo con estropajo y blanqueador-. Nada extraño resulta, a tenor del rótulo del alojamiento: La hija del granjero[8]. Una granjerita era ella, algún tiempo antes. Escaleras, ¡siempre escaleras! Empieza desde arriba; así limpiarás las escurriduras. Hazlo muy temprano, antes de que empiecen a llegar las parejas.

     Un reloj invisible perfora sus oídos con el tictac constante. Una hora; otra, y otra más. Sesión de posado, para poder sobrevivir. Innúmeras audiciones y tomas con el mismo final: Eres buena actuando pero tu inglés tiene un acento terrible. ¿De dónde demonios eres?

     Sigue bajando escalones, pero ahora ya no son de madera grasienta, sino de pulido mármol polícromo. Al parecer, se halla en el patio de operaciones de una sucursal bancaria. Seca sus manos con el delantal y se pone a la cola de caja, para cobrar el cheque, que supone representa su salario pero, en realidad, ha llovido del cielo materno. La espera se le hace eterna. Cuando, por fin, entrega el talón al empleado, este lo rechaza con desdén. Apenas es perceptible su voz en aquel inmenso recinto, máxime cuando su cuerpo es irremediablemente empujado hacia atrás, para dejar plaza a nuevos clientes. Grita y grita iracunda sin que, por esta vez, nadie le reproche su dejo. La excitación la trae hasta esa frontera indefinida entre el sueño y la imaginación desbocada. Va recobrando la mesura, gracias a conocer al dedillo lo que sigue: Un atento caballero le ofrece su tarjeta, con el renombrado membrete de la I.C.M.[9] ¿Es ella quien rila de emoción o es la inestable tierra californiana, que tiembla? Ni una cosa, ni otra. De este mundo le llega la voz amistosa del capitán de la aeronave:

-          Señores pasajeros, estamos atravesando una zona de tormentosos cumulonimbos, que alcanzan una altitud de 45.000 pies. Será cosa de unos minutos. Las vibraciones que notan carecen por completo de peligrosidad. Limítense a permanecer en sus asientos y abrochen su cinturón de seguridad. Se les avisará oportunamente cuando puedan cancelar estas precauciones.

***
     Volamos sobre Mauritania -repite la información de la azafata-. ¿Cuántos países quedarán aún por sobrevolar?, se pregunta hastiada. Intenta recordar el mapa de África, tal y como yacía al fondo del aula, hasta la liberación de Madiba[10]; aquel tablero alabeado de apagados colores, en el que, a ratos perdidos, aprendía el nombre de las capitales, esforzando sus ojos miopes. Al llegar a Luanda, ya ha vuelto a caer en brazos de Morfeo y busca afanosamente una escalera, para poder asirse al pasamanos. Esta vez, los balaustres son delgados y férreos; los escalones, meras tablas horizontales, le provocan el mismo vértigo que el día triste que su madre la llevó allí a comer ogni tutte y un mascarpone pancake, regados por rosso de Apulia[11]. Esa vez no tiene que cazar el pan al vuelo. Volar se ha terminado para ella: adiós a la danza, su sueño y su vocación. Su madre del sueño tiene el rostro de la profesora que dirigía su trabajo en Joffrey’s[12].



-          Eres afortunada -le dice-. Solo tienes 19 años y ya posees una excelente preparación como modelo.

-          Solo volveré a posar cuando no tenga para comer. Es un trabajo sin pasión, sin voz…, sin alma.

-          Entonces, actúa. Sabes que se te da bien. Vete a la Ciudad del Acebo. Hay mil oportunidades y bastantes chicas triunfan.

-          No tengo fuerza ni ilusiones.

-          Entonces, vuelve conmigo a África. Pasarás toda la vida lloriqueando por la nostalgia de lo que pudiste ser.

     Titubea. Su madre/profesora pone sobre la mesa un sobre cerrado, con cenefa rosa, como los usados para las invitaciones de boda. No necesita saber qué hay dentro, pero sí confirmar el contenido: el billete de avión, solo ida, y un cheque viático para mantenerse una semana con parsimonia. Empieza a desgarrar la cartulina…

-          ¿Pero qué haces, Carlota?, exclama su madre. ¡Con el trabajo que te ha costado perfilarlo y estás rompiendo el discurso para la recepción de Mbeki[13]!

     Ella se despierta bruscamente, constata el desperfecto y responde entre sonrisas:

-          No hay problema, mamá. Ya lo he repasado y los actores tenemos muy buena memoria.

***

     Pasan dos azafatas ofreciendo un refrigerio. Acepta un jugo de tomate, que apenas prueba. Entorna los ojos y simula perder interés por el entorno pero, en realidad, se fija en las camareras, acicaladas, pimpantes, de perpetua sonrisa, y vuelve a sus dieciséis años. La escalinata es ahora una pasarela en declive, cuya rampa termina en un lecho, donde una adolescente posa en ropa interior, con un cigarrillo en los labios. Como en una linterna mágica, brotan inagotables fotogramas, que son otros tantos cambios de su apariencia y vestuario. ¡Qué joven, qué hermosa, qué afortunada… qué vacía! Adelgaza cuatro o cinco libras y estarás entre las grandes. El apartamento, vacío, es el suyo, en el centro de Milán. Las compañeras, vacías, son los mismas de antaño, que aún resisten en las páginas de Runway y Showdetails[14]. Los viajes tienen las mismas anécdotas vacías: el sueño se resiste a transfigurarlas. Eres una desagradecida -se censura-. Aquello es lo que entonces necesitabas. En efecto, no pensar, no sufrir, no establecerse, no apasionarse, no…, no…

     En el fondo, fue así; una casualidad providencial, una suerte mayúscula. ¿Qué habría sido de ella en Benoni[15], en pleno escándalo? ¿Y cómo podría haber superado la invalidez para la danza? Pero no tiene sentido elucubrar. A fin de cuentas, su madre y la agencia de modelos trazaron su rumbo. Bueno, ellas y su belleza. Aquel modesto y sorpresivo concurso estuvo en el origen de todo, en el hondón de aquel pozo que parecía llegar hasta los infiernos.

     Es inútil, no puede dormir. Fantasea, hace que se proyecten en sus párpados imágenes trucadas, pero en vano. Tres meses de maravillosa libertad y un año de pervertidor vacío. No comprende que era casi una niña; que aquel tiempo redimió su alma y la abrió al Nuevo Mundo. Al fin, se adormece y se siente caer en la vacuidad de la inconsciencia. Caer, caer siempre. Su madre contempla aquel rostro crispado, el cuerpo tenso, la frente sudorosa por la pesadilla. Le acaricia el cabello y dice para sí:

-          No sé si habrá sido una buena idea… Esta hija mía toma a veces sus decisiones muy en caliente… Tiene a quien parecerse.

***

     Sigue siendo un sueño, pero es tan real como su propia vida. ¿Su vida? ¿Acaso esa ansiedad, esa angustia le pertenecen? Sigue descendiendo, pero ahora a toda prisa, saltando escalones, evitando por arte de magia la caída. A cada peldaño hollado, un ruido seco, tonante, que resuena en toda la casa. Siempre la misma pregunta: ¿Qué ha pasado, mamá? Y siempre la misma respuesta: Le he disparado. No, no ha sucedido, no puede pasar. Ciertamente, hay un cuerpo tendido en el zaguán. Estará borracho. Lo habrán atropellado. Sí, no hay duda. Limpiar, limpiar la sangre. Ordenar, ordenar el gabinete, las gavetas, hasta encontrar la llave que puede abrir todas las puertas[16].

     Una niebla asfixiante y espesa la envuelve. Adiós a los oropeles, al brillo, a los vestidos relucientes como ascuas. Un manto de vejez la cubre de repente. Solo con salir de esa maldita habitación, lograría transfigurarse de nuevo en una diosa, pero todo está confuso, revuelto, desaseado. Tropieza y cae. Trata de arrastrarse hasta la puerta entreabierta, que aún deja entrever la fronda de su jardín y escuchar el vagido de un niño desconocido. Abrir, abrir los ojos pues el dolor es un sueño, el fracaso es un sueño, es un sueño envejecer y morir[17]. Volver en sí, antes de hundirse en ese caos infernal…

-          ¡Oh, cuánto lo siento! El pobre, es tan pequeño para un viaje tan largo… Lamento que la haya despertado… Por cierto, enhorabuena, de corazón; es un honor, etcétera, etcétera.

     Ella sonríe. Su madre se levanta para acariciar al bebé lloroncete, como aceptando la disculpa. Después de todo, ya estamos llegando a Johannesburgo. Carlota susurra:

-          El infierno y mi ciudad. Tal vez, trece años después ya no se parezcan tanto.    



    



[1] Actriz de cine, nacida en Sudáfrica en 1975 quien, al recibir el Oscar a la mejor actriz protagonista el 29 de febrero de 2004, prometió que en una semana viajaría a su país de origen para ofrendarle el galardón.
[2]  En la vida real, Charlize Theron recibió el Oscar de manos de su colega, Adrien Brody (Nueva York, 1973).
[3] Firma neoyorquina ficticia de abogados, que aparece en la película Pactar con el Diablo (The Devil’s advocate, 1997), en la que Charlize Theron representa el papel femenino principal.
[4]  Hollywood significa literalmente Bosque de Acebo.
[5] Alusión a Harold Russell (1914-2002), mutilado de ambas manos en la II Guerra Mundial, que obtuvo dos Oscar (honorífico y al mejor actor secundario), por su participación en la película Los mejores años de nuestra vida (William Wyler, 1946). Los precedentes nombres de dos medios informativos son imaginarios.
[6] Esta y otras alusiones en el presente fragmento del relato hacen referencia a la película Monster (2003), por la que Charlize Theron ganó el Oscar aludido en la nota 1.
[7] Los malos pronósticos económicos no se cumplieron. La película monstruosa costó unos 8 millones de dólares y recaudó como cinta de estreno en las salas cinematográficas más de 60 millones.
[8]  Para que no haya riesgo de que me demanden, aclaro que el actual (2017) y excelente hotel angelino The farmer’s daughter no tiene que ver con el motel del mismo nombre, existente en el lugar hace unos veinticinco años, que alquilaba sus habitaciones por horas.
[9]  Siglas por International Creative Management, una de las más reputadas e importantes agencias de representación para actores y literatos.
[10]  Nombre de respeto del político sudafricano Nelson Mandela (1918-2013), Presidente de su País entre 1994 y 1999. Su liberación definitiva de la cárcel se produjo el 11 de febrero de 1990.
[11] Se hace referencia, en concreto, al restaurante Rosemary’s, situado en la Greenwich Avenue de Nueva York, relativamente cerca de la ya citada Academia Joffrey.
[12]  Alusión a la Joffrey Ballet School, prestigiosa academia de ballet clásico y contemporáneo, fundada en la ciudad de Nueva York en 1953. Desde 1995, su sede central radica en Chicago.
[13]  Thabo Mbeki (1942), Presidente de Sudáfrica entre 1999 y 2008.
[14]  Títulos de acreditadas revistas de moda italianas.
[15]  Ciudad de la periferia de Johannesburgo, donde nació Charlize Theron.
[16]  Como se sabe, la madre de Charlize Theron mató a su padre, en legítima defensa de ambas, cuando la futura actriz contaba 15 años de edad.
[17]  Las precedentes y confusas alusiones tienen que ver con el padecimiento -moderado- por Charlize Theron de trastorno obsesivo-compulsivo o de ansiedad (siglas españolas, TOC; acróstico en inglés, OCD).

sábado, 16 de diciembre de 2017

EL MARGINADO


El marginado

Por Federico Bello Landrove

     Un punto biográfico en común me permite tramar un día de confidencias con quien no dudo en calificar de alma afín, si no gemela. Este relato recrea con gran fidelidad su manera de ser y sus palabras, pero le debo el mínimo respeto de no citarlo por su nombre. Así podrán ustedes -si lo desean- aplicarse a un juego de escondite con quien fue uno de los más notables dramaturgos españoles de la segunda mitad del siglo XX.



1.      La invitación


     Andaba yo trabajando por tierras asturianas desde hacía casi quince años, recién cumplidos mis cuarenta, cuando recibí una carta en papel oficial que, más o menos, decía así:

     Estimado Señor:

     Por razones de reorganización de la Defensa, está llamado a desaparecer próximamente el Regimiento de Infantería …, en el que usted sentó plaza como voluntario en el año 1967, ejerciendo funciones de Secretario del Juzgado de la Unidad y mereciendo al licenciarse el premio de Soldado Distinguido[1]. Es mi propósito y de todos cuantos actualmente servimos en el Regimiento dar la mayor solemnidad a los actos de disolución del mismo, tras ciento veinte años de glorioso servicio a la Patria, la mayor parte del tiempo en esta ciudad de Castellar. Nos sentiríamos muy honrados si pudiéramos contar con su presencia en dichos actos, rogándole nos haga saber su decisión al respecto.

     Atentamente le saluda……, Coronel Jefe del Regimiento.

     Lo primero que se me vino a la cabeza era lo que había cambiado el Ejército en veinte años, hasta el punto de acordarse de un soldadito para invitarlo a una celebración tan solemne. Luego di en pensar, para mi tranquilidad, que no sería el único en ser convidado, sino que formaría parte de una muestra representativa de sujetos todavía vivos, que hubieran estado vinculados con el Regimiento por cualquier motivo honroso. Tentado de la curiosidad y teniendo buen recuerdo de aquel ya lejano bienio, contesté la carta de manera afirmativa, rogando al Coronel diera las órdenes oportunas (esta aclaración era muy importante en mis tiempos) para que se me avisara con la debida antelación. La siguiente noticia que tuve al respecto fue una llamada telefónica de la Secretaría de su Ilustrísima. Estaban encantados de que decidiera asistir y, por supuesto, me harían llegar el programa de actos con tiempo suficiente para que pudiera acomodar al viaje mis importantes ocupaciones. El epíteto me hizo sonreír y recuerdo que comenté al capitán con quien estaba hablando:

-          Ya ve. Empecé modestamente en el Juzgado del Regimiento y he acabado en un Tribunal Superior.

-          Puede que la vida le depare todavía más altos destinos, me replicó.

     Se ve que el Capitán Secretario era un hombre muy ceremonioso.

***

     El programa de actos, que me llegó al cabo de tres meses, indicaba que Capitanía General y el Ayuntamiento iban de consuno a echar el resto. Era lo menos que podían hacer: un buen entierro a uno de los pocos restos mortales del pasado tan marcial de Castellar, ahora un simple recuerdo, triste o venturoso, según la experiencia de cada uno. Ojeé el tríptico a todo color, presidido por el escudo de la agónica unidad y pleno de variados acontecimientos, desde desfiles y conciertos de música militar, a misa por los caídos, conferencias y descubrimiento de lápidas y monolitos. ¿Dónde tendré yo cabida o intervención?, me pregunté. No pretenderán que vuelva a marcar el paso… Decidí ponerme confiadamente en manos del Mando y seguí leyendo. El título de una conferencia llamó mi atención:

     Jueves, día 27, 19:30 horas, en el Salón del Trono de Capitanía, el afamado escritor y dramaturgo, Don José Manuel Rubial Martínez, Teniente de Complemento que fue del Regimiento, disertará acerca del tema Yo fui Comandante Militar de Chafarinas.

     Tomé el bolígrafo y marqué con un aspa el evento. Era de lo poco de todo aquello que, en principio, prometía. A fe que no anduve errado. Y es de eso de lo que voy a hablarles, otros treinta años después y cuando el Comandante de aquel medio quilómetro cuadrado hace tiempo que no está entre nosotros. Vaya por él este recuerdo en forma de relato, que contiene poco más que sus palabras.

***

     Una de las mayores alegrías de mi presencia en la disolución del Regimiento fue encontrarme con aquel capitán que había conocido antaño, modelo de simpatía y sencillez. Dicen que la Muerte se lleva primero a los mejores. En su caso así fue, víctima de alguno de los estúpidos y canallescos atentados terroristas de la época[2]. Pero eso fue tres años más tarde. Aquella mañana, con su habitual sonrisa y las estrellas de coronel, pensé que era el Jefe del Regimiento y me hice notar con cierta sorna:

-          A sus órdenes, mi coronel, se presenta el Cabo de complemento Benítez, para cumplir con lo que mande su Ilustrísima.

-          Benítez, Benítez… No caigo. Mucho me temo, cabo, que haya cambiado usted tanto o más que yo. El caso es que su cara…

-          Soy el estudiante de Derecho aquel, que hacía de Secretario del Juzgado y lo que se terciase en la oficina.

     No sé si con esa ayuda recordaría, pero hizo como si así fuera. Me estrechó la mano con fuerza y, al enterarse de lo que me llevaba allá, me desengañó:

-          Estoy solo de visita. Me llegó la edad y ahora, en la Reserva activa, soy Secretario del Gobernador Militar. Así que te han cazado para las celebraciones… Ven, te presentaré al verdadero Coronel del Regimiento. No sabes lo disgustado que está de que le cierren el cuartel.

     La cosa resultó sencilla. Habían seleccionado a uno o dos individuos de tropa por cada década, hasta llegar a la de los años veinte, que era la más lejana de la que había representación viva conocida. En el día central de los actos, nos colocaríamos detrás de las Autoridades durante el desfile y acompañaríamos a los gastadores, portando la corona de laurel, hasta el monumento a los caídos. Seguro que para el que hubiera combatido en el Rif y los que lo habían hecho en la Guerra Civil, el momento sería emotivo y les temblarían las piernas. En mi caso, testigo de los felices años sesenta, no tenía recuerdos tristes de sangre y ausencias, no siendo el del soldado de cocina al que un cerdo a punto de morir le llevó medio dedo de un bocado, circunstancia que dio lugar a la apertura de uno de los dos sumarios que instruí en toda la mili.

     Claro que llevo escritas unas cuantas páginas y todavía no hemos llegado al sujeto de la historia, el literato, dramaturgo, teniente de complemento y Comandante de las Chafarinas, todo en uno. Así que saltemos al famoso día 27 de la conferencia. La tarde anterior, el Coronel del Regimiento -quien, al parecer, había quedado bien impresionado de mis dotes de conversador-, telefoneó a casa de mis padres, para rogarme:

-          Señor Benítez, estaba usted muy interesado en escuchar al autor teatral, ¿verdad?

-          Sí, desde luego. Creo que la conferencia es mañana por la tarde. Habrá que ir temprano, por si acude mucha gente…

-          En efecto, pero yo quería pedirle… En fin, el señor Rubial parece que no tiene coche ni mucho que hacer en estos días y ha llegado a Castellar esta tarde.

     En resumen: Ausente de la ciudad desde hacía treinta años, había pedido que lo acompañasen al siguiente día para hacer un recorrido detenido por sus lugares añorados. Y, claro, como yo era castellarense y tenía el día libre…

-          Ni que decir tiene que los gastos del señor Rubial corren de nuestra cuenta y, si usted quiere, puedo mandar que los acompañe algún Suboficial, por si se les ofrece cualquier cosa.

-          No se preocupe, Coronel, me haré cargo del paquete yo solo. Por cierto, ¿en dónde se hospeda?

-          Le reservamos habitación en el Hotel Imperial.

-          Estupendo, queda cerca de mi casa. Llamaré para fijar la hora de recogerlo.

      Colgué al Coronel -es un decir- y telefoneé al dramaturgo. Me quedé de piedra:

-          ¡Qué amable! -me contestó-, pero me pilla usted en pijama. No me apetece salir esta noche, sino madrugar mañana. Así que, ¿le parece bien a las ocho? ¡Hay tanto que ver! ¿Sí? ¡Espléndido! Desayunaremos juntos en la Plaza Mayor. Conozco un café que sirve unos churros de miedo…



2.      Un paseo en el tiempo (primera parte)


     En el soportal del Ayuntamiento encontré a mi Teniente: alto, delgado, con un rostro largo y huesudo, bien perfilado por barba entrecana y una frente surcada de profundas arrugas, que iba a fundirse con la bóveda craneal, prácticamente horra de cabello. Los ojos grises, hundidos, vivísimos, y una generosa nariz aguileña ponían fuego y picante en aquella cara atezada y severa, que al instante comparé con la de don Quijote.

     Así pues, a las ocho en punto de aquella fresca mañana, tenía escritor, pero no teníamos churros. A la par que con mano tendida y sonrisa, me recibió con la cruel noticia:

-          ¿Querrás creer que han cerrado el Español? Ahora hay una sucursal bancaria.

-          Da igual, José Manuel. Sustituiremos el café por una cafetería y los churros, por un cruasán. Las ciudades cambian.

-          Y que lo digas. Claro, han pasado treinta años.

-          Yo hace quince que no vivo aquí pero vengo a cada poco, pues tengo a mis padres.

     En fin, estaban abriendo un local junto al Consistorio. Entramos y pedimos el desayuno. Mi acompañante parecía haber perdido el interés por él. Abstraído, empezó a dialogar conmigo, mientras el camarero ponía en marcha la cafetera y nos hacía el zumo de naranja:

-          Me levanto temprano: ya había dormido suficiente. Me preparo como si fuese a ver a la novia, de corbata y Varón Dandy[3]. Me echo a la calle en busca del cercano cuartel del Regimiento y ¿qué dirás que me encuentro?


-          Otra sucursal bancaria, contesté bromeando.
-          ¡Maldita sea! Está todo hecho una pena, medio arruinado, lleno de andamios y con unos carteles que dicen no sé qué de rehabilitación para oficinas municipales. ¿Qué te parece? Ni entrar dejan. Si llego a saber que iban a darme ese disgusto, a buenas horas me desplazo desde Madrid a este velatorio.

-          Pues lo que es yo, disfruté ya de las instalaciones actuales que, aunque están donde Franco dio las tres voces, eran amplias y bien aireadas. Ya verás cómo te gustan…, si no las han dejado degradarse en vista del cierre. Y, si hablas con el Coronel, seguro que te facilita el acceso a las antiguas, que tú conociste.

-          ¡Y un cuerno! A saber cómo está todo por dentro. Si ya en el 56 estaban hechas una cutrez, figúrate ahora. ¡Menuda decepción!

     Se hizo el silencio y pasamos a dar buena cuenta del almuerzo matinal. Solo entonces me fijé de soslayo en su traje gris marengo, camisa negra y la corbata de novio, también muy oscura, con espectacular contraste de grandes patas de gallo blancas.

-          ¿Y dónde dices que han plantado ahora el cuartel?, me preguntó, volviendo a su monotema.

-          En el alto de San Serapio, donde creo que, ya en tus tiempos, había un campo de tiro.

     Entornó los ojos y pareció rememorar. Me salió por donde menos lo esperaba:

-          Creo que era por aquella zona donde fusilaban a la gente en la Guerra.

-          ¡Qué me vas a decir! Allí ejecutaron a un tío mío en el 36.

-          Fue una bestialidad. A mí me tocó en Madrid, donde vivía con mi madre y mis hermanos. Fue lo mismo, pero al revés. Allí mataban en muchos sitios; entre otros, en la Casa de Campo. Luego, los cabrones los echaban al Manzanares y allá que venían flotando, panza arriba, con los ojos espetellados. “Los besugos”, decían; “ahí viene otro besugo”. Y, mientras tanto, cuando hacía frío, los espectadores se ponían de churros y aguardiente, que no veas.

-          ¡Qué casualidad! Aquí, en Castellar, dicen que pasaba lo mismo, hasta que lo prohibió el Gobernador.

-          Pues allá no lo prohibieron. ¡Claro!, como eran más democráticos…

     Se me quedó mirando, como escrutando mi gesto ante su ironía. Luego, me dijo:

-          Aquello solo podía tragarse siendo un malvado, o un chaval, como yo. Fíjate, mi padre se libró porque era viajante y le pilló en Oviedo, que si no… Fueron a buscarle a casa una noche los de la patrulla del amanecer. Y banderas rojas por todas partes, y los retratos gigantescos de Lenin y Stalin en la Puerta de Alcalá. Vamos, una colonia de la URSS. Pero, no creas, a pesar de todo, me ha quedado -según dicen- un ramalazo de izquierdas.

-          Yo, ni viví aquello, ni me lo ha hecho vivir mi familia. Al contrario, nunca me han hablado espontáneamente de lo que pasaron y a mí me va, más bien, la tradición, la ley y el orden, lo que llaman la derecha. Será cosa de mi profesión.

-          Mira, Félix, se trata de ser uno mismo y no venir programados por la historia o el interés. Antes, había unos vencedores y unos administradores de la victoria, que se subieron al carro para medrar. Ahora, los socialistas y compañía se declaran herederos de los derrotados, y veremos si no pretenden pasar factura por los años que sus padres y abuelos estuvieron sojuzgados.

-          Tiempo al tiempo pero, si tenemos la condena de repetir la Historia, aviados estamos, pues in illo témpore tan perversos fueron en un bando como en el otro.

-          Ahí está. Por eso yo no he querido nunca ser heredero de nadie y he preferido estar solo antes que mal acompañado.

     La cafetería empezaba a llenarse con quienes iban a desayunar a toda prisa antes de entrar a trabajar, a las ocho y media o las nueve. Tomé el último sorbo de zumo y le pregunté:

-          Bueno, amigo marginado, ¿por dónde empezamos la visita?

-          Por la plaza de San Telmo, desde luego. Todavía me acuerdo de la preciosa fachada de la iglesia y, si no recuerdo mal, allí esta Capitanía, donde me toca disertar esta tarde.

***

     De camino, José Manuel volvió al tema de su vinculación con la milicia. Me contó:

-          Como consecuencia de la Guerra, estuve sin poder estudiar tres años y, aunque luego adelanté alguno, no terminé la carrera de Derecho hasta los veinticinco. No sabiendo muy bien a qué dedicarme, me animaron a preparar en Madrid unas oposiciones de exigencia media y temario variado, las de la Escala Técnica del Ministerio de Obras Públicas[4]. ¡Menudo berenjenal, chico! Fracasé dos veces y me vi llegando a los treinta años y malviviendo de algunas colaboraciones periodísticas. La verdad es que yo ya tenía el gusanillo del teatro pero, sobre todo, era la inquietud de haber tomado un camino que, sin recomendaciones y sin un memorión, no me llevaba a ninguna parte. Así que, aprovechando que había llegado a alférez en las Milicias Universitarias, eché la solicitud para reincorporarme. La verdad, tenía un buen recuerdo de mis prácticas en Cádiz. Estuvieron a punto de rechazarme por un incidente que tuve con los grises[5] durante una manifestación, pero al fin me admitieron y senté plaza en el Regimiento de Infantería de Castellar, como puedes suponer. Eso fue en el invierno del 55 al 56.

-          ¿Estuviste por aquí mucho tiempo?

-          ¡Qué va! Al verano siguiente, me mandaron para el campamento de Monte la Reina, para enseñar tiro y manejo de armamento. Y, a poco de acabar, ascendí a Teniente y me destinaron en Melilla… Pero, bueno, si vas a escuchar mi charla de esta tarde, no voy a darte la lata ahora con todo esto.

     Anduvimos un trecho sin hablar. De pronto, se paró y me tomó del brazo.

-          Félix -me dijo-, espero no haberte molestado por lo que he dicho antes de las oposiciones. Seguro que tú…

-          Desde luego. Las saqué pronto y de manera nada traumática. No obstante, conozco gente que perdió en ellas buena parte de su juventud y otros que, por ponerse un plan de trabajo brutal, acabaron con problemas mentales. De lo que no tengo experiencia es del valor decisivo de las recomendaciones, aunque muchos se hagan lenguas de ello.

-          Pues yo he visto y oído de todo, especialmente en Cátedras de Universidad, donde había una verdadera corrupción. Pero lo peor es que una obsesión tan  profunda y duradera por conseguir plaza vitalicia estaba llamada a alienar a la mejor juventud española. En fin, todo nace de esta sociedad, que pone tantas dificultades para lograr colocarse, como si el trabajar fuese un capricho o un privilegio.

***



          Así dialogando, llegamos a la plaza de San Telmo. Dejé que mi acompañante admirase a su sabor los monumentos en torno suyo. A continuación, me hizo algunas preguntas, para corroborar o completar cuanto él recordaba. Comoquiera que no se fijase por sí en uno de los edificios más notables de la plaza, le hice saber:

-          Y ese caserón de ladrillo, rodeado por una verja, es el Instituto donde yo cursé el bachillerato.

     Pareció interesarse por la circunstancia de que yo fuera un producto de la enseñanza pública. La razón era bien sencilla y él la recordaba con agrado:

-          Yo intenté entrar en el año 35 en el Instituto-Escuela de la Institución Libre de Enseñanza, pero no me admitieron por carecer de antecedentes familiares con estudios superiores[6]. Así que ingresé en el madrileño Instituto de San Isidro pero, luego, ¡catapum!, estalló la Guerra y ni llegué a iniciar el primer curso. De modo que me tocó aplazar mi vida de estudiante hasta que tuve catorce años[7]. Ahora pienso que ese retraso me pudo venir bien, para torear las experiencias docentes de posguerra y aprovechar al máximo las oportunidades de destacar académicamente.

-          Claro, la época debió de ser de aúpa. Yo todavía llegué al epílogo, cuando estaba en la escuela: formaciones y desfiles; canciones falangistas; religión a todo trapo; castigos un tanto severos… Y eso que, en Andalucía, todas las cosas se tomaban menos a pecho.

-          Yo lo viví en Barcelona, lo que no sé si mitigaría o exacerbaría el furor del Régimen. Lo que sí sé es que aprendimos muchísimo y que, en general, los profesores, por muy de camisa azul que fuesen, solían dejar sus manías políticas a la puerta del aula. Otra cosa es lo que tú decías, de banderas, himnos nacionales con letra de Pemán[8] o clases especiales de adoctrinamiento político. Desde luego, tengo claro que adquirí una buena formación, sobre todo, en Letras y que, con concursos y premios incluidos, hice mis primeras armas con la pluma y los escenarios.

-          Nos separan más de veinte años, pero te doy la razón. Toda mi presunta erudición y cualidades se formaron plenamente en aquel tiempo que, tal vez por nuestra invalorable adolescencia, ni fue malo, ni lo recordamos con horror.

-          Pues claro que no. Para mi familia -matrimonio y tres hijos[9]-, lo peor era la penuria y la carestía. Figúrate, con el sueldo de un modesto empleado del Suburbano. Pero, lo que es en clase, yo era feliz.
     Se quedó mirando con más atención aún la sobria fachada de mi Instituto. Comentó:

-          Elegante y sencilla, a la vez. De principios de siglo, ¿no?

-          Creo que empezó a funcionar en 1908.

-          El de mi bachiller es bastante más moderno[10]. No hay más que verlo.

     Volvimos la cara hacia el palacio de Capitanía. Le indiqué:

-          Ya sabes que quitan la Capitanía General; de modo que no es nuestro Regimiento lo único que va a desaparecer este año. ¿Quieres que entremos para irte familiarizando con el ambiente de esta tarde? Dicen que es un Salón espectacular.

-          No me apetece andarme identificando, como un paisano cualquiera. Por la tarde sí que entraré, rodeado de estrellas y afirmando bien el paso. Si te parece, vamos a cambiar de tercio. Había en Castellar un parque estupendo, por el que más de una vez, pese al frío, paseé con alguna chavala…

-          Seguro que te refieres al Gran Parque. Queda lejos de aquí, pero te llevaré por las calles más atractivas. Hasta es posible que nos topemos con algún teatro decimonónico.

-          ¡Hombre, a propósito! Muéstrame el Lope de Vega. Luego te contaré por qué.

***

     En el recorrido teatral se produjo lo que yo estaba temiendo. Creyendo que solo me iba a encontrar con José Manuel en su conferencia, no me había preocupado de parchear mi completa incultura dramática, ni siquiera en lo tocante a sus obras estrenadas, no muchas al parecer. Y ahora me encontraba a solas con el autor quien, como punto de partida, me preguntó:

-          ¿Qué opinas del teatro de estos últimos tiempos?

-          La verdad es que no tengo ni idea. En donde vivo apenas se representa y yo soy muy poco de salir de casa.

-          Pues no sería mala cosa que la gente culta, como tú, llenase las plateas, que ahora medio ocupa un público totalmente discapacitado, analfabetos teatrales que se tragan cualquier cosa, con tal que se parezca a la bazofia que ven en el cine y la televisión. Y no creas que eso sucede en donde solo hay teatro en ferias. Todo el público español es parecido y el peor, el de Madrid.

     Empezaba a comprender el porqué de su menguada carrera en los escenarios. Apenas balbuceé una disculpa por los pobrecitos espectadores discapacitados, me desbordó el torrente:

-          ¿Empresarios? Simples industriales, que no les importa aniquilar el arte para lograr rentabilidad económica. ¿Directores? Genios superiores a cualquier autor, por excelso que sea, que convierten la obra en un mero guión para ofrecer su propuesta o montaje. ¿Autores? Todos iguales, como clones de sabe Dios qué misteriosos genes. ¿Teatro? Un puro descrédito, hibridado por el cine y la tele. Primero se quisieron cargar lo mejor de nuestro teatro, el realismo, con un lenguaje esotérico de pega y mucha cita de Beckett[11]. Ahora, la vanguardia, con el cuento del metateatro y otras sandeces por el estilo, se dedica a fabricar engendros para diversión y beneplácito del ignaro mundo de nuestras salas teatrales.

-         

-          Antes, en el mejor de los casos, estropeaban una obra de teatro para hacer un guion de cine. Ahora, ¡qué va!, con una película se construye un drama o una comedia, a ver si le damos lustre y, de paso, sacamos unas pesetas. ¿Qué te parece?

     ¡Al fin había tocado algo que me era familiar! Además, estábamos llegando al Gran Teatro Calderón, que por entonces arrastraba con dignidad la inevitable decadencia de casi 125 años de existencia[12], sin recibir la atención debida.

-          Ahí tienes, José Manuel, el Teatro Calderón, cuya mayor y más famosa dedicación escénica es servir de sede a la Semana Internacional de Cine.

     Rubial sonrió. Yo añadí, sin tener la más mínima seguridad en cuanto al dato:

-          Y ahí se estrenó, va para diez años, esa atrevida película sobre tu más famosa obra de teatro.

-          ¡Bah!, como suele suceder con el cine, lo único que reflejaron fue la peripecia, la anécdota. Ya dije en su día que no me había gustado en absoluto. En fin, no todo es malo. Quizás el éxito teatral me vino de la mano de la fama de la película, que se había estrenado varios años antes.

     ¡Menos mal que algo había resultado bien, aunque por vía indirecta!

     Embocamos los soportales, donde disimulaba su ya centenaria fachada otro de los teatros decimonónicos, convertido, para variar, en cine y en estado casi ruinoso. Decidí no tentar a la providencia y orienté la curiosidad de mi acompañante en sentido contrario:

-          Mira, José Manuel, el Ayuntamiento. Hemos vuelto al punto de partida.

-          ¿Queda mucho para el Lope de Vega? Con eso de no haber desayunado churros, tengo el estómago en los talones.

-          Descuida. Estamos a cinco minutos. Echaremos un vistazo y luego nos homenajeamos con unas buenas tapas.

***


     Al fin, nos encontrábamos frente a la azulejada y escueta fachada del Lope de Vega. Rubial, desde la acera de enfrente, se quedó mirando con cierta sorna. Desde los carteles anunciadores, una encantadora actriz de cine nos sonreía por el ojo de una cerradura[13].

-          ¡Vaya!, otro teatro solo en los ratos libres -comentó-. Claro, si todos los castellarenses hacen lo que tú…

-          Todo pasa, repliqué con malicia. No querrás que, después de siglo y cuarto, sigamos poniendo la proa al progreso[14] y dejemos la gran pantalla fuera.

-          El progreso…, repitió con desprecio. Pues ahí donde lo ves, se han cumplido veinte años de que estrené yo aquí una de mis primeras obras, bajo mi propia dirección.

-          Entonces no habría temor de que la asesinaran con un montaje personal.

-          No fue nada del otro mundo -prosiguió-. La monté con una compañía malagueña, una Academia de Teatro muy profesional, de la que saldrían figuras como Fiorella Faltoyano y Óscar Romero. Fue un mes de octubre[15], dentro de un festival de Teatro Nuevo (¡figúrate si llovió!). No veas como lucían los decorados de Guinovart[16] en aquella bombonera roja y oro, restaurada hacía poco. Y, además, sin la presión de ver cuánto duraba en cartel, ya que el Festival tenía tasadas las representaciones.

     Estuvo unos momentos como pasmado, digiriendo los recuerdos. Finalmente, echó a andar camino del Parque:

-          Fue la última vez que puse los pies en esta ciudad, hasta hoy. Ya no era un chiquillo: frisaba los cuarenta, como tú ahora. ¿Dónde estabas entonces?

-          Aquí, en Castellar, estudiando, a mitad de la Carrera.

-          Seguro que sí -ahuecó la voz-. Das la impresión de haber sido siempre un hombre muy responsable.
     Iba a replicarle con no muy buen tono, pero me echó el brazo al cuello y me aplacó:

-          Habías dicho antes algo sobre unas tapas. Elige el sitio, que yo invito.



3.      Un paseo en el tiempo (segunda parte)




     Ya restablecidos, cruzamos hasta el Parque. Todavía en la Plaza del Poeta y mirando hacia los paseos de acceso, Rubial me preguntó:

-          ¿No había por aquí un teatro? Tengo una vaga idea de su apariencia y situación.

-          Pues sí, amigo mío. Lo derribaron hace veinte años. Nada menos que pretendían levantar en su solar un hotel de lujo.

-          Pues parece que les ha quedado muy bajito, bromeó.

-          Y tanto: un simple reloj floral, que dicen se ha convertido en objetivo predilecto de los vándalos.

-          No más bárbaros que los que tiraron el teatro. Lo que aún no me has dicho es por qué no construyeron el hotel de lujo.

-          Por una nadería, amigo José Manuel: porque un contrato firmado cuando se erigió el teatro obligaba al Ayuntamiento, si aprobaba sustituirlo por otro edificio, a dar a la antigua familia arrendataria toda la ganancia que se obtuviese con el nuevo. Ahí es nada, cambiar los modestos beneficios de un teatro-cine por los de un hotel de lujo. Así que el Alcalde se dio cuenta de repente de que el proyectado hotel quitaría la vista del Parque… y todos des-contentos.

     Entramos por un de los paseos enarenados y nos sentamos a la sombra de un árbol gigantesco, un Tilia tomentosa, según la placa que a su pie nos ofrecía el dato. Rubial tenía ganas de hablar:

-          No sé si sabes que tuve una juventud muy animada, sobre todo, después de que me licenciase en Zaragoza.

-          ¿Pues no estudiaste en Barcelona?

-          Hasta el último curso de Derecho. Me enfrenté con un profesor de Civil y me echaron de la Facultad, o me exhortaron a que cambiase de aires, que para el caso era lo mismo. Bueno, a lo que iba. Terminé las Milicias y, con el dinero ahorrado, pasé una temporada en Marruecos. Luego, con las trescientas pesetas que me quedaban, me presenté en París, dispuesto a vivir una temporada con lo que saliera. No me fue mal; al final, con suerte y mucho cuento, logré que me ayudara hasta el mismísimo José Luis Maravall, el padre del ministro[17]. Pero lo gracioso fue mi segundo trabajo, en el que duré la friolera de tres meses…

-          No sería el de apuntador en un teatro.

-          ¡No, no! -exclamó echándose a reír-, eso fue después, ya en España, y me echaron por apuntar, digamos, maliciosamente a algunos actores que me caían mal. En París de lo que estuve fue de macró. Bueno -apenas podía articular, de la risa-, no exageremos, macró ayudante.

     Después de varias interrupciones, entre las carcajadas y la tos, José Manuel pudo explicarme que un “macrau” es el empleado en cafés y salas de fiestas de mala nota, que mantiene el orden, protege a las prostitutas y, si se tercia, baila muy agarrado con las clientas y se las lleva a la cama, si ellas lo piden.

-          Fíjate, Félix, un tío como yo, que aunque había cumplido los veintisiete, me había comido pocas roscas -como antes decíamos-, bailando la java[18] y haciendo los honores a un montón de turistas ansiosas. Creo que ahí contraje una cierta misoginia. No sé si sabes que soy soltero y que vivo con mi hermano mayor, un verdadero santo, profesor de asignaturas de Letras en un colegio. Cómo seré de retraído ahora en eso del sexo, que, cuando los amigos me vieron feliz y renovado, empezaron a decir “José Manuel se ha echado novia, está enamorado”. Desde luego, no habría sido nada extraño, porque me sucedió a los treinta años.

-          ¿Y no era por enamoramiento?

-          ¡Qué va! Bueno, en todo caso, no por amor de una mujer, sino de Dios.

     Y allí se me despachó el bueno de Rubial contándome una profunda experiencia mística, tipo las de Santa Teresa, con transverberación y todo. Yo lo miraba suspicaz, temiendo que estuviese tomándome el pelo, pero no. El hombre contaba todo muy serio, con pelos y señales, con los ojos húmedos, medio extático. ¡Qué pena que no tenga memoria ni cualidades literarias para transmitírselo a ustedes![19] Fueron unos instantes para mí irrepetibles. Sí que me atrevo con el final del episodio. José Manuel lo contaba así:

-          … Hay mucha gente que no lo entiende, pero me ha influido muchísimo, incluso en mi obra teatral. Me renovó interiormente, al modo del hombre nuevo del que habla San Pablo. Pero, no creas, no he vuelto a dudar de la religión ni de la fe cristiana, mas sigo siendo crítico con la Iglesia. Dejemos a un lado, si quieres, su comportamiento durante nuestra Guerra, sobre el que los de tu Zona tendrían mucho de qué quejarse; o sobre los primeros tiempos de Franco, que todavía respiraban gratitud por el apoyo y seguridad ofrecidos, tras sus miles de muertos y la incautación o destrucción de conventos, iglesias y colegios. Pero, ¿y ahora? Esas demostraciones ostentosas de poder económico, ese sistema educativo, esa tolerancia con que los falangistas y sus sucesores enarbolen una falsa bandera de la Religión católica, como si esta les perteneciera en exclusiva… Nunca podré estar de acuerdo con ciertos estamentos religiosos, no todos, felizmente, pero sí muy visibles, demasiado.

     Se levantó del banco. Decía sentirse entumecido y algo escalofriado.

-          No te nos vayas a poner enfermo, que esta tarde tienes un soliloquio muy comprometido, le dije.

     Carraspeó y pareció ponerse a mis órdenes:

-          ¿Para dónde tiramos ahora?

-          Son ya más de las doce. ¿Te parece que vayamos al cuartel a cumplimentar al Coronel?

     Torció el gesto. Se ve que, a diferencia de mí, no le apetecía conocer unas instalaciones que nada le decían. Disculpose:

-          Vamos a llegar sin avisar y se verán obligados a enseñarme todo, desde el cuarto de banderas, a las letrinas… Haremos una cosa: Lo telefoneamos para saludarle y asegurarle mi presencia esta tarde en Capitanía. Luego le pongo cualquier excusa -por ejemplo, una tía viuda con la que almorzar inexcusablemente- y nos vamos a comer tú y yo solos a un buen restaurante. Luego, una siesta y, por mi parte, a repasar el guion de la charla.

-          Claro, que todo un Comandante Militar de Chafarinas tiene que quedar como un general.
     Rubial sonrió:

-          Anda, anda, que estás deseando que te cuente la historia, pero te vas a quedar con las ganas. Un hombre de teatro necesita de escenario, tramoya y un amplio auditorio.

***

     A tres décadas de aquella comida, solo me acuerdo del restaurante y de un delicioso solomillo al estragón de ternera avileña, y eso porque José Manuel me aclaró su razón de conocer la excelencia de aquellas carnes:

-          He veraneado muchos años en Barco de Ávila. Entre eso y mi devoción mística y literaria por Santa Teresa y San Juan de la Cruz, cuando por fin me decidí a abandonar Barcelona, convencí a mi hermano y nos fuimos a vivir a la capital abulense. Allí permanecí cinco gratos años. Luego, ya sabes, Madrid tira mucho y, aparte mi dedicación teatral, cada vez me llamaban más para conferencias y coloquios, y ya no va estando uno para viajes frecuentes, por cortos que sean.

-          ¿Por qué dejaste Barcelona? Por lo que creo haberte entendido, llevabas allí casi toda la vida.

-          Figúrate, desde el año 39, con algunas ausencias de juventud. Empecé colaborando con asiduidad para El Noticiero[20] y me fui abriendo camino poco a poco. No fue fácil, que los catalanes nunca me permitieron sentirme como en casa, lo que, por otra parte, es el triste sino de los inmigrantes, los charnegos. Aunque me esté mal el decirlo, con Franco vivíamos mejor, porque se controlaron las ínfulas nacionalistas; pero de aquellos polvos vinieron estos lodos. Ahora, con la democracia, han vuelto a las andadas del tiempo de la República. Para resumir, llegué a sentirme extranjero o, mejor dicho, extraño en Cataluña, donde los grupos nacionalistas nos presionaban para que escribiéramos en su idioma. Un poeta o un novelista puede escribir para quien le dé la gana, pero un autor teatral se debe a una compañía y necesita una sala donde estrenar. Así que, a la vejez, … maletas.

-          Ya veo, el lenguaje como arma arrojadiza. Tendrías que escribir en inglés.

     Si, como digo, el menú lo tengo casi olvidado, me acuerdo bien de muchos tramos de la amena conversación que sostuvimos. Uno de los más animados versó sobre algo que me interesa mucho, el maridaje entre literatura e historia. Por aquellos años, estábamos en los albores de un futuro bum, el de la novela histórica que, de considerarse una antigualla romántica ilegible, se iba convirtiendo en una manía, llamada a hacer pasar la erudición por imaginación y la cultura histórica por arte de escribir. Así despotricaba yo, cuando Rubial me frenó en seco:

-          Bueno, yo vengo haciendo teatro histórico -si quieres llamarlo así- desde hace veinticinco años; lo que pasa es que la mayor parte está metida en un cajón, o en las páginas de un libro.

     Y, como quien enseña a un alumno díscolo, fue pasando revista a multitud de ejemplos, de Schiller a Pérez Galdós, en que lo histórico -o, como él decía, lo historicista- había sido semilla y cimiento de grandes empeños literarios.

-          Para mí, aseguraba, Galdós es el modelo, por más que no le llamase Dios por el camino de la escena: Teatro histórico porque es realista, nacido de la vida misma, del tiempo que, a él o a sus personajes, les ha tocado vivir; y teatro crítico, comprometido, no tanto a nivel ideológico, cuanto sentimental. Alguna vez he dejado volar la imaginación sobre -literalmente- las decenas de obras historicistas mías y las he imaginado formando un cuerpo, una colección, llamada, no Episodios Nacionales, sino episodios sociales. Mucho es lo que debo al tiempo que me ha tocado en suerte, difícil, violento, contradictorio, que yo he procurado vivir como un protagonista libre y como espectador independiente.

-          Pero dramatizar tu propia época no creo que sea historiar, sino, como mucho, ser un cronista.

     José Manuel sonrió:

-          Dale tiempo, que las generaciones pasan que vuelan. De todas formas, quizá por emulación de don Benito[21], mi época favorita es la de la Restauración.

     Quizá fuese la confianza creciente, o acaso se debiera al vino. El hecho es que cada vez le llevaba más la contraria:

-          Hace un momento, José Manuel, has perfilado el tiempo que te ha tocado vivir -que, en buena parte, es el mío- como excepcionalmente difícil y conflictivo. Con una frase castiza te diría que “eso dicen todos”.

-          Y, en parte, tienen razón. Cada cierto número de años, o de décadas, la Historia parece dar un salto hacia adelante, alumbrando nuevos tiempos con dolores de parto. Pero no me digas que no es llamativo, por ejemplo, que los mayores imperios de nuestra época, que tan sólidos y fuertes parecían, se hayan venido abajo en el plazo de unos pocos años. Me refiero, claro está, al británico y al nazi, tan parecido este en su momentáneo fulgor al napoleónico. Y -fíjate lo que te digo- no hay dos sin tres: Estamos asistiendo a los estertores del imperio soviético. Algo tan siniestro y planificado como el comunismo, no puede aguantar la glasnost política y la perestroika económica. Todo se tambaleará y el nacionalismo acabará por derribarlo[22]. Así que ahí tienes el trío de cadáveres. Solo tienes que sentarte para ver pasar el tercero por delante de tu puerta.

***



     Con todo, lo que se me quedó más grabado de aquella larga charla fue lo que él calificaba jocosamente de mi ardiente llamada al mundo del teatro. Nada menos que había sido emocionado testigo presencial, a sus tres años, de la mayor tragedia de la escena española de que se tiene puntual noticia: el incendio del madrileño Teatro Novedades[23]. José Manuel lo ha narrado después, en labios de uno de sus personajes. Me permitiré la licencia de recoger una parte de esa narración dramática, para no ser infiel con mis palabras:

-          Yo era muy niño, puede decirse que nací a la vida teatral a través de aquel incendio tan cercano a mi casa de la calle de la Ruda. En brazos de mi madre, que corría por las calles, contemplé yo las llamas que salían por los tejados, las astillas que saltaban entre las llamas (a mí me parecieron pajarillos abrasándose) y el pavor de las gentes del barrio. El Teatro Novedades quedó convertido en un inmenso solar. Nosotros, los críos, íbamos mucho por allí a rebuscar entre las ruinas quemadas.  Compartíamos la conquista de aquel espacio muerto con los gatos, que se hicieron dueños del lugar. Contemplábamos los restos de la escalera trágica aquella, la escalera que conducía al anfiteatro y donde, al precipitarse a la salida, murieron muchos a consecuencia del atasco. Pero nosotros lo que hacíamos era rebuscar entre las cenizas. De pronto, encontrábamos una pluma chamuscada, una chistera rota, unas cuantas lentejuelas deslucidas. Trofeos, restos del incendio o restos del naufragio, del gran naufragio del teatro. Y esos trofeos los llevábamos a casa como si fueran -y claro que lo eran- piezas de museo.

     En fin, la sobremesa se prolongó gratamente y el reloj marcaba casi las cinco. De manera descortés, me levanté yo el primero, me cuadré y dije:

-          Mi teniente, ¡a la cama!

     El oficial de complemento se echó a reír:

-          Tranquilo, cabo, que a las siete puede pasar usted a recogerme en el hotel. Estaré en perfecto orden de revista.



4.      El teniente alimenticio

       A la entrada de Capitanía, me quitaron de las manos a José Manuel, secuestrado entre una lluvia de estrellas, como él había vaticinado. Opté por escurrir el bulto e, invitación en mano, entrar al patio, subir por la escalera imperial y acceder al espléndido Salón del Trono, dorado y refulgente, cuya disposición se había retocado para instalar un estrado de fondo para la presidencia y el conferenciante y como dos centenares de sillas, tras una fila de sillones de terciopelo para generales y autoridades civiles. Eran ya casi las siete y veinte, a poco más de diez minutos del inicio del acto, que seguro cumpliría el horario, conociendo la puntualidad castrense. Así que, orientado por un sargento que fungía de acomodador, tomé asiento allá por la fila quince -soy un apasionado de contar filas y escalones- en una sala ya casi llena. A mi lado, una señora con chaquetón de zorro siberiano, sin duda esposa del comandante de más allá, dejó caer el típico comentario en alto, buscando contestación en derredor:

-          Afamado escritor y dramaturgo… Pues yo no había oído hablar de él.

     Decidí echarle una mano -todo fuera por el renard-:

-          La verdad es que no se han representado mucho sus obras, pero dicen que es el mejor, después de Buero[24].

-          ¡Ah, sí, claro! -repuso con cara de despiste-; después de Buero, por supuesto, y quizá de Paso y de Gala[25].

-          Mujer, terció el comandante, el señor se referirá a los autores vivos, y Paso...

-          Desde luego, bromeé. Los muertos ya no cuentan.


     Afortunadamente, un rumor de pasos y voces anunciaba ya la entrada en el Salón del Capitán General y demás autoridades. El público se puso en pie y así permaneció hasta recibir el saludo del anfitrión y el ademán discreto de que volviesen a tomar asiento. Acto seguido hicieron su entrada el Gobernador Militar de Castellar, junto con el coronel del agonizante Regimiento y el dramaturgo desconocido. Ellos formaron la presidencia, cara al auditorio. Y, con la venia del Capitán General, anfitrión, se abrió el acto.

     Como casi todos los eventos organizados o dirigidos por militares a que me ha sido dado asistir en mi vida profesional, si no brillantes, resultaron medidos y correctos. Abrió el Gobernador Militar, haciendo un panegírico de las glorias de nuestro Regimiento, cuyo espíritu perduraría en la historia, y su cuerpo, en la herencia de estandartes y documentos que recogía el Regimiento del Príncipe, sucesor a su vez del famoso Tercio de Lombardía, del siglo XVI. Luego, el Coronel, tras sumarse a las emotivas palabras del General, recordó todos los actos organizados para su disolución, que ya iban tocando a su fin, y que habían resultado perfectos, gracias al interés y dedicación del Capitán General y a la cooperación y asistencia de las Corporaciones y autoridades civiles de Castellar. Sus últimas palabras fueron para presentar al conferenciante, aunque no precisaba de presentación, cuya breve pero intensa vinculación con el Ejército había resultado decisiva en su vida y en su obra. Y, por fin, le cupo el turno a Rubial.

     Contra lo habitual en nuestra época, el conferenciante se puso en pie y así pronunció todo su discurso, sin apenas consultar la cuartilla que había colocado sobre la mesa. Fueron treinta y cinco minutos deliciosos -al menos, para mí-, que sirvieron para desgranar su cariño y la deuda contraída con el Ejército o, mejor dicho, con los militares. Por fin tuvimos ocasión de descubrir su vinculación con las Chafarinas, así como la existencia de algunos textos inéditos que, añadidos a los ya publicados, podían justificar lo que algunos críticos empezaban a decir de él: que era el dramaturgo español que más había tratado los temas militares en sus obras, para bien o para mal -textual-, pero siempre con afecto y con respeto.

     En fin, como mi referencia a la charla de José Manuel se está pareciendo sospechosamente a la reseña de El Noticiero de Castellar, les voy a transcribir los apuntes de su cuartilla-guion, que tuvo la amabilidad de regalarme firmada, al despedirnos aquella tarde. Supongo que les resultaría inteligible pero, por si acaso, he puesto algo de carne de mi cosecha en los huesos de su autor:

-          Mis Milicias universitarias: Primer curso, 1947, Santa Fe del Montseny. Segundo curso, 1949, Montejaque. Prácticas de alférez: 1951, Cádiz, Regimiento Infantería nº 42. Aunque mero militar de complemento, quedo marcado para mi experiencia vital y venero inagotable para mi obra (personajes, lenguaje, situaciones).

-          1956: Sin nada mejor a la vista, vuelvo a la vida militar. Me admiten a pesar de informe no muy favorable de la Policía. Destino en el Regimiento…… de Castellar. Recepción amistosa, gran respeto y caballerosidad. Me permiten compatibilizar el servicio con los estudios de la Oposición, que finalmente abandono. Me aconsejan, por mi bien, seguir mejor la carrera civil de Abogado o, si no, preparar lo de Jurídico Militar. Asciendo a Teniente, con contrato anual, rescindible por cualquiera de las partes.

-          Verano del 56, Campamento de Monte la Reina. Profesor de tiro y armamento de los universitarios de milicias. Vuelvo feliz al viejo cuartel castellarense, pero me destinan al año siguiente (1957) a Melilla, coincidiendo con el abandono del Protectorado de Marruecos. Feliz, también, porque ya conocía la zona y tenía una ligera idea de árabe. LAS CHAFARINAS: Como teniente, me nombran Comandante Militar Accidental, convirtiéndome en la máxima autoridad del mini archipiélago. Paz y tranquilidad.

-          Campaña de Ifni (octubre 57 – abril 58). Los marroquíes reclaman Ifni y el Sáhara. Meten en el territorio bandas fuertemente armadas. Verdadera guerra, con muertos y heridos[26]. Refuerzos y victoria. Problemas legales con algunos soldados y legionarios. Intervengo como abogado defensor de algunos, dado que soy licenciado en Derecho.

-          Me ofrecen destino como periodista. Mi padre, gravemente enfermo. Decido no reengancharme para un nuevo contrato anual. Pido excedencia en Alcalá de Henares. Parto hacia Perugia (Italia) para un curso de alta literatura. Nuevo rumbo a mi vida. Adiós a las armas.

-          FINAL DE LA CONFERENCIA: Entre vosotros solo encontré nobleza y calor de auténtico compañerismo. Muchas veces me he vuelto a reencontrar con la historia y la milicia. El personaje del militar invadió más tarde mi teatro. Lo militar, lo religioso y lo popular son los ejes de mi vida y de mi obra, y lo mejor de nuestra España.

***

     Tras la sincera y merecida salva de aplausos, comenzó la de saludos y felicitaciones. Dejé pasar el grueso del aluvión y también me acerqué a Rubial. Ni él, ni el Coronel regimental querían librarme de la cena de gala que había de concluir la celebración. Me disculpé, como casi siempre, alegando problemas gastrointestinales. Como he dejado dicho, pedí a José Manuel, como recuerdo, la minuta de su conferencia, que me dedicó con afecto, al mejor guía de Castellar y compañero de armas.

-          Bueno, amigo, concluí, te deseo éxito literario y larga vida.

-          Tengo ya 62 años y mediana salud -contestó-. Tampoco es cosa de alargar demasiado nuestra estancia en este mundo.

-          ¡No fastidies! Ahora que tenemos democracia y Comunidad Europea[27], no nos lo podemos perder.

     Sonrió tristemente y aplacó mi optimismo, más enfático que sincero:

-          Mira, Félix, pese a todos los avances científicos y tecnológicos, nuestro siglo XX pasará a la historia más por sus destrucciones que como constructivo. Ahí tienes, sin ir más lejos, las Guerras mundiales y todas las demás.

     La discusión prometía, pero los organizadores se encargaron de cortarla. Se llevaron a Rubial escaleras abajo. Cuando salí a la Plaza de San Telmo, el marginado montaba en un coche oficial, camino -no tengo ninguna duda- de la inmortalidad.





[1] Si no recuerdo mal, dicho premio consistió en un diploma y cincuenta pesetas. Con ese dinero, se podía ir dos veces al cine. De donde se infiere que se trataba de un premio ad honorem.
[2] Hago una brevísima alusión a un hecho real, sucedido el 15 de junio de 1990. Con saber la fecha, los interesados podrán acceder fácilmente a los detalles de la trágica muerte de quien fue mi Capitán.
[3]  Línea de perfumes de la casa Parera, de Badalona, iniciada en 1912.
[4]  En algunas notas biográficas de nuestro personaje, se comete el error de nombrar Escuela, en lugar de Escala. Nunca hubo, que yo sepa, una “Escuela Técnica de Obras Públicas”.
[5]  Nombre dado durante muchos años a la Policía Armada, por el color de su uniforme.
[6] Es aseveración de nuestro protagonista, no mía. Con hacer esta salvedad, no creo necesario indagar si ello tenía un carácter reglamentario o puramente sujeto al criterio de ciertas autoridades de la Institución.
[7] En aquella época, los siete años del bachiller se cursaban entre los diez y los diecisiete años, por término medio. Se iniciaba con el examen de ingreso en el Instituto y concluía con el Examen de Estado, en la Universidad correspondiente. Todas las asignaturas eran comunes para el alumnado.
[8] Dicha letra, nunca oficial, fue escrita en 1928, al parecer, a instancias del Dictador Primo de Rivera y fue una versión muy difundida durante el primer Franquismo.
[9] El hermano mayor de nuestro protagonista había fallecido de muerte natural durante la Guerra Civil.
[10] Se trata del Instituto Menéndez y Pelayo de Barcelona, sito en la Vía Augusta.
[11] Alusión a Samuel Beckett (1906-1989), dramaturgo irlandés, Premio Nobel de Literatura (1969).
[12] Se inauguró en 1864. Recuérdese que este relato está ambientado en 1987.
[13] Estoy por asegurar que se trataba de la actriz Kathleen Turner y la película tenía que ser Peggy Sue se casó, dirigida por Francis Ford Coppola en 1986.
[14] El Teatro al que aquí me refiero inició su andadura en 1861.
[15] Correspondiente al año 1966.
[16] Alusión a Josep Guinovart Bertrán (1927-2007), famoso pintor, grabador y escultor catalán que colaboró en varias ocasiones como decorador con nuestro protagonista.
[17] Estoy casi seguro de que nuestro protagonista dijo José Luis, aunque en realidad aludía al profesor José Antonio Maravall Casesnoves (1911-1986), padre del que fue Ministro de Educación y Ciencia entre 1982 y 1988, José María Maravall Herrero (1942).
[18] Danza derivada del vals, tocado muy rápido. La pareja se mantiene literalmente pegada, avanzando a pasos muy cortos, con las manos de él en las nalgas de ella (todo, según Wikipedia).
[19] Nuestro protagonista no tuvo empacho en narrarlo, de forma sencilla, muchos años después, a un joven profesor, que preparaba una tesis doctoral sobre la primera etapa de su obra dramática. El relato se halla en las páginas 51-54, de dicha Tesis, de la que -siguiendo el juego de escondite que esta historia encierra-solo diré que su autor se llama Jorge H.M. Soy en gran medida deudor de su excelente trabajo.
[20] El Noticiero Universal, diario barcelonés que se publicó entre 1888 y 1985.
[21] Benito Pérez Galdos (1843-1920). Es el autor de la colección de 46 novelas, en cinco series, llamada Episodios Nacionales, a que antes se alude. La Restauración, que acto seguido se cita, es un periodo abierto de la Historia de España, que se inicia en 1875 y acaba donde cada uno quiera, siempre que sea antes de 1923, fecha de la implantación de la Dictadura de Primo de Rivera. No obstante, algunos le ponen el límite ad quem en 1931, con la abdicación del rey Alfonso XIII y la proclamación de la II República.
[22] Glasnost, palabra rusa equivalente a franqueza o transparencia. Perestroika, en ruso, reforma o reestructuración. El vaticinio de Rubial se cumplió un par de años más tarde (1989, como año clave).
[23] Se produjo durante la función de tarde del domingo, 23 de septiembre de 1928, con las 1.500 localidades del local prácticamente ocupadas. Falleció un número no bien determinado de personas (debido a demorar más o menos la contabilización de los heridos que fueron falleciendo en las semanas posteriores). Una cifra orientativa sería la de 90 muertos, amén de unos 200 heridos.
[24] Alusión a Antonio Buero Vallejo (1916-2000). Por supuesto, mi opinión es solo eso, algo opinable.
[25] Alfonso Paso Gil (1926-1978) y Antonio Gala Velasco (1930), dramaturgos de gran éxito.
[26]  La campaña Ifni-Sáhara de 1957-1958 costó a las tropas españolas un total de 198 muertos, 574 heridos y 80 desaparecidos. Ver José María Manrique García y Lucas Molina Franco, Ifni-Sáhara 1958. Sangriento combate en Edchera, edit. Galland Books, Valladolid, 2008.
[27] En 1987, el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea estaba muy reciente, como producido el 1 de enero de 1986.