lunes, 5 de marzo de 2012

EL EFECTO TELEMANN


El efecto Telemann
Por Federico Bello Landrove
     ¿Es bueno o malo repartir la atención y el trabajo entre múltiples sujetos y objetos? ¿Y los afectos? ¿Qué diremos de ventajas, inconvenientes, compatibilidades, herencia? Este relato trata de ilustrarlo, sin pretensiones científicas y con un fondo musical.

     Se llama Dorotea Velasco y los aficionados a la música de nuestra región la recordarán sin duda por su espléndido debut como solista en el precioso concierto para violonchelo y orquesta en Si bemol mayor, opus 34, de Boccherini. Fue en el Auditorio Delibes de Castellar, hace unos meses. Yo no tuve la fortuna de escucharla, entre otras cosas, porque soy un redomado perezoso para los viajes, aunque sean de poco más de una hora en coche. Además, había otros motivos, como ustedes deducirán si leen este relato.
     Dorotea –Doty, para los íntimos- aterrizó en Villafranca, como quien dice, por razones alimenticias. Acabada la carrera de Música, tenía que ampliar estudios en Madrid, para lo que precisaba de apoyo económico. Estando una y otra ciudad a casi la misma distancia de la capital, optó por aceptar un contrato como profesora interina de música en un Instituto villafranquino, con complemento de horario en las Jesuitinas, y se dispuso a vivir –como ella misma decía- en tres sillas y mal sentada. Yo había recorrido un camino parecido hacía diez años, antes de sacar la cátedra de Física y Química en el mismo Instituto, olvidándome de mi ciudad de origen y de las ínfulas de investigador en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Ello me costó romper con mi novia de toda la vida y con mis aspiraciones a un Nobel, o un Príncipe de Asturias. Luego, llegaron sin sentir los cuarenta y me volví demasiado mayor para casi todo.
     Así iban las cosas, cuando Dorotea se me presentó un septiembre, provista de la carta de presentación menos previsible para mi poco imaginativo cerebro:
-         ¿Luis del Campo? Encantada. Soy la nueva profesora de música. No conozco Villafranca y me ha dicho mi prima Dolores que te salude y pida consejo, para cualquier cosa que pueda necesitar.
-         ¿Dolores? No caigo.
-         Sí, hombre. Dolores Alpuente, tu antigua novia.
     No sé si era una buena recomendación, pero el caso es que me sentí obligado a servirle de introductor, tanto en el Centro, como en la búsqueda de alojamiento. Dudo que lo necesitara, pues era muy abierta y Villafranca muy accesible, pero supongo que se trataba más de tener compañía, que de precisar ayuda. Y, en lo tocante a compañía, en aquel momento nos venía muy bien a ambos, por motivos bastante diferentes.
     Cogió una buena habitación en las inmediaciones del Conservatorio que, según ella, iba a ser su principal centro de interés en Villafranca. Yo le aconsejé algún apartamento, pero lo descartó por dos razones:
-         Estoy a la cuarta pregunta y, además, los vecinos suelen poner bastantes peros a los ensayos. De esta otra forma, podré usar los medios del Conservatorio y ensayar con otros músicos. También he traído carta de recomendación para el profesor de mi instrumento.
-         ¿Te la dio, así mismo, mi exnovia?
-         ¡Qué cosas dices! Bueno, algo parecido: mi medio novio, que es profesor de música en Castellar y al que conocí durante mis estudios.
     Menos mal que solo era medio novio, pues Doty pronto pareció completar la unidad de la especie. Sociable, joven y atractiva, parecía el panal de miel de la fábula. Yo soy muy despistado para ciertas cosas, y hasta tímido para reconocer mi curiosidad hacia los demás, pero Avelina, la profesora de Naturales, me abrió los ojos enseguida, como casi siempre:
-         ¡Vaya éxito que tiene la nueva con nuestros colegas!
-         Sí, es muy abierta.
-         Y tanto. Sobre todo con el Jefe de Estudios.
-         Mujer, no creo. Siendo casado…
-         Ay, Luisito de mi vida, qué bien pensado eres. En fin, tiempo al tiempo.
***
     Yo soy muy aficionado a la música, tanto la clásica, como la que me recuerda mis años mozos. No me pregunten por qué: tengo una voz mediocre e ineducada, un oído pésimo; no sé qué hacer con un instrumento en las manos –cualquiera que sea su clase-, ni con mi cuerpo en una pista de baile; tampoco frecuento los conciertos, sino que me conformo con la música enlatada, que reproduce cualquier mediocre dispositivo. Sin embargo –insisto-, me encanta la música y admiro a sus autores e intérpretes. Tienen una magia que para sí quisieran los escritores. Comparto al cien por cien la opinión de Berlioz: la música y el amor son las dos alas del alma.
      Valga lo dicho, para justificar la ternura que sentí hacia Doty la tarde de principios de diciembre en que, paseando al atardecer, la vi portando a la espalda la voluminosa y pesada carga del violonchelo en su funda. La alcancé con facilidad y me ofrecí a hacer de porteador. Ella declinó el ofrecimiento, con una sonrisa:
-         Figúrate si estaré acostumbrada. Casi tengo tanto callo en las espaldas como en los dedos de la mano izquierda. Habitualmente, lo dejo a buen recaudo en el Conservatorio, pero estos días preparamos el concierto de Navidad y me lo llevo a casa para ensayar.
-         ¿No se molestan los vecinos?
-         Lo hago casi pianissimo y, además –modestia aparte- ya toco bastante bien. Algún día tienes que escucharme.
-         Pues en el concierto ese, sin ir más lejos.
-         De acuerdo. Te daré un par de entradas. Así podrá acompañarte Avelina.
-         Creo que está muy ocupada con los festejos de su parroquia, pero se lo diré.
     No fui con Avelina, ni con nadie. De hecho, solo le acepté una entrada. Doty sonrió con aires de suficiencia:
-         Me lo figuraba. Me consta que no le caigo bien, y hasta presumo por qué.
-         No pienses mal. Es la típica mujer que parece vivir solo para el trabajo. Ya sabes, su casa, atender a sus padres mayores, la parroquia, las clases, el cuidado del gabinete de animales y plantas…
-         Ya, el típico efecto Telemann. ¿Cuántos minutos te dedica a la semana?
-         ¿A mí? Solo somos compañeros que nos llevamos bien y tenemos bastantes cosas en común.
-         Y una buena química. De eso entiendes tú más que nadie. Anda que, si la tuvieses conmigo, te iba yo a dejar plantado por el párroco o por limpiar la avutarda.
     Escurrí el bulto, pues no me gustaban los derroteros que iba tomando la conversación. No presté atención al curioso efecto, que no había oído mencionar hasta entonces, y me dispuse a disfrutar del programa navideño que, como plato fuerte de Dorotea, incluía el quinteto para cuerda en Do mayor, opus 30 [1], de Boccherini, uno de mis compositores favoritos. El día antes del concierto, Doty me abordó reservadamente en el Instituto:
-         Tengo que cobrarte la entrada.
-         De acuerdo. ¿Cuánto cuesta?
-         No, tonto, no quiero que me la pagues, sino que me invites a comer antes. Estoy muy nerviosa y, tal vez por las fechas, me siento sola. Luego, podemos ir juntos hasta el Conservatorio. No te digo de ir a cenar, pues es costumbre que los intérpretes salgamos después de juerga…, si el concierto ha resultado exitoso.
-         No sé si te has dado cuenta de que mañana es el último día de clase y los profesores solemos ir a comer juntos.
-         Ya te he dicho que estoy muy nerviosa. No quiero una comida de cháchara y beber más de lo debido. Pero, si no puedes…
-         Sí, mujer. Cuenta conmigo. Beberemos tila o valeriana durante la comida.
-         Eres un encanto. Ya me había dicho mi prima, ya.
-         Un encanto, efectivamente. Pero debía ser más encantador el tipo con el que se casó después de dejarme.
-         Sobre eso habría mucho de qué hablar. Un día te contaré.
***
     Fui a la comida muy disgustado, pues me costó un morro de campeonato por parte de Avelina y –como ya suponía de antemano- un jolgorio general del claustro cuando comentaron en su convite general que me había dado de baja a última hora para hacer los honores a la violonchelista. Anticipando acontecimientos que no narraré en detalle, aquel incidente generó una tensión absurda con el Jefe de Estudios. Se ve que, como casi siempre, la profesora de Naturales tenía razón en sus sospechas.
     Si hacemos abstracción de cuando antecede (y ya es hacer abstracción), mi comida vis a vis con Doty resultó muy interesante. La chica me habló a corazón abierto; más, incluso, de lo que una persona como yo desearía. Para empezar, me confesó que su caída de ánimo parecía responder a un momento de crisis sentimental, en la que, junto al profesor de música de Castellar, se había cruzado el primer violín con el que tocaba en el Conservatorio de Villafranca. Era una situación que podía recordar, cambiando el sexo, a la de la canción de en cada puerto tengo una mujer. Yo, medio en serio, medio en broma, hurgué en la herida:
-         Me hablas de dos, pero yo sé bien que son tres.
-         ¿Tanto se me nota?, preguntó poniéndose roja como un tomate.
-         Yo no, que soy muy torpe para estas cosas, pero Avelina…
-         ¡Será chismosa la tía! –rugió-. Esa, como el perro del hortelano, que ni come, ni deja comer.
-         ¡Quiá! A ella el Jefe de estudios la trae al fresco.
-         ¡Cómo que el Jefe de Estudios! Eso es poco más que un flirteo, aunque él bien que se me arrima, incluso haciendo insinuaciones de tipo chantajista. Yo no me refería a él, sino… a ti.
     Ahora fui yo quien, aun sin ruborizarse, quedó atónito. Dejé que, tras un largo momento de silencio, se explicase:
-         Verás, Luis: Aunque no llegué a conocerte en Castellar, más que de vista, seguí de cerca todo lo de tu ruptura con Dolores. Mucho le influyó el tener que marcharse de su ciudad de toda la vida, para venirse a esta que, la verdad sea dicha, será muy bonita, pero no tiene ni punto de comparación en cuanto a vida y ambiente. Con todo, me consta que el distanciamiento venía de más atrás, de cuando empezaste a trabajar en Madrid, comiéndote el mundo, en el decir de mi prima. Ella no te perdonaba el efecto Telemann.
-         Demonios, ya salió. Avelina Telemann, Luis Telemann. ¿Puedes explicarte mejor?
-         Desde luego. Te sonará Telemann, el compositor alemán [2].
-         Por supuesto. ¿Qué tiene que ver él con Avelina y conmigo?
-         Le corresponde el dudoso honor de ser el más prolífico de los grandes compositores, a juzgar por el número de obras catalogadas: unas ochocientas. Y, sin embargo, ni una sola de ellas es famosa por sí, ni goza de un conocido favor popular. Podría decirse, seguramente, que el nivel medio de calidad es notable, pero que no fue capaz de crear ninguna obra maestra.
-         O sea, la viva ilustración personal del refrán quien mucho abarca poco aprieta.
-         Algo por estilo. Por lo menos, nuestro Boccherini tiene su minueto [3], lo que no es mucho, conservándose de él unas trescientas cincuenta partituras.
-         Vale, vale. Lo que Avelina tiene de Telemann ya me lo dijiste un día. Pero, ¿y yo?
-         Tendré que contestarte por boca de Dolores, pues yo no te conozco lo suficiente. Ella decía que eras como la representación infantil de una araña, que parece tener solo una enorme cabeza y unas cuantas patas filiformes. Tienes una formación enciclopédica, una curiosidad intelectual inagotable. Vives entre libros, discos, películas, periódicos y revistas. El trabajo te absorbe. No dejas cuestión sin plantear, ni duda sin tratar de despejarla. Viajas todo lo que puedes. Últimamente, practicabas la gimnasia y el footing. ¿Qué queda para ?, decía; y, sobre todo, ¿qué papel jugaré yo en su vida de concentración e inagotable inquietud intelectual? Ella echaba de menos la sensibilidad, la entrega, el amor tal cual, no el mero afecto, la fidelidad o la responsabilidad.
-         Ya. Precisamente, lo que debía de ofrecerle el gaznápiro diplomado con el que fue a toparse y a caer.
-         No seas cruel. Yo soy la primera en darme cuenta de que Dolores metió la pata; o la segunda, pues la primera ha sido ella misma. Pero tampoco te sulfures: seguro que, en todos estos años, has cambiado a mejor…; no mucho, pero a mejor. De no ser así, no me atraerías tanto.
-         Anda, déjate de monsergas, aunque agradezco tu inclinación. Tengo, muy a gusto, doce años más que tú y, por otra parte…
-         Por otra parte, ¿qué?, don Calendario Preciso.
-         Pues que tú también eres una chica Telemann, solo que, no en lo intelectual, como un servidor, ni en lo laboral, como la buena de Avelina, sino en las cosas del corazón. Así a bote pronto, han salido cuatro hombres a un tiempo en tu vida. ¿No habrá algún otro por ahí, escondido?
-         Anda, no seas guasón. Bastante desgracia tengo.
-         Pues no quieras hacerme partícipe de ella, Doty. Yo necesito una relación estable y tranquila…
-         Como la que Avelina puede ofrecerte, con permiso del párroco, sus padres y la avutarda.
-         Algo así, pero en mejor. De hecho, me lo sigo pensando.
-         Feliz tú. Yo cualquier día haré una bobada y luego me arrepentiré siempre.
-         Sólo si estás completamente segura y tiras por otro camino. Si el efecto Telemann puede vacunarnos contra algo, es contra los términos absolutos, como siempre. Y eso, no creas, no es mala cosa.
***
     Aquella noche, Doty tocó maravillosamente. Aún la recuerdo, con su corpiño blanco, ligeramente abullonado, y su acampanado pantalón de raso negro, apropiado para colocar amorosamente el violonchelo en la cuna de su cuerpo. Luego, al acabar, le hice de lejos el conocido gesto del pulgar enhiesto y le tiré un beso, esperando volver a verla después de las vacaciones. No fue así. No volvió por el Instituto y no creo que fuese culpa de la juerga que –según ella- suelen correrse tras un concierto los músicos triunfadores. Por eso me alegró mucho saber de su señalado éxito en el Auditorio de Castellar, al que al principio aludí. Desde el fondo de mi corazón deseo que haya superado el efecto Telemann y se haya pasado al síndrome de Boccherini: ya saben, una sola obra maestra conocida y reconocida por todos.
     ¿Cómo? ¿Qué qué fue de quién? Ah, ya les he oído. Avelina y yo seguimos siendo telemanianos y me temo que ello nos resulte irremediable. Se lo decía el otro día, mientras ella echaba no sé qué rayos de desinfectante a los mamíferos disecados:
-         Avelina, hija, ¿crees tú que el síndrome de Telemann será hereditario?
-         Si lo padecen ambos padres y es autosómico, la probabilidad mínima será del veinticinco por ciento.
-         Muy elevada –susurré-. Tengo que seguir pensándomelo.



[1]  Suele ser conocido, en todo o en parte, como Música nocturna de las calles de Madrid y se ha hecho muy famoso para el gran público internacional, a partir de su uso como ilustración musical de las películas Master and Commander (2003) y Conocerás al hombre de tus sueños (2010). En España, donde la obra se compuso y está ambientada, fue utilizada como sintonía de la serie de Televisión Española, Goya (1985).
[2]  A mi sí y a ustedes seguro que también. Se trata, por supuesto, de Georg Philipp Telemann (1681-1767), uno de los más destacados compositores del Barroco.
[3]  Minueto del quinteto en Mi mayor, catálogo Gérard, nº 275. Dicho minueto, ciertamente bellísimo, no se hizo realmente famoso hasta 1874, fecha en que empezó a interpretarse como pieza suelta en los conciertos.

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