sábado, 21 de enero de 2012

LA LECCIÓN DE PSICOLOGÍA


La lección de Psicología

Por Federico Bello Landrove

     ¿Tienen una causa predominante los males del amor? Asistamos a la clase del profesor Ratti quien, con la ayuda de una hermosa canción, nos pondrá al corriente del tema, aunque –como dice el refrán- haz lo que te digo, no lo que yo hago.



     El conocido profesor Battista Ratti, titular de Psicología Clínica en la Facultad de Génova,  impartía aquella tarde la primera clase magistral de la materia, Trastornos del comportamiento en la adolescencia y la juventud: el impulso amoroso. Incluida en el ciclo de especialización al concluir la carrera, los estudiantes constituían un grupo selecto y bastante reducido, todos por encima de los veinte años, a quienes el afamado maestro decidió –según su costumbre- epatar, con la inestimable ayuda de su inseparable cronómetro Roskopf de bolsillo, que dejó caer ostensiblemente sobre la carpeta de sobremesa, momentos antes de iniciar la lección.

-          Mis queridos discípulos –comenzó-, no puede entenderse la patología amorosa, si no empezamos por reconocer que la misma tiene como causa más frecuente el desfase cronológico. En consecuencia, nada mejor y más necesario para medirla que este adminículo.

     Y, de manera ostentosa, levantó en alto el reloj, describiendo un arco aproximado al que formaban, con él como centro, los alumnos más alejados.

-          Es evidente, prosiguió, que la disparidad temporal será tanto más probable en la relación de pareja, cuanto que resulta muy difícil sincronizar los ritmos del impulso amoroso de dos o más personas; pero no crean que resulta fácil ajustar el nacimiento y evolución del amor a las demás circunstancias y necesidades de un solo sujeto. Pongamos un ejemplo, tomado de la casuística recogida en la literatura.

Un joven de unos veinte años de edad se enamora de una chica sin saber muy bien por qué –lo que no deja de ser lo más habitual-. Pero el chico hace introspección, quizá con la ayuda de su consultor psicológico, y llega a la conclusión de que el amor le ha venido por no tener nada mejor que hacer o en que pensar. Se halla pasando una etapa de ensoñación, en la que siente la necesidad de compartir sus sueños, de hablar de ellos, elaborarlos con la ayuda de una mujer. No se siente capaz de estar solo, ni de día, ni de noche: tiene que hablar; hablar de todo, incluso de amor. Observen ustedes, el amor nace en un momento onírico y va consolidándose a medida que esa fase, tan propia de la adolescencia y primera juventud, cristaliza en planes ciertos, objetivos reales, un futuro próximo.



     El profesor Ratti dirige una mirada de complicidad a la doctora Pinello, que lo acompaña en estrados, tomando notas ocasionalmente, y prosigue:



-          Pues bien, ese joven apenas veinteañero alcanza, tiempo después, la madurez personal y social que le permite, o mejor dicho, le impone superar la etapa de los sueños y pasar a ocuparse y realizar las mil cosas de que se siente capaz, a tenor de la formación académica adquirida y de la experiencia y dotes artísticas incubadas. Mas entonces se encuentra con que el amor lo ata, lo absorbe, le impide prácticamente pensar en otra cosa que en la persona amada. ¿Y por qué, señoras y señores laureandos, por qué?



     Los interpelados se miran unos a otros y parecen sentir ganas de intervenir, pero se retraen, seguramente, al ser su primera clase con el imponente catedrático Ratti. Este, aliviado por no haber tenido que escuchar obviedades ni simplezas, prosigue tras unos segundos de expectación:



-          No lo duden, el joven del caso –como ustedes- no se atrevió a reconocerlo, pero probablemente lo intuía. La muchacha no era adecuada para inspirar y participar en esa nueva fase de su vida. Ya sea por insuficiencia del criterio selectivo, ya por adaptación del mismo a la etapa onírica anterior, el joven –llamémosle, desde ahora, Luigi- no había buscado y escogido pareja en función de su personalidad y deseo actuales. En suma –enfatizó-, había menospreciado el papel del tiempo.



     Volvió a enarbolar el Roskopf, con tal vehemencia, que la cadena estuvo a punto de impactar en la punta de la nariz de la profesora auxiliar, quien permaneció impertérrita. Ratti le hizo un gesto de disculpa, posó de nuevo el reloj y avanzó en el argumento:



-          Bien, ahora viene el momento culminante, desde el punto de vista clínico. ¿Cuál será, según ustedes, la consecuencia en Luigi de este desfase vital?



     Esta vez, el maestro apenas esperó por la respuesta, pues estaba convencido de la perplejidad del auditorio. Se contestó a sí mismo:



-          En este caso, Luigi era un joven responsable y efectivamente enamorado. Por tanto, la anacronía generó un síndrome de confusión o desdoblamiento benigno de la personalidad. El paciente lo describió de una manera tan poética, que no les privaré de escuchar sus propias palabras, aunque les dispensaré de ponerles música con mi pésima voz.



     Sonrió al unísono con algunos de los alumnos y recitó pausadamente:



Il giorno

mi pento d’averti incontrato.

La notte

Ti vengo a cercare [1].



-          Con lo que ya habrán deducido ustedes quién era el famoso enfermo imaginario



     Los alumnos se miraban unos a otros con total desconocimiento del tema. El profesor esperaba y esperaba, jugando con el reloj:



-          Vamos, señores, que estamos en Génova y se supone que algo habrán oído de la Escuela musical del mismo nombre…



     Silencio sepulcral. Ratti se atusaba los ralos cabellos, con ganas de mesárselos:



-          Por Dios, caballeros, señoritas… He dicho que se llamaba Luigi… La canción del caso era Mi sono innamorato di te. Luigi… Luigi…

-          Boccherini, completó una voz ingenua y escasamente audible de mujer[2].



     El profesor recogió lentamente sus apuntes, sujetó la cadena del reloj al botón idóneo del chaleco, sepultó el veterano Roskopf de 1901 en el bolsillo y tan solo acertó a decir:



-          Está visto que no es solo el amor lo que aquí está radicalmente desfasado. Hasta pasado mañana.



     El profesor siguió a su escultural colega auxiliar, camino de la salida por la puerta que daba a la Sala de Profesores. Apenas la había rebasado, oyó la melodiosa voz de la señorita Pinello, que le preguntaba:



-          ¿A qué te referías en el aula, amore, como desfasado?



     Ratti contestó con ternura:



-          Cara, por una rara y maravillosa excepción, nuestro amor es ácrono.



    





[1]  La traducción es, más o menos, esta: De día / me arrepiento de haberte encontrado./ De noche /vengo a buscarte.
[2]  Luigi Boccherini (1743-1805), famoso músico italiano, de feliz recuerdo en España. El Luigi cuya identidad pedía el profesor Ratti era, por supuesto, el distinguido cantautor ligur Luigi Tenco (1938-1967).

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