martes, 30 de julio de 2013

LA DAMA BLANCA


 

La dama blanca

 

Por Federico Bello Landrove

 

     El mito de la Dama Blanca tiene múltiples variantes entre los creyentes y los lectores de los más variados países y culturas. Yo no tenía ninguna propia, hasta que un tío abuelo mío me contó el relato del que ahora les hago partícipes. Ni quito ni pongo rey, pero añado su miajita de fantasía y erudición, por aquello de escribir con algún fundamento mi nombre al pie del título.

 

 
 

1.  La dama se aparece

 

     A mis doce años, me resultaba difícil de entender por qué había elegido la Dama a mi tío Valentín para aparecérsele. Después de todo, no era algo frecuente. Y, desde luego, yo no había tenido su suerte, y eso que por las noches dejaba abiertas las contraventanas y oteaba las leves ondulaciones de los visillos, tan sugerentes al proyectar sus sombras en el papel pintado, al ritmo ominoso y enervante del viejo reloj de péndulo.

 

     En cambio, tío Valentín, solterón y generoso padrino de una caterva de chiquillos de dos generaciones, había tenido el santo de cara. Claro que estaba bien preparado para recibir la visita del más allá. Cuarentón, frío y sinceramente religioso, habría acogido con la misma curiosa urbanidad a una dama blanca, que al futbolista Lángara o al general Sanjurjo. No obstante, al introducir el relato, él aducía otras razones para su respetuosa cortesía:

 

-          Ya sabes que, en aquel entonces, yo trabajaba en los juzgados. No hay cosa mejor para templar el ánimo y no asustarse por nada. Y, además, estaba la Guerra.

 

     En aquella casa, solo tío Valentín osaba aludir a la Guerra, sin susurros ni medias tintas. La familia había sido muy castigada por la contienda, pero él no había tenido nada que ver con la política. Eso le había valido, en su momento, la crítica burlona de sus parientes masculinos, si bien, a la postre, fue una bendición para el elemento femenino que, viudo y represaliado, tuvo en el sueldo del tío su principal sustento. Cuando yo me convertí en su confidente, ya estaba por encima del bien y del mal, y no se privaba de transmitirme su memoria histórica, con todo lujo de pelos y señales, que mi infalible retentiva de antaño almacenaba y repetía. La abuela, entre temerosa y dolorida, le llamaba la atención infructuosamente:

 

-          Valen, por favor, que es un niño y puede comprometernos.

-          Ya sabes que de lo nuestro no le digo ni palabra. Además, ¡qué demonios!, ya han pasado veinte años...

 

     En fin, cosas... Si las cuento, no es por rememorar mi pasado –que también-, sino por ponerles en situación. ¡Qué no tendría que ver o saber el tío, cuando el treinta y seis! ¡Qué mejor época que aquella para contemplar la distancia entre el mundo de los vivos y el de los muertos con escepticismo y provisionalidad! Pues bien, fue entonces cuando sucedió.   

 

***

 

     En aquel tiempo, el tío ocupaba la misma habitación que yo heredaría a su muerte. La amplia pieza, de mobiliario ecléctico y con buenas vistas a la calle de Molina, daba paso a una pequeña alcoba a la italiana, que reclamaba precariamente su independencia con una moldura polilobulada de madera y una doble cortina, perpetuamente recogida. En el decir melodramático de tío Valentín, la cama allí embutida parecía un catafalco.

 

     A partir de aquí, creo preferible ceder a mi tío el uso de la palabra, para que sea él quien les cuente el desarrollo de la aparición, de aquella forma precisa y desenfadada que entonces me embelesaba, pero que ahora me cuesta trabajo aceptar brotase de su memoria sin invención ni adorno.

 

-          Fue una noche de otoño. Acababa yo de volver a la cama, tras comprobar que calle y casa estaban en calma. Ya sabes que era en el treinta y seis, cuando nuestra Guerra, y yo era por entonces el único hombre de la familia, pues tu tío Enrique andaba pegando tiros y tu abuelo…, bueno, tu abuelo estaba fuera en contra de su voluntad. Me había arropado tanto, que apenas noté el roce en el hombro. Me volví y ahí estaba ella. Una dama toda de blanco que, ante mi estupor, sentóse a los pies de la cama para tranquilizarme y me dirigió unas palabras de presentación.

-          ¡Vaya susto!, ¿eh, tío?  

-          No te diré yo que no, pero me repuse enseguida. No dejaba de ser una mujer y yo un hombre de vuelta de todo. Así que me senté en la cama y quedé mirándola muy fijo. Fue entonces cuando me percaté de que debía de estar ante una aparición, pues no llevaba otra ropa que una túnica antigua, muy brillante y sin apenas forma, y su rostro, por más que la escrutase, permanecía como velado, sin facciones definidas.

-          ¿Y qué te decía?

-          Eso sí que era extraño. No le veía mover los labios, pero su voz llegaba clara a mis oídos, como si me susurrara en la oreja. Y tenía una curiosa forma de expresarse: ¿Has leído el Quijote?

-          La primera parte –mentí-.

-          Bueno, pues algo así. Un castellano antiguo, preciso y llano, cuyo vocabulario no me era del todo comprensible. Con todo, lo esencial me quedó claro. Se trataba de un alma recién despenada por mis oraciones que, antes de volar al Cielo, quería concederme una gracia, para bien de toda mi sufriente familia.

-          ¿Qué tú habías rezado por ella? ¿Es que la conocías?

-          Claro que no, Damián. ¿Es que tú rezas tan solo por quienes quieres? Mi pobre madre, que en gloria esté, me lo enseñó y yo lo he practicado siempre: Cada vez que reces por alguien a quien hayas amado o con quien estés en deuda, no olvides que otros penan olvidados de todos y pueden necesitarlo más. Así que yo, aunque no muy rezador, nunca lo he omitido: Por las almas del Purgatorio, en especial, las más necesitadas. O, al concluir un responso: que su alma y las de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.

-          Ya  entiendo. Esa señora sería una de las más pecadoras.

-          Eso solo lo sabe el Juez Supremo. Lo cierto es que, por lo que me dijo, mis oraciones le habían sido de gran utilidad y, en concreto, el empujón final para sacarla de las llamas temporales lo había dado mi súplica general de aquella noche.

-          Y venía a darte las gracias.

-          Más aún, a encarecerme siguiese con mi benéfica costumbre y a devolverme el favor, como si dijéramos, que es algo a lo que son muy dadas las damas blancas.

-          O sea, que no es un caso único lo que te pasó, sino que hay otras tantas por ahí.

-          Eso tendrás que averiguarlo en la enciclopedia Espasa, si es que no llegas a tener algún día una experiencia como la mía. Pero vamos al grano, que no haces más que interrumpirme. La señora me dijo, palabra por palabra: He sabido de las desgracias que vienen afligiendo injustamente a tu familia y voy a aconsejarte un remedio que las palíe, si haces la buena acción que voy a decirte. ¿Tendrás la fe y el valor para ello? Pocas serán –repuse- las cosas que no intente, si puedo ayudar a mi hermana y a sus pobres hijos. Escucha, pues, y si alcanzas lo que te ofrezco, agradécelo a Dios, no faltando en tu vida a la procesión del Corpus. Así habló, se alzó de la cama y, como flotando, dirigióse al balcón y se desvaneció en el éter.

-          Seguro que era un fantasma, tío. Solo ellos pueden atravesar las paredes.

-          No tal, que los cuerpos gloriosos tienen sutileza. ¿Es que ya no estudiáis el catecismo en el Instituto?

 

 

2.  El encargo de la dama


     Prefiriendo la plasticidad narrativa a la linealidad, mi tío Valentín interrumpía el relato en el desvanecimiento de la Dama, para reanudarlo en un escenario que, para cuantos hemos vivido en Castellar, nos resulta familiar: el viejo Café del Norte, en los soportales, cita de escritores, mentidero de políticos y, a ciertas horas y en algunas épocas, café cantante para melómanos y mirones. Cuando me hice mayor, entre los insufribles anacronismos y su planta desmesuradamente oblonga, me resultaba muy poco atrayente; pero, lo quisiera o no, allí es donde mi padrino retomaba la historia.

 

-          Había a la sazón en Castellar una cárcel recién estrenada, llamada por eso la Nueva, a donde habían ido a parar, en vísperas del Alzamiento, algunos de los más destacados y violentos promotores del mismo. No temían inmediatamente por su vida, pero la pérdida de libertad les dificultaba seguir con sus planes y, de fracasar la intentona, podía llevarles al paredón. ¿Me comprendes?

-          Claro, tío. Sigue.

-          Pues bien, uno de los carceleros era un tipo llamado Conrado[1], como de unos cuarenta años, al que yo conocía de vista por mis visitas profesionales a la prisión. Ha llegado luego a saberse que el tal estaba a partir un piñón con los detenidos de Falange, hasta el punto de pasar mensajes entre ellos y sus correligionarios de afuera. Se dice –y yo no lo pongo en duda- que incluso les proporcionó pistolas para que pudiesen defenderse. ¿Tú sabes quién era Onésimo Redondo?

-          El segundo de a bordo de José Antonio.

-          Más o menos. Desde luego, el mandamás de los falangistas de Castellar. Pues bien, ese fue su mayor valedor para ascender, de la noche a la mañana, de funcionario de prisiones, a jefecillo de Falange, de los del arma en una mano y la pluma en la otra. Vamos de los que rendían triste tributo a Cervantes…

-          Nunca la pluma embotó la espada, recitaba entonces yo con beneplácito de mi padrino.

-          Eso es; exacto. Bien, el señor Jabugo resultó ser un perfecto hagiógrafo de los jerarcas del nuevo Régimen; quiero decir –para que me entiendas- que les daba jabón e incienso a modo. Lo malo es que lo hacía de manera tan grosera y untuosa, que llegó a ser el hazmerreír de los jefes de Prensa y Propaganda, quienes decidieron desmontarle la barraca. Pues has de saber que tanto servilismo tenía su porqué. El Jabugo tenía pretensiones literarias y debió pensar que por el periodismo se empieza; así que visitaba las redacciones, con el atuendo medio militar al uso y les dejaba el original de sus engendros, con faltas de ortografía y todo. Los responsables de los diarios, en atención a la camisa azul, correaje y pistola, se apresuraban a publicarlos, en la creencia de que los jefes de Falange estaban detrás de todo aquello.

-          Pero no era así, el individuo iba por libre.

-          ¡Ya te lo sabes! –exclamaba mi padrino, riendo-. En efecto, tan por libre que, al leerle Ridruejo y Tovar, enrojecieron de vergüenza y este último mandó una nota a la prensa, dejándoles expresa libertad de tirar las jabugadas a la basura. ¡Te puedes figurar las consecuencias! Ridruejo y Tovar, nada menos.

-          Y aquí es donde la Dama Blanca entra en escena...

-          Justo, ni yo lo habría dicho mejor –ironizaba tío Valentín-. Jabugo, avergonzado y hecho un basilisco, decidió hacer lo que mejor sabía, escogiendo a Tovar como víctima, tanto por su menor categoría, como por haber sido un tanto liberal antes de la Guerra. Se uniformó de punta en blanco y fue a buscarlo al Café del Norte, donde su antagonista hacía tertulia todas las tardes, con otros intelectuales del Movimiento. ¡Y eso lo sabía la Dama Blanca!

 

     Era el momento culminante de la narración. Aunque sobradamente conocido por mí, evitaba toda interrupción y permanecía estático, con los ojos fijos en mi padrino, hasta que concluía el relato. Por lo demás, él procuraba ser escueto: lo maravilloso no requiere de ponderación.

 

-          La Dama me avisó lo que iba a pasar, sin precisar el momento. Según ella, si lograba evitarlo, se seguirían beneficios para nuestra familia, que compensarían en parte las pasadas desgracias. Y aquí me tienes, merodeando todas las tardes por los soportales o eternizando el consumo del único café que podía permitirme, a la espera del vengativo carcelero, con un ojo puesto en la puerta y otro en la espigada figura de Tovar.

La paciencia todo lo alcanza. Al fin, un jueves, a eso de las seis y media, apareció Jabugo, enfundado en una trinchera que ocultaba a medias la camisa azul y los correajes. Se dirigió a la mesa de Tovar, le soltó no sé qué frescas e insultos y, sacando la pistola, apuntó hacia su cabeza. Todos quedaron petrificados por el miedo y la sorpresa. Todos, menos yo, naturalmente, que había pensado cien veces la estrategia a desarrollar. Colocado de espaldas al pistolero, le di un fuerte empujón en las paletillas, en el crítico momento en que apretaba el gatillo. Perdida la puntería, la bala salió hacia abajo e impactó en la víctima a la altura de las ingles. Bueno, la verdad es que solo pude ver que la sangre le iba empapando la parte alta del pantalón pero, a juzgar por la cojera que le quedó, estoy cierto de que fue allí donde recibió la herida.

Aquí, Damián, debería concluir la historia porque lo que sigue puede afectar negativamente a tu educación y comportamiento.

 

     Indefectiblemente, el tío engolaba la voz y se ponía solemne, al pronunciar tales palabras. Era el momento en que debía deslizar la consabida interrogación.

 

-          ¿Por qué lo crees así?

-          Porque todavía a estas alturas no sé si la Dama Blanca no cumplió su palabra, o es que no debemos esperar que Dios actúe por medio de milagros. En fin –suspiraba-, si te empeñas, concluiré el relato, pero prométeme que harás siempre el bien, con o sin recompensa.

-          Prometido, padrino.

-          Bien. Pues has de saber que todo el rédito que mi buena obra produjo fue un agradecido apretón de manos de Tovar, quien quiso que lo visitara cuando todavía estaba en el hospital. ¡Ah!, y una suscripción gratuita al diario Libertad, que pedí domiciliasen en el Juzgado, para no abochornar a la familia[2].

 

     Valentín callaba, pero aún falta la coda, a la que habría de dar la entrada mi sugerencia:

 

-          Y casi te apiola Girón. ¿Verdad, tío?

-          Hombre, tanto no, pero era uña y carne con el frustrado Jabugo y ni uno ni otro se tomaron muy a bien mi intromisión. Hubo un tiempo en que temí represalias, pero, en fin, las aguas fueron volviendo a su cauce y el vengativo pistolero, en el plazo de un año, pasó, de ser buscado para juzgarlo, a que le nombrasen director de la cárcel de El Coto, en el recién liberado Gijón. Así que ya ves...

-          ... La Dama Blanca acabó premiando a Jabugo.

-          Pues, si le sacas punta a la cosa... Pero no: seamos justos. La mejor parte se la llevó Tovar, como era de razón.

-          ¿Y nosotros?

 

     Algunas veces, mi padrino respondía con un lacónico y formidable hemos sobrevivido. Las más, se levantaba y salía por la tangente, pasillo adelante, refunfuñando acerca de la otra vida y los renglones torcidos de Dios. Para mí que la aparición le había venido muy grande.


 

3.  Buscando a la Dama

 

     El tío abuelo Valentín murió de cáncer a mediados de los sesenta. El día de su entierro, yo leía las lápidas de las tumbas próximas, imaginando la casualidad de que alguna de ellas fuese la de la Dama Blanca. ¡Qué de sabrosos coloquios no habrían protagonizado ambos a la luz de la luna! Años después –no muchos- saqué las oposiciones y pasé a ejercer la docencia en un instituto de Avilés. Fue allí donde me topé con una extensa biografía del arzobispo Fernando de Valdés, el Inquisidor General[3], que supuso el primer aldabonazo de la Dama Blanca en la puerta de mi curiosidad histórica.

 

     Referíase en aquel libro que el Corpus de 1535 había sido perturbado en Castellar con una disputa de campanario entre el prior de los Trinitarios y el resto de la clerecía ciudadana (presidida por el abad de Santa María), por el hecho de que aquel había sacado en procesión al Santísimo cuando el resto de los clérigos hacían lo propio en el entorno de la Iglesia Mayor. Semejante abuso o prepotencia por parte del convento de la Santísima Trinidad desembocó en disturbios y desacatos, que el famoso alcalde Ronquillo sancionó dura y expeditivamente. Don Fernando de Valdés, recién posesionado Presidente de la Real Chancillería, desautorizó parcialmente al riguroso alcalde, se levantaron incontinenti las sanciones aún no ejecutadas y el incidente fue cayendo, poco a poco, en el olvido.

 

     La vecindad de mi casa solar con aquel desaparecido convento excitó mi curiosidad acerca del sacrílego episodio. Consulté todo lo publicado sobre la historia de los trinitarios en el Castellar de aquellos años remotos y, tan pronto me dieron vacaciones, me zambullí en los archivos de la Chancillería y de Simancas, en busca de mayores detalles que los ofrecidos sucintamente en la biografía del gran salense. Tenía claro que la clave para despejar los enigmas era responder certeramente a la siguiente pregunta: ¿Qué pudo mover a los trinitarios para celebrar una procesión sacramental propia, fuera de todo uso y contrariando la autoridad del Abad de la ciudad?

 

     Desgraciadamente, la respuesta me vino de un archivero jubilado, flaco de memoria y carente de la oportuna documentación. Con todo, ustedes comprenderán que recoja su informe, por lo que puede ayudar en la comprensión del resto del relato. Helo aquí:

 

 

     Sr. D. Damián Ibáñez Noguerol.

 

     Estimado amigo: He puesto patas arriba mis ficheros y consultado uno por uno mis libros de temas castellarenses, todo infructuosamente. Me veo, pues, en la triste tesitura para un amante de la Historia de tenerle que pedir me crea bajo palabra. Como ya le he dicho, sobrenada en mi memoria el vívido recuerdo de un documento (seguramente, no de primera mano, sino citado por un cronista del siglo XVIII) que aludía con precisión a la cuestión que a Vd. tanto interesa: Que la conflictiva procesión del Corpus de 1535 obedeció a la insistente petición de doña Catalina de Zúñiga, gran benefactora del Convento trinitario, a fin de presenciarla desde su palacio de la calle de la Boariza, por encontrarse enferma y no poder acudir al desfile general. Al provocarse el grave incidente, el prior trinitario asumió la decisión como propia, antes de dejar en evidencia a la señora, y aceptó el sambenito de soberbia que le colgaron. Por cierto, doña Catalina, víctima del agravamiento de su enfermedad y angustiada por haber sido causa involuntaria del sacrilegio y las severas sanciones que lo siguieron, falleció pocos días más tarde. Según Bosarte[4], juzgándose indigna de ser enterrada en la capilla mayor, junto a otros miembros de su familia, pidió serlo a los pies de la iglesia, donde habría de ser pisada por todos.

 

     No me queda, mi respetado amigo, sino recordarle que la antigua calle de la Boariza no es sino la moderna de Molina, y que el palacio de doña Catalina de Zúñiga era contiguo del convento de la Santa Cruz, de las Comendadoras de Santiago, a cuya construcción había contribuido su familia, pocas décadas antes. En consecuencia, bien podría haberse levantado la casa familiar de Vd. en el solar de la de doña Catalina. ¡Casualidades de la vida!

 

     ¿Casualidades? Seguramente. No obstante, desde hace muchos años, no me pierdo por nada la procesión del Corpus de Castellar; y, al rezar todas las noches el responso por mi tío Valentín y demás difuntos de mi familia, no dejo de recordar a las ánimas más necesitadas. Así que, después de todo, la Dama Blanca no ha afectado negativamente a mi educación y comportamiento, como llegó a temer mi padrino.

 
 

 

 



[1]  Como se verá, el relato mezcla nombres reales con otros supuestos, aunque similares. No creo que resulte difícil a los lectores curiosos jugar con el autor a las adivinanzas, así como desentrañar la verdad y la fantasía de las anécdotas que se narran.
[2]  El periódico Libertad, fundado por Onésimo Redondo, perteneció a la Prensa del Movimiento y se publicó entre 1931 y 1975. Su ideología –por así decir- justifica las precauciones de don Valentín, de no aparecer por su casa con semejante diario.
[3]  Sin duda, se trata de la primera edición de El Inquisidor General Fernando de Valdés (1483-1568). Su vida y su obra, Oviedo, 1968, del que es autor José Luis González Novalín.
[4]  Isidoro Bosarte (1747-1807), cuyo Viage artístico a varios pueblos de España…, Madrid, 1804, ofrece muy notables aportaciones sobre Valladolid (Castellar en mi relato). Hay edición facsimilar por Turner (1978).

viernes, 12 de julio de 2013

LOS FUNERALES DEL AMOR




Los funerales del amor

Por Federico Bello Landrove

 

     ¿Es el amor una planta delicada, mimosa, de estufa, o es una criatura fuerte, caprichosa, capaz de crecer entre abrojos? ¿Fracasan los amores estragados por la facilidad, o los asfixiados por el dolor? Los funerales por un hombre bueno dan pie a reflexiones y soliloquios, de los que se infiere –como casi siempre- que, en cuestiones amorosas, pueden ser verdad una proposición y su contraria.

En homenaje a Ángel Cazurro Rodríguez (1923-2013)

 


1.      Del amor y la guerra

     ¿Quién me mandaría llegar a esta ciudad de mis entretelas a las once y media de la mañana, siendo el funeral por A. ocho horas más tarde? En fin, no hay más remedio: a empezar el recorrido tradicional, pausado y memorioso. El parque de mis sueños, la casa en que nací, los soportales por los que paseé mi juventud; comida, dondequiera, desde que cerraron los restaurantes que antaño conocí. A la tarde, recorrido por el museo, hasta que llegue el momento de hacer acto de presencia en la iglesia de los Jesuitas, formidable y oscura, donde mi padre solía hacer estación.

     Apenas alcanzo la pérgola, se me encoge el corazón y siento una sospechosa humedad en los ojos. Un caballero, al que pongo el rostro y la apariencia de nuestro último encuentro, lleva en sus brazos, ligera pero firme, a la adolescente que fue mi amor primero. Me detengo a contemplar la visión, entre el cambiante claroscuro del follaje mecido por el viento. Me empeño en verlos danzar y pongo música: sin duda un vals. ¿Voces de primavera o el de la Bella durmiente? Da igual. La feliz pareja, padre e hija, sonríen y giran, sobre el enlosado, en torno a la fuente rematada por un cisne, entre las enredaderas de los rosales, confundidos finalmente con las nubes de un cielo apenas entrevisto por la corpulencia de los árboles. Se van de mis sueños, como antes de mi vida, y yo me angustio como entonces, sin una palabra, ni un gesto, y reanudo el paseo imaginando lo que pudo ser, a fin de adormecer la realidad que ha sido.

***

     ¿Quién fuiste, dulce espectro por el que hoy rezaremos tantos? ¿Qué he conocido yo de ti, fuera de tu trabajo abnegado, o al margen del afecto que te profesé y de tu generosidad hacia el formidable que yo era, en tu hiperbólica opinión? Siempre me entra la curiosidad por mis próximos cuando han muerto, como si no quisiera mezclar la indagación objetiva con los sentimientos y la confesión de mi afecto. Los pies me llevan por la escuela del Abuelo, hasta la casa elegante, con aires de palacete, en que se crió la niña por la que te conocí. ¿Qué retorcidos caminos hubo de emplear la guerra para uniros? ¿Qué pacto firmaron Cupido y Marte para derribar los muros que os habrían separado, de no mediar aquel baño de sangre y de miseria?

     No soy justo en mis apreciaciones –lo admito-. Aunque lo intente, me resulta imposible sentiros, juntos y amorosos, de no haber mediado aquella mortífera contienda, cuyas consecuencias ella padeció desde la niñez. Levanto la vista hacia las ventanas de la segunda planta y veo su imagen de mujer en plenitud, tan bella;  su talento natural, apenas cultivado; su exquisitez, no reñida con la pobreza. Me alejo, tratando de imaginarte, alto, fuerte, guapo, como un galán de cine. En el fondo no es la fuente de la atracción física lo que me interesa, aunque pueda explicar muchas cosas. La fogosidad juvenil me queda ya muy lejana y me empeño en seguir pensando lo mismo: ¡Ay, la guerra, la maldita guerra, que cambió el curso de tantas historias, las legítimas ambiciones de las hijas de sus víctimas!

     Los porches me reciben y la plaza de la Fuente me saluda, dorada y cordial. Mi discurrir ya tiene su senda trazada. Me acojo al seguro de aquella calle, mínima y sombría, a la casa arruinada y severa, cuya fachada miro de soslayo, no sé si por vergüenza o por no sufrir. No fue solo la guerra, ¡claro está! ¿Qué habría sido de la simiente roja si no hubiese caído en un buen corazón? Ahora es a mis padres, a quienes vuela mi nostalgia: Esa devoción, aquel amor sagrado a la deidad caída, nutrido de gratitud ante la dádiva inmensa y de deseo de compensarla y hacerle olvidar el trágico pasado. Creo haberlo ya escrito. Ningún complejo de superioridad, nada de afectación de heroísmo, ni de orgullo por la generosidad propia. Naturalidad e indiferencia ante la evidente asimetría de un amor protector y admirativo, poco o nada correspondido en esos mismos términos.

     Los años difuminan el pasado y han igualado las disparidades nacidas de aquellos desastres. Reanudo el paseo, hacia la Plaza Mayor, juzgando que esos hombres merecieron el amor que la guerra puso en sus manos, el don por ellos recibido. Mudaron el dolor en amor, que los ligó con sus mujeres hasta la muerte, de una manera peculiar y profunda, que yo alcanzo a captar, pero no a explicar a los extraños.

***

     Nada queda de aquel humilde recinto, de aquellos fogones humeantes, en que enterraste toda tu vida, con una sonrisa siempre en los labios. ¡Y con nervio! No me detengo, aunque acorto el paso. Al conjuro de mi sola presencia, afluyen cien rostros familiares, pero yo solo tengo ojos para tu esposa, compañera de fatigas, colaboradora en aquel vilipendiado trabajo: Venus con un delantal blanco. ¿Fue sin amargura ni quejas? Nada de eso importa ya. El amor fue más fuerte que las dificultades y el negocio familiar restañó las estrecheces pasadas. Es posible que fueras tú el protagonista de aquella hazaña, pero la heroína fue ella. ¿Qué hará ahora sin ti? Es lo de siempre: cuanto más unidos, más sentidos. Pero no quiero perderme en los vericuetos del vacío de la muerte. Es hora de comer. Ya seguiré pensando durante la sobremesa, que se promete larga: ¡hasta las siete y media!

 

2.  Del amor y la libertad

 

     Pasear por la orilla del río y acordarme de ella es todo uno. Serán las viejas piscinas, en las que ella lucía como una sirena y yo como un delfín… sin cola ni aletas. ¿Qué hará a estas horas? Seguro que le toca encabezar las exequias en Panamá, pues no creo que su madre esté para nada. Lo van a incinerar; ¡qué digo!, ya lo habrán hecho. Tres días hace que murió. Así se escribe la historia: natación y baile. ¡Hermosa forma de mistificación! La verdad es que me siento doblemente culpable: por hacer contribuido a su desgracia y por haberles fallado a sus padres. ¡Ahí está el quid! De tanto quererme ellos, de ponernos las cosas tan fáciles, ella se rebeló y yo no supe cómo afrontar las dificultades. Y no solo es que fuéramos casi unos niños, sino que yo he sido siempre un cómodo; cómodo y torpe. Y de los de todo o nada, aquí y ahora. Estoy seguro de que, si me fuera posible retrasar el reloj de nuestra vida, volvería a meter la pata.

     La verdad es que ella también tenía su punto, como dicen ahora, pero ¿qué trabajo me habría costado refrenarme y esperar? Pues no señor: todo tenía que ser rectilíneo, explícito, instantáneo. No digo que la chica no tuviera su parte de culpa, pero bien que la ha purgado. Y, ahora, aquí estoy yo, viendo correr el agua del río, en el colmo de la pesadumbre, pero sin mover un dedo. Como entonces; como siempre.

     Y, además, están sus padres, quienes todo nos lo pusieron fácil y, en pago,  bien han tenido que lamentar las consecuencias de mi estupidez, sin un mal gesto, ni una palabra dura. Mucho quererlos de boquilla, pero intuyo que pocas personas les habrán causado tanto dolor… Bueno, no seas masoquista. Yo era un chiquillo -¡y dale!- y no voy a responder por las consecuencias remotas de mis actos. ¿Cuál es la metáfora? Eso, el aleteo de una mariposa. Aviada estaría la mariposa si la encausaran por haber provocado un huracán al otro lado del mundo.

     ¡Jesús, las cinco todavía! Si sigo así hasta la hora de la misa, me va a entrar dolor de cabeza. Recapitulemos y vayamos luego un rato al museo, como en principio estaba proyectado. Quedamos en que A. me quiso y ha sido un modelo de esposo y de padre, en circunstancias terriblemente adversas; en que su hija y yo tiramos nuestro futuro juntos por la borda, sin otros motivos o dificultades que las que ambos quisimos inventarnos; que yo no he sido capaz, en décadas, de sincerarme con él, ni de pedirle perdón. Y quedamos en que, dentro de un par de horas, pondré mi cara de pésame, se me encogerá el corazón y recitaré con honda piedad el descanse en paz.

     En paz. Él sí, desde luego. Pero, ¿y yo? ¿Cómo responder de algún modo a su afecto, su ejemplo y su benevolencia? ¿Qué purgatorio no me esperará, por cobarde y por ingrato?

     El puente viejo. He de tranquilizarme y dejar de hablar en voz alta o me tomarán por loco. No ha sido buena idea la de venir al funeral; debí excusarme con cualquier pretexto plausible. Luego, a no dormir y tomar tranquilizantes. Total, para que, a estas alturas, a lo mejor ni se acuerden de que existo, ni le den la menor importancia a esta menuda tragicomedia de fracaso sentimental.

     En fin, vamos para el museo… Quién me iba a decir que el bueno de A. me daría una lección póstuma sobre el amor que, como todas las lecciones que sobre el particular me han dado en la vida, o no me han servido de nada, o han llegado demasiado tarde.

    


 

martes, 2 de julio de 2013

LA NOCHE COMO SÍMBOLO Y MITO EN SAN JUAN DE LA CRUZ Y EN NOVALIS


LA NOCHE COMO SÍMBOLO Y MITO EN SAN JUAN DE LA CRUZ Y EN NOVALIS


Dr. Federico Bello Landrove

Salamanca (España)


         Un ensayo sobre el tema de la noche (simbólica por antonomasia), en la obra de dos poetas cimeros en las literaturas española y alemana, con un interrogante añadido: ¿conoció Novalis la obra de Juan de la Cruz y, si es así, pudo influir en él?

     De lo conocido, a lo intuido.

     Las diferencias de época, lengua y estilo no han sido obstáculo para que se hayan establecido similitudes (explícita o implícitamente) entre Novalis y San Juan de la Cruz[1]. La más aludida es la de considerarlos místicos y reconocer en su poesía una esencial vena religiosa. Esto es algo obvio en el poeta español, pero menos evidente en el vate alemán[2]. Y, en el camino de la aproximación entre ellos, sendas obras, formalmente muy dispares, invitan a la comparación: la Noche Oscura, de Juan, y los Himnos a la Noche, de Federico.

     Me preparaba a leer esas obras repasando las notas de algunos críticos, cuando me asaltó la idea-fuerza de este ensayo. No sé si se le ha ocurrido a alguien antes, pero para mí fue una intuición personal. Parece como si el sino de ambos poetas hubiera sido el de no ser creídos (o entendidos) en sus respectivos nocturnos; pero en un sentido inverso. A Juan de Yepes se le considera frecuentemente un embaucador, que trató de hacer pasar por itinerario y arrobamiento del alma lo que no era sino una poesía erótica[3]. Y al bardo de Sajonia se empeñan en mantenerle, inconsolable y estático (incluso, extático), ante la tumba de su amada, Sophie von Kühn[4], en lugar de dejarle remontar el vuelo hacia los arcanos de la historia de la Humanidad y de la salvación cristiana. 

     Como quiera que yo no tengo conocimientos, ni ganas, de enfrentarme a los críticos, ni de pasar el tiempo buscando claves ocultas o estableciendo cálculos de probabilidades, decidí dar a mi intuición de paralelismo una continuación más enjundiosa. Poetas de la noche, del amor y el éxtasis equívocos, de connotaciones religiosas, de entendimiento confuso, ¿hay algo en vosotros que, traspasando tiempos y espacios, os haga espíritus fraternos? ¿O es que mi pálpito se ha quedado en la corteza de vuestra sensibilidad? ¡Bien! Ya tengo el hilo conductor de la lectura. ¿Qué es la noche para mis poetas amigos? ¿Por qué la noche, en el centro de su inquietud apasionada? ¿Parecido superficial o almas gemelas?

      Preguntas demasiado sutiles para un corto entendimiento. Pero, una vez formuladas, no voy a cejar hasta encontrar algunas respuestas. Después de todo, los científicos valoran tanto una cuestión ingeniosa bien planteada, como una solución certera. ¿Harán otro tanto los amigos lectores de esta Revista, que me abre generosa sus páginas? Así lo espero.


     El texto y el contexto (I): La Noche Oscura.

     No parece necesario presentar con detalle esta obra de Juan de Yepes a los lectores de una revista literaria en español. Baste con recordar que tan bella y reproducida poesía está formada por ocho estrofas de tipo lira (cuarenta versos, por tanto), que van reflejando artísticamente la búsqueda, encuentro, unión y descanso final del alma cristiana en Dios (o de la amada en el amado), en, y a través de, una noche oscura.

     Sí puede ser conveniente dejar constancia de algunos datos, no tan conocidos, y que me parecen de utilidad para el empeño que juntos hemos emprendido:

     Es el primero, que la obra poética de Juan de la Cruz no se publicó en vida del santo (que finó el 14 de diciembre de 1591), sino en 1618[5]. A partir de esa edición princeps, aparecida en Alcalá de Henares, el poema Noche oscura –sin más- es acompañado de unos extensos comentarios religiosos, al hilo de cada estrofa, y aún de cada verso, muy interesantes desde el punto de vista místico, pero un tanto pesados en lo literario. No parece haber ninguna duda de que tales comentarios (como los del Cántico espiritual y los de Llama de amor viva) sean del estilo y la mano del poeta de Fuendetodos, pero tal exégesis (denominada Noche oscura del alma) plantea ciertas dudas no menores sobre su objeto y sinceridad[6].

     El segundo dato, ya aludido en el párrafo precedente, es el de que el poema se titule, simplemente, Noche oscura, en tanto que su comentario extenso en prosa apostille del alma. Como he prometido no entrar en el juego anfibológico de sacro y profano, me quedo aquí y digo aquello de “a buen entendedor…”

     Y el tercero, es el de las fuentes literarias de la Noche oscura, que parecen ser, sin orden de prioridad, el Cantar de los Cantares bíblico, la poesía culta italiana (en particular, Petrarca) y la poesía popular y cancionero del Renacimiento español[7]. En suma, formas y medios expresivos no muy aptos (o, por mejor decir, no específicos) para la expresión de experiencias místicas. En cambio, la noche oscura era una imagen no nueva en la literatura religiosa, a la que San Juan supo dar una forma propia y original, según más adelante veremos.

     En cuanto al contexto de la Noche oscura, no resulta de fácil rastreo, habida cuenta de que se desconoce la fecha, incluso aproximada, de su creación. Suele establecerse una sincronía entre el periodo que el Santo pasó en prisión en Toledo, por obra de sus hermanos  carmelitas calzados (diciembre de 1577-mayo de 1578, en que se fuga), y el comienzo de sus quehaceres poéticos (inicio del Cántico Espiritual; composición de diversos romances y letrillas, que se dice cantaba para mitigar su encierro).  A ese periodo de prisión conventual, seguirá otro par de meses de acogimiento al seguro del Hospital de la Santa Cruz toledano. Finalmente, Juan podrá retirarse hacia  Andalucía para recuperarse, periodo muy fértil de su camino místico (estancia en Almodóvar del Campo, cuna de San Juan de Ávila y San Juan Bautista de la Concepción, místicos ellos mismos; inicio de la amistad con sor Ana de Jesús; ejercicio del vicariato en el convento del Calvario, perdido en la serranía de Jaén). De modo que, cuando alcance solidez y estabilidad su vida religiosa, como rector del Colegio Mayor de Baeza (1579-1582), es muy probable que haya elaborado su experiencia vital en términos poéticos y posea ya el imaginario y estética precisos para que pueda brotar de su mente la Noche oscura, si es que todavía no había surgido de su péñola.


     El texto y el contexto (II): los Himnos a la Noche.

     Considerada una pieza clave del Romanticismo, tanto por su calidad literaria, como por su contenido ideológico, los Himnos a la Noche de Novalis son una obra compleja, aunque dotada de unidad interior, según el sistema de triadas establecido por el idealismo filosófico y literario alemán[8]. Los Himnos, publicados en la revista Athenäum de los hermanos Schlegel (agosto de 1800), son una obra relativamente breve, dividida en seis himnos, que asumiendo un grave riesgo, me atrevo a reducir –más que resumir o sintetizar- de la siguiente forma[9]:

-          El poeta no descarta el valor de la luz diurna para captar la vida y la naturaleza, pero dice preferir la noche, como el reino de los recuerdos, los anhelos y los sueños. Es la noche la eterna recopiladora de la vida y los sentimientos personales, el bálsamo adormecedor, la cuidadora del amor y, sobre todo, la llave que en nosotros abre ojos infinitos de conocimiento (Himno primero).

-          Si es así, ¿por qué debe retornar siempre la mañana? Sean eternos el reposo y el sueño que la noche nos envía. Es la noche quien, en realidad, alienta el amor y abre el ciclo de las antiguas historias (Himno segundo).

-          Un día que el poeta derramaba amargo e inconsolable llanto junto a la tumba de su amada, cayó sobre él la bienaventuranza crepuscular, que rompió las cadenas de la luz y le llevó a un nuevo mundo insondable, reino de la melancolía, el entusiasmo y la nueva vida. Era el reino de la noche celeste, a cuya luz, inalterable y eterna, sintió la presencia de su amada (Himno tercero).

-          Desde ese día, permanece fiel a la noche y a su amor. Ninguna voluptuosidad u orgía diurna es comparable a los arrebatos y entusiasmos nocturnos. El poeta sabe que tiene que vivir el día, como el ascenso a un calvario, pero conoce que al final se yergue la Cruz que arde sin consumirse. Día tras día, volverá la noche y, en ella, la muerte fulgente y transfigurada, en la que anhela que la amada pueda absorberle como en un vórtice de sueño y amor (Himno cuarto).

-          El mundo y los dioses vivían en una feliz edad de oro cuando, de improviso, la muerte interrumpió el placer y la dicha con miedo, dolor y lágrimas. Se marchitó el jardín de las delicias y los dioses desaparecieron con su cortejo. El alma del mundo hubo de trasladarse al espacio de lo interior y la luz ya no fue la residencia divina, sino que la noche cubrió con su manto el cielo y fue la matriz de la revelación. Una vida nueva apareció en el mundo, alumbrada por una virgen; una vida que, habiendo conocido la muerte, es capaz de dar la salud y la eterna dicha. Los bienaventurados resucitan con el fruto de la virgen y hacia esta se elevan los corazones. El dolor ante la tumba cede por la fe; en la noche mora el éxtasis; el universo se tachona de estrellas. Nosotros mismos seremos estrellas. El amor que se dio libremente no conocerá de separación. La vida es ya un poema eterno y nuestro sol es el rostro de Dios (Himno quinto).

-          Por tanto, descender al seno de la tierra es la señal de un viaje feliz. Alabada sea la noche eterna, el eterno sueño que nos lleva hasta la casa del padre. Conturbado y solo está quien ama el tiempo pasado; pero ese tiempo feliz y añorado pasó. Ahora, cuando existen el dolor y el miedo, entrevemos en la noche oscura nuestro camino. Nada hay que buscar en el mundo vacío. Debemos descender hasta la dulce novia, a Jesús, el amado confiado. El crepúsculo ilumina al amante afligido. El sueño rompe nuestras ataduras y nos hace reposar en el regazo del padre (Himno sexto)[10].

      La obra novaliana tuvo, casi con seguridad, una primera versión, en verso libre[11], cuya fecha de redacción se encontraría muy próxima a la visión iluminadora de la primavera de 1797. Pero la primera aparición impresa (agosto de 1800, como antes se dijo) presenta una doble novedad: 1ª) El verso libre se ha convertido en prosa poética, a base de hilvanar, de forma evidente, las líneas cortas de los versos libres, en renglones continuos. 2ª) Introduce el verso medido y rimado en los himnos cuarto, quinto y sexto, ya intercalado con partes prosísticas (himnos cuarto y quinto), ya en toda su plenitud (himno sexto). De esta suerte, la versión publicada carece de la relativa unidad formal de la manuscrita de 1799, toda ella versificada[12]. En cualquier caso, es tan excelso y elaborado el trabajo poético y la talla y pulimento del lenguaje, que posiblemente no tenga parangón en la literatura del periodo romántico, si no es con J. Keats[13].

     En lo relativo al contexto, resulta ya un lugar común la referencia a la visión que el poeta tuvo al atardecer del 13 de mayo de 1797 junto a la tumba de su amada, Sophie von Kühn[14]. Pero, si consideramos la duración total del proceso creativo de los Himnos, convendremos en que al poeta le pasaron muchas otras cosas en esos años cruciales para él, de 1797 a 1800. Recordemos su formación como notable geólogo[15] en la Academia de Minas de Freiberg, y sus progresos y rápido avance profesional como asesor y director de las minas de sal de Sajonia; el compromiso matrimonial con Julie von Charpentier; el descubrimiento de que padecía tuberculosis[16]; finalmente, su designación como funcionario administrativo y judicial  de cierto relieve (amtshauptmann) para la región de Turingia.

     Si los acontecimientos extraliterarios fueron muy importantes en esa época, en lo artístico no cabe decir sino que la práctica totalidad de las obras por las que Novalis es hoy recordado y admirado se publicaron o gestaron en ese trienio mágico: las notas variadísimas y valiosas del Allgemeine Brouillon; los fragmentos novelísticos de Enrique de Ofterdingen y Los Discípulos de Sais; el extenso discurso El Cristianismo o Europa; los Cánticos Espirituales, de tan fecunda y dilatada vida literaria y musical en el mundo de lengua alemana… y, por descontado, los Himnos a la Noche.

     Por tanto, si no puede negarse la influencia de la muerte de Sophie y de la iluminación subsiguiente, tampoco puede perderse de vista la plenitud vital de Novalis y, desde luego, su formación filosófica y religiosa anterior, por no aludir a los lugares comunes con sus compañeros románticos[17].




     La Noche en San Juan de la Cruz[18].

     Retomando el símbolo de la noche oscura de la literatura religiosa anterior, San Juan lo rodea de las siguientes imágenes y efectos:

1)      La noche es oscura, lo que el autor explica por el hecho de que el alma está turbada entre tinieblas y obstáculos (oscuridad de entendimiento) y ha de recorrer un camino difícil y estrecho (aprieto de la voluntad). Por tanto, la oscuridad podría referirse, tanto a la confusión del espíritu (que ha de guiarse inicialmente por la fe), como a lo complicado de la vía que ha de seguir hasta la unión con Dios.

2)      La noche es en amores inflamada, es decir, el alma está con ansias de emprender el camino de Dios. Esa inflamación[19] amorosa, no sólo le permite superar los miedos iniciales, sino que será la luz que finalmente guiará al alma en la oscuridad, mucho mejor que la de la fe.

3)      Gracias a ser oscura la noche, el alma puede salir a oscuras y segura, una vez ha dejado su casa sosegada. En una glosa muy rebuscada, San Juan atribuye la seguridad a que, en la noche, puede mejor burlar a los enemigos del alma; a ello contribuye el sosiego obtenido gracias los primeros estadios de la purgación, que es la de la parte sensitiva del hombre.

4)      La luz que en el corazón ardía la guiaba más cierta que la luz de mediodía. Momento clave para desentrañar el sentido simbólico del texto. La luz del amor es guía segura en el camino hacia el Amado; una luz que no brota de fuera del alma, sino de su interior.

5)      Por último, noche amable, porque juntaste Amado con amada. Quiere decirse que todo el proceso místico, incluso la fase unitiva, se realiza durante la noche, sin necesidad de luz del día. Y así, la Noche va recibiendo, sucesivamente, los epítetos de oscura, inflamada en amores, segura, iluminada por el corazón, amable y consumativa de la unión.

     ¿Qué consecuencias, a modo de resumen, podemos extraer de esta valoración mística de la Noche? Me atrevo a sugerir una triple consideración.

     En primer lugar, San Juan propone, para el afán más grandioso y difícil del hombre, un camino alejado del conocimiento racional o metódico y de las vías transitadas colectivamente[20]. La Noche –de ser cierto lo que acabo de apuntar- aparecería como símbolo de espiritualidad y de soledad[21]. El mito sería el de la huída de la sociedad y de la sabiduría científica, para llegar a conocer lo que verdaderamente importa y llena.

     En segundo lugar, el místico parece sugerir una fuente interior para buscar y conocer a Dios y, probablemente, para encontrarlo y unirse a Él. Estamos en la línea de la inmanencia, es decir, del hallazgo de la sabiduría y de la divinidad dentro de uno mismo, una vez se consiga el vaciamiento interior y la renuncia de sí propio[22]. La Noche, según eso, sería el símbolo de la búsqueda difícil, oscura y basada en la luz interior. El mito significaría que el mundo real y trascendente está dentro de nosotros, bastando –nada más y nada menos- con descubrirlo, por la vía de la purificación, la iluminación y la unión a la divinidad.

     Y en tercer lugar, el alma alcanza su plenitud en la noche, sin necesidad de que llegue la luz del día. Por tanto, la Noche ya no tiene el sentido que para místicos anteriores y que, en palabras del propio San Juan, son las terribles pruebas que Dios envía al hombre para purificarlo. No hay noche de dificultad y dolor, a la que suceda un día de claridad y unión. La noche abre y cierra el camino; es el símbolo de la vivencia de Dios, del fulgor del espíritu, de la búsqueda y hallazgo de lo único importante y capaz de llenar. El mito sería este: la búsqueda y unión con Dios es lo único que merece la pena; todo lo demás es vacío y tiende a alejarnos de lo sustancial.

     Resumiendo: la Noche de Juan de la Cruz simboliza espiritualidad, soledad, búsqueda de la verdad esencial, fulgor del espíritu, vivencia de Dios por el amor. Los mitos que sugiere esta Noche Oscura son, cuando menos, tres: la inoperancia del conocimiento racional y de las relaciones sociales para alcanzar la máxima felicidad; el carácter inmanente de la verdadera sabiduría y de la unión con Dios; la existencia de un camino espiritual de perfección que pasa por los estadios o vías de la purificación (guiada por la fe), la iluminación (apoyada en la esperanza) y la unión (fundada en la caridad).


     La Noche para Novalis.

     Es tan rico el simbolismo de la Noche en el poeta alemán[23], que no es posible seguir con él el método minucioso que hemos utilizado para San Juan de la Cruz. Con todo, me resisto a resumir y simplificar mucho, a fin de evitar el subjetivismo en la selección. Intentaré, pues, un cuidadoso término medio, que deje amplio margen a la opinión del lector.

       En el Himno primero, se perfila a la Noche, al menos, con cuatro rasgos diferentes: 1º. En ella mora la vida entera del hombre, con sus recuerdos, sueños, deseos, alegrías y esperanzas. 2º. En la noche oscura gotea el bálsamo delicioso que actúa a la vez de sueño (manojo de adormideras) y de euforizante (levanta las alas pesadas del espíritu). 3º. La noche es cuidadora del amor bienaventurado, mostrando a la madre, en la querida juventud, y a la amada, prolongando eternamente la noche nupcial. 4º. De noche se abren en nosotros ojos infinitos como estrellas que, sin necesidad de luz, miran a través de las profundidades de un espíritu amoroso con inefable voluptuosidad. El poeta resume todas estas cosas en la triple cualidad de la Noche, que –para él- es secreta, inefable y santa.

     El Himno segundo –el más breve- insiste en los rasgos anteriores, añadiendo el carácter ilimitado de la Noche para los que saben gozar de su descanso y de su sueño: el dominio de la noche no tiene espacio ni tiempo.

     El Himno tercero (centrado en el dramático episodio de la tumba de Sophie) refleja cómo la Noche es capaz de llevar a los hombres miserables y sin esperanza –al poeta- el sueño celeste de la melancolía y el entusiasmo de un nuevo mundo insondable, de una nueva vida. Ese sueño, primero y único, aporta la fe inalterable y eterna en el cielo de la noche, cuya luz es la amada.

     En el Himno cuarto, el autor reitera la conexión de la Noche con el amor y añade otra dualidad esencial, pero esta, antitética: la Noche triunfa sobre la muerte. El letargo eterno y el sueño inagotable de la noche pueden contra la Parca lo que no consiguen la voluptuosidad y el gozo de la vida.

     El Himno quinto hace de la Noche el velo que cubre a los antiguos dioses y el seno poderoso de la revelación de la que brotó el mundo nuevo del Cristianismo. La muerte pierde su victoria. La noche reaparece –al final de este extenso himno- como fuente del éxtasis, que cuida para que ningún amor adornado de fe sufra el doloroso llanto por la muerte del ser amado.

     Por último,  en el Himno sexto se insiste: alabada sea la noche eterna, alabado el eterno sueño. La Noche oscura nos vela el miedo y el dolor, para mirar la muerte cara a cara, para romper con el sueño las ataduras y hundirnos en el regazo del padre.    

     Recopilando (ahora sí) las valoraciones y efectos de la Noche para Novalis, diremos que es compendio y resumen vital; matriz del sueño reparador y del ensueño omnipotente; nodriza del amor; fuente de saberes inefables; inasequible al espacio y al tiempo; partera de la esperanza en la otra vida; triunfadora de la muerte; ámbito para la esperanza cristiana; fuerza para mirar lo contingente con ojos de eternidad.

     Si la Noche simboliza todo eso, ¿cuáles pueden ser las líneas maestras del dibujo mítico que aquella perfila? Ciertamente, los poetas románticos son un arquetipo para los mitos de la noche[24], pero la riqueza espiritual y religiosa del simbolismo de Novalis supera ampliamente a la gran mayoría de sus compañeros. Tanto es así, que me resulta difícil seguir el vuelo de su pensamiento y captar su fuerza creadora. En fin, repasando lo hasta ahora escrito, creo que los mitos que recogen los Himnos a la Noche acerca de esta pueden resumirse así:

-          El mito de que los saberes ocultos, esotéricos y realmente positivos para el hombre, están ligados, no a la luz cegadora, fría y superficial de la ciencia o la pura filosofía, sino a la claridad difusa y neblinosa de la religión y del arte.

-          El mito de la ataraxía, del nirvana, o como quiera que lo llamemos, es decir, la superación del dolor y del miedo ante la pérdida y la muerte, mediante la plenitud interior, la renuncia exterior y la nostalgia de la otra vida[25].

-          El mito de la edad de oro y de la caída de los dioses, para alumbrar finalmente el Cristianismo, modelo de amor y de vida eterna, pero también de renunciación al mundo y de asunción esperanzada del dolor y de la muerte.


     Ensayo comparativo de los mitos de ambos poetas.

     Recordemos los mitos nocturnos que parecen sugerir la Noche Oscura y los Himnos a la Noche, definiéndolos de una manera un tanto caricaturesca:


SAN JUAN DE LA CRUZ
NOVALIS
Conocimiento esotérico de lo esencial
Conocimiento esotérico de lo esencial
Inmanencia de la sabiduría y de Dios
Ataraxía o nirvana ante el dolor y la muerte
Camino de perfección: purificación, iluminación, unión
Camino de perfección: renunciación, plenitud interior, nostalgia de la otra vida


     Y pasemos a comparar los tres pares de mitos que hemos enfrentado en la tabla anterior:

-   El primer par es esencialmente igual, con todos los matices que se quiera. San Juan y Novalis entienden que el conocimiento esencial no es el del mundo exterior, fruto de la ciencia y del trabajo, sino el introspectivo, a través del amor y sus sendas de aproximación (religión, ¿arte?).

-  El segundo par presenta grandes similitudes, dado que Novalis presupone la inmanencia sanjuanista, al sugerir la renuncia exterior y la plenitud interior. Es cierto que el objetivo parece ser menos ambicioso en el poeta alemán, que no busca en principio otra cosa que la superación del dolor y del miedo ante la pérdida y la muerte. Sin embargo, la postura de renunciación mundana (purificación) y nostalgia de la otra vida (iluminación) acaba siendo un seguimiento del modelo de Cristo, hasta hundirnos en el regazo del padre (unión).

-    Los dos caminos de perfección no son esencialmente dispares, pero tienen una muy importante diferencia de perspectiva: San Juan pretende, y cree posible, la unión mística con Dios en esta vida; Novalis parece que sólo se prepara para tal unión  después de la muerte. Más optimista, Juan inicia el camino en la noche oscura, simplemente por amor; Federico parece hacerlo un tanto obligado, tras constatar que la muerte le ha privado de su amor y sumido en el sufrimiento.

     Esa diferencia de perspectiva tiene su origen en el diverso objetivo perseguido por ambos poetas al emprender su camino de perfección. San Juan no parece tener otra finalidad que la unión con un Dios personal, en quien fundirse y, luego, descansar. Novalis espera, al descansar en el regazo divino, superar la separación dolorosa de la amada y fundirse con el mundo realmente lleno y uno, actitud que puede calificarse, en cierto modo, de panteísta[26].

     Y resumo.  Contando con la disparidad entre ambas obras literarias, sus épocas y las respectivas vivencias de los autores, creo que las coincidencias entre los mitos nocturnos de Juan de Yepes y Friedrich von Hardenberg son importantes y merecedoras de una indagación ulterior, para quien guste de emociones históricas: ¿Conoció Novalis la Noche Oscura de San Juan de la Cruz y, si así fue, pudo tener alguna influencia en sus Himnos?


     Epílogo provisional: la Noche oscura en alemán.

     Curiosamente, la primera traducción publicada en Alemania de la Noche Oscura y otras obras de San Juan de la Cruz[27],  lo fue en latín, a cargo del Padre Andrés de Jesús, existiendo alguna confusión sobre la fecha (1619 ó 1620), pero no en cuanto al lugar, la ciudad de Colonia[28].  La primera referencia en lengua alemana a la obra sanjuanista fue realizada, de manera muy fragmentaria, en las conocidísimas –allí y entonces- Rimas espirituales o El peregrino querubínico (1657), de Johann Scheffler. Finalmente, una integral de San Juan en lengua teutónica apareció en Praga, año de 1697[29].   

     Aclarado, por tanto, que Novalis pudo leer a San Juan en su lengua materna, queda por concretar si se conoce algún lazo directo entre los textos de Juan de Yepes y la persona de Federico de Hardenberg. Formulada la cuestión a la Internationale Novalis-Gesellschaft de Schloss Oberwiederstedt (castillo natal del poeta), tuvieron la amabilidad de contestarme[30] de la siguiente manera: 1º. No constan datos que afirmen una relación entre Novalis y S. Juan de la Cruz, en el sentido de que aquel conociera la Noche Oscura de este. 2º. De hecho, y aunque la investigación sobre las lecturas de Novalis esté todavía inconclusa, no consta que Novalis poseyera o leyera la citada obra mística de S. Juan. 3º. En cambio, consta que Goethe (cuya relación con Novalis es conocida) sí había leído la Noche Oscura[31].

     Así pues, la emoción histórica a que antes aludía no tiene muchas probabilidades de producirse, quedando seguramente la relación entre los dos poetas en una mera tradición o antecedentes comunes[32]. Aunque, tratándose de Novalis, ¿quién puede estar seguro de que no va a encontrar la flor azul?


Resumen del artículo

     Tras un breve resumen del texto y el contexto de las dos obras consideradas, se examina la simbología y los mitos relacionados con la noche en los poemas Noche oscura, de San Juan de la Cruz, y los Himnos a la noche (Hymnen an die Nacht) de Novalis. Se comparan los respectivos símbolos y mitos, llegando a constatar coincidencias notables, las cuales llevan a pensar en fuentes comunes o, al menos, en una tradición coincidente: tal vez, la de los místicos medievales renanos, con el Maestro Eckhardt a la cabeza. Finalmente, se plantea la hipótesis de que Novalis pudiera haber conocido y aprovechado la obra de San Juan de la Cruz, cosa simplemente posible, entre otras razones, por la lectura temprana de la Noche oscura por Goethe, amigo, al menos literario, de Novalis.

Nota final. Tiempo después de ser insertado este ensayo en el presente blog, fue publicado, con el mismo título, en Estudios, Revista anual publicada por los frailes de la Orden de la Merced, nº 257, año 2016, pp. 3-14.
    



[1]  Ver, a título de ejemplo, Alain de Benoist, El romanticismo alemán, traducción de Santiago Rivas, lugar de internet es.geocities.com; F. Duque, Sentidos y senderos de la noche, en Giornale di Metafisica, 15 (1993), nº 2, págs. 187/210.
[2]  Aunque sea frecuentemente reconocido: Werner Herzog, Mystic und Lyrik bei Novalis, tesis doctoral de Jena (1926), editada en Stuttgart, 1928.
[3]  Un sambenito que también se ha cargado al rey Salomón, o a quienquiera que sea el autor del Cantar de los Cantares. La referencia no es casual, pues el Cantar se considera el ejemplo e influencia más evidentes para la Noche Oscura.
[4]  Una muerte (acaecida en marzo de 1797) que, sin duda, marcó a Novalis, pero no hasta el punto de convertirle en un misántropo, precisamente. De hecho, cultivó la amistad de otras mujeres, antes y después de Sophie, con un éxito que se explica, no sólo por su nivel social y genio, sino por su gran belleza, evidente en el retrato que de él se conserva (1799), aunque sobre gustos no pueda pontificarse. En diciembre de 1798, se comprometió con Julie von Charpentier, pero esta vez fue la muerte del poeta la que frustró el himeneo.
[5]  Pudo haber buenas razones para ello, externas al santo, cuya mística podía ser confundida con el quietismo y dar lugar a la intervención de la Inquisición.
[6]  Me refiero a la autorizada opinión de Domingo Ynduráin, en su Introducción a la Poesía de San Juan de la Cruz (Madrid, 1987)
[7]   Postura generalizada, al menos, desde la obra de Dámaso Alonso, La poesía de San Juan de la Cruz (Desde esta ladera), edit. Aguilar, Madrid, 1966. Con todo respeto, considero una grave omisión no colocar en lugar muy destacado el Libro de los Salmos, de riquísima simbología nocturna. Ver H. Raguer, Para comprender los salmos, edit. Verbo Divino, 4ª edic., Estella, 1980.
[8]  Mecanismo ascendente por el que, mediante un proceso similar al de tesis-antítesis-síntesis, se va construyendo el edificio lógico del tratado o del poema. Es conocida la influencia y admiración que Novalis experimentó hacia el filósofo J.G. Fichte. Sobre el pensamiento fichteano, que Novalis corrigió en vez de asumirlo acríticamente, puede consultarse la obra de N. Hartman, La Filosofía del Idealismo Alemán, tomo I, Buenos Aires, 1960.
[9]  Mal conocedor del idioma alemán, utilizo traducciones españolas de los Himnos. Cuentan entre las más empleadas las de Monteforte y Alatorre, Hüsler, Barjau, Ojeda y Valverde. Para los dominadores de la lengua inglesa, es esencial, y valiosa en sí misma, la traducción de G. MacDonald (1897).
[10]  Para los aficionados a las medidas, como para quienes dispongan de un tiempo o atención limitados, puedo decirles que, con una tipografía semejante a la de este artículo, los Himnos a la Noche ocuparían, sin excesivas apreturas, unos diez folios.
[11]   José María Valverde, Los Himnos a la Noche, edit. Icaria, 1985.
[12]  Las dos versiones de los Hymnen (Handschriftliche Fassung-1799- y Athenäum Fassung -1800-) pueden consultarse en la web Literatur.com.
[13]   Una referencia, no sólo estética, sino simbólica: Robert Alan Glick, Imagery of light and darkness in three romantic poets:Novalis, Keats and Wordsworth, Tesis de la Universidad de Indiana (1972).
[14]  Conocemos la fecha exacta de la ensoñación, por el Diario de Novalis. En él, y en cualquier referencia biográfica, se refleja la actitud obsesiva y un tanto morbosa de Federico en aquellos días, que hace perfectamente verosímil lo sucedido.
[15]   Tal vez, con influencia naturalista en su obra literaria: Michaela Haberkorn, Naturhistoriker und Zeitenseher. Geologie und Poesie um 1800. Der Kreis um Abraham Gottlob Werner (Goethe, A. v. Humboldt, Novalis, Steffens, C. Schubert), Tesis doctoral de Regensburg (2003), editada por Peter Lang, Frankfurt a.M., 2004.
[16]    De la que fallecería el 25 de marzo de 1801, a los 28 años de edad.
[17]  Me remito a las obras generales, como el Novalis, de Pierre Garnier, éditions Pierre Seghers, 1962; o El alma romántica y el sueño, de Pierre Béguin, edit. FCE, México, 1978. Un buen resumen aproximativo, en Jorge Fernández Granados, Novalis y los Himnos a la Noche, en la revista de cultura Agulha, Fortaleza y Sâo Paulo, números 13/14, junio-julio de 2001.
[18]  De modo general, Mª Jesús Macho Duque, El símbolo de la noche en San Juan de la Cruz (Estudio léxico-semántico), Ediciones de la Universidad de Salamanca, 1982; Federico Ruiz Salvador, El símbolo de la noche oscura, en Revista de Espiritualidad, nº 44 (1985), págs. 79/110; Augusto Guerra, La experiencia universal de noche oscura, en Iglesia Viva, nº 161 (1992), págs. 447/474.
[19]  Obviamente, inflamación tiene aquí la misma raíz y sentido etimológico de flamma, llama.
[20]  J. Rof-Carballo, El hombre y la noche en San Juan de la Cruz, en Revista de Espiritualidad, nº 27 (1968), págs. 352/373.
[21]  Para Juan Pablo II, el símbolo puede rubricarse “la noche oscura de la fe y el silencio de Dios”, ligado así mismo al sufrimiento físico, moral y espiritual. Ver Carta Apostólica Maestro en la Fe, dada en Roma el día 14 de diciembre de 1990.
[22]  Todo esto está muy alejado de una posible negación de un Dios personal y trascendente. Antes bien, supone la cercanía y la vivencia personalísima del Ser absolutamente trascendente. Arrancando de S. Agustín, así lo expresa J.A. Pagola, Testigos del misterio de Dios en la noche, en la web sepapbcn.com.
[23]  Ver Andreas Hubik, Die Symboltheorie bei Novalis, Tesis doctoral de Halle (2005), editada por Mohr Siebeck, Tubingen, 2006; Joseph-Frederick Bailey, Theorizing night visión: Novalis’ Hymnen an die Nacht, tesis doctoral de la Universidad de Michigan (1999).
[24]  P.A. Rovatti, Como la luz tenue. Metáfora y saber, traducción de Carlos Catropi, edit. Gedisa, Barcelona, 1990.
[25]  Esta última, válida para Novalis; no así para el budismo o la filosofía estoica.
[26]  Se insiste, a la hora de buscar influencias sobre estas ideas de Novalis, en el filósofo dominico, Maestro Eckhart de Hochheim (1260-1328), como fundador de la corriente de espiritualidad del abandono a la voluntad divina (Gelassenheit, dejamiento). Esta vía tuvo una riquísima pervivencia multisecular, incluso entre los idealistas alemanes (Hegel). De hecho, también San Juan de la Cruz se benefició de ella, en lo estrictamente espiritual, así como en las sentencias y figuras literarias. Véase, P. Fr. Bryan Farrelly, O.P., La doctrina del “dejamiento” o abandono a la voluntad divina en los místicos renanos, Maestro Eckhart, Juan Tauler y Beato Enrique Seuze (Susón), en la dirección de Internet, fortunecity.es.; Peter Alvin Stenberg, The theme of time and the Golden Age. A study of Meister Eckhardt, Novalis and Hofmannstahl, Tesis doctoral de la Universidad de California en Berkeley (1969).
[27]  No me privo, en relación con otras obras suyas, de señalar una coincidencia de título entre San Juan y Novalis: Cántico espiritual, de Juan de Yepes; Geistliche Lieder, de Friedrich von Hardenberg. ¿Mera casualidad?
[28]  E. Pacho, El Cántico espiritual. Trayectoria histórica del texto, Teresianum, Roma, 1967.
[29] E. Pacho, obra citada en la nota anterior. Literariamente, la traducción alemana más valiosa –aunque meramente parcial, a modo de antología con textos de otros poetas hispanos- parece ser la de E. Geibel, que tuvo diversas ediciones entre 1843 y 1904. La última de ellas, en unión de P. Heyse, lleva el título de Spanisches Liedersbuch.
[30]  En lo que sigue, resumo el sentido de la contestación, dada de abril de 2009 por la Doctora, Sra. Rommel y transcrita por el Sr. Bernhard Sames. A ellos, mi sincero agradecimiento, como también a D. Álvaro García-Delgado García, mi eficaz intermediario con los susodichos, por razones lingüísticas.
[31]  Ver Henry Kamla, Novalis Hymnen an die Nacht. Zur deutung und datierung, Ejnar, Munsksgaard, 1945, pág. 175.
[32] Ver nota 25. Sobre la formación religiosa de Novalis, Ludwig Stockinger, Religiöse Erfahrung zwischen christlicher Tradition un romantischer Dichtung bei Friedrich von Hardenberg (Novalis), edit. W. Haug und Dietmar Mieth, München, 1992, págs. 361/393.