lunes, 6 de septiembre de 2010

El diamante negro

   Aunque a nadie importe, éste es mi primer cuento, que ya evidenciaba mi amor por las gemas y por los objetos, en función de los sentimientos que pongamos en ellos.



   “Como Vd. sabe, señora C., los diamantes negros se han puesto de moda. Es un caso más de esnobismo, algo verdaderamente ridículo. Su color es el de la noche. No devuelven la luz que reciben. Carecen de reflejos polícromos. No merecen el gasto que supone engastarlos en oro blanco. Pero, si insiste…”

   “Pues sí, insisto en comprarlo y en hacer con él un sencillo anillo de aro y garras. Me consta que los brillantes blancos tienen una transparencia fúlgida incomparable. Pero también tiene su gracia poseer una gema venida del espacio, antigua y severa como una koré griega”.

   “Meteoritos, atmósfera arcaica, porosidad estructural, ¡pamplinas! -gruñó entre dientes el joyero, nada satisfecho de que una clienta saliera de su tienda con una pieza de no mucho precio-. En fin, si se empeña…”

   La señora C., efectivamente, se empeñó. Castigó al insensible vendedor de piedras, llevando el diamante negro a un orfebre. Al cabo de unos días, tuvo en su dedo anular izquierdo un sencillo aro, coronado por el controvertido brillante. Este, henchido de gratitud, parecía agigantar su mediana talla de tres cuartos de quilate, absorbiendo a borbotones la luz del sol y el suave calor de la piel de su dueña y protectora.

***

   Una noche, a principios de mayo, la señora C. tuvo la sorpresa de su vida. De la mesita donde había depositado su anillo al desvestirse, brotaba un círculo de luz que, con la oscuridad ambiente, resultaba deslumbrador. Se incorporó, alargó la mano hacia la fuente de aquella magia y constató que el diamante negro le devolvía, como en un beso, la luz y el calor que había recibido de ella durante el tiempo que habían pasado juntos.

   “Ahora veo claro el sentido de tu gracia, venida de otros mundos, musitó la Sra. C. al oído del diamante. Los demás brillantes reflejan pulcramente la luz, porque, en el fondo, no son capaces de recibirla. Pero tú has guardado en el corazón el cariño que yo te daba y me lo has retornado en la noche, cuando más necesidad sentía.”

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