sábado, 25 de febrero de 2012

EL ANIVERSARIO


El aniversario
Por Federico Bello Landrove
     Esta es una historia de amor en tiempo pasado, hecha de casualidades y de recuerdos. El hilo conductor es la cháchara impertinente de un camarero y su leit-motiv, la conocida canción de Mecano, El siete de septiembre. Con tales mimbres, he confeccionado este cesto, que espero lean sus involuntarios protagonistas, Luisa y Santi, sacando de ello la pertinente, y prudente, lección.

     La música ambiental nos traía las notas y palabras de la grata canción de Mecano. En aquel tiempo, el famosísimo grupo de los años ochenta había pasado a la historia, pero los allí presentes recordábamos aún con nitidez sus más famosas canciones. De hecho, Paco, el camarero, mientras me servía el chocolate a la francesa de la tarde, pronunció estas cuatro palabras:
-         El dieciséis de abril.
-         Querrás decir El siete de septiembre [1].
-         Quiero decir lo que he dicho. Para mí, es el dieciséis de abril y lo será siempre.

     Me picó la curiosidad y quise tirarle de la lengua, pero Paco era inflexible cuando había parroquianos a quienes atender:

-         ¡Marchando!... Lo siento, don Felipe, si quiere que le dé tema para otro cuento, venga mañana a eso de las diez y le atenderé con mucho gusto.

     Ni que decir tiene que hice un hueco en mi agenda y acudí a la cita. La cafetería estaba prácticamente vacía y los camareros holgaban a modo. Paco me sugirió una mesa al fondo del local, medio oculta por un machón, y dio comienzo a su relato, mientras yo daba cuenta de café y cruasán.

***

-         Ya sabe usted que soy camarero de toda la vida. Quiere decirse que, antes de ejercer aquí, he pasado por otros cuatro negocios, si no me falla la memoria. En el que más tiempo estuve fue en la cafetería Salanova, en los soportales, con fachada en chaflán al lateral del Ayuntamiento. La recordará, sin duda: era grande, luminosa, con dos plantas, muy concurrida…
-         Lo siento, Paco, no creo haberla conocido. Sólo hace seis años que vivo en Castellar.
-         Claro, siendo así, no pudo. Cerró hace cosa de diez años. Luego pusieron una sucursal bancaria y ahora…
-         Quedábamos en que habías trabajado durante muchos años en esa empresa.
-         Cierto. Era muy frecuentada por los estudiantes, en especial, por las tardes. Allí fue donde los conocí. Claro, al principio no me fijé, y eso que soy buen fisonomista, pero luego, al convertirse en parroquianos…
-         O sea, que eran un par de universitarios.
-         No me interrumpa, don Felipe, por favor, que pierdo el hilo. En efecto, era una parejita muy apañada. Él, estudiante de Medicina, vasco, algo rubio, espigado, muy serio. Ella, poquita cosa, pero muy guapa, de Filosofía y Letras, como casi todas en aquella época. No sé si decirle los nombres auténticos…
-         Como quieras, Paco. En cualquier caso, cuenta con mi discreción. Yo no los haré constar en mi historia.
-         Vale. Pues Santi y Luisa venían por aquí, vamos, por Salanova todas las tardes, no siendo en época de vacaciones y los fines de semana. Ella era, o es, castellarense, pero el chico viajaba con frecuencia a las Vascongadas –como entonces se las llamaba- para visitar a su familia y acopiar provisiones. Debía sentir nostalgia de su tierra, del verde, como él decía. Se les veía muy enamorados, pero muy serios. Ya sabe, un cafetito corto, haciendo manitas por debajo de la mesa, y poco más. Muy educados. Con decirle que me trataban de usted y me dejaban propina, cosa insólita en los estudiantes…
-         Abreviando, Paco, que tengo una visita a las once. Y perdona que yo no sea tan mirado como Santi y Luisa.
-         Pero me deja buenas propinas, así que no me voy a disgustar con usted. Bien, a lo que iba. Un buen día, al empezar el curso, apareció por aquí Santi solo; y así, otro día, y otro… Luego, vino con chicos. La tarde que apareció con una moza, desconocida para mí, no pude más y le abordé cuando ella se levantó al servicio: Pero, Santi, ¿qué ha sido de Luisa?  Las cosas del querer –me contestó, así como suena-. Lo hemos dejado pero estate tranquilo: de forma muy correcta y hemos quedado a bien. No necesité más para darme cuenta de que había sido ella quien había cortado y que Santi todavía no se había percatado de lo grave de la situación…
-         ¡Caramba, Paco! Eso sí que es tener pesquis. Ni que fueras psicólogo.
-         Ya verá, ya. El caso es que me atreví a decirle: No te precipites, Santi. Volvedlo a hablar. Se os veía muy unidos. Iba a contestarme, cuando regresó su acompañante y, como es lógico, me retiré acto seguido. No debió sentarle bien mi observación porque no volvió por la cafetería.
-         Elemental, Paco; aunque tal vez lo hiciese, no por tu entremetimiento, sino porque le recordabais, el lugar y tú, su amor perdido.
-         Va a resultar que el psicólogo es usted, don Felipe. El caso es que Santi estaba en su último curso. Así que lo acabó, desapareció de Castellar. A Luisa la vi por la calle en alguna ocasión, pero hizo como si no me conociera. Da igual. El hecho es que ella sí ha seguido viviendo en Castellar todo el tiempo, o casi.
-         ¿Y es eso todo? Pues vaya birria de cuento que me va a salir con semejante argumento.
-         Pero si apenas estamos empezando –replicó con una sonrisa maliciosa-. Claro que, si tiene que marcharse…
-         Son las once menos veinte. Te daré de margen hasta las once y que Dios me ampare contra la bronca de mi jefe.
-         Espero que le merezca la pena.

***

-         Pasaron ocho o nueve años y, una tarde de primavera, ¿quién dirá usted que reapareció?
-         Santi el vasco. Y hasta estoy por asegurar que era el 16 de abril.
-         ¡Corcho, don Felipe! Es usted un lince. Efectivamente, Santi y en 16 de abril. Solo que yo entonces no paré mientes en la fecha, sino en la persona. Como sería, que hasta nos dimos un abrazo. Estaba bastante más grueso y empezaba a ralearle el cabello. Por lo demás, tal cual, como de estudiante. Me contó que ejercía de pediatra en Baracaldo, que se había casado y tenía dos niños. Sin que yo le preguntase nada al respecto, me dijo que había vuelto a Castellar para saludar a algunos profesores y condiscípulos, aprovechando para visitar algunos lugares de su predilección. Ya sabes, el Campo, la calle Santiago y, por supuesto, el Salanova y a mi buen amigo Paco. Eran poco menos de las cinco; así que la cafetería estaba prácticamente llena. Procuré acomodarle en una mesa cerca de la de antaño y tuve que dejarlo, pues la clientela urgía. Estaría cosa de una hora, leyendo y releyendo un ABC que traía. Cuando le pareció, se levantó y vino hacia mí; me pidió el número de teléfono de la cafetería, que anotó en el periódico, me dio otro abrazo y con un hasta más ver, salió a la calle y desapareció durante un tiempo.
-         ¿Hasta el siguiente dieciséis de abril?
-         Justamente. ¿Fácil, no? Lo que seguro no adivina es que, un par de días antes, me telefoneó para que le reservase la mesa suya de estudiante para las cinco de la tarde, más o menos. Caprichoso –pensé-.
-         Sí, un verdadero sentimental  -apostillé, fingiendo un bostezo-.
-         Ese día estaba el negocio menos movido que el año anterior y decidí observar a Santi a mi sabor. Para empezar, me percaté de que lo del periódico era una manera de fingir. A cada momento, bajaba el ABC y escrutaba todo el primer piso de la cafetería, mirando finalmente hacia la puerta de entrada. Y, para esto último, la mesa estaba perfectamente situada.
-         Concluyendo, Santi era un sentimental práctico y el ABC su diario de camuflaje, no por ideología, sino por facilidad de manejo.
-         ¡Cómo es usted, don Felipe! Lo ha resumido en dos palabras.
-         Lo que tú no eres capaz de hacer, ni aunque te maten. En fin, estoy dispuesto a llegar hasta el fin, cueste lo que cueste. Con tal que hagan lo mismo los futuros lectores de tu historia interminable…

***

-         Lo del 16 de abril se convirtió en una rutina. El año en que se puso de moda la canción de Mecano que oímos ayer, me dio pie para atreverme a lo que no había intentado hasta entonces, por respeto a Santi, ya todo un don Santiago, y porque él no me había dado ninguna oportunidad. Me acerqué con un café no solicitado y se lo puse sobre la mesa, a la vez que retiraba la taza vacía. Invita la casa, le dije. Y luego: Don Santiago, tal vez tendría usted más éxito si, en vez de venir por aquí el dieciséis de abril, se pasase el siete de septiembre. Me miró con cara de bobo, como si no entendiese. Sí, hombre, sí, el siete de septiembre, como en la canción de Mecano. Entonces pareció comprender, sonrió y me replicó, literalmente: Hay llamas que ni con el mar [2]. Pero se ve que el río de Castellar es más poderoso que el Cantábrico.
-         Muy metafórico, Paco. ¿Y cuántos años estuvo viniendo por Castellar el frustrado apagafuegos eróticos?
-         Yo calculo, así a ojo, que unos dieciocho o veinte. No recuerdo cuál fue el primero. El último fue cuando lo de Vicentín.
-         ¿Vicentín? ¿Qué pinta ese tipo en nuestra inacabable historia?
-         Vicentín era un camarero de la cafetería; bueno, en realidad, un estudiante amigo de uno de los hijos del jefe que, en momentos de apuro, ayudaba y se sacaba unos buenos duros. Supongo que sería, más por darse caprichos, que por necesidad. El hecho es que, ese último año, el 16 de abril cayó en Viernes Santo y se puede figurar el follón que teníamos, de turistas y amigos de las procesiones. Vicentín vino a echarnos una mano y se me ocurrió comentar con un compañero veterano lo de don Santiago y el día de marras. Vicente debió de cogerlo al vuelo y así quedó la cosa. Así, hasta el día siguiente, cuando recibí una llamada en la cafetería, de parte de la madre del muchacho. ¿Quién dirías que resultó ser?
-         Tengo una ligera sospecha.
-         Exacto: Luisa, la antigua novia de Santi. Según ella, se trataba de darme las gracias por lo bien que me portaba con su hijo pero, en el fondo, lo segundo era lo primero: sonsacarme acerca del caballero del 16 de abril. Yo le dije: Luego tú también te acuerdas de la fecha. Y ella: Ese también me basta. No necesitas aclararme más. ¿Qué le parece?
-         Me parece que la cosa, por fin, se está poniendo muy bien para el año siguiente.
-         Lo que pasa es que no hubo año siguiente.
-         ¿Cómo?
-         Bueno, haberlo lo hubo. Pero ya no estaba la cafetería Salanova.

***

     A estas alturas, las once habían pasado, pero no era cosa de dejar a Paco con el desenlace en la boca. Hice, pues, acopio de paciencia y le dejé proseguir.

-         … Pero, antes, he de informarle de lo que sonsaqué a Vicentín, como quien no quiere la cosa. Resultó que su madre, Luisa, después de quince años de matrimonio y tres hijos, se divorció de su marido, un mal bicho que la tenía con la pierna quebrada y en casa; literalmente, pues la pegaba con frecuencia. La pobre mujer, en cuanto los hijos fueron un poco mayores, se divorció y sacó a la familia adelante, dando clases particulares y cuidando ancianos. Luego, aprobó las oposiciones de maestra y se empeñó en dar carrera a los hijos. A juzgar por Vicente, le salieron buenos y responsables.
-         Ahí tienes la razón de su empleo eventual en la cafetería.
-         Por poco tiempo pues, de la noche a la mañana, los Salanova recibieron una millonaria oferta del Banco Leonés y cerraron el negocio, poniéndonos a los empleados en la calle con una modesta indemnización.
-         ¡Vaya por Dios! Entonces, Santiago y Luisa…
-         Todo lo que sé es que él me llamó en abril, como todos los años, y hube de decirle que la cafetería había cerrado y andaban de obras para convertirla en una oficina bancaria. Colgó en el acto y hasta ahora.
-         Pero, alma de cántaro, ¿no le dijiste nada de lo de Luisa? Estoy por asegurar que ella se apostó en la acera de enfrente el 16 de abril a las cuatro y media, y estuvo soñando y suspirando por él hasta las tantas.
-         Puede darlo por hecho, porque, al estar aún en paro, yo me pasé por los soportales y la vi. Bastante estropeada, pero era ella, sin duda ninguna.
-         Desde luego, Paco, tienes la sangre de horchata.
-         ¿Y quién me manda a mí meterme a redentor en la vida de nadie? Yo ya conocía la situación de Luisa, pero no la de Santi. Lo más probable es que siguiese casado y con una familia que dirigir.
-         Eso no es inconveniente. Ya has oído a Mecano: los lazos están rotos y la relación se acabó, no obstante lo cual, se siente ilusión ante el aniversario y algo sigue vivo en el amor. Eso es lo civilizado, mi carpetovetónico camarero.
-         Ay, don Felipe, que me quiere usted liar. Eso que cantan no es otra cosa que vivir con los recuerdos. Eso podemos hacerlo todos sin vivir de los recuerdos, que es algo muy distinto y, a mi parecer, muy peligroso.
-         ¿Y si yo descubro el pastel, en el improbable caso de que Santi y Luisa  lean mi cuento?

     Paco se levantó, guiñó un ojo y, ¡al fin!, concluyó, con estas palabras:

-         Eso es problema suyo. Yo ya he cumplido con mi parte.





[1]  Título de una de las más conocidas creaciones de Mecano, aparecida en 1991, poco antes de la casi definitiva disgregación del trío (1992). Su autoría precisa se asigna a Nacho Cano, uno de los dos hermanos compositores del conjunto.
[2]  Verso de la canción aludida, más comprensible si lo unimos a toda la estrofa: Y, aunque la historia se acabó,/hay algo vivo en ese amor;/que, aunque empeñados en soplar,/hay llamas que ni con el mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario