sábado, 26 de noviembre de 2011

UNA NUEVA VIDA


Una nueva vida

Por Federico Bello Landrove

     Una mirada, esperanzada y concreta, sobre esa terrible realidad que ahora llamamos la dependencia. El viaje a tierras lejanas se ofrece como opción casi inevitable para una pareja octogenaria, que habrá de dejar tras ellos casi todo. ¿Es esto bueno o malo para su corto futuro? El cuento dará una de tantas respuestas posibles.





    1.  La consulta

           ¿Era hoy cuando teníamos la revisión del traumatólogo? Tendré que mirar en el calendario, pues a buena parte voy si se lo pregunto a Rafael. ¡Ay, Señor, cada vez me cuesta más trabajo levantarme! Esto de la cadera es un suplicio. Y yo que me quejaba hace años de la espalda, o del reuma en la rodilla. Si el médico es hoy, tendré que lavarme a conciencia, con el trabajo que me cuesta agacharme. Pasan los meses y no acabamos de llamar para que nos cambien la bañera por una ducha sin escalón. Antes, con él, lo tenía solucionado: era una fuerza de la naturaleza y lo resolvía todo; pero ahora… Apenas levanta los pies del suelo y va perdiendo el equilibrio. Dice que fue porque estaba el paragüero fuera de su sitio, pero estoy convencida de que se cayó por un vértigo, o porque se enredó las piernas una con otra. ¿Y levantarlo? Sangraba como un novillo en el matadero. Con el portero, en tiempos, lo tenía solucionado. Ahora todo son ahorros: basta una limpiadora para la escalera y la recogida de basura. ¡Estamos buenos! Agárrate tú, que yo me caigo. No sé qué habría sido si la vecina no aparece y llama a la Cruz Roja.

           Sí, en efecto, es hoy, martes y trece. No si ya decía yo. A las diez y media. ¿Dónde habré dejado la agenda, con el nombre del médico y la dirección? Don Matías, creo que se llama. Como es un suplente, no me acuerdo de… ¡Rafael!, ¿has cogido tú mi agenda? Sí, hombre, sí, la de pastas verdes. Junto a la tele; ¿quién le mandará andar con ella y dejándola en cualquier parte? La tele, claro, ¿dónde, si no? Cuando no son los programas de tres al cuarto, son los deuvedés que regala el periódico. Total, cada vez los entiende peor y yo me canso ya, con estos ojos… Aquí, traumatólogo, doctor Hiniesta. Pero este es el titular. ¿Cómo demonios se llama el sustituto? Empezaba por B, algo así como bohemio, o Basurto. Se parecía a un animal, ba…, be… Y luego dicen que tengo una memoria excelente para mi edad. Claro, ¿qué se va a pedir?, según dicen. Y yo me fío y no lo escribo en el momento… ¡Barrueco! Eso, Barrueco; menos mal. De la calle… ¡Pero, será posible que tampoco me acuerde! Era junto a San Benito, una clínica, o un sanatorio. Seguro que el taxista, si le explico… Voy a ir preparando el desayuno, a ver si me viene también el nombre de la calle.

           Un taxista, un taxista. ¿A qué molestar a nadie? La familia, el hijo, los nietos. Pero ellos están en sus cosas y Ricardo bastante tiene con lo suyo. Leonor siempre se ofrece, por lo menos, a acompañarnos, pero no deja de ser una vecina. ¡Que se me queman las tostadas! Pues estaban puestas en el 4, como siempre. Esta ciudad ya no es la misma, ni parecida. Todos mueren a mi alrededor y el resto, egoístas o desconocidos. ¿Ni siquiera puedes ir por tu cuenta a hacerte un análisis?, me soltó mi nieta Alejandra, ante mi temor de marearme en ayunas. Mi nuera es más diplomática, pero total… ¿Y por qué no he llamado a las oficinas, para que nos mandasen una ambulancia? Siempre me acuerdo demasiado tarde. No, si no es por dinero. Mucho gastamos con los chicos y con la casa, pero, para nosotros, nos sobra. Menos mal, que no todos pueden decir lo mismo.

           Pero, Rafael, ¿vienes o no vienes? ¿Te has duchado ya? Mira que son más de las nueve y media. Vamos a llegar tarde. Jesús, qué hombre: siempre fue tranquilo y ahora, ¿qué vamos a decir? No puedes atarte los zapatos… Tú que no puedes, llévame a cuestas. Anda, siéntate a desayunar. Que no, que para lo de hoy no tenemos que ir con el estómago vacío. ¿Recuerdas…? ¡Eso es! Policlínicas Dioscórides. Al diablo se le ocurre un nombre tal. Menos mal que conservas la memoria para los nombres. Debe de ser por los crucigramas.

           Y luego está mi hija. Cuidado que es exagerada. Por ella, cogería el avión cada vez que tenemos un catarro o una consulta médica. Unos tanto y otros tan poco. Aunque, al paso que van las cosas… Paso de carga, auténtico galope. Todavía hace un par de años, Rafael estaba tan firme y yo me valía mucho mejor. Desde que cayeron sus ochenta y cinco y mis ochenta, se nos ha venido el mundo encima. Pili dice de jubilarse anticipadamente y venirse a cuidar de nosotros. ¿A qué ton? Mejor o peor, ella tiene allí su trabajo y su ambiente, por no hablar de la proximidad de sus hijos. Tengo que andar ocultándole los males y pintándole todo de color de rosa; total, para que no me crea. ¿No podríamos contratar alguien para que nos cuide, o irnos a una buena residencia? Claro que eso de las residencias hay que pensárselo bien, que se entra muy decidido, para estar bien cuidado y, luego, en cuatro días, con todo lo que se ve y te rodea, uno pierde la cabeza o las ganas de vivir, como le pasó a Lucía; o a mi hermana, aunque esa ya estaba de antes bastante trastornada.

           Las diez. ¿Chaquetón o abrigo? Mejor, una prenda corta, para no arrugarla en el taxi. ¿Pero no acabas ya de afeitarte? No, si tendré que dejarte en casa. ¡Que no, Rafael, que es una forma de hablar! Ponte la corbata de rayas blancas y verdes, que tiene el nudo hecho. Señor, señor, digan lo que quieran, ¡qué triste es ser viejo!



        La espera

                Pues, sí, Leonor, ya lo hemos decidido. Vamos, por mejor decir, las cosas son lo que son. De una parte, ya sabes como es y como está Rafael. Pili fue siempre su ojito derecho, y viceversa. Parece un niño, soñando con el sol de los trópicos y las puestas de sol en el Caribe. ¿Qué más le da a él Castellar que Fuentecilla? No, claro, él es de aquí de toda la vida, pero nunca hizo más que trabajar; trabajar e ir a pescar cuando podía. Y le gusta viajar y pega la hebra con cualquiera. Todavía se acuerda de las amistades que hizo cuando visitamos a Pili hace años. Que si aquel jardinero cubano, que si aquella magistrada tan simpática. Sí, hija, sí, arraiga en cualquier parte y sueña con pasar todo el día junto a su Pili del alma. ¡Como si ella no tuviese sus clases, sus conferencias, sus presentaciones…! Nos vamos a pasar el día solos y sin apenas salir de casa. Ya sabes que allí, o manejas –como ellos dicen-, o te conviertes en un inválido. Sí, tienes razón, la casa es grande y tiene algo de jardín, pero…

               ¿Cómo voy a negarme yo? Me voy convirtiendo en un cacharro inútil a pasos agigantados. Y no soy tonta. Todo lo que tenía que hacer en esta vida, mejor o peor, ya está hecho. Tengo a mis seres queridos en el cementerio o recluidos en casa, como yo, llenos de achaques y desmemorias. Ya lo sé, Leonor, y bien agradecida que estoy, pero lo único que podría haberme mantenido inamovible aquí es lo que tú ya sabes y, por ese lado, nada de nada. Sí, me ponen mala cara y me critican por la marcha pero, en el fondo, creo que es más por llevar la contraria a su hermana, que por deseos de estar juntos y ayudarnos. ¿Ya te conté lo de los nietos, las Navidades pasadas? Pues eso es lo que hay. Así que, ¿cómo no voy a aceptar lo que me pide mi hija? Ya sabes que ella es así, de entregarse toda y poner a la gente en el disparadero. O venís vosotros o voy yo, caiga quien caiga. Yo no puedo aceptar ese sacrificio: dejar allí a los hijos y al nieto, su trabajo, el prestigio… y el riesgo económico. Claro, tienes razón; yo también lo pienso, pero los hijos son los hijos y yo no tengo derecho a interponerme, ahora que están tan a buenas y su marido no la incordia.

               No, chica, no me decido. Cada vez estamos más tontos y más dependientes. Ya sabes lo que hay por ahí. Asistentas hay muchas y tenemos una estupenda, pero cuidadores, tutores como si dijésemos… Tengo a veces el sueño de que estamos de mierda –perdona la expresión- hasta el cuello y que nos desvalijan la casa hasta el último cuadro, hasta el último adorno de plata o de porcelana fina. Tú ya tienes bastante con lo tuyo y mi nuera con lo de ella. De ninguna manera, Leonor, tú, a tu hija y a tu madre. Ya sabes la confianza que te tengo y lo que he abusado de ella, pero todo tiene un límite y a él hemos llegado ya.

               ¿Quieres creer que, con tantas cosas como hay que preparar, estoy más preocupada del día a día que de lo que me espera? No creas tú que es fácil entrar allá. Que si revisiones médicas, que si controles políticos, que si visados… Dicen que los trámites llevan alrededor de un año. Sí, eso será, para que nos cansemos, o nos muramos. Y todo lo que sabes que tenemos que solucionar aquí. No va a ser fácil la venta de la casa, con la crisis económica que vivimos. Desde luego, Pili ha fijado un precio mínimo y, si no se alcanza, intentaremos alquilarla. Quizás tengas razón, así no quemaríamos las naves, pero todos preferimos liquidar y hacer caja. Bueno, eso es lo que ahora pensamos. Por nosotros tanto da, pues no creo que vivamos mucho más, pero Pili… No hace un par de años que soñaba con volver y no sé qué escribía del retorno de Ulises, el de la Odisea. Ahora ha cambiado la marina y, por la familia de allá o por las cosas de aquí, el hecho es que dice que no tiene pensado volver a Castellar como no sea de visita.

               En eso no estoy de acuerdo. ¡Si vieses con la ilusión que está preparando su casa para acogernos! No sé si la tuvo mayor de recién casada. Eso le hace la espera más soportable. La cosa es lenta, ya sabes cómo son los obreros de allí. Por dinero para las reformas, no hay problema; lo gordo es nuestra asistencia médica. Hay que contratar un seguro privado muy caro y nosotros necesitaremos atención sanitaria desde el primer momento. Así son las cosas: en España dilapidamos la sanidad pública y en América la regatean todo lo que pueden; no digamos con los extranjeros, y ancianos además.

               ¿Sentirme sola? Mujer, mientras me viva Rafael, malo ha de ser. No debiera confesarte esto: temo llegar a estar a solas con Pili. ¡Es tan autoritaria, tan absorbente! Yo, aunque no lo parezca, tengo también mi genio y mis tozudeces. Cada vez hemos ido congeniando mejor, pero en temporadas cortas de convivencia. ¿No se cansará de mí, según me vaya degradando en todos los órdenes? Sabes que, al final, ni yo misma aguantaba a mi hermana, ¡con lo que habíamos sido! Pili y ella salieron tarifando y ni la evidente alteración mental de su tía contó con su paciencia, ni su perdón. Yo, como madre, me puse de su parte, pero el tiempo pasa y, ¿querrás creerlo?, me da miedo repetir a mi modo la misma historia. En fin, ¡qué lata te estoy dando!

               Eso, hablemos de otra cosa. Nos vamos a llevar, por barco, todo lo que podamos: muebles, adornos, libros y los cuadros de mi esposo; por supuesto, las cosas de mi padre, las pocas que sobrevivieron a la quema temerosa por mi madre y a la mejor o peor conservación por mis hermanos mayores. Se me da un ardite de homenajes y recuerdos politizados, pero el reconocimiento de la figura y la obra de mi padre, en estos últimos años, me ha dado nuevos motivos de vivir. Demasiado tarde, tienes razón. ¡Cuánto habría dado yo porque mi madre lo hubiese conocido! Pero lo principal está ya dicho y hecho y tampoco eso me ata a Castellar. Mi hijo, espero, cuidará de la sepultura familiar y, donde no, dejaremos encargo a un marmolista, para que la limpie una vez al año y nos avise de cualquier deterioro. Ya lo sé, Leonor, gracias. Pili está al corriente. Si morimos allá –como es de razón-, que traiga nuestras cenizas para que reposen junto a mis padres. Será una tontería, pero ya lo tenemos hablado, aún antes de marchar.

               También tengo pensadas muchas otras cosas. Sin ir más lejos, quiero que conserves algún recuerdo mío. No sé, algún cenicerito de plata, tú que fumas, o el payaso de china que tanto le gustaba a tu hija cuando era pequeña. ¡Qué quieres, hija, no soy una sentimental, pero tengo muy flojo el grifo del llanto!



            3.  El viaje

                   Las despedidas en Castellar habían resultado de lo más emocionante. Personas venidas de los más diversos lugares habían concurrido, de modo inesperado, a los adioses, portando regalos y recordando anécdotas sin cuento. A bastantes de ellas apenas las conocía Aurora; otras habían superado de tal forma la marcha del tiempo, que se diría que no había pasado día por ellas. Parecía como si las viejas fotos hubiesen cobrado vida y las modas retrocedieran –como, por otra parte, suele suceder-. El viaje hasta Madrid, una vez pudieron coger el autobús por los pelos, casi a la carrera, había sido alucinante. ¿Autobús o tren? Los recuerdos se mezclaban en su memoria, pues vehículos y andenes difuminaban su contorno. Desde luego, no había duda ninguna de que era amada y que sus amigos y familiares habían querido apurar los últimos momentos de su estancia en España. Claro, no era nada probable que ella ni Rafael regresaran algún día, pero de eso a acompañarlos hasta el aeropuerto… Y no había sido fácil acomodarlos a todos, yendo los baúles y contenedores con ella en el habitáculo. ¿A quién se le habría ocurrido que viajasen juntos? El tren, o lo que fuera, se desplazaba a tal velocidad, que los bultos zabuqueaban y aquí y allá se entreabrían, mostrando ya un velador, ya su espléndido abrigo de garras de astracán.

                   Le habían hablado mucho y mal de la enrevesada terminal de los vuelos intercontinentales. Había resultado peor aún de lo esperado. La comitiva serpenteaba en un laberinto de pasillos y escaleras mecánicas. Por momentos Rafael parecía perderse y ella misma había tenido que soltar el bastón y correr, agarrada al vuelo de la falda de su hija Pili. Su interminable equipaje se retorcía en un gigantesco carrete de plástico transparente de embalar, que parecía no tener fin. Había tenido que insistir, una y otra vez, angustiada: ¿pero eso no tiene que ir en barco?; ¡vamos a perder el avión! De repente, se quedaron solos en la inmensidad del hall, pero su hija parecía no oírla y hacía aparte con su hermano, muy recuperado de sus dolencias, y con aquel amigo de toda la vida, que se había empeñado en despedirla desde la terraza de Barajas.

                   El avión, inmenso y con pasillos que recordaban los de casa, flotaba en un magma azul con la consistencia de mar espeso, en el que parecía avanzar penosamente. Pero no era tanto problema del fluido, como del exceso de equipaje, que atiborraba la panzuda bodega del aparato. ¿Qué sentido tenía que todas sus cosas, tan amorosamente catalogadas por Pili y por ella, se llevasen en avión, en vez de por barco, como estaba previsto? Pili, hija, ¿tendremos bastante dinero para pagar el exceso de equipaje? Anda, mamá, descansa, tómate esta pastilla.

                   Era inevitable. Rafael había tenido que hacer varios viajes a los compartimentos de carga a ver cómo iban los muebles, acompañado de la azafata que les servía bebidas, todas con sabor a vermú, y revistas que, por su ranciedad, parecían sacadas de la hemeroteca del Blanco y Negro. Todo fue en vano. Repentinamente, se abrieron las compuertas, y una cascada de maletas, bolsos y contenedores inició una caída sin fin al vacío, que se iba haciendo más y más oscuro según se confundía con la tierra. ¡Oh maravilla! Una espiral mágica los fue depositando sin daño en la bodega de un barco de bandera brasileña, cuyo capitán, tocado con una gorra a todas luces excesiva, le recordaba a su hermano Anselmo, quien, por cierto, no había ido a despedirla…, por la razón suficiente de que había fallecido algunos años antes. Aurora sonreía: ¡pues no le había parecido verlo en la estación de Castellar, con pantalones bombachos, agitando un pañuelo rojo y azul!

                   Estaba angustiada. Un barco brasileño… ¿A dónde irían a parar las cosas tan cuidadosamente empaquetadas con destino a la casa de Pilar en Fuentecilla? ¿Y si no se recuperaban nunca, si las precisaban y no aparecían? Trató de avisar al capitán del buque, de denunciar lo sucedido a la policía. Nadie la escuchaba e, incluso, algunos de los interpelados parecían hacer burlones visajes. Intentó llegar al ayuntamiento de Fuentecilla, que tenía un asombroso parecido con el de Castellar, pero hubo de esconderse en un portal: se había percatado de que iba vestida tan solo con un camisón de organdí azul celeste y pantuflas de pompón a juego. Era todo cuanto le había dejado la vida para emprender su última etapa en país extranjero. Y, con todo, se sentía joven y admirativamente espiada, como no lo había experimentado desde mucho tiempo atrás.

                   Miró por el óculo a su derecha y gritó de horror. Bueno estaba que el equipaje de su mundo se desvaneciera: ligera de equipaje, como los hijos de la mar. Pero aquella visión era superior a su desprendimiento. ¡Hojas y hojas manuscritas, recortes de diarios, fotografías de los seres queridos, joyas de valor sentimental, todo cuanto había decidido llevar a la mano en su neceser marrón, flotaba al otro lado del cristal, como invitándola a cogerlo o a despedirse de ello! Aunque sabía de lo inútil de su esfuerzo, trataba de abrir la ventanilla, gritaba a los pasajeros llamando su atención. Se aferraba al brazo de Pili con desesperación: hasta el bolso de mano había desaparecido de su regazo, con toda su documentación y el sancta sanctorum, el testamento espiritual y las últimas cartas de su padre.

                   Volvió a asirse con fuerza, esta vez del apoyabrazos de su asiento, intentando sacudir la lasitud de su cuerpo y encaminarse hacia la cabina de mando. Como de otro mundo, muy lejanas pero cada vez más precisas, le llegaron las palabras de su hija:

              -          Mamá, mamá. Despierta, que vamos a iniciar la maniobra de aproximación y aterrizaje.

                   A duras penas Aurora fijó la mirada, aún vidriosa, en las asas que sujetaban a su brazo el bolso que un momento antes creyó perdido. Farfulló:

              -          Menos mal que todavía lo tengo. El resto puede esperar.



                4.  La estancia

                     “Querida Leonor: Se cumplen hoy dos años de nuestra marcha a Fuentecilla y puede ser un buen momento para agradecer toda tu gentileza en este tiempo, tanto al mantener el contacto con nosotros por vía informática, como al habernos resuelto el papeleo y las gestiones que ha sido necesario hacer a nuestro favor en España durante estos años. Pero, como cuento hoy con la colaboración de mi hija para que se ponga al teclado y dictarle, voy a ser un poco más prolija y –como me vienes pidiendo desde hace tiempo- haré para ti una valoración de esta nueva, y final, etapa de mi vida, sin olvidar a Rafael, por supuesto.

                       “Mis esperanzas al dejar España y venir de este lado del océano junto a Pili se han confirmado plenamente. No podía dudar de que ella es una hija modelo de cariño y dedicación. Lo que se ha demostrado es que su trabajo lo ha podido simultanear con nuestro cuidado. Ahora, al borde de su jubilación, es posible que incluso le sirvamos más plenamente de compañía y –por así decir- de entretenimiento. La verdad es que cada vez estamos más escacharrados, pero seguimos teniendo la cabeza sobre los hombros y las sillas de ruedas tendrán que esperar, quiera Dios que por siempre.

                       “También es para nosotros una alegría la frecuente visita de los nietos de acá, y del bisnieto, aunque no puede decirse que sea suficiente para hacer olvidar la ausencia de mi familia de Castellar. Y, por otra parte, pese a todas las inclemencias del clima tropical, el tiempo nos permite aprovechar el jardín y la playa casi todo el año, notando una considerable mejoría en nuestras dolencias óseas, que el frío agravaba en esas tierras castellanas.

                       “Bendigo mil veces la idea de haberme familiarizado, ya casi octogenaria,  con el manejo del ordenador, hasta el punto de controlar el correo electrónico. Ello me ha permitido ser ciudadana de dos mundos, manteniendo el contacto con los amigos de España, por activa y por pasiva. Entre ellos, tú has sido la más benévola, al no faltarme nunca tu carta quincenal, sustituida por Charito, cuando tú estabas enferma o de vacaciones. No eres la única, felizmente, pues otras personas tampoco me han olvidado, en especial, Alberto Lafuente, a quien tú conoces, y que nos bombardea con historias y canciones, siempre gratas, por estar inspiradas en el afecto y la nostalgia.

                       “Aunque sea Pili hoy quien aporree el teclado a toda velocidad, no es cosa de cansarla a ella, ni a ti, con más consideraciones. Quiero, sin embargo, terminar con una, que encierra a Rafael y a mí en un círculo de esperanza, precisamente al borde de la sepultura, como si dijésemos. Un día tuve un sueño; el sueño de que me veía privada de todas las cosas, muebles y papeles que traíamos de España y que eran nuestras raíces tangibles con cuanto dejábamos atrás. Naturalmente, el sueño no se cumplió pero, cuando se lo conté a mi marido, me respondió con la candidez maravillosa de que es capaz su alma: ¿No crees, Aurora, que nosotros ya, más que raíces, necesitamos alas? Pues eso, querida Leonor, que si no nos vemos aquí más, véanos Dios en el cielo, como decía mi madre.

                       “Muchos besos para tu madre, para Charito y para ti, de vuestros Rafael y Aurora... y de Pilar, que hizo de mecanógrafa.”

                  -          Mamá, ¿no crees que te salen los mensajes muy edulcorados? Por lo menos, lo de papá deberías... En fin, no sé si, a fuerza de buenas noticias y mejores deseos, no van a desconfiar.

                  -          En eso he tenido buena maestra durante muchos años –replicó Aurora, mirando a su hija de hito en hito-. Después de todo, alguna ventaja ha de tener estar tan lejos.

                       Pili encajó la crítica sin pestañear. Se levantó y ausentóse al poco, camino de su despacho. El sol declinaba y era el momento más hermoso del día para la anciana, cuando su habitación se llenaba de reflejos, dorados primero, rosados más tarde, dejando finalmente paso a las sombras, con el mar al fondo. Accionó el montapersonas hasta la primera planta y se encaminó penosamente a la habitación matrimonial. Rafael la esperaba sentado en la silla:

                  -          Parece que tardabas. ¿Escribiendo, otra vez?

                  -          A Leonor. Ya le he mandado besos de tu parte.

                       Unas nubes grisáceas ocultaron por unos momentos el sol. Aurora aprovechó:

                  -          Voy a echarme un momento sobre la cama. Estoy muy cansada.

                       Apenas reclinó su cabeza en la almohada, se quedó dormida.





                      

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