sábado, 22 de octubre de 2016

LOS TRES DÍAS DEL MAQUIS


Los tres días del maquis


Por Federico Bello Landrove

A Pedro Sánchez Gómez, afectuosamente


     Hay noticias o reportajes periodísticos que le dan hecho a uno el trabajo de pergeñar una historia; y si el periodista escribe bien y sabe resumir sin perder los detalles punzantes, mejor que mejor. Por eso mi gratitud al cronista, plasmada en dedicatoria de este cuento de unos maquis afortunados y de unos lugareños, que lo fueron menos. Todo es real, salvo el nombre de los pueblos.



1.      Llegan los guerrilleros

     Resulta increíble que Robledal, el pintoresco pueblo serrano salmantino, tuviese en 1946 una población de ochocientas almas. Por más que trabajasen de sol a sol y sacasen partido hasta a la última mielga, nadie se imagina -setenta años después- cómo podrían sobrevivir. Claro es que el actual nivel de exigencia nada tiene que ver con lo que otrora se consideraba necesario. Lo cierto es que, a día de hoy, los robledeños no llegan a doscientos, y su número sigue menguando. A ello contribuye que la localidad diste cien kilómetros de la capital provincial. Guarden ese dato en su mente, pues es ilustrativo para entender, no solo el movimiento emigratorio, sino el desarrollo de los acontecimientos de esta historia.
     Pues bien, aquella tarde del viernes, 11 de enero, gran parte de los lugareños estaban recogidos en sus hogares, al resguardo del intenso frío y de la nieve caída, cuando recibieron la inesperada visita de una partida de maquis. No era aquella zona frecuentada por ellos, ni la Guardia Civil había hecho especiales prevenciones al efecto. De hecho, y si hemos de creer lo manifestado por los guerrilleros, estaban de paso, con la aventurada pretensión de trasladarse al Norte, lo que suponía una caminata de casi trescientos kilómetros. No es de extrañar, pues, que deseasen pertrecharse a conciencia, y para eso pretendían la forzosa colaboración de los robledeños.
     Los seis partisanos, empuñando sus habituales armas de fuego, se dirigieron a la Plaza Mayor, sin ser vistos o despertar alarma. No conociendo a modo la población, su intención era la de encontrar alguna casa de rica apariencia y, haciendo centro en ella, tomar a sus ocupantes en rehenes y utilizarlos para conseguir sus objetivos.
     Se fijaron en una casona-palacio de finales del siglo XVII, donde intuyeron que viviría alguna persona de posibles e influencia en el pueblo. Si llamaron y por rutina se les abrió, o si la puerta ya estaba franca, como en lugares pequeños es muy frecuente, es cosa que las crónicas no recogen. El hecho es que, a punta de pistola, los habitantes de la casa fueron retenidos y amenazados para que les fueran facilitando dinero y viandas. Como el botín distara mucho de ser el apetecido, dos de los asaltantes obligaron al propietario para que los acompañase al domicilio del jefe local de Falange. Los otros cuatro, teniendo por cierta la pasividad de sus rehenes, repartieron los efectivos entre el interior de la vivienda y una placita contigua a la Mayor, para controlar la zona y prevenir un posible contraataque desde afuera.
     Fue seguramente esa presencia de hombres armados, como también la ida y venida con rehenes, desde una casa a otra, lo que alertó a algunas Autoridades[1] de que algo grave estaba pasando. De este modo, cuando regresó la pareja de hombres armados con el dueño de la casa y el jefe de Falange, vinieron a coincidir con el secretario del Ayuntamiento y el alguacil, quienes trataban de entrar en la casona para entrevistarse con los guerrilleros.
     El secretario municipal se dirigió a quien montaba guardia a la puerta de la casa y tuvo el valor, tras identificarse por su cargo, de reclamarle que le dijese quiénes eran y lo que pretendían. Inmediatamente, el maquis más cercano le arrebató la cartera y gritó muy ufano a los demás:
-          ¡Tenemos al secretario del Ayuntamiento!
     Acto seguido, encañonados, fueron conducidos al interior de la casa, a presencia del jefe de la partida, del que lamentablemente no ha quedado memoria de su nombre ni apodo.
     Cuentan las crónicas que, al hallarse todos en el salón de la casa ante el presunto jefe de partisanos, este tomó la palabra y dijo:
-          Somos guerrilleros antifranquistas, los que vosotros conocéis por maquis. No queremos hacer daño a nadie, pues hemos llegado a este pueblo desorientados y necesitados de alimentos y de dinero. Nuestra intención es obtenerlos y, sin más, seguir camino hacia el norte.
     Autoridades y rehenes se miraron unos a otros y esperaron a que el portavoz de los asaltantes precisara los términos de su exigencia. En efecto, tras cuchichear con alguno de sus hombres y pedir a quienes acababan de entrar que se identificasen, concretó:
-          Dadnos el nombre de dos familias del pueblo lo suficientemente ricas, como para que nos faciliten los alimentos que necesitamos. Al primero de vosotros que se le ocurra engañarnos nos lo cargamos.
     Esta vez, fueron los pueblerinos quienes cambiaron impresiones para determinar las casas que habrían de recibir la indeseada visita. Lo acordaron en seguida, dando lugar a la formación de una pequeña comitiva de maquis y rehenes, que se encaminaron -al parecer, de manera sucesiva, no simultánea- a los domicilios previstos. De camino, se toparon con el estanco, todavía abierto, donde espontáneamente penetraron dos guerrilleros y arramblaron en un momento con varios paquetes de tabaco, librillos de papel de fumar y cerillas. Poco más allá, como pasaran por un bar sin apenas clientes, entraron también y se incautaron de varias botellas de coñac. El paseo y la requisa a mano armada fueron suficientes para alarmar a alguna gente del pueblo, si es que no se habían percatado antes de lo que acontecía.
     Llegados que fueron a las casas indicadas, exigieron a sus moradores la entrega de alimentos, que recogieron a toda prisa en varios sacos que así mismo se les facilitaron. El botín comprendió productos de la reciente matanza, varios quesos, legumbres, miel y otros varios productos, que procuraron fueran de poco peso y mucho poder alimenticio. Tal requisa no sufrió retraso ni resistencia ninguna, al temer los perjudicados por su vida y la de las personas de orden que iban retenidas. Concluida la operación, los asaltantes decidieron retornar a la casona de la Plaza Mayor, no sin hacerse acompañar por la fuerza de uno de los propietarios desvalijados.
     La total tranquilidad con la que habían conseguido hasta entonces sus designios animó a los partisanos a redoblar sus exigencias. De modo que, una vez todos bajo techo, su jefe añadió la reclamación siguiente:
-          Bien, ahora hablemos del dinero. Necesitamos… treinta mil pesetas[2].
      Los pacíficos ciudadanos presentes pusieron el grito en el cielo. Para zaherirlos, el jefe paramilitar insistió:
-          Treinta mil pesetas, en dinero contante y sonante, y para dentro de una hora, que se está haciendo de noche y no podemos esperar. Nos lo llevaréis a la tapia del cementerio. Así, si no lo conseguís, iremos matándoos uno a uno en un lugar bien a propósito.
     Viendo que toda resistencia acabaría en una masacre, el jefe de Falange tomó la palabra:
-          Está bien, puede intentarse, pero hay que actuar con maña. Deja libre a uno de nosotros para que se encargue de ir por las casas recaudando el dinero.
     El jefe volvió a cuchichear con los suyos. Luego:
-          De acuerdo, pero tú te quedas. Que vaya el secretario, que parece el más adecuado para cosas de parné. Ve por las treinta mil -dijo, dirigiéndose a aquel-. Y repito, una hora; ni un minuto más.
     Al salir de la casa, el secretario municipal se percató de que un grupo de vecinos, todavía pequeño, se había concentrado en un lateral de la plaza. Se acercó y vio que entre ellos se encontraban el juez de paz y el cura párroco. En unos momentos los puso al corriente del encargo que llevaba y se encaminó a casa del depositario de los fondos municipales, como alma que lleva el diablo.
     Mientras tanto, el cura -que todavía se sentía custodio del espíritu y autoridad que había tenido en la Guerra Civil, como alférez-capellán del Ejército franquista- arengaba a los presentes:
-          Son solo seis y no conocen el pueblo. Pronto caerá la noche. Apostémonos en los canchos y los matojos junto al cementerio y, desde allí, emboscados, los freímos a tiros.
     Los incitados no parecían muy conformes. Unos alegaban la carencia de armas eficaces. Otros, la falta de experiencia, frente a unos tíos tan bragados, como solían ser los maquis. Fue el juez de paz quien adujo la razón más poderosa y logró llevarse a su opinión a casi todos:
-          Padre, ¿ha olvidado usted que tienen un grupo de rehenes, entre ellos, mujeres y chiquillos? En cuanto se escuche un tiro, los matan a todos.
     El párroco seguía erre que erre, rezongando sobre la cobardía de la gente. El juez perdió los estribos:
-          Mire usted, en vez de calentarnos los cascos, lo que tiene que hacer es irse para la iglesia y rezar porque no nos pase nada a sus feligreses. Eso es lo que cumple a un sacerdote, no provocar una matanza.
     Así concluyó todo conato de resistencia del pueblo de Robledal.




2.      El secretario municipal se significa


     Las crónicas de aquel viernes de enero tienen como redactor a un hijo del secretario del Ayuntamiento robledeño. Sin embargo, no creo que sea la pasión filial la que eleve a su progenitor hasta el protagonismo en los incidentes, como lo demostrará el pago que recibió por su destreza.
     En efecto, al cuarto de hora de haber sido liberado, tenía en sus manos ocho mil pesetas, que el depositario de fondos municipales custodiaba y le entregó para aquel evento, de indudable fuerza mayor. Seguidamente, volvió a casa de una de las dos familias ricas antes desvalijadas, cuyo amo figuraba entre los secuestrados.
-          Señora -dijo a la esposa del rehén-, la vida de su marido pende de un hilo. No creo que el dinero que tengan ustedes en casa pueda tener un destino mejor.
-          Pero no sé si mi marido…
-          Mujer, él es el primero en estar de acuerdo, como usted comprenderá.
     Trece mil pesetas salieron de debajo del colchón. Pero todavía faltaban nueve mil y apenas quedaba media hora.
     Hete aquí que nuestra historia da un vuelco que ni el más fantasioso autor habría imaginado. El cura, unos momentos antes poco menos que un tragamaquis, estaba haciendo de recaudador del rescate y animando a la gente a ser generosos. De todas formas, las crónicas no dicen si él puso algo de su peculio, o lo sacó de los cepillos de la iglesia.
     En fin, se colectaron las nueve mil pesetas que faltaban. El secretario, a la carrera, se dirigió a las tapias del camposanto y entregó todo el dinero a los partisanos. Ignoro si estos lo contarían antes de dar el visto bueno, ni si habría luz para hacerlo. El hecho es que, abandonando incólumes a los retenidos, partieron por el camino de Las Hoyas con rumbo desconocido.

***

     Dejaron pasar un buen rato -tal vez, un par de horas-, hasta constatar que los guerrilleros se habían marchado definitivamente. Transcurrido el tiempo precautorio, de común acuerdo y como era de ley, los robledeños se encaminaron al único teléfono existente entonces en la localidad, para poner los hechos en conocimiento de las Autoridades provinciales. Mas he aquí que el aparato, propiedad de la empresa suministradora de electricidad al pueblo, no funcionaba. Como hacían en ocasiones similares, fue comisionado un vecino para que se trasladase hasta el cercano pueblo de Regajo -distante unos siete kilómetros-, para transmitir el suceso por el teléfono de la misma empresa, existente en dicha localidad. Tampoco el funcionamiento de este era satisfactorio, cuando menos, con los abonados de la capital provincial. Finalmente, a eso de las dos de la madrugada del siguiente día, 12 de enero, sábado, se logró el contacto con el cuartel de la Guardia Civil del puesto de Herrada, alejado de Robledal la friolera -para aquella época- de veinticinco kilómetros, a través de rutas de montaña. En fin, al regresar el mandadero y relatar su calvario telefónico, los robledeños calcularon que en otra hora más tendrían en su pueblo a los guardias. Desde luego, la ocasión demandaba imperiosamente rapidez.
     Llegamos al punto más oscuro de este verídico relato. La guardia civil no apareció por Robledal en toda la noche, ni en toda la jornada del día que luego despuntó. ¿Desorganización? ¿Incomprensión del mensaje? ¿Miedo? En todo caso, inactividad plena, pues tampoco hubo batidas inmediatas por los alrededores, siendo así que la partida de maquis pudo huir sin trabas y no volvió a saberse de ella por aquella zona y momentos. 

***

     Llegadas las nueve de la mañana el día 12, cansados de esperar, el secretario municipal, el juez de paz, un concejal y el jefe de Falange, resolvieron desplazarse en coche hasta la ciudad más próxima -que estaba a veinte kilómetros de distancia-, para tomar allí la carretera general y alcanzar por ella la capital salmantina. Con los medios de que disponía, la citada comisión tardaría no menos de dos horas en llegar a su meta. Dicho objetivo era el Gobierno Civil, a cuyo titular pretendían solicitar audiencia para informarle de primera mano acerca de los sucesos del día anterior.
     En efecto, el señor Gobernador -que solo llevaba unos meses en el cargo- los recibió, con una actitud que las autoridades robledeñas calificaron después de distante y desconsiderada. Cortó su intento de relato pormenorizado, con el argumento de que ya había tenido noticia bastante de lo sucedido. Luego, con tono que sonó a amenaza, les informó de que, en los próximos días, se desplazaría hasta Robledal, para tomar las medidas pertinentes. La audiencia se dio así por concluida y la comisión regresó a su pueblo, al que llegarían en el transcurso de aquella tarde.



***

     Todo lo que, hasta entonces, había sido inoperancia y dilaciones, se volvió al tercer día actividad frenética, aunque la jornada fuese dominical, lo que entonces significaba descanso absoluto.  Es muy probable que, en un movimiento descendente muy propio de las dictaduras, desde Madrid se excitara el celo del Gobernador y, a su vez, este pusiera firmes a los mandos de la Guardia Civil. Lo cierto es que, el día 13 de enero, de mañana, llegaron al pueblo una camioneta y un turismo oficial de la Benemérita. En la primera viajaban doce guardias, en tanto que en el segundo lo hacían un coronel, un capitán y un teniente del Cuerpo, seguramente los jefes de la Comandancia, la Compañía y la Línea -respectivamente- a las que pertenecía Robledal. No ha transcendido mucho de su labor en las primeras horas, que probablemente se limitó a explorar los alrededores e interrogar de modo informal a los vecinos; todo ello, a la espera de que el Poncio[3] se dignase aparecer por la localidad y darles las órdenes políticas pertinentes.
     La máxima autoridad provincial dedicó la mañana de aquel día a las urgentísimas tareas de recibir audiencias colectivas y pasar revista mensual a los efectivos de Falange, en la villa de Aurora del Río, próxima a la residencia gubernamental. Ya por la tarde, a eso de las cuatro, se desplazó, por fin, a Robledal, en unión de dos acompañantes, cuya identidad celan las crónicas. Otro tanto hacen los periódicos de la época, con su ocultismo habitual, según los cuales el Gobernador fue cumplimentado e informado por las autoridades locales, interesándose por los problemas existentes en aquel pueblo. No me cabe duda de que esta vez sí que estaría presente el señor alcalde, so pena de haberse jugado bastante más que el cargo.
     No crean que mis reticencias para con el eclipse de alcalde no tengan otro motivo que el de hacer leña del árbol caído. Entiendo que en sus ausencias tuvo causa el protagonismo del secretario municipal en los hechos; protagonismo completamente inesperado y que él no ambicionaba en absoluto, pero -también-, una proyección al primer plano, que evitó males mucho mayores. Estoy convencido de que ustedes coinciden conmigo en esta apreciación.


3.      El Gobernador sentencia

     Como tantas localidades serranas, Robledal tiene un amplio pórtico, abierto pero cubierto, a todo lo largo de un lateral de su iglesia. Los robledeños se ufanan del tamaño de una y otro, aunque no acaben de explicarse su razón de ser. Pues bien, fue bajo tal pórtico donde el señor Gobernador resolvió poner las peras a cuarto a los vecinos del pueblo, prefiriendo pasar frío a utilizar algún recinto de mucho menor aforo. Tal vez pensara que, a falta de calefacción, podría aprovecharse el calor humano, sobre todo, el que emanaría de sus encendidas palabras.
     Para preparar el ambiente, Su Excelencia había reunido en el Ayuntamiento a las autoridades locales. Tras reprocharles su inoperancia y falta de liderazgo frente al asalto de los maquis -es muy posible que aún no tuviera puntual noticia de su acatamiento a las exigencias de los guerrilleros-, hizo valer sus casi omnímodas facultades y destituyó, de manera verbal e incontinente, a la mayoría de ellos. Esa es la fórmula literal que emplean las crónicas. Me perdonarán que no haya consultado los diarios oficiales para localizar los acuerdos de cese, que supongo aparecerían en fechas próximas.
     Acto seguido, el Gobernador, desde el pórtico parroquial, dirigió la palabra a la gente del pueblo, debidamente convocada al efecto. Si alguien esperaba un gesto de ánimo o de comprensión, se llevaría un buen chasco, pues el discurso se convirtió en una filípica al conjunto del vecindario, sin excusa ni excepción. Una palabra resume perfectamente la diatriba: cobardes. ¿Cómo es posible que unos pocos hombres fuera de la ley pudieran imperar sobre cientos de hombres, forjados en la Guerra Civil y los más duros trabajos? ¿No era de esperar que los vecinos hubiesen repelido bravamente la agresión de los maquis? La pasividad no tenía excusa, aunque sí una triste disculpa: Quienes debían haberse puesto al frente de la reacción habían dado ejemplo de todo lo contrario. Sepan sus convecinos que han sido fulminantemente destituidos de sus cargos pues, en la España del Movimiento Nacional, no hay lugar para flojos y cobardes.
     En enero anochece pronto y tampoco era cosa de dejar reposar los sentimientos de los abochornados robledeños, no fuera a ser que brotara la objeción o la réplica. Así pues, el Gobernador concluyó acto seguido su permanencia en la población, regresando a Salamanca a primeras horas de la noche, al decir de un periódico editado en esta ciudad.
     Entre tanto, la gente se iba disolviendo, formando corros y tertulias en calles, tabernas y zaguanes. Una vez más, acudo a las crónicas -eco del sentido, y el sentir, común-, que nos dicen: El ínclito Poncio se marchó y dejó a todo el pueblo confundido, desamparado, agraviado y con la sensación amarga de no haber hecho lo que de ellos se esperaba… a sabiendas de que muchos habrían caído muertos, heridos o lisiados para toda la vida. Está visto que el cronista tampoco tenía madera de héroe.



***

     Decía antes que, cuando el Gobernador abochornó a los robledeños -o lo intentó-, es probable que no conociera aún hasta qué punto algunos de aquellos habían hecho el juego a los apurados maquis. Para rellenar tales huecos informativos, se constituyó -ignoro si en Robledal o en la casa-cuartel de Herrada- una unidad instructora de la Guardia Civil, formada por un capitán y dos números, quienes debían de actuar bajo consignas de acelerar trámites e ir a por personas muy concretas, para no convertir lo sucedido en un Fuenteovejuna por pasiva. Según eso, se limitaron a tomar declaración formal al jefe de Falange, el secretario municipal y los dos secuestrados cabezas de familia. Es de suponer que, a título de informe basado en otras muchas manifestaciones informales, la Guardia Civil recogiese en resumen una versión general sobre lo acaecido.
    La conclusión provisional de esta investigación fue la de que, en principio, no había base suficiente para encausar a nadie, no siendo al secretario del Ayuntamiento, que lo fue por el grave cargo de cooperador necesario en el acto de bandidaje, cometido por los maquis en Robledal. Y la primera noticia de ello fue la personación en el pueblo de una pareja de la Guardia Civil del puesto de Herrada, que detuvo al susodicho, cumpliendo órdenes de la Superioridad. Seguidamente, fue puesto en prisión preventiva en la capital de la provincia.
     Las gentes de Robledal nos siguen dando motivos de admiración, dadas las circunstancias de aquel entonces. Digo esto porque, juzgando injusto el encarcelamiento, un grupo de más de treinta vecinos, encabezado por el jefe de Falange -quien, al parecer, no figuraba entre los cesados por el Gobernador Civil, en su condición de Jefe Provincial del Movimiento-, se desplazó a Salamanca para gestionar su liberación, avalando ante quien procediese el buen comportamiento del detenido en los sucesos de aquel 11 de enero. La admiración crece aún más, cuando nos enteramos de que el secretario fue puesto en libertad, después de veintiún días de cautiverio, sin que tengamos noticia de que la Justicia Militar -competente para estos casos- llevase adelante ningún proceso contra él.
     Claro que la dicha nunca es completa o, si se prefiere, hay personas que nunca están contentas. Lo digo como apostilla a una maliciosa frase de las crónicas en la que se afirma que, entre el grupo de los intercesores por el secretario, no se encontraba el cura, ni ninguno de los vecinos considerados de derechas de toda la vida. Tal vez no cabrían en el autobús que hubo de fletarse para el viaje…

***

     Los tres días del maquis tuvieron para Robledal una prolongación chistosa, que maldita la gracia que hizo a los lugareños durante los años que el incidente se recordó con viveza. Y es que, no solo el asalto armado, sino también las críticas del Gobernador, transcendieron en la comarca a través de rumores y testimonios. Como en el discurso ante la iglesia, una palabra sobresalía y compendiaba: cobardes. A tenor de ella, fueron gestándose burlas, chanzas y descalificaciones con que, a modo de sambenito, hubieron de cargar los robledeños. Así:
Si queréis comprar gallinas, id a Robledal.
     O este otro:
Eres de Robledal, pues no se hable más: ca…ca…ca…ca…
     Pero el tiempo pasa y la memoria olvida, o lo parece. Al cabo de setenta años, el periodista al que dedico este relato sacó a colación el suceso -según él-, sin otra intención que la meramente informativa.
     A mí, que no lo escribo para la prensa, tal vez me haya guiado el deseo de poner a cada cual en su sitio, lo haya logrado o no.






[1]  Las crónicas no dicen si el Alcalde estaba ausente del pueblo, o no quiso aparecer en público durante los hechos. En cualquier caso, no se libraría de la destitución general, a la que más adelante se alude.
[2]  No es fácil imaginar con precisión lo que representaban 30.000 pesetas en la España rural deprimida de 1946. Aportaré dos datos: 1º. El salario agrícola medio diario podía cifrarse en unas diez pesetas. 2º. La pérdida de poder adquisitivo de la peseta y el euro, permiten concluir que aquellas 30.000 pesetas podrían equivaler a unos 20.000 euros de 2016. Ambos datos parecen ser discrepantes por la sencilla razón de que los salarios medios actuales, una vez deflactados, son bastante más altos que los de hace setenta años. En cualquier caso, la cantidad exigida por los maquis era objetivamente elevada, y más, para recaudarla en metálico en aquellas circunstancias de lugar y de premura.
[3] Conocido sinónimo humorístico de los Gobernadores Civiles franquistas. Su origen, obviamente, está en el cargo del romano Poncio Pilato, que ha pasado a la Historia -erróneamente- como Gobernador de Judea en los tiempos de la ejecución de Cristo. En realidad, el Gobernador era el de Siria. La máxima autoridad romana de Judea era un mando inferior, con la titulación de Procurador.

martes, 11 de octubre de 2016

EL SUEÑO DEL NOVELISTA


El sueño del novelista

Por Federico Bello Landrove


     ¿Qué tema más prometedor para una novela que el de las relaciones amorosas de un profesor con su alumna? ¿Qué mejor forma de inspirarse para desarrollarlo que la de vivirlo? Claro que esa técnica de documentarse tiene ciertos riesgos. El presente relato incide en algunos de ellos, corrientes unos, insólitos otros.



1.      La novela por hacer

     El profesor apenas levanta la cabeza de las cuartillas en las que apoya la punta inmóvil de su bolígrafo. Si nos acercásemos, simulando que miramos los paneles de horarios de los trenes, notaríamos que solo ha escrito unas pocas palabras, subrayadas y con alineación central. Es de suponer que sean el título de su futura obra. Un buen título es la mitad de un relato. Un comienzo fulgurante y un final apasionado hacen el resto. Todo lo demás es diccionario. Según esa ocurrencia, que dejaba caer en clase todos los años, va ya por la mitad de su novela. Eso que…, veamos el rubro. Cogiendo tiernas flores con Elisa. Demasiado lírico, en mi opinión, pero tiempo habrá de pasar del endecasílabo heroico a la cruda narrativa. Seguro que ayuda en eso el haber puesto la primera piedra en un duro banco de la estación de Castellar. Es poco más de mediodía y aprieta la canícula. Pero ha envainado el Bic y levanta la vista hacia el tablón de salidas. Mira el reloj, guarda el recado de escribir en una cartera de mano, se levanta, coge la maleta y sale a andenes. Justo en ese momento, se escucha el soniquete del altavoz: Tren expreso, procedente de La Coruña y Vigo, con destino Barcelona, próximo a llegar por vía segunda…
     En efecto, es el famoso Shanghái[1], el mismo que un día lo trajo desde Astorga a su ciudad natal, para profesar en el Instituto Femenino los saberes de Lengua y Literatura. De eso hace ya la friolera de once años. Ahora, en 1979, el convoy lo llevará en dirección contraria, hasta la Ciudad Condal, donde tomará otro con destino Montpellier, a los cursos estivales. Iba a decir como casi todos los años, pero no: este no lo acompaña su esposa, Francine Bourdon, a la que precisamente conoció en aquella ciudad. Es, pues, inevitable que la cita con la universidad montpelerina le traiga el mal recuerdo del divorcio recién estrenado, con su proceso de trámites, discusiones y dispendios. Se acomoda en un compartimiento de primera clase y procura centrarse en el tema de su disertación: Ideología y contexto histórico en La Insignia, de León Felipe. Su participación en los cursos estivales versará este año sobre la famosa alocución poemática del vate tabarés[2].

***
     
No es del pasado del profesor de lo que quiero hablarles, pero forzoso será decir algo al respecto pues, si alguna cosa caracteriza a nuestro Rafael Merino, son las obsesiones crónicas: dos, para ser exactos, y ambas ligadas por un nombre de mujer, que desde luego no es el de Elisa, la del título del relato en ciernes. Desde su adolescencia, Rafael se ha debatido contra el recuerdo punzante de su primer amor, malogrado -según él- por un exceso de intelectualismo, que ahogó su espontaneidad y anonadó la sexualidad y el sentimiento. Eso es lo que él opina, pero me parece que olvida el papel jugado por el egoísmo juvenil, que le llevó a no enfrentarse con las dificultades de un noviazgo que no veían con buenos ojos aquellos padres dominantes de mediados de siglo. Yo así lo creo, con el poderoso fundamento de conocerlo bien desde la infancia. Rafael es feliz llevando una vida paciente y anodina, cumpliendo correctamente con su deber y eludiendo las relaciones -y situaciones- comprometidas.
     A las pruebas me remito. Mi amigo lleva toda la vida unido -iba a decir atado- al estudio y a la docencia, de una forma constante y libresca, que él es el primero en reconocer, aunque no haga nada por mejorar su práctica. Ahí tienen el ejemplo del ejercicio literario. Ha cumplido los cuarenta y dos años y todavía no se ha decidido a empezar esa gran novela, con la que sueña desde su juventud. Los íntimos conocemos su tema, autobiográfico, catarsis y sublimación de su fallido amor primero. Por lo que yo sé, aún no le ha puesto ni nombre. Si lo hubiese hecho, ya tendría la mitad de la tarea realizada, como ustedes bien saben…
     Prosigo la referencia al pasado del profesor con la alusión a su matrimonio. Dado su carácter, me parecía lógica la soltería de Rafael y la prudencia que mostraba al alternar y disfrutar con las féminas, sin poner en peligro su independencia. Por eso, a todos sus amigos y compañeros nos extrañó el repentino anuncio de que se casaba con una chica francesa, a la que había conocido durante sus estancias veraniegas en Montpellier. Acosado a pullas y preguntas, se acogió a la explicación de que, cumplidos los treinta, el estado más lógico para el hombre era el de casado. Yo creí comprender: con casi todos sus amigos esposados, profesor en un centro docente de mocitas[3], enemigo de críticas y habladurías, lo mejor que podía hacer era un matrimonio conveniente.
     ¿Lo fue el suyo con la pimpante Francine? En un principio, así nos lo pareció. Más tarde, su simple y exclusiva dedicación de ama de casa, así como la falta de hijos -me inclino a pensar que por decisión de Rafael-, fue agostando una relación que podría haber resultado tan dilatada y fructífera como era de desear. Pero no adelantemos acontecimientos y vayamos concluyendo el tema novelesco que es objeto de este capítulo.

***

     Esa conclusión tiene que tratar de Isabel, la gran obsesión del profesor. No he tenido el gusto de conocerla hasta el punto de opinar si la chica merecía, o no, la pena, tanta pena. Con todo, si me piden un juicio de probabilidad, diré que a Rafael se le habría pasado el sarampión del primer amor, de no haber vuelto a saber de ella, como en efecto sucedió durante mucho tiempo. No en vano, tras el desengaño con mi amigo, Isa había terminado los estudios de enfermera y contrajo matrimonio con un joven médico peruano, recién licenciado en nuestra Universidad. La pareja partió para Lima y poco se supo de ellos en una temporada larga, lo que supongo favorecería la decisión matrimonial de Rafael.
     Las cosas se torcieron cuando, por amistades comunes, el profesor supo de la ruptura conyugal de Isabel, al parecer, muy conflictiva. Con la finalidad de no perder la custodia de su hija, resolvió quedarse en Perú y reanudó su trabajo como enfermera, abandonado, por voluntad del marido, cuando se casaron. Mi amigo se consideró moralmente responsable de los sufrimientos de su antigua novia y de su familia española. Tengo para mí que fue entonces cuando empezó a flaquear el cariño por Francine, al ver su matrimonio como insalvable obstáculo para intentar alguna aproximación o retorno a Isabel. Tomen ustedes esto a beneficio de inventario, pues coincidió todavía con la estancia de Rafael en Astorga y, por ello, no fue objeto de comentario entre nosotros.
     Cosa diferente sucedió el año pasado en primavera, cuando se enteró, por una prima de Marisa, de que esta había contraído un cáncer de estómago, del que acababa de operarse con pronóstico incierto. Me lo hizo saber, como si buscase mi consejo:
-          … Y encima la primita me lo soltó con gesto enojado, como si fuese una enfermedad rara, que no hubiera podido coger en España. La verdad, Antonio, si no fuera por el trabajo, tomaba el tole y me iba a cuidar de Isa.
-          Hombre, Rafa, yo no creo que haga falta tanto. Basta con que le hagas saber de tu interés y afecto y, si lo necesita, le mandes alguna ayuda económica. Tú tienes aquí tu vida y ella allá la suya. Vamos, ni tanto como pretendes, ni tan calvo como hasta ahora.
     Pareció convenir con mi parecer, si bien adujo algo relacionado con mi vida aquí, que me dejó confuso; era como si no estuviese nada contento de la conducta de Francine para con él. El hecho es que, cuando pasaron dos o tres meses, decidí satisfacer mi curiosidad y le pregunté:
-          ¿Qué, Rafa, sabes algo de Isabel?
-          Finalmente, no me puse en contacto con ella. La verdad, con tantas limitaciones y reservas como me encadenan, no sabría qué decirle, ni para qué ofrecerme.
-          Pues no me parece nada bien, ahora que puede saber por su prima que estás al tanto de su grave dolencia. Pero ya veo que, como consejero tuyo, soy un fracaso.
     Dije esto último con claro tono de enfado, como lo sentía por dentro. Quizá por ello, Rafael no replicó, pero no volvimos a llamarnos hasta Navidades.
     Para entonces, se había desencadenado la tormenta perfecta que daría al traste con su tranquilidad y prevenciones. Su crónica será objeto del resto de mi relato.



2.      Actividades extraescolares


     A principios del curso 1978-1979, el profesor de Historia del Arte del Femenino se había puesto en contacto con Rafael, manifestándole su intención de hacer un cortometraje sobre la vida en el Instituto. A tal efecto, le pidió que fuese él su guionista. En un principio, mi amigo pareció desbordado:
-          Chico, no tengo ninguna experiencia al respecto. Si se tratara de hilvanar una serie de relatos breves, tal vez me atrevería, pero lo desconozco todo acerca del lenguaje cinematográfico.
-          Tú siempre tan modesto y tan evasivo. ¿Quién va a conocer mejor que nosotros el mundo de la enseñanza media? Yo mismo lo haría, si no fuese porque el idioma no es mi fuerte. Ya sabes que mi lengua materna es el catalán y no estoy por la labor de cerrarme el mercado de los trescientos millones[4].
     Parece ser que lo dijo con guasa, pero lo cierto es que Damià Serra -en aquella época, todavía, Damián- era de Vich y con ciertas dificultades para manejar con fluidez el castellano. Con todo, Rafael -amigo suyo, además de colega- titubeaba:
-          Está el problema del hilo conductor y el del tipo de narrador. Una cosa es contar tus memorias y otra recoger en un cuarto de hora o poco más lo definitorio de un ambiente y unos personajes.
-          Por eso no te preocupes, pues tengo perfilado el núcleo de la historia. Se trataría de reflejar el tema de las relaciones personales entre nosotros y nuestras alumnas mayores, tomando como argumento las de un profesor joven y una chica concreta, muy interesada por su asignatura. Claro que solo es una sugerencia. Tienes plena libertad para desarrollar la trama.
     El profesor de Literatura empezaba a sentirse atraído por la idea. No era poco para un novelista en grado de tentativa, el foguearse con un guion de película, por humilde que esta fuese. Además, Damián era un buen amigo suyo y de Francine. No era cosa de dejarlo en la estacada y, a mayores, descubrirle el lado más cobarde y reprimido de su literaria personalidad. El señor Serra, viéndolo receptivo, le hizo algunas aclaraciones:
-          No quiero entrar en detalles, pero algunos conocidos de la Escuela de Barcelona[5] financiarían el proyecto -vale decir que habría un dinerito para ti-. Además, he comentado el propósito con gente de la Inspección y, por raro que parezca, se han mostrado favorables…, siempre que no nos lancemos por la senda erótica. Vamos, que no rodemos la segunda parte de Lolita[6].
     Ambos interlocutores se echaron a reír. Estoy seguro de que, al separarse, Rafael ya estaba dando vueltas en su cabeza al guión de -llamémosla así- Relaciones personales.

***

     Las obsesiones acaban por aflorar. Apunto esta obviedad, como introducción a lo que ocurrió a mi amigo cuando abordó el guion que había comprometido. Aquel sueño, imaginado y reprimido, de revivir el pasado para volver a fracasar, aunaba a las mil maravillas sus manías del amor perdido y de la mala conciencia, revestidas de atributos académicos. Me van a entender perfectamente cuando les haga una sinopsis argumental:
     Relaciones personales reflejará las de un profesor, sentimentalmente anclado en su frustrada adolescencia, con una alumna que le recuerda a su perdido primer amor. El maestro buscará en el presente la reviviscencia de un pasado de imposible repetición, en vez de la novedad de un amor que sea tan abierto y virgen para él, como para su jovencísima pareja. La consecuencia será la repetición del fracaso, pero ahora con la alumna como principal víctima. De algo habría de servirle al profesor la experiencia vivida.
     En verdad, no toda la culpa la tenía el carácter obsesivo de Rafael. Al comienzo del año académico, se había incorporado al C.O.U.[7] una alumna nueva, Elisa, cuya belleza y simpatía habían llamado bien pronto la atención de profesores y compañeras. Mas, como la muchacha -ya por táctica, ya por carácter- no trataba de destacar ni hacer de menos a nadie, fue fácilmente asimilada por sus condiscípulas y olvidada pronto por los profesores más alteradizos, en las charlas de café y reuniones de claustro. La excepción era el profesor de Literatura, a quien Lisa -como la joven firmaba sus trabajos- le iba recordando más y más a la perdida Isabel, con no poca preocupación, al tomarlo por desvarío. Además, parecía tener por sus clases un interés especial, tanto en lo referente a seguir absorta las explicaciones, como a esmerarse con los comentarios de texto, para los que evidenciaba una madurez y sensibilidad fuera de lo común.
     Nada más profesional -ni más disparatado- que lo que debió de ocurrírsele a Rafa, a juzgar por lo que fue sucediendo después. ¿Qué mejor para recopilar material literario, que vivir aquello de lo que ha de escribirse? No me atreveré, sin embargo, a censurar a mi amigo con acritud, pues a nadie se oculta que lo que él perseguía en el fondo, era vivir lo que otrora no pudo ni supo. Y, aunque yo esté lo bastante mayor como para no poner la mano en el fuego por nadie, me atrevo a afirmar que pretendía armonizar lo más ampliamente posible sus deberes morales de profesor con los placeres, recatados pero picantes, de una relación blanca y secreta con una alumna atractiva, al final de su adolescencia.

***

     El caso es que Rafael fue ilusionándose más y más con aquellos tiernos momentos secretos; y, lo que pudiera parecer más sorprendente, Lisa lo recibió con simpatía y hasta gratitud, aceptando sus cortesías y correspondiendo con lisura y claridad a sus ternezas. Dicen los expertos y entendidos que no hay nada de extraño en ello, pues son muy numerosos los romances y amoríos entre profesores de cierta edad y alumnas quinceañeras. Pero, conociendo a Rafa y su escasa confianza en sí mismo para las lides amorosas, supongo que su éxito le haría superar los temores iniciales de no ser aceptado, o resultar mal comprendido. Es lógico, por tanto, que recuperase gracias a Lisa la seguridad y el amor propio perdidos desde antaño, pero sobre todo un afán de compromiso, que nunca antes asumió. A su vez, todo ello y la hermosa realidad de ser correspondido por la chica, fue haciendo la relación entre ambos más apasionada y menos secreta. No es fácil en una ciudad pequeña esconder lo que nuestros corazones pregonan gozosos.
     Tal vez, lo único que podría haber remansado aquel torrente antes de que fuera tan impetuoso, habría sido la urgencia de empezar el rodaje de la película y, en consecuencia, de dar cima al guion que requería de tales experiencias. Lo cierto es que ninguno de los dos implicados en la empresa parecía tener prisa por llevar al celuloide las relaciones personales del profesor y la alumna. Al fin y al cabo, ello era lógico en Rafael, dadas las circunstancias por nosotros conocidas. De hecho, sus cuadernos de notas estaban llenos de anotaciones, pero se libraba bien de convertirlas en un texto dialogado y coherente, no fuera a ser que a Damián le diera por pedírselo, privándolo así de la disculpa para su romance; tanto más, desde que el preconizado director de la empresa fílmica le había indicado con cierta malicia:
-          ¡Caramba, Rafa, qué acertado has estado en tu elección de alumna para la película! Lisa será la protagonista ideal, si supera la bisoñez y las inhibiciones propias de la edad.
-          No creo que eso sea problema -se sinceró mi amigo-. Otra cosa es que ella tenga tiempo y ganas de rodar. Conmigo, desde luego, no cuentes.
-          Claro, hombre. Lo tuyo es el guion. Por cierto, ¿cómo marcha?
-          Ahí voy, progresando, pero se nota que no tengo experiencia. Me cuesta trabajo no perderme en una verbosidad, que las imágenes hacen innecesaria.
-          Bueno, no te apures. Las licencias de rodaje están llevando su tiempo, como ya era de esperar, tratándose de un Centro educativo y de alumnas menores. Por otro lado, la financiación…
     ¡Para qué seguir! Las únicas relaciones personales que marchaban viento en popa eran las de Rafael y Elisa. Vamos, que iban de película.





3.      De un amor que nace y otro que termina

     Rafa podía ser un obseso, pero no un iluso. Si aquel amor regalado por la fortuna había de perdurar, tendría que ser a costa del que periclitaba en un matrimonio, ya sin alma. Solo así podría salir de las catacumbas del secreto, a la luz meridiana de la vida social. En aquel tiempo aún no se había legalizado el divorcio en España[8], pero la unión con Francine tenía un punto flaco que merecía la pena explotar. Se habían casado por lo civil en Francia y ella conservaba la nacionalidad gala. Cabía, pues, obtener la ruptura en el país vecino y hacerla valer en el nuestro. La cosa tenía sus dificultades jurídicas, pero era lo más que podía lograrse, hasta que llegara a la legislación española el divorcio, lo que era mera cuestión de tiempo, de poco tiempo.
     Como ya he dejado dicho, Rafael y yo nos llamamos por Navidad, como todos los años. Aunque nuestra amistad se hubiese enfriado un tanto, pudo más la confianza que me tenía como abogado. En consecuencia, me informó de lo que pretendía hacer ante la Justicia civil francesa y dejó caer un qué te parece indagador.
-          Pues me parece bien orientado y, en todo caso, lo único que puedes hacer por ahora. Eso sí, está un poco traído por los pelos y vas a depender en todo de que Francine quiera cooperar. No me has dicho lo que te mueve a la ruptura, ni hasta qué punto la deseas, pero yo que tú, le doraría la píldora y cedería a casi todas sus exigencias.
-          Gracias, Toño. Ya verás como, por esta vez, sí sigo al pie de la letra tus consejos.
-          Allá tú. En cualquier caso, te deseo mucha suerte… y felices Pascuas.
     A juzgar por las consecuencias, Francine accedió a ser ella quien promoviera el pleito, con gran júbilo de su marido, para quien la buena voluntad de su esposa resultó completamente inesperada. La circunstancia de no tener hijos y el planteamiento de la demanda por mutuo acuerdo, dieron lugar a una tramitación rápida y a una sentencia de la que me considero un poco responsable, al reflejar una generosidad por parte de mi amigo, que excedía de los términos razonables. Está visto que, en lo tocante a hacerme caso, Rafael no tenía término medio.

***

     La buena marcha del proceso de divorcio animó a Rafa en sus relaciones con Elisa, hasta el extremo. No había ya motivos para ocultar por largo tiempo sus amores, ni a limitarlos a una unión pasajera, ligada a un guion cinematográfico sin principio ni fin. Los años y la formalidad del profesor se sobreponían a la previsión y ligereza de su alumna, más habituada a disfrutar del presente, que a hacer planes detallados acerca del porvenir. Con o sin divorcio, Rafael barruntaba ciertas dificultades, si precipitaba los acontecimientos. Total, por un año más… Ese año mágico que necesitaba Lisa para acabar sus estudios en el Instituto, pasar a la Universidad y cumplir los dieciocho años, la ansiada mayoría de edad[9]. Entonces sí que habría llegado el momento: de mostrarse en público; de casarse; de marcharse, incluso, de Castellar, si la jovencísima esposa decidía estudiar una carrera inexistente en su Universidad.
     Lisa se sentía superada por los planes de su amador, que construía en el aire, pero cada vez con más insistencia y precisión. Sentía el vértigo de quien, habiendo aceptado gustosa una situación, ve cómo esta crece y se desborda, hasta resultar incontrolable. Rafael, más y más apasionado y desinhibido, acabó por pedirle consumar su amor, como prueba de confianza y entrega mutua. Cualquier otro en su situación y con un bombón como Lisa en sus brazos, habría pedido lo mismo.
     La tierna solicitada no aceptó de primeras y remoloneó, haciéndose de rogar, como correspondía -por otra parte- a lo que Rafael, en el fondo, esperaba. Finalmente -como también era de esperar-, accedió a entregársele, si bien bajo una sorprendente condición, que el profesor podría comprender mejor que nadie:
-          Habrá de ser en plena naturaleza, en un prado florido, cuando llegue el mes de mayo. Total, apenas faltan dos semanas.
-          Pero, Lisa, ¿y si nos ve alguien?
-          No te preocupes. Conozco un lugar, a la orilla del río, que es con el que siempre he soñado estar contigo, desde aquel comentario de texto de Garcilaso.
     Rafael trataba de recordar el texto que habían comentado aquel año en clase, allá por diciembre. Lisa se lo recordó:
-          Ya entonces, me emocionaba hasta llorar, cuando te identificaba con el compungido Nemoroso del poema. Al exponerlo en público, sentí que me había enamorado de ti, y tú de mí, con mi mismo nombre.
     Con la mayor ternura y sin vacilación, la muchacha recitó:
¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que había de ver con largo apartamiento
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?[10]
     Como es natural, Rafael, emocionado, accedió a tales aplazamiento y condición. Y así, acariciados por el viento, rodeados de flores y arrullados por el rumor del cercano río, el profesor y su alumna hubieron ameno esparcimiento, sellando con él su futuro juntos.



4.      Donde la dura realidad alcanza a la etérea fantasía

     Por los mismos días en que Rafael y Lisa andaban cogiendo tiernas flores, concluyó en Francia el pleito de divorcio. Francine dejó a Rafael sin blanca y con el compromiso de pagarle una fuerte pensión contributiva durante los siguientes cinco años. Estoy seguro de que mi amigo ni se inmutó. El amor de Lisa, su vida juntos, compensaban con creces cualquier sacrificio y, caso de apuro económico, su sueldo y algún préstamo bancario les permitiría salir del paso. Por tanto, no es esa la dura realidad que abordo en este capítulo.

***

     Apenas quince días después del encuentro entre las flores, a punto de acabar el curso, el Director del Instituto llamó a Rafael a su despacho. La cara del convocante reflejaba preocupación:
-          Verás, Rafael, ha venido a verme el abuelo de una alumna de C.O.U. En concreto, se trata de Elisa González García.
     El profesor de Literatura palideció, aunque mantuvo la compostura. Con voz velada, preguntó:
-          ¿Qué quería?
     El Director, don Bernabé, no respondió por el momento, sino que prosiguió:
-          No sé si sabes que son los abuelos quienes la tutelan durante su estancia en España, pues sus padres viven en América del Sur.
-          Algo me había contado Lisa, sobre que la familia vivía en Cartagena de Indias[11] y que, pensando en volver próximamente a España, la habían mandado a ella por delante, para que preparara el examen de acceso a la Universidad en nuestro país.
-          No conozco los detalles… El caso es que estaba muy enfadado contigo y habló de ponerte una denuncia. Yo le he pedido unos días para aclarar las cosas aunque, de ser esto auténtico, me temo que muy poco vas a poder explicar.
     Tomó de la mesa un sobre y se lo entregó abierto. Rafael extrajo del interior tres fotografías y quedó atónito. Eran tres instantáneas extraordinariamente comprometidas, de Lisa y él in puris naturalibus[12], como habría dicho la de Latín. Las examinó con detenimiento, comprobando que los rostros eran perfectamente identificables. Luego, las devolvió al Director y se quedó mirándolo en silencio, con los ojos muy abiertos.
-          En concreto, el abuelo me manifestó su propósito de llevar las fotos a la Inspección, para que te expulsen del Cuerpo, así, literalmente. Yo no sé si las consecuencias serán esas, pero es muy posible que sí, habida cuenta de que la chica es menor y alumna tuya directa.
     Rafael continuaba en silencio. Don Bernabé pasó a los reproches, tratando de hacerle reaccionar:
-          Pero, ¡cómo has podido! A tu edad, ¡y casado!
-          Te equivocas -por fin, reaccionó-. Hace meses que me he divorciado en Francia. Mi propósito es el de casarme con Lisa, tan pronto cumpla los dieciocho.
-          ¡Hombre!, no sabía nada de… Bueno, siendo así, tal vez puedas parar el golpe y hacerle reconsiderar su amenaza. ¿Por qué no vas a hablar inmediatamente con ellos? Viven en la urbanización Fuenterroble, a ocho kilómetros de Castellar.

***

     Si la primera sorpresa de Rafael fue de órdago -como hemos visto-, la segunda fue de aúpa, aunque bastante menos ominosa. No sabiendo cómo hacer, optó por presentarse en el domicilio de los abuelos de Lisa sin avisar. Le abrió la puerta la señora y el reconocimiento mutuo fue inmediato:
-          ¡Doña Aurelia!
-          ¡Rafael! ¡No me digas que eres tú el profesor de Lengua de mi nieta!
-          Pues sí, y he de decir que por desgracia, dadas las circunstancias.
-          Anda pasa, pasa, que menudo granuja estás hecho.
     La recepción por el abuelo fue menos amistosa. Se levantó del sillón desde el que estaba viendo la televisión y se lanzó contra el recién llegado, con las más aviesas intenciones. Su esposa se interpuso, mientras Rafael no dejaba de repetir: deje que le explique, deje que le explique.
-          En atención a tus padres y porque está mi mujer delante, no te echo de mi casa a patadas… A ver, ¿qué es lo que tienes que decirnos?
-          Para empezar, don Eliseo, no tenía ni idea de que Elisa fuera nieta suya. Es más: no sé por qué, pero el caso es que me ocultó que era hija de Isabel.
-          ¿A qué ton? ¿No sabías sus apellidos y que venía del Perú? Supongo que, como profesor de Lengua, no te habrá pasado inadvertido el acento.
-          La verdad es que, apellidándose González García, no se me ocurrió que hubiese tan insólita coincidencia. Y, en cuanto a lo de venir de Perú, ella me dijo que había vivido en Colombia, en concreto, en Cartagena de Indias.
     Eliseo y Aurelia cruzaron una fugaz mirada de recelo. No se fiaban de Rafael, pero tampoco mucho de su nieta. Mi amigo aprovechó el momento para soltar la andanada que llevaba preparada para desarbolar la indignación de sus interlocutores:
-          Hace unos meses, me he divorciado de mi mujer. Lisa y yo tan solo estamos esperando que logre ingresar en la Universidad y cumpla los dieciocho años, para casarnos. Ese ha sido el motivo de mi desliz que, no obstante, asumo con vergüenza y por el que les pido perdón.
-          ¿Desliz? -gruñó don Eliseo-. ¿A eso lo llamas tú un desliz?
-          ¿Matrimonio? -replicó doña Aurelia-. ¡Pero si es todavía una niña; podrías ser su padre!
-          ¡Claro que podría haberlo sido! -exclamó Rafael, desde el fondo de su corazón-. Mucho mejor nos habría ido a todos, a Isabel la primera.
     Violencia y resistencia se vinieron abajo, en un ámbito de dolor y arrepentimiento. Callaron los hombres; suspiró la abuela.
-          ¿Cómo sigue Isabel?, preguntó mi amigo.
-          ¿No sabes que tiene cáncer? -respondió don Eliseo-. La operaron y ha recaído. Está muy enferma. A decir verdad, tenemos pocas esperanzas.
     Rafa se hizo de nuevas y los escuchó con atención. Doña Aurelia concluyó:
-          Quince años llevábamos sin verte. Te portaste muy cochinamente con Isabel y luego no quisiste dar la cara. No volviste por nuestra casa, que tantas veces nos decías que sentías más tuya que la de tus padres… Y ahora, esto.
     Don Eliseo tomó derroteros menos sentimentales:
-          Lisa ha ido a estudiar a casa de una compañera. Vamos a llamarla por teléfono para que venga y, sin tu presencia, nos aclare ciertos puntos oscuros. No me gustaría tomar una decisión exagerada, que se volviese contra Lisa, o que su madre desaprobara, de estar aquí.
     Se levantó y llamó a su nieta, pidiéndole que regresase inmediatamente a casa, pues tenía que hablar urgentemente con ella. Al volver hacia el sillón, dijo a Rafael:
-          Pasa al despacho hasta que llegue Elisa. Mi mujer y yo tenemos que hablar. 

***

     El despacho -mejor, cuarto de estudio- se encontraba en el primer piso del chalé. Ello facilitó a los abuelos la maniobra que decidieron usar con su nieta, a saber, la de ocultarle que, no solo habían estado hablando con Rafael, sino que este se encontraba en la casa, por si era necesario usar la técnica del interrogatorio cruzado. Se ve que había calado hondo en don Eliseo su experiencia de secretario judicial, ya jubilado.
     Hasta Rafael, escondido en el rellano superior de la escalera, llegaban fragmentos de la conversación entre las tres personas, que tanto podía influir en su vida futura. Y lo primero que oyó no fue como para tranquilizarlo:
-          No te habrás dejado embaucar con promesas de matrimonio, o algo por el estilo.
-          ¡Qué cosas tienes, abuela! No soy tan tonta como para fiarme de esas cosas. Además, como menor de edad, mi consentimiento no sería suficiente.
-          No se trata de que las hayas creído o no, sino de si el profesor iba, o no, en serio contigo -puntualizó el abuelo-.
-          Bueno, serio sí que es. Incluso, me aseguró que se había divorciado de su mujer para no tener de qué avergonzarse, según me dijo. Me enseñó los papeles pero, como estaban en francés, tuvo que traducírmelos.
     Lo siguiente ya fue un poco más favorable, aunque también con reticencias:
-          Parece ser que ese sujeto conoció a tu madre, hace muchos años. ¿Sabías algo de eso?
-          Ni idea. Tampoco él me comentó nada. Seguramente, no me asociaría con ella.
-          ¿Le ocultaste que habías vivido en Perú, hasta tu venida a España?
-          Me parece que no. De hecho, figura en la documentación mía del Instituto.
     Finalmente, lo que dejaba a Rafael en mejor lugar, o a Lisa en peor, según se mire con la mentalidad de sus abuelos:
-          … Ya os he dicho que me acosté con él libremente. Me lo pidió, yo le di largas y, finalmente, lo hicimos. Él me quiere y a mí me gusta. No veo qué problema hay.
     La abuela explotó:
-          ¿Qué no ves el problema? ¿No comprendes que te puedes quedar embarazada? Eso, por no hablar de la pérdida de la virginidad, que aquí y ahora sigue teniendo mucha importancia.
-          Y el lío en que nos has metido -agregó don Eliseo-. Tu madre te mandó con nosotros, en vista de su precaria salud. Somos responsables ante ella de todo lo que te suceda. ¿Cómo crees que recibiría la noticia de que te has liado con un profesor que, para colmo, fue… amigo suyo?
     A juzgar por el tiempo que invirtió en contestarlos, Lisa se despachó a gusto; pero, como tuvo el buen criterio de hacerlo con suavidad, Rafael apenas logró enterarse de unos pocos retazos. En todo caso, fue lo suficiente para captar la afirmación de que la relación íntima de la orilla del río no fue la primera de mi vida, ni mucho menos; algo en lo que él no había parado mientes, o de lo que no se había percatado en su momento. También escuchó la tranquilizadora afirmación que hizo la chica, alzando la voz:
-          ¿Que cómo puedo asegurar tan pronto que no he quedado embarazada? ¡Qué bobada! ¡Pues porque ya me ha venido la regla!
-          ¡Niña, no nos alces la voz! Anda, ve a la cocina con tu abuela y ayúdala a preparar la cena.
     Las dos mujeres abandonaron el salón, momento que aprovechó don Eliseo para subir unos peldaños y hacer señas a Rafael de que bajara sigilosamente y se encaminara a la puerta de la calle. Por toda despedida, el amo de la casa le susurró:
-          En unos días tendrás noticias nuestras. Entre tanto, te prohíbo que veas a Elisa, o te pongas en contacto con ella de ninguna forma.

***

     Las noticias llegaron a Rafael de la manera que menos le agradaba: una reunión en el despacho del Director, con este y don Eliseo. El abuelo fue breve y tajante:
-          Para evitar que el escándalo pueda salpicar a mi nieta y por tu antigua amistad con su madre, hemos decidido no denunciarte, siempre que cumplas con dos condiciones innegociables.
-          Usted dirá, dijo el afectado, entre la preocupación y el alivio.
-          La primera es que te vayas inmediatamente lejos de Castellar, de modo que el próximo curso ya no aparezcas por este Instituto.
-          Es que Elisa no se va a presentar a los exámenes y tendrá que repetir -explicó don Bernabé, previamente informado de ello por el abuelo de la alumna-.
-          Y la segunda condición -prosiguió don Eliseo- es que no vuelvas a ver a mi nieta, ni trates de comunicarte con ella por ningún medio.
     Se hizo el silencio. Lo rompió Rafael, con una objeción inevitable:
-          Yo aceptaría, pero hay un problema administrativo: el concurso de traslados para el curso que viene se cerró hace un mes.
     El Director sonrió:
-          Siempre hay lugar para una comisión de servicio por causa justificada. Tú la pides inmediatamente, yo te apoyo y la Delegación Provincial la tramitará de conformidad. Eso sí, no pretendas que te hagan hueco en una ciudad apetecible.
-          Habrá de ser bien lejos de Castellar, agregó don Eliseo.
-          De acuerdo, convino Rafael. Presentaré la instancia.
-          Ahí tienes una máquina -concluyó don Bernabé-. Déjamela firmada hoy, que el tiempo apremia.



5.      En que el drama se vuelve farsa

     Miércoles, 29 de agosto de 1979, doce y treinta del mediodía. Tres personas, todas ellas conocidas mías, toman el aperitivo en la terraza del Hotel Avenida. De casualidad, me he fijado en ellos y, no por casualidad, conozco a los tres. De hecho, al verlos juntos y charlando animadamente, me asalta una vehemente sospecha. Tal vez responda al hecho de que acabo de despedir en la estación a mi amigo, Rafael Merino del Brío, quien ha cogido un tren para Madrid, rumbo a Valverde del Camino[13], en cuyo Instituto ejercerá la docencia durante el curso que muy pronto comenzará. ¿Quieren que les confíe mis recelos, aún a riesgo de caer en el infundio? ¿Sí? Pues voy con ello.
     Opino que cuanto hasta ahora les he contado puede haber sido fruto de un montaje conspiratorio en contra de Rafael, de un juego coincidente de enredos y venganzas, que hasta cierto punto se tiene merecido. Su ex esposa, Francine, toma la revancha de las imposiciones y el desabrimiento de su marido, al obtener un divorcio sumamente ventajoso, de cuyas rentas podrá disfrutar a sus anchas, sin que la incomode su cercanía. Damián, que siempre estuvo enamorado de Francine, tiene vía libre para vivir con ella, y hasta casarse, si les apetece, gracias al engaño de la película que nunca se rodó. Y Lisa, en el lugar de su madre ausente, se ha desquitado con ese profesor, otrora frío, cobarde y poco sensible, de quien le había oído hablar, sin sospechar siquiera que lo tendría por maestro. Imagino la escena, al despedirse -tal vez, para siempre- madre e hija en su casa peruana:
-          Bastante tengo con ir de médico en médico y cuidarme cuanto me sea posible, favorecida por el hecho de ser enfermera en uno de los mejores hospitales de Lima. Tú eres joven y no es justo que sigas a la vera de una madre gravemente enferma y con dificultades para poder pagar tus estudios. Con los abuelos estarás estupendamente. Ellos te darán las oportunidades que tu talento precisa. ¡Ay, Elisa, qué felices podríamos haber sido en Castellar, si aquél estúpido de Rafael no me hubiera echado en brazos del malvado de tu padre!
-          Mamá, más de una vez me contaste que erais muy jóvenes y que, en el fondo, otras personas influyeron para separaros. ¿No sería posible que…?
-          Si entonces pudo tratarse de torpeza, ahora lo es de desprecio. La prima Ana me ha contado que lo vio por la calle y le contó lo de mi enfermedad. ¿Querrás creer que ni me ha puesto unas letras de ánimo?
     Entonces, ¿ha habido contubernio entre ellos tres, o no? ¿Soy malicioso, o es que ahora sé más de lo que revelo? Demos tiempo al tiempo, que la trampa rescampla[14] o, cuando menos, el engaño no puede ocultarse del todo y para siempre.

***

     Es buen recurso terminar una historia por donde se empezó. No es del todo posible en este caso, porque, entre el viaje de marras en el Shanghai y este de hoy en el tren-tranvía de Madrid, ha transcurrido algo más de un mes. Además, el convoy ya ha arrancado y el revisor ha pasado picando los billetes. Pero algo sí enlaza la cabeza con la cola de la serpiente: Rafael escribe y escribe, en aquellas mismas cuartillas de Cogiendo tiernas flores con Elisa. ¡Uf!, el mazo de papel ha engordado muchísimo. El autor se ha soltado definitivamente con la novela (¿de verdad es una novela?) y lleva camino de hacer bueno el augurio de un colega del Instituto San Isidro, cuando le Rafa reveló en Montpellier el argumento:
-          Profesor y alumna: escabroso tema. Te auguro un gran éxito. Eso sí, yo que tú, usaría seudónimo.




    

    







[1] Expreso que circuló entre Barcelona y La Coruña/Vigo entre 1950 y 2009, siendo el ferrocarril español de más extenso recorrido (1.279 km). La larga duración del viaje (36 horas, inicialmente) y las probables incomodidades del mismo, dieron lugar a que fuese rebautizado con el remoquete de El Shanghái, inspirado por la película de 1932, El expreso de Shanghái, dirigida por Joseph von Sternberg.
[2]  Felipe Camino Galicia (León Felipe), poeta nacido en Tábara (Zamora) en 1884, y fallecido en Ciudad de México en 1968. Su poema extenso La insignia (1936-1937) lleva la apostilla original de Alocución poemática, estando considerada una de las más hermosas y duras poesías sobre nuestra Guerra Civil.
[3]  Sabido es que, durante el franquismo (1939-1975), la enseñanza primaria y media en España se desarrolló en régimen de separación de sexos. Aunque la Ley General de Educación de 1970 preveía la coeducación, la misma no se generalizó hasta el primer Gobierno socialista (1982), imponiéndose con carácter obligatorio en el curso 1983-1984.
[4]  Alusión a la cifra aproximada de personas que, hacia 1980, hablaban español en todo el mundo. Esa cifra dio título a un exitoso programa de variedades de Televisión Española, en antena desde 1977 a 1983.
[5] Tendencia y esfuerzo cinematográfico que, a partir de 1963, aproximadamente, tuvo Barcelona como centro de sus integrantes y empresas productoras. En decadencia a partir de 1970, no obstante mantuvo vivo parte de su impulso hasta 1990. 1966 se considera el año cenital de este movimiento fílmico.
[6]  Conocida novela de Vladímir Nabókov (1955), que alcanzó enorme fama, tras la versión cinematográfica dirigida por Stanley Kubrick en 1962.
[7]  Curso de Orientación Universitaria, que sustituyó al Preuniversitario, como puente para el ingreso en la Universidad, tras la Ley General de Educación de 1970, permaneciendo en vigor hasta el año 2001. Se cursaba en los Institutos a continuación del Bachillerato, con prueba de acceso a la Universidad. La edad promedio de los estudiantes al cursarlo era de 17 años.
[8]  Lo que se produciría en 1981.
[9]  En 1978, se había fijado la mayoría de edad en España en los 18 años, rebajando en tres el tope anterior.
[10]  Égloga primera de Garcilaso de la Vega (c. 1498-1536), versos 282/287.
[11]  Famosa ciudad de Colombia, a orillas del mar Caribe. Su centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1984.
[12]  Es decir, totalmente desnudos.
[13]  Importante villa de la provincia de Huelva, en la comarca del Andévalo, a unos 44 Km de la capital de la provincia.
[14]  Refrán asturiano en bable, traducible literalmente por la trampa resplandece.