sábado, 24 de septiembre de 2011

DOS CANCIONES DE LOS BEATLES



Dos canciones de los Beatles

Por Federico Bello Landrove

     Dos jóvenes se encuentran en una boda cimentada sobre su dolor. Cada uno de ellos asume su situación al modo de una famosa canción de los Beatles. Quien me contó la historia no quiso descubrir su final y yo tampoco privaré a mis lectores de la oportunidad de ponerle el que su imaginación les dicte.




    1.  Bodas hacen bodas

           He asistido a pocas bodas en calidad de invitado; no obstante, han sido suficientes para sentir los más variados sentimientos, desde la indiferencia y el hastío, hasta la ternura o la tristeza. El vigor de los sentimientos era, al menos para mí, mucho mayor otrora. La solemnidad y trascendencia de un acontecimiento irreversible y virginal poco tienen que ver con el hoy, cuando el matrimonio no hace sino corroborar una previa vida en común y se deshace rutinariamente por medio del divorcio.

           Estas eran las reflexiones que, a impulsos del aguardiente orensano y de un reencuentro inesperado, le hacía yo a mi antiguo condiscípulo José María en los salones del Hostal, donde habíamos coincidido inopinadamente en el enlace de la hija de un buen amigo, que resultó común. Comoquiera que mi interlocutor parecía extasiado con la contemplación de las nervaduras de la bóveda de la capilla-restaurante, me animé a seguir filosofando, aunque solo fuera por mantener un atisbo de conversación:

      -          Todavía siguen diciendo aquello de bodas hacen bodas, pero se me hace difícil imaginar que los jóvenes vengan aquí con ánimo receptivo, después de los dislates de las despedidas de solteros y de los chascarrillos sobre la pronta ruptura de la pareja.

      -         

      -          Sé de varios matrimonios que se conocieron en las bodas de amigos o familiares. ¿Y tú?

      -          ¿Yo? Espera que piense… Yo, dos y medio.

      -          ¡Carallo, José María! ¿Cómo es eso del medio?

      -          Sí, hombre, es una de las historias más curiosas que he conocido. ¿No te la contado nunca?

      -          Difícilmente, amigo, no habiéndonos visto en los últimos treinta años.

      -          Ya, claro, pero todavía hace más de que pasó. Yo la llamo la media boda de los Beatles.

      -          ¡Hombre, ya salieron tus ídolos a relucir! ¿A cuál de sus bodas te refieres?, porque seguro que has asistido a todas, aunque fuese de camarero.

           José María me miró fijamente, con su media sonrisa puesta. Yo supliqué:

      -          Anda, cuenta; no me prives de una buena historia que llevar a mi antología.

           La música del baile no hacía fácil entenderse ni, menos aún, concentrarse. Mi amigo se levantó y yo lo seguí, patios de Hontañón adelante, hasta la cafetería pública, bastante más tranquila a la sazón. Nos sentamos en una mesa con vistas al Obradoiro y no pronuncié ni una palabra, cumpliendo aquello tan manido –aunque poco practicado-:

      Todos callaron y tenían sus rostros atentos

           Mi táctica dio resultado. Con palabra reposada, el narrador dio comienzo al relato.

      ***

           Sucedió en aquellos felices años que vivimos en Castellar y en que yo estudiaba la carrera de Medicina. Como recordarás, no era época de mucha afluencia en las bodas, por razones económicas, entre otras cosas. Para los parientes lejanos y los simples conocidos se reservaban las despedidas de soltero (¡nunca de soltera!), unos días antes de la ceremonia, que suponían cenar, opípara y relajadamente, en cualquier mesón o taberna de buena fama culinaria, sin tener que llevar traje ni mantener la compostura. Pero, en la media boda de los Beatles, yo era primo hermano de la novia; así que me tocó enfundarme en un terno color tabaco, ahogarme con el nudo de la corbata y ocupar distraídamente uno de los primeros bancos de aquella iglesia, ojival y penumbrosa, que sin duda, como buen castellarense, has conocido.

           Recordarás que antaño era yo tan bromista por dentro, como serio por fuera. Quiere decirse que cien veces en aquel día estuve tentado de tomar el pelo a mi pariente Nicolás, pero otras tantas tuve el buen criterio de guardarme las pullas para mejor ocasión. Lo entenderás mejor si te informo de que el tal Nick era un chico, más o menos de mi edad, que había bebido los vientos por mi prima Consuelo, la novia, la cual había compartido sus sentimientos durante un tiempo. Después, por cosas que tiene la vida y que yo desconocía, la relación se había enfriado y la moza había tomado otros derroteros. Con todo y mi inconsciencia juvenil, no dejaba de comprender que la presencia de Nicolás en la boda obedecía a alguna imposición familiar, o al deseo de aparentar indiferencia, pero que sería el último lugar en que a él le hubiese gustado hallarse. De mi prima nada digo, pues el hecho de ser la novia le daba autoridad para no enterarse de nada y estar por encima del bien y del mal: con no pisarse la cola y mirar de soslayo al cenutrio del novio, tenía suficiente por el momento.

           He de reconocer que Nick se comportó con toda dignidad. A la pregunta ritual de si conocía algún impedimento que obstara a la boda, no alzó la voz ni hizo un corte de mangas. Felicitó a la novia con un casto beso, en la puerta de la iglesia. Comió y bebió con moderación. Bailó lo justo y, finalmente, hasta se fue acompañado por una chavala de crespa melena con un tipo estupendo. Dirás que menudo marcaje le hice a mi lejano primo. La verdad es que en aquella boda me entró un tremendo dolor de cabeza y poco más pude hacer que observar a la concurrencia. Por otra parte, ¿quién te dice que no estoy enriqueciendo falazmente los detalles de la narración?

      -          Tú te lo dices todo, José María. Prosigue, please.



          -  De acuerdo. La vida tiene insospechadas coincidencias; una de ellas, la de que me encontrase con Nicolás unos días después, cuando había salido a relajarme por el Campo, tras una tarde de intenso estudio para los exámenes. Caía el atardecer interminable de finales de mayo y me lo tropecé, sentado en un banco junto al estanque. Hice propósito de hacer como si no lo viese, pero él debía tener ganas de parla, pues me llamó, me hizo sentar junto a sí y me espetó a las primeras de cambio:



      -          ¿Qué tal lo pasaste en la boda de Chelo, el otro día?

      -          Regular: tenía una jaqueca de campeonato. ¿Y tú? Me pareció que tampoco disfrutabas mucho.

      -          No creas. Sí, ya sé por dónde vienes, pero eso es agua pasada. Mis padres no dejaron de dar la matraca con lo de que éramos parientes y eso podía complicar mucho las cosas. Su familia opinaba que yo era muy poco para ella, sin estudios universitarios y ganando algo más de mil pesetas en una oficina. En fin, con su pan se lo coma y que le vaya bien con el abogado ese.

      -          Lo dudo, Nick. El tipo no es gran cosa y, al lado de nuestra prima, parecía el patito feo, en todos los sentidos. No sé qué ha podido ver en él.

      -          Quién sabe. A veces los más listos salen de Málaga para meterse en Malagón.



           Pasó un ángel. Luego, Nicolás me preguntó francamente:



      -          ¿Viste a una chica de la boda, algo rubia, de melena, con la que bailé varias veces?

      -          ¿Con la que te fuiste? ¡Vaya bombón!

      -          La misma. Se llama Andrea. Fue novia del ya marido de Chelo, cuando él estaba todavía estudiando.

      -          ¡Vaya casualidad! El roto y el descosido se encuentran. ¿Y qué, vais a empezar a salir juntos?

      -          Por mí, mañana mismo, pero ella ha querido que nos emplacemos para dentro de seis meses.

      -          ¿Cómo? Explícate que no entiendo ni papa.



           Fuese porque tuviera ganas de soltar lo que llevaba dentro, o porque Nicolás siempre me ha tenido por persona reservada, me contó lo que esquemáticamente ahora te refiero y que, al fin, te dará la clave para comprender lo de la media boda de los Beatles.



      -          ¡Chachi, colega! Una historia dentro de otra historia. Son mis favoritas.







      2.      Dos maneras de sufrir




          -   Aunque me vieras aparentemente tranquilo –refirió Nick-, lo cierto es que la ruptura con Chelo me dejó muy tocado, no sólo por lo que una cosa como esa duele, sino por mi convencimiento de que nos estaban manipulando, sin que nosotros supiéramos luchar juntos contra la intromisión. Sin embargo, por unas razones u otras, me quedé como bloqueado, sin capacidad de reacción y, lo peor, solo. No echaré la culpa a nadie: supongo que ambos reaccionamos lo mejor que supimos y que nuestras familias obraron con la mejor intención. Pero, lo que es yo, quedé como anclado en el pasado, en un ayer en que todo era fácil, espontáneo, luminoso; un tiempo, en fin, en que Chelo y yo estábamos juntos, al parecer para siempre, y en que la felicidad nos hacía abiertos y capaces de todo. No sé si tú, José María, has tenido una experiencia parecida.



      -          Digamos que más o menos, aunque en mi caso remontamos y seguimos juntos, si bien separados por una cierta distancia kilométrica –repliqué sarcásticamente-.



           -   ¡Qué suerte tienes! Enfadaros, pero reconciliaros; decir adiós, para volver. Yo, en cambio, no hacía otra cosa que pensar en el pasado, abrumarme con los remordimientos, sentirme sin capacidad para volver a empezar. Lo poco que emprendía, era para huir de todo lo conocido y dar más y más vueltas a sus palabras y a mis posibles errores. ¿Por qué?, era mi pregunta favorita. Pues bien, dicen que el tiempo todo lo cura. Yo pasé dos años fastidiadísimos, en particular, cuando empezaron a llegarme rumores y noticias de su nuevo noviazgo.



           Bien, con lo que te he confesado es bastante para hacerte una idea de mi penosa situación. Obviamente, lo que menos ilusión me hacía era tener que ir a la boda de Chelo, a quien había procurado evitar en lo posible; pero la familia es la familia y allá hube de ir, a hacer de tripas corazón, deseando a los contrayentes una felicidad que, en el fondo, ni me importa, ni espero. Pero dicen que el Espíritu sopla donde le parece y allá estaba Andrea para demostrármelo.



           Yo no la conocía o, en todo caso, no me había fijado en ella. En cambio, la chica sí que sabía quién era yo. Según me dijo, había sido compañera de bachiller de Chelo y, por eso mismo, recordaba al amartelado galán que la acompañó durante un tiempo. Por su parte, ella había sido –como te he dicho- la novia del abogado Carceller, antes de que conociese a nuestra prima y decidiera cambiar de objetivo.



      -          ¿Y cómo es que en la boda os fijasteis el uno en el otro y entablasteis conversación?, le pregunté bastante extrañado. Si casi no os conocíais y se trataba de cosas íntimas…



          - Quiero creer en la providencia, o en que las experiencias dolorosas comunes unen instantáneamente. Salí a tomar un poco el aire a la calle y allí me la encontré, fumando un cigarrillo. Le hice un comentario sobre lo estridente de la música del conjunto de baile, ella me informó de que había sido condiscípula de Chelo y así empezó todo.



      -          Y ella, ¿cómo lo llevaba? ¿Estaba también hundida, como tú?



          -    Nada de eso. Resultó ser una estoica. Claro que a ella le resultaría más fácil, pues no deja de ser una chica y, por otra parte, el abogaducho no le llega a Chelo a los zancajos. En fin, por eso, o por su manera de ser y de vivir las malas experiencias, se acogió a la máxima de dejar estar lo que no puedas evitar. Me contó que su madre ha estado en todo momento a su lado, siempre con la misma cantinela: déjalo estar; todo tiene su motivo y su fin; un día tendrás la oportunidad y la respuesta; pronto se hará la luz; eres joven… No era fácil de asumir, aunque reconociera la sapiencia de aquellas palabras de consuelo y esperanza. Se centró en sus estudios, leyó, viajó y, según ella me dijo, se ha preparado para no volver a equivocarse nunca más y para ofrecer a quienquiera que se enamore de ella una mujer mucho más capaz y preparada.



      -          Creo, Nick, que esa chica ha afrontado la situación mucho mejor que tú; claro que hay que tener la sangre de horchata… Y, ahora que lo pienso, ¿a ton de qué estaba ella en la boda?

      -          Parece que fue una iniciativa de Chelo, secundada por la familia del novio, que quería congraciarse con Andrea, tras una ruptura tan dolorosa e inesperada. Pero lo más llamativo no es que se le hiciera una invitación formularia y bienintencionada, sino por qué no se disculpó la invitada y acudió a la ceremonia.

      -          Tienes razón. ¿Y por qué fue?

      -          Me gustaría responderte que por un presentimiento, pero la verdad es que fue su madre, una vez más, quien la impulsó. A fin de cuentas, ¿quién sabe dónde ha de hallar la música, la luz, la respuesta?



           Hasta aquí, querido José María, todo es, o parece, maravilloso. Ahora viene lo que me llena de inquietud y de zozobra.



      -          Lo de los seis meses de plantón, respondí al punto.



             -  En efecto, los seis meses. Se conoce que, de tanto dejar estar las cosas, Andrea es ahora incapaz de decidirse instantáneamente. Poco importa que nos queramos, ni que la aurora despunte en la oscuridad de nuestras vidas. Es preciso estar seguros de antemano, reflexionar sobre el futuro, adquirir una confianza recíproca plena. Y para ello, nada mejor, en su opinión, que aguardar seis meses. Bueno, en realidad, ella sugirió un año y solo ante mis insistentes ruegos, aceptó rebajarlo a la mitad.



      -          ¿Qué quieres que te diga, chico? Si tú estás dispuesto y Andrea lo merece…



      ***



             -   Me levanté de manera simultánea a su profundo suspiro y allí lo dejé, en el banco en que la infeliz pareja había quedado citada, ciento setenta y un días después, a las cinco de la tarde. Espero que Nick no decidiera permanecer todo el tiempo allí sentado, hasta que se cumpliera el tiempo.



      -          Entonces, José María, ¿no sabes en qué acabó la cosa?, dije temiéndome lo peor.

      -          Eso queda totalmente al margen de mi compromiso narrativo. Recuerda: la media boda de los Beatles. En tu mano está convertirla en entera o reducirla a la nulidad. Yo te he dado la historia; a ti cumple ponerle final.



           Conociendo a mi amigo el galeno, sabía que era inútil insistir o suplicar. Además, ya había iniciado el desfile hacia la barra para pagar las consumiciones y partir. Pero me debía aún una explicación, tan clara como innecesaria:



      -          José María, ¿qué pintan los Beatles en toda esta historia?

      -          Ayer, tal vez te lo hubiese explicado. Ahora, déjalo estar [1].    








      [1] Diáfana alusión a las canciones Yesterday y Let it be, siempre que se dé a esta última la traducción literal (seguramente equivocada) de déjalo estar, en vez de la más acertada de sea, u otra expresión significativa, simplemente, del imperativo del verbo to be. El sentido del título, como la alusión en el texto de esa canción a mother Mary, merecerían un detenimiento impropio de esta historia.

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