viernes, 17 de junio de 2016

SIN CARNÉ


Sin carné

Por Federico Bello Landrove

     Este relato puede parecer un mero pretexto para presentar unos lugares ideales y una película inmortal. Con todo, espero que los personajes resulten gratos y no desmerezcan mucho del escenario. Y hasta es posible que tengan algo interesante que decirnos, si nos decidimos a escucharlos con cierta atención.





1.      Los personajes


     Emma podía sobrellevar trabajo, enfermedad, problemas familiares, dificultades económicas. Incluso era capaz a duras penas de soportarlo todo junto. Un chute de pintura moderna, una ración de karaoke, un fin de semana triscando en la montaña, era suficiente para soltar congojas y cargar pilas. Cuando la cosa se ponía peliaguda, llegaba el momento de llamar a los padres o a los amigos de verdad, de hablar con las estrellas o de arrancarse por gregoriano. En último extremo, estaba el mar, su mayor consolador y más fiel consejero. Pero, en casi todo ello andaba por medio su amado monovolumen, con el que, mal que bien, llegaba a todas partes desde su coqueto chalé, perdido en la campiña, fruto de una decisión tomada en otra época más juvenil y venturosa, pero conservado contra viento y marea por razones -como ella- más apasionadas que prácticas.
     Figúrense, pues, su gesto y su lenguaje cuando una tarde de mayo, al regresar a su nido desde el lejano lugar de trabajo, encontró una carta oficial que, en resumidas cuentas, decía:
Habiendo sido sancionada en el plazo de un año por tres infracciones graves de tráfico, con sendas multas de 200 euros y pérdida de cuatro puntos del permiso de conducir, ha sido usted privada de este por un plazo de seis meses. Sírvase personarse en esta dependencia en el término de ocho días a contar desde la recepción de esta notificación, para entregar el citado permiso, quedándole prohibido conducir vehículos de motor hasta que, pasado dicho semestre, obtenga la pertinente rehabilitación de conductores para recuperar tal derecho.
     ¿Ya han imaginado vívidamente la reacción de Emma? Pues sigamos adelante y acompañémosla de modo discreto en su aislamiento campestre; en los periplos en autobús, previa espera literaria o folclórica en las estaciones; en las costosas carreras de taxi y las broncas de sus hijos, por llegar tarde a sus citas; en los te debo una a los vecinos piadosos y una miajita sarcásticos… Y así, día tras día, semana tras semana, sin otra luz en aquel horizonte más que semestral que el mes de vacaciones, con proyectada estancia semanal en la Ribeira Sacra, viaje iniciático a un mundo de desfiladeros, iglesias románicas y eremítica espiritualidad. Un viaje pensado como itinerario, con el coche como compañero indispensable, dado lo abrupto y despoblado del periplo. Y ahora, una misiva sancionadora lo reducía a cenizas, a un imposible, a la nada. Pero Emma tenía coraje y una fértil inventiva:
-            -    ¿Qué me voy a quedar sin viaje? ¡Ni hablar! Lo necesito y nadie va a privarme de él. ¿No dicen que en el Parador de mis sueños hay un estupendo spa y que el edificio en sí es enorme y artístico? Pues no se hable más. ¡A la porra las iglesias y los miradores! Me recluiré como una monja, con el agua por hábito y el aceite de oliva por cilicio.
     Con un deje de coquetería, se mira de soslayo en la gran luna del salón, que le devuelve la imagen bella y cuidada de casi siempre, aún con el arrebol del enfado. Una vanidad sin malicia le viene a la boca, mientras yergue el busto y recompone manualmente el peinado. Susurra:
-          Seguro que hay por allí caballeros motorizados tan galantes, como para ofrecerme una plaza de acompañante en sus escapadas. Y no seré yo quien haga melindres a servirles de ilustrada guía, a cambio de transporte y yantar.
     Sonríe con tan solo pensar en tal idea. Concluye:
-               -      A ver si el viaje va a resultar más divertido de lo que, en principio, esperaba.

***

     Luis, encargado de la sección de videoteca y libros de los grandes almacenes La Unión -sucursal de la calle Arapiles-, acababa de salir del traumatólogo, con el sobre de pruebas diagnósticas bajo el brazo. La voz del médico todavía resonaba en sus oídos:
-               -    Tiene la segunda vértebra lumbar severamente desviada. No le extrañen los dolores de espalda que viene padeciendo. De hecho, irán a más y hasta pueden degenerar en incapacidad funcional. Mi consejo es que se opere, antes de que los nervios sufran un daño irreparable.
-                 -      Y la cirugía, ¿qué expectativas tiene?
-             -  No voy a engañarle, Luis. Digamos que en su caso hay como un sesenta por ciento de probabilidades de éxito, frente a un veinticinco de simple mejoría y un quince de no servir para nada o dar lugar a un resultado negativo.
-               -      Entonces, doctor, ¿no sería mejor un tratamiento paliativo?
-              -      Por ahora, tendría posibilidades de aliviarlo; pero, a medio plazo, la cosa irá a peor…, a mucho peor.
     No muy convencido, Luis se había apuntado a la lista de espera quirúrgica para la clínica en que el doctor operaba. Lo habían dejado para septiembre, como los profesores en sus tiempos juveniles. No le había importado la demora:
-              -     A ver si con el calor y la sequedad del verano mejoro; y las vacaciones seguro que me vienen bien. Sobre todo, esa estancia en Galicia: Me va a costar un pico, pero dicen que el relax y el tratamiento hacen maravillas. ¡A la porra la operación! Hay que agotar primero todas las demás posibilidades.
     No le apetecía regresar a los almacenes. Se encaminó, pues, a la redacción de la revista Cultura y Ocio, de la que era cronista cinematográfico, pomposa forma de definir su colaboración con las reseñas de los estrenos, a cien euros cada una. Era una forma de aplicar sus conocimientos para sacar un sobresueldo, que bien le venía para pagar ochocientos euros mensuales de pensión para su ex y los chicos, sin dejar por ello de comer y disfrutar de algún honesto esparcimiento, como decía su madre. Al llegar a la Revista, lo abordó Julita, con la maliciosa impertinencia de siempre:
-             -       ¿Qué noticias nos traes, Luisito? ¿Te vas a quedar en silla de ruedas?
     El interpelado resopló y procedió a explicar a su colega de moda femenina lo mucho que acababa de aprender sobre el tratamiento de la espondilolistesis. Julita, un tanto aburrida de la perorata, volvió a las andadas:
-              -      ¿Y no te vendría bien una faja? Yo la llevo en la estación fría. Precisamente me la quité hace una semana. Tal vez te hayas dado cuenta…
     El bueno de Luis comprendió que tenía un motivo más para no perdonar la estancia gallega, aunque se dejara en ella todos sus ahorros. Se imponía perder de vista a ciertas personas. Y, si aprovechaba bien el tiempo, era posible que pudiese acabar su interminable proyecto de libro sobre El cine francés, de los orígenes hasta la Nouvelle Vague. ¡Hasta era posible que se lo prologase Félix Alday si, al fin, acababa su trabajo antes de que falleciera aquel veterano y sabio periodista! Fiel a su costumbre de siempre, empezó a tachar en el calendario los días que faltaban para el ansiado 15 de julio, en que empezaría las vacaciones. Y, cosa curiosa, pareció mejorar de sus dolores, incluso cuando cogía el coche para ir y venir al trabajo, pese a la expresa prohibición del galeno. En eso, Luis era inflexible:
-              -      Iré y volveré de Santo Estevo en mi Laguna[1], parando cuando me apetezca. Y, una vez allí, tranquilidad y a escribir.
     Para ir haciendo boca, preparaba con tiempo y delectación el equipaje de una maleta, dedicada en exclusiva a libros, revistas y vídeos de cine galo. Pienso que no era mala forma de anticipar la felicidad y hacer tangible la esperanza.


2.      La donna immobile



     Se habían avistado al día siguiente de su llegada, contemplando el contradictorio espectáculo de una boda de punta en blanco, en medio de la Naturaleza sencilla y silenciosa. Aprovechando que la iglesia estaba generosamente florida e iluminada, Emma y Luis se colaron entre los invitados y acabaron coincidiendo ante el retablo de los Apóstoles. No cruzaron una palabra pero, por su indumentaria, ambos supusieron que compartían alojamiento en el Parador. Al día siguiente, se repitió la coincidencia en la recepción del hotel, pidiendo información sobre los recorridos en catamarán por los cañones del Sil. Y esta vez, Emma sí aprovechó la oportunidad que se le brindaba.
-              -    ¡Qué pena! -comentó-. Nada menos que a ocho kilómetros de aquí. Y yo que no he traído el coche, creyendo que habría un embarcadero justo aquí abajo…
     Luis se dio por aludido:
-          -     Yo sí he traído coche, pero dicen que la carretera de acceso es espeluznante y el médico me ha aconsejado no conducir. Tal vez se podría ir andando.
-               -   Ni se les ocurra, dijo el recepcionista. Tendrían que ir por la orilla del río y las sendas están tupidas por la maleza.
-             -      ¿Y si contratásemos un taxi? Si le parece bien…
-             -  Sí, podemos ir juntos -concedió Emma, más por compromiso que por desear una dudosa compañía-.
     Con todo, la excursión resultó grata. Luis era un aceptable conocedor de las especies de flora y fauna, además de buen conversador en materia de libros y de cine. Emma aprovechaba su buena base de bellas artes, para describir las iglesias y ermitas que se insinuaban entre la floresta, según avanzaba la embarcación por aguas del Sil. Él parecía feliz con solo disfrutar de la compañía de aquella mujer tan agraciada y buena conversadora, pero ella, en forma de preguntas y juicios discutibles, ponía sutilmente a prueba el fondo y la cultura de su acompañante, tan sincero como poco locuaz. El examen no resultó desfavorable, a juzgar por la despedida, tras continuar durante la cena el coloquio, ya enfocado más bien a aspectos de trabajo y familiares.
-         -     Estoy pensando, Emma -dijo Luis, de forma que parecía esperar una negativa-, si podríamos ir mañana al spa a la misma hora. ¡Es tan aburrido esperar turno y hacer el circuito, sin conocer a nadie!
-            - ¡Huy, lo que sobra es con quien hablar! En estos sitios todo el mundo conversa e interpela al prójimo, sin necesidad de haber sido presentados.
     Luis intuyó que Emma trataba de quitárselo de encima por algún motivo relacionado con los trajes de baño y la insinuante promiscuidad de la sauna y el jacuzzi.  Se apresuró a explicar:
-              -     Me duele bastante la espalda, con los masajes que me dan. Me apetecería más el tratamiento junto a una persona amiga.
     Emma no quería ser descortés; de modo que aceptó, con cierta sorna:
-              -     ¡Ah, ya veo! Lo que quieres es una enfermera a tu lado. Haré lo que pueda por mitigar tus dolores.
     Mientras subían la escalera monumental rumbo a sus habitaciones pensó que había hecho un pan como unas tortas. Le habría venido fenomenal un caballero con un buen coche disponible y, en su lugar, estaba quedando con un individuo anodino, que no podía conducir por prescripción facultativa. De todas formas, aún quedaban varios días y se prometió que, de forma educada, tendría que cambiar de acompañante. Mejor dicho, habría de evitar que, como tantas veces antes, se le pegara un tipo completamente inadecuado para sus propósitos. Sí, mañana mismo, en la sala de relajación, hablaría con Luis.

***

     Las tumbonas para la recuperación, envueltas en una suave luz azulada, eran ideales para confidencias y conversaciones incómodas, con los ojos cerrados o la mirada perdida en un techo, que imitaba el cielo estrellado del anochecer. Emma, como quien no dice nada, inició así su prevista ruptura:
-             -      No sabes las ganas que tenía de venir a la Ribeira Sacra, para recorrer los pequeños monasterios y las iglesias románicas, y -mira tú por donde- he tenido que venirme sin coche.
-         -      Lamento no poderte llevar adonde quieras pero ya sabes el problema médico que tengo. De todas formas, aunque sea enojoso, podríamos llamar un taxi del pueblo más cercano, como ayer para el crucero por el río.
     Emma comprendió que no le iba a ser fácil librarse de Luis. Mientras preparaba alguna ocurrencia liberadora, hizo tiempo trayendo a colación un dato que, sorprendentemente, aún no le había referido, tal vez, por vergüenza:
-               -     Ya ves. En el momento más inoportuno me han dejado sin carné.
     Luis apenas pudo contener la risa y replicó:
-               -  Eso no es problema. A mí me sobra… Precisamente tengo cuatro en mi habitación. ¿Quieres verlos?
-              -    ¿Cómo? ¿Te dedicas a falsificar documentos?
-               -   No, mujer. Son auténticos, solo que reproducciones.
     Lo que había empezado con incredulidad y sorpresa, se estaba convirtiendo en una lucecita de esperanza. No para todo el tiempo, pero en fin, en situaciones de máximo apuro…, pensaba Emma. Decidió que, si cuidaba itinerarios y momentos, no tenía mucho que perder:
-              -    Necesitarás alguna foto mía…
-               -   Chica, tanto como necesitar…, pero sí que me gustaría tener una como recuerdo.
-              -     Tal vez tenga alguna en el bolso, aunque dudo que sea de las de carné.
-              -    Me lo figuro, pero casi preferiría alguna más personal.
     Emma estaba hecha un lío. Luis concluyó:
-              -     No hay prisa. A la hora de comer, si la encuentras, me la traes.
     En fin, la ruptura tendría que esperar.
     Durante el almuerzo, Emma volvió al tema, ante la aparente indiferencia de su compañero de mesa:
-               -   Como me temía, no he encontrado una foto adecuada. Tal vez, con el teléfono móvil…
-              -    Claro. Te la sacaré con el mío en cuanto acabemos de comer. En el claustro de los Obispos quedará superior.
     Emma lo taladraba con la mirada, tratando de llegar al fondo de aquella esperanzadora comedia:
-               -   Pero, bueno, ¿no trabajas en unos grandes almacenes?
-               -   Sí, pero también soy una especie de experto en cine.
-              -    Eso puede darte una base como fotógrafo, pero, de ahí, a facilitar carnés…
     Luis zanjó la averiguación de manera displicente y harto peligrosa:
-               -   Mira, Emma, voy a pasarme trabajando toda la tarde en un libro que estoy acabando. Ando mal de tiempo y no bajaré a cenar. Así que piénsalo y, si al fin quieres carné, sube hacia las diez a mi habitación -la 207- y te enseño.
     Como ustedes comprenderán, lo menos que supuso Emma es que el experto en cine iba a cobrarle el carné en especie. Mas la curiosidad es dudosa consejera, sobre todo, cuando tiene toda una tarde lluviosa y aburrida para crecer y crecer. Después de todo, era una mujer con redaños y el Parador tenía una ocupación del noventa y dos por ciento, según el recepcionista. Así que, a la hora señalada, Emma llamaba a la puerta de la habitación de Luis, tras haberse dado confianza con un pensamiento muy manido y no exento de riesgos imprevistos:
-               -   A fin de cuentas -se dijo-, este es un experimento con gaseosa.


3.      Del paraíso y sus niños



-       
Pasa, Emma, y ponte cómoda que, dentro de un momento, estaremos en el paraíso.
     La habitación estaba en penumbra. Apenas una lámpara de mesa iluminaba el amplio recinto, desde el lado izquierdo del televisor, que Luis procedía a encender en aquel momento.
-             -    No tenemos palomitas, pero unos anacardos nos vendrán al pelo. Tres horas y cuarto dan mucho de sí para aguantar sin comer nada… ¿Una coca-cola?
     Emma no entendía nada. Por toda explicación, Luis le señaló con una mano la cama. Ella enrojeció y se puso en guardia:
-              -    ¿Así, sin más ni más?, preguntó ásperamente.
-         -    Tienes razón. Haré la presentación, como si estuviésemos en un foro de cine… Pero siéntate aquí primero… Amiga Emma, la película que vas a ver esta noche está considerada como la mejor del cine francés, tanto por la Academia Cinematográfica de aquel país, como por el público galo. Se trata, por supuesto, de Les enfants du paradis, dirigida por Marcel Carné y estrenada en marzo de 1945…
     Sin dejar de hablar, Luis conectó el videorreproductor y tomó de sobre la cama cuatro cajas con sendos DVD. Además de la citada película, se trataba de las cintas Le quai des brumes, Thérèse Raquin y Les visiteurs du soir, todas del director Carné. Emma, al fin, comprendió.
***
     A eso de la una y media de la noche, Emma se levantó y dispuso a salir del cine. Rozó levemente el brazo de Luis y dijo:
-              -    Magnífica, gracias... Se ha hecho tardísimo y mañana podríamos levantarnos algo temprano para ir a ver Santa Cristina.
     Parecía como si Luis tuviera ganas de conversación:
-              -    ¿Con quién te has sentido más identificada, con el personaje de Arletty o con el de María Casares?
     Emma simuló un bostezo y replicó a botepronto:
-               -   Según momentos… No es fácil escoger entre el arte y la vida.
     Luis era insistente. Según abría la puerta, le preguntó:
-               -   Y de sus cuatro amadores, ¿a cuál habrías elegido tú por compañero?
-               -   Eso, amigo mío, habrás de descubrirlo por ti mismo.
     Y salió.





[1]  Conocido modelo de automóvil fabricado por Renault entre 1993 y 2015.

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