viernes, 4 de diciembre de 2015

DESPACIO, DESPACIO

Despacio, despacio

Por Federico Bello Landrove

     La notable película Deprisa, deprisa[1] tiene un final abierto para su protagonista femenina. Arrancando de su guión y personajes, he ensayado esta continuación, a modo de relato policiaco, que dedico respetuosamente a los guionistas del film[2]. Si mi trabajo tiene algún sentido es el de confirmar que el amor muchas veces, en vez de redimir, condena.




 1.   Un atracador con bigote

     Aquel atraco bancario no pasó desapercibido en el Madrid de 1980. Aunque su botín de unos cinco millones de pesetas no era extraordinario, sí resultaba tal el que hubiese generado tres víctimas mortales y una herida grave. Uno de los fallecidos era empleado de la sucursal asaltada, que se había destacado plantando cara a los ladrones. Los otros eran dos de los cuatro atracadores: uno, caído in situ durante el tiroteo con la Policía; otro, igualmente por disparos de los Agentes, mientras se dedicaba a quemar el vehículo utilizado en el robo, unas horas antes. No era mala cosecha, pero el comisario Manzanares –encargado del caso- no podía estar satisfecho. Así lo reflejaba en unas breves declaraciones a la prensa, dos días después:

-          Los delincuentes fallecidos formaban parte de una banda de jóvenes atracadores a mano armada, formada por un grupo de amigos de Villaverde Alto. Al menos uno de ellos participó también el pasado otoño en el atraco a una empresa cementera próxima a Pinto. Y se sospecha fundadamente que los dos formaran parte de la cuadrilla que hace dos meses asaltó en la carretera de Arganda y asesinó a un vigilante de una empresa de seguridad que transportaba una importante cantidad de dinero. Como ven, individuos jóvenes, pero expertos y muy peligrosos.
-          Los testigos dicen que fueron cuatro los atracadores: los tres que entraron en el banco y el conductor, que esperaba fuera. ¿Se sabe algo de los otros dos?
-          Estamos sobre su pista y esperamos conseguir resultados muy pronto. Me perdonarán que no les dé más detalles, para no perjudicar la investigación.

     Como bien sabía el comisario, la suerte se alía a veces con quien la busca y merece. A la semana de las precedentes declaraciones, una llamada a la Policía Municipal advirtió de que un fuerte olor a podrido salía de un piso de las viviendas protegidas Las Gardenias, en el barrio de Santa Eugenia. Al descerrajar la puerta, se encontraron en el dormitorio con el cadáver de un joven, alcanzado por dos disparos en el vientre, cuyo estado de descomposición denotaba que llevaba unos diez días muerto. El finado resultó ser Pablo V.G., de veinticuatro años de edad, amigo de los dos atracadores muertos, y considerado el jefe de ese grupo criminal. Como es natural, la casa fue registrada a fondo, hallándose una pistola Star del nueve corto y un fajo de cien billetes de mil pesetas, parte evidente del botín bancario. Luego les daré algunos detalles más, para no convertirme ahora en un narrador sabelotodo y dejar que sea el policía Manzanares quien lleve el orden de los acontecimientos y la lógica de su investigación.  

***

     Una de las cosas que más llamó la atención del comisario fue encontrar el mazo de talegos[3] dentro de un compartimento de una cartera de sanitario. Una deducción era clara: Alguien había pedido asistencia clínica para el atracador herido y había negociado la compra del silencio con dinero del delito, por más que aquella cantidad parecía demasiado módica. Así se lo comentaba al inspector Cirujeda, pensando a la par que hablaba:

-          Está claro que el matasanos no pudo hacer nada por el moribundo, pero la autopsia reveló que había tratado de taponarle el boquete, para parar la hemorragia. También está claro que se marchó precipitadamente, sin la cartera de primeros auxilios que traía, y que el sinvergüenza de él no nos llamó para denunciar el caso, como era de ley.
-          Podríamos examinar la cartera, por si hay huellas.
-          Ya lo he ordenado y, según era de esperar, se han encontrado varias aprovechables, pero de un individuo sin antecedentes.
-          ¿Y cotejarlas con las de los DNI?
-          Eso es complicado, pues habría que analizar millones y millones de fichas, archivadas en todas las comisarías autorizadas para expenderlos. Nos va a llevar meses y, para entonces, a  saber dónde habrá ido a parar el cuarto atracador.
-          Sería más fácil preguntar en todas las clínicas y hospitales de Madrid, empezando por los más próximos a la casa. No sale un médico a prestar un servicio de urgencia a domicilio, sin que haya una constancia telefónica o documental.
-          ¡Qué ingenuo eres, Ciru! Seguro que esta gente llamó a algún médico privado de su confianza. De todas formas, encárgate de peinar todos los Centros médicos madrileños, por si suena la flauta.

     Por lo pronto, la búsqueda del galeno desaprensivo resultó infructuosa. En cambio, las declaraciones de los vecinos del atracador en Santa Eugenia resultaron muy reveladoras. El tal Pablo había vivido todo el tiempo con una chica muy joven, de complexión media, morenita y agraciada, de quien nadie sabía mucho más. La moza era muy reservada y ni siquiera estaban seguros de su nombre. Sorprendentemente, los detalles vinieron a través del banco en que la muchacha había concertado la hipoteca para comprar el pisito protegido. Se trataba de Ángela S.Z., de diecisiete años de edad, natural de Villanueva de la Serena, quien había pagado a tocateja la mitad del precio, contratando para el resto una hipoteca a diez años. Como era menor de edad, la había apoyado su padre, pero poca duda cabía de que el dinero no procedía de este –pobre y cargado de hijos-, sino de los golpes anteriores del tal Pablo y sus compañeros. Al menos, esa es la impresión que sacaron Manzanares y Cirujeda, tras entrevistarse con los empleados bancarios, quienes no recordaban si, además del padre y la hija, había aparecido por la sucursal el novio de esta, que para nada figuraba en la operación.

     Así las cosas, la empresa de seguridad para la que había trabajado el vigilante tiroteado en el asalto de la carretera de Arganda, informada de que ninguna de las armas de los atracadores fallecidos era la disparada por el homicida de marras, decidió tomar una iniciativa, que sorprendió a los policías que llevaban la investigación. Sigamos una parte de la rueda de prensa de don Salustiano de la Red, presidente de la compañía La Acorazada:

-          Ofrecemos un millón de pesetas a quien facilite decisivamente la identificación y detención del asesino.
-          ¿No le parece una medida fuera de lo común?
-          También lo fue ese crimen. Lo mataron a sangre fría, por la espalda, cuando huía a campo traviesa, una vez agotada la munición de su pistola.
-          ¿Y si la Policía o la Guardia Civil dan con el criminal sin ayuda de nadie de fuera?
-          Pues el premio sería para los agentes. Lo tendrían bien merecido por los esfuerzos que vienen haciendo para resolver el caso.

     De modo que, si nuestros policías hubiesen necesitado un acicate especial, se les ofrecía uno estupendo. Sin embargo, Manzanares rezongaba:

-          Me revienta que me primen, como si fuese un vago que precisa que lo espoleen. Además, no veas la de falsas pistas que tendremos que comprobar.

     Lo que el comisario no se atrevía a confesar, ni siquiera a sus colaboradores, era la corazonada que había tenido desde que casó la apariencia del cuarto atracador con la de la novia del difunto Pablo. Decían unos: El tipo era más bien menudo y bajito, moreno, con gafas oscuras y bigote, y a diferencia de sus compinches, no iba disfrazado, aunque sí llevaba un chaquetón con capucha, que impedía verle bien la cara; ¡ah!, no decía ni palabra. Y los vecinos de Santa Eugenia: una chavalita de complexión y estatura medianas, siempre con pantalones y vestimenta deportiva, pelo largo negro, ojos marrones grandes y tristes. Manzanares se decía:

-          ¿Y si lleva siempre echada la capucha para esconder el pelo largo, y gafas oscuras para  que no vean lo guapa que es de cara? La ropa holgada le disimularía las formas. No hablar puede ser para que no descubran el tono femenino de su voz. No sé, no me explico lo de reemplazar el pasamontañas o la media, por capucha y gafas oscuras, mucho menos eficaces para enmascararse. No sería el primer caso de Bonnie y Clyde a la española…

     Pero, sobre todo, estaba el bigote del que todos hablaban; ese bigotito fino y bien perfilado, tan inadecuado para pasar desapercibido, si fuese auténtico. Lo sacó de su enésima reflexión sobre el tema el comentario de Cirujeda, tan materialista como siempre:

-          Jefe, lo de las huellas en la cartera va de pena. Tenemos que ponernos las pilas y conseguir resolver el caso, antes de que se nos adelante cualquier merluzo con suerte. Ahí es nada, un millón para el Grupo.
-          ¡Cómo que para el Grupo!, bromeó el comisario. ¿No sabes que el jefe se lleva todo?


 2.   El cebo


     La localización de la chica no llevó más allá de una semana. Conocida su identidad, se enviaron reseñas a todas las comisarías de Policía y comandancias de la Guardia Civil. Un afortunado cruce de datos permitió descubrir que Ángela se había empleado en un supermercado de San José, en la zona de Cabo de Gata. Si los sabuesos hubiesen conocido a fondo su vida y su alma, habrían dicho que la movía la querencia. En efecto, después de su primer atraco en común, Pablo, el Meca y ella habían puesto tierra de por medio y habían ido a ocultarse en aquella costa almeriense, donde Ángela había conocido por vez primera el mar. Ahora, tal vez dispuesta a comenzar una nueva vida, volvía a uno de los pocos lugares en que había sido feliz por unos días.

     Manzanares respiró. Bien creía él que la muchacha, lista y con mucho dinero encima, habría pasado la frontera o andaría agenciándose una documentación falsa para escapar por vía aérea. De hecho, el botín del atraco no estaba marcado ni anotado, salvo un mazo de cien billetes de diez mil pesetas, único entre un billetaje de a mil. Eran los preferidos por gente sospechosa y el banco los tenía registrados por su número y serie. Pero ahora la chica se colocaba en un súper de zona turística, recién cumplidos los dieciocho años. Parecía adoptar la decisión de establecerse en un lugar recoleto de España, al menos, por algún tiempo…; el que tendría el comisario para lograr que la chica diese un paso en falso y se delatara; para lo que sin duda habría que ayudarla.

     Todo eso, y más, lo rumiaba Manzanares, sin atreverse aún a comentarlo con nadie, dado que no quería que se riesen de su corazonada: aquella de que la novia del finado Pablo y el atracador del bigote fueran una y la misma persona. Alguien que, mientras colocaba mercancía en los estantes de Cheaply o cobraba a los clientes chapurrando inglés, imaginaba un futuro feliz, en el Caribe o en Brasil:

-          Por ahora, tranquilita, sin mover la pasta, no sea que los billetes estén marcados o me descubran los gastos excesivos. Trabajar unos meses, máximo un año, ahorrando todo lo posible y sacando un sobresueldo de canguro algunas noches y los fines de semana.  Y después, a América, a algún lugar sin extradición y donde nuestra moneda valga más que aquí. La cambio por dólares, me largo a otro país seguro, monto un negocio y a vivir, que son dos días, como decía el pobre Sebas. Y nada de andar deprisa, siempre deprisa, sino despacito y buena letra, sin fiarme de la suerte ni cometer errores. Ya vale de muertes.

***

     Cirujeda ardía de impaciencia:

-          Vamos a ver, jefe: ¿Por qué no nos dejamos de vigilar a esa pájara y la detenemos lisa y llanamente? Seguro que guarda el botín y, con eso y el testimonio de los vecinos, tenemos más que suficiente.
-          Claro –ironizó Manzanares-, más que suficiente para empapelarla por receptación o, como mucho, de encubridora de un robo con homicidio. ¿No sabes lo que eso, tratándose de una menor entonces? Iremos bien si le caen cinco años.
-          ¡Qué le vamos a hacer! Por lo pronto irá a la cárcel y, además, recuperamos el dinero que no haya gastado todavía.
-          ¿Y te parece suficiente?... ¿No se te ha ocurrido que esa tal Ángela sea algo más que una aprovechada que, al morir todos sus amigos, esté tratando de quedarse con los millones?

     El inspector puso cara de sorpresa y no reaccionó en medio minuto. Manzanares suspiró, comprendiendo que no tendría más remedio que explicarse:

-          Mira Ciru, es una corazonada; así que, como te vayas de la lengua, te crujo. Vete atando cabos: Una chica enamorada del jefe de la banda y que vive con él durante casi un año; un atracador con bigote, que se cala la capucha y no dice ni una palabra; un arma letal que no aparece, como tampoco el dinero del atraco; una casa comprada con dinero robado, que se pone a nombre de la moza; el atracador bigotudo que desaparece sin dejar rastro… ¿Qué te sugiere todo ello?

     Cirujeda sonrió, con falsa suficiencia:

-          ¡Hombre, jefe, no he nacido ayer! También a mí se me había pasado por el magín que la Angelita fuese el cuarto hombre, pero eso no quiere decir que tengamos que esperar hasta que alguien nos guinde la recompensa. Déjamela a mí, que soy capaz de sacarle la verdad a hostias.
-          ¡Alto, alto! ¿Acaso no sabes cómo se las gastan los jueces ahora? La chica no parece precisamente una blandengue y, como la pifiemos, nos mandan a las Chafarinas.
-          Entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Hasta cuándo vamos a estar esperando?
-          Por de pronto, hasta que las huellas de la cartera nos lleven al medicucho que trató de salvar a Pablo, para que nos cuente de pe a pa lo sucedido y, en su caso, identifique a la chica como encubridora de su novio. Cuando tengamos eso, será el momento de dar nuevos pasos. Y, en lo del premio de La Acorazada, pierde cuidado. Con el permiso del Jefe Superior, me he entrevistado con su presidente y le he informado de la localización de Ángela y sobre las sospechas de que sea ella la asesina del vigilante. Así que, salvo que alguien localice el arma del crimen con sus huellas, somos nosotros quienes tenemos todos los triunfos en la mano.

     El inspector pareció tranquilizarse. De todos modos, insistió:

-          Voy a meter prisa a los de huellas. Cuanto antes podamos localizar al médico ese, antes podremos pasar a la segunda parte del plan.
-          ¿Y en qué consiste esa segunda parte, si puede saberse?
-          Eso es cosa tuya. Para eso diriges la investigación, y bien despaciosamente, por cierto.

***

     El empellón de Cirujeda a los de lofoscopia dio resultado. A la semana, habían identificado las huellas de la cartera médica. Coincidían con las del DNI de un tal Matías R.S., enfermero de profesión, que ejercía en el servicio de urgencias del Hospital de Vallecas. El tipo se las había arreglado para eliminar el parte de salida de la emergencia sanitaria, aprovechando la circunstancia de que, por falta de ambulancia libre, había prestado el servicio en su Seat-124 particular. No tardó en confesarlo todo, máxime cuando el comisario Manzanares le aseguró que nada malo iba a pasarle por no haber denunciado lo acaecido:

-          Mira, Matías, en lo que a mí respecta, pasaré por alto tu falta. Todos sabemos lo peligrosos que eran esos tipos… Vamos, un estado de necesidad como un piano. ¿Verdad, inspector?
-          Que quiere que le diga –replicó Cirujeda, haciendo de poli malo-. Yo no acabo de creerme eso de que la chavala lo encañonó. Para mí que este ATS[4] se ha embolsado una pasta y se está quedando con nosotros.
-          Bueno, bueno, démosle una oportunidad. Anda, Matías, vuelve a explicarnos todo lo sucedido, a ver si esta vez convences a mi escéptico colega.

     El bueno de Matías repitió una vez más su historia. Una voz femenina había llamado al servicio de urgencias pidiendo ayuda inmediata, ya que su marido se había caído de la escalera, haciendo una chapuza doméstica. Al llegar a la casa en su coche particular, una chavala –por la descripción, sin duda, Ángela- lo llevó al dormitorio, donde un joven estaba tumbado en la cama, inconsciente, sudoroso y quejándose. Al comprobar que se trataba de un herido grave por arma de fuego, interrumpió el reconocimiento y le dijo a la chica que su compañero estaba muy grave y que tendría que avisar al hospital, para que viniese un médico con una ambulancia preparada. Entonces la chavala había sacado del cajón de la cómoda un revólver…

-          ¡Alto ahí!, le cortaba una y otra vez Manzanares. ¿Cómo sabes que era un revólver y no una pistola?
-          ¡Toma!, pues porque tenía tambor y bien que se veían las balas cuando me la puso entre los ojos.
-          Está bien, sigue.

     Y el ATS proseguía, diciendo que, después de intimidarlo con el revólver, había sacado del mismo cajón una pequeña bolsa de deporte de colores, que abrió, mostrándole una gran cantidad de dinero. Cogió un montón de fajos de billetes, que tiró sobre la cama, diciendo que le daría un millón si curaba ahora las heridas de su amigo y otro millón, si venía a casa otras cuantas veces y lograba salvar su vida. Matías aseguraba que fue la moza quien metió el dinero prometido en uno de los compartimentos de su cartera –los policías no tragaban con ello- y que él, para salvar su vida, había hecho una pequeña cura de taponamiento y se había despedido de la muchacha, con el compromiso de ir al hospital por el instrumental y los medicamentos precisos y regresar, tan pronto pudiera escabullirse.

-          ¡Nos tomas por tontos!, bramaba Cirujeda. ¡A buenas horas te iba a dejar ir, así como así!
-          Así como así, no –repuso Matías-. Tuve que dejar en la casa la cartera con el botiquín de primeros auxilios y el dinero ofrecido. Además, la individua comprobó que nada más podía hacer por el herido con lo que allí tenía. Parecía sinceramente preocupada por salvarle la vida.

     En fin, el enfermero regresó al hospital, con la perplejidad de quien ambiciona el dinero pero también teme por su vida. Estuvo rumiando la situación durante un rato y, al final, decidió salomónicamente. No volvió, pero tampoco denunció. Es más, para curarse en salud, rellenó el parte de forma mendaz y anodina. No contento con ello, al terminar la jornada, retiró el citado documento de la carpeta de incidencias, motivo por el cual no fue detectado por la Policía. Y eso era todo, más o menos. Manzanares le autorizó a retirarse y marchar a su casa, con el consabido hasta nueva orden, no salga de Madrid y sus alrededores y esté localizable.

-          ¿Dónde crees que estarán las otras novecientas mil pesetas que no han aparecido en la cartera?, preguntó Cirujeda, incrédulo como de costumbre.
-          Pues en poder de Ángela, con los otros cuatro millones. Pienso que la chica, cuando murió Pablo o cuando se convenció de que el ATS no iba a regresar, retiró el dinero de la cartera, lo metió con el resto, cogió el revólver y se dio el piro. La moza es leal, pero no tonta. Lo que pasa es que, con las prisas, se dejaría un fajo tras ella.
-          Ya. ¿Y lo del revólver?
-          Ahí está el meollo, Ciru. Si lo encontramos, ten por seguro que habremos dado con el arma que mató al vigilante de La Acorazada. Ganaremos el millón y, de paso, se podrá acusar a Ángela de asesinato. ¿Entiendes, chato? Veinte años de cárcel no se los quita nadie.
-          ¡Bárbaro! A por el revólver y caso concluido.
-          No tan deprisa, colega. Ha llegado el momento de ser cuidadosos y preparar el cebo. Y tratándose de una chica jovencita y compungida, tendremos que poner en el anzuelo a un mozo guapo, listo y con agallas… Creo tener al tipo adecuado.

***

     El comisario Manzanares era un hombre de recursos, bastante avanzado para su tiempo. A falta de confesión a palos –como sugería Cirugeda-, estaría bien arrimarle a Ángela un agente encubierto, que la sonsacara con camelos toda la verdad de su participación criminal y, por supuesto, localizase con tiempo el dinero y el revólver aludido por Matías. Pero aquellos jueces de la Transición española padecían –en su opinión- sarampión democrático y una irrefrenable desconfianza hacia la Policía. Por tanto, el famoso cebo tendría que ser alguien tan despierto y de fiar como un subinspector, pero ajeno todavía al Cuerpo Nacional. Alguien como Serviliano Argüelles, un muchacho de veintiún años, hijo de un policía compañero de promoción de Manzanares, asesinado años atrás por los terroristas de E.T.A. El chico se estaba preparando para ingresar en la Policía Armada, algo muy probable que consiguiese, dada su preparación y la recomendación implícita que suponía el ser hijo de su padre.

     Manzanares esperó a Servi a la salida de sus clases de preparación y lo invitó a tomar una cerveza en un bar cercano.

-          Servi, yo creo que lo de policía de uniforme y porra es poco para ti. ¿Qué te parecería ingresar en el Cuerpo Superior, como tu difunto padre?
-          ¡Caramba, don Argimiro, me sorprende usted! No es que no tenga ganas y titulación académica, pero en casa no estamos sobrados de dinero y estoy dispuesto a empezar de madero [5]. Luego, ya se verá.
-          ¿Y si yo te ofreciera la seguridad de entrar de subinspector?

     El joven calló, esperando la contrapartida de la insospechada oferta de su admirado don Argimiro. Este le expuso el plan de la forma más atractiva que supo. Ustedes ya se lo figuran, por lo que abreviaré la narración:

     Se trataba de que Serviliano abandonara por unos meses la preparación de los exámenes y se trasladara a Cabo de Gata, para ejercer allí de mecánico en un concesionario de automóviles próximo al supermercado donde estaba trabajando Ángela. Haría por conocerla y camelarla, hasta poder descubrir el botín y la supuesta arma homicida, así como obtener de ella una confesión lo más completa y espontánea posible de su experiencia como atracadora. Conseguido todo ello, el puesto de subinspector lo estaría esperando y Manzanares se encargaría de que se quedase en Madrid, con su Grupo. El muchacho inquirió:

-          En lo de la mecánica no hay problema pues estuve trabajando en un taller para pagarme los estudios. Pero lo de la chica no lo tengo claro: ¿Tengo que hacerme novio formal de ella?
-          ¡Toma, y tan formal! Conviene que te vayas a vivir con ella, para que te coja total confianza y puedas registrar a fondo el piso y todas sus cosas.
-          ¿Y si me pide que nos casemos, o que tengamos un hijo?
-          Procura hacer tu tarea pronto y tomar ciertas precauciones. De todos modos, la chica dicen que es una monada. Yo que tú, me preocuparía más de tu integridad física que de la moral. La tal Ángela es lista y de armas tomar.
-          ¿Tendré cobertura? ¿Cómo nos comunicaremos?
-          ¡Je!, hablas ya como mis muchachos. De cobertura, nada. No quiero que cualquier policía o guardia civil de por allá nos vaya a fastidiar la jugada. Y, en cuanto a estar en contacto, solo lo imprescindible y siempre que no haya nadie delante cuando telefonees. Ya concretaremos los detalles.

     Servi titubeó antes de plantear la última pregunta. Por fin:

-          Don Argimiro, ¿es seguro lo de la plaza de subinspector, si cumplo?
-          Sí, hijo, sí, y hasta un buen pellizco para tu madre, caso de que Ángela lo descubra y te mande al otro barrio… Vamos, como si fuera en acto de servicio.

     Al chico la broma no le hizo ni pizca de gracia. Miró fijamente al comisario y se limitó a decir:

-          Acepto. Y que Dios reparta suerte.


 3.   Del amor y sus complicaciones

   


     Dos meses más tarde, Ángela se sentía feliz. Bien es cierto que el dinero del atraco, esa fortunita legada por sus amigos muertos, seguía esperando en un hoyo profundo cercano al Cerro de los Ángeles, pero lo que ganaba en Cheaply y cuidando niños era más que suficiente para mantenerse, pagar el alquiler de la casa –bien barato, como correspondía a un arrendamiento de todo el año en una zona turística- e ir ahorrando para el viaje a Brasil. Porque ya lo tenía decidido: su destino sería la metrópoli paulistana, donde ya la esperaba con los brazos abiertos un hermano de su padre, allí emigrado en los años cincuenta. Dueño de una pequeña cadena de carnicerías, le reservaba un puesto en las oficinas. São Paulo no es tan bonito como Rio –le había escrito-, pero aquí trabajamos más, al estilo europeo.

     Pero no era nada de eso lo mejor. Si Ángela se sentía equilibrada y completa por primera vez en su vida, era por ese mecánico, Servi, que le había hecho sentir la dulzura y la paz de un noviazgo normal. No se trataba –por supuesto- de la pasión de sexo, drogas y fiesta, que había vivido con Pablo, pero todo era tranquilo y relajado, y cuando se entregaba al sueño, no sufría las pesadillas y sobresaltos del pasado. Lo pensaba una noche, desvelada por un ventarrón de levante, que zumbaba y estremecía las ventanas:

-          ¡Qué dos chicos tan opuestos! El pobre Pablo, siempre deprisa, deprisa, como si hubiese profetizado su temprana muerte. Y Servi, todo lo contrario: despacio, despacio. Es verdad que enseguida se fijó en mí y no tardó en pedirme relaciones, pero siempre calmoso y en sus puntos. No fuma, no bebe, nada de drogas; no le gusta bailar; tocarme, lo justo… Pues no me dijo que se lo iba a pensar unos días, cuando le ofrecí que se viniese a vivir conmigo, en vez de en esa habitación de mierda que tiene alquilada… Y no es que yo no le guste, que eso una chica lo conoce a la legua; es que no quiere que nos comprometamos hasta estar bien seguros. ¡Claro!, él tiene otra educación y su familia, otros valores y otras formas. A mí me parece que está un poco enmadrado. Será por lo que le pasó a su padre, ¡vaya golpe: reventarle una bomba puesta en los bajos del coche! ¡Anda y que no me mosqueé cuando supe que era hijo de policía! Cada pregunta que me hacía, me ponía en guardia, incluso las más tontas. En fin, es más bueno que el pan, trabajador… y guapo, que se me aflojan las piernas y me salta el corazón en el pecho cuando se me acerca. Menos mal que el próximo fin de semana hace la mudanza y se viene a vivir conmigo. Más noches sola, como esta, y me volvería loca.

     El viento sigue rugiendo y parece que la casa vaya a salir volando. Ángela se levanta y comprueba que la puerta de la terraza esté herméticamente cerrada. Decide echar las persianas, contra su costumbre, y desvía la mirada por un instante a una imperceptible ranura entre ladrillos, recóndita oquedad donde guarda el revólver Llama del 38 largo, con su carga de seis proyectiles. Le tiene cariño porque se inició con él en el manejo y disparo de armas. Lo hacía tan bien, que Pablo se lo regaló y él se pasó a las pistolas. Quizá no debería guardarlo, pues fue con el que le disparó a aquel tipo, que se había atrevido a tirotearles cuando huían en coche después de atracarlo. Una de las balas entró por el cristal trasero y estuvo a punto de alcanzar a Sebas en la cabeza. Fue ella quien obligó al Meca a dar la vuelta e ir a por el vigilante. ¡Qué ocurrencia! El tipo era bragado; los esperó a pie firme y siguió disparando hasta que se le acabaron las balas. Luego, echó a correr a campo traviesa, zigzagueando. Le costó tres tiros para darle de lleno. Cayó de bruces y no se movió. Sebas no hacía más que decir que lo había matado, que era una gilipollas y que no volvía a dar un golpe con ella. ¡Menos mal que Pablo le aseguró que el individuo vivía y que, de cualquier forma, Ángela no había hecho otra cosa que responderle de la misma forma! No había vuelto a saber nada de su víctima. Sebas le perdonó el pronto y llegaron a ser buenos amigos y colegas, hasta que las diñó en el atraco al banco… Pues sí, mejor se desprendería del revólver, pero no ahora, que era una chica que vivía sola en una urbanización casi vacía muchos meses al año. Quizá, cuando viviera con Servi. Por cierto, le había preguntado alguna vez si no le daba miedo por las noches. Ella había estado a punto de decirle lo del revólver, pero se contuvo. Mejor así. Es probable que esté familiarizado con las armas de fuego, como hijo de policía, pero es un alma de Dios y no quiere comprometerlo.

***

     Así pensaba Ángela. Servi habría pensado mucho menos, si no hubiese tenido sobre su cabeza la espada de Argimiro. Poco a poco, sobre el respeto que le inspiraba el comisario y el interés por su propia carrera, fue sobreponiéndose el cariño a la cajera. Habrán de saber que, entre la muerte tan traumática de su padre, los cambios de domicilio y el agobio de simultanear trabajo y estudios, puede decirse que, para el muchacho, Ángela fue su primer amor; amor apasionado, entre otras cosas, porque ella era para entonces una chica experta y sin inhibiciones en las lides de Venus, gracias a los meses vividos con Pablo, como si de recién casados se tratase. 

     Tan pronto empezaron a vivir juntos en el piso alquilado por Ángela, Manzanares empezó a apretarle con exigencias: que si tenía que registrar a fondo el apartamento; que mirase en tales o cuales sitios o muebles; que si debía sonsacarle a la chica de una forma o de otra… Servi, cada vez menos inclinado a poner fin a aquel paraíso, disfrutaba del sexo y llenaba a Ángela de cariño y atenciones, invirtiendo en ello la mayor parte de su sueldo de mecánico. Sí que, con prudencia exquisita, la preguntaba o procuraba enterarse de su vida pasada; principalmente, para conocerla mejor, mas también para tener algo medianamente interesante que ofrecer al comisario, cuando este lo interrogaba de manera cada vez más incisiva.

     Tampoco Ángela respondía con precisión y prolijidad a las curiosidades de Servi, vaya usted a saber si por advertencia de un sexto sentido. Que si había trabajado en un bar en Villaverde; que si había sido novia de un mal tipo que la había dejado tirada; que se había venido a la costa para olvidar el pasado y ganar más dinero. Eso sí, algunas veces le insinuó el sueño de marchar para Brasil, donde un tío suyo le había ofrecido trabajo, pero no el dinero de los pasajes de avión.

-          ¿Te vendrías conmigo, si tuviéramos la oportunidad?, preguntó a Servi.
-          No sé… Está muy lejos… Mi madre…
-          O sea, que me dejarías marchar sola.
-          Mujer, me lo dices tan de golpe… Lo pensaré. ¿Para cuándo tienes pensado hacer el viaje?
-          Cuando tenga ahorrado para los billetes y los primeros gastos allá. No quiero ser una carga para nadie.

     Dijo ese nadie con tal tristeza, que Servi se conmovió:

-          Cariño, sabes que acabaré marchando contigo, porque ya no puedo vivir sin ti. Solo te pido un poco de tiempo para preparar a mi madre y tener yo también algo ahorrado.
-          Tienes razón, perdona. Yo lo llevo pensando tanto tiempo, que olvido la sorpresa de los demás… No te preocupes, no va a ser puñalada de pícaro, pero tampoco quiero demorarlo ya más allá de unos pocos meses.

     Unos días más tarde, salía humo por el teléfono, mientras Servi hablaba con Manzanares desde una cabina telefónica junto a la playa. El comisario le llamó vago y desagradecido. Le dijo que estaba harto de que se pitorrease de él por culpa de un chocho caliente. Amenazó con volverse atrás de lo de la oferta de plaza de policía secreta. Finalmente:

-          Te doy una semana, ni un día más. Ya puedes poner toda la casa patas arriba, se entere la chica o no. Si no aparece el revólver, me cisco en todo, voy a por esa puta y, entre lapo y lapo, le largo que eres tú quien la ha vendido porque eres un aspirante a poli camuflado. Así que tú verás cómo te las apañas.

    Ya no había más remedio. Servi pidió tres días de permiso, a cuenta de sus vacaciones, aparentando ante Ángela que seguía yendo a trabajar.  Y así, aprovechando la larga jornada de la joven en Cheaply, se dedicó a registrar a fondo toda la casa, siguiendo las orientaciones que tantas veces le había dado el comisario. Como sucede en casi todos los relatos policiacos, tuvo finalmente éxito en sus pesquisas: Dio con el hueco disimulado de la terraza y allí apareció el revólver tan anhelado, envuelto en papel de periódico, con todas las características que Manzanares le había adelantado. Tan sólo había pasado media jornada de su licencia, por lo que Servi tenía tiempo de sobra para encontrar el dinero, supuesto que estuviera en el piso, lo que no le parecía muy probable, dado que el paquete tenía que ser bastante voluminoso y no lo había encontrado las veces anteriores que se las había agenciado para registrar la morada. Se relajó sentado en la cocina con una cerveza y tuvo una inspiración:

-          ¿Y si Ángela, o sus colegas de atraco, hubiesen escondido el botín nada más cometer el robo, o ella, cuando se disponía a marchar de Madrid? Pues, si así fuese, malamente lo iban a encontrar si no la forzaban a cantar la gallina. Claro que en alguna película se ve que, para no equivocarse, los ladrones dejan alguna señal visible, o hacen un croquis del sitio donde excavan…

     Dejó la bebida a medias y fue como un rayo al chifonier donde Ángela guardaba mayormente su ropa interior, la bisutería y los objetos más personales. En el fondo del cajón inferior, bajo los pijamas, estaba la carpeta en que la chica guardaba sus documentos: una partida de nacimiento, la libreta con las calificaciones de la E.G.B.[6], una escritura notarial del pisito de Madrid –ya tristemente perdido-, algunas fotos y cartas de sus padres y… ¡bingo!, una cuartilla algo ajada, en la que una mano hábil para el dibujo había hecho a mano alzada el plano de un lugar, con sus caminos, rocas y árboles. Como es lógico, Ángela –era su letra- se limitaba a emplear números y letras iniciales, pero seguro que la Policía lo leería como si de un texto llano se tratase. De hecho, Servi ya empezaba a percatarse. Sonrió ante la torpeza de su novia, que había empleado para señalar el botín el símbolo del dólar. Lo demás no le dijo nada, aunque sus ojos iban una y otra vez a un montículo con una cruz encima, que bien podría ser un monumento religioso, más o menos aparente. En fin, seguro que don Argimiro tenía todas las claves y lo descifraría sin vacilar.

     Con santa paciencia, Servi colocó el plano al trasluz en la ventana y lo copió minuciosamente en otra cuartilla superpuesta. Luego, reprodujo números y letras, volviendo a depositar el original en la carpeta y esta, en el cajón. El comisario estaría contento. Quien no lo estaba, desde luego, era él. Comprendía que era inevitable entregar a Ángela y acabar con aquella hermosa relación, pero algo podría hacerse para evitar que él quedase como un canalla y la chica fuese condenada a una enormidad de años de cárcel. ¡Y lo malo es que había que pensar aprisa, pues Ángela volvía hoy a las cuatro y le era imposible hacer tan bien el paripé, que no se diera cuenta de que algo gordo estaba pasando! Es más, Servi no se consideraba capaz de entretenerla hasta la llegada de la Policía y verla partir, esposada, tal vez para no encontrarla más. Había que ganar tiempo y preparar ínterin  un plan para salir lo mejor librados posible. Dio con el pretexto, embutió un mínimo equipaje en una bolsa de deporte y, cuando llegó Ángela:

-          ¡Pero Servi!, ¿ya estás de vuelta del taller?
-          Me ha llamado mi hermana al trabajo. A mi madre le ha dado un amago de infarto. Voy a coger el autocar de las cinco, a ver si llego a medianoche a Madrid.


***

     Aquella noche fue plácida. Conforme al compromiso, Servi la llamó al llegar a Madrid y, en seguida, Ángela concilió el sueño hasta sonar el despertador. Tal vez, si el levante hubiese aullado como otras veces, o si algún borracho hubiese llamado al interfón, ella habría acudido a la recóndita oquedad, en busca del revólver… para descubrir que había desaparecido. He aquí el primer y fundamental paso en la estrategia paliativa de Servi quien, esa misma tarde, en vez de coger el autobús directo a Madrid, tomó el camino de los cantiles, para sepultar en el mar el arma que podía inculpar a su novia en el asesinato del vigilante. Apresuradamente, pidiendo a Dios que la muchacha siguiera respetando su deseo de que no saliera a despedirlo, tomó el ómnibus de las seis hasta Almería. Luego, en el expreso de la noche, hasta Madrid. De modo que la presunta llamada desde la capital de España la había hecho a toda prisa desde la cantina de la estación de Baeza.

     A partir de allí, el joven fue perfilando los términos del trato que habría de hacer con el comisario. Por supuesto, no revelaría el hallazgo del revólver, que él se había encargado de hacer desaparecer. Con ello, birlaba la posibilidad de condenar a Ángela como autora de asesinato, pues Servi no dudaba de que sin el arma, no podría ser acusada de aquel crimen. Ya se estaba imaginando el enfado de don Argimiro –cada vez le costaba más anteponer el don-, pero tendría que tragar, a no ser que el mar les jugase una mala pasada durante una tempestad. A cambio, se recuperaría el dinero enterrado, como si se tratara de un hallazgo casual, y el caso se cerraría con un juicio a Ángela por el encubrimiento de Pablo y la receptación del dinero del atraco. Pero, ¿y él? ¿No sería posible que quedara libre de toda sospecha ante su novia? ¿Había alguna forma de no causarle a Ángela el dolor y la indignación de haber amado a un confidente de la Policía?

***

     El tren llegó a su hora a la estación de Atocha. Servi desayunó, dejó su mínimo avío en consigna y, a eso de las nueve y media, llamó por teléfono a Manzanares. Como es lógico, este se sorprendió:

-          ¿Qué pasa?
-          Tengo buenas noticias, don Argimiro.
-          Pero, ¿desde dónde llamas? ¿Quién hay contigo?
-          No se preocupe. Es que estoy en Atocha. Si puede recibirme, en media hora soy con usted.
-          Por supuesto. Vente inmediatamente para la Puerta del Sol.

     Los términos de la conversación entre don Argimiro y Serviliano me fueron transmitidos por este, muchos años después. Quiero decir que no pongo la mano en el fuego por su veracidad y que, si los dialogo, es como recurso estilístico. A ver cómo me sale:

-          ¡Chico, que sorpresa! Se ve que mi ultimátum ha surtido efecto.
-          Y que lo diga, don Argimiro, aunque la verdad es que llevaba ya muy adelantadas las pesquisas. No crea que olvido mis compromisos por razones sentimentales.
-          Más te vale, si quieres ser policía. Bien, vamos con ello. ¿Qué me traes?
-          ¿Quiere primero las buenas noticias o las no tan buenas?
-          ¡Al grano, Servi! ¿Qué has podido descubrir?
-          Para empezar, que no hay la menor prueba de que Ángela sea el cuarto atracador que andan buscando. El revólver no ha aparecido por ninguna parte y ella no me ha contado nada que pudiese hacer suponer una participación en los golpes de la banda.
-          ¡Qué va a decir ella! ¡Menuda lagartona está hecha! Y, en cuanto al revólver, ¿has registrado bien todo el piso? … Ya; tendremos que hacerlo nosotros de nuevo cuando demos por concluida la parte disimulada de la operación.
-          Yo creo que puede darse por terminada: La chica no es una atracadora, ni ha disparado en su vida, pero sí que se ha quedado con el dinero del atraco al banco. Tengo pruebas de ello.
-          Venga, desembucha.
-          Antes, don Argimiro, tengo una petición que hacerle. No pretenderá que quede como un cerdo y arruine mi vida sentimental.
-          Ya te veo venir. Quieres que todo aparezca como un hallazgo casual, fruto del esfuerzo de la Policía. Bueno, chaval, hasta ahí, sin problemas; allá tú si quieres seguir ligado a esa moza y esperarla hasta que salga de la cárcel… Solo que, si es así, olvídate de ingresar en el Cuerpo. No voy a recomendar a un tipo que piensa casarse –o lo que sea- con una delincuente.
-          Asumo esa consecuencia. Volveré a la mecánica y me ganaré con ella la vida. En estos meses con el concesionario de la Peugeot he conseguido una buena experiencia.
-          Bien, a lo que íbamos, ¿dónde está el dinero?; ¿qué pruebas me das para relacionar a la Angelita con el escondite?
-          Espere un momento. Tiene que prometerme que mi nombre no saldrá para nada en el atestado como colaborador de ustedes y, para mayor apariencia de veracidad, que en un principio me detendrán e interrogarán como novio de Ángela y persona que convivía con ella en su casa.
-          ¡La leche que te han dado! ¡Pues sí que vas a darme dolores de cabeza por la ayuda de mierda que me has prestado! ¡No te prometo nada! Haré lo que pueda porque salgas con bien de esta y hasta nunca.
-          En ese caso, don Argimiro, no tendré más remedio que contar mi relación con usted y exagerar las cosas para presentarme como una especie de agente provocador. Y de ahí a que el juez crea que han creado o manipulado las pruebas, no hay más que un paso.

     Manzanares hizo ademán de levantarse y agarrar a Servi por la solapa, pero se contuvo. Algo le decía que, por ahora, estaba en manos del muchacho y tampoco era cosa de darle un escarmiento al hijo de un compañero caído en acto de servicio, al que él había estado usando como cebo, a cambio de un favor de dudosa legalidad. Decidió hacer de poli bueno –en lo que tenía una larga costumbre- y calmar los ánimos:

-          Está bien. Vamos a tomar un café y luego seguimos.

     La segunda parte de la entrevista fue bastante menos ruda. Servi presentó su copia del croquis al comisario, quien sonrió e identificó al momento el lugar:

-          Esto es el Cerro de los Ángeles. Esos tipos no vivían lejos y seguro que conocían los andurriales. Hasta creo recordar que los armadas tuvieron una intervención con ellos, a raíz de que les soltasen unas palabras groseras a unas peregrinas al Santuario. Pero, ¿de dónde lo has sacado?
-          De los papeles de Ángela. Ella guarda el original entre sus documentos personales y estoy seguro de que el dibujo y la letra son de su mano.
-          ¡Bien! Vamos a tener que actuar con rapidez, no sea que la pájara recele y lo destruya.

     Manzanares descolgó el teléfono y, al punto, se presentó Cirujeda. Le tendió la cuartilla y dijo:

-          Toma, haz un par de copias. Localiza el paraje del Cerro de los Ángeles que aquí está señalado y monta inmediatamente una vigilancia discreta. Luego te cuento.

     Ciru salió y el comisario tranquilizó a Servi:

-          No haremos nada más, hasta que registremos la casa del Cabo de Gata y encontremos por casualidad el plano original confeccionado por tu novia. Es una prueba esencial que conviene practiquemos en su presencia y con todas las formalidades.  
-          Entonces, ¿cuándo van a destapar la olla?
-          En un par de días y ya sin avisarte. Vuelve inmediatamente con tu cariñito y controla que no se deshaga del plano del tesoro.

     Servi remoloneaba para marcharse. Manzanares lo empujó hacia la puerta y lo despidió con estas palabras:

-          Me has decepcionado pero, no obstante, te sacaré del atolladero lo mejor posible. Yo protejo a los míos pase lo que pase.

     Salió el chico y el comisario quedó a solas con sus pensamientos. No eran lo que se dice muy alegres. La chica se iría de rositas, con una o dos condenas menores, y el Grupo iba a quedarse sin la recompensa de La Acorazada. A otro le habría importado más esto que aquello. A don Argimiro le encocoraba especialmente no dar su merecido a Ángela, indudablemente, la atracadora del bigote postizo y la asesina del vigilante. Estaba seguro de ello: su corazón pocas veces se equivocaba. En esto, entró Cirujeda:

-          Jefe, ya está en marcha el dispositivo… ¿Qué, buenas noticias, no?
-          No mucho, pero todo se andará, Ciru, todo se andará.


 4.   Justicia cumplida


     Seis meses después, el juicio contra Ángela estaba en marcha. La muchacha había estado en prisión preventiva durante todo ese tiempo. Por su parte, Servi había pasado en la cárcel unos días, hasta que el juez de Instrucción lo había liberado sin cargos, dado que amar a una criminal no suele considerarse delito. Por cierto que, en el testimonio sumarial, había apoyado cuanto estaba en su mano la inocencia de su novia, en lo que respecta a las muertes de los atracos. Con todo, lo más favorable para la chica era que el revólver no hubiese aparecido. El mar seguía guardando el secreto.

     Servi había intentado visitar a Ángela en Yeserías[7], pero había sido inútil: dada la sospechosa relación entre ellos –además, no formalizada como matrimonio-, se le prohibió la comunicación, incluso por escrito. Finalmente, a través del abogado defensor, le hizo llegar una carta, con las mayores protestas de amor y de esperarla. Ella le había contestado en análoga forma y sentido, pidiéndole que colaborase con su letrado si este consideraba oportuno proponerlo como testigo en el juicio. De todo eso, infirió el joven que su amada no sospechaba de él, a raíz de la intervención policial.

     La cosa empezó a torcerse cuando el Fiscal y el acusador pagado por La Acorazada, presentaron calificación contra Ángela como autora de tres robos (dos de ellos, con homicidio), pidiendo un total cuarenta años de reclusión; y eso, gracias a ser menor de dieciocho años. Claro que, por aplicación de la regla de cumplimiento máximo, el defensor les había asegurado que la condena en ningún caso supondría más de treinta años en la trena. Es de suponer que ello no les aminoraría mucho el disgusto.

     Ante petición tan tremenda, Servi pidió audiencia a don Argimiro, que este no concedió. No dándose por vencido, lo abordó sin previo aviso en la Puerta del Sol e intercedió por Ángela, con una mezcla de súplica y de indignación. El comisario, tolerante, le dijo:

-          Ya sabes lo que son las peticiones de pena de las acusaciones: solicitar mucho, para conseguir lo que realmente esperan. De todas formas, ni yo puedo hacer nada, ni sé lo sólidas que serán las pruebas y los argumentos del Fiscal y compañía. Harías bien en calmarte y, llegado el caso, dejar a la chica a su suerte.
-          ¡De ningún modo! Estoy dispuesto a declarar a favor de Ángela y contar todo el montaje que usted urdió, con la inestimable ayuda de este imbécil que le habla.
-          Mira, chaval, tú verás lo que haces pero, a fin de cuentas, lo único que nos ofreciste fue el croquis del escondrijo del dinero, que lo mismo lo habríamos encontrado nosotros en la casa de Cabo de Gata. Y malamente podrías aducir que preparamos esa prueba, cuando los peritos han confirmado que los números y las letras son de la acusada. Así que no lograrás nada, sino descubrir el pastel a tu amiga y quedar como un guarro en público. ¡Ah!, y como nos calumnies, voy a ir a por ti como ni te figuras.

     Servi recogió velas, comprendiendo la fuerza y veracidad de las palabras de Manzanares:

-          Entonces, ¿no podría hacer algo para que suavicen la acusación? Me dice el abogado que podría pedirse la pena inferior en dos grados y hasta sustituir la cárcel por el reformatorio.
-          Se hará lo que procede: contar las cosas como fueron y no exagerar el alcance de las pruebas que hay contra ella. Reza para que los magistrados que la juzguen sean de esos que les entra tembleque cuando tienen que enchironar un montón de años a jóvenes. Tal vez la ayude el ser mujer y muy mona. En fin, su abogado sabrá. Suerte y saluda a tu madre en mi nombre.

***

     El primer mazazo lo dio la declaración del policía que había dirigido el registro de la casa de Ángela en San José de Níjar. Leamos las actas del juicio oral:

-          … Así que no encontraron ningún arma en el piso.
-          No, señor Fiscal, y bien que lo esperábamos cuando descubrimos el agujero.
-          ¿El agujero, dice? ¿A qué se refiere?
-          A un orificio cuadrado en la pared de la terraza, con las medidas apropiadas para esconder un arma corta.
-          ¿No podía tratarse de un fallo de construcción?
-          No, señor. Estaba bien escuadrado y tapado con ladrillos, de forma que apenas se apreciaba la junta.
-          ¿Cree usted que se había preparado recientemente? –Observe el tribunal que la acusada llevaba alojada seis meses en el piso, cuando se produjo la entrada y registro-.
-          No podría decirle, no soy experto… Más bien parecía hecho bastante tiempo antes.
-          Y no encontraron nada dentro…
-          En efecto, nada.

     Parecía una cuestión baladí, pero Ángela dio un respingo en el banquillo. Se conoce que no había estado presente –o atenta- en aquella parte del registro de su casa. ¡Y ella que había estado rezando para que la Policía no reparara en aquel escondrijo!

***

     Pero, para los cronistas de Tribunales, el momento culminante de aquel juicio fue cuando, como último testigo de los acusadores, apareció Matías R.S., el enfermero del hospital de Vallecas, a quien conocimos en el capítulo 2. Tuvimos en eso mucha más suerte que el abogado defensor de Ángela pues, por alguna oscura razón, su nombre no apareció hasta figurar en la calificación del fiscal, precisamente como el último de sus testigos.

     Su declaración fue apabullante en cuanto a seguridad y precisión en los detalles, cosa comprensible si recordamos la de veces que hubo de relatar lo sucedido a Manzanares y Cirujeda. Menos razonable es que recordase de nuevas en el juicio un par de datos, de lo más importantes para el éxito de la acusación. El primero era recogido en la crónica de La Información de aquel día:

     Con verdadera emoción y temblor de voz, el A.T.S. expuso a la Sala cómo la acusada le había puesto el arma entre los ojos, diciéndole: Como no hagas todo lo posible por salvar a mi novio, te pego un tiro. Y no bromeo. No sería la primera vez que mato a alguien.

     No juzgo preciso recalcar a mis perspicaces lectores dónde estaba el notable añadido a sus versiones anteriores, ni la gravedad de haber reconocido Ángela que ya tenía otras muertes a sus espaldas.

     La segunda adición no era, de por sí, tan relevante. Leemos en el acta del juicio –feliz y excepcionalmente auxiliada de taquigrafía-:

-          En resumen: No tiene usted ninguna duda de que se trataba de un revólver.
-          No señor.
-          Y también recuerda perfectamente las características que acaba de indicarnos.
-          Sí señor.
-          Y que en los alvéolos que quedaban a la vista estaban alojadas otras tantas balas.
-          Así es.
-          ¿Algún detalle más que quiera exponer a la Sala?
-          … Pues, por si fuese de interés, que se trataba de un revolver de la marca Llama.

     Si siguiésemos el interrogatorio escrito, constataríamos las reiteradas preguntas del defensor, tratando de evidenciar que era imposible, en un dormitorio en penumbra y con la conturbación de estar a merced de una delincuente armada, leer las letras de una plaquita plateada en la culata, o el grabado inciso en el pavonado del arma. ¿A qué tanto interés por la marca del revólver? La respuesta nos la da la declaración del vigilante jurado retenido por el atracador del bigote en el primer robo violento que se juzgaba, mientras sus compinches desvalijaban la cementera junto a Pinto. El interrogatorio se desarrollaba así:

-          Así que el atracador, o atracadora, que lo tenía encañonado lo hacía con un revólver… ¿Puede decirle al tribunal de qué clase?
-          Un Llama, calibre 38.
-          ¿Está usted completamente seguro?
-          Desde luego. Estábamos a plena luz del día y a cosa de un metro de distancia.
-          ¿Y puede describirnos esa arma con detalle?
-          Por supuesto. Precisamente tengo yo una igual…


     Naturalmente, había más elementos de cargo. La complexión y edad de Ángela eran similares a las descritas para el chico del bigote, menudo, de baja estatura y muy joven. En la casa de Santa Eugenia –abandonada a toda prisa por Ángela, al morir Pablo- habían aparecido algunas prendas reconocidas por los testigos como las mismas o muy similares a las que portaba el del bigotito en los atracos. Finalmente, el hecho de que aquel muchacho se hubiese evaporado cual un fantasma durante más de un año tenía también un cierto poder de convicción.

     En fin, los acusadores eran expertos y el defensor poco más podía hacer que invocar la juventud de Ángela, su posible temor y dependencia afectiva hacia Pablo –algo que, con buen fundamento, consideró el fiscal un reconocimiento implícito de su colaboración material y directa con él- y aportar algunos testigos del tipo esta buena chica es incapaz de una cosa así. Uno de esos testigos fue Servi, cuyo lavado de mala conciencia fue seguido por Ángela con tal indiferencia, que ni siquiera se dignó dirigirle una mirada.

     La sentencia declaró a Ángela culpable de todos los cargos, con la atenuante de menor edad, y la agravante de alevosía en la muerte del vigilante de la carretera de Arganda. No se atrevió el tribunal a aseverar que hubiese sido la chica quien efectivamente empuñara el revólver en aquella ocasión pero ¡qué más daba! Era coautora y, por tanto, tan responsable ante la ley como sus tres compañeros varones, ya fallecidos. En resumen, treinta y cinco años de reclusión, reducibles a treinta por imperativo del máximo legal de cumplimiento. Su abogado recurrió en casación al Tribunal Supremo, que no tuvo que pronunciarse, por el motivo que inmediatamente se dirá.

***

     A los tres meses de conocerse la sentencia de la Audiencia de Madrid, Ángela se suicidaba ingiriendo una buena cantidad de matarratas arsenical, sustraído en la cocina de la Prisión. Todos afirman que no pudo soportar la idea de pasarse media vida privada de libertad. No lo dudo, pero eso no es todo. Si me he decidido a escribir este relato es porque creo saber algo al respecto, que nadie hasta ahora ha querido divulgar. La fuente, otra reclusa, con la que nuestra protagonista hizo buenas migas en la cárcel y a quien reveló lo que sigue. Es su amiga quien habla y yo el que contesta:

-          Siempre que hablaba de él, lo tachaba de traidor y de canalla. Yo le decía: chica, a saber quien quitó el revólver de donde lo tenías. Y ella: pues él, ¿quién, si no? Y yo: lo haría por tu bien, para que no lo encontraran los policías. Y ella: pues lo mismo que hizo desaparecer el arma, pudo haber roto aquel maldito papel y avisarme de que la Policía andaba tras de mí. Vamos que, verdadero o falso, Ángela lo tenía por confidente y que la había estado engañando con lo del amor, el viaje a Brasil y todo eso.
-          ¡Quién sabe! Puede que estuviese enamorado de ella y puede que no. Yo no lo conocí aunque, después de esto que me has contado, voy a hacer por descubrir toda su verdad.
-          ¿Cree usted que merece la pena? Ya ve, de la primer parte de su vida hicieron una película bien bonita, de mucha acción y mucho cariño. ¿Por qué no los deja en paz? ¿Quién se va a molestar en leer un rollo de policías, confidentes y juicios?
-          Bueno, el trabajo será mío y tiempo es lo que me sobra. Además, una realidad como esta a veces es más fantástica que los frutos de la imaginación. ¿A que no sabes en que es seguro que Servi no mintió a Ángela?
-          Ni idea.
-          Pues en lo de viajar a Brasil; claro que sin ella. Al año de suicidarse la chica, dejó él la Peugeot y se largó para allá. No sé si a São Paulo precisamente, pero por tierras brasileras sigue, que se sepa.
-          Sí, claro, ¿dónde iba a estar mejor? Tostándose al sol y bailando samba con las mulatas, mientras Ángela se pudre bajo tierra.

***

     Una cosa más. El Consejo de Administración de La Acorazada decidió entregar el millón de pesetas de la recompensa al comisario Manzanares y su Grupo, considerando que su trabajo daba cima a la investigación, pues el asesino que buscaban tenía que ser uno de los fallecidos o –lo que era más probable- la chica condenada. Naturalmente, ignoro cómo se repartirían la prima, ni si Cirujeda quedaría finalmente contento. Me han dicho que el comisario cedió su parte a la madre de Serviliano, pero yo creo que es demasiado hermoso para ser verdad.









[1] Película española dirigida por Carlos Saura, rodada en 1980 y estrenada al año siguiente. Fue un éxito de crítica y público: obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín (1981) y se dice que recaudó cuatro veces y media lo que había costado.
[2]  Según los títulos de crédito, fueron Carlos Saura y Blanca Astiasu.
[3]  Forma coloquial de llamar a los billetes de mil pesetas y, por extensión, a la porción de droga (generalmente, heroína) que con ella podía comprarse.
[4]  Acróstico de Ayudante Técnico Sanitario, denominación dada usualmente a la sazón a los titulados de Enfermería, aunque en 1977 ya empezaron los estudios de Diplomado Universitario en Enfermería (D.U.E.).
[5]   Apelativo un tanto despectivo que se daba a los policías armadas de la época, por su uniforme de color marrón.
[6]  Acróstico de Educación General Básica que, conforme a la Ley General de Educación de 1970, se cursaba en ocho años, para terminarla de ordinario a los catorce de edad.
[7]  Prisión de mujeres de Madrid, entre 1967 y 1991.

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