sábado, 6 de diciembre de 2014

PSICOPATOLOGÍA DE LA VIDA AMOROSA (y X): LA CURACIÓN POR EL OLVIDO


Psicopatología de la vida amorosa (X)

La curación por el olvido

Por Federico Bello Landrove

 

     ¿Por qué se afirma que cualquier tiempo pasado fue mejor? Los psicólogos nos dirán: a causa del olvido de sus peores momentos. Este género de amnesia benéfica se produce de modo postraumático, también tras trágicos episodios amorosos. En este relato expondré un caso límite, conocido y tratado por el doctor del A., y referiré las consecuencias sorprendentes de la intervención en él de tan reputado psiquiatra.

 
 

1.      Olvido y retorno


     Yo los conocí. Ella era la excelente cocinera del restaurante La Viña, que tanta hambre me quitó en mis bohemios años de la Universidad, cuando se me agotaba la mesada que mis padres enviaban desde La Puebla. Él, de manera frecuente, la acompañaba al mercado, cuando Felisa lo recorría a primera hora de la mañana para encargar el mejor género, que más tarde guisaría en los fogones de su cocina y acabaría en los vientres de los numerosos clientes del establecimiento. Entrada ya la noche, su figura, delgada y cargada de hombros, se perfilaba en el portal contiguo o paseaba arriba y abajo por la acera de enfrente, esperando el final de la agotadora jornada de su amada, para llevarla hasta casa, en el arrabal del Puente. Dicen que se llamaba Julián y era tenido por su eterno novio. ¿A qué se dedicaba? Solo sé que, vestido con traje azul marino o gris marengo, recorría mañana y tarde, infatigablemente, el  centro urbano. Cuentan que era ordenanza de una sucursal de seguros y que su mayor afición, fuera de rondar a Felisa, era la de ir de pesca a San Miguel del Pino los fines de semana del buen tiempo. Muestra de amor o, al menos, de paciencia, era que ella lo acompañara los pocos días de fiesta que libraba en la cocina. Los más cercanos a la pareja aseveraban que habían ennoviado casi de niños, a poco de acabar nuestra Guerra, y que ya se hablaban formalmente antes de que a él lo sortearan a Alcazarquivir. Dos años más tarde, regresó de la mili, mas los planes de boda nunca se cumplieron. Ahora, veinte años después, la cosa seguía igual, ni atrás, ni adelante. ¿Por qué? Felisa perdía la compostura por un momento, las pocas veces que alguien se había atrevido a preguntárselo. ¿No tiene cosa mejor que hacer que hurgar en las vidas ajenas?, espetaba al atrevido. Poco a poco, aquella relación, eterna e inmutable, se había hecho un sitio entre la zarza ardiente y la obras de la Catedral. A fin de cuentas, uno agradece que haya algo permanente en la vida y acaba por no preguntarse sobre su causa ni su sentido.

     ¿Eterna e Inmutable?  Solo hasta cierto punto. Con la periodicidad segura y fluctuante de las estaciones, Juli desaparecía de la vida de Felisa, para retornar un tiempo después, más asiduo, mejor vestido, con su ramillete de flores propias de la época. La cocinera parecía tomar aquellos eclipses julianos con indiferencia, pero la procesión iba por dentro. Si Felisa tenía alguna mala palabra con alguien, un error en la compra, un exceso de cocción de las viandas, era en esos momentos, sin duda, malos para ella. Era entonces cuando, camino de la farra nocturna y en pago de sus bondades, aterrizaba yo por La Viña sobre las once y me acomodaba en la barra, con mis cacahuetes y la copa de cigales, hasta que la cocinera asomaba por el pasillo del fondo.

-          Anda, Felisa, que hoy te acompaño hasta tu casa.

-          ¿No tiene nada que estudiar esta noche el señorito?

-          Claro, algo de anatomía repasaré, pero después de dejarte en el portal, que hay mucho sátiro por ahí suelto.

     Y así, hasta que su novio reaparecía.

***

     Se había puesto de moda una canción dialogada sobre una pareja: La dubitativa dilación del novio iba a dejarla a ella solo pa’ vestir santos del altar. Algún gracioso anónimo había dedicado el disco, para Felisa, del restaurante La Viña, deseando que no le pase lo mismo. Fue durante una fase de eclipse total de Julio que, al parecer, estaba durando más de lo habitual. Al llegar a la plaza de San Nicolás, la cocinera rompió a llorar incontenible y súbitamente. En seguida comprendí de dónde le soplaba el aire y, como Dios me dio a entender, desdramaticé la situación: Esos gilipollas no son capaces de comprender un amor sin matrimonio –improvisé-. Seguro que Juli vuelve: ¿Adónde va a ir que más valga? Acompañé las palabras de una estratégica entrega de pañuelo, posesión y gesto que me ha sacado en forma elegante de algunos malos momentos. Felisa enjugó sus lágrimas, sonóse levemente y me hizo la confidencia de todos ignorada: el motivo de las periódicas desapariciones de su novio,  de su angustia vital.

-          Cuando Juli marchó a la mili, nos prometimos fidelidad y todo eso. Incluso, hicimos planes de boda para su vuelta. Yo entonces trabajaba para los Lausín, una familia de abogados de la calle Santiago. No era cocinera, sino niñera. Todas las tardes salía al Campo con los niños y allí… En fin, yo era joven y no mal parecida. Dicen que, con el uniforme negro y blanco que me hacían llevar, llamaba la atención. El caso es que empezó a rondarme y dar palique un cabo de la Academia. Ya sabes lo que es eso, con el novio fuera por dos años y una carta a la semana, como mucho. El caso es que, ante la insistencia, quedé con él algunos domingos por la tarde, al cine o a pasear. Un día nos vieron los padres de Juli, cuando mi acompañante me llevaba echado el brazo por el cuello. Les faltó tiempo para contárselo a su hijo, sabe Dios con qué detalles o exageraciones. El caso es que dejó de escribirme, como si se lo hubiese tragado la tierra. Cuando volvió de Marruecos, no me avisó siquiera. La primera vez que nos vimos, fue por casualidad y él ni me miró, como si fuese una extraña. Y así, durante unas semanas. De pronto, volvió a rondarme y hacerme la corte, como si fuese la primera vez. Yo no sabía si se había arrepentido o qué. Parecía estar de broma a veces: ¡Con decirte que me preguntó cómo me llamaba y tuve que contarle mi vida de cabo a rabo! Estuve a punto de mandarle a freír espárragos, pero lo quería y me sentía culpable de lo sucedido. Al menos, eso es lo que me aseguraron sus padres: que todo era por culpa mía, por ser una sinvergüenza, que no le guardó la ausencia.

-          Bah, pasión de padres. ¿Y cómo acabó todo?

-          ¿Acabar? ¿No ves que seguimos igual? A cada cierto tiempo, deja de verme y de tratarme, como si yo no existiera. Luego, empieza otra vez a buscarme y a pretenderme. Yo le dejo hacer y volvemos a ser novios, con los altibajos propios del caso. Empezamos a hacer planes de casorio pero él, como si se le cruzaran los cables o alguien lo malmetiese, torna a volverse suspicaz, a encelarse de mí, a echarme en cara naderías. Yo, ya escarmentada, no le doy importancia y me muestro aún más cariñosa, pero es en vano. Juli se exaspera, se deprime, duda…, se vuelve otro. Un buen día, no aparece, sin avisar, y vuelta a empezar.

-          Extrañísimo. No sé cómo lo aguantas.

-          Pues por lo que te he dicho, por cariño y porque sigo sin tener la conciencia tranquila, incluso después de tantos años. Y ahora porque, ¿qué voy a hacer después de todo lo pasado? Ya no puedo cambiar. Tengo mi vida hecha junto a él y siempre me queda la esperanza de que un día decida seguir hasta el final.

-          ¡Qué buenos, o qué tontos, sois a veces los mayores! A mí podía venirme una chavala con esas historias.

-          Tienes razón, Fede, serán cosas de la edad…, o de que todavía no has querido de verdad a otra persona.

 

2.  Diagnóstico y tratamiento
     



     El tema me impactó de tal manera, que lo saqué a colación el domingo siguiente, durante la comida a la que me invitaron en casa del doctor del A. Para mi sorpresa, don Isaías se interesó vivamente y me asaetó a preguntas, que yo apenas pude responder. Viendo seco el hontanar, me sugirió:

-          ¿Por qué no haces por traerla a la consulta? Desde luego, no le cobraré nada y quién sabe si pueda remediar en algo su problema.

-          ¿Cree usted que se trata de una enfermedad mental?

-          Pienso que no hay para tanto. De todos modos, necesitaría conocer el caso mucho más a fondo. A ver si puedes ayudarme en ello.

     No me fue fácil convencer a Felisa de que aceptase la invitación del Doctor. Al fin, ponderando al extremo su habilidad y experiencia en la resolución de casos difíciles, logré su aquiescencia. Tengo ante mí la prueba de ello: este voluminoso archivador, que del A. rotuló Desmemorias de un soldado de Marruecos.

     Salvo que sean ustedes profesionales de la Psicología o la Psquiatría, no encuentro motivo ninguno de seguir con detalle el hilo de Ariadna, que llevó al Doctor, de la mano de Felisa, a encontrar el síndrome de amnesia postraumática más extremo y original que me ha sido dado estudiar, en el tratamiento de los problemas afectivos. Un juicio tan hiperbólico promete una historia excepcional; solo que yo, narrador mediocre, ya me he encargado de destriparlo, revelando sus claves en el capítulo precedente. De suerte que voy a limitarme a completar el relato con las consideraciones clínicas del galeno, que bien podrían resumirse en la famosa frase, quienes olvidan la historia están condenados a repetirla. Pero cedamos al Doctor el uso de la palabra escrita:

     Aunque sería precisa la anamnesis del paciente y de sus padres, parece claro que estos ofrecieron a aquel una versión tan sorprendente y excesiva del desliz de Felisa R., que el novio vio derrumbarse sus expectativas vitales, hallándose en tierra extraña y sometido a una fuerte tensión por el rigor disciplinario y las deficientes condiciones de alimentación y alojamiento. Ello le provocó una amnesia selectiva, que afectó únicamente a su memoria amorosa.

     Hasta aquí, nada que no pudiéramos sospechar por cuanto antecede. Pero, con su perspicacia natural, agudizada en el ejercicio profesional, del A. añade:

     Mención especial merece el hecho de que, aún desmemoriado, el paciente fije una y otra vez su atención en la misma mujer de la que estuvo enamorado en un principio. Tal circunstancia es digna de ulterior estudio, que permita comprobar alguna de las     probables hipótesis: 1ª. Que la amnesia de la relación anterior no sea completa. 2ª. Que existan otras personas o circunstancias ambientales que le lleven a fijarse en Felisa. 3ª. Que esta mujer sea la de su vida, hasta el punto de que, al mantener intactas sus cualidades de elección personal, la seleccione repetidamente como la única interesante para él. 4ª. A la inversa, que el paciente haya generado un trastorno sado-masoquista, el cual le lleve a perjudicar a sí mismo y a Felisa con el incesante retorno a una situación estresante y sin salida para ambos.

     Pero donde la capacidad analítica de don Isaías llega a su colmo es en las reflexiones acerca del eterno retorno, es decir, de las sucesivas rupturas y reanudaciones del noviazgo entre Felisa y Juli. Helas aquí:

     Un sexto sentido, que bien podemos calificar de subconsciente, lleva a Julio a romper la relación cuando esta parece hacerse irreversible y se encamina hacia el matrimonio. ¿Por qué? Seguramente, porque ha quedado grabada en la memoria que, en su opinión, Julia no es de fiar, hasta el extremo de poder compartir con ella la vida. Su presunta infidelidad con el cabo de Caballería ha resistido a la amnesia, por más que el paciente no sea consciente de ella.

     Finalmente, el Doctor pone a prueba su humildad médica, con el resultado que a continuación se expresa (¡cuántas veces le oí aquello de que la Medicina no es una Ciencia exacta y la Psiquiatría, menos aún!).

     La duración media del apartamiento de Julio respecto de Felisa (unos dos meses, según esta me indica) tiene escasas oscilaciones cronológicas (más/menos quince días). A falta de otra explicación más plausible, me inclino a pensar que la duración es tanto mayor, cuanto más haya progresado la relación hacia su consumación. Con todo, no se trata sino de una hipótesis conjetural, difícilmente comprobable, al carecer del oportuno aparato estadístico matemático.

     Lo dicho, la modestia de un gran médico.

***

     El diagnóstico, pues, estaba claro para el Doctor. No me digan cómo se le ocurrió el tratamiento, pero algunas novelas debió de leer por aquellas fechas ya que la clave fue… la llevanza de un diario. Imaginemos la forma de sugerirlo:

-          Felisa, creo poner a su novio en la senda de la curación, siempre que podamos imaginar un medio para que no olvide, a cada ruptura, el tiempo anterior pasado junto a usted.

-          ¡Toma!, eso ya lo he intentado yo, pero no hay cáscaras. En cuanto trato de hacerle recordar, me sale con que le estoy gastando una broma pesada, que deliro o cosas por el estilo. No hace caso a nadie que le lleve la contraria en eso. ¿Cómo demonios me quieres hacer creer que olvido algo tan importante, cuando llevo mi trabajo al dedillo?, replica.

-          Claro, mujer. Si hay algo difícil en las cosas de la mente es tratar de solucionarlas desde fuera. El enfermo tiene que encontrar el camino con nuestra ayuda discreta y convencerse por sí mismo. Es Juli quien tiene que constatar de propia mano que lleva toda una vida dando vueltas, para acabar llegando una y otra vez al mismo sitio.

-          ¿Y luego, qué pasará?

-          Pues, seguramente, que descubrirá el daño que ha venido haciéndole a usted y a sí mismo y, aunque con amnesia de sus relaciones anteriores a la mili, comprenderá que la felicidad está a su lado.

-          ¿No se acordará entonces de lo mío con el cabo? Es lo poco bueno de esta triste situación.

-          Por supuesto que no. Aunque hubiese alguien tan estúpido o perverso que se lo hiciese saber, él no le daría crédito, por lo mismo que no se lo da a usted respecto de todo lo demás.

-          ¡Qué bien, doctor! ¿Y ya ha pensado usted cómo entrarle a mi Juli, para que no escape y vuelva a cada poco, como la luna llena?

-          Algo se me ha ocurrido, sí. Su Julio, ¿tiene costumbre de escribir?

-          ¡Huy, sí señor! Es muy escribidor, sobre todo, por su trabajo.

-          Estupendo. En la próxima fiesta de Reyes, o cuandoquiera que estén ustedes a buenas, regálele un diario y anímele a que lo vaya cubriendo cotidianamente con todas sus pequeñas cosas. Eso sí, de su puño y letra.

-          ¡Uf! ¿Y a ton de qué le hago semejante obsequio y le pido que lo use? No se me ocurre… A ver si va a recelar.

-          Mujer, eso es entre ustedes. ¡Qué sé yo! Dígale, por ejemplo, que querría tener un recuerdo de los maravillosos momentos pasados juntos y que, como él escribe tan bien y usted es poco letrada…

-          ¡Oiga, oiga!, que una puede pasarse la vida entre pucheros y haber leído mucho.

-          Es un pretexto, Felisa. No he querido ofenderla.

-          No, si le agradezco su interés. Y, de todas formas, insisto en pagarle la consulta.

     El Doctor enrojeció y le pidió cincuenta simbólicas pesetas.

     La vez siguiente que la vi, todavía le duraba el rebote:

-          Es todo un caballero pero no quise darle ningún motivo para hacerme de menos –me dijo-.

-          Te entiendo, Felisa, aunque no hay por qué. Anda, vamos a Cervantes. Te ayudaré con la elección del diario.

 

 
3.  Donde halla remate esta rematada historia
 


     La secuencia temporal de esta historia termina para mí cuando, tras el enésimo eclipse juliano, Felisa le hizo obsequio del diario:

-          Le ha parecido una pampirolada –me contó- pero, por mí, ha prometido que lo escribirá y me lo regalará cuando nos casemos. Figúrate, qué lejos me lo fía.

-          No tendrás que esperar tanto. A la primera que desaparezca y vuelva a aparecer, le dices, como quien no quiere la cosa, que tome y lea su diario; y, por si queda patidifuso y requiere explicación, que lo haga estando tú delante.

     El resto es para mí doloroso de contar. De hecho, me ha costado un fuerte disgusto con mi amigo Alberto, el hijo del Doctor, así como su tajante prohibición de que siga usando para mis relatos los casos de su padre. Todavía no pierdo la esperanza de aplacarlo y hacerle volver de su resolución. Con todo, el respeto que debo a la verdad y a ustedes, me obliga a exponer el desenlace del caso de las Desmemorias, tal y como figura, no ya en los archivos del doctor del A., sino en el recuerdo de los hijos de los antiguos dueños del restaurante La Viña, de cuya memoria y fuentes me fío plenamente.

-          La buena de Felisa estuvo sobre ascuas todo el tiempo que medió entre la redacción del diario y la siguiente reaparición de su novio. Tan pronto esta se produjo, le pidió que leyeran juntos lo escrito. Parece ser que Juli ni siquiera recordaba la existencia del documento pero al fin lo encontraron y no pudo menos que reconocer su autoría, pues la letra no dejaba lugar a dudas. Para mayor ambientación, creemos que la pareja fue a leerlo en el banco del Campo en que habían estado sentados la última tarde, antes de la partida del chico para Marruecos.

-          ¡Qué detallista, Felisa!

-          Como casi siempre. El hecho es que él se quedó de piedra pues no entendía cómo podía hablarse allí de Felisa y de él, meses antes de su actual encuentro. Así que ella le explicó de pe a pa cuanto había sucedido entre ellos desde niños, omitiendo naturalmente el esencial episodio del cabo de la Academia. Tenía al principio todas las esperanzas de que el tal Juli le haría caso y rectificaría, pero él pareció muy decaído después de la explicación. Figúrate, comprender que habían estado veinte años jugando al escondite, en vez de ser felices juntos. Parece que decía: Yo, por lo menos, estaba en Babia, pero tú… ¡cuánto habrás sufrido todos estos años! Nuestros padres contaban que Felisa estaba muy preocupada en los días siguientes, pues el novio no remontaba. ¡Si tan siquiera sirve para que no vuelva a marcharse!, suspiraba.

-          ¿Y sirvió?

-          Quia. Al cumplirse, más o menos, el plazo habitual, Juli no pudo más y escapó, solo que esta vez sin preludios ni avisos, como si sufriese un impulso incontenible, que no fuera capaz de resistir. ¡Ay, señora, que me da a mí que ahora se ha ido, no por enfado, sino de tristeza! Así dijo Felisa a mi madre. Bueno, mujer, a ver cómo vuelve, le respondió esta.

-          La esperanza es lo último que se pierde. En fin, ¿cómo volvió?

-          ¿Volver? ¿Pero no sabe que no regresó? Fue como si lo hubiera tragado la tierra, no como antes que, simplemente, no se acercaba de Felisa pero seguía haciendo el resto de su vida normalmente. Y así pasaron dos meses. Mi padre presentó denuncia en la Policía y, por ser vos quien sois, el comisario puso en marcha las pesquisas, aunque no era de la familia, ni había en principio sospechas de nada trágico. A los pocos días, llamaron a mi padre a la Jefatura Superior. No hay de qué preocuparse –le dijeron-: Está en una aldea de Orense, donde ha alquilado una casita con terreno que cultivar. No hubo forma de sacarles más, pues Juli estaba en su derecho de dejar colgada a Felisa y largarse a donde mejor le pareciese, siempre que no fuera un vago ni hiciera mal a nadie. Padre tranquilizó como buenamente pudo a Felisa y creímos que todo había acabado, mal que bien. Pero todavía faltaba lo peor.

-          ¿Y?

-          ¿Cómo? ¿No le ha informado su amigo, el hijo del psiquiatra? Pues buena la pudieron tener Felisa y él. Ya, por su cara intuimos que no está al corriente. Sepa usted que, al cabo de una semanas más, el tal Juli apareció ahorcado de una viga en la cuadra de su casa. Había dejado una carta explicativa. No culpen a nadie de mi muerte. Solo yo soy responsable de haber destrozado la vida a la única mujer que he querido en este mundo. He tratado de compensarla o de vivir con esta carga. Ninguna de ambas cosas me ha sido posible y la vida se me ha vuelto insoportable. Que Dios tenga piedad de mi alma. Julián del Valle.- Posdata: Señor Juez, no divulgue esta carta para que la causa y forma de mi muerte no hagan sufrir aún más a quienes quiero. Entiérrenme aquí mismo; hay dinero en el bote de harina de la cocina, suficiente para ello.

-          Deduzco por lo preciso de su recuerdo que, finalmente, no se respetó la voluntad del difunto y el contenido de la carta fue conocido de muchos.

-          Fueron los padres del difunto, que no perdieron la oportunidad de dejar en mal lugar a Felisa ante todos y echarle la culpa de lo sucedido. ¡Pobre mujer, no sé cómo pudo sufrir todo aquello, ni aún marchando a Madrid, para escapar de la vergüenza! Nuestros padres le buscaron trabajo en un pequeño hotel de la calle del Carmen.

-          Ciertamente es un final tremendo. Pero ¿están seguros de que el doctor del A. estuvo informado de él?

-          Por supuesto. A duras penas lograron que Felisa no se lo echase a la cara, como era su intención. Mi padre le aconsejó que se limitara a mandarle un resumen del suceso, que la ayudó a redactar. De su cosecha, añadió lo siguiente: Le mando este informe por si le sirve para tratar mejor ulteriores casos similares.

 
 



 

    

 

 

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